MISIÓN «AD GENTES»
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SUMARIO: I. Misión y evangelización sin fronteras. II. Naturaleza de la misión «ad gentes». III. Objetivos de la misión «ad gentes». IV. Los nuevos ámbitos o campos de la misión. V. Desafíos actuales. VI. Guión catequético.


1. Misión y evangelización sin fronteras

Jesús se presenta en el evangelio como enviado por el Espíritu (Lc 4,18) para proclamar la buena noticia (Mc 1,14-15) y para dar la vida en rescate por todos (Mc 10,45). Envió a sus discípulos, ya durante su vida pública, para predicar el reino de Dios (Lc 9,2). Después de la resurrección, los envió para hacer discípulos de todos los pueblos (Mt 28,19), predicar en su nombre a todas las gentes (Lc 24,47) y proclamar el evangelio (buena noticia) a toda criatura (Mc 16,15). La misión de Jesús es envío, que procede del Padre y se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Esta misma misión es la que Jesús comunica a sus apóstoles (enviados): «Como el Padre me envió, también os envío yo» (Jn 20,21). El objetivo de este envío es la acción de evangelizar, es decir, de anunciar la buena noticia.

Tanto la misión y evangelización de Jesús como la de los apóstoles, y de toda la Iglesia, tiene una dimensión universalista: por todos (Mc 10,45), a toda criatura (Mc 16,15). Es, pues, misión ad gentes, a todos los pueblos (Mt 28,19).

La misión que Jesús ha comunicado a la Iglesia (como encargo o mandato) tiene su fuente en la Trinidad, empieza a ser realidad desde la encarnación y se desarrolla como redención o rescate-liberación de la humanidad entera. Tiene, pues, dimensión trinitaria (cristológica, pneumatológica), eclesiológica y antropológica. Jesús es el Salvador del mundo (Jn 4,42; 1Jn 4,14). «La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre» (AG 2).

La misión no es algo añadido a la comunidad eclesial, ni tampoco una de tantas acciones que debe realizar, sino toda su razón de ser, su misma naturaleza (AG 2). «La Iglesia existe para evangelizar» (EN 14). «Evangelizar significa para la Iglesia llevar la buena noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» (EN 18).

El Catecismo de la Iglesia católica (1992) resume esta doctrina misionera y la presenta en el contexto de la fe en la Iglesia: creo en la santa Iglesia católica (748ss). La misión universal deriva de la fuente trinitaria, por Cristo y en el Espíritu, y se prolonga en la misma Iglesia, que es misterio y sacramento universal de salvación (772-780). Esta universalidad de la misión eclesial se expresa en su catolicidad (830-856) y apostolicidad (857-870).


II. Naturaleza de la misión «ad gentes»

La expresión ad gentes (a todos los pueblos) indica, pues, una característica esencial de la misión que Jesús realizó y que quiso prolongar en la historia a través de su Iglesia. Es universalista por proceder de Dios Amor, Padre de todos (Ef 4,6), y por llevarse a la práctica por medio de Jesús, salvador de todos (1Tim 4,10), quien, a su vez, ha instituido a la Iglesia como signo levantado en medio de las naciones (Is 11,12; SC 2).

Ordinariamente la misión ad gentes se presenta en relación con la acción evangelizadora de Pablo, quien se llama a sí mismo apóstol de las gentes (Rom 11,13). De este modo se señala una característica del mismo apóstol: anunciar el evangelio allí donde todavía no ha sido anunciado. Es, pues, el primer anuncio.

Ya desde su conversión, Pablo está destinado a la misión ad gentes. El mismo Jesús lo explicó a Ananías antes de que fuera a bautizar a Pablo: «Este es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes, a los israelitas» (He 9,15). Por esto, Pablo habla continuamente de la misión peculiar que le ha sido confiada, como «privilegio que Dios me ha concedido de ser ministro de Cristo Jesús entre los paganos» (Rom 15,15-16). Su preferencia, e incluso dedicación plena, es la de «no anunciar el evangelio allí donde ya habían oído hablar de Cristo» (Rom 15,20).

A través de toda la historia de la Iglesia se ha procurado siempre distinguir, evitando dicotomías, entre la acción apostólica ordinaria en la comunidad ya evangelizada, y la acción apostólica especial en comunidades o países no suficientemente evangelizados.

La elaboración teológica sobre la misión «ad gentes» (la misionología) tiene lugar sólo a partir del final del siglo XIX y a principios del siglo XX. Este último siglo ha sido llamado siglo de las misiones, precisamente por la intensa acción evangelizadora ad gentes en los cinco continentes, por la elaboración teológica de esa misma misión, y también por los documentos del magisterio sobre el tema: encíclicas misioneras (desde la primera, Maximum illud, de Benedicto XV, 1919), el Vaticano II (especialmente con el decreto Ad gentes, 1965), la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (de Pablo VI, 1975), y la encíclica Redemptoris missio (de Juan Pablo II, 1990).

En el Vaticano II tenemos un documento dedicado exclusivamente a la misión ad gentes: el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia. Por las dos primeras palabras latinas del texto, este documento se llama Ad gentes.

En este documento conciliar se resumen los contenidos de esta misión específica, con una sólida base bíblica, haciendo referencia a documentos anteriores, aprovechando también reflexiones teológicas y señalando prioridades actuales. Se ofrecen, pues, unos principios doctrinales (cap. I); se describe la acción misionera propiamente dicha, por el testimonio, la predicación y la formación de la comunidad eclesial (cap. II); se señala la importancia y el proceso de construir o implantar las Iglesias particulares (cap. III); se recuerda la vocación y formación de los misioneros (cap. IV); se dan normas para una coordinación de la actividad misionera (cap. V), y se insta a la cooperación por parte de todas las vocaciones e instituciones eclesiales (cap. VI).

El DGC presenta la misión ad gentes en íntima relación con la catequesis: «El ministerio de la catequesis aparece como un servicio eclesial fundamental en la realización del mandato misionero de Jesús» (DGC 59).


III. Objetivos de la misión «ad gentes»

A partir de la doctrina bíblica y magisterial, de las reflexiones teológicas y de la experiencia de los misioneros, se han ido señalando unos objetivos de la misión ad gentes: realizar el primer anuncio del evangelio donde todavía no haya sido predicado, extender el reino de Dios, comunicar la fe (invitando a la conversión y al bautismo), implantar la Iglesia (o establecer los signos permanentes de la presencia de Cristo), obedecer al mandato misionero de Cristo, hacer misionera a toda la Iglesia (como sacramento universal de salvación), compartir entre Iglesias hermanas... Los teólogos escogen con preferencia alguno de estos objetivos, aunque, en realidad, todos ellos son complementarios entre sí.

El Concilio armoniza todos estos aspectos: «La misión de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos, por el ejemplo de su vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente del misterio de Cristo» (AG 5). La doctrina sobre la Iglesia misterio, comunión y misión, puede ofrecer una pauta para la misión en general y, de modo especial, para la misión ad gentes. Si la Iglesia es misterio o sacramento, lo es como «señal e instrumento de la íntima unión con Dios, y de la unidad de todo el género humano» (LG 1); es, por tanto, «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1). Ahora bien, la Iglesia será de verdad signo e instrumento de Cristo en la medida en que ella misma sea comunión (He 2,42), un solo corazón y una sola alma (He 4,32), como señal peculiar de los cristianos (Jn 13,35) y como señal de que Cristo es el enviado del Padre (Jn 17, 21-13).

El universalismo de la misión de la Iglesia y su incidencia en todas las gentes dependerá, pues, del grado en que la Iglesia sea sacramento (misterio) y comunión. Cristo, presente entre los hermanos (Mt 18,20), convierte a su comunidad eclesial en un signo eficaz de evangelización sin fronteras.

La perspectiva de la misión universalista (y de primera evangelización), descrita en el decreto conciliar Ad gentes, se enriquece en relación con las cuatro constituciones del Vaticano II: La Iglesia es sacramento (Lumen gentium) como portadora de Cristo, Palabra de Dios (Dei Verbum), que celebra el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo (Sacrosanctum concilium), y que se inserta de modo solidario en el mundo (Gaudium et spes). Entonces la misión ad gentes recupera toda su perspectiva evangélica, que se actualiza en cada época de la historia.


IV. Los nuevos ámbitos o campos de la misión

Hay que reconocer que después del Vaticano II, y gracias a sus contenidos, el tema misión se ha generalizado. Anteriormente daba la impresión de reducirse sólo a la misión ad gentes, como si fuera acción exclusiva de los misioneros. Esta generalización actual comporta una toma de conciencia de la realidad de la Iglesia misionera en todas sus personas, ministerios, instituciones y carismas. Pero, al mismo tiempo, la generalización ha podido dar lugar a malentendidos respecto a la misión ad gentes, como si esta no tuviera razón de ser puesto que la Iglesia es toda ella misionera. Habrá que distinguir, pues, entre tres niveles o situaciones de la misión eclesial: 1) actividad pastoral ordinaria; 2) nueva evangelización o también reevangelización; 3) misión ad gentes (cf RMi 33; DGC 58-59).

La actividad pastoral ordinaria se realiza en la comunidad ya cristiana, que continuamente necesita la acción profética (palabra), sacramental y hodegética o de animación en la caridad. La nueva evangelización indica una renovación de métodos, expresiones y actitudes personales y comunitarias, para poder responder a nuevas situaciones y nuevas gracias del Espíritu, y hacer que la comunidad eclesial se haga de verdad misionera sin fronteras. La misión ad gentes, como «actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca terminada» (RMi 31), indica el primer anuncio del evangelio, la fundamentación o implantación de la Iglesia en los diversos pueblos, la evangelización universalista, la puesta en práctica de la realidad de Iglesia «sacramento universal de salvación».

La novedad actual sobre la misión ad gentes había sido ya intuida por el Concilio, cuando indicó que «los grupos humanos en medio de los cuales vive la Iglesia, con frecuencia se transforman completamente por varias causas, de forma que pueden originarse situaciones enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su acción misional» (AG 6).

El concepto de misión ad gentes centrada sólo en los países no cristianos resulta reductiva e inexacta. Pero la misión ad gentes queda en pie, con toda su fuerza evangélica del primer anuncio, allí donde Cristo no es conocido. Las nuevas situaciones no pueden «reducir ni hacer desaparecer la misión y los misioneros ad gentes» (RMi 32). «La misión ad gentes, sea cual sea la zona o el ámbito en que se realice, es la responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado a su Iglesia y, por tanto, es el paradigma del conjunto de la acción misionera de la Iglesia» (DGC 59).

Pablo VI, en Evangelii nuntiandi (1975) había llamado la atención sobre las nuevas circunstancias de la evangelización actual. Precisamente a partir de un análisis más profundo sobre la naturaleza misionera de la Iglesia (como prolongación de la misión de Cristo) y de la acción evangelizadora, Pablo VI señaló la urgencia de evangelizar las situaciones sociológicas y las culturas, usando los medios actuales de diálogo y de comunicación. Esta apertura de la misión ad gentes no dejaba de lado el universalismo ni el anuncio explícito de Cristo a las otras religiones. Juan Pablo II recuerda cómo «el proceso de encuentro y confrontación con las culturas es una experiencia que la Iglesia ha vivido desde los comienzos de la predicación del evangelio. El mandato de Cristo a los discípulos de ir a todas partes hasta los confines de la tierra para transmitir la verdad por él revelada, permitió a la comunidad cristiana verificar bien pronto la universalidad del anuncio y los obstáculos derivados de la diversidad de las culturas» (FR 70).

Se puede, pues, distinguir un triple ámbito o posibilidad de la misión ad gentes: geográfico, sociológico y cultural (cf RMi 37-38). Siempre se trata de la actividad misionera de la Iglesia dirigida a «pueblos, grupos humanos, contextos socioculturales, donde Cristo y su evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos» (RMi 33).

a) El ámbito geográfico puede considerarse como tradicional, siempre válido, y que tiene en cuenta los pueblos e incluso las Iglesias locales donde el evangelio no ha entrado suficientemente, o donde la Iglesia no ha llegado a cierto grado de madurez y de autosuficiencia (especialmente por las vocaciones locales). Esas Iglesias locales dependen especialmente de la Congregación para la evangelización de los pueblos. En este sentido se habla, a veces, de misiones o de países de misión.

b) El ámbito sociológico se refiere a situaciones de la sociedad actual, en las que no ha entrado suficientemente el evangelio o donde la Iglesia todavía no ha hecho llegar sus signos salvíficos de modo permanente. Se trataría de situaciones analógicas a las del ámbito geográfico, pero que no se pueden encuadrar siempre en una geografía o nación: aglomeraciones urbanas plurirreligiosas y pluriculturales (megalópolis), migraciones por diversos motivos (trabajo, estudio, exilio, turismo), situaciones especiales de pobreza e injusticia, grupos sociales especiales (juventud, familia, trabajadores), etc.

c) El ámbito cultural indica amplios sectores de nuestra sociedad que, a veces, tienen derivación universal, y donde el evangelio no ha sido suficientemente anunciado: culturas antiguas existentes y cultura emergente a nivel mundial, centros educativos, investigación científica (por ejemplo, bioética, espacial, etc.), creaciones y manifestaciones artísticas, relaciones internacionales, encuentro mundial entre religiones, actitudes de diálogo, ecología, etc.

Los nuevos campos de la misión ad gentes quedan abiertos a la nueva evangelización y, especialmente, a los nuevos evangelizadores. El riesgo de la evangelización actual consiste en que las comunidades se encierren en sí mismas, que sean lugares donde, aparentemente, ya se tiene todo (palabra, sacramentos, caridad), y donde, sin embargo, se manifiestan todas las necesidades, e incluso existen los tres ámbitos mencionados. Esta visión exclusivista intraeclesial no es correcta y favorecería la entrada de las sectas.

El encargo o mandato misionero del Señor a su Iglesia sigue siendo de apertura universal y cósmica. La palabra gentes no puede reducirse a naciones ni a sectores de cualquier tipo, sino que tiene la carga siempre nueva de mundo, cosmos, y no puede limitarse a una comunidad eclesial local, pequeña o grande, porque Dios ha enviado «a su Hijo al mundo... para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17). Ese amor de Dios al mundo (Jn 3,16), como amor fontal (AG 2), constituye la raíz, el valor y la fuerza dinámica permanente de la misión ad gentes.


V. Desafíos actuales

La llegada del tercer milenio del cristianismo es una invitación urgente a presentar el mensaje cristiano a los no cristianos, a los no creyentes y a los agnósticos. En todas las religiones y culturas se encuentran ya las «semillas del Verbo» (según la expresión de san Justino en el siglo II). El mismo Espíritu Santo, que ha esparcido esas semillas en todos los pueblos, «las prepara para su madurez en Cristo» (RMi 28).

El mayor desafío de la misión ad gentes es el encuentro de todas las religiones y culturas actuales con el cristianismo. Si todas ellas tienen algún destello de la palabra de Dios, el cristianismo está llamado a anunciar que «en Cristo, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia» (TMA 5). Por esto, «el Verbo encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad» (TMA 6).

Este primer anuncio del evangelio, a nivel de conciencia y a nivel de culturas religiosas, necesita ser presentado en un proceso de inculturación, por el que se respete la preparación del evangelio que ya existe en toda cultura, mientras se ayuda a purificar los obstáculos que impiden llegar a la plenitud o madurez en Cristo.

La implantación de la Iglesia significa que la acción evangelizadora ad gentes ayuda a las Iglesias locales a llegar a una relativa madurez y autosuficiencia, en cuanto a medios de evangelización y en cuanto a expresiones culturales, dentro de la comunión de Iglesia universal y de los valores evangélicos permanentes. «El fin propio de esta actividad misional es la evangelización y la implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos humanos en que todavía no ha arraigado. De suerte que de la semilla de la palabra de Dios crezcan en todo el mundo las Iglesias particulares autóctonas suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas convenientemente de jerarquía propia, unida al pueblo fiel, y de medios apropiados para un pleno desarrollo de la vida cristiana, contribuyan, en la medida que les corresponde, al bien de toda la Iglesia» (AG 6).

La misión ad gentes entre dos milenios está preñada de esperanza: «En el 2000 deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad: nos ha nacido el Salvador del mundo» (TMA 38). En este sentido, «la Iglesia también en el futuro seguirá siendo misionera: el carácter misionero forma parte de su naturaleza» (TMA 57).

En el caminar histórico y misionero de la Iglesia precede María, «Estrella de la evangelización» (EN 82), que «intercede para que todas las familias de los pueblos lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia en un solo pueblo de Dios» (LG 69).


VI. Guión catequético

— La misión que Jesús realizó y encomendó a su Iglesia no tiene fronteras geográficas, sociológicas ni culturales. El «Salvador del mundo» (Jn 4,42) ha instituido a su Iglesia para evangelizar «a todas las naciones» (Lc 24,47).

— El objetivo de la misión universalista ad gentes, a todos los pueblos, se concreta en realizar el primer anuncio del Reino (donde el evangelio todavía no ha sido anunciado) para comunicar la fe y establecer los signos permanentes de la presencia de Cristo (implantar la Iglesia). «Su peculiaridad consiste en el hecho de dirigirse a los no cristianos, invitándoles a la conversión» (DGC 58).

— Los contenidos de la palabra de Dios, de la catequesis, de la liturgia y de toda la vida de la comunidad eclesial, tienen siempre perspectiva universalista y comprometen a todos los creyentes a asumir su responsabilidad misionera ad gentes, según su propia vocación (cf DGC 276).

— La catequesis misionera tiende a hacer que toda la comunidad eclesial (especialmente la Iglesia particular) y cada una de las vocaciones asuman su responsabilidad misionera local y universal, cooperando con la oración, el sacrificio, la limosna, las vocaciones, la formación y animación misionera, la organización de los servicios misioneros (las Obras misionales pontificias) y la colaboración con los Institutos misioneros.

— Los principales textos bíblicos sobre la misión universalista ad gentes (Mt 28,19-20; Mc 16,15-16; Lc 24,46-47; Jn 20,21; He 1,8) quedan ampliamente explicados en los documentos actuales (resumidos más arriba): el decreto conciliar Ad gentes, la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi, la encíclica de Juan Pablo II Redemptoris missio, el Catecismo de la Iglesia católica y el nuevo Directorio general para la catequesis. En resumen, «la Iglesia ha recibido la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos» (LG 5).

BIBL.: AA.VV., Cristo, Chiesa, Missione, commento all'enciclica «Redemptoris missio», Pont. Univ. Urbaniana, Roma 1992; AA.VV., L'activité missionnaire de l'Eglise, Décret «Ad gentes», Du Cerf, París 1967; AA.VV., Misión para el tercer milenio. Curso básico de misionología, Obras misionales pontificias, Bogotá 1992; CAPMANY J. (ed.), La Iglesia misionera. Textos del magisterio pontificio, BAC, Madrid 1994; CASTRO A. L., Gusto por la misión. Manual de misionología, CELAM, Bogotá 1994; CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 de mayo de 1999); ESQUERDA BIFET J., Teología de la evangelización, BAC, Madrid 1995; El cristianismo y las religiones de los pueblos, BAC, Madrid 1977; GoIBURU J. M., Animación misionera, Verbo Divino, Estella 1985; MüLLER K., Teología de la misión, Verbo Divino, Estella 1988; SANTOS HERNÁNDEZ A., Teología sistemática de la misión, Verbo Divino, Estella 1991; SENIOR D.-STRUHLMULLER C., Biblia y misión, Verbo Divino, Estella 1985.

Juan Esquerda Bifet