GRUPO EN LA CATEQUESIS, El
NDC
 

SUMARIO: I. Concepto de grupo: 1. El grupo y su estructura; 2. Clases de grupos; 3. Función educativa del grupo; 4. Animación de grupos. El animador. II. Grupo de catequizandos: 1. Importancia en la catequesis; 2. El grupo como «mediación» eclesial; 3. Lugar privilegiado de educación en la fe; 4. El catequista en el grupo de catequizandos. III. Grupo de catequistas: 1. Importancia y objetivos; 2. Tareas; 3. El animador del grupo de catequistas.


Para el cristiano, el misterio de comunión que es la Iglesia se verifica en una vida cristiana en comunidad. Por la dimensión comunitaria de la fe, los cauces de la iniciación cristiana deben tener una dimensión grupal. Por esto, tanto el grupo de catequizandos como el grupo de catequistas, se convierten en ámbitos normales de educación de la fe y lugares de experiencia eclesial. Antes de profundizar en el grupo de catequesis en sus dos dimensiones —de iniciandos y de iniciadores— parece interesante un acercamiento a la sociología, para profundizar en el sentido y concepto de grupo.


1. Concepto de grupo

La especificidad del grupo cristiano no debe hacer olvidar que la vida comunitaria no anula —más bien asume y eleva— las dinámicas y estructuras de todo grupo. El nuevo Directorio general para la catequesis así lo reconoce cuando dice: «El grupo tiene una función importante en los procesos de desarrollo de la persona. Esto también vale para la catequesis» (DGC 159). No parece, pues, superfluo intentar una aproximación sociológica, para precisar el concepto de grupo, su estructura y clases, su carácter educativo, y el sentido del término animación y animador desde una perspectiva de educación grupal.

1. EL GRUPO Y SU ESTRUCTURA. En una descripción abierta, un grupo puede ser entendido como una colectividad identificable, estructurada y continua de personas, que desarrollan roles recíprocos, referidos a normas sociales, intereses y valores, y que persiguen fines comunes. Si se subrayan la tarea común y la conciencia de pertenencia de sus miembros, «un grupo es un conjunto dinámico constituido por individuos que se perciben mutuamente como más o menos interdependientes en algún aspecto» (Lewin y Deustch). El grupo, pues, no es la suma de los individuos que lo componen, sino que se convierte en algo nuevo.

Todo grupo está más o menos estructurado, entendiendo por estructura de grupo el conjunto de las posiciones que ocupa cada miembro dentro del grupo. Hay dos tipos de estructura: 1) la horizontal, que se fija en la dimensión afectiva, y 2) la vertical, relativa a la dimensión de poder, es decir, a las relaciones de dominio/sumisión. Todo grupo tiene su propia dinámica, entendida en sentido amplio como el conjunto de los procesos que tienen lugar dentro del grupo. La estructura grupal está sujeta a un proceso dinámico en la constitución y vida de los grupos, desde organizaciones internas débiles hasta estructuraciones fuertes e institucionalizadas. Por tanto, la estructura del grupo está regulada por valores y normas más o menos rígidos y más o menos aceptados. Se puede pertenecer a un grupo y, a su vez, desear pertenecer a otro, de lo que resultan dos tipos de pertenencia grupal: 1) el grupo de pertenencia limitado a que los individuos sean sólo y simplemente sus miembros, y 2) el grupo de referencia al que los miembros se remiten para orientar y regular su propio comportamiento.

En los procesos grupales es decisivo el rol del líder. Se pueden dar tres clases de líderes: 1) el autoritario, que provoca agresividad y apatía; 2) el democrático, que reduce al mínimo la agresividad y tiende a la cooperación, y 3) el permisivo, del que resulta un grupo desunido, sin cooperación, y poca conciencia de pertenencia.

2. CLASES DE GRUPOS. Los grupos se configuran como primarios o secundarios según sean las relaciones existentes entre sus miembros. 1) El grupo primario «se caracteriza por una asociación íntima y cara a cara» (H. Cooley), en que la colectividad de personas que lo componen es relativamente restringida como número y con relaciones frecuentes, profundos sentimientos de solidaridad, y adhesión a los valores comunes que constituyen la cultura del grupo. Tres son los factores claves en la vida de un grupo primario: proximidad física, pertenencia e interacción y comunicación recíprocas, que generan en sus miembros un cambio de pensamientos, sentimientos y reacciones. 2) En contraposición, el grupo secundario está regulado por normas formales y racionales –generalmente frías–, con una comunicación interpersonal a niveles poco profundos. Es, pues, una colectividad menos intensa, en la que el individuo se asocia generalmente de modo voluntario o por contrato, y las relaciones recíprocas son reguladas más explícitamente por reglas, usos y convenciones.

Se puede ampliar la distinción entre grupo primario y asociación, movimiento o comunidad. Insistimos en que en el grupo primario prevalecen una cierta espontaneidad, homogeneidad afectiva, libertad de configuración de objetivos, estructuras y actividades, dimensiones relativamente reducidas, difusión limitada y referencia a una figura o a unos valores. En cambio, la asociación –algunos la ven como grupo secundario– goza de estas características: adhesión formal de los miembros, estabilidad y autonomía, reparto formal de cargos, estructura orgánica e institucional, definida por unos estatutos. En el movimiento se subraya la importancia de unas ideas-fuerza y un espíritu común, el carisma de un líder, una doctrina, praxis y espiritualidad propias, la adhesión no formal, sino vital. La comunidad, en cambio, es un grupo de personas, con intensas relaciones de solidaridad, situado en un territorio y dotado de capacidad totalizante, al menos, respecto a sus objetivos.

3. FUNCIÓN EDUCATIVA DEL GRUPO. La necesidad de aprobación y certeza son expresiones concretas de la necesidad de seguridad, y representan una aspiración fundamental de toda persona. La aprobación y la certeza se generan normalmente en el grupo, por eso en él –sobre todo en el primario– se tiende a asumir unas actitudes y comportamientos similares; a esta tendencia se le denomina presiones de conformidad, que se traducen en normas de comportamiento, opiniones y sentimientos uniformes; el respeto de los miembros del grupo a las normas se consigue por sanciones positivas o coercitivas, y también por el control de las informaciones; así, las normas establecen la estructura de eficacia y de poder del grupo. De la presión de conformidad surge una dinámica educativa que motiva y sostiene al individuo y le ayuda a interiorizar los valores del grupo. Las presiones de conformidad representan uno de los fenómenos más interesantes y problemáticos de la vida de los grupos; sin grupo es difícil educar, la ambivalencia educativa lo atraviesa todo, tanto en los contenidos como, sobre todo, en las relaciones.

Esta función educativa tiene su marco en un complejo proceso entre individuo y grupo, que se define como sentido de pertenencia y experiencia de identificación. El sentido de pertenencia nace de la experiencia de identificación con el grupo –proceso de identificación de los valores y proyectos propios con los de la colectividad– para lo que se requiere un mínimo de interacciones del individuo en el grupo, el conocimiento y aceptación de su sistema de valores, creencias y modelos, la percepción de sentirse aceptado dentro de él, y la capacidad de armonización personal con las distintas pertenencias grupales. En el grupo, en síntesis, la persona se socializa y se capacita para la difícil tarea de encontrarse consigo misma, con los otros y con el mundo.

4. ANIMACIÓN DE GRUPOS. EL ANIMADOR. La animación es hoy una de las formas más sugerentes de educación no escolar, pero su definición es bastante indeterminada y son varios sus significados y acepciones. Por su incidencia en el mundo de la catequesis, conviene hacer aquí algunas precisiones. En una primera aproximación, se habla de animación referida a las técnicas de animación grupal, animación del tiempo libre y las vacaciones, o animación expresiva y teatral. La animación sociocultural, en cambio, se caracteriza como una escuela de voluntariado, dirigida a favorecer el crecimiento de las personas y los grupos para participar y gestionar la realidad social, cívica y política en que se mueven. En un sentido más cercano al campo educativo –también al catequético– está la animación cultural.

a) La animación cultural puede ser vista como «una actividad educativa y, por tanto, intencional y metódica, que pretende ofrecer a las personas la capacidad de hacerse conscientes de los procesos formativos a que están sujetas en la vida social, y a capacitarlas para intervenir en ellos de modo activo y participativo, orientándolas hacia aquellos objetivos necesarios para la evolución y el crecimiento humano» (Pollo). Tres son los objetivos de la animación cultural: 1) la construcción de la identidad personal dentro de una historia y cultura propia; 2) el descubrimiento de lo social como lugar de la solidaridad; 3) el reconocimiento de la apertura a lo trascendente en la vida del hombre. El método de la animación cultural gira en torno a estas características: la acogida incondicional del sujeto educativo y su mundo; la relación educativa, interpretada en clave interpersonal y de comunicación; el grupo, como lugar privilegiado de experiencia educativa; el descubrimiento del valor de la vida cotidiana. Los instrumentos de la animación se orientan no sólo a las técnicas de la dinámica de grupo y de la comunicación humana, sino también al análisis de la experiencia cotidiana desde la acción y la reflexión, restableciendo la relación entre realidad y verdad, tantas veces rota en nuestra sociedad.

b) En este ámbito, la figura del animador es primordial, porque el grupo no desarrolla normalmente su cualidad educativa de modo casual y espontáneo, sino como fruto de la intervención externa del animador. Para que se dé auténtica relación y comunicación entre animador y grupo se requieren las siguientes condiciones: 1) el reconocimiento de la asimetría comunicativa y educativa entre animador –representante de la memoria cultural– y miembros del grupo –necesitados de identidad y sentido–; 2) la disponibilidad recíproca de comunicación y el intercambio de información y valores; 3) la apertura al cambio cultural donde los valores perennes dialogan creativamente con los temas emergentes de una cultura concreta. El animador, así, posee una personalidad relacional, genera intercomunicación, invita a la investigación y búsqueda común, favorece el protagonismo de los miembros del grupo, les ayuda a su incorporación crítica en el entramado social.


II. Grupo de catequizandos

La dimensión comunitaria de la vida cristiana exige que la catequesis sea una auténtica escuela de iniciación a la vida eclesial. Hay que subrayar, por tanto, la importancia del grupo de catequizandos, en la que ha insistido el magisterio de la Iglesia, no sólo como cauce y expresión de vivencia comunitaria, sino también como ámbito de educación de la fe. En esta perspectiva grupal y comunitaria, la figura del catequista también queda enriquecida.

1. IMPORTANCIA EN LA CATEQUESIS. Ya el anterior Directorio general de pastoral catequética veía el grupo como una magnífica experiencia eclesial (DCG 76). Según aquel documento el grupo ofrece una magnífica experiencia de vida eclesial y encierra potencialidades formativas en los distintos niveles y edades. El grupo educa al niño para la vida social; para adolescentes y jóvenes es una necesidad vital; en los adultos fomenta la corresponsabilidad cristiana. De modo especial, en los grupos de jóvenes –también en los de adultos–, la catequesis asume el carácter de investigación común, que vincula el mensaje –norma de fe y acción de la catequesis– con las experiencias humanas. Todo esto ha quedado recogido en el nuevo Directorio general para la catequesis: «En la [catequesis] de los pequeños porque [el grupo] favorece una buena socialización; en la de los jóvenes, para quienes el grupo es casi una necesidad vital en la formación de su personalidad; y en la de los adultos, porque promueve un estilo de diálogo, de cooperación y de corresponsabilidad cristiana» (DGC 159).

El grupo de catequesis adquiere en Evangelii nuntiandi el carácter de pequeña comunidad, y la catequesis se convierte en un verdadero acto eclesial: «Cuando el más humilde catequista reúne su comunidad, aun cuando se encuentre solo, ejerce un acto de Iglesia» (EN 72). Así, el gesto de reunirse para realizar la catequesis, enlaza al grupo, no sólo mediante relaciones institucionales, sino también con vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia.

También La catequesis de la comunidad (cf CC Anexo 16, 283-286) entiende la catequesis grupal como una exigencia de la misma, y ve el grupo como su lugar propio. Su necesidad no sólo es de orden antropológico, sino de fe, ya que la referencia catecumenal y la dimensión comunitaria de la catequesis dan al grupo una importancia privilegiada para la educación de la fe, la integración personal y el desarrollo del amor fraterno. La importancia y necesidad del grupo en la catequesis no son óbice para soslayar los posibles riesgos de la catequesis grupal, así como para revalidar otros ámbitos más multitudinarios de educación en la fe.

2. EL GRUPO COMO «MEDIACIÓN» ECLESIAL. Frecuentemente el catequizando se inicia y expresa su pertenencia a la vida de la comunidad eclesial a través del grupo de catequesis. La relación entre grupo e Iglesia ha tomado distintas posiciones que conviene tener en cuenta. 1) En un extremo estaría la concepción del grupo como iglesia alternativa o paralela, o el grupo –el grupo de base– como eclesiogénesis que hace nacer la Iglesia, no tratando de trasplantarla deductivamente, sino de fundarla inductivamente. 2) En el otro extremo se situarían aquellos para quienes la vida del grupo sólo sería una mera propedéutica a la vida de la Iglesia, porque sólo en la comunidad cristiana se vive la experiencia eclesial. 3) El lugar más equilibrado está en descubrir la función estructural –no intrínseca, sino funcional– del grupo como primera experiencia eclesial de sus miembros; en el grupo, palabras como comunión, corresponsabilidad y presencia, se convierten en experiencia vivida.

El Directorio general para la catequesis afirma: «El grupo cristiano está llamado a ser una experiencia de comunidad y una forma de participación en la vida eclesial, encontrando en la más amplia comunidad eucarística su plena manifestación y su meta» (DGC 159). El grupo de catequesis, enmarcado en el círculo más amplio de la comunidad cristiana, debe ser iniciación y expresión de pertenencia e identificación eclesial, particularmente en la catequesis de adolescentes y jóvenes. El grupo catequético hace operativa la pertenencia eclesial, ofreciendo modelos de identificación para que el catequizando vaya haciendo suyos los valores y proyectos de la comunidad cristiana. A través del grupo, irá conociendo el sistema de valores, creencias y modelos cristianos, experimentará su pertenencia y aceptación en la comunidad y se irá incorporando a ella progresivamente. En un mundo pluralista, donde se dan las más diversas pertenencias, el grupo de catequesis también debe capacitar críticamente a sus participantes a armonizar su pertenencia a la Iglesia con las otras referencias no eclesiales en las que están inmersos.

En la catequesis de iniciación, el carácter temporal del proceso catequético marca la temporalidad de estos grupos —temporales por definición—, cuyo objetivo es la integración de sus miembros en la comunidad cristiana (cf CAd, Anexo 35). La relación dinámica entre grupo y comunidad aparece aquí en toda su riqueza, y hace resonar con toda su fuerza aquel principio catequético: la comunidad cristiana es origen, lugar de referencia y meta del grupo.

La opción comunitaria en la catequesis supone que la comunidad sea hoy condición, sujeto, objetivo y meta del proceso catequético. La catequesis comunitaria exige una transformación cualitativa que haga del grupo un camino de auténtica búsqueda común de la fe, lo que produce que, en cierto sentido, «la catequesis se convierta en auto-catequesis, en cuanto que el grupo es protagonista y mediador en el proceso de profundización de la fe» (Alberich). Este talante comunitario supone que la relación interpersonal, la salud y autenticidad del grupo, una metodología de corte comunitario —participación y responsabilidad, un cierto grado de creatividad, experiencia grupal de fe—, hagan del grupo lugar básico de transmisión y educación de la vida cristiana. El grupo, en resumen, es ámbito privilegiado para que la fe incipiente se haga adulta, y el catequizando se convierta en miembro activo y responsable de la comunidad cristiana.

3. LUGAR PRIVILEGIADO DE EDUCACIÓN EN LA FE. El grupo es lugar de crecimiento en la fe; y esto no sólo por razones pedagógicas, sino, sobre todo, por exigencia de la misma fe. Nuestra época se caracteriza por la importancia de las relaciones interpersonales; la actual pedagogía hace del encuentro, el intercambio y la interrelación expresiones privilegiadas del proceso pedagógico. La educación en grupo es una exigencia antropológica por la necesidad actual de diálogo, de participación y de escucha no-pasiva.

En el grupo se desarrollan aspectos claves para una buena pedagogía, tal como la comunicación, la libertad, la creatividad, el clima de diálogo. La comunicación crea un clima favorable para aprender a escuchar, a mirar, a sentir, a expresarse; la libertad, como componente básico y estructurador de la personalidad, es experimentada en el grupo, el cual se convierte en escuela de libertad y de liberación cristiana; la creatividad fomenta la capacidad de observación y favorece la capacidad creativa de los otros con la propia; también estimula la imaginación, el sentimiento y la emoción; el clima de diálogo, verdad y sinceridad acerca a los otros y permite el anuncio y recepción del mensaje cristiano. Más allá de las técnicas, la animación de grupos es fomento de relación interpersonal; no se queda en ellas, pero las necesita, favoreciendo la comunicación en la fe, detectando intereses profundos, favoreciendo la cercanía y la comunicación.

Pero, sobre todo, la necesidad del grupo en la catequesis nace de la peculiaridad de la pedagogía divina. La necesidad del grupo nace, sobre todo de la misma exigencia de la pedagogía de Dios, que no nos salva aisladamente, sino en un pueblo (cf LG 9). El talante catecumenal de la catequesis y su dimensión comunitaria convierten al grupo en cauce adecuado de iniciación y expresión de la fe. Las razones de la importancia del grupo en la catequesis hacen referencia directa a la educación de la fe. En el grupo se transmite y recibe el mensaje cristiano, se crea la experiencia en común de la fe, esta se comparte y expresa con lenguaje propio, se comunica a lo otros devolviendo lo recibido con palabras propias. La integración personal —ser acogido, aceptado y reconocido, personalmente llamado e integrado-- se vive en el grupo de catequesis como expresión adecuada de la acción insondable de Dios —plural en las personas y en los caminos— y como cauce humano del desarrollo del amor fraterno. La catequesis actual ha de crear ámbitos comunitarios de talla humana para educar al destinatario de la catequesis en una fe personalizada.

Frente a las ventajas del grupo como escuela de iniciación cristiane no se deben olvidar sus posibles riesgos. Existe el peligro de ahogar el pluralismo legítimo de cada individua en el uniformismo grupal; cuando la fuerzas de cohesión son muy fuertes el grupo se puede cerrar a experiencias eclesiales más amplias o evadirse del mundo y sus problemas; la vida afectiva del grupo puede convertirse en norma de fe; la creatividad a veces se entiende sólo en clave subjetiva; está latente el reduccionismo de la catequesis a una dinámica de grupo; la figura del catequista se puede quedar en un mero animador. Sin embargo, la catequesis en grupo trae consigo consecuencias enriquecedoras y prácticas. Se pueden enumerar entre las más importantes la participación de muchos catequistas en el ámbito de las comunidades cristianas, un talante y una pedagogía activa, el crecimiento de vínculos de comunión entre los grupos y la comunidad, el grupo catequético como cauce de renovación eclesial.

Todo esto no debe hacer olvidar otras formas de catequesis más numerosas, como la predicación, charlas, preparación de los sacramentos, medios de comunicación social (cf CT 45). Hay que afirmar, por último, que la comunidad cristiana no sólo aporta al grupo de catequizandos, sino que sale enormemente enriquecida, porque «la catequesis no sólo conduce a la madurez de fe a los catequizandos, sino a la madurez de la misma comunidad» (DGC 221).

4. EL CATEQUISTA EN EL GRUPO DE CATEQUIZANDOS. La renovación de la catequesis también origina una mayor profundización de la figura del catequista. Por su papel de testigo cualificado de la fe «ejerce como cometido primario y específico el de ser, en nombre de la Iglesia, testigo del evangelio, capaz de comunicar a los demás los frutos de su fe madura» (DGC 159), lo que le impele a presentar íntegra y auténticamente el mensaje cristiano, de modo que el grupo lo pueda expresar en su lenguaje y cultura propios. La pertenencia y participación del catequista en la vida comunitaria es cauce de vinculación eclesial para los destinatarios de la catequesis. Su carácter de educador y maestro de la fe se ve enriquecido con su papel de promotor de relación y diálogo; así el catequista «participa en la vida del grupo y advierte y valora su dinámica» (ib), para que la catequesis sea comunicación auténtica y significativa de la fe cristiana. Las exigencias de una personalidad relacional —frente a liderazgos y personalidades fuertes— le sitúan como animador dentro del grupo, «capaz de alentar con inteligencia la búsqueda común» (ib). La animación del grupo exige del catequista «saber utilizar con discernimiento las técnicas de animación grupal que ofrece la psicología» (DGC 245). El catequista, en fin, debe estar capacitado «en el arte de conducir a un grupo hacia la madurez» (DGC 244).


III. Grupo de catequistas

Así como la formación alcanza las dimensiones del ser, el saber y el saber hacer de los catequistas (cf DGC 238), del mismo modo su identidad se configura en su quehacer —tareas—y en su ser —vocación—. Por eso, el grupo de catequistas, antes que taller para preparar la catequesis, es escuela de vida cristiana y cauce concreto de formación. El sentido del grupo, por tanto, ha de entenderse desde la identidad, tarea y formación de los catequistas. A partir de aquí se desarrollan la importancia y objetivos del grupo, sus tareas, y el papel del animador en el grupo. Junto al nuevo Directorio, la fuente inspiradora de lo que sigue es el documento El catequista y su formación.

1. IMPORTANCIA Y OBJETIVOS. La vocación del catequista tiene una profunda dimensión eclesial, por ser transmisor de un mensaje recibido —tradición viva— en y desde la comunidad eclesial. Por eso la vida del catequista ha de configurarse, no por libre, sino en el terreno firme de la comunidad cristiana, para que una experiencia comunitaria auténtica genere una acción catequística eficaz. Por ello, la transmisión de la fe de la Iglesia y la pertenencia eclesial del catequista configuran el grupo de catequistas y subrayan su importancia.

a) El grupo tiene como objetivo básico preparar a los catequistas para que sean auténticos pedagogos en la educación de la fe o, también, para ayudarles a desempeñar mejor su tarea. Ahora bien, este cometido no puede darse si el catequista no crece como persona y como creyente, porque su hacer de catequista nace de su ser de cristiano. En el grupo, el catequista profundiza en la llamada de Dios a la evangelización en el campo de la catequesis, a la vez que enraiza la tarea catequética en su experiencia creyente vivida comunitariamente y concretada en el grupo. A su vez, el grupo de catequistas –mediación privilegiada del ministerio de la Palabra en la comunidad cristiana— puede ser grupo referencial que anima a los demás miembros y grupos en el crecimiento de la comunión y de la misión de la Iglesia.

b) El objetivo genérico del grupo se diversifica en varios objetivos específicos que se pueden concretar en ayudar al crecimiento humano y cristiano del catequista, situarlo en su acción catequética dentro de la evangelización, ser cauce de pertenencia eclesial, capacitarle en su tarea de educador de la fe. El grupo debe ayudarles a descubrir y profundizar en su vocación de catequistas dentro de la evangelización, sabiendo que, en la llamada del Señor a todos los cristianos a la acción evangelizadora, ellos ocupan un lugar privilegiado –la maduración de la fe incipiente y su permanente profundización– en todo el proceso evangelizador. El grupo de catequistas actualiza el grupo de los primeros discípulos en torno al Señor, a quien los catequistas siguen e imitan participando de la misión de Cristo Maestro. Así, en el grupo, el catequista profundiza en su papel de maestro, educador y testigo.

El grupo es lugar privilegiado donde el catequista no sólo se prepara para dar catequesis, sino donde encuentra cauces de crecimiento en su madurez humana y cristiana. Allí descubre que la comunidad cristiana –además de por su capacitación y tareas— se interesa por él mismo. El crecimiento equilibrado y abierto, el clima de diálogo, la atención a sus interrogantes, la búsqueda común, la comunicación de experiencias, el clima de oración, la lectura creyente de la realidad, la llamada a la conversión, son frecuentemente características que muchos grupos de catequistas viven con intensidad. Todas estas realidades son decisivas para la acción catequética, que es testimonio de vida cristiana antes que tarea o enseñanza. Es en y a través del grupo donde «la formación le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol» (DGC 238; cf IC 44).

La pertenencia a la comunidad eclesial normalmente se verifica con la inserción en una comunidad cristiana concreta, en la que se expresa, celebra y vive comunitariamente la fe. Es en la comunidad inmediata —parroquia, movimiento, comunidad eclesial de base...— donde el catequista vive y realiza la tarea de la educación en la fe de la Iglesia. El grupo de catequistas es frecuentemente lugar donde se alimenta la conciencia de pertenencia eclesial, constituyéndose así como grupo generador de vida eclesial, no sólo para los mismos catequistas, sino para toda la comunidad. En el grupo, los catequistas, preparando la catequesis, comparten experiencias de fe y crecen en el amor fraterno. El grupo, sin embargo, no agota la vida comunitaria del catequista, pues, como miembro activo de la comunidad, participa en sus distintos ámbitos, y muchas veces tiene un grupo de referencia distinto al de catequistas.

La preparación y revisión de la catequesis es cometido normal de los grupos de catequistas, y es también su modalidad formativa más frecuente y básica. Por eso, el grupo suele ser el primer cauce de su formación, y la capacitación como buen catequista es objetivo inmediato del grupo, pues al preparar la catequesis, el grupo se convierte en la primera escuela de catequistas, pudiendo decirse que esta formación primera y básica nace de la acción inmediata —formación por la acción—. La capacidad educativa y el saber hacer la catequesis se pueden adquirir mejor si se imparten al mismo tiempo que se realizan, durante las reuniones en que los catequistas preparan las sesiones de catequesis (cf DGC 245; DCG 113). Ahora bien, hay que entender el sentido propio de la preparación de la catequesis: antes que conocer unos contenidos y saber aplicarlos con una buena metodología, la catequesis es fruto de una experiencia cristiana seria y adulta; por eso la mejor preparación inmediata del acto catequético es «vivenciar con el grupo de catequistas los temas que después se van a compartir con los destinatarios de la catequesis» (CF 139). Todo esto no obsta —más bien exige— a que el catequista reciba una preparación teológica y pedagógica adecuada, con los conocimientos y técnicas necesarios. Además, el clima comunitario y de diálogo hace referencia directa a la pedagogía de la formación misma y sus características, porque existe una coherencia intrínseca entre la pedagogía global de la formación de los catequistas y la propia del proceso catequético (cf DGC 237-243; CF 121-125).

2. TAREAS. Al hablar de tareas del grupo de catequistas se hace referencia a la concreción de objetivos genéricos y específicos. Entre las tareas del grupo se pueden señalan la programación y evaluación de la catequesis, su preparación inmediata, sobre todo, desarrollando los distintos momentos del acto catequético, la reflexión sobre su vocación y misión dentro de la evangelización de la Iglesia, la incidencia y relación del grupo de catequistas con los demás miembros de la comunidad cristiana y la búsqueda de otros cauces de formación.

a) En cuanto a la programación, el grupo de catequistas debe sentirse protagonista en la elaboración de un plan de catequesis: hay que educar la mirada de los catequistas, pues una buena programación debe partir de un conocimiento adecuado de la realidad —sociocultural, pastoral y de los destinatarios—, en la que deben entrar armónicamente los datos psicosociales y los criterios evangélicos, para hacer una lectura cristiana de la realidad, capaz de descubrir al Señor presente en los signos de los tiempos; se debe capacitar a los catequistas para que puedan formular grupalmente unos objetivos, y sólo después elegir los métodos, medios y actividades más oportunos.

b) La catequesis necesita, junto a una buena planificación, la subsiguiente evaluación, a través de la cual los catequistas aprenden a revisar —críticamente, en diálogo, desde la fe— la acción catequética, sabiendo hacer un juicio pastoral de los pasos dados con los destinatarios de la catequesis y respetando, a la vez, el orden de la gracia que sólo ve el Espíritu.

c) En la preparación inmediata de la catequesis, el grupo de catequistas debe recorrer de modo pedagógico —también vivencial— los momentos del acto catequético: en el grupo se debe facilitar la comunicación de experiencias humanas, también su evocación y profundización, creando un ambiente de diálogo y facilitando los recursos pedagógicos necesarios; el mensaje cristiano —Escritura, tradición eclesial, vida cristiana— ha de ser recibido en el grupo en toda su autenticidad, con toda su riqueza e integridad, y de modo significativo, para que pueda iluminar, juzgar y transformar las experiencias humanas de los destinatarios; los catequistas en el grupo deben ser capaces de expresar y condensar las experiencias de fe en sus diversas objetivaciones o expresiones, es decir, confesar —inculturándola— la fe de la Iglesia, celebrar la fe y orar en su lenguaje propio, y concretar en compromisos la transformación de vida. Ambiente comunitario, experiencias cristianas compartidas, conocimientos y recursos pedagógicos y prácticos del grupo, son la mejor preparación inmediata de la catequesis y también la mejor escuela básica de catequistas.

d) Es tarea del grupo ayudar a profundizar en la vocación y misión de los catequistas. A través de la acción de la catequesis y de la reflexión y profundización en el grupo, muchos catequistas han descubierto su tarea no como simple colaboración con el sacerdote o la parroquia, sino como auténtica vocación del Señor a la misión evangelizadora de la Iglesia en la catequesis.

e) Además, el grupo de catequistas enriquece de distintas formas a la comunidad cristiana inmediata. Su testimonio de fe y de vida fraterna, el clima de diálogo y apertura son, muchas veces, referente de comunión y fomento de experiencia comunitaria para los demás miembros de la comunidad. Frente al peligro actual de la desafección eclesial, la catequesis ocupa un papel clave en la recuperación de la empatía y afecto eclesial y en la iniciación a la pertenencia a la Iglesia real (cf CC 138). La comunidad cristiana inmediata también se ve enriquecida cuando el grupo de catequistas se convierte, en cierta forma, en conciencia educativa de la comunidad, constituyendo una instancia permanente de llamada, provocación, estímulo y promoción, y animando a toda la comunidad en la corresponsabilidad educativa que le es propia. El grupo de catequistas, inserto en las diversas formas de educación en la fe, y interrelacionado con las distintas funciones eclesiales —liturgia, comunión, servicio caritativo— posibilita que la comunidad cristiana sea auténticamente evangelizadora. La relación de los catequistas con catequistas de otras comunidades, y la búsqueda de cauces formativos supraparroquiales, posibilitan a la comunidad concreta la apertura a otras comunidades, la potenciación de la pastoral de conjunto y la comunión eclesial.

3. EL ANIMADOR DEL GRUPO DE CATEQUISTAS. En estos últimos años los grupos de catequistas se han visto enriquecidos con la figura del animador. Se ha establecido un creativo diálogo entre el rol de la animación cultural y la imagen del catequista cualificado que ayuda, suscita, inicia, fomenta, mueve, coordina la catequesis y ayuda a los otros catequistas en esta tarea. La animación puede enriquecer al catequista que debe «alentar con inteligencia la búsqueda común» (DGC 159). En este contexto, destaca la figura del sacerdote en relación con la catequesis, los catequistas y sus grupos.

El Vaticano II ha situado a los sacerdotes, en cuanto ministros configuradores de la comunidad, como padres y maestros (PO 9), y educadores en la fe (PO 6). Además, el presbítero «tiene la responsabilidad de organizar, animar, coordinar y dirigir la acción catequética de su comunidad respectiva, en nombre del obispo» (CF 41). Entre sus tareas específicas se encuentran la animación de toda la comunidad en su responsabilidad hacia la catequesis, la orientación de fondo de esta y su adecuada programación, el fomento y discernimiento de la vocación a la tarea catequética, la integración de la catequesis dentro del proceso evangelizador y su vinculación con las otras tareas eclesiales, siendo el sacerdote garante de la comunión con la Iglesia local (cf DGC 225; CF 42). En referencia directa al sacerdote en el grupo de catequistas, «entre sus funciones principales e imprescindibles está la de animar al grupo de catequistas, de modo que forme una verdadera comunidad de discípulos del Señor, que sirva de punto de referencia para los catequizandos» (DGC 225). La catequesis en una comunidad depende, en gran medida, de la presencia y atención del sacerdote, cuyo servicio específico ha de ser reconocido.

Sin embargo, también puede fracasar la acción catequética si el sacerdote no reconoce el servicio de los laicos y de los religiosos o se inhibe frente a ellos. Hoy muchas comunidades se ven enriquecidas no sólo con la solicitud de los sacerdotes por la catequesis, sino también con la animación de los grupos de catequistas por laicos/as y religiosos/as.

Las funciones del animador pueden orientarse hacia los objetivos del grupo —ayudar a formularlos, tenerlos claros, mantenerlos vivos— y sus tareas —encaminadas a conseguir los objetivos y el desarrollo armónico de todas ellas—, hacia la metodología —ritmo progresivo y ordenado del grupo, realismo y flexibilidad— y hacia la participación —protagonismo y diálogo de todos, escucha mutua, respeto a las individualidades, toma común de decisiones—.

Sobre el talante del animador del grupo de catequistas hay que subrayar que debe ser auténtico servidor del grupo, capaz de acompañarlo y de crear auténtico clima grupal; para ello ha de ser una persona abierta, sociable, colaboradora, no protagonista, democrática, sensible, creativa, superadora de conflictos, flexible, abierta, crítica. Por último, el perfil del animador lo configura como una persona madura —dialogante, equilibrada, respetuosa, con capacidad de escucha—, como testigo —discípulo del Señor, inserto en la comunidad, poseedor de una síntesis de fe personalizada— y, sobre todo, como educador de la fe y buen catequista. El Directorio general para la catequesis reconoce la figura del animador responsable de la acción catequética (cf DGC 233).

BIBL.: ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 183-202; COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Con vosotros está. Catecismo para preadolescentes. Manual del educador 2. Orientaciones fundamentales para la catequesis de los adolescentes III, Secretariado nacional de catequesis, Madrid 1977, 375-384; DELEGACIÓN DIOCESANA DE CATEQUESIS DE MADRID, El grupo de catequistas y su animador (pro-manuscriptum); GABASSI P., Grupo, en DEMARCHI F.-ELLENA A. (dirs.), Diccionario de sociología, San Pablo, Madrid 1986, 798-804; GATTI G., El grupo de catequistas, Sal Terrae, Santander 1985; El catequista y su formación, Sal Terrae, Santander 1989; HUNGS F. J., Comunidad y catequesis. Teoría y praxis para la formación de catequistas, Sal Terrae, Santander 1982; MIDALI M.-TONELLI R. (eds.), Dizionario di pastorale giovanile, Ldc, Leumann-Turín 1989, especialmente POLO M., Animazione, 54-64 y TONELLI R., Gruppo y Gruppo ecclesiale, 415-422; POLO M., L'Animazione culturale dei giovani, Ldc, Leumann-Turín 1987; TONELLI R., Gruppi giovanili ed esperienza di Chiesa, LAS, Roma 1983.

Lucas Berrocal de la Cal