ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
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SUMARIO: I. La necesidad de espiritualidad: 1. Demanda de espiritualidad; 2. Necesidad de una respuesta; 3. Identidad y espiritualidad. II. La identificación de la espiritualidad cristiana: 1. La identidad cristiana y su espiritualidad; 2. La «vida en Cristo» en la identidad cristiana y su espiritualidad; 3. La «vida en la Iglesia» en la identidad cristiana y su espiritualidad; 4. El compromiso por el hermano; 5. La espiritualidad en el dinamismo creciente de la vida cristiana.


I. La necesidad de espiritualidad

El punto de partida es la necesidad de espiritualidad que se descubre, de una forma o de otra, siempre que nos detenemos para observar al hombre en su profunda realidad. La duda de si es necesaria la espiritualidad y hasta de si hay cabida para ella en nuestro contexto, por un lado, incapacitaría al cristiano para ver las manifestaciones de espiritualidad que se dan en su entorno y, más aún, para motivarla, y, por otro, le paralizaría en su propia respuesta religioso-espiritual. ¿Cómo planteará la espiritualidad a los demás si no la valora? ¿Cómo podrá vivirla personalmente —con las exigencias que implica— si duda de ella? Sólo serán posibles el cultivo espiritual en uno mismo y la oferta de espiritualidad a los demás cuando se la valore. Por esta doble razón, personal y pastoral, ponemos como punto de partida la necesidad de espiritualidad. ¿Existe esta necesidad? ¿De qué necesidad se trata? ¿Dónde aparece?

1. DEMANDA DE ESPIRITUALIDAD. No cabe duda de que la búsqueda de espiritualidad que, de formas distintas y en contextos culturales muy diversos no sólo no sufre una regresión, sino que va en aumento, tiene algo que decirnos. Abrimos esta panorámica: 1) los nuevos movimientos eclesiales, que surgen con un fuerte acento de espiritualidad; 2) la teología de la liberación, que está prestando atención a la espiritualidad de forma cuidada e insistente; 3) el influjo espiritual del Oriente que, dentro de una variedad grande de formas, está incidiendo con claridad en Occidente; 4) el fenómeno de los nuevos movimientos religiosos que, hasta en sus formas más extrañas, se proponen responder a una demanda de espiritualidad; 5) el aumento de publicaciones, como nos lo demuestran las múltiples colecciones de espiritualidad que abren las editoriales católicas; 6) las iniciativas de búsqueda y de cultivo de espiritualidad, que se multiplican en nuestros círculos cercanos de vida cristiana; 7) la actualidad del tema, como lo indica la aceptación que en estos momentos tienen los planteamientos de espiritualidad1. Podemos asegurar que, aun teniendo muy presentes los reparos que se formulan sobre la espiritualidad, su búsqueda es actualmente más llamativa.

2. NECESIDAD DE UNA RESPUESTA. Llamamos la atención de la respuesta u orientación que se da actualmente a la demanda de espiritualidad. Como la necesidad de ella es un hecho muy real y patente a todos, se sale al paso con rapidez y con fuerza, buscando iluminar y reconducir a la misma espiritualidad. De hecho están aflorando planteamientos muy diferenciados que ponen en evidencia los distintos objetivos particulares a los que se sirve2. No puede olvidarse que la espiritualidad, por estar muy lejos de ser algo inocuo y aséptico, tiene sobre sí la amenaza de ser instrumentalizada, y con ello se le hace un mal servicio. La espiritualidad se vive, y no es un medio al que se le pueda poner un para.

Al querer dar una respuesta a la necesidad de espiritualidad, se coincide en la búsqueda de lo esencial de la misma. La razón de esta propuesta descansa en la experiencia reciente de haber visto desaparecer todo planteamiento de espiritualidad, y es explicable que, al retomarla, se quiera el máximo de garantía y se vaya tras lo esencial, que se encuentra en la relación con la propia identidad. En esta misma línea de contar con lo esencial está el recurso que se hace actualmente del Espíritu para definirla; y así, frecuentemente, se presenta la espiritualidad como sinónimo de vivir bajo la acción del Espíritu.

Pero en el intento de llegar a una mayor concreción de lo que es la espiritualidad se ha visto con muy buenos ojos la descripción de Hans Urs von Balthasar, que marcó una línea que se sigue actualmente: «La espiritualidad es la actitud básica, práctica o existencial, propia del hombre, y que es consecuencia y expresión de una visión religiosa —o, de un modo más general, ética— de la existencia»3. Sobre esta descripción subrayamos el dato de que no plantea la espiritualidad identificándola con medios, prácticas, o idearios espirituales, sino que la presenta como la expresión de la persona integrada desde el valor religioso.

Es un hecho que la respuesta que se ofrece actualmente a la demanda de espiritualidad se cifra en llegar a lo esencial de ella cogiendo a la persona entera.

3. IDENTIDAD Y ESPIRITUALIDAD. Se trata de dar un nuevo e importante paso. La relación entre la identidad y la espiritualidad debe precisarse. La espiritualidad no consiste en la integración de la persona desde un valor religioso que le sobreviene a la persona, a la propia identidad. En este caso, no sería constitutiva del hombre, sino que su razón de ser estaría en la elección del sujeto. Pero la realidad es otra: el valor religioso desde el que se integra la persona es el de la identidad de la persona humana. En este caso, la integración de la persona se hace desde el valor religioso que es constitutivo de la persona, y la espiritualidad sería constitutiva de la propia identidad. Es el planteamiento que nos viene dado desde distintas instancias: desde la fenomenología de la religión, de la que se deduce que la religión es «la dimensión de profundidad de todas las actividades humanas»4; desde la psicología, según la aportación de Frankl: «Que nosotros más tarde hayamos alcanzado a ver y conocer en el ámbito del inconsciente algo más que meros instintos; que, por encima de todo lo instintivo inconsciente, hayamos podido comprobar algo así como un inconsciente espiritual de una espiritualidad inconsciente y hasta de una fe inconsciente, todo eso pertenece a otra página»5; y desde la misma filosofía, como nos lo presenta Zubiri: «Dios no es algo de que el hombre puede o no ocuparse como de tantas otras cosas en la vida, sino que velis nolis es algo a que estamos físicamente lanzados, no por ocurrencia sino constitutivamente»6.

También conviene recordar que cuando hablamos de la identidad humana no nos referimos sólo al ser de la persona en sí, sino que la situamos en el contexto socio-cultural concreto y dentro de su momento bio-psíquico personal. Esta sería la identidad completa, con la que la espiritualidad debe contar. Subrayamos esta visión de la identidad, porque la auténtica espiritualidad no puede olvidar ni marginar ninguno de estos aspectos.

De todo ello se derivan unas conclusiones que conviene tener muy en cuenta: a) La espiritualidad, porque entra dentro de la identidad, es connatural al hombre. Es necesario llegar a comprender que ser espiritual es propio de quien ha asumido todo su ser de persona. Puede decirse que quien no vive la espiritualidad no ha asumido plenamente su ser de persona. b) La espiritualidad y la antropología no van por separado, son una misma realidad. No puede plantearse la primera al margen de la segunda. Existe una clave que explica tanto la necesidad que hay de espiritualidad como su valoración actual: su raíz antropológica.


II. La identificación de la espiritualidad cristiana

No es suficiente abrirse a la espiritualidad en general; se necesita avanzar hacia la espiritualidad cristiana, que es un paso cualificado. Como el cristianismo tiene su especificidad, también la tiene su espiritualidad. Se impone por sí mismo que el cristiano consciente viva de forma definida su propia espiritualidad.

1. LA IDENTIDAD CRISTIANA Y SU ESPIRITUALIDAD. En continuidad con el planteamiento más arriba expuesto, según el cual la espiritualidad es expresión de la persona integrada desde el valor religioso, se entiende la comprensión de la espiritualidad cristiana como la integración de toda la persona desde la vida teologal, como nos lo presenta A. M. Besnard: «La espiritualidad, en el fondo, no es más que la estructuración de una persona adulta en la fe, según su propia inteligencia, su vocación y sus carismas por un lado, y las leyes del universal misterio cristiano por otro»7.

La espiritualidad cristiana, entendida como la estructuración de toda la persona desde la vida teologal, no es cualquier cosa, entraña una serie de importantes implicaciones:

a) La espiritualidad en este caso se entiende, no como algo que se sobreañade o como algo accidental a la persona, sino en referencia a la estructura de toda la persona. Nada de la persona –actitudes, comportamientos, relaciones– queda fuera de la espiritualidad.

b) Esta estructuración se hace desde la vida teologal. Todo en la persona debe estar en coherencia con su realidad teologal de ser hijo y hermano en Cristo. Salta a la vista que la espiritualidad hace referencia a la misma identidad del cristiano.

c) Según esto, es la misma identidad de cristiano la que incluye espiritualidad, y no puede considerarse a esta como un sobreañadido o como un ropaje adicional a lo que es ser cristiano. La espiritualidad es de la identidad de la persona cristiana.

d) No puede verse a la espiritualidad como un dato previo desde el que se fija la identidad cristiana, sino al revés. Lo decimos porque existe el peligro de fijar la concepción de ser cristiano desde una espiritualidad entendida y vivida como un valor en sí misma.

e) No se puede decir que atiendo a un cristiano si no atiendo a su espiritualidad, porque su identidad incluye espiritualidad.

Después de este somero recorrido sobre las implicaciones de una espiritualidad que parte de la identidad cristiana, surge la pregunta de cuáles son los elementos básicos y radicales de la identidad cristiana, que deben tenerse en cuenta para su espiritualidad.

2. LA «VIDA EN CRISTO» EN LA IDENTIDAD CRISTIANA Y SU ESPIRITUALIDAD. Conviene subrayar que la vida en Cristo es el elemento más básico y radical de la identidad cristiana. Pero como es verdad que dicha expresión da pie a muchas interpretaciones, no siempre correctas, es necesario ahondar en su significado.

Cuando hablamos de vivir en Cristo nos referimos a la novedad de vida que supone ser en Cristo, expresión muy utilizada por san Pablo (1Cor 1,30; Rom 8,1; 2Cor 5,17; Gál 3,28). Ser cristiano es ser en Cristo, vivir en Cristo, que es la participación de la pascua del Señor: «El que está en Cristo es una criatura nueva» (2Cor 5,17). Y su significado va mucho más allá del intento de una identificación moral con Cristo desde uno mismo, aun teniendo a Cristo como paradigma de la vida; se trata de una vinculación con Cristo constitutiva para el cristiano (Jn 15,1).

El punto de partida de esa relación no está en nuestra iniciativa, sino en la autodonación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos lleva a participar del ser de Dios (divinización), como nos lo indica el hecho de ser hijos en el Hijo (filiación). La condición de desformes nos es dada en la filiación. Este es el contenido de ser en Cristo: divinización y filiación. La nueva condición del ser en Cristo es participar del ser mismo de Cristo como Hijo encarnado del Padre. Este nuevo ser divino «introduce al hombre en el misterio personal de la vida trinitaria y le pone en relación personal con el Padre de Cristo y con el Espíritu de Cristo»8. Se es en Cristo, y en Cristo se vive su vida, que es trinitaria.

Si queremos ver el sentido que tiene el ser en Cristo, ser criatura nueva en Cristo, en la relacionalidad de la persona cristiana lo encontramos fácilmente: en Cristo participamos de su relación de filiación: somos hijos en el Hijo, entrañados en el Padre (cf Rom 8,29; Gál 3,26; 4,6-7; Un 3,1); participamos de su relación de fraternidad: en Jesús somos hermanos de todos, entrañados en la solidaridad de todos los hombres (cf Rom 8,29; Col 1,18; Un 3,11.24), y participamos de su relación de señorío sobre el mundo (Mt 12,8; 15,1-20). Estamos ante la nueva relacionalidad del cristiano como criatura nueva en Cristo.

Las conclusiones que se derivan para la espiritualidad, tomando en cuenta este dato básico de la identidad cristiana, son variadas e importantes: 1) Una toma de conciencia de que esta participación del ser y del vivir del Hijo es el núcleo fundamental e irrenunciable en el ser del cristiano: «Estar en Jesús y participar de la vida que él tiene y es recibida a su vez del Padre, es el centro y el fundamento de la existencia del creyente, y la máxima plenitud a la que el hombre puede aspirar»9. 2) Esta profunda realidad del ser cristiano podrá olvidarse, pero es imposible marginarla: seguirá ocupando el lugar central en la vida cristiana. 3) No puede afirmarse que es un planteamiento de elites, sino todo lo contrario: es lo radical de toda vida cristiana y, consecuentemente, es propio de toda espiritualidad cristiana, que luego se vivirá de forma laical, religiosa o sacerdotal. 4) Al tratarse de un valor tan radical, deberá hacerse presente a lo largo de todo el proceso de la vida cristiana, también en su comienzo. 5) Queda al descubierto que la espiritualidad cristiana no tiene como punto de partida nuestras actitudes y nuestros comportamientos, sino el ser en Cristo. Las actitudes y los comportamientos serán consecuencia de lo que somos.

3. LA «VIDA EN LA IGLESIA» EN LA IDENTIDAD CRISTIANA Y SU ESPIRITUALIDAD. En el momento actual es necesario salir al paso del impacto que puede suponer la inclusión en la identidad cristiana y en su espiritualidad de la referencia a la Iglesia –siempre está el peligro de intentar una espiritualidad cristiana sin contar con la Iglesia–, y se impone hacerlo en la verdad, que no es otra que la del «ser en la Iglesia» del cristiano. Hay necesidad de plantear abiertamente la eclesialidad de la espiritualidad cristiana, sabiendo que no basta cualquier referencia a la Iglesia. El objetivo es muy concreto: se trata de tener una visión exacta del cristiano en la Iglesia y de su implicación en la espiritualidad10. Para ello se necesita una doble respuesta.

a) Se trata, en primer lugar, de asumir lo que le supone al ser del cristiano su relación con la Iglesia, vivir en la Iglesia, ser Iglesia; se trata de tener en cuenta la naturaleza de la relación que existe entre el ser cristiano y su pertenencia a la Iglesia. Para este objetivo tenemos la visión: 1) de la Iglesia misterio: «La Iglesia es misterio, obra divina, fruto del Espíritu de Cristo, signo eficaz de la gracia, presencia de la Trinidad en la comunidad cristiana»11; 2) de la Iglesia comunión: «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1); y 3) de la Iglesia misión: «La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre» (AG 2). Esta es la Iglesia; Iglesia misterio que, brotando del misterio de la Trinidad, tanto en el interior de sí misma como en su actividad evangelizadora, es simultáneamente misterio de comunión y misterio de misión12. Y este es el cristiano, que lo que es, lo es en la Iglesia. De su identidad es ser en la Iglesia.

b) En segundo lugar, conviene subrayar que no es suficiente contemplar al cristiano en la Iglesia como miembro en comunión compartiendo la misión, sino que se necesita verlo acogiendo la mediación que la Iglesia le ofrece y de la que está necesitado. No puede olvidarse que la Iglesia es, a la vez, obra de Cristo e instrumento de Cristo para obrar la salvación. Debe estar muy presente que la Iglesia es sacramento universal de salvación (LG 48). La mediación de la Iglesia debe ser asumida en la vida y, consecuentemente, en la espiritualidad del cristiano.

La conclusión a la que se llega resulta evidente. La relación del cristiano con la Iglesia es mucho más que la que puede suponerle una colaboración generosa con ella; se trata de la relación con la Iglesia, que es constitutiva del ser cristiano y, consecuentemente, de su espiritualidad. La espiritualidad cristiana se entiende y se vive en la Iglesia.

4. EL COMPROMISO POR EL HERMANO. El camino hacia los otros se considera esencial en toda espiritualidad, junto con el camino hacia el interior y el camino a lo trascendente. Esta dimensión del camino hacia los otros debe ser contemplada necesariamente en toda espiritualidad. El hombre en cuanto espíritu, está abierto a lo universal y comprometido con ello, trascendiendo las propias fronteras; está impulsado hacia los otros y a la actuación en el mundo13. Por tanto, esta dimensión tampoco puede faltar en la espiritualidad cristiana. Pero no se trata simplemente de incluirlo como una agregación que se debe conceder por exigencias del momento, 'sino que necesariamente entra en ella, porque es de la identidad del ser cristiano. Su entronque en la identidad cristiana puede contemplarse desde esta doble perspectiva.

a) El punto de partida es la referencia a Jesús, que vivió la autodonación incondicional al Padre desde su filiación divina y la entrega a favor de todos los hombres. En esta misma clave debe situarse al cristiano que, al ser y vivir en Cristo, participa en la comunión de vida y de amor de Cristo14. En la condición de hijo en el Hijo es donde debe entenderse el amor cristiano. La caridad en nosotros es amor de hijos y hermanos en Jesús; no tiene otro planteamiento. Y la entrega del cristiano por el hermano le es connatural a su ser y vivir en Cristo.

b) El vivir en Cristo, propio de la identidad cristiana, incluye un segundo aspecto, muy importante para el cristiano, que es vivir en misión. Suele presentarse la misión del cristiano en relación con la Iglesia, que es, por su propia naturaleza, misionera; pero no debe olvidarse que la razón fundamental de la misión es el ser y vivir en Cristo, en la Iglesia. Quien es y vive en Cristo, vive la relación de hijo y de hermano en el Hijo, con todo lo que implica, también en su misión, de forma participada: «Como el Padre me envió a mí, así también os envío yo a vosotros» (Jn 20,21). Por eso, el cristiano constitutivamente es y vive en misión, y su espiritualidad consiste en vivir el misterio de Cristo enviado15.

Este planteamiento lleva a unas conclusiones muy concretas: 1) Resulta totalmente necesaria la toma de conciencia de que el compromiso por los hermanos es de la identidad cristiana y que no puede considerarse como supererogatorio en la espiritualidad cristiana. 2) La fundamentación presentada es la propia de la espiritualidad cristiana, y, consecuentemente, el compromiso por el hermano deberá estar presente tanto en la espiritualidad laical, como en la religiosa y en la sacerdotal. 3) Resulta obvia en la vida cristiana la interrelación entre la gratuidad y el compromiso: la gratuidad de la filiación conlleva el compromiso fraterno, y el compromiso por el hermano descansa en la gratuidad de la filiación.

5. LA ESPIRITUALIDAD EN EL DINAMISMO CRECIENTE DE LA VIDA CRISTIANA. Si se quiere abarcar el proceso de la vida espiritual en toda su complejidad, se necesita un estudio completo del tema desde todas sus perspectivas: desde la teología, la sociología y la psicología. Nos limitamos a plantear el hecho mismo del crecimiento de la vida cristiana, para situar en él el dinamismo de la espiritualidad cristiana16. Nos centramos en estos tres puntos:

— En primer lugar, el crecimiento del cristiano radica en la misma identidad cristiana: el cristiano «está en Cristo» (2Cor 5,17), es «un hombre en Cristo» (2Cor 12,2) por la participación de la pascua y «vive en Cristo» (1Cor 1,9; Un 4,9; Rom 6,8; 2Tim 2,11). Pero esta grata realidad de ser criatura nueva en Cristo se vive en la experiencia del ya y todavía no, y se siente llamada a un más de vida filial, de vida fraterna y de entrega al hermano. Es la misma vida nueva la que impulsa, la que actúa desde dentro, porque lleva en su naturaleza la expansión hasta la consumación total en Dios, después de la muerte. La santidad que se vive en cada momento de la vida siempre estará en referencia con la plenitud a la que está constitutivamente orientada.

— En segundo lugar debe tenerse en cuenta que el crecimiento de la vida cristiana es integral. La profunda realidad de ser criatura nueva en Cristo debe configurar gradualmente toda la vida del cristiano; todo en la persona queda bajo su influjo. Y, consecuentemente, la santidad moral del creyente no puede entenderse como un mero perfeccionamiento ético de la persona, sin ninguna relación con lo que supone el estar en Cristo, ser en Cristo, propio de la participación de la pascua. Si lo radical del cristiano es ser en Cristo hijo y hermano, el comportamiento tiene que ser consecuente a su ser en Cristo, hasta llegar a la unidad de vida y de persona.

— Por último debe subrayarse que el Espíritu está muy presente en el crecimiento de la vida cristiana. Se puede asegurar que todas las dimensiones de la vida cristiana están acompañadas y dirigidas por el Espíritu. El Espíritu está presente en el crecimiento de la vida cristiana porque está en su origen (Jn 3,5); porque guía al cristiano (Rom 8,14; Gál 5,18); porque da el conocimiento profundo de Jesucristo (lCor 2,6-16; Jn 14,26; 16,12-15); porque nos da el amor de Dios (Rom 5,5); porque nos garantiza la libertad (Rom 8,2); porque su presencia es actuante en la vida del cristiano y la conocemos por sus frutos (Gál 5,22-25), y porque nos acompaña al final de nuestros días (Rom 8,11). La vida cristiana se vive en el Espíritu. Según esto, la presencia del Espíritu es llamada al dinamismo y garantía del crecimiento cristiano hasta su plenitud.

La consecuencia es obvia: la espiritualidad no puede entenderse de forma estática cuando el cristiano está llamado a la vida en Cristo en plenitud (LG 39-42). Dentro del crecimiento propio del ser cristiano debe situarse el dinamismo de la espiritualidad cristiana.

NOTAS: 1. Existe una amplísima bibliografía sobre el tema. Cf S. GAMARRA, Teología espiritual, BAC, Madrid 1994, 24-28. — 2 Cf L. DUCH, Tendencias espirituales actuales, Delta, Cuadernos de orientación familiar 115 (1987) 7-24; C. GARCÍA-J. CASTELLANO, Corrientes y movimientos actuales de espiritualidad, Madrid 1987, 143-152. — 3 H. U. VON BALTHASAR, El evangelio como criterio y norma de toda espiritualidad en la Iglesia, Concilium 9 (1965) 7-8. — 4. Cf J. MARTÍN VELASCO, La religión en el hombre, Communio 2 (1989) 325. — 5. V. E. FRANKL, Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia, Herder, Barcelona 19906, 41. — 6 X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Alianza, Madrid 19884, 327; — 7. A. M. BESNARD, Tendencias dominantes en la espiritualidad contemporánea, Concilium 9 (1965) 27. — 8. J. ALFARO, Cristología y antropología, Cristiandad, Madrid 1973, 101. — 9 L. F. LADARIA, Introducción a la antropología teológica, Verbo Divino, Estella 1993, 150. -10 Entre la abundante bibliografía cf A. ANTÓN, El misterio de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas eclesiológicas II, Católica, Madrid 1987; R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 19912; B. FORTE, La Iglesia, icono de la Trinidad. Breve eclesiología, Sígueme, Salamanca 1992; ChL; N. SILANES, Iglesia de la Trinidad, en X. PIKAZA-N. SILANES (dirs.), Diccionario teológico. El Dios cristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992, 664-676. — 11. PdV 59. — 12 Cf R. COFFY, L'Eglise, París 1984, 35. — 13 Cf H. U. VON BALTHASAR, a.c., 11-12. – 14 R. SCHNACKENBURG, El amor fraterno como confirmación de la comunión con Cristo y con Dios, en El mensaje moral del Nuevo Testamento II, Herder, Barcelona 1990, 202-213. — 15 RMi. —16 Cf A. QUERALT, Aspetti pneumatologici della spiritualitá II. Lo Spirito Santo nel Nuovo Testamento (ad uso degli studenti), Roma 1992.

BIBL.: ARZUBIALDE S. G., Theologia spiritualis. El camino espiritual del seguimiento a Jesús, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1989; BERNARD C. A., Teología espiritual. Hacia la plenitud de la vida en el Espíritu, Atenas, Madrid 1994; CAPDEVILA V. M., Liberación y divinización del hombre, 2 vols. Secretariado Trinitario, Salamanca 1984; DE FIOREs S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 19914; ESPEJA J., La espiritualidad cristiana, Verbo Divino, Estella 1992; GAMARRA S., Teología espiritual, BAC, Madrid 1994; GOFFI T.-SECONDIN B., Problemas y perspectivas de espiritualidad, Sígueme, Salamanca 1986; GOFFI T., La experiencia espiritual hoy, Sígueme, Salamanca 1987; GOZZELINO G., En la presencia de Dios. Elementos de teología de la vida espiritual, CCS, Madrid 1994; GUTIÉRREZ G., Beber en su propio pozo, Sígueme, Salamanca 1984; JAÉN J., Hacia una espiritualidad de la teología de la liberación, Sal Terrae, Santander 1987; Ruiz DE LA PEÑA J. L., El don de Dios. Antropología teológica especial, Sal Terrae, Santander 1991; Ruiz SALVADOR F., Caminos del Espíritu. Compendio de teología espiritual, Espiritualidad, Madrid 1974; WEISMAYER J., Vida cristiana en plenitud, PPC, Madrid 1990.

Saturnino Gamarra Mayor