EDUCACIÓN EN LA FE Y MINISTERIO DE LA PALABRA
NDC
 

SUMARIO: I. Educación en la fe: 1. Delimitar el sentido de educación; 2. Educación «de la fe». II. Ministerio de la Palabra: 1. El ministerio de la Palabra en la educación de la fe; 2. Funciones del ministerio de la Palabra.


I. Educación en la fe

1. DELIMITAR EL SENTIDO DE EDUCACIÓN. Muchos educadores cristianos y catequistas sienten hoy un desasosiego razonable y se preguntan: ¿qué está pasando en la educación de la fe? La pregunta es, ante todo, una pregunta práctica; una pregunta que nace de la práctica y que quiere ver resultados prácticos después de realizar acciones concretas. La pregunta nace de la comprobación de resultados programados como alcanzables y de la realidad mesurable. En muchos casos, la desconexión entre el posible previsto y los resultados reales son la fuente de interrogación para los educadores de la fe. Es decir, se formula esta pregunta práctica desde la constatación de datos de observación que no coinciden con lo que se esperaba ni con la intencionalidad de la acción de educación en la fe proyectada.

La comunidad cristiana coincide con muchos otros grupos humanos al emplear el término educación. La pregunta que aquí nos interesa, en primer lugar, es: ¿qué es lo que añaden, modifican o especifican los términos en la fe que acompañan la educación? En segundo lugar nos interesa ver cómo la educación en la fe se interrelaciona con el ministerio de la Palabra.

La educación, sin más términos añadidos, es una relación que se establece entre dos partes; a estas las llamaremos educando y educador. Pero estos términos son imperfectos. No se trata de decir que el educador actúa sobre el educando para que este llegue a una meta. El educando es también educador de su educador, actúa sobre el educador cuando este trata de educarlo. Cuando escuchamos relatos de evangelizadores, de misioneros, de catequistas que, movidos por el Espíritu, salieron a esparcir la semilla del evangelio, es frecuente la confesión de haber sido ellos evangelizados por aquellos a los que fueron a evangelizar. En la misma línea, muchos educadores afirman haber recibido no pocas influencias de los destinatarios a los que se dedicaron.

La educación tiende a que la totalidad de la persona llegue a ser la persona que está llamada a ser, a través de la relación o encuentro con otra (u otras) persona(s). En principio se supone que estas dos personas son dinámicas (pueden recibir y dar) y una de ellas posee un potencial de experiencia de vida y de saber asimilado capaz de provocar en la otra persona un proceso de construcción de aquello que tiene capacidad de llegar a ser. Parte integrante de este proceso es la influencia que ejercerá sobre su interlocutor.

Colaborar en la tarea de que el otro sea lo que puede ser implica, por parte del educador, una confianza en el otro, en las fuerzas que posee dentro de sí para alcanzar y desarrollar las potencialidades que hay en él; presupone, también, el deseo de que el otro sea él mismo, sin compararlo con nadie; finalmente, la acción educativa no será jamás horma que doblegue a la fuerza, sino acción que deje protagonismo a la persona para que se autorrealice.

La educación, vista así, es una relación de presencia que estimula a que el otro despliegue la riqueza de su propia realidad desde la relación, la confianza y la objetividad. La presencia de otro no economiza el protagonismo del educando, más bien estimula a tomar en serio y a activar lo que hay de posible en su ser.

2. EDUCACIÓN «DE LA FE». La expresión educación de la fe plantea a nuestra reflexión interrogantes por la misma naturaleza de aquello que decimos que es educable: la fe. Esto nos lleva a preguntarnos por la naturaleza de la fe misma.

«Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, ahora, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1,1-2). Dios se acerca al hombre. El hombre responde (cf IC 9). Esta respuesta del hombre al Dios que se revela en el Hijo es la fe. «Cuando Dios se revela, el hombre tiene que someterse con la fe. Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asistiendo libremente a lo que Dios revela» (DV 5). La naturaleza de la revelación misma, que sobrepasa al hombre, que adviene por pura gratuidad de Dios, es la que conforma la naturaleza de la respuesta, es decir, de la fe. Esta participa y parte de la naturaleza de la llamada, que es acción divina. Dicho de otro modo, es posible la respuesta de fe a una iniciativa totalmente libre de Dios, porque la llamada ya capacita la respuesta. La fe es impensable e inseparable del don de Dios, que se revela, y del acto de libertad del hombre, que responde. «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (DV 5).

En el acto de fe hay que destacar: el conocimiento de la realidad revelada (creer en Dios, que se revela en Cristo: fides quae creditur), obediencia confiada y encuentro personal con Dios (creer a Dios, fides qua creditur), aceptación de la salvación definitiva en la visión de Dios (participación en la vida gloriosa de Cristo), Cristo como fundamento de la fe1.

La naturaleza de la fe es la que hace que el término educación seguido de la expresión de la fe necesite matizaciones para una correcta interpretación. La respuesta de la fe es, ante todo, obra de Dios, no sólo porque Dios tiene de hecho la iniciativa en su ir al encuentro de las expectativas del hombre, sino, sobre todo, porque el acto mismo con el que el hombre acoge su Palabra, se halla bajo las mociones del Espíritu y es, por tanto, gracia (cf IC 10-12). La fe proviene del escuchar, más que del reflexionar; de la acogida, más que de la elaboración personal de un sistema. Ninguna educación, por buena que sea, será jamás capaz de dar la fe o de hacer a una persona creyente en el Dios revelado por Jesús. Hablar de educación de la fe nos lleva a afirmar que no hay educación directa e inmediata de la fe2. La fe se desarrolla y madura en el secreto misterioso del diálogo entre Dios y el hombre. Este diálogo no está al alcance de la mano de ninguna otra persona. Es un diálogo no manipulable desde fuera.

Este ámbito de la libertad es intocable. Una concreción ordinaria de la llamada de Dios son precisamente las intervenciones humanas que posibilitan la escucha y la apertura al Dios que llama y espera respuesta del hombre en su situación histórica. De este modo la misma educación de la fe es ya don. «La fe reconoce la grandeza de la educación: el hecho de que, liberando la capacidad del hombre y haciendo transparentes los signos de salvación, libera y sostiene la capacidad de respuesta responsable y madura a Dios»3.

Dicho esto, es preciso reconocer la pertinencia y la necesidad de intervenciones humanas que faciliten el encuentro y el diálogo con Dios. Y esto, porque una de las posibilidades de la persona humana es entablar diálogo con Dios. El contenido de este diálogo no es contenido de ningún programa de educación de la fe. Abrir caminos para que el diálogo se opere sí entra en los planes de educación de la fe.

Estas intervenciones humanas se extienden a todas las dimensiones de la fe, y su procedencia no se puede delimitar a una acción exclusiva, sino que abarca el ministerio de la Palabra en su conjunto y va más allá de él. Los signos de los tiempos, los acontecimientos que acaecen en la vida de la persona, pueden ser la zarza ardiente y llamada que lanzan a la persona a un diálogo con Dios. La historia de la persona, en su conjunto, es educadora de la fe. Hombres y mujeres de todos los tiempos, a su modo, han respondido a la llamada de Dios sin mediación de personas o comunidades.

Es misión de la comunidad cristiana ofrecer intervenciones intencionadas, debidamente programadas, en orden a facilitar a los hombres de todos los tiempos y naciones de la tierra la maduración personal integral: la apertura e inicio de un diálogo con Dios (CT 19; cf IC 13-16; 31).

La educación de la fe tiene muchas concreciones: la lectura de la palabra de Dios, la vida de la comunidad, la celebración sacramental, la predicación, los acontecimientos de la historia personal y comunitaria, etc. Existe, sin embargo, una tendencia equivocada que lleva a unificar educación de la fe con catequesis. La catequesis no es nada más que una forma peculiar de educación de la fe (CT 18, 20). Afirma el Directorio general para la catequesis: «Las tareas de la catequesis corresponden a la educación de las diferentes dimensiones de la fe, ya que la catequesis es una formación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (DGC 84; cf IC 42).

La acción catequética tiene que ser contemplada dentro de un marco más amplio: el marco de la evangelización. La Iglesia existe para evangelizar (EN 14). «El mandato misionero de Jesús comporta varios aspectos íntimamente unidos entre sí: "anunciad" (Mc 16,15), "haced discípulos y enseñad" (cf Mt 28,19-20), "sed mis testigos" (cf He 1,8), "bautizad" (cf Mt 28,19), "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19), "amaos unos a otros" (Jn 15,12). Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único evangelio y constituyen los elementos de la evangelización» (DGC 46; cf IC 1-2).


II. Ministerio de la Palabra

1. EL MINISTERIO DE LA PALABRA EN LA EDUCACIÓN DE LA FE. El punto de partida es siempre la iniciativa de Dios de revelarse al hombre. Es un hecho que está ahí y envuelve toda la realidad creada: «Dios, creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo» (DV 3). Dios hace camino hacia el hombre y el hombre puede hacer un camino hacia Dios a través del testimonio de la creación. Este es el camino más amplio y universal para iniciar un diálogo personal con Dios. Cualquier persona humana, por el hecho de contemplar la creación, puede leer una palabra de Dios, una huella de Dios en cuanto nos rodea.

Pero Dios pronunció una palabra final: «Jesucristo, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación» (DV 4). Esta revelación de Dios está destinada a toda la humanidad: Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (lTim 2,4).

Este designio divino de salvación se realiza a través de la Iglesia, por medio del Espíritu que fecunda constantemente la Iglesia en la vivencia del evangelio.

Cuando la Iglesia actualiza su misión, en cualquiera de sus formas, lo hace con gestos y palabras humanas. Pero estos gestos y estas palabras humanas hacen continuamente referencia a los gestos y palabras de Dios que la Sagrada Escritura nos ofrece y que el Espíritu mantiene vivos. Quien se pregunte: ¿por qué la Iglesia hace lo que hace y dice lo que dice?, encontrará respuesta en la palabra de Dios, que ha sido pronunciada por iniciativa de Dios para que toda persona la comprenda y la acoja. La revelación no es acogida de Dios sin modificación de la existencia personal. La palabra de Dios, que la Iglesia proclama para que pueda ser respuesta de fe libre y personal, exige también una comprensión nueva de la propia existencia humana. No es posible aceptar a Dios que se revela sin aceptar una manera nueva de existir como persona. Y esto, porque la palabra definitiva pronunciada por Dios se encarna en Jesús de Nazaret, Dios verdadero y hombre perfecto. La escucha de la palabra de Dios actúa sobre la persona educándola integralmente y abriéndola, así, a un diálogo más personal con Dios.

2. FUNCIONES DEL MINISTERIO DE LA PALABRA. Siguiendo el Directorio (DGC 51), las principales funciones del ministerio de la Palabra son:

a) La convocatoria y llamada a la fe. Esta función se realiza principalmente a través del testimonio y del primer anuncio o predicación misionera que la Iglesia lleva a cabo entre personas que no han oído hablar del evangelio y personas para quienes el evangelio no es referencia y norma de vida. Hoy, en el entorno de las viejas cristiandades, es uná de las funciones que exige atención cuidada y empeño renovado. Acostumbrados a proclamar la palabra de Dios desde la catequesis y la liturgia, el momento presente pide uná atención especial a la convocatoria y llamada a la fe.

b) La función de iniciación. De ordinario, la iniciación coincide con la catequesis; se desarrolla en la Iglesia a través de múltiples formas de catequesis, en íntima relación con los sacramentos de la iniciación. Quienes están en la etapa de iniciación han aceptado ya a Jesucristo como eje referencial de sus vidas. Pero necesitan adentrarse más y más en el conocimiento del misterio del Señor resucitado y en las condiciones y consecuencias de su seguimiento. En el área geográfica en la que nosotros nos movemos, son muchas las iniciativas de iniciación y catequesis que existen, tanto para niños, adolescentes, jóvenes y adultos como para personas en situaciones especiales (p. ej. minusvalías). La palabra de Dios es siempre punto central para iluminar e interpretar los problemas humanos y la existencia personal concreta. La vida humana tiene momentos de noche y de misterio que sólo a la luz de los gestos y de las palabras de Jesús pueden ser abiertos a un sentido religioso dentro del plan de salvación de Dios (cf IC 20).

c) La función de educación permanente de la fe. Cada vez con más claridad, la Iglesia ofrece a los creyentes momentos de educación en la fe, de acuerdo con las etapas vitales que atraviesa, o las circunstancias más determinantes que jalonan la vida de la persona humana, desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por la alegría, la enfermedad, las crisis, los acontecimientos imprevistos que hacen tambalear la existencia, etc. En unas ocasiones se trata de algo sistemático; en otras, de acciones puntuales y ocasionales. Pero el objetivo es siempre el mismo: vislumbrar la acción de Dios en la historia y en la vida personal como presencia salvadora. Se enmarca esta educación permanente de la fe en un contexto amplio, en el que la persona se concibe no hecha para siempre y terminada en un punto. El dinamismo humano comienza en el nacimiento y llega hasta el instante final de la persona (cf IC 21).

d) La función litúrgica. La palabra de Dios tiene una presencia central en la celebración litúrgica. La celebración de los sacramentos es uno de los elementos de educación de la fe más destacados, tanto por la proclamación de la Palabra, explicada en la homilía, cuanto por los ritos mismos que forman parte de la celebración. Hay que reconocer que muchos creyentes hoy unen la participación en los sacramentos (especialmente la eucaristía) a la homilía. Una homilía que no da razones para vivir ni para entenderse en el misterio de Dios es poco interesante y no merece la pena ni el sacramento donde tiene lugar. A lo largo del año, la liturgia ofrece al creyente la posibilidad de revivir el misterio de salvación de Dios en Jesucristo y de acoger los principales pasajes de la palabra de Dios. Una educación de la fe que prescinda de la celebración litúrgica estará siempre empobrecida.

e) La función teológica. Son muchos los gérmenes de esperanza que están surgiendo en medio de la Iglesia a este respecto. Se va extendiendo la necesidad del estudio de la palabra de Dios, desde la profundidad y sistematicidad propias de la ciencia teológica.

La revelación de Dios en la historia no se encuentra en estado puro, al margen de los hombres, interlocutores del mensaje revelado. La palabra de Dios llega a nosotros siempre en forma mediata, a través de la conciencia de personas y grupos que manifiestan el mensaje divino, al mismo tiempo que lo acogen y responden a él en actitud de fe4.

La palabra de Dios interviene en la educación de la fe, origen y contenido de la acción que la Iglesia, por su misión, tiene que llevar adelante. Gracias a la palabra de Dios, la historia de la persona puede ser leída dentro de la historia de salvación iniciada por Dios y que, por la acción del Espíritu, llega hasta nosotros.

NOTAS: 1. J. ALFARO, Fe, en K. RAHNER (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia teológica III, Herder, Barcelona 19762, 106-125. -2 E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 92-108; La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 19972, 100-109; R. TONNELLt, Educazione/Pastorale, en Dizionario di pastorale giovanile, Ldc, Leumann-Turín 1992, 348. - 3. R. TONNELLI, a.c., 348. — 4. E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, o.c., 69.

Álvaro Ginel Vielva