COMPROMISO TRANSFORMADOR Y MISIONERO,
Iniciación al
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SUMARIO: I. Un poco de historia: 1. Origen secular del término; 2. El compromiso entra en la Iglesia. II. Compromiso cristiano: 1. Compromiso transformador; 2. Campos del compromiso transformador; 3. Compromiso misionero; 4. Compromiso eclesial. III. Dinamismos del compromiso: 1. Inspiración evangélica; 2. Fuentes; 3. Dimensión teologal; 4. Otras dimensiones; 5. Relación con las otras tareas de la catequesis.


I. Un poco de historia

El término compromiso tiene, entre otras acepciones, la de obligación contraída, palabra dada, fe empeñada. En este sentido se usa la palabra compromiso referida a las exigencias sociales y públicas de la vida de los creyentes, preferentemente de los laicos, y a su presencia en la sociedad. Se habla así de compromiso temporal, o también de compromiso social o socio-político, y de compromiso por la justicia. El término se inserta en el sentido más amplio de compromiso evangelizador y misionero, o de acción apostólica y misionera; la palabra compromiso se aplica también a las responsabilidades intraeclesiales, que los laicos asumen dentro de la comunidad cristiana.

1. ORIGEN SECULAR DEL TÉRMINO. La palabra compromiso no tiene su origen en el mundo eclesial, sino más bien en la acción social, política y económica de los movimientos de izquierda en su lucha por un mundo más justo, especialmente por el influjo de la teoría marxista de la lucha de clases como modo eficaz de transformación revolucionaria de la realidad injusta. La lucha contra las estructuras alienantes de la sociedad enmarca el compromiso social y político —muchas veces revolucionario— como forma eficaz de transformación de la realidad desde las plataformas públicas, sobre todo sindicales y políticas. En los últimos años, el compromiso utópico entra en crisis y, como consecuencia, también la conciencia de poder transformar radicalmente la realidad social. Entre las causas más importantes de este debilitamiento entran, de modo entrelazado, la crisis del Estado del bienestar, la ideología del pensamiento único, la globalización de la economía, la ruptura entre lo público y lo privado y el fracaso del socialismo real. Surgen así otras formas de compromiso, como los voluntariados, las ONGs, etc., orientadas más a la ayuda concreta y directa, a la acción solidaria con los marginados del tercer y del cuarto mundo. Muchos se preguntan si estas formas de compromiso social no estarán, en el fondo, más cerca de pasadas formas de caridad individualista y asistencial.

2. EL COMPROMISO ENTRA EN LA IGLESIA. La idea del compromiso cristiano entró en los ámbitos eclesiales a través del apostolado seglar, particularmente de los movimientos apostólicos obreros, tales como la JOC y la HOAC, manteniendo su significado socio-político de intento de la transformación de la sociedad desde las plataformas políticas y sindicales. Se comenzaba así a superar los límites individualistas y asistenciales de la caridad cristiana, buscando la promoción integral de las personas y la transformación de las estructuras sociales.

El importante desarrollo de la doctrina social de la Iglesia —sobre todo Gaudium et spes y el posterior magisterio— y una mayor profundización teológica de lo social —teología de las realidades terrenas, teología política, de la liberación—, han superado las viejas dicotomías entre orden de la creación y de la salvación, y han situado la dimensión social de la virtud de la caridad y del compromiso eclesial en el corazón de la vida del cristiano y de la evangelización de la Iglesia.

Así, el Vaticano II define como vocación propia de los laicos «buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales» (LG 31; CCE 898). La promoción del hombre, la defensa de los derechos humanos, la lucha por la justicia, toman carta de ciudadanía en la Iglesia y ya no son consideradas meras tareas preevangelizadoras, sino parte integrante de la evangelización, de modo que «la acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presentan claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia para la redención y la liberación de toda situación opresiva» (Sínodo de los obispos 1971; cf EN 31). Sin embargo, actualmente el protagonismo e importancia del compromiso cristiano parece más teórico que real, pues frente a las grandes afirmaciones se constata la falta de presencia de los cristianos en la vida pública y la crisis del apostolado laical.


II. Compromiso cristiano

Se estudia aquí el concepto de compromiso cristiano y su concreción en compromiso transformador, compromiso explícitamente misionero y compromiso eclesial, así como la tarea de la catequesis de iniciación en las distintas dimensiones del compromiso; se concretan diversos campos del compromiso transformador, tales como la familia, la solidaridad, la política, el trabajo y la cultura. Las fuentes inspiradoras son, preferentemente, del actual magisterio eclesial.

En la acción misionera de la Iglesia, como primera etapa de la evangelización, los cristianos, impulsados por la caridad, impregnan y transforman el orden temporal asumiendo y renovando las culturas, dan testimonio del nuevo modo de vivir que caracteriza a los cristianos, y proclaman explícitamente el evangelio, mediante el primer añuncio, llamando a la conversión (cf DGC 48). Siguiendo la dinámica de la revelación —Dios se revela con hechos y palabras—, «la evangelización se realiza con obras y palabras..., es enseñanza y compromiso» (DGC 39). Sería, por tanto, artificial disociar doctrina y vida, como si se tratara de realidades alternativas o contrapuestas, como advierte Juan Pablo II al afirmar que «es inútil insistir en la ortopraxis en detrimento de la ortodoxia: en el cristianismo son inseparables la una y la otra. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura» (CT 22). El evangelio es anunciado con la palabra y con el testimonio de las obras, frutos ambos de la experiencia de la fe, porque, como se pregunta Pablo VI, «¿hay otra forma de comunicar el evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe?» (EN 46).

La catequesis, una de las etapas de la evangelización, tiene como objetivo iniciar al creyente en la vida cristiana y, en consecuencia, en las diferentes dimensiones de la fe. La iniciación al compromiso transformador y misionero afecta a contenidos, tareas, pedagogía y destinatarios de la catequesis. Ante el imperativo del Vaticano II de que los catecúmenos necesitan aprender a cooperar eficazmente en la evangelización (cf AG 14), Catechesi tradendae insiste en que «la catequesis está abierta igualmente al dinamismo misionero» (CT 24; cf DCG 28; DGC 86). Según el mandato conciliar —recogido por el Ritual de la iniciación cristiana de adultos y el Código de Derecho canónico— «la formación catequética ilumina y robustece la fe, alimenta la vida cristiana según el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio de Cristo y alienta la acción apostólica» (GE 4; cf RICA 19; CIC 788,2). La adhesión inicial al Señor, para alcanzar la madurez de la vida cristiana en un proceso de conversión, debe desarrollar, a través de la catequesis, todos los niveles de la vida —también la dimensión pública y social—, porque «la fe lleva consigo un cambio de vida, una metanoia... Y este cambio de vida se manifiesta en todos los niveles de la existencia del cristiano: en su vida interior de adoración y acogida de la voluntad divina; en su participación activa en la misión de la Iglesia; en su vida matrimonial y familiar; en el ejercicio de la vida profesional; en el desempeño de las actividades económicas y sociales» (DGC 55; IC 26).

El compromiso toma carta de ciudadanía en la Iglesia, y la educación en la fe alcanza así a lo público y social en la vida del creyente. Entre las distintas dimensiones de la fe, «la catequesis capacita al cristiano para participar activamente en la vida y misión de la Iglesia» (AG 14; DGC 86), y porque las actitudes evangélicas del creyente «deben manifestarse con sus consecuencias sociales» (AG 13), «la catequesis está abierta al compromiso misionero» (CT 24; DGC 86). «De ahí también —insiste Juan Pablo II— el cuidado que tendrá la catequesis de no omitir, sino iluminar como es debido, en su esfuerzo de educación en la fe, realidades como la acción del hombre por su educación integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, la lucha por la justicia y la construcción de la paz» (CT 29).

Los destinatarios de la iniciación al compromiso transformador y misionero son todos los cristianos, pero de forma preferente los laicos. Ellos, por su condición específica de cristianos en el mundo, siendo cristianos de pleno derecho en la comunidad eclesial y ciudadanos insertos en la sociedad, están especialmente vocacionados para el compromiso. Según Lumen gentium, lo peculiar de los laicos es su carácter secular; viven en medio del mundo, en sus actividades y profesiones, en las condiciones de la vida social; la vida secular les es propia; deben contribuir a la salvación del mundo desde dentro, como fermento; su vocación es la búsqueda del reino de Dios a través de las realidades temporales, ordenándolas según Cristo; por su carácter secular, los laicos «realizan, según su condición, la misión del pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo» (LG 31).

El compromiso cristiano no sólo entra a formar parte de los contenidos de la catequesis, sino también de la misma entraña del acto catequético, como uno de sus principales pasos: experiencia humana, palabra de Dios, y expresión de fe, concretada en confesión de fe, celebración y compromiso (cf CC 221). También una de las tareas centrales de la catequesis es fomentar la acción apostólica y misionera (cf CAd 191-195). El Directorio general para la catequesis sitúa, después de las tareas fundamentales de la catequesis —ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo (DGC 85)—, otras dos tareas relevantes: «la iniciación y educación para la vida comunitaria y para la misión» (DGC 86). Para que los bautizados puedan cumplir esta última tarea, corresponde a la catequesis iniciarles en el compromiso transformador y misionero, para que sean testigos del evangelio colaborando en la transformación de las realidades temporales según Dios y anunciando a Jesucristo a los hombres. Y para ser testigos del evangelio, la primera condición es la coherencia de la vida con la fe: «La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos» (CCE 2044).

La iniciación a la misión comprende el compromiso transformador, el anuncio explícito del evangelio y el apostolado eclesial: «La catequesis ha de promover en todos los creyentes un vivo sentido misionero. Este se manifiesta en el testimonio diáfano de la fe, en la actitud de respeto y de comprensión mutuas, en el diálogo y la colaboración en defensa de los derechos de la persona y en favor de los pobres y, donde es posible, con el anuncio explícito del evangelio» (DGC 201). La iniciación a la misión se dirige primero a «capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la vida profesional, cultural y social»; en un segundo término, se debe preparar a los creyentes a confesar su fe con el explícito «anuncio de Cristo»; por último, hay que iniciar a los bautizados para que sean capaces de «cooperar en los diferentes servicios eclesiales, según la vocación de cada uno» (DGC 86): En resumen, «la formación al apostolado y a la misión es una de las tareas fundamentales de la catequesis» (DGC 30).

1. COMPROMISO TRANSFORMADOR. El compromiso transformador, o compromiso social, es una forma privilegiada de la misión. Se subraya primero su carácter de presencia, como la levadura en la masa, siguiendo la dinámica de la encarnación, no de forma indiferenciada sino significativa, que alcanza los amplios campos del mundo. La presencia de los cristianos en la sociedad tiene como objetivo específico —según el texto conciliar arriba citado— «buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios»; para que el orden social sea transformado según los planes del Creador, a los fieles laicos «de manera especial, les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales» (LG 31; CCE 898). Ordenar las realidades temporales según Dios se verifica en la «acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo» (Sínodo de los obispos 1971), en la «liberación integral del hombre» como centro de la misión de la Iglesia, y, en consecuencia, en la «opción o amor preferencial por los pobres» (Puebla 1134-1164; SRS 42; cf CCE 2444-2448), que, lejos de ser un signo de particularismo o sectarismo, manifiesta la universalidad del ser y de la misión de la Iglesia. La opción por los pobres, como forma cualificada de compromiso cristiano, no es posible practicarla sin enfrentarse a las «estructuras de pecado» (SRS 36.37) de la sociedad injusta. La defensa de los derechos humanos es «la tarea central y unificadora del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana» (ChL 37; cf DGC 19), porque la evangelización tiene como tarea irrenunciable manifestar la dignidad inviolable de la persona.

En este campo la labor de la catequesis es fundamental. El Directorio general para la catequesis señala que «en la tarea de la iniciación a la misión, la catequesis suscitará en los catecúmenos y en los catequistas la opción preferencial por los pobres» (DGC 104), y en la defensa de los derechos humanos, «la catequesis ha de prepararles para esa tarea» (DGC 19). Son los laicos quienes están particularmente vocacionados a realizar el compromiso transformador, y su iniciativa se hace especialmente necesaria a la hora de buscar respuestas conformes al plan de Dios a los problemas políticos, sociales y económicos (cf CCE 899).

En consecuencia, para comprometerse en la trasformación de la realidad, es importante que la pedagogía de la catequesis inicie «en una lectura teológica de los problemas modernos» (DGC 16), siguiendo esta secuencia: 1) constatación de la bondad intrínseca de la creación; 2) reconocimiento de la fuerza negativa del pecado, y 3) apertura al dinamismo liberador de la pascua (cf GS 2). En este orden de cosas es importante subrayar la importancia de la catequesis en la iniciación de los laicos en la lectura cristiana de la realidad, particularmente en el descubrimiento de los signos de los tiempos (cf GS 11); así, «la catequesis, a la luz de la misma revelación, interpreta los signos de los tiempos y la vida de los hombres y mujeres, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación del mundo» (DGC 39; cf DCG 11, 26). Los pasos de la pedagogía del compromiso transformador tienen como punto de partida la atención a la vida —los hechos, las situaciones, sus causas, sus consecuencias—; continúan con la interpretación de la realidad no sólo desde las ciencias humanas, sino sobre todo desde los criterios del evangelio, y se verifican en la acción, que no se queda en la sola buena voluntad o en la rectitud de intención, sino que busca la transformación de la realidad. Esta lectura creyente y crítica de la vida empuja a los creyentes a la acción transformadora del mundo según el plan salvífico de Dios.

Por último, el Directorio constata cómo en la catequesis actual está creciendo una nueva sensibilidad en la formación de los catequizandos en el testimonio cristiano y el compromiso en el mundo (cf DGC 30); sin embargo, para muchos la iniciación al compromiso es más teórica que real, y la consecuencia más negativa es el repliegue de los cristianos. Es significativo, al respecto, buscar en el Catecismo de la Iglesia católica la voz compromiso —referida a la misión—, para confirmar esta carencia (CCE 1072, 1913).

2. CAMPOS DEL COMPROMISO TRANSFORMADOR. Juan Pablo II, en la exhortación Christifideles laici (40-44), enumera distintos campos de compromiso social que los cristianos están llamados a evangelizar: 1) La familia. Superando el reduccionismo de privatizar el mundo familiar, el Papa comienza por la familia como primer campo en el compromiso social. Invita a los laicos al compromiso apostólico con la familia, para que esta se convenza de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad, y se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable de su propio crecimiento y participación en la vida social (cf ChL 40; FC 42-4). 2) La solidaridad. Entre los distintos servicios que los cristianos prestan a la sociedad sobresale el de la caridad, alma y apoyo de la solidaridad. La caridad, en efecto, anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano, no sólo con las personas en singular, sino también solidariamente con los grupos y comunidades. Una forma cualificada de servicio desinteresado al bien de los más desfavorecidos son hoy las distintas formas de voluntariado (cf ChL 41). 3) La política. La caridad no puede ser separada de la justicia; por eso, para animar el orden temporal, los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, es decir, de la acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común (cf ChL 42; GS 74-76; SRS 38). El fruto de la actividad política solidaria es la paz, pues la cultura de la solidaridad es camino hacia la paz y el desarrollo (cf ChL 42; SRS 39). 4) El trabajo. La misión de los laicos encuentra su momento esencial en la cuestión económico-social, que tiene como clave la organización del trabajo, cuyo objetivo último es situar al hombre en el centro de la economía y del trabajo, y cuyo principió básico es el destino universal de los bienes (cf ChL 43; GS 63.67; LE 24-27). Un campo concreto de acción transformadora en relación con la vida económico-social y con el trabajo es el ecologismo, como justa concepción del desarrollo (cf SRS 34). 5) La cultura. En último lugar se ofrece, como campo de la evangelización, la cultura y las culturas del hombre. El servicio a la persona y a la sociedad humana se manifiesta y se actúa a través de la creación y la transmisión de la cultura. La superación del divorcio entre fe y cultura encuentra uno de los caminos más importantes en la presencia de los fieles laicos en los centros donde se genera y se transmite la cultura, sobre todo, en los instrumentos de comunicación social (ChL 44; cf EN 18-20).

3. COMPROMISO MISIONERO. El testimonio y la acción transformadora de los cristianos no agotan la acción evangelizadora de la Iglesia, sino que más bien se orientan a la proclamación expresa del misterio de Cristo. El anuncio explícito del evangelio tiene la prioridad permanente en la misión de la Iglesia: «La evangelización también debe contener siempre —como base, centro y culmen de su dinamismo— una clara proclamación de que en Jesucristo se ofrece la salvación a todos los hombres» (EN 27).

Este enunciado fundamental de la evangelización genera, según Redemptoris missio (cf CCE 849-856), dinamismos concretos para la misión. El primer anuncio tiene una función central e insustituible, pues nace la fe y en él tiene su origen la comunidad eclesial (RMi 44). El contenido del primer anuncio —proclamación hecha en el contexto histórico concreto y desde la acción del Espíritu— es Cristo muerto y resucitado, plena liberación del hombre y de la historia de la humanidad (RMi 44). El anuncio no es algo meramente individual; por el contrario, está vinculado a la acción misionera de toda la Iglesia; está animado por la fe; es respuesta a la búsqueda de la verdad para quienes, sin ser cristianos, son movidos por la acción del Espíritu; su verificación más plena es el testimonio martirial de la propia vida (RMi 45). La catequesis tiene como meta fundamentar y hacer madurar la fe inicial, surgida del primer anuncio del evangelio. Esta finalidad, expresada en la confesión de fe, se realiza a través de diversas tareas, en virtud de cuya dinámica «la fe pide ser conocida, celebrada, vivida y hecha oración... Pero la fe se vive en la comunidad cristiana y se anuncia en la misión: es una fe compartida y anunciada. Y estas dimensiones deben ser también cultivadas en la catequesis» (DGC 84). En el proceso de la iniciación cristiana, los que recibieron el anuncio de Jesucristo se convierten en sus testigos y misioneros.

En situaciones de pluralismo cultural y religioso, la catequesis ha de capacitar especialmente al diálogo interreligioso, para que exista una comunicación más fecunda con los miembros de otras confesiones. Asimismo, debe ayudar al robustecimiento de la identidad de los bautizados; ha de hacer ver el vínculo y el fin común de toda la humanidad, y debe ayudar a descubrir las semillas del Verbo presentes en las otras religiones (cf RMi 55-57; DGC 86; 193-201).

El Directorio urge a la catequesis en el campo de la iniciación a la misión, porque «la educación en el sentido de la missio ad gentes es aún débil e inadecuada. A menudo la catequesis ordinaria concede a las misiones una atención marginal y de carácter ocasional» (DGC 30).

4. COMPROMISO ECLESIAL. Aunque para algunos el término compromiso cristiano, en sentido estricto, sólo debería usarse en su relación con el mundo, el compromiso de los laicos alcanza también a las tareas intraeclesiales, según el Directorio general para la catequesis (DGC 86). El antiguo Directorio general de pastoral catequética indicaba la necesidad de clarificar la relación entre acción eclesial y acción temporal en la catequesis de los adultos (cf DCG 32; CAd 195). En la Iglesia, «la fe se vive en la comunidad cristiana y se anuncia en la misión» (DGC 84). Una comunidad cristiana cerrada en sí misma no cumple su finalidad de estar abierta al mundo, donde vive su vocación evangelizadora; a su vez, el compromiso transformador y misionero pierde su identidad cristiana y a la larga no es fecundo, si no brota de una comunidad cristiana identificada consigo misma: «La comunidad es misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu el que convoca y une a la Iglesia y el que la envía a predicar el evangelio» (ChL 32).

En una Iglesia ministerial y corresponsable, todos sus miembros están llamados a la construcción de la comunidad desde la vocación propia de cada uno. También los laicos tienen su puesto dentro de la Iglesia como miembros activos; por eso «los pastores han de reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos» (ChL 23). Sin embargo, una intensa participación de los laicos dentro de la Iglesia no debe hacerse a costa de su presencia activa en el mundo. De aquí la queja del Papa cuando recuerda que los seglares pueden caer en «la tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político» (ChL 2). En la Iglesia, como misterio de comunión y misión, las acciones temporales y eclesiales tienen una mutua relación, y la catequesis debe educar para participar en ambas de forma armónica y equilibrada. La catequesis —dentro de la iniciación a la misión— educa también en las tareas de índole intraeclesial, ya que a los discípulos «se les preparará, igualmente, para cooperar en los diferentes servicios eclesiales, según la vocación de cada uno» (DGC 86; IC 21).


III. Dinamismos del compromiso

Terminamos desarrollando algunos dinamismos del compromiso cristiano: su inspiración evangélica, a partir del discurso evangélico de la misión; los sacramentos de la iniciación cristiana, como su fuente principal; su raíz teologal; otras dimensiones del compromiso, y su relación con las otras tareas de la catequesis.

1. INSPIRACÍÓN EVANGÉLICA. En el evangelio están las claves inspiradoras de la acción misionera de los cristianos. El discurso de Jesús sobre la misión (cf Mt 10,5-42; Lc 10,1) es referencia obligada del compromiso cristiano y de su iniciación en la catequesis (cf DGC 86; CAd 193). No sólo hay que iniciar en el compromiso, sino que es necesario que la catequesis eduque en las actitudes evangélicas para la misión: hay que ir en busca de la gente y hacerse presente, como el pastor con la oveja perdida; se trata de compartir su forma de vida; se anuncia y se sana a la vez, se evangeliza con obras y palabras; los medios son pobres, sin dinero ni alforja; el rechazo y hasta la persecución van unidos a la misión; la fuerza del testigo está en la confianza en el Padre; su premio no está en el éxito conseguido, sino en trabajar por el Reino.

2. FUENTES. El origen de donde surge el compromiso evangelizador son «los sacramentos de la iniciación cristiana» (DGC 86). Por eso el Concilio insiste en la iniciación catecumenal a la misión: «Los catecúmenos han de aprender a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la profesión de la fe» (AG 14). También el Ritual de la iniciación cristiana de adultos insiste en la relación entre iniciación y compromiso apostólico y misionero, al afirmar que los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su pleno desarrollo la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo (RICA 3); así como que el proceso de conversión de los catecúmenos «debe manifestarse con sus consecuencias sociales durante el catecumenado» (RICA 19). Para Juan Pablo II las referencias fundamentales de la misión de los laicos como anunciadores del evangelio son «iniciación cristiana, vocación y dones del Espíritu» (ChL 33). También el Catecismo de la Iglesia católica relaciona y fundamenta el compromiso en los sacramentos de iniciación, al considerar que «los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación» (CCE 900).

3. DIMENSIÓN TEOLOGAL. El compromiso cristiano tiene una fuerte inspiración teologal y hunde sus raíces en las virtudes teologales. Nace de la fe, se alimenta de una caridad activa, y tiene su horizonte en el Dios de la esperanza. El compromiso nace de la fe: la presencia de los cristianos en el mundo es prolongación de la encarnación del Verbo; la lectura cristiana de la realidad es escucha atenta y obediente al Espíritu, que habla a través de los signos de los tiempos y del clamor de los débiles. El compromiso se alimenta de la caridad: la solidaridad es actualización de una caridad operante; el servicio a los hombres, especialmente a los pobres, se inspira en la actitud del Siervo de Dios; la diaconía cristiana es forma privilegiada de la relación de la Iglesia con el mundo. El horizonte del compromiso es la esperanza: la promoción humana y la lucha por la justicia son parte integrante de la evangelización y, por tanto, anuncio y preparación del reino futuro; la esperanza teologal ayuda a conservar una distancia crítica frente a toda liberación humana, relativizando mediaciones e ideologías.

4. OTRAS DIMENSIONES. Hay que afirmar también del compromiso la dinámica de la encarnación, su motivación cristiana, su carácter eclesial, la actitud de diálogo y respeto y su categoría como acción pastoral. 1) La dinámica de la encarnación hace descubrir que también en las realidades terrenas se está jugando la salvación, y la historia humana está llamada a ser historia de salvación. 2) El compromiso debe tener una clara motivación evangélica; los cristianos son llamados a la misión desde la experiencia gozosa de la fe, superadora de planteamientos meramente voluntaristas o motivaciones de pura eficacia; una vocación apostólica, que no nace de una vivencia profunda de fe, está llamada al fracaso de tantos cristianos quemados por el activismo o la acción sin hondura cristiana. 3) El dinamismo apostólico, misionero y transformador es de toda la Iglesia; hay una auténtica corresponsabilidad eclesial en orden a la presencia evangelizadora en el mundo, si bien los laicos, por su vocación específica, están llamados a tener la iniciativa en la presencia en la sociedad y en la transformación del orden social. 4) Tampoco es indiferente al dinamismo misionero una actitud de respeto, espíritu de diálogo y colaboración, que alcanzan a la colaboración con los no cristianos, al reconocimiento de la autonomía de lo temporal y al diálogo interreligioso. 5) El compromiso también forma parte de las más cualificadas acciones eclesiales; junto a otras funciones pastorales —catequesis, liturgia—, el compromiso cristiano goza de la misma dignidad, y, en cierta manera, es criterio de la autenticidad evangelizadora de las otras tareas.

5. RELACIÓN CON LAS OTRAS TAREAS DE LA CATEQUESIS. Las distintas tareas de la catequesis contienen un conjunto rico y variado de aspectos, cuya finalidad es la iniciación a la globalidad de la vida cristiana. Cada tarea, a su modo, realiza la finalidad de la catequesis: la formación moral está abierta a su dimensión social, la educación litúrgica es muy exigente en su compromiso evangelizador. Las tareas se implican y desarrollan mutuamente, llamándose la una a la otra: el conocimiento de la fe capacita para la misión. Cada dimensión de la fe debe enraizarse en la experiencia humana: la oración está abierta a todos los problemas personales y sociales (DGC 87). Todas las tareas son necesarias, también el compromiso transformador y misionero (cf IC 42).

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Lucas Berrocal de la Cal