CATEQUESIS LIBERADORA EN AMÉRICA LATINA
NDC
 

SUMARIO: I. América latina, continente incómodo y desafiante. II. La liberación, experiencia preteológica: 1. Aspiración de la humanidad; 2. Praxis histórica de los pueblos; 3. Elemento consustancial al cristianismo. III. La liberación, con dimensión pastoral: 1. Un viraje significativo; 2. Una teología en contexto latinoamericano; 3. Una trayectoria sinuosa; 4. Sus grandes ejes. IV. La catequesis de signo liberador: 1. Su entorno; 2. Su matriz; 3. Su mensaje; 4. Su mediación; 5. Su pedagogía; 6. Sus propósitos.
 

La catequesis de signo liberador se sitúa en el contexto socio-cultural y eclesial de América latina, donde se dan cita todas las formas de la pobreza, la marginalidad, la opresión y la dependencia, pero también de la esperanza. Se sitúa igualmente en la segunda mitad del siglo XX, momento en el que la Iglesia latinoamericana irrumpe en el escenario teológico universal con una teología tendente a clarificar y expresar la única fe cristiana en el mundo de los empobrecidos.

En continuidad con el Vaticano II, desde hace años se vive el criterio de que toda acción pastoral, antes de ser un problema práctico, es un problema teológico. Lo cual implica revisar las mentalidades y hacer nuevos planteamientos e interpretaciones del misterio cristiano, antes de querer dar respuesta pastoral a las situaciones históricas concretas. En efecto, no parece posible renovar nada significativo a través de la acción pastoral, si primeramente no se cuestiona la teología que inspira, nutre y sirve de sustento a la praxis. El Concilio, que fue llamado Concilio pastoral, estableció claramente este principio inspirador.

La Iglesia latinoamericana recogió esta herencia con seriedad y compromiso. Se dio a la ardua tarea no sólo de revisar su mentalidad teológica sino de iniciar «un nuevo modo de hacer teología»1, reconociéndose sujeto del quehacer teológico y propiciando así iniciativas, experiencias, rupturas, formas de organización; en una palabra, otros modelos de pastoral, surgidos de los nuevos planteamientos que se hacían.

La catequesis, por su parte, en cuanto expresión privilegiada de la pastoral profética de la Iglesia, se benefició enormemente de este despertar teológico. Tuvo que nutrirse de él para ser fiel al misterio de Dios proclamado en el interior del misterio del hombre latinoamericano. Dado que existe una correlación entre teología y catequesis y que toda conmoción en el campo de la teología tiene repercusiones igualmente en el terreno de la catequesis2, las Iglesias de América latina comprendieron pronto que no sólo este ministerio, sino el conjunto de su pastoral, iba a sufrir una sacudida que cambiaría radicalmente su rostro.


I. América latina, continente incómodo y desafiante

A América latina se la viene llamando desde hace algunos años continente de la esperanza. Y no se sabe si ello se refiere a un sueño inalcanzable, si es convicción de los que siguen creyendo en ella, o simplemente es la expresión de una cruel ironía que la deja siempre en el umbral de la historia. ¿Será que más bien habría que llamarla continente de la desesperanza?

Es espacio donde resplandece la injusticia en sus formas más perversas. Continente de la riqueza, que genera pobreza como un absurdo de la historia. Realidad geográfica que se define cultural y religiosamente como identidad común, pero que se revela demasiado inconsistente en la praxis social y en el concierto de los pueblos del planeta. Lugar donde convergen todas las formas de la dependencia y la desigualdad, cuyos efectos más inmediatos son: la conciencia colectiva de nacidos para perder, de ser espectadores de la historia, zona periférica y conjunto de sociedades reflejo, cuyo mejor destino es la imitación acrítica.

En el contexto del llamado nuevo orden internacional, de carácter unipolar, modernizante y neoliberal, América latina juega el honorable papel de comparsa, proveedora de materias primas baratas, campo de usura para capitales foráneos, mano de obra regalada, democracias formales como soportes de ese nuevo proyecto planetario, escenario pobre de la más feroz economía de mercado. En este ámbito sobresale la cultura de la muerte como colofón inevitable: violencia, narcotráfico, campañas antinatalistas impuestas, guerrilla, violación de los derechos humanos, deuda externa, delincuencia, administración de la justicia...

El continente está marcado por un pluralismo cultural, reconocido hace apenas unos años. Se despejó la idea romántica del monolitismo cultural, producto de una interpretación miope de la historia y de la realidad. América latina, ¿existe como realidad objetiva o sólo como concepto académico o ideológico? –se preguntan algunos–. Por lo demás, experimenta una transición global en lo geopolítico, en lo socioeconómico y lo cultural, sin poder alcanzar las condiciones ni la madurez necesarias para enfrentar los desafíos inéditos que se le plantean. Su vulnerabilidad salta a la vista.

Hay que subrayar también el progresivo deterioro de los niveles económicos de vida, a causa de la creciente e inmoral dependencia financiera y tecnológica, la deuda exterior y las corruptas administraciones públicas que flagelan a los más débiles. Una situación donde la participación democrática carece de sustento y de un proyecto político que busque el bienestar de los menos favorecidos.

Los vicios ancestrales en el ejercicio de la autoridad y la falta de liderazgo político hacen de América latina el reino del despojo, presa fácil de toda suerte de agresiones externas.

La educación básica del pueblo no logra ser reconocida efectivamente como un derecho fundamental de todo hombre y de toda mujer, ni como elemento esencial de la dignidad humana, ni clave necesaria de humanización. Por un lado se dice que la educación es el eje central del desarrollo integral de los pueblos; que es un proceso que habilita para ejercitar la capacidad de decisiones y propiciar una amplia participación social; que forma parte de las culturas y están a su servicio para promoverlas. Por el otro disminuyen los presupuestos económicos para tareas educativas en favor, por ejemplo, del armamentismo. Hay un reforzamiento de los modelos economicistas de educación, fundados en el lucro, la producción salvaje, el consumo y la acumulación desenfrenada. Hay una perversa politización de la educación, que se pone al servicio de los sistemas ideológicos, populistas y demagógicos, ignorando la dimensión humanista de la existencia. La educación es vista a menudo como una parcela de poder que se adquiere para consolidar la situación establecida o ingresar en ella sin apenas cuestionarla.

Es una fuente inagotable de esclavitudes de todo tipo la incontrolable movilidad humana, generadora de los modernos nomadismos por razones de trabajo, de turismo o de discrepancia política, unida al fenómeno del urbanismo creciente y anárquico, creador de los enormes cinturones de miseria típicos de las metrópolis latinoamericanas.

Es bien sabido que entre las causas más relevantes de esta situación habrá que señalar el desprecio a la persona humana como filosofía de la vida, la insuficiente educación básica que está muy lejos de llegar a todos y la injusticia institucionalizada como sustento del andamiaje social3.


II. La liberación, experiencia preteológica

Es importante subrayar que la liberación es una realidad implícita en el contexto latinoamericano antes esbozado brevemente. Su presencia obedece al conjunto de desafíos generados por una situación potencialmente explosiva, pero al mismo tiempo esperanzadora. De la opresión, de la explotación, de la dependencia, de la desigualdad, de la pobreza, surge inevitablemente un movimiento que, en su más profunda esencia, apunta a la superación de todo aquello que impide ser persona. Porque de lo que se trata precisamente es de esto: buscar las condiciones favorables para que la no-persona, el no-hombre, la no-mujer, puedan encontrar estímulos para vivir con dignidad. Se trata de recuperar la dignidad que se les niega. Por eso la liberación tiene que contemplarse en unas dimensiones previas a todo discurso teológico.

1. ASPIRACIÓN DE LA HUMANIDAD. Independientemente de un credo religioso o político, la liberación es un poderoso e irresistible anhelo de todo hombre y de toda mujer. Es estímulo para sobrevivir y para ser. En la conciencia de la opresión portadora de muerte, en la experiencia de la irritante desigualdad, de la injusticia dominante, del desprecio a los débiles, de las dominaciones ideológicas, culturales, políticas, económicas y religiosas, en la marginalidad de los excluidos del poder, en todo eso se intuye que la dignidad humana y los derechos de cada uno son realidades que no se pueden negociar. Aspirar a la liberación es camino y clave, no sólo de supervivencia, sino de realización humana, entendida como el proyecto fundamental de la existencia de los individuos y de los pueblos.

La liberación se da germinalmente en las mismas condiciones que pretenden eliminarla. Las múltiples esclavitudes que atan los procesos vitales del ser humano lo inducen a reconocer su vocación irrenunciable a la libertad como presupuesto de toda realización humana. La liberación es dimensión inherente a la existencia4.

2. PRAXIS HISTÓRICA DE LOS PUEBLOS. En el horizonte histórico de los pueblos se descubren innumerables procesos tendentes a establecer condiciones para un ejercicio sano de la libertad. Esfuerzos individuales y colectivos, búsquedas y luchas dolorosas, a menudo titubeantes e inciertas, se han constituido en caminos para alcanzar las utopías libertarias, según las diversas interpretaciones que de la libertad se hayan tenido. De ahí la aparición de sociedades esclavistas, democráticas, igualitarias, socialistas, en cuyo seno siempre estuvo la preocupación por promover la libertad como fundamento insustituible de la convivencia humana. Esta persistencia de la liberación como praxis histórica de los pueblos de todos los tiempos induce a pensar que debe ser considerada como patrimonio de la humanidad. Ha sido parte sustancial, hilo conductor y meta del proyecto histórico de los grupos humanos. Sin embargo, es necesario reconocer que' estos procesos de liberación han dado pie a frecuentes e innumerables conflictos, en los que se han enfrentado distintas concepciones y formas de ejercicio de la propia libertad y de la libertad ajena.

3. ELEMENTO CONSUSTANCIAL AL CRISTIANISMO. La liberación, más que ser únicamente una aspiración y una praxis histórica de los pueblos, incide directamente en la experiencia cristiana como tema fundamental. La libertad del hombre como presupuesto de la fe, y la libertad cristiana como epicentro del seguimiento de Jesús, son aspectos que anteceden a toda búsqueda teológica. Se vive existencialmente la vocación humana a la libertad, culminada por la presencia del Dios que llama al diálogo salvífico en la libertad.

La divina revelación se va gestando a través del empeño de Dios por crear al hombre espacios de libertad y senderos de liberación. Que el hombre sea libre es la máxima aspiración de Dios. Toda forma de esclavitud es su aflicción suprema. Se diría que la pedagogía de la revelación es una escuela para aprender a ser libres bajo la sabiduría del Dios liberador.

Temas tan importantes como la experiencia del éxodo, del exilio y de los profetas, pasando por los múltiples clamores de liberación expresados en los salmos y en los libros sapienciales, hasta llegar al anuncio y la praxis liberadora de Jesús, que nos dejó como mandato supremo el amor fraterno, como espíritu las bienaventuranzas y como tarea su seguimiento radical, resumen lo que sus discípulos llamarán la libertad cristiana5.


III. La liberación, con dimensión pastoral

1. UN VIRAJE SIGNIFICATIVO. Muchos valores del cristianismo fueron rescatados y actualizados por el Vaticano II. Sus nuevos planteamientos teológicos abarcaron la totalidad de la vida de la Iglesia. Se reconocieron autonomías, se deslindaron cuestiones, se clarificaron ambigüedades, se redescubrieron esencias, se inauguraron actitudes inéditas, se tendieron puentes de diálogo en todas las direcciones, se dejaron abiertos temas que merecían mayor investigación. El Concilio se inscribe plenamente en la transición sociocultural de la segunda mitad del presente siglo6.

Una consecuencia inmediata derivada del acontecimiento conciliar ha sido la necesaria contextualización histórica y cultural de la Iglesia en todas sus expresiones: en su liturgia, su teología, su pastoral, su espiritualidad, sus procesos, su organización, sus instituciones... A una época en que lo particular y específico tendía a diluirse en aras de lo universal, sucede el tiempo en que todo eso debe revalorizarse cuidadosamente para encontrar el equilibrio.

El quehacer teológico en particular, saldrá beneficiado con este cambio de actitud, pues terminará una era de importación y dependencia, para dar paso a otra, marcada por la creatividad teológica7.

2. UNA TEOLOGÍA EN CONTEXTO LATINOAMERICANO. Hablar de una teología en el ámbito de América latina es abordarla como un fenómeno eclesial con raíces latinoamericanas, surgido en un espacio geográfico y sociocultural determinado, con un método propio y destinado a dar respuesta a los desafíos peculiares del continente, dentro del universo teológico de la catolicidad.

Una serie de cuestiones fundamentales están en la base del discurso teológico liberador: ¿Cómo ser cristiano en un mundo poblado de miserables? ¿De qué manera expresar la fe en una situación donde el hombre y la mujer no son vistos ni tratados como personas plenamente humanas? ¿Cómo rendir culto a Dios en una realidad donde las estructuras de injusticia están generando toda clase de esclavitudes, a tal punto de constituirse en expresión de un verdadero pecado social?

El encuentro de la fe con el mundo de los empobrecidos, típico de los países del sur, es considerado como el verdadero detonante de una reflexión que buscará siempre la gloria de Dios en el hombre viviente. Por eso el tratamiento teológico de la liberación va a suponer, por una parte, una experiencia solidaria de inserción entre los excluidos, a fin de reconocer en ellos el rostro sufriente de Jesús, y por la otra, una praxis de compromiso liberador con los pobres para restituir a todo hombre y a toda mujer su inalienable dignidad. «Antes de hacer teología es preciso hacer liberación», si no queremos deslizarnos hacia idealismos irrealizables8.

3. UNA TRAYECTORIA SINUOSA. Existen muchos estudios que pretenden hacer un balance histórico de esta forma de hacer teología9. Los inicios provienen de diversas intuiciones, pensamientos e iniciativas de personas y de épocas que vivieron y anunciaron la fe en su dimensión liberadora. Así, la tradición profética de evangelizadores y misioneros que, desde los comienzos, cuestionaron el modo de presencia de la Iglesia y su comportamiento hacia las poblaciones nativas de América latina. Más recientemente la aparición de inquietudes en el campo social, el redescubrimiento de la dimensión social de la fe y la proclamación del evangelio como fuerza de cambio. Todo ello, unido a la reflexión teológica acerca de cuestiones que por mucho tiempo parecieron no tener vínculo alguno con la praxis cristiana: las realidades terrenas, la política, el trabajo, la historia, el mundo, el compromiso temporal, la construcción de la ciudad secular, la justicia social como tarea esencialmente cristiana10.

Se dan las primeras tentativas de reflexión y de sistematización en los campos de la cristología, la eclesiología y la espiritualidad, a fin de responder a las urgencias inmediatas del momento. Estas primeras aproximaciones temáticas se elaboran en base al método teológico, científicamente sostenido y capaz de articular coherentemente el proceso teológico liberador: un ver analítico, un juzgar teológico y un obrar pastoral. El diálogo con las ciencias analíticas de la realidad, en especial las sociales, será determinante como mediación privilegiada del discurso teológico11.

Por su parte, el magisterio de la Iglesia, desde los inicios de esta teología y durante su mayor desarrollo y evolución, no dejó de acompañarla, ya inspirándola y alentándola, ya invitándola a rectificar y clarificar, ya previniéndola contra los excesos que ponen en entredicho aspectos sustanciales de la fe: En este contexto se debe destacar el papel determinante que jugó la II Conferencia del episcopado latinoamericano celebrada en Medellín (1968), así como otros diversos pronunciamientos emanados del magisterio12.

La consolidación y la difusión de la teología de la liberación, que abarcó un período aproximado de tres décadas, modificó profundamente el panorama teológico, no sólo de América latina, sino también de la Iglesia universal. Se convirtió en instancia inspiradora de las Iglesias particulares y en punto de referencia de muchos procesos pastorales, donde sobresalen las comunidades eclesiales de base como expresión de un nuevo modo de ser Iglesia, esto es, una Iglesia cuya mayor fuerza residirá en su capacidad para estar cerca de las luchas de los débiles y excluidos de los sistemas establecidos13. De igual modo, se constituyó en lugar de encuentro con corrientes teológicas de otras latitudes, en objeto de análisis, en interlocutor válido que podía sentarse a la mesa de la investigación teológica y tenía una aportación original que ofrecer. El universo teológico de la Iglesia se enriquecía con esta interpretación de la fe, nacida de las entrañas de la opresión y la injusticia.

Las reacciones, las críticas, los cuestionamientos y aun las censuras y sospechas suscitadas por la teología de la liberación, provocaron un debate intra y extraeclesial que condujo a tomar posturas contrastantes, a clarificar y madurar cuestiones, a una autocrítica saludable y a una precisión más rigurosa de planteamientos y conceptos.

Cabe señalar que este debate universal dio pie a ciertos radicalismos conocidos por todos: el de los que aceptaron, a veces acríticamente, todo lo que provenía del discurso liberador y el de los que rechazaron emocionalmente todo lo que tuviese alguna relación con esta teología, sin tomarse la molestia de analizarla para conocerla de cerca.

Es de notar, igualmente, que una consecuencia inmediata de esta situación fue la diversificación de las corrientes teológicas inspiradas en la liberación, de tal forma que no puede hablarse de una, sino de varias teologías de la liberación14.

Hoy puede decirse que el quehacer teológico de la liberación y los resultados del mismo han conseguido un espacio en la vida de la Iglesia. Han obligado a mirar la teología de otra manera. Han rescatado la tradición de que el quehacer teológico no es patrimonio de grupos privilegiados, sino tarea de la comunidad entera, no importa cuáles sean sus circunstancias históricas o socioculturales. Ella es el sujeto colectivo y primordial de la teología.

4. Sus GRANDES EJES. La teología de la liberación descansa en unos postulados que le permiten expresarse como un cuerpo internamente trabado, capaz de reflejarse en la catequesis y en toda la actividad pastoral de la comunidad cristiana. Estos son algunos de los más importantes:

a) La teología de la liberación tiene su punto de partida en una inserción solidaria en el mundo de los oprimidos por toda clase de injusticias, acompañada por una praxis que busca restaurar la dignidad de los débiles. Se funda en una experiencia contemplativa del Dios de la vida y de la misericordia, que sufre en el hermano pobre, desfigurado por el pecado personal, estructural e histórico.

b) Desde la realidad y desde la óptica de los pobres, como lugar teológico, se desencadena un proceso de reinterpretación del misterio cristiano en su conjunto. La liberación no es un tema más que la teología va a tratar (como podría ser la teología del trabajo, de la historia, de la ecología...), sino un nuevo modo de hacer teología, una hermenéutica diferente de la fe, un estilo de repensarla a partir de lo concreto de la praxis y desde la perspectiva de los pobres.

c) La palabra de Dios y la tradición viva de la Iglesia se leen a la luz del magisterio de la Iglesia, de la fe de todo el pueblo de Dios y de las situaciones de pecado social, derivado de las estructuras de injusticia. El Dios de la vida es el Dios de la liberación que tiene una conducta y una clara preferencia por las víctimas, por los débiles, los sencillos y los excluidos del poder, del dinero y del prestigio.

d) Los discípulos del Dios de la vida se congregan en la comunidad de los creyentes que viven su existencia cristiana en el seguimiento de Jesús, paradigma de pobreza, que, con su anuncio, sus gestos, sus obras y el estilo de su vida entera, pone de manifiesto su opción clara y preferente por los pobres, destinatarios privilegiados del Reino, y por eso mismo fuerza liberadora de la historia. Ellos son signo mesiánico de la presencia del Reino cumplido en Jesús.

e) La teología de la liberación recoge la tradición profética que desenmascara todas las formas de idolatría que pretenden sustituir al Dios vivo. Denuncia todas las opresiones y esclavitudes que desfiguran al hombre y a la mujer, negándoles su dignidad de personas, de hijos y de hermanos. Anuncia la utopía de Dios revelada en Jesús, el pobre, que propone el camino liberador de las bienaventuranzas, el de la fuerza en la debilidad, el de la muerte como condición de vida, el de la persecución y el martirio como certezas para llegar al señorío. Su muerte y su resurrección representan el cumplimiento perfecto y absoluto de la liberación irreversible de Dios para con su pueblo. Es el sacramento definitivo de la liberación del Padre, realizada por el Espíritu en la historia, para salvarla de sus múltiples esclavitudes.

f) La teología de la liberación tiene un horizonte que consiste en promover un modelo de hombre, de sociedad y de Iglesia fundado en los valores esenciales del evangelio del Reino. El Reino es la realidad central de la revelación de Jesús, que lo propone como presencia misteriosa, permanente y transformadora de Dios en el mundo, en la historia y en el corazón de todo hombre y de toda mujer. Tiene alcance universal. Se detecta allí donde hay humanidad, historia y cosmos. Es respuesta a necesidades reales y anhelos profundos. Es personal y concreto, interior, espiritual y de carácter religioso. Por eso exige conversión. Pero también es liberación de males estructurales, sociales e históricos. Concentra su fuerza transformadora y llega a cumplimiento en Jesús, el ungido del Espíritu. Se expresa en la Iglesia como humilde sacramento que hace creíble la buena nueva. Apunta finalmente a los cielos nuevos y á la tierra nueva, donde se consuma en la plenitud escatológica15.

g) Es importante subrayar que la teología de la liberación debe gran parte de su influencia al método de que se vale. Con él ha intentado articular la vida, la fe y la praxis. A través de un análisis profundo de los fenómenos de dependencia, injusticia y opresión, recurriendo a las ciencias sociales, ha intentado desmontar los mecanismos perversos que están en la base de las situaciones que degradan a la persona (mediación socio-analítica). Mediante una interpretación, desde la óptica de los pobres, tanto de la Escritura como de la tradición viva unida al magisterio de la Iglesia, pretende alcanzar no sólo un nuevo modo de hacer teología, sino también una visión orgánica del conjunto de los misterios de la fe (la Trinidad, la Iglesia, los sacramentos, la moral, la espiritualidad, María...), vivida por toda la comunidad como fuerza liberadora que brota de la mayoría de empobrecidos por las situaciones perversas de injusticia. Es clave en este momento el juicio profético inspirado en el designio de Dios (mediación hermenéutica). Finalmente retorna a la realidad con la intención, la actitud y la decisión de crear condiciones favorables para el compromiso en la construcción de nuevas relaciones, en el cambio de estructuras, en una nueva jerarquía de valores, en el rescate de la dignidad de los más humillados, mediante la solidaridad, la participación y la propuesta de alternativas y oportunidades para todos (mediación práctica)16.


IV. La catequesis de signo liberador

La teología de la liberación, en sus distintas concepciones, tendencias y expresiones, es un signo tan relevante del modo latinoamericano de interpretar la fe, que prácticamente se ha convertido en trasfondo de la reciente historia de la Iglesia del continente. Ha tenido y sigue teniendo incidencias pastorales en la mayor parte de las manifestaciones del pueblo de Dios. Su fuerza inspiradora abarca todas las mediaciones salvíficas. Es un hecho irreversible. Todo el ámbito eclesial se ve afectado por esta acción inédita del Espíritu. Hay un nuevo lenguaje y una praxis pastoral distinta. Hoy se habla de una Iglesia y una liturgia liberadoras, de un Cristo liberador, de una educación, una espiritualidad y una pastoral de liberación...

Muchos creyentes han redescubierto allí la novedad y la energía transformadora de su fe. Se han reconciliado con su Iglesia, a la que contemplan como signo de esperanza. Otros también han adoptado posturas de condena, de angustia o de alarma, como reacción ante los riesgos que supone ir por caminos no andados. Por su parte, muchos pastores, catequistas y demás agentes pastorales han llegado a una conciencia nueva. Son protagonistas y testigos de que, en muchos casos, se actúa bajo la inspiración de las corrientes liberadoras al estilo de América latina. De ahí surgen unas exigencias que se asumen como desafíos y presupuestos de su quehacer, a saber: clarificar su pensamiento en torno a las cuestiones vinculadas a la liberación; determinar sus posturas y opciones; realizar una praxis pastoral coherente.

En el marco anteriormente descrito y, a modo de conclusión, proponemos a continuación un enunciado que expresará globalmente lo que significa hoy en América latina la catequesis liberadora. Posteriormente iremos comentando los alcances que tiene cada uno de los incisos de dicho enunciado: «La catequesis liberadora se inscribe en un contexto latino-americano de pobreza, engendrada por mecanismos de opresión y de injusticia; / se sitúa en el marco de la evangelización como matriz y sustento de toda acción eclesial; / anuncia un mensaje cuya fuerza promueve la dignidad integral de las personas, invitándolas a liberarse de sus esclavitudes, / desde una Iglesia, sacramento del Reino, solidaria con las causas de la justicia, / a través del ministerio profético de hombres y mujeres que practican la pedagogía liberadora de Dios revelada en Jesús, / para edificar al hombre nuevo y a la nueva humanidad según el designio liberador de Dios».

1. Su ENTORNO. La catequesis liberadora se inscribe en un contexto latinoamericano de pobreza engendrada por mecanismos de opresión y de injusticia. Al igual que la teología, la catequesis liberadora tiene su punto de origen en la conciencia, el análisis y el reconocimiento de una situación solidaria de esclavitud como expresión del pecado en todas sus formas: personal, eclesial, estructural, social. Estamos implicados en este juego de fuerzas pecaminosas y perversas. Cada uno es artífice y cómplice a la vez. Por eso, en la catequesis liberadora se sostiene que la liberación no es principalmente un acto para los demás, sino para uno mismo en solidaridad con otros. Este doloroso reconocimiento del pecado personal en el pecado colectivo pone en condiciones de avanzar por los caminos de la conversión. La catequesis de la liberación comienza por una lúcida percepción de la fe, que descubre, en innumerables signos de muerte, la infidelidad al designio del Dios de la vida.

2. Su MATRIZ. Se sitúa en el marco de la evangelización como matriz y sustento de toda acción eclesial. La vida entera de la comunidad cristiana está orientada al anuncio gozoso de la buena nueva del reino de Dios. Nacida de la palabra evangelizadora de Jesús y enviada por ella al mundo, sabe que ha de comenzar por evangelizarse a sí misma como condición para llevarla a otros. Al igual que Jesús, evangelio del Padre, la Iglesia existe para evangelizar, a través de todas las manifestaciones de su vida y por todos los medios a su alcance. Nada de lo que ella haga está al margen de su tarea evangelizadora. Su dicha y vocación propia, su identidad más profunda, consiste en evangelizar. Ahí reside el principio integrador de todo lo que la Iglesia realiza en nombre de su misión17.

La catequesis sólo puede entenderse dentro de una comunidad cuya única tarea es la de evangelizar. Su lugar propio está dentro del anuncio de la buena nueva. Se pone a su servicio como uno de sus ministerios más cercanos. Ciertamente la catequesis tiene su estilo propio, sus tiempos, lugares, pedagogía y métodos, pero siempre en el marco de la obra evangelizadora de la Iglesia. La catequesis sólo existe para ser un ministerio evangelizador. Es una forma de evangelizar18.

3. Su MENSAJE. Anuncia un mensaje cuya fuerza promueve la dignidad integral de las personas, invitándolas a liberarse de sus esclavitudes. La catequesis liberadora sólo tiene un mensaje que ofrecer, en fidelidad total y en relación a la vida concreta de los hombres. Manifiesta pedagógicamente que en la persona de Jesús, en su vida, en sus obras y en sus palabras reside el proyecto del Padre y la clave para comprendernos a nosotros mismos, para relacionarnos con él y con los hermanos, para juzgar la realidad y para interpretar en la fe los acontecimientos de nuestra historia personal y colectiva.

En el centro de la catequesis encontramos esencialmente a Jesucristo, Verbo encarnado, Hijo de Dios, muerto y resucitado, Mesías liberador y Señor de la historia, Maestro que enseña con autoridad los caminos del reino de Dios. Escudriñar el misterio de Cristo en toda su hondura es la tarea más alta de la catequesis19.

La fe en Jesucristo, que la catequesis propicia, sólo es madura cuando logra penetrar en la vida y en las realidades humanas donde se vive concretamente el seguimiento de Jesús. Cambiar las estructuras de pecado y las situaciones de injusticia no es una añadidura de la fe. Llegar a los hombres en la integridad de su persona, construir el Reino en las realidades humanas, es parte esencial de la fe en Jesucristo, que debe expresarse como experiencia de encarnación transformadora.

Por eso la catequesis liberadora busca iluminar a los creyentes sobre su llamada a luchar y romper con toda situación de pecado personal y social. Pone en manos de todos el evangelio de la liberación cristiana, promoviendo la conciencia de solidaridad efectiva, sobre todo con aquellos que son víctimas de las fuerzas que están al servicio de la opresión. Descubre la necesidad de formar la conciencia moral del cristiano en orden a la transformación de lo temporal según los criterios del evangelio.

4. Su MEDIACIÓN. Desde una Iglesia, sacramento del Reino, solidaria con las causas de la justicia20. El Reino ha sido el centro de la predicación de Jesús, quien lo entrega a la comunidad de sus discípulos para hacer de ella germen, signo, mediación e instrumento del mismo en la historia. Ella se sabe heredera del Reino. Es consciente de que en su interior «se concentra al máximo la acción del Padre» para que realice su proyecto salvador, que abarca la liberación del mal, expresado en el pecado personal que reside en lo profundo del corazón, como también en el pecado social que ofende a Dios y destruye la dignidad de sus hijos. Una liberación que, por lo demás, no puede aplazarse indefinidamente, para más allá de la historia humana, sino que ha de reflejarse aquí en signos concretos de justicia y de fraternidad.

La Iglesia con vocación liberadora no pretende, sin embargo, acaparar el Reino como si el Padre no pudiese actuar eficazmente más allá de sus fronteras visibles. Por el contrario, allí donde los hombres luchan honestamente y crean condiciones de dignificación recíproca, el Reino se hace presente con toda su fuerza transformadora. El Reino se concentra en la Iglesia, pero se amplifica en el mundo en una interacción continua21.

Por eso, esta Iglesia se sabe profundamente solidaria con «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren»22. Por su ministerio catequético se da a la tarea de cuestionar las múltiples idolatrías del dinero y del poder, del sexo, del estado, de la razón, de la cultura, de la ideología, de la raza y del uso privilegiado de los bienes de todos. Todo ello con el fin de revelar a todo hombre y a toda mujer su radical vocación a la libertad como presupuesto de comunión con el Creador, con el cosmos, consigo mismos y con los hermanos.

La Iglesia comprometida con la catequesis liberadora será capaz de realizar semejante empresa si logra llegar a sus interlocutores con una palabra persuasiva, con acciones eficaces de promoción integral, con un vigoroso testimonio de liberación en su interior y con una evangélica convicción acerca de la persona, especialmente pobre, asumida como el valor supremo de la creación.

5. Su PEDAGOGÍA. A través del ministerio profético de hombres y mujeres que practican la pedagogía liberadora de Dios, revelada en Jesús. Al leer la Escritura advertimos que la revelación de Dios está unida a la forma como El mismo se revela. Descubre su misterio y su designio salvador, pero lo hace a su modo, con un estilo y unos comportamientos que van estrechamente vinculados al anuncio liberador de su mensaje. Hay una pedagogía divina que se nos da como norma y camino para la proclamación de la fe. Sólo hay una revelación y sólo una pedagogía para entregarla, la que Dios mismo nos ha manifestado, sobre todo en la persona de su Hijo Jesús. Ambas están fundadas en una voluntad inequívocamente liberadora.

Las características más sobresalientes de la pedagogía de Dios, revelada en Jesús, podrían describirse de la siguiente manera: 1) Jesús parte siempre de situaciones concretas y de problemas reales, acogiendo a las personas como son, solidarizándose con ellas, sin prejuicios ni ideas que las encasillen, impidiéndoles ir por los caminos de su liberación (Jn 4,1-45). Nunca habla de Dios sin antes haber escuchado a las personas. Sabe aguardar el momento oportuno, pues no es posible dar una buena respuesta sin conocer antes las preguntas, las aspiraciones, los problemas (Lc 24,13-35). Cuando habla lo hace con lenguajes y signos inteligibles y creíbles. Que se entiendan por su claridad y que se crean por su autenticidad y su verdad (Lc 15,1-32; Mt 5-7; 13,1-58). 2) Su presencia, su palabra, sus actitudes y sus comportamientos cuestionan siempre a las personas, pero dentro de un gran respeto a su libertad (Lc 21,1-4; Jn 8,1-11; Mt 15,29-39). No ejerce ningún tipo de violencia ni de imposición, ni de intolerancia física, psicológica o moral. Es enormemente paciente con el ritmo que cada uno tiene para llegar a la fe (Mc 10,17-22). No exige que la gente renuncie a su historia para llegar a creer, sino más bien espera que se enfrente lealmente a ella y le dé otro sentido y otra dirección (Mc 1,14-20). En sus encuentros y diálogos con los demás se pone en la perspectiva de ellos. No ve por ellos, sino como ellos, para comprender la realidad desde su perspectiva. Les da ojos para ver y oídos para entender (Mc 7,24-30; 5,21-43; 8,22-26). No sólo coexiste con las personas, sino que convive y comparte profundamente la vida con todos (Mc 3,31-35; 9,1-50). 3) Entrena a los discípulos para el servicio, sirviéndolos (Jn 13,12-17; Mc 9,33-37). Igualmente puede decirse del amor, de la verdad, de la justicia, del respeto a los derechos del otro y de los demás valores fundamentales del reino de Dios. Su norma es siempre «como yo». Ejerce con ellos una autoridad que se apoya más en la integridad de su vida que en su saber de maestro (Mt 11,25-30; 12,1-21; 15,10-20). Jesús cree mucho en las posibilidades de cada persona. Para él no hay casos perdidos. La persona siempre es redimible. Su pedagogía se apoya en lo mejor que hay en todo hombre y en toda mujer (Lc 5,27-32; 19,1-10; Mc 14,3-9). Espera de cada uno que no dé más pero tampoco menos de lo que puede dar (Mt 19,16-30; Mc 5,17-20; Lc 9,57-62; 17,11-19). 4) La pedagogía de Jesús se opera en estrecha relación con el Espíritu, cuya fuerza y unción habilita a quienes pretenden ser signos de la liberación de Dios (Lc 4,16-19). Igualmente se mantiene en un diálogo continuo con el Padre (Lc 11,1-13; 18,1-8), que prefiere a los pobres como destinatarios privilegiados de la buena nueva del Reino (Lc 7,18-23). Por eso, en los conflictos sabe ser firme sin ser tirano y ser misericordioso sin ser débil (Mt 23,1-39; Lc 20,20-26). Por eso también no se desespera ni desprecia a las personas cuando estas se resisten a su mensaje. Sigue respetándolas y amándolas, porque conservan su dignidad, su libertad y sus derechos (Lc 9,51-55). En definitiva, la suprema ley de la pedagogía de Jesús residirá en su amor singular a cada persona, expresado como signo transparente de la ternura del Padre (Jn 15,13; 10,11; 14,6-11; Lc 15,1-32).

Una pedagogía del amor, que libera de las esclavitudes y de los miedos que frenan la transformación de las realidades marcadas por el misterio de la iniquidad. Amar a la manera de Jesús es ser libre para dar la vida por los hermanos23.

6. Sus PROPÓSITOS. Para edificar al hombre nuevo y a la nueva humanidad según el designio liberador de Dios. En el marco de una visión integral de la persona, la catequesis liberadora no deja de impulsar todas las dimensiones, fases evolutivas, experiencias, situaciones y acontecimientos que son parte constitutiva de la existencia humana: la materia intrínsecamente asociada al espíritu, la inmanencia unida a la trascendencia, la historia junto a la escatología, la espiritualidad vinculada a la exigencia social, el orden de la justicia en estrecha relación con el de la caridad; en una palabra, todo lo que constituye el ser, el vivir y el actuar del hombre y de la mujer24. Por eso nada que pertenezca a lo humano o tenga relación con ello puede permanecer al margen de la catequesis liberadora.

Es importante subrayar que la catequesis de la liberación se realiza bajo la doble exigencia de la trascendencia y de la inmanencia; o, si se desea, de la dimensión divina y humana del misterio de Cristo. Por una parte, apunta a la restitución de la dignidad perdida por el pecado que se instala en el corazón del hombre, distanciándolo de su Creador y Señor. Ello le pide una actitud muy honesta de conversión personal. Por otra parte, lo induce simultáneamente a descubrir su vocación a la justicia y a la fraternidad como expresiones sociales de esa conversión.

La catequesis liberadora ha de responder con la misma fuerza e intensidad a este doble imperativo de su quehacer. No puede olvidar su dimensión espiritual, pues la comunidad correría el riesgo de perder su significación más profunda y su originalidad propia en la propuesta de su mensaje. Tampoco puede silenciar la dimensión social de la justicia y de la promoción humana, pues estaría negando el fundamental principio cristiano de que no puede haber redención sin previa encarnación. Ambas son consustanciales a la fe, al quehacer pastoral de la comunidad cristiana y, en particular, al ministerio de la catequesis.

NOTAS: 1. L. BoFF-C. BoFF, Cómo hacer teología de la liberación, San Pablo, Bogotá 1986, 31-32. – 2 CT 61. – 3. Es importante ver los diversos análisis de la realidad latino-americana que hacen los documentos de Medellín, Puebla y Santo Domingo. Ofrecen una visión bastante realista de la situación que vive el continente, destacando los desafíos que se plantean para la Iglesia. – 4. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Libertatis nuntius. Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, 1, 6 de agosto de 1984. – 5. Ib, III-1V. – 6. Cf K. H. NEUFELD, en R. LATOURELLE (ed.), El Vaticano II: balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1989, 61-84. – 7. E. DUSSEL, Sobre la historia de la teología en América latina, en Encuentro latinoamericano de teología, Liberación y cautiverio, México 1976. – 8. J. M. IBÁÑEZ, Teología de la liberación y libertad cristiana, Universidad católica de Chile, Santiago 1989, 11-20. – 9. R. OLIVEROS, Historia de la teología de la liberación, en ELLACURÍA I.-SOBRINO J. (eds.), Mysterium liberationis 1, Trotta, Madrid 1990, 17-50; C. MACCISE, La teología de la liberación, 20 años de una praxis y reflexión teológico-pastoral, Cevhac, México 1985; J. J. TAMAYO (ed.), Para comprender la teología de la liberación, Verbo Divino, Estella 1991, 25-49. -10 Cf R. WINLING, La teología del siglo XX, Sígueme, Salamanca 1987, 209-227. – 11. L. BOFF-C. BOFF, o.c., 33-54. – 12 J. J. TAMAYO (ed.), O.C., 5-159. -13 M. DE C. AZEVEDO, Comunidades eclesiales de base, en ELLACURÍA I.-SOBRINO J. (eds.), o.c., II, 245-265. – 14 J. C. SCANNONE, Teología de la liberación, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (eds.), Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, Madrid 1983, 563-579. – 15. RMi II. – 16. C. BOFF, Epistemología y método de la teología de la liberación, en ELLACURÍA I.-SOBRINO J. (eds.), a.c., I, 79-113. – 17. EN 14, 44. – 18. CT III. – 19 CT 1; Documento de Puebla 1979, 994. – 20 COMISIÓN EPISCOPAL DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS, Guía pastoral para la catequesis de México, México 1992, 73-75. – 21.  Puebla 226-231, 274-279. – 22 GS 1. – 23 COMISIÓN EPISCOPAL DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS, O.c., 109-113. – 24 EN III; CT 29.

BIBL.: Además de la citada en notas: 1. AA.VV., Espiritualidad de la liberación, CEP, Lima 1980; BoFF L., Y la Iglesia se hizo pueblo, San Pablo, Bogotá 1989; Teología del cautiverio y de la liberación, San Pablo, Madrid 1985; Jesucristo el liberador, Indo-American Press Service, Bogotá 1977; FREIRE P., Pedagogía del oprimido, Siglo XXI, México 1988; GALILEA S., Teología de la liberación. Ensayo de síntesis, Indo-American Press Service, Bogotá 1976; El reino de Dios y la liberación del hombre, San Pablo, Bogotá 1992; GUTIÉRREZ G., Teología de la liberación. Perspectivas, gueme, Salamanca 1973; MARTÍNEZ F., Teología latinoamericana y teología europea, San Pablo, Madrid 1989; MONDIN B., Teologías de la praxis, BAC, Madrid 1974; SOBRINO J., Jesucristo liberador, Trotta, Madrid 1991; TAMAYO J. J. (ed.), Para comprender la teología de la liberación, Verbo Divino, Estella 1991. II. Principales documentos del magisterio de la Iglesia en relación al tema: 1) SECRETARIADO NACIONAL DE PASTORAL SOCIAL DE COLOMBIA, 12 trascendentales mensajes sociales, Bogotá 1992; 2) 10 documentos eclesiales sobre evangelización y catequesis con índice analítico, Progreso, México 1987; 3) CELAM, Documentos finales de las Conferencias generales del episcopado latinoamericano: Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo, CELAM, Bogotá 1992; 4) CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucciones Libertatis nuntius (1984) y Libertatis conscientiae (1986), escritas para clarificar varios aspectos de la teología de la liberación. Además, la Carta de Juan Pablo II a los obispos de Brasil (1986); 5) COMISIÓN EPISCOPAL DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS, Guía pastoral para la catequesis de México, México 1992.

Francisco Merlos Arroyo