CATEQUESIS E INCULTURACIÓN DE LA FE
EN EL MUNDO OCCIDENTAL
NDC
 

SUMARIO: I. Lo esencial en este tema. II. El proceso de inculturación de la fe por la catequesis: 1. Trabajo en común; 2. Dar y recibir; 3. Un diálogo intercultural; 4. Singularidad cultural y comunión universal. III. Los desafíos de la inculturación de la fe en el contexto occidental: 1. Privilegiar la libertad de la persona y la espontaneidad del amor a sí mismo; 2. Asumir los valores de la cultura democrática; 3. Promover que la fe cristiana acompañe a la razón crítica y a la cultura científica; 4. Descubrir el desafío del diálogo interreligioso.


I. Lo esencial en este tema

La fe cristiana se expresa siempre en las culturas humanas. El mensaje de Cristo mismo, desde el principio, estuvo vinculado al mundo bíblico y, en concreto, a la civilización palestina, aunque nunca se ligó con ninguna cultura específica. Con el paso del tiempo, las civilizaciones se transforman, y lo mismo ocurre con las expresiones de la fe. «Independientes con respecto a las culturas, evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna»1. Esta tradición viviente del evangelio, a través de las distintas culturas, no es algo que resulte obvio; en períodos de cambio, exige una gran iniciativa para superar las rupturas que aparecen entre expresiones de fe heredadas y la cultura que está surgiendo. Es el caso que vivimos: «La ruptura entre evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas»2, decía Pablo VI.

Hoy, el problema de la inculturación de la fe no es patrimonio exclusivo de las jóvenes Iglesias del tercer mundo. La nueva cultura del viejo occidente cristiano lo está viviendo con intensidad. La fe y la institución eclesial pasan por una gran prueba. Los catequistas son conscientes de ello, pues viven continuamente la contradicción entre expresiones tradicionales de la fe y su realidad ambiental, a la que aquellas no responden ya. Para muchos de nuestros contemporáneos –jóvenes o adultos– la fe no es incuestionable, no parece necesaria para vivir ni evidente para la inteligencia. De todos modos, en nuestras sociedades occidentales, tampoco el ateísmo se impone; lo que domina hoy es la perplejidad, el sentimiento de ruptura y desconcierto respecto al lenguaje religioso, que resulta demasiado restringido y limitado para las aspiraciones personales, demasiado marginal para la ciencia. Por eso es muy difícil el trabajo catequético, aunque sea muy importante. De suyo, el contexto cultural no es antirreligioso ni anticristiano; comporta múltiples recursos y valores esenciales para nuevas expresiones de vida, de celebración y de pensamiento cristiano.

La catequesis es decisiva en la inculturación de la fe: «Por la catequesis, la fe cristiana se encarna en las culturas»3. Esta afirmación alcanza todo su sentido en un período de cambio cultural como el que vivimos.


II. El proceso de inculturación de la fe por la catequesis

Antes de concretar los desafíos que nuestra época plantea a la catequesis, describiremos someramente el desarrollo de la inculturación. Es decir, el proceso por medio del cual el cristiano vive, se expresa y se comunica en distintos contextos culturales, a la vez que incide en ellos y se enriquece por su contacto.

1. TRABAJO EN COMÚN. Los catequistas no son los únicos agentes de la inculturación. Con los catequizandos participan en la inculturación de la fe, creando así la tradición viviente. Por su parte, en una cultura dada, los catequistas deben discernir, con prudencia, el lenguaje, los valores, las riquezas y aspiraciones en que se pueden apoyar para anunciar el evangelio sin alterarlo. Los catequistas, por su parte, también reciben el mensaje, del que están llamados a apropiarse, que tienen que expresar y vivir de un modo nuevo y personal. «Así, la catequesis ayuda a las culturas a hacer surgir de su tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos»4.

2. DAR Y RECIBIR. La relación entre fe y cultura no se establece ni se realiza en una única dirección: «La verdadera encarnación de la fe, por la catequesis, implica dar y recibir»5. El espíritu de Dios no actúa únicamente en la Iglesia, también lo hace en las culturas, que, al recibir el mensaje evangélico, lo viven, expresan y celebran con sus propios recursos. Esto «enriquece por igual tanto a la Iglesia como a las diversas culturas»6. «Fe y cultura se estimulan mutuamente; la fe purifica y enriquece la cultura y esta, a su vez, enriquece y purifica la fe, porque el diálogo libera la fe y la capacita para expresarse con mayor plenitud al trascender los límites que le ha impuesto una cultura específica»7. Tenemos que pensar en lo mucho que han aportado a esta apertura los conocimientos científicos sobre los orígenes de las especies, el psicoanálisis o los nuevos métodos de análisis de textos que fecundan la reflexión teológica contemporánea. Este dar y recibir favorece el discernimiento sobre lo que, en una cultura concreta, tiene que encauzarse a partir del evangelio, y también lo que esa misma cultura puede aportar de novedad a la comprensión de la fe, al modo de expresarla, vivirla y celebrarla.

3. UN DIÁLOGO INTERCULTURAL. El proceso de inculturación no se limita al diálogo entre fe y cultura. El evangelio anunciado es portador de elementos culturales de los ambientes en los que vivió y se expresó a lo largo del tiempo. «El mensaje evangélico se transmite siempre a través de un diálogo apostólico que está inevitablemente inserto en cierto diálogo de culturas»8. Por ejemplo: leer un pasaje del Antiguo Testamento o del evangelio, explicar el símbolo de los apóstoles, narrar la vida de san Francisco, o informarse sobre las comunidades cristianas de otros ambientes, es adentrarse en contextos culturales distintos. En este sentido, la transmisión de la fe es un factor de diálogo intercultural y no puede renunciar a «hacer cambiar» a los catequistas, invitándoles a «salir de su país» para enriquecerlos con el contacto de otras culturas, inspirándose en las expresiones que la misma fe asumió de ellas. La creatividad de la catequesis está siempre en la encrucijada de la tradición y de un contexto cultural concreto.

4. SINGULARIDAD CULTURAL Y COMUNIÓN UNIVERSAL. De lo dicho más arriba se desprende que la inculturación de la fe, por la catequesis, tiene una doble exigencia: por una parte, surgen expresiones de fe adaptadas a un contexto cultural y, al mismo tiempo, en esas expresiones singulares se perciben signos de la universalidad de la fe. Por ejemplo, un crucifijo africano muestra la particularidad cultural de la Iglesia africana y es, también, signo universal de la fe. Lo mismo ocurre con los diferentes modos de pensamiento, de vida y de celebración cristianas; son el fruto del evangelio en una cultura concreta, y también la realización de una comunión universal –transcultural– en nombre del evangelio. Por eso, una de las tareas de la catequesis es dar a conocer la misma fe en Cristo en la diversidad de sus expresiones culturales.


III. Los desafíos de la inculturación de la fe en el contexto occidental

¿Qué exigencias específicas tiene este proceso de inculturación, en nuestro mundo occidental? Podemos destacar cuatro, que corresponden a cuatro rasgos esenciales de nuestra cultura: se trata de una cultura de la persona, una cultura democrática, una cultura científica y, por último, una cultura marcada por el pluralismo de las religiones.

1. PRIVILEGIAR LA LIBERTAD DE LA PERSONA Y LA ESPONTANEIDAD DEL AMOR A SÍ MISMO. Nuestra cultura valora la autonomía de la persona, su derecho a la diferencia, su libertad de expresión y de conciencia; promueve la creatividad del individuo, la posibilidad de desarrollarse conforme a su deseo, de trazar su camino personal de existencia y búsqueda de sentido al abrigo de cualquier afiliación o adoctrinamiento. Hoy cada persona se siente llamada, y en cierto modo impulsada, por el mismo contexto de su vida, a forjar su identidad, a encontrar su camino en una realidad compleja, sin caminos previamente trazados. Esta estima de la persona puede derivar hacia el individualismo o el hedonismo en el sentido negativo de ambos términos. A pesar de ello, lo que nuestra cultura destaca justamente es el derecho de la persona a ser ella misma y a disfrutar del placer de vivir.

La importancia que hoy se da a la libertad del individuo modifica profundamente su relación con el fenómeno religioso; la religión se percibe como el espacio de libertad por excelencia. En el pasado, y casi de manera automática, la familia y el ambiente cultural comunicaban la fe; se vivía normalmente bajo el régimen de la obligación; los catecismos se elaboraban con un triple «hay que»: verdades que hay que creer, mandamientos que hay que observar, sacramentos que hay que recibir. Nuestros contemporáneos han abandonado masivamente la relación con lo religioso. Para ellos, la fe sólo tiene un sentido: vivirla como libre adhesión y experimentarla como un bien. Culturalmente fe y libertad están hoy intrínsecamente unidas. Podemos afirmar que, en este contexto, el futuro del cristianismo depende de su capacidad de aliarse con la capacidad de libre decisión de las personas. El Vaticano II asumió plenamente la libertad religiosa, no sólo por razones de oportunismo cultural, sino por la naturaleza de la misma fe y por la dignidad del hombre: en materia religiosa no se puede forzar a nadie para que actúe contra su conciencia9.

La primacía en que nuestra cultura sitúa el desarrollo del hombre, tiene implicaciones inmediatas en la catequesis:

a) Ante todo, la catequesis ha de optar por la libertad de los catequizandos, tiene que apoyarse en sus aspiraciones, y estimularlos para que vivan la libertad de adultos en la fe; con respeto y discreción, la catequesis valorará la singularidad de cada persona, sus gustos, sus cuestionamientos, sus talentos, velando para que la dinámica de grupos –siempre necesaria– no obstaculice la apertura de cada uno a su propia subjetividad y autonomía en la fe10. Pero, en cualquier caso, lo que importa es que los catequizandos puedan realizar, en la misma catequesis, una experiencia de libertad en nombre del evangelio.

b) Por su contenido y su forma, la catequesis deberá favorecer la posibilidad de que cada catequizando reconozca la fe como un valor y un camino de desarrollo personal. De hecho, el objetivo de la catequesis es experimentar la vida cristiana como saludable para la existencia personal, descubriendo que, en el fondo, es una manera de amarse a sí mismo. Actualmente en el cristianismo se ignora con frecuencia la legitimidad del amor a sí. ¿No consiste el ideal cristiano en llegar a conciliar tres amores: amor a Dios, amor al prójimo, amor a sí mismo?11. «Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo». Destacar la estrecha articulación entre estos tres amores y reconciliar el cristianismo con la espontaneidad del amor a sí mismo, en la mentalidad de nuestros contemporáneos, es uno de los mayores retos de la catequesis de hoy.

2. ASUMIR LOS VALORES DE LA CULTURA DEMOCRÁTICA. Aunque el ideal quede todavía lejano, las democracias modernas significan un notable progreso en la historia de la humanidad. La democracia reconoce la soberanía del pueblo y los derechos del hombre. Distingue los poderes, garantiza y protege los derechos de cada persona, a la vez que exige el respeto hacia los derechos de los demás. Confiere derechos civiles y políticos. Ha organizado derechos sociales para que se respete la riqueza producida socialmente y se asegure a todos los ciudadanos condiciones de vida dignas de su ciudadanía. La democracia no suprime las relaciones conflictivas, pero obliga a todos al diálogo y a dirimir los conflictos bajo los auspicios de la ley de la negociación y no por la violencia. La democracia no es solamente un cúmulo de instituciones y leyes; es un espíritu, una suma de valores, una manera de situarse en sociedad; en resumidas cuentas, una cultura. «La democracia es una cultura y no sólo un conjunto de garantías institucionales» 12.

En su relación con la fe cristiana, la cultura democrática, como cualquier otra, puede dar y recibir. Evidentemente, la Iglesia no es una democracia en el sentido político del término: es una comunidad que se elige y que vive en nombre del evangelio; pero, situándonos bajo el enfoque de la inculturación, la Iglesia también tiene que dejarse fecundar por la cultura democrática. Es este un gran desafio: hay que superar el contencioso, todavía muy vivo, entre la Iglesia y el espíritu democrático. Efectivamente, en los países más adelantados democráticamente, el cristianismo encuentra mayor dificultad, sobre todo, en cuanto al modo de ejercer la autoridad. ¿Qué puede aportar la catequesis a la inculturación de la fe en una cultura democrática?

Puede ayudar a los catequizandos a descubrir que la vida cristiana es un modo de ser ciudadano, un estilo de asumir la relación social, reconociendo en ella, gracias a la fe en Jesucristo, el don, misteriosamente presente, de una común fraternidad en el nombre de un Dios al que podemos dirigirnos diciendo: «Padre nuestro». En nombre de esta fraternidad humana y de la filiación divina, comunica un compromiso apasionado contra la exclusión, a favor de la justicia social, en pro de la igualdad de los hombres en su diversidad. Se esforzará por manifestar que el Dios Trinidad que habita en el mundo, infunde en la existencia social un espíritu de alianza que reúne a los hombres en una misma dignidad, a la vez que diferencia y personaliza a cada uno de ellos.

En una cultura en la que es muy importante el debate, la catequesis debe ser para los catequizandos una experiencia de diálogo en el respeto de las reglas éticas de la comunicación humana. Ha de preocuparse por la verdad, en el compartir equitativo de la palabra y en la constante posibilidad de evaluación crítica del mismo proceso de comunicación. En otros términos: es conveniente que los catequizandos sean reconocidos como verdaderos compañeros y que en la catequesis puedan vivir el diálogo fraterno que el Concilio deseaba: «La verdad se ha de buscar... con una libre investigación, con auxilio del magisterio o de la enseñanza, por medio de la comunicación y el diálogo, de suerte que unos expongan a otros la verdad que ya han encontrado...»13.

Por último, la catequesis, en su mismo funcionamiento, ha de procurar que los catequizandos vivan una auténtica experiencia eclesial de participación y corresponsabilidad. Es importante que no sólo sean destinatarios de la catequesis, sino también parte integrante de su organización y programación.

Con estas orientaciones queremos llegar a crear una generación de cristianos capaz de vivir los valores democráticos en nombre del evangelio. Deseamos aportarles un «suplemento» de sentido y de exigencia. Ellos, en la misma Iglesia y por su dignidad de bautizados, contribuirán a suscitar exigencias de debate, crearán un modo participativo de actuar, ofrecerán el poder de su libertad y transmitirán la calidad de su saber y de sus competencias.

3. PROMOVER QUE LA FE CRISTIANA ACOMPAÑE A LA RAZÓN CRÍTICA Y A LA CULTURA CIENTÍFICA. La cultura actual es racional, científica y técnica. En la escuela se forma a los jóvenes para una reflexión técnica y crítica y para una investigación científica y técnica. Desde temprana edad se ven inmersos en un universo modelado por la técnica. Estos saberes son instrumentos para la acción, para la transformación del medio y para construir la sociedad. Por eso todas las ciencias y las técnicas son humanas, han sido elaboradas por los hombres y para los hombres. ¿Para qué sirven las ciencias? ¿A qué preocupaciones humanas intentan responder? ¿Qué ciudad quieren construir? ¿Según qué valores? Estos interrogantes son fundamentales y exigen una articulación entre ciencia, ética y política.

En una cultura científica, la catequesis se esforzará, ante todo, por respetar la inteligencia de los catequizandos. Esto exige proceder con seriedad, con un plan reflexionado, documentado, con rigurosos métodos de trabajo de investigación. Asumir el reto de la inteligencia en la catequesis no quiere decir que haya que moverse en terrenos de elucubraciones intrépidas, ni que esté reservada a «inteligentes»; es apelar al ejercicio de la razón del catequizando, sea cual fuere y sean cuales fueren su edad, sus aptitudes o su formación humana. Lo que importa es que la fe, aunque supere la razón, pueda apoyarse en ella y que el catequizando tenga la experiencia de que la fe es razonable. Si la catequesis renunciara al reto de la inteligencia sería un drama para la fe.

La catequesis tiene que formar para una reflexión crítica en doble sentido: primero, los catequizandos han de establecer cierta distancia crítica frente a sus representaciones religiosas para verificarlas, y eventualmente transformarlas, confrontándolas, con rigor, con el mensaje cristiano, con los textos básicos, con la tradición y con su historia. El segundo aspecto es en sentido inverso: adoptar una actitud crítica con relación a la fe cristiana, confrontándola con los datos de la experiencia, con las ciencias humanas y los derechos del hombre. Asumiendo este derecho a la vigilancia crítica de la fe cristiana, podrán comprobar su carácter salvífico para la existencia humana y apropiárselo con toda libertad.

Por último, la catequesis ha de intentar situar la fe cristiana en el dominio de lo interdisciplinar, estudiándola con los instrumentos, conceptos y teorías que ofrecen las disciplinas contemporáneas (ciencias, historia, filosofía), que aportarán su sentido peculiar. Por otra parte, hay que considerar la fe cristiana como fuente de sentido, sabiduría y conocimiento para «leer» los demás saberes culturales e interpretar la existencia humana, enriqueciéndola con un sentido suplementario. Es importante que nuevas generaciones de cristianos sean capaces de relacionar los saberes culturales de hoy con los recursos de sentido de la tradición cristiana.

4. DESCUBRIR EL DESAFÍO DEL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO. La actual sociedad secularizada, pluralista y democrática, es también plurirreligiosa. Es normal que, en esta cultura, el cristianismo sea como una religión entre otras y se plantee la cuestión de su particularidad y relatividad en relación a otras religiones.

La cuestión del pluralismo de las religiones está muy presente entre los jóvenes. La catequesis no puede ignorarlo. Por eso tiene que informar con claridad sobre las diferentes religiones y ha de emprender estudios comparativos para llegar a captar sus especificidades. Pero, sobre todo, tiene que proporcionar a los catequizandos un método teológicamente apropiado para comprender y vivir, a la luz de la fe, el diálogo entre religiones. También destacará el convencimiento cristiano que podemos resumir en cuatro puntos: 1) confesión y anuncio de Jesucristo como salvador de la humanidad; 2) reconocimiento de las religiones como camino de salvación14; 3) posibilidad —sin sincretismo— de enriquecimiento mutuo de las tradiciones religiosas y, por último, en el diálogo recíproco; 4) mediación crítica de las ciencias humanas y de los derechos del hombre.

El objetivo es que nazca una nueva generación de cristianos seguros en la fe y, a la vez, abiertos al diálogo interreligioso, con vistas a un enriquecimiento mutuo y a la espera de una humanidad más fraterna.

NOTAS: 1. EN 20. — 2 Ib. — 3. MPD 5. — 4 CT 53. — 5. MPD 5. — 6. GS 58. -7. P. ARRUPE, Catequesis e inculturación. Intervención en el sínodo de 1977 sobre catequesis, Lumen Vitae 4(1977)449.— 8. CT 53.—9CfDH2.—10La catequesis en la Iglesia hoy es sobre todo grupal. Por el grupo se puede hacer una experiencia comunitaria. Sin embargo, hay que recordar que la dinámica de grupos, en catequesis, puede ser una fuente de ilusiones y llevar a compromisos de fe efímeros cuando la dimensión personal se ahoga, en cierto modo, por los efectos del grupo. — 11 Si Dios me ama, soy amable y puedo amarme a mí mismo. Si soy amado y amable, puedo devolver a los demás el amor con el que soy amado. Comprendo, de este modo, que el amor a sí mismo no es egoísmo. El egoísmo es un «sin-amor» a sí y a los demás. Quien no ha sido amado, tiene dificultad para amarse a sí mismo y para amar a los demás. — 12 A. TOURAINE, Qu'est-ce que la démocratie?, Fayard, París 1994, 181. — 13 DH 3. — 14 Los cristianos anuncian la salvación en Jesucristo, pero no limitan esta salvación a los miembros de la Iglesia únicamente. Anuncian una salvación que desborda las fronteras de la Iglesia.

André Fossion