BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN
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SUMARIO: I. El bautismo: teología y liturgia: 1. Predicación apostólica y bautismo; 2. Teología bautismal; 3. El bautismo en la práctica actual; 4. Liturgia bautismal. II. La confirmación: praxis y contenidos: 1. Dos prácticas iniciatorias cristianas en la Iglesia; 2. El sacramento de la confirmación; 3. Efectos propios de la confirmación; 4. La confirmación en las Iglesias occidentales. III. Catequesis del bautismo y la confirmación: 1. Preliminares para la catequesis; 2. Sacramento e increencia; 3. Situación frecuente en las catequesis de bautismo y confirmación; 4. La pedagogía de Dios. IV. Catequesis del sacramento del bautismo: 1. El bautismo de adultos (30-65 años) y jóvenes (19-29 años). El precatecumenado; 2. El catecumenado y la fidelidad al RICA; 3. El bautismo de los recién nacidos o de muy corta edad; 4. El bautismo de los niños en edad escolar y catequética (6-11 años); 5. El bautismo de los preadolescentes (12-14 años). V. Catequesis del sacramento de la confirmación: 1. Planteamiento catequético global; 2. La catequesis de confirmación con los adolescentes; 3. Algunos elementos para la catequesis y la celebración.


I. El bautismo: teología y liturgia

1. PREDICACIÓN APOSTÓLICA Y BAUTISMO. a) Palabra, fe-conversión y bautismo. Son reveladores los testimonios de la práctica eclesial primitiva. En ellos la predicación apostólica y la conversión que le sigue van siempre acompañadas del bautismo del nuevo creyente. Palabra, fe-conversión y bautismo: este es el orden. Así sucede en el discurso de Pedro en Jerusalén (He 2,37-38.41), en el de Felipe en Samaría (He 8,13), en la conversión del eunuco de Candaces (He 8,35-39), en la conversión de Saulo de Tarso (He 9,18; 22,14-16), en el caso de Pedro en casa de Cornelio (He 10,47-48), en la conversión de Lidia en Filipos (He 16,14-16), en Corinto en la conversión de Crispo, jefe de la sinagoga (He 18,8), y con los seguidores del Bautista de Efeso (He 19,1-7). Tanto es así, que conversión y bautismo aparecen como los gestos básicos para la inserción en las filas de la comunidad cristiana (He 2,41; cf CCE 1253).

El hecho de que Jesús fuera bautizado por Juan al iniciar su misión pública parece haber sido la causa decisiva para que la Iglesia naciente adoptara un rito bautismal muy parecido al de Juan Bautista y lo convirtiera en signo distintivo de todo aquel que confiesa que Jesús es Señor y salvador.

b) Bautismo ¿en nombre de quién? Significado cristocéntrico-trinitario. En un principio este baño por «el agua y el Espíritu» (Jn 3,5) era dado «en el nombre de Jesucristo» (He 2,38; 10,48); «en el nombre de Jesús, el Señor» (He 8,16; 19,5; 1Cor 6,11); «en Cristo» (Gál 3,27) o «en Cristo Jesús» (Rom 6,3). Se trata de diferentes fórmulas que quieren subrayar el grado de pertenencia a Cristo de todo aquel que, convirtiéndose a la esperanza del Reino, se adhería a él confesándolo como «único Salvador». Así se desvanecía toda pretensión de salvación fuera de la comunidad cristiana. Ante el carácter salvífico del bautismo cristiano, Juan Bautista puede exclamar: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno que no conocéis; viene después de mí, pero yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias» (Jn 1,26-27.33). Mateo tiene especial interés en mostrar la superioridad del bautismo de Jesús sobre el de Juan (Mt 3,13-15). El mismo Mateo cierra su evangelio con palabras solemnes puestas en boca de Jesús y que recogen la comprensión bautismal de carácter estrictamente trinitario presente en las primeras comunidades: «Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19s). Poco después la Didajé y Justino citan esta fórmula trinitaria como ya totalmente usual hacia finales del siglo I 1. Con mucha anterioridad Pablo incorpora muchas referencias trinitarias al hablar del bautismo (1Cor 6,11; 2Cor 1,21-22; Ef 4,5; cf CCE 1223, 1225 y 1226).

2. TEOLOGÍA BAUTISMAL. a) Bautismo y nueva alianza. Como rito simbólico nacido en un ambiente judío, el bautismo cristiano expresa desde los primeros momentos la novedad decisiva introducida por Cristo en la historia de la salvación. De esta forma el bautismo desplaza y suplanta también los ritos de la antigua alianza. Asumiéndolos en parte, la novedad de Cristo los transforma totalmente infundiéndoles un nuevo significado. A algunos, como por ejemplo la circuncisión, los abroga totalmente (Gál 2,1-3). Esta superación no se realizó sin serias dificultades, llegando a enfrentar incluso a los mismos dirigentes de la comunidad. Los Hechos de los apóstoles cuentan cómo la Iglesia de Jerusalén, después de larga y enconada discusión, toma la decisión de admitir entre sus filas a miembros que no provienen del judaísmo, los incircuncisos (He 15,1ss). A partir de este momento los cristianos disfrutan de la libertad de los hijos de Dios (Rom 8,lss). Por su pertenencia a Cristo han quedado totalmente desligados de la ley y la práctica judía. Ante la nueva alianza, la antigua ha perdido todo su valor salvífico (Rom 4,9-12; Gál 5,6; 6,11-16; 1Cor 10,1-5; He 10,43-48).

b) Bautismo y vida nueva «en Cristo». Ya más positivamente el Nuevo Testamento designa el bautismo como baño regenerador (Tit 3,4-7; 1Cor 6,10-11; Ef 5,26; Heb 10,19-25), que comporta un nacimiento a la vida divina y hace al hombre, por tanto, verdadero hijo de Dios (Gál 3,26-28; Rom 6,1-14; Col 2,11-15; 1Jn 3,9; 2Pe 1,4; cf Gál 4,4-7; 1Pe 1,3-9). En Rom 6,3-11 y en Col 2,10-15, Pablo explica el proceso de salvación que se realiza en el bautismo mostrando un paralelismo entre el bautismo y la muerte y resurrección de Cristo: Cristo, que murió, fue resucitado por Dios para la vida eterna. El bautismo se asocia a esta muerte y resurrección de Cristo. Por una parte, el bautismo significa una renuncia al pecado hasta la muerte. Así muere el hombre viejo. Pero, de la misma forma que Cristo superó la muerte a través de la resurrección, el bautizado es «incorporado a Cristo» en esta victoria sobre la muerte y el pecado. Esta nueva vida que recibe en el bautismo es la vida de la filiación divina. Por eso el bautismo es designado con toda propiedad como un «renacer de lo alto» (Jn 3,5) para vivir la vida de «los hijos de Dios» (Rom 8,12-17; Gál 4,6-7; 5,13-16; cf CCE 1215, 1243, 1263 y 1265).

c) Simbología bautismal en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento encontramos gran variedad de expresiones que hacen referencia directa al bautismo. Se trata de expresiones comparativas o simbólicas con una doble polaridad. Por una parte, expresan la centralidad de Cristo en la nueva vida del cristiano. Por otra, manifiestan y describen el nuevo ser del bautizado.

Así se habla de «ser iluminados por Cristo». El bautizado ha pasado de las tinieblas a la luz (Ef 5,8-14; Flp 2,15), ha sido iluminado por Cristo (Jn 1,9; Ef 1,18), es hijo de la luz (lTes 5,5), camina en la luz (1Jn 1,5-7; 2,7-11), tiene que revestirse de las obras de la luz (Rom 13,11-14; cf CCE 1216).

El paso de la muerte a la vida se expresa con frecuencia como un despojarse del «hombre viejo», para revestirse del «hombre nuevo» (Ef 4,20-24; Col 3,8-11), revestirse del Señor Jesucristo (Rom 13,14; Gál 3,27).

Por el bautismo, el hombre ha sido injertado en Cristo (Col 2,6-7), para que de esta forma pueda vivir su nueva existencia que proviene de Cristo (cf CCE 1269).

El bautizado ha sido marcado —sellado al fuego— con la impronta del «Espíritu como prenda de salvación» (2Cor 1,22; Ef 1,13; 4,30; 2Tim 2,19). Este Espíritu ha sido derramado sobre el bautizado (lCor 2,12; Un 2,20.24-27).

Los bautizados son transformados en «piedras vivientes» para la edificación espiritual (lPe 2,5) que «es el templo de Dios» (lCor 3,10-17), o «templo del Espíritu Santo» (1Cor 6,19). Esta edificación tiene a Cristo como único «fundamento» (1Cor 3,11) y como «piedra angular» (Ef 2,20; cf CCE 1265 y 1268).

Por el bautismo el hombre recibe las arras del Espíritu, como primicia de lo que vendrá (Rom 8,22-25; 2Cor 1,22; 5,5; Ef 1,14). Ha sido «derramado en nuestros corazones... el Espíritu Santo que nos ha dado» (Rom 5,5; lCor 6,11; Tit 3,4-7), convirtiendo nuestros corazones en templo donde él habita (Rom 8,9; lCor 3,16; 6,19; Ef 2,22; 2Tim 1,14), tal como Cristo había prometido a sus apóstoles (Jn 14,17).

La unción del Espíritu dado por el bautismo nos convierte en «ciudadanos de los consagrados y miembros de la familia de Dios» (Ef 2,19; Col 3,1-3), en ciudadanos del cielo (Flp 3,20), destinados a ser herederos de la vida eterna (He 20,32; Rom 8,15-17; Ef 1,18; Col 3,24; lPe 1,3-5; cf CCE 1274).

d) Bautismo y nueva existencia: liberada, reconciliada e incorporada. Esta variedad de expresiones del Nuevo Testamento ha permitido una formulación teológica de la nueva vida —vida eterna— que proviene de la aceptación de la Palabra por la fe sellada por el bautismo. Por ello, la fe cristiana ve en el bautismo una liberación. El baño de regeneración borra el pecado y libera de la muerte (Rom 6,1-14), libera del sometimiento a la ley (Rom 7,1-6; Gál 3,12-14; lPe 1,18-21), de la separación de Dios en que se encuentra el hombre natural (Rom 8,31-39; Gál 5,13). Por el bautismo, el hombre participa del dominio de Cristo sobre los poderes de este mundo (Ef 1,15-13; 6,10-12; Col 1,13; 2,15; cf CCE 1262 y 1237).

El bautismo introduce en el camino de la salvación porque produce la reconciliación con Dios. Cristo es la reconciliación de la humanidad con Dios. El bautismo, que asocia al hombre a Cristo, hace partícipe a este hombre de la reconciliación con Dios (Col 1,15-23; Ef 2,11-18).

La incorporación a la muerte y resurrección de Cristo por el bautismo hace al hombre miembro del cuerpo de Cristo que es la Iglesia (Rom 4,4-5; ICor 12,12-30; Ef 4,11-16), donde, en armonía con los demás miembros, está llamado a vivir sus propios carismas en bien de todos (Rom 12,2-8; Ef 4,1-13), superando todo tipo de división (Ef 2,14-18; lCor 12,4-11). De esta forma el bautismo es incorporación a Cristo e incorporación a la Iglesia, comunidad sacramental de salvación: «puerta de entrada a la Iglesia» (LG 14; cf CCE 1267).

Por el bautismo el hombre se convierte en verdadero hijo de Dios. Por haber recibido el mismo Espíritu del Hijo, está llamado a dejarse llevar por este Espíritu (Rom 8,12-17; Gál 4,4-7; 1Jn 3,1-3), viviendo de esta forma la más auténtica filiación divina que ha de llevarle a la posesión de la plenitud que tiene el Hijo, Jesucristo, según el plan divino de salvación (Ef 1,3-14).

Así pues, el bautismo aparece como aquel gesto sacramental de la Iglesia a través del cual se comunica al hombre aquella vida que Cristo posee en propiedad. De esta forma la existencia cristiana se convierte en la ejercitación de esta nueva vida recibida. A semejanza de Cristo, también el bautizado es constituido profeta, sacerdote y rey. Bajo estos tres aspectos, el cristiano vive en el mundo proclamando su fe, ofreciendo su vida al Padre y configurando el mundo histórico según las exigencias del Reino. Vivir esta nueva vida consecuentemente lleva a aquella plenitud de vida abierta por la muerte y resurrección de Cristo (cf CCE 1241, 1268 y 1273).

La configuración a Cristo es incompatible con la presencia del pecado en el hombre. Nueva vida comporta superación de la vieja. A una vida dominada por el pecado le sucede una vida animada por el Espíritu. Por eso el bautismo es una muerte al pecado, paso del hombre viejo al hombre nuevo. La configuración a la muerte de Cristo es el punto de partida para la progresiva configuración a su resurrección (cf CCE 1262).

El bautismo abre al hombre una vida nueva, una vida no según la carne, sino según el Espíritu (Rom 8,1-17; Gál 2,17-21). De esta forma la vida recibida en el bautismo se convierte en fermento de transformación (1Cor 5,6-8) de toda la vida humana a semejanza de la vida de Cristo (2Cor 4,10), de tal manera que la vida humana ya no sea humana sino vida de Cristo en el hombre (Gál 2,20; cf CCE 1270).

3. EL BAUTISMO EN LA PRÁCTICA ACTUAL. La práctica general actual de administrar el bautismo a los niños en su más tierna edad hace que en los países llamados cristianos la mayoría de la población forme parte de la Iglesia, pero que muy pocos conozcan y vivan de acuerdo con la fe cristiana. Desde esta perspectiva se hace difícil entender el bautismo como el sacramento de la conversión a Cristo y del inicio de una nueva existencia. En la práctica, este déficit catequético se intenta subsanar durante el período de preparación a la primera penitencia y primera eucaristía y a la confirmación.

A pesar de estos esfuerzos impulsados por todas las reformas emanadas del Vaticano II, el bautismo ha perdido aquel significado central que tenía en las Iglesias primitivas. Junto a la relevancia particular que revestía su celebración, la historia de la liturgia de los siglos II-IV nos muestra el grado de exigencia con que se acompañaba su preparación. La institución del catecumenado antiguo es una muestra fiel de esta exigencia inicial (cf CCE 1247-1249), pero progresivamente se fue relajando a medida que se adelantaba la edad del bautismo. Paralelas a estas reformas son constantes y muy variadas las tentativas actuales de devolver al bautismo toda su importancia y significado. Como reconoce el Directorio general para la catequesis, en nuestros ambientes secularizados y neopaganos se insiste cada vez más en la necesidad de una evangelización misionera y una catequesis de la iniciación cristiana adecuada a todo aquel que quiera ser bautizado (cf DGC 58-68; IC 69-84).

4. LITURGIA BAUTISMAL. a) El símbolo bautismal del agua. En la liturgia bautismal ocupa un lugar destacado el elemento del agua. Al simbolismo natural que posee el agua (da vida, purifica, destruye...) la Biblia ha cargado a este elemento natural de un fuerte simbolismo histórico-salvífico, que reaparece en la ceremonia del bautismo. En el Antiguo Testamento Dios se sirve frecuentemente del agua para llevar a cabo su designio salvador en bien de su pueblo escogido.

En el actual Ritual la bendición de la fuente bautismal recoge el lugar central del agua en momentos cruciales de la historia de la salvación. Se hace memoria del inicio de la creación, cuando «el Espíritu aleteaba sobre las aguas»; del arca de Noé que, deslizándose sobre las aguas destructoras del diluvio, se posa suavemente sobre el monte Ararat; de las aguas del mar Rojo, que se abren para dejar paso al pueblo elegido y se cierran para cubrir a sus perseguidores; de las aguas del Jordán, donde Juan bautiza a Jesús de Nazaret; de la sangre y agua que se derraman del costado abierto de Jesús en la cruz... (Cf CCE 1217-1222).

No están recogidas en esta bendición otras escenas donde el agua actúa también como medio salvador: las aguas que transportan a Jonás hasta la playa salvándolo de la muerte a que le habían destinado los marinos al echarlo al mar (Jon 1,15-2,11); las aguas de Massá y Meribá que, brotando milagrosamente por mandato de Moisés, apaciguan la sed del pueblo errante por el desierto (Ex 17,5-7); las aguas que salen del templo y convirtiéndose en gran río alcanzan el mar Muerto, saneando sus aguas insalubres y volviendo productivas sus riberas saladas (Ez 47,1-12).

Rememorando estas gestas divinas a través del agua, se pide solemnemente que el poder salvador de Dios transforme por el agua y el Espíritu la vida de aquel sobre quien va a ser derramada. Gracias a la invocación de la Santísima Trinidad sobre el hombre, la vida de este queda transformada en nueva vida según el Espíritu.

b) Otros símbolos importantes. Otros símbolos relevantes en el bautismo son la luz, el vestido y el aceite. A semejanza de los atletas que se preparan para la lucha, el candidato es ungido con el óleo de la salvación, pidiendo que Dios acreciente sus fuerzas para resistir los embates del enemigo que intenta apartarlo de Cristo. Al final de la ceremonia, al bautizado se le entrega una luz encendida en el cirio pascual «para que la luz de Cristo ilumine toda tu vida». Asimismo se le reviste de una túnica blanca, significando que, a través del bautismo, el hombre se ha despojado del hombre viejo, para ser revestido de Cristo.

c) Símbolos menores. A estos ritos fundamentales solían acompañar otros ritos de complemento o culminación: la unción, la imposición de manos, la signación y el beso de paz. Después de estos ritos, los recién bautizados eran acompañados solemnemente a la presencia de la comunidad reunida, para participar con ella por primera vez de la celebración de la eucaristía. De esta forma los neófitos –o recién bautizados– quedaban plenamente incorporados a la dinámica comunitaria cristiana (cf CCE 1234-1245).


II. La confirmación: praxis y contenidos

1. Dos PRÁCTICAS INICIATORIAS CRISTIANAS EN LA IGLESIA. Las Iglesias orientales han mantenido hasta hoy día la unidad teológica interna en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. En cambio, la práctica de las Iglesias occidentales derivó en una separación temporal en la celebración de los tres sacramentos iniciáticos, llegando a romper el orden interno según el cual estos tres sacramentos constituían los pasos progresivos de la incorporación a Cristo. La práctica generalizada en el occidente cristiano es celebrar el bautismo, la primera eucaristía y la confirmación con algunos años de separación. El Vaticano II ha resaltado insistentemente la unidad interna de estos tres sacramentos. La misma preocupación manifiestan también los rituales que surgieron de la reforma litúrgica que introdujo el mismo Concilio (cf IC 91-98).

2. EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN. Refiriéndose directamente a la confirmación, el Vaticano II afirma que los fieles bautizados «por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y a defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras» (LG 11; cf CCE 1285).

Se hace difícil encontrar en el Nuevo Testamento textos que justifiquen un sacramento de la confirmación independiente del bautismo. En cambio los Hechos de los apóstoles nos relatan escenas donde los apóstoles imponían las manos a los ya bautizados para que recibieran el Espíritu Santo (cf He 8,15-17; 19,5-6), gesto que hay que entender como «destinado a completar la gracia del bautismo» (CCE 1288). Y «muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la imposición de manos una unción con óleo perfumado (crisma)» (CCE 1289).

Este rito de la unción con el crisma se ha mantenido tanto en las iglesias de oriente como en las de occidente. A pesar de las evoluciones históricas de las distintas Iglesias, el rito de la unción con el crisma constituye el núcleo de este sacramento, que en occidente llamamos confirmación y en oriente crismación.

3. EFECTOS PROPIOS DE LA CONFIRMACIÓN. La íntima relación de este sacramento con el bautismo se pone una vez más de manifiesto al considerar los efectos propios de la confirmación. Según el Catecismo de la Iglesia católica este sacramento, fundamentalmente, «da crecimiento y profundidad a la gracia bautismal». Se trata de un crecimiento que se especifica de la siguiente manera: «Nos enraíza más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rom 8,15); nos une más firmemente a Cristo; aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo; hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz» (CCE 1303). Por eso, hay que considerar el sacramento de la confirmación como un complemento y profundización del don recibido en el bautismo. Por ello hay que ver en la confirmación el acabamiento del bautismo. También, como este, se recibe una sola vez (cf CCE 1304).

4. LA CONFIRMACIÓN EN LAS IGLESIAS OCCIDENTALES. a) Salvaguardar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana. En las Iglesias de Occidente los ritos posbautismales o de la confirmación (unción, signación, imposición de manos y beso de la paz) se reservaron desde muy pronto al obispo. Por ello, para celebrar estos ritos posbautismales, había que acudir expresamente al lugar de residencia del obispo o esperar su visita, para que él confiriera el complemento sacramental al rito bautismal celebrado en la infancia. A lo largo de la historia, la celebración de los ritos de la confirmación se fue retrasando progresivamente, hasta que con la reforma carolingia llegaron a independizarse totalmente, rompiendo la unidad primitiva del proceso iniciático cristiano y dando lugar a una confirmación desligada del bautismo. La cuestión iniciática se complicó cuando, con la reforma de san Pío X, que anticipó la edad de la primera comunión, se hizo práctica generalizada la interposición de la celebración de la primera eucaristía entre bautismo y confirmación.

Como decimos, el Vaticano II pidió: «Revísese el rito de la confirmación para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana; por tanto, conviene que la renovación de las promesas del bautismo preceda a la celebración del sacramento» (SC 71). De ahí que el Ritual de la iniciación cristiana de adultos recuerde que «los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su pleno desarrollo a los fieles» (Observaciones generales 1-2). Y el Catecismo de la Iglesia católica reitera también que: «Con el bautismo y la eucaristía, el sacramento de la confirmación constituye el "conjunto de los sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada» (CCE 1285).

b) La praxis iniciatoria más común en el Occidente cristiano. No obstante estas advertencias, son muchas las conferencias episcopales occidentales que han optado por mantener el orden del bautismo, primera eucaristía y confirmación. Entre las razones que avalan esta praxis de muchos episcopados, está la consideración de carácter pastoral de Pablo VI: «En la Iglesia latina la confirmación suele diferirse hasta alrededor de los siete años. No obstante, si existen razones pastorales, especialmente si se quiere inculcar con más fuerza en los fieles su plena adhesión a Cristo, el Señor, y la necesidad de dar testimonio de él, las conferencias episcopales pueden determinar una edad más idónea, de tal modo que el sacramento se confiera cuando los niños son ya algo mayores y han recibido una conveniente formación» (Ritual de la confirmación. Observaciones previas 11, 2°). El Código de Derecho canónico (1983) sancionó esta orientación (c 891). A partir de esto, muchas conferencias episcopales han fijado una edad prudencial; el episcopado español determinó que la confirmación podía celebrarse «en torno a los catorce años, salvo el derecho del obispo diocesano de seguir la edad de la discreción a que hace referencia el c. 891»2. En España muchas diócesis han asumido este criterio pastoral.

De esta forma se consigue la celebración de la confirmación en una edad más madura. Ello permite al candidato manifestar su opción cristiana de forma más consciente y asumir responsablemente el don gratuito de Dios, a la vez que ratifica el compromiso bautismal que en otro tiempo adquirieron en su nombre los padres y padrinos.

En suma, en el momento actual existe en las Iglesias occidentales una doble praxis en la celebración de este sacramento. En algunas Iglesias particulares se mantiene el orden del bautismo, la confirmación y la primera eucaristía, concluyendo la iniciación cristiana en torno a los 8-10 años. En otras muchas el orden es: bautismo, primera eucaristía y confirmación, concluyéndose la iniciación cristiana en torno a los 14-18 años con la eucaristía, en que se celebra la confirmación y en que los confirmandos se incorporarán a la comunidad adulta.

En todo caso, dentro de esta separación temporal, es muy importante seguir la orientación del Catecismo, que se acaba de recordar: «Con el bautismo y la eucaristía, el sacramento de la confirmación constituye el conjunto de los sacramentos de la iniciación cristiana, cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal» (CCE 1285).

c) Una problemática con hondo calado eclesiológico. Las discusiones en torno al orden de la celebración de los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de la eucaristía tiene todavía mucho camino que recorrer para conducir a una práctica común. En realidad serán las exigencias de la participación en la sacramentalidad de la Iglesia las que determinen si la confirmación debe seguir inmediatamente a la recepción del bautismo —expresando así más claramente el carácter de complemento de aquel—, o ser administrada como colofón de una catequesis de adolescencia y juventud, convirtiendo la confirmación en el complemento del don recibido en el bautismo, que —siendo también don gratuito de Dios— se recibe ahora de forma responsable y personal. En el fondo de esta discusión se deja entrever una problemática eclesiológica que abarca mucho más que el orden de la celebración de los sacramentos iniciatorios.


III. Catequesis del bautismo y la confirmación

1. PRELIMINARES PARA LA CATEQUESIS. Hablar en estos momentos sobre la catequesis de los sacramentos del bautismo y de la confirmación es hablar de una realidad pastoral compleja, por lo que se refiere a los destinatarios de estos sacramentos. Hasta ahora el bautismo se vinculaba al hecho antropológico del nacimiento (nacer-bautizar); ahora, en casos que empiezan a ser frecuentes, se vincula a la eucaristía (bautismo-primera eucaristía) o a la misma confirmación (bautismoconfirmación-eucaristía) e incluso al sacramento del matrimonio: la suave presión del novio o la novia, o del cónyuge católico, motiva a veces la petición del bautismo del no-católico.

Esta nueva práctica pastoral coexiste, a su vez, con la práctica tradicional, en dos sentidos: 1) con el bautismo celebrado poco después del nacimiento de los niños, práctica que viene desde los primeros tiempos cristianos, y especialmente una vez desaparecido el catecumenado bautismal (siglos V-VI), y 2) con la petición de los sacramentos de la iniciación cristiana por parte de jóvenes o adultos que han llegado a la fe en Jesucristo a través de un proceso catecumenal —inspirado en el catecumenado primitivo— (cf CCE 1248; AG 14) y quieren incorporarse conscientemente a la Iglesia de los discípulos de Jesús para vivir como testigos del evangelio. No es fácil responder, pues, a la complejidad de situaciones que nos presenta la práctica pastoral en nuestros días.

2. SACRAMENTO E INCREENCIA. Antes de hablar de la catequesis del bautismo y la confirmación, recordemos la situación de indiferencia religiosa en que viven tanto la mayoría de los padres o familias que desean bautizar a sus hijos como la mayoría de los bautizados que se inscriben a la catequesis de confirmación. Estamos viviendo en la cultura de la increencia. Aunque la increencia —indiferencia religiosa—, según Martín Velasco, es un fenómeno que se ha dado en todas las épocas de la historia, en nuestra sociedad actual ha penetrado con una gran fuerza. Los sociólogos lo confirman con datos numéricos3. Se manifiesta con unos rasgos característicos, aunque destaca su carácter masivo; es decir, no sólo disminuye el número de creyentes a escala mundial, sino que la increencia —indiferencia religiosa— ha pasado a ser un fenómeno de masas de gran relevancia cultural en la cultura de la increencia. Así, «en muy poco tiempo, hemos sido transferidos de una cultura oficialmente confesante a una cultura devotamente increyente» (J. L. Ruiz de la Peña).

A este carácter masivo y a su influjo cultural se refiere globalmente el Concilio cuando dice: «Por otra parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta, no rara vez, como exigencia del progreso científico, de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia, y la misma legislación civil» (GS 7c).

3. SITUACIÓN FRECUENTE EN LAS CATEQUESIS DE BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN. Respecto de la evangelización del mundo, el Directorio distingue tres situaciones «que piden respuestas adecuadas y diferenciadas» (DGC 58): 1) La situación propia de pueblos, grupos humanos, contextos culturales, donde Cristo y su evangelio no son conocidos o donde faltan comunidades cristianas maduras, testimoniales y confesantes (cf RMi 33b). Esta situación reclama la misión ad gentes, que se dirige a los no cristianos, motivándoles a la conversión al Salvador. En esta situación, la catequesis se desarrolla ordinariamente dentro del catecumenado bautismal; 2) La segunda situación es la de aquellos contextos socioculturales en que están presentes y activas «comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas; tienen gran fervor de fe y de vida; irradian el testimonio del evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misión universal» (RMi 33c). Estas comunidades necesitan una intensa acción pastoral de la Iglesia. En esta situación la catequesis se desarrolla en verdaderos procesos de iniciación cristiana, en todas las edades, para una fe madura y confesante; 3) La tercera situación se da en muchos países de tradición cristiana, y a veces también de Iglesias jóvenes, y es una situación intermedia (cf RMi 33d), pues en ella «grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su evangelio» (RMi 33d). Esta situación es la que viven muchos de los padres de niños bautizados y muchos de los confirmandos y, como tal, requiere una nueva evangelización. En esta situación, la opción prioritaria es una catequesis kerigmática o precatequesis y, a continuación, la catequesis fundante que ofrece la iniciación cristiana (cf DGC 58c y 62).

Consiguientemente, la mayor parte de las familias de bautizandos, así como la mayoría de los confirmandos, han de ser sucesivamente objeto de una precatequesis y de una catequesis de iniciación cristiana (cf DGC 62). Esta nunca será auténtica, si previamente no se asegura la conversión a Cristo salvador mediante aquella. Cuando a continuación hablemos de adultos, este término abarcará, además de los padres de los bautizandos, a otros muchos adultos.

4. LA PEDAGOGÍA DE DIos. «En la escuela de Jesús Maestro, el catequista une estrechamente su acción de persona responsable con la acción misteriosa de la gracia de Dios. La catequesis es, por esto, ejercicio de una pedagogía original de la fe» (DGC 138; CT 58). Ella está guiada, conducida, inspirada en la original y eficaz pedagogía de Dios, que él emplea a lo largo de la historia de nuestra salvación para hacernos partícipes de su revelación salvadora y liberadora «en Cristo».

a) Al realizar la catequesis de los sacramentos, hoy habremos de practicar, en primer lugar, la pedagogía de Dios en su condescendencia y paciencia humilde: sale al encuentro de los hombres y mujeres, los acepta como son y como están, suscita en ellos una actitud de búsqueda, quiere que lo reconozcan como cercano, amigo y salvador por sus gestos liberadores, iluminados por la palabra de los profetas; busca su conversión-confianza en él, pero sabe esperar a que le abran las puertas del corazón. Esta actitud condescendiente y esperanzadora llega a su plenitud luminosa en Cristo, el Hijo encarnado.

b) Acudiremos, en segundo lugar, al principio de la pedagogía divina del paso de lo visible a lo invisible, de lo inmanente a lo trascendente, de las realidades-signo al misterio en ellas significado y presente. Esta pedagogía de los signos se realiza, al menos, en dos niveles: 1) En el nivel de la expresión literaria: parábolas, alegorías, metáforas, frases poéticas, etc., para adentrarnos en alguna realidad revelada y asumirla personalmente desde los sentidos, la imaginación, la inteligencia, la afectividad... 2) En el nivel litúrgico-sacramental, cuando celebramos una acción cultual: la oración de las horas, un sacramento... Entonces, mediante una lectura lúcida de los signos y símbolos litúrgico-sacramentales (catequesis mistagógica), ayudamos a descubrir en esta acción la presencia viva y actual del Señor resucitado en medio de la comunidad y a entrar desde la fe en comunión con él para alabar al Padre y para madurar nuestra vida de hijos y hermanos (cf DGC 143-146).


IV. Catequesis del sacramento del bautismo

Conforme al pensamiento actual de la Iglesia desde el Vaticano II, y en especial desde el año 1972, la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana y su proceso catecumenal previo se realizan según las orientaciones del Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA), publicado en esa fecha, que dedica al tema del bautismo sobre todo los nn. 54, 69-84, 134-138.

1. EL BAUTISMO DE ADULTOS (30-65 años) Y JÓVENES (19-29 años). EL PRECATECUMENADO. Coherente con la situación religiosa deficiente de muchos jóvenes y adultos, el RICA, de las cuatro etapas para la instrucción-preparación de los simpatizantes y la de los catecúmenos (precatecumenado, catecumenado, etapa de purificación e iluminación y la mistagogia), pone el énfasis en el precatecumenado, que ordinariamente no se debe omitir (n. 9). En él se realiza la evangelización misionera, en la que sobresale el primer anuncio del Dios vivo y de Jesucristo salvador a los no cristianos, para que se conviertan libremente al Señor bajo la luz y fuerza de su Espíritu. También en el precatecumenado se realiza la precatequesis, que madura la simpatía o primera adhesión al Señor, hasta llegar al nivel de la verdadera fe o conversión inicial a su persona y a su mensaje (cf DGC 61-62).

Para el RICA es tan trascendental el precatecumenado, que advierte que este tiempo no se acorte: «espérese hasta que los candidatos, según su disposición y condición, tengan el tiempo necesario para concebir la fe inicial y para dar los primeros indicios (suficientes) de su conversión» (RICA 50, 1).

Una interesante pista operativa precatequética consiste en practicar los pasos siguientes: 1) Entrar en diálogo amistoso con el grupo sobre algunos valores o situaciones en que todos están interesados: convivir, una necesidad y un problema; el anhelo de vivir en justicia y solidaridad; vivir para ser o para tener; la llamada a vivir en libertad; el acoso del dolor o de las debilidades morales ¿puede tener sentido?; la persona como misterio, etc. 2) Confrontar estos valores y situaciones con testimonios concretos de personas que viven esos valores y situaciones desde la fe cristiana. 3) Acercarse a Jesús viviendo y proclamando esos mismos valores y situaciones con el sentido de Buena Noticia de salvación, como raíz y motivación de la vivencia y seguridad que manifiestan los testigos recordados. 4) Estimular la llamada a la conversión al Señor Jesús: ¿Has vivido algunos de estos valores o situaciones de forma parecida a los creyentes que se han recordado? ¿Vislumbras que Jesús, con su vivencia y cercanía a ti, puede humanizarte más con esos valores cultivados por ti? ¿Intuyes que puede hasta llevarte a sentirte vinculado a él en adelante?

En el anuncio de Jesús (tercer paso) puede irse ofreciendo —a lo largo de los temas y sesiones— lo nuclear del evangelio: Dios se nos ha revelado y Jesús es la culminación de esa revelación amorosa; Jesús nos anuncia al Dios de la misericordia; la señal clara del deseo salvador de Dios es Jesús, su Hijo encarnado, muerto y resucitado; Jesús solidario nos hermana a todos con él enviándonos su Espíritu; ¡convertíos y bautizaos! ¡Uníos a nosotros, la comunidad de los seguidores de Jesús, para continuar su reino, su obra de fraternidad con todos! Tras este período que alumbra la fe inicial, se ingresa en el catecumenado.

2. EL CATECUMENADO Y LA FIDELIDAD AL RICA. La conversión y la fe vienen de Dios, pero el catequista tendrá en cuenta los rasgos psicosociológicos del adulto y del joven bautizandos. El catecumenado —catequesis— bautismal de adultos y jóvenes debe proponer el mensaje del sacramento en sus aspectos más sustanciales y sensibilizar a los ritos y a los símbolos de la celebración, como elementos celebrativos que favorecen una nueva expresión del mensaje bautismal y el enraizamiento de la experiencia de fe.

a) Junto al mensaje bautismal expuesto, la catequesis bautismal no debe olvidar que el rito del bautismo, en general, consta de cuatro partes: 1) Ritos de acogida: el diálogo con los padres y padrinos —si se trata de niños— o con los mismos bautizandos, y la señal de la cruz. En el bautismo de adultos, sin embargo, estos ritos tienen lugar al principio del proceso catecumenal. 2) Liturgia de la Palabra: esta da el sentido a lo que se celebra; de ahí que se la proclame y se la escuche con atención. El rito completo abarca las lecturas bíblicas, la homilía y la oración de los fieles. 3) Celebración del sacramento: Comprende la bendición del agua y las promesas bautismales (renuncia al mal y profesión de fe), el bautismo propiamente dicho (por inmersión en el agua bautismal o por infusión sobre la cabeza) y los ritos complementarios: la unción de la frente con el crisma o crismación, y la entrega de la vestidura blanca y del cirio encendido. 4) Los ritos de despedida: la oración dominical y la bendición.

b) Los ritos y símbolos bautismales tienen significados muy relacionados  con la historia humana que, a su vez, es historia de la salvación de Dios. Es preciso desentrañar su significado revelado: en parte antes y durante las catequesis preparatorias, en parte después de la celebración con la catequesis mistagógica (del símbolo al misterio):

La cruz: antropológicamente es signo e instrumento de castigo, de sufrimiento y de muerte para los rebeldes y los esclavos. Desde la fe, es el símbolo fundamental de los cristianos como seguidores del Crucificado-resucitado. El bautizando es señalado ya en el rito de acogida con la cruz, para poner su vida bajo la señal de la cruz, signo de victoria y salvación.

El agua bautismal: el agua es un símbolo común con gran variedad de significados en torno a la vida y la muerte. Signo de vida, porque hombres, animales y plantas no vivirían sin el agua, fuente de vida. Pero es también signo de muerte, porque los ríos y los mares, cuando se desbordan, siembran el pánico y la muerte. La plegaria bautismal de bendición del agua recuerda cómo Dios se ha servido de ella para significar la gracia o vida resucitada del bautismo: el agua de la creación, la del diluvio, en el paso del Mar Rojo, el agua del bautismo en el Jordán (CCE 1217-1222). El agua, signo y fuente de vida, expresa por excelencia la vida nueva que brota del bautismo.

La unción y la crismación: las unciones —o masajes— en la vida diaria pueden tener un sentido terapéutico, reconfortante o embellecedor, si se trata de un aceite perfumado: son símbolo de salud, bienestar, paz. Las unciones en la historia bíblica son signos de alegria y acogida; se ungía a los reyes, sacerdotes y profetas. Jesús será llamado el Ungido o Mesías. La unción prebautismal significa la liberación del poder del mal, y la posbautismal el sacerdocio real del bautizado (cf LG 26).

La luz y la vestidura blanca: la luz, el sol, son calor y posibilidad de vida, son visión y posibilidad de contemplar las maravillas de la naturaleza, son separación del día y de la noche. Cristo es «la luz verdadera que con su venida a este mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). El cirio pascual es símbolo de la resurrección. En la noche pascual la comunidad cristiana aclama la luz de este cirio que iluminará el corazón y la vida del bautizado. Pablo recuerda que por el bautismo nos hemos revestido de Cristo (Gál 3,27). La túnica o alba blanca con que se vestían los recién bautizados era signo de la nueva vida recibida.

3. EL BAUTISMO DE LOS RECIÉN NACIDOS O DE MUY CORTA EDAD. La Iglesia, siguiendo una práctica multisecular (CCE 1252), admite al bautismo a los recién nacidos o de muy corta edad, porque son bautizados en la fe de la Iglesia, que se visibiliza especialmente en la comunidad reunida, en donde destacan, concretamente, las personas de los padres y padrinos. A ellos afecta directamente lo dicho más arriba sobre «sacramento e increencia». Muchas son familias de deficiente experiencia religiosa y escasa conciencia de pertenencia a una comunidad. Según esto, sugerimos dos modalidades de preparación:

a) Si la comunidad está marcada por un ambiente todavía cristiano, proponemos una catequesis al menos en cuatro tiempos y con los siguientes contenidos, haciendo las oportunas adaptaciones:

— Encuentro individualizado con los padres y padrinos, en casa o en la parroquia, donde a través del diálogo se pongan de relieve: la participación en el gozo del nacimiento del hijo, el interés por conocer la vida de los miembros de la familia: sus alegrías y dificultades, sus inquietudes religiosas, por qué bautizar a un hijo, que bautizar comporta la fe en Jesucristo y la incorporación a una comunidad, etc.; y por fin, una breve presentación de la vida y de los servicios pastorales de la comunidad parroquial y la disposición de ponerse al servicio de la familia del bautizando.

— Primer y segundo encuentro comunitario, en la parroquia, con los padres que desean el bautismo de sus hijos. En ellos se exponen los aspectos fundamentales del mensaje sobre el sacramento y la responsabilidad educativa de los padres: la comunidad eclesial y su aspecto sacramental y el bautismo como adhesión a la persona y al mensaje de Jesús (la fe), como baño de regeneración (purificación del pecado), como donación de la vida divina (la gracia de la filiación), como comunión con el Padre y el Espíritu Santo, como incorporación a la Iglesia, comunidad de los bautizados y como compromiso —para los padres— de educar a sus hijos en la fe.

— Tercer encuentro comunitario, en la parroquia, con las mismas personas, para explicarles pedagógicamente el rito del bautismo, a partir de la simbología bautismal: la señal de la cruz, el óleo de los catecúmenos, el agua como elemento natural y como signo y fuente de vida divina, la unción con el sagrado crisma, el vestido blanco (si se va a revestir al niño) y la entrega del cirio encendido.

Esta catequesis prebautismal para los padres habrá de complementarse con las dos acciones siguientes:

— El período familiar desde el bautismo del niño hasta el comienzo de la catequesis parroquial. Celebrado el bautismo, se motiva a las familias a favorecer el despertar religioso de sus hijos. Para ello se les exhorta a acudir a los dos encuentros anuales que la parroquia –el equipo responsable de pastoral bautismal– celebra con estas familias, previa convocatoria oportuna: la celebración de la fiesta de la Presentación del Señor -2 de febrero–, en un tono de acción de gracias, y un mini cursillo, que puede consistir en dos o tres reuniones sobre pedagogía religiosa familiar que ayude al despertar religioso de los niños: el testimonio familiar y su repercusión en la imagen de Dios en los hijos; sobre la formación religioso-moral; sobre la iniciación a la oración familiar y la oración infantil; sobre el uso de los símbolos para la oración y la catequesis familiar, etc. Así la parroquia acompañará a las familias jóvenes desde el bautismo de sus hijos hasta su entrada en la catequesis parroquial.

— La catequesis parroquial o catecumenado posbautismal. Es preciso estimular a estas familias jóvenes a que sus hijos se incorporen a la catequesis parroquial, de manera que la fe que han procurado suscitar en este período posbautismal en la familia adquiera su maduración en la catequesis de la comunidad cristiana, pero contando también con su colaboración. «Por su naturaleza misma, el bautismo de niños exige [para estos] un catecumenado posbautismal [una catequesis extendida de iniciación cristiana]. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis» (CCE 1231).

b) Si los padres forman parte de los llamados «increyentes», esto es, creyentes alejados o indiferentes:

— Podemos proporcionarles una precatequesis (cf DGC 62), que se ofrece ya en bastantes diócesis de la Iglesia. Esta se puede desarrollar empezando con una entrevista individual de contenido humano, a modo de acogida. Después podrán ofrecérseles cuatro, cinco o seis reuniones en las que se comentan unos documentos u hojas muy sencillas que se dan a los padres con temas como los siguientes: 1) la experiencia del nacimiento del hijo y el anuncio de Cristo; 2) la libertad del niño y su educación progresiva para que asuma libremente su bautismo; 3) el bautismo, compromiso religioso de los padres: testimonio de fe y educación de la fe de sus hijos; 4) el bautismo don de Dios y nuestra condición de hijos de Dios; 5) la comunidad que acoge: aspecto comunitario del bautismo, y, para los padres que han dejado renovarse en la fe, 6) el bautismo como fiesta del nacimiento como hijos de Dios y miembros de la Iglesia, preparada con una explicación de los ritos bautismales.

— Podría tenerse en cuenta también el bautismo como sacramento que se retrasa4, pero que, al mismo tiempo, se comienza con un rito de presentación del niño a la comunidad, a la vez que se incorporan los padres –al menos uno de ellos– a un proceso precatequético mensual (cf DGC 62), hasta prepararse durante varios meses a celebrar el bautismo de su hijo. Si estos contactos con los pastores y el equipo de laicos no son posibles, o no dan el fruto requerido; y si ni los padrinos y madrinas ni la comunidad cristiana dan suficiente garantía de la educación de la fe del niño, «se podrá proponer, como último recurso –dice la citada Instrucción– la inscripción del niño con miras a un catecumenado en época escolar»5.

4. EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS EN EDAD ESCOLAR Y CATEQUÉTICA (6-11 años). El Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA, c. V) asemeja de alguna manera a estos niños con los adultos que piden el bautismo, en lo que se refiere al proceso de iniciación cristiana. Aunque sean niños, deben ya prepararse, a través de la catequesis, para celebrar el bautismo, tanto si piden sólo este sacramento como si piden el bautismo y la primera eucaristía.

a) Recordamos que el niño vive la acción de Dios en interacción con su propia psicología. De ahí que la historia psicológica personal condiciona toda su vivencia cristiana. Dentro de la etapa de la niñez (6-11 años), de 6 a 9 años el niño vive un período de socialización. En lo que se refiere a su relación con Dios, su religiosidad es egocéntrica, antropomórfica y mágica. De 9 a 11 años profundiza en esa socialización con una gran extroversión y vive el período de la niñez adulta; en la relación del niño adulto con Dios, se produce ya una simbolización y socialización de la experiencia religiosa.

b) Los pastores de las comunidades tendrán que discernir qué camino escoger: bien preparar y celebrar primeramente el sacramento del bautismo y preparar después a los niños para la eucaristía, o bien, en un verdadero proceso catecumenal más amplio, preparar a la vez al bautismo y a la primera eucaristía.

Si sólo se prepara a los niños para el bautismo, se han de abordar, en su lenguaje, temas como: 1) La Iglesia como comunidad de creyentes-seguidores de Jesucristo; 2) ¿Quién es Jesús? Su persona, su historia y su mensaje (Jesús hombre e Hijo de Dios; bienaventuranzas, parábolas y milagros; pasión, muerte y resurrección: misterio pascual); 3) La Iglesia celebra la obra de salvación y liberación de Jesucristo; los sacramentos de la iniciación, signos de la presencia y de la obra salvadora y liberadora de Jesús; 4) El agua como signo de vida y de muerte, y el bautismo como baño regenerador, que purifica y da la vida nueva: hijos de Dios, a semejanza de Jesucristo; 5) Las promesas bautismales (renuncia al pecado y profesión de fe cristiana); 6) Por el bautismo somos miembros de la comunidad de creyentes.

Siguiendo la pedagogía de Dios, las catequesis ayudarán a descubrir el mensaje expresado en los símbolos bautismales, adaptados a la psicología religiosa de los niños y aptos para ahondar en la adhesión o conversión a la persona de Cristo salvador.

– Si se prepara para el bautismo y la eucaristía, convendrá tener presentes las siguientes orientaciones:

1) Todas las parroquias y comunidades cristianas tienen un itinerario catequético —catecumenado posbautismal lo llama el Catecismo de la Iglesia católica (1231)— para preparar a los niños a la primera penitencia y primera eucaristía. Recordamos que este proceso, a grandes rasgos, abarca los temas sobre Dios, Padre y creador; la familia, el país, la persona, el mensaje y la obra de Jesús; la Iglesia y el Espíritu Santo que anima las comunidades cristianas; los criterios morales del evangelio: su mandamiento nuevo, las bienaventuranzas y el decálogo; la eucaristía, la reconciliación, el bautismo y la oración, en especial al padrenuestro, y las otras oraciones básicas del cristiano.

2) Un criterio operativo importante. Sería muy provechoso que estos niños no bautizados se incorporasen a la catequesis parroquial normal para hacer su itinerario catecumenal. Esto daría lugar a mejorar el clima catecumenal de los grupos que acogen a estos niños. Efectivamente, los niños bautizados de estos grupos —la mayoría— junto con sus catequistas y algunas familias constituirían la comunidad acompañante de los no bautizados en nombre de la comunidad parroquial. La catequesis de estos grupos estaría muy cuidada, de manera que para los niños bautizados fuera un catecumenado posbautismal, mientras que para los no bautizados se convertiría en un catecumenado prebautismal.

En diversos momentos, los no bautizados —con sus padres— tendrían algunas catequesis intensivas sobre los criterios morales cristianos, sobre el sacramento del bautismo, sobre la eucaristía —para su práctica después del bautismo y primera eucaristía—. Pero los niños bautizados los acompañan con su testimonio, preparan juntos las celebraciones previas a los pasos de una a otra etapa y, al fin, renuevan su profesión de fe y las promesas bautismales cuando sus compañeros celebren el sacramento del bautismo. Quienes participan de esta manera se renuevan cristianamente.

3) En todo caso, tanto en la catequesis iniciatoria de los niños no bautizados como en la celebración de los sacramentos de la iniciación, se han de tener presentes las orientaciones del RICA en su capítulo V (306-369). Donde la práctica pastoral diocesana aconseje celebrar los tres sacramentos de la iniciación cristiana, tal como lo indica el RICA, la catequesis deberá profundizar en cada uno de estos sacramentos.

5. EL BAUTISMO DE LOS PREADOLESCENTES (12-14 años). En la preadolescencia se da una aceleración del crecimiento y las necesidades personales pasan a primer término; se produce un replegamiento hacia el propio yo y una crisis de los valores recibidos y vividos durante la infancia. Se inicia la llamada crisis de identidad personal.

Esta crisis conlleva una especial inquietud por el sentido de la vida; es, por tanto, una crisis religiosa. El apoyo en Dios o su abandono ante los vaivenes de la vida son fluctuantes en el preadolescente. Dios parece fuera del alcance de su vida. Pero mediada la preadolescencia, Dios es percibido ya como Alguien con quien establecer una relación personal, consuelo en los conflictos internos; es Dios salvador y Padre. Más que conocer a Dios, el preadolescente quiere sentirlo. Es muy sensible al Dios humanado en Jesús de Nazaret, que comprende, ama y con quien se puede contar. Está abierto a descubrir su evangelio y vive sus valores.

Sin embargo, siente un rechazo hacia las instituciones eclesiásticas, como al mundo adulto autoritario. Con frecuencia abandona las prácticas religiosas, pero suele seguir en relación personal con el Dios paternal y con Jesús, su salvador, aunque con una religiosidad muy individualista.

La primera adolescencia no se presta a hacer una catequesis de la iniciación cristiana tan orgánica, sistemática e integral —aunque sí básica—(cf DGC 65-68 y 181) como en la niñez; es una edad muy apta para estimular a una sincera conversión religiosa. En general, todos los preadolescentes viven en situación de nueva evangelización (cf DGC 58c) y, por tanto, necesitan una precatequesis o catequesis kerigmática (cf DGC 62), cuyo centro existencial es la persona de Jesús. No obstante, es de suponer que los preadolescentes que piden bautizarse estén más dispuestos a realizar esta catequesis de iniciación cristiana, aunque haya que ser algo flexible en razón de las características de la edad.

Sus objetivos y los contenidos catequéticos prebautismales son semejantes —con la consiguiente adaptación– a los de la iniciación cristiana de jóvenes o adultos, de que hemos hablado. Sin embargo, la adaptación a los preadolescentes puede venir en buena parte desde la pedagogía que se utilice. He aquí algunas orientaciones: 1) Tener muy presentes los objetivos de toda catequesis de iniciación cristiana (DGC 63-68); 2) Ayudar a discernir a fondo —conforme a la edad— las motivaciones de la petición de los sacramentos y a interiorizar las motivaciones evangélicamente válidas; 3) Favorecer con técnicas apropiadas el hecho dé vivir en grupo la experiencia gozosa de ser díscípulo de Jesús y descubrirla como don de Dios y celebración personal de cada uno; 4) Ayudar a descubrir, a través de esta experiencia y de los símbolos sacramentales, el contenido de fondo de los sacramentos de la iniciación (agua, unción, luz; imposición de manos, crismación; palabra, pan y vino); 5) Acompañar individualmente a los preadolescentes en la búsqueda de sentido de la propia existencia cristiana; 6) Preparar a conciencia y vivir comunitariamente (o en pequeño grupo) los ritos de iniciación al catecumenado y otros ritos: entregas del credo, etc.; 7) Ejercitarles en la experiencia de la plegaria personal, debidamente preparada y realizada; 8) Entrenarles en la práctica de compromisos propios de la edad, dentro y fuera del grupo.


V. Catequesis del sacramento de la confirmación

Recordando lo dicho más arriba, el Catecismo afirma: «Con el bautismo y la eucaristía, el sacramento de la confirmación constituye el conjunto de los sacramentos de la iniciación cristiana, cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal» (cf CCE 1285; IC 55-56). La Conferencia episcopal española, en La iniciación cristiana, dedica a este tema especialmente los nn. 85-100.

1. PLANTEAMIENTO CATEQUÉTICO GLOBAL. Por lo que se ha ido exponiendo hasta ahora, la celebración de la confirmación y su correspondiente catequesis pueden llevarse a cabo en distintas edades.

a) En la etapa de la niñez (6-11 años) y en la edad catequética y escolar (que puede prolongarse hasta los 14 años) y en la preadolescencia (12-14 años). La celebración de la confirmación en estas edades se realiza en aquellas diócesis en que la práctica pastoral consiste en celebrar la confirmación entre el bautismo y la primera eucaristía. En esta praxis se seguirá el RICA, en su capítulo IV (306-313). Será provechoso tener en cuenta, en cuanto se pueda, las orientaciones expuestas más arriba para la catequesis del bautismo en la etapa de la niñez y de la preadolescencia. Naturalmente, habrá que introducir el mensaje cristiano de la confirmación en torno al Espíritu Santo y aprovechar la catequesis mistagógica sobre los ritos y símbolos del sacramento, adaptado a los niños y preadolescentes.

b) En la etapa de la adolescencia adulta (15-18 años). Esta es la etapa que queda aún por abordar en cuanto a la iniciación cristiana. Los escasos adolescentes que piden el bautismo lo hacen en orden a celebrar en uno u otro momento la confirmación. La mayor parte de los adolescentes que desean confirmarse fueron bautizados de niños. Pero también una mayoría de ellos están tocados o por la ausencia de práctica religiosa o, incluso, a veces, por la indiferencia. ¿Cómo realizar la catequesis iniciatoria para disponer a estos adolescentes a celebrar fructuosamente la confirmación?

c) En la etapa adulta (30-65 años) y en la juventud (19-29 años). Bien se celebre ella sola, bien se celebre con el bautismo y la eucaristía, como sacramentos de la iniciación cristiana completa, la preparación siempre habrá de guiarse por el RICA en sus cuatro etapas: precatecumenado, catecumenado, etapa de purificación e iluminación y mistagogia. Recomendamos poner en práctica lo que en la catequesis del sacramento del bautismo se dijo sobre la importancia del precatecumenado para la conversión - fe inicial, sobre la pista precatequética operativa y sobre el catecumenado y su fidelidad al RICA (para la confirmación nn. 227-231). Aquí habrá que abundar en el contenido teológico de la confirmación (CCE 1285-1289: la confirmación en el plan de salvación; el don del Espíritu; 1302-1305: los efectos de la confirmación), muy en relación mistagógica con los ritos y los símbolos sacramentales, que se expresan más abajo (cf CCE 1293-1301; resumen: 1315-1321).

2. LA CATEQUESIS DE CONFIRMACIÓN CON LOS ADOLESCENTES. Muchos de ellos viven en una situación que requiere la nueva evangelización (cf DGC 62) dado que están necesitados de conversión a Jesús, el Señor. Esto es así, en primer lugar, por su misma edad: están en búsqueda de una nueva identidad y no se sienten de momento capacitados para encontrarse de tú a tú con el Señor. En segundo lugar, por el clima de indiferencia religiosa que respiran, al menos las sociedades del primer mundo, asentadas en la autosuficiencia que da el dominio de la ciencia y de la técnica. Y, en tercer lugar, por su abandono de las prácticas religiosas, que –a su modo de ver– limitan su vivencia de libertad y la someten al imperativo de la institución. Los adolescentes están, por tanto, en busca del sentido de su vida y en plena crisis religiosa. Suelen rechazar cuanto no responde a sus inquietudes y expectativas y tienden a lo sumo a vivir una religiosidad subjetiva y selectiva o a la carta. ¿Cómo realizar una catequesis fiel al mensaje de la confirmación y a personalidades como las indicadas?

a) Lo que suele hacerse. Sean uno, dos o tres años los dedicados a esta catequesis, el primer tercio de este tiempo se dedica a la convocatoria (el precatecumenado): etapa antropológico-religiosa en que, contando con las inquietudes e intereses de los adolescentes, se les orienta a lograr la amistad e intimidad con Jesucristo, como Señor y salvador, es decir, la fe-conversión inicial. A continuación, en los otros dos tercios del tiempo, se realiza la catequesis de iniciación cristiana (el catecumenado), poniendo el acento en la confirmación. La catequesis se concluye con una bien preparada celebración sacramental. Después se convoca a los confirmandos a continuar vinculados, en grupo, a la parroquia o comunidad eclesial, con diverso éxito pastoral.

b) Lo que convendría hacer. Dada la importancia que tienen tanto los adolescentes adultos (15-18 años) como el sacramento de la confirmación para el futuro próximo de la Iglesia, sería importante tener en cuenta los puntos siguientes:

– Que los catequistas del equipo responsable de confirmación estén confirmados una vez experimentado el catecumenado preconfirmatorio y formen parte de algún grupo de fe o comunidad de referencia de la comunidad cristiana. Que el equipo como tal se reúna periódicamente –durante un curso previo– para estudiar el proceso catequético en su conjunto, pero experimentando, como jóvenes o adultos-jóvenes, aquellos temas que parezcan más trascendentales o delicados. Que al final se dediquen a programar el curso.

– Que, dada la situación religiosa de los adolescentes actuales, una gran parte del proceso preconfirmatorio –por ejemplo, los dos primeros tercios– se dedique a la convocatoria o precatecumenado y la última parte más breve –el último tercio– se destine al catecumenado o catequesis de la iniciación cristiana. Porque «sólo a partir de la conversión y contando con la actitud interior de quien crea, la catequesis propiamente dicha podrá desarrollar su tarea específica de educación de la fe» (cf DGC 62).

– Que la etapa de convocatoria o precatecumenado cumpla su cometido: favorecer y lograr la fe-conversión al Señor Jesús, pero teniendo muy presentes los problemas adolescentes: la búsqueda de su nueva identidad, la necesidad de socialización, la crisis religiosa con sus vaivenes en la búsqueda de Dios, de Jesucristo y en la aceptación de la Iglesia como institución, etc.

– Que la etapa de la catequesis de la iniciación cristiana o catecumenado ayude: 1) a discernir los motivos personales para incorporarse al mismo; 2) a estimular la búsqueda de la propia identidad humana y cristiana y la configuración de un proyecto de vida; 3) a presentar a Cristo como modelo de identificación de valores éticos atractivos en esta edad, y como Hijo de Dios, hermano nuestro, salvador y liberador; 4) a mostrar a la Iglesia como familia y lugar de encuentro con Jesús; 5) a presentar la confirmación como el sacramento del Espíritu, don que se da a experimentar y que compromete a ser testigos del evangelio para la transformación del mundo en reino de fraternidad.

– Que los responsables pastorales sean conscientes de que, debido a la brevedad de este catecumenado preconfirmatorio, los adolescentes han adquirido tan solo una madurez en la fe inicial y que la iniciación cristiana, una vez celebrada la confirmación, necesita de una cuarta etapa, la mistagogia, más prolongada que la tradicional: unos meses o un curso. En ella se afianzaría la vivencia de los sacramentos iniciatorios y se haría un buen rodaje de vida comunitaria, pero también habría que tratar temas catequéticos no abordados en el breve catecumenado y otros que habría que profundizar. Asimismo, se realizaría con paz el discernimiento vocacional, en que cada uno descubra la llamada a la vida apostólica desde los carismas detectados a la luz del Espíritu.

– Los responsables pastorales, por fin, habrán de tener presente el cauce o los cauces grupales de continuidad para los que quieran seguir, terminada la cuarta etapa. Más aún, sería importante que ese cauce o cauces grupales o comunitarios se fueran anunciando a lo largo del proceso preconfirmatorio y con un acento más inmediato en la última etapa. Esto daría pie a que diversos grupos juveniles de fe o pequeñas comunidades de referencia se entroncaran en la parroquia o comunidad cristiana.

3. ALGUNOS ELEMENTOS PARA LA CATEQUESIS Y LA CELEBRACIÓN. a) En primer lugar, subrayamos el sentido de los símbolos del sacramento, en función de una catequesis mistagógica: 1) El obispo. «El ministro originario de la confirmación es el obispo. Por regla general el sacramento es administrado por el mismo obispo, de manera que se manifieste más claramente la referencia a la primera efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés» (RICA 7). La presencia del obispo no es para manifestar la autoridad jerárquica sino para expresar la unidad de la Iglesia y el compromiso con sus tareas, como colaboradores activos. 2) La crismación. Es el signo básico de la confirmación. Ya hemos dado un breve apunte al hablar de los símbolos en la celebración bautismal. La unción con el crisma significa básicamente el don del Espíritu; un don que nos marca y nos fortalece para cumplir una misión: ser buen olor de Cristo, testigos del evangelio en medio del mundo. 3) La imposición de las manos. Signo bíblico tradicional a través del cual expresamos la donación y el envío del Espíritu. La Iglesia utiliza este gesto en diversas ocasiones: para la reconciliación, para la ordenación, para la unción de los enfermos. También Jesús imponía las manos a los niños (Mc 10,16) y a los enfermos (Mt 9,18).

b) En segundo lugar, recordamos sucintamente las partes del rito del sacramento: 1) Rito inicial de acogida. Palabras de bienvenida. 2) Liturgia de la Palabra. Después de la lectura del evangelio, los confirmandos son presentados al obispo y este se dirige fundamentalmente a ellos. 3) Celebración del sacramento. Se renuevan, en primer lugar, las promesas bautismales. Después el obispo y los sacerdotes presentes imponen las manos sobre los confirmandos implorando el don del Espíritu. A continuación tiene lugar la crismación —con la señal de la cruz— en la frente de los confirmandos y el gesto de paz.

NOTAS: 1 Didajé VII, 3; JUSTINO, Apología I, 61. — 2 Decreto del 25.11.83, art. 10, D.O. de la CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA 3 (1984) 102. — 3 Cf Informe de Foessa, Euramérica, Madrid 1982. — 4 Cf CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción sobre el bautismo de niños, Roma 20.10.1980, 30, 4°. — 5 Ib.

BIBL.: AMICH J. M., Quinze, setze, disset, SIC, Barcelona 1994; BARTH G., El bautismo el tiempo del cristianismo primitivo, Sígueme, Salamanca 1986; BOROBIO D., Sacramentos en comunidad. (Para una catequesis a jóvenes y adultos), Desclée de Brouwer, Bilbao 1984; Proyecto de iniciación cristiana. Cómo se hace un cristiano. Cómo se renueva una comunidad, Bilbao 1980; Confirmar hoy. De la teología a la praxis, Descleé de Brouwer, Bilbao 1979; CASTILLO J. M., Bautismo y Confirmación, en FLORISTÁN C.-TAMAYO J. J. (dls.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1983, 78-89 y 217-227; CODINA V.-IRARRÁZABAL D., Sacramentos de iniciación. Agua y Espíritu de libertad, San Pablo, Madrid 1988; CoMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, Ritual de la iniciación cristiana de adultos (RICA), Madrid 1976; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; FRANQUESA A., El gran sacramento de la iniciación cristiana, Phase 177 (1990) 185-209; El rito de la iniciación cristiana y su repercusión ecuménica, Phase 131 (1982) 363-383; KÜNG H., La confirmación como culminación del bautismo, Concilium 100 (1974) 99-126; LARRABE J. L., Los sacramentos de la iniciación cristiana, Madrid 1990; LLABRÉS P., La iniciación cristiana, el gran sacramento de la nueva creación, Phase 171 (1989) 183-202; PAREDES J. C. R., Iniciación cristiana y eucaristía. Teología particular de los sacramentos, San Pablo, Madrid 19972; SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, La iniciación cristiana hoy. Liturgia y catequesis. Ponencias de las jornadas nacionales de liturgia 1988, PPC, Madrid 1989; TENA P.-BOROBIO D., Sacramentos de iniciación cristiana: bautismo y confirmación, dentro de la celebración en la Iglesia II: Sacramentos, Sígueme, Salamanca 1990, 27-180; VELA J. A., Reiniciación cristiana, Verbo Divino, Estella 1986; VORGRIMLER H., Teología de los sacramentos, Herder, Barcelona 1989, 138-172.

Josep Castanyé Subirana,
Miquel Raventós Suriá
y Vicente M° Pedrosa Arés