ANUNCIO MISIONERO
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SUMARIO: I. Nuestro contexto socio-cultural. II. El anuncio en la misión de la Iglesia: 1. El anuncio como elemento esencial de la misión; 2. El contenido del anuncio misionero. III. El anuncio misionero en la pastoral actual. IV. El anuncio misionero en la catequesis. V. Condiciones para el anuncio misionero: 1. La comunidad misionera; 2. Los cristianos presentes en el mundo; 3. Un lenguaje capaz de anunciar: signos y palabras.


La etimología del término catequesis habla de hacer eco, hacer resonar. Es necesario suponer un sonido, una voz previa, que haga posible el eco, la resonancia. Este significado originario nos sitúa ante un aspecto de la acción catequética que suele olvidarse o ignorarse con frecuencia: la necesidad de un anuncio, de una proclamación de Jesucristo, cuya resonancia en el interior de la persona que está en camino hacia la fe es desarrollada por la catequesis. De tal forma que con dificultad se podrá entender una catequesis que no haya sido precedida por una acción kerigmática, de proclamación.


I. Nuestro contexto socio-cultural

Toda reflexión sobre la acción pastoral ha de tener siempre presentes los condicionamientos históricos en que se realiza dicha acción. No todas las acciones tienen igual validez en contextos diferentes; más bien, cada contexto y cada circunstancia configuran la urgencia, la importancia y el modo de llevar a cabo una acción pastoral.

Ciñéndonos al campo de la reflexión catequética, puede afirmarse que las condiciones de nuestra cultura, en cuyo seno ha de realizarse la catequesis, han experimentado cambios profundos en el último medio siglo. Si en épocas relativamente recientes la catequesis podía acentuar sin dificultad su dimensión de instrucción sobre la fe (en particular sobre sus contenidos), dando por supuesto que esta fe había sido ya despertada y educada inicialmente, hoy este planteamiento resulta absolutamente inválido. La situación llamada de cristiandad ha dejado paso a otra que puede llamarse de secularización radical, y que en nuestro contexto comienza a llamarse poscristiana. En ella es posible encontrar muchos elementos que hacen referencia a lo cristiano en la cultura y en la vida social, aunque las mismas personas que utilizan estas referencias pueden no tener en absoluto una opción personal de fe. Puede oírse hablar de Jesucristo, pero no percibirse que Jesucristo es anunciado. La tremenda presión mediática que se da en nuestra cultura hace que cualquier anuncio o afirmación, por importante que pueda ser, corra el riesgo de ser banalizada. Nuestra aldea global es un mercado plural de propuestas de sentido. Para muchas gentes, el anuncio de Jesucristo resulta ser una oferta más entre otras: la dinámica publicitaria ha acostumbrado al hombre de hoy a hacer caso sólo a las propuestas que le resultan atractivas y convincentes. En este contexto debe situarse la Iglesia para plantearse la obligación ineludible de hacer el anuncio misionero y de encontrar la forma y las condiciones para llevarlo a cabo.


II. El anuncio en la misión de
la Iglesia

Cuando Jesús, antes de subir a los cielos, envía a sus discípulos, les da el encargo de anunciar el evangelio (Mt 28,19; Mc 16,15). La misma tarea que él había llevado a cabo durante su vida pública, de anunciar actuando y enseñando la Buena Noticia del amor de Dios Padre, queda después confiada a los discípulos, de forma que la condición evangelizadora se convierte en la identidad de la Iglesia: «Ella existe para evangelizar» (EN 14). En esta tarea, nada ni nadie la puede suplir, de modo que todo lo que hace la Iglesia, o lo que pueda hacer, o está al servicio de la evangelización, o hay que decir que no tiene razón de ser en ella; hasta tal punto es central su misión evangelizadora.

1. EL ANUNCIO COMO ELEMENTO ESENCIAL DE LA MISIÓN. El testimonio del Nuevo Testamento es muy significativo cuando muestra la clara conciencia que tenían los apóstoles y las primeras comunidades de su responsabilidad de evangelizar. Las expresiones son muy reveladoras: «No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (He 4,20) y tantas otras. La urgencia de esta primera época es que Jesucristo sea conocido y creído, y el camino para ello es el anuncio directo. Luego, a lo largo de los siglos, han variado las formas de llevar a cabo esta misión. Han cambiado también las épocas y los acentos de esta tarea, desde los grandes procesos de inculturación del cristianismo en el pensamiento antiguo o medieval, pasando por las difíciles y generosas misiones entre paganos de los siglos XVI-XX, hasta la presencia silenciosa y martirial de los cristianos en las Iglesias de detrás del telón de acero, ya en nuestros días. Hoy, en nuestros países llamados de vieja cristiandad, se plantea a los cristianos la urgencia de hacer presente el anuncio misionero de Jesucristo en un ambiente de indiferencia y a unas personas que vienen de vuelta de lo cristiano. Se trata de un reto de envergadura que reclama imaginación y audacia para seguir siendo fieles a la misión. Toda la actual tarea pastoral, que puede considerarse como de mantenimiento, debe ser consecuente a la acción primordial e ineludible que confiere su identidad a la Iglesia: el anuncio de Jesucristo y de su evangelio. Aunque haya, quizá, que preguntarse si en muchos casos no se ha invertido el orden y la importancia de estos elementos.

2. EL CONTENIDO DEL ANUNCIO MISIONERO. En el origen de la fe hay necesariamente un anuncio que despierta la adhesión primera y el deseo de seguir buscando. El anuncio que hace Jesús y que reciben sus discípulos y contemporáneos es el de Dios Padre que actúa en favor del hombre, que es amigo de pobres y sufrientes, que rescata con misericordia a los perdidos, y que anuncia y proclama una nueva situación, el Reino, en el que actuarán unos nuevos valores. Pero la historia personal de Jesús y, en particular, su muerte y resurrección, llevarán a los discípulos a ampliar este anuncio que ellos mismos habían escuchado a su Maestro. En adelante, la Buena Noticia va a ser el propio Señor Jesús, que se convierte no sólo en el mensajero, sino en el mensaje del amor de Dios y de su intervención salvadora: «Jesús mismo es el evangelio de Dios» (EN 7). El es el signo


III. El anuncio misionero en la pastoral actual

Es significativo que una de las llamadas más insistentes de los agentes de pastoral sensibles al actual momento histórico sea la de pasar de una pastoral de cristiandad a una pastoral de misión. Esta se entiende como una pastoral que tiene en cuenta el vacío de fe y de opción personal por Jesucristo, incluso en personas practicantes al estilo tradicional, cuanto más en personas y grupos sociales que viven al margen de la fe y de la pertenencia real a la Iglesia, aunque hayan sido sacramentalizados. Sin olvidar el número creciente de no bautizados entre las generaciones más jóvenes. A este vacío de fe, la Iglesia no puede responder más que planteándose como tarea prioritaria la pastoral evangelizadora, en la que resulta central el anuncio misionero.

El Congreso de Evangelización y hombre de hoy, celebrado en 1985, en su conclusión 16, afirmaba: «En nuestra situación histórica, es urgente pasar de una pastoral de conservación a una pastoral de misión; por ello, consideramos tareas prioritarias de nuestra Iglesia reevangelizar a los cristianos y evangelizar a los alejados y a los no cristianos, iniciando en la fe a niños, jóvenes y adultos. De esta forma, la Iglesia participa en la edificación de un mundo y una humanidad nuevos».

Hay que reconocer que, por la acción del Espíritu, han surgido en la Iglesia en los tiempos recientes diversas fórmulas de acción misionera, promovidas por personas o grupos, que han intentado dar respuesta a esta urgencia. Igualmente, los diferentes movimientos de orientación catecumenal que se han desarrollado entre adultos y jóvenes tienen una componente importante de acción misionera, ya que normalmente se dirigen a personas alejadas que necesitan hacer su camino de fe completo. Junto a esta realidad consoladora, se constata, con preocupación, que muchas de las acciones normales de la pastoral de nuestras parroquias, cuyos destinatarios son personas alejadas y, en algunos casos increyentes, tienen un escaso o nulo talante evangelizador, por lo que no llegan a ser ocasión de que Jesucristo sea anunciado.

El estudio que se hizo al respecto en las diócesis españolas con ocasión del Congreso Parroquia evangelizadora en 1988, resulta revelador y preocupante al mismo tiempo. La razón puede estar en que la mayoría de los presbíteros, agentes directos de esta acción pastoral, no fueron preparados para esta nueva situación cultural y no se encuentran capacitados para afrontar sus retos. Este deberá ser, por ello, un aspecto a tener muy en cuenta en el futuro en la formación de los sacerdotes jóvenes y de los candidatos al sacerdocio. Otra explicación puede ser la dificultad de encontrar formas válidas de comunicación significativa que lleguen al hombre de hoy, que vive permanentemente aturdido por los impactos mediáticos. Estas constataciones nos hacen ver que el cambio de sentido de la acción pastoral, que se considera deseable y necesario, no resulta fácil en absoluto, aunque se tengan las mejores intenciones y deseos.


IV. El anuncio misionero en la catequesis

Sabemos que el anuncio misionero es anterior a la acción catequética. Sin embargo, en muchas ocasiones no resulta posible o no hay oportunidad de hacer las cosas conforme a este modelo teórico. Entonces se hace necesario que ambas acciones se den de modo simultáneo: el anuncio se realiza en un contexto de catequesis y la catequesis no es sólo desarrollo de la proclamación, sino proclamación al mismo tiempo (piénsese, por ejemplo, en las catequesis prebautismales y preeucarísticas de muchas de nuestras parroquias). La misma necesidad puede darse en circunstancias de religiosidad popular, quizás sincera,

pero mezclada con una profunda ignorancia religiosa. La catequesis, en estos casos, no sólo debe pretender dar contenido a la fe, sino despertarla de forma inicial, mediante el anuncio misionero. Esta es la modalidad que, en algunas 'regiones, se está llamando catequesis misionera (inspirada en el Directorio general de pastoral catequética [DCG] 18, en EN 56 y en CT 19), que acentúa la dimensión misionera, tratando de suscitar, en primer lugar, la conversión al evangelio. «La situación concreta de muchos cristianos está pidiendo una carga fuerte de primera evangelización en la actividad catequética propiamente dicha» (CC 49). El Directorio general para la catequesis de 1997 (DGC), al hablar de las diferentes situaciones socio-religiosas ante la evangelización, llama a ésta situación intermedia, ya que en ella «grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su evangelio» (RMi 33). Esta situación requiere una nueva evangelización. Su peculiaridad consiste en que la acción misionera se dirige a bautizados de toda edad, que viven en un contexto religioso de referencias cristianas, percibidas sólo exteriormente. En esta situación, el primer anuncio y una catequesis fundante constituyen la opción prioritaria (DGC 58).

El anuncio misionero, que se orienta a la catequesis, debe entenderse como una acción en dos tiempos: el primero, que es el anuncio propiamente dicho, propone a Jesucristo y su evangelio y llama a la adhesión de fe; el segundo, que es llamado pre-catequesis, se concibe como un tiempo de búsqueda, de clarificación y de decisión de seguir el proceso catequético (CAd 204-210). La puesta en práctica de este anuncio misionero y del acompañamiento de las personas en el tiempo de la precatequesis exige a la Iglesia la preparación cuidadosa de agentes capacitados para esta delicada tarea pastoral.

En cuanto a la metodología, hay que tener en cuenta que la presencia simultánea del anuncio y de la catequesis propiamente dicha puede demandar una cierta alternancia de los métodos. Mientras la catequesis puede tener unos acentos más asertivos o expositivos, referidos a los contenidos de la fe, el anuncio debe ser más interpelante y directo. A lo largo del itinerario catequético, ambos deberán ser sabiamente utilizados y dosificados por el catequista, al servicio del acompañamiento hacia la fe de las personas que tiene confiadas.


V. Condiciones para el anuncio misionero

A pesar de que, como recuerda la EN, «la Iglesia existe para evangelizar», no siempre aparece como patente e incuestionable que allí donde la Iglesia está presente está también la acción misionera y el anuncio explícito de Jesucristo. En ocasiones, el peso de tradiciones añadidas, o la rutina, o la instalación, puede acarrear el olvido de lo esencial y, en la práctica, la acción misionera queda relegada y llega a no estar presente. Si tal situación, aunque no sea aceptable en principio, ha podido tener una cierta explicación en tiempos pasados, de cristiandad, en las circunstancias actuales se convierte en un grave pecado de omisión. Hoy no es posible suponer que el anuncio y el conocimiento de Jesucristo pueda llegar a las personas y a los ambientes por otro cauce que no sea la propia comunidad eclesial y el testimonio y la palabra de los cristianos.

Con todo, el anuncio misionero no se produce de forma espontánea o automática, simplemente por la presencia de la Iglesia. Es necesario que se den algunas condiciones, que vienen demandadas por el contexto cultural en que nos movemos.

1. LA COMUNIDAD MISIONERA. El fundamento bíblico y eclesial de la misión es claro, y los textos del magisterio de nuestros días reafirman la misma conciencia: «La Iglesia entera es misionera, la obra de la evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios» (EN 59). Se trata de que, en su existencia concreta e histórica, la Iglesia —las Iglesias particulares y cada comunidad inmediata—vivan según esta conciencia. Para ello se necesita, en primer lugar, que exista comunión. Los miembros de la Iglesia saben que no están unidos por una agregación puramente casual o sociológica, sino por el Espíritu del Señor, que es quien construye la unidad. Cuando una comunidad vive esta comunión, se cumple lo que pidió Jesús en su oración: «Padre..., que todos sean una sola cosa... para que el mundo crea» (Jn 17,21). Así lo expresa Juan Pablo II: «La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión» (ChL 32). La comunión crea unidad desde la aceptación de la pluralidad de carismas y de vocaciones. Esto es signo de la riqueza que da el Espíritu para que la misión pueda llevarse a cabo. La comunidad misionera es alimentada permanentemente por la Palabra, por la eucaristía y por la oración en común; en ella tiene un lugar privilegiado la iniciación a la fe a través de itinerarios catecumenales; es una comunidad abierta, capaz de acoger a los de fuera y de compartir con los pobres; en sintonía con el entorno social y sabiendo estar presente en medio de él de forma testimonial y significante. Este estilo de ser y de estar es el que da a la comunidad misionera el respaldo para poder anunciar de forma creíble el mensaje de Jesucristo. Por el contrario, si la comunidad no presenta estas características, sino que se conduce dentro de esquemas puramente tradicionales, más vuelta al pasado que al presente y al futuro, es claro que le faltarán no sólo la energía para llevar el anuncio a los hombres, sino la fuerza y el respaldo moral que necesita para que este sea tomado en consideración. «Será, sobre todo, mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo» (EN 41).

2. Los CRISTIANOS PRESENTES EN EL MUNDO. En una cultura secularizada, se afirma cada vez más la necesidad de que quienes lleven a cabo el anuncio misionero sean los mismos que viven plenamente inmersos en esa cultura y en sus ámbitos normales de vida. Una Iglesia clerical o clericalizada difícilmente puede ser hoy misionera. El testimonio ante los no creyentes y la propuesta directa de la fe procede de la condición bautismal más que de la ordenación sacramental. El problema se presenta muchas veces porque la'mayoría de los cristianos laicos no tiene conciencia de este aspecto específico de su condición y vocación laical y porque, incluso teniendo esta conciencia, les falta preparación para llevar a efecto la tarea misionera.

El Vaticano II desarrolló ampliamente la originalidad y el alcance de la vocación de los laicos (LG y AA). Después de él, parece irse afianzando la convicción de que el papel de los laicos en la tarea misionera es irremplazable. Esta tarea se lleva a cabo en dos ámbitos: el de la construcción de la ciudad secular según el proyecto de Dios y el del diálogo misionero y el anuncio explícito de Jesucristo que se va haciendo en las fronteras de la fe, allí donde es impensable la presencia y la credibilidad de un ministro ordenado. Para iluminar la situación que hoy se vive, es posible remontarse a los primeros siglos cristianos, cuando la expansión del cristianismo entre los gentiles estaba plenamente en manos de los laicos, hombres y mujeres convencidos de su fe y capaces de contagiarla por la fuerza de su testimonio. Hoy nos encontramos en situaciones bastante semejantes a aquellas, aunque con nuevas dificultades añadidas, como son las ya citadas condiciones de la sociedad poscristiana.

3. UN LENGUAJE CAPAZ DE ANUNCIAR: SIGNOS Y PALABRAS. Una última, aunque no menos importante, condición para que se dé el anuncio misionero, es que este sea transmitido en un lenguaje capaz de ser comprendido por sus destinatarios. Aun más allá de la comprensión, este lenguaje debe ser capaz de interpelar y de invitar a la respuesta. El anuncio de Jesucristo no consiste sólo en una transferencia de información sobre él, sino en una llamada a adherirse a él, por lo que la intensidad comunicativa del lenguaje debe ser mucho mayor. Este lenguaje, a semejanza del que usó Jesús, está hecho a la vez de signos y palabras.

a) Los signos. Dentro de la dinámica de la evangelización, los signos son aquellas acciones, conductas, gestos, que sólo encuentran explicación remitiendo a la verdad o realidad que significan (Jesús, no sólo se manifiesta como «Luz del mundo», sino que devuelve a un ciego la vista: Jn 8,12; 9,1-41). Es verdad que los signos que hizo Jesús eran los propios del Hijo de Dios y no es posible pretender repetirlos. Sin embargo, él promete a sus discípulos que, en su tarea de evangelizadores, «les acompañarán signos» (Mc 16,16-18). Estos signos han estado y continúan estando presentes en la historia de la evangelización. Hoy los signos son, por lo general, formas de conducta de los cristianos que, siendo comunes, resultan en cierto modo extrañas o interpelantes en el contexto en que tienen lugar: por ejemplo, la pobreza asumida voluntariamente, el compromiso desinteresado por los demás, la honradez en contextos donde es común la corrupción, la forma esperanzada de afrontar el dolor, la enfermedad o la muerte. Y lo mismo que en el nivel personal, puede decirse del testimonio de las comunidades cristianas: cuando son lugares abiertos de acogida incondicionada, cuando se da una generosidad al compartir y al ayudar a los necesitados, cuando se denuncian, incluso con riesgos, situaciones de injusticia. En un caso o en otro, se trata de signos de liberación que actualizan aquello que Jesús anunció y prometió a sus discípulos.

Esta variedad de signos que hoy pueden estar acompañando a la evangelización, son los que preparan a la comprensión y a la aceptación del anuncio misionero, ya que permanentemente están remitiendo a la realidad de la fe y de Jesucristo, a partir de la cual se van haciendo comprensibles. Todo este proceso dinámico de la evangelización puede encontrarse bellamente descrito en numerosos textos del reciente magisterio de la Iglesia (AG 11-12; EN 17-24; RMi 42-43).

b) Las palabras. Recuerda el Concilio que «la revelación de Dios se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas» (DV 2). En la evangelización, que consiste en anunciar a los hombres la revelación y la intervención salvadora de Dios por Jesucristo, también van unidos los signos y las palabras: «estas proclaman las obras y explican su misterio» (DV 2).

Las palabras humanas que hacen posible el anuncio misionero son, en primer lugar, palabras para un diálogo, que después tendrán que ser palabras para un anuncio. En cuanto palabras al servicio del diálogo, deben pertenecer a la cultura, al pensamiento y a las experiencias de los destinatarios. Sólo así pueden conformar un lenguaje significativo, es decir, cargado de sentido. En el evangelizador, la condición para poseer este lenguaje es la encarnación, la inmersión en la realidad del destinatario. Desde ella, podrá ir deshaciendo prejuicios, provocar una búsqueda y acompañar los pasos del evangelizado que quizá anda aún en la oscuridad. En cuanto palabras al servicio del anuncio, deberán ser, en primer lugar, fieles a la verdad revelada que se pretende transmitir, y que la Iglesia entrega en fórmulas acuñadas, y, al mismo tiempo, ser capaces de expresar su contenido profundo utilizando un lenguaje que tenga sentido para quien lo escucha. En los tiempos y circunstancias actuales, no es pequeño el esfuerzo que deberán hacer los evangelizadores para hallar este lenguaje válido que está reclamando el anuncio misionero. De nuevo en EN 63 encontramos enunciadas las exigencias de adaptación y de fidelidad que requiere el lenguaje de la evangelización.

El anuncio misionero resulta hoy irrenunciable como punto de partida para una catequesis que debe desarrollar una fe inicial ya presente. En unas ocasiones este anuncio será previo a la catequesis y, en otras, tendrá que ser simultáneo a ella. En cualquier caso está llamado a ser la piedra de toque de toda la actividad que la Iglesia debe llevar a cabo al servicio de su misión y del hombre de nuestros días.

BIBL.: Congreso «Evangelización y hombre de hoy», Edice, Madrid 1986; Congreso «Parroquia evangelizadora», Edice, Madrid 1989; CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura, Ciudad del Vaticano (23 mayo 1999); GEVAERT J., Primera evangelización, CCS, Madrid 1992.

Antonio Mª. Alcedo Ternero