ACCIÓN CATEQUIZADORA
NDC


SUMARIO:
L Introducción. II. Progreso en la acción catequizadora o catequesis: 1. De enseñanza doctrinal a proceso catequético de iniciación; 2. De la etapa comunitario-pastoral a «momento esencial del proceso de evangelización»; 3. De la catequesis de niños a la «catequesis de adultos». III. Vacíos y dificultades de la acción catequizadora: 1. Vacío de acción catequética; 2. Dificultades en la acción catequizadora. IV. Agentes de la acción catequizadora. Conclusión.


i. Introducción

La sociedad moderna, impregnada de indiferencia y agnosticismo religiosos, ha puesto en entredicho la capacidad iniciatoria de la catequesis en el tiempo de la cristiandad. Ya en el siglo pasado, J. H. Newman constataba que una simple fe implícita —es decir, recibida y tenida, más que personalmente asumida y ejercida— conducía a las personas cultas a la indiferencia y a las personas sencillas a la superstición. La catequesis, realizada en la cristiandad en medio de su acción pastoral, no propició una verdadera iniciación cristiana. Así, hoy día, es necesaria una verdadera acción misionera en nuestro propio entorno, seguida de una catequesis de carácter iniciatorio-catecumenal, para lograr cristianos fundamentados e iniciados en la fe. De esta forma, la catequesis –dentro del proceso de evangelización (cf EN 17-24; AG 11-18)— aparece «tan unida a la acción misionera, fundamentando básicamente lo que allí se inició, como a la acción pastoral, que continuará madurando esta formación básica» (CAd 45). La catequesis es un elemento integrante de la iniciación cristiana y esta, en su sentido más estricto, se sitúa en la etapa anterior a la etapa pastoral propiamente dicha. El nuevo Directorio general para la catequesis lo ha expresado claramente: «La catequesis de iniciación es el eslabón necesario entre la acción misionera, que llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la comunidad cristiana» (DGC 64; cf IC 41).

La catequesis es probablemente el ámbito pastoral en que mayores avances se han producido en la Iglesia tras la renovación del Vaticano II —da la impresión de que el ministerio de la catequesis saca siempre nuevas energías de los concilios— y esto es esperanzador porque la catequesis es vital para la construcción de la Iglesia, el nervio central de la iniciación cristiana. Todo grupo humano se ve obligado a cuidar con esmero los cauces de iniciación de sus nuevos miembros a la ideología y vivencia del grupo. Así lo ha hecho la Iglesia desde sus inicios. Los Hechos de los apóstoles hablan de la institución del diaconado como una opción que toman los apóstoles con vistas a que ellos pudieran dedicarse al ministerio de la Palabra (cf He 6,4). Este mismo libro narra las primeras experiencias de instrucción cristiana: «[Apolo] había sido instruido [en griego katecheo o catequizar] en el camino del Señor» (He 18,25). La finalidad con la que se escriben los mismos evangelios, todos lo sabemos, es la de poder dar una instrucción más pormenorizada a los nuevos miembros que, no habiendo conocido a Jesús, desean ingresar en la comunidad. Uno de los momentos más brillantes de la Iglesia de Jesús lo constituyen los siglos II-V debido al catecumenado, con la catequesis como nervio central, y que dio origen a grandes obispos-catequistas como san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno, san Agustín, etc. «Los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos fuertes de la catequesis» (CCE 14).


II. Progreso en la acción catequizadora o catequesis

En los últimos 30 años se han producido tres grandes avances en la acción catequizadora en la Iglesia, aunque algunos países habían comenzado la renovación catequética antes del Vaticano II: 1) El paso de ser contemplada fundamentalmente como una enseñanza doctrinal a ser vista como un proceso iniciatorio, de estilo catecumenal, en especial a partir del MPD (1977) y CT (1979). 2) De estar situada en la esfera pastoral a ser un elemento integrante de la acción evangelizadora, «momento esencial del proceso de evangelización» (DGC 63). 3) De estar polarizada en los niños a considerar la catequesis de los adultos como la forma principal de catequesis, punto de referencia de toda experiencia catequizadora.

1. DE ENSEÑANZA DOCTRINAL A PROCESO CATEQUÉTICO DE INICIACIÓN

a) Hitos de la renovación catequética, del Catecismo de Trento al Catecismo de la Iglesia católica. Antes de nada hay que decir que el estilo de catequizar es portador de una imagen de Iglesia. Un catecismo muy doctrinal revela una Iglesia más que preocupada (eso es bueno), obsesionada por guardar fielmente el corpus doctrinae, mientras que un catecismo antropológico refleja más una Iglesia que busca ofrecer el evangelio al hombre de hoy, o un catecismo con un gran talante comunitario expresa una Iglesia deseosa de impulsar la vivencia comunitaria de la fe.

Cuando el concilio de Trento asume la ignorancia religiosa del pueblo cristiano y apuesta por una catequización generalizada para todo el pueblo fiel, opta por aceptar el género catecismo, que viene a ser un resumen de la teología de aquel momento eclesial, reforzada por las afirmaciones conciliares; el resumen queda dividido en las cuatro grandes estructuras catequéticas, aunque ordenadas originalmente: lo que hay que creer (el símbolo de los apóstoles), lo que hay que recibir (los sacramentos), lo que hay que obrar (el decálogo) y lo que hay que orar (la oración dominical). Han sido cuatro siglos de doctrina, presentados pedagógicamente también en catecismos minores y breves, de forma que los destinatarios pudieran aprenderlos de memoria y asegurar así la fe tradicional frente a la fe nueva protestante.

Por los años 1940-1950, especialmente en Alemania y Francia –más tarde en España–, la catequesis recupera una de las formas más tradicionales de la catequesis –vigente en el Catecumenado bautismal (siglos II-V)–: la narración de la historia de la salvación, que, al decir de san Agustín, «comienza con la creación y llega hasta nuestros días».

En los años 1960-1970, la catequética francesa, la holandesa y la latinoamericana recuerdan uno de los elementos claves en toda catequización: el destinatario de la catequesis y sus circunstancias socio-políticas y culturales. La historia de la salvación trata de salvar al ser humano, pero ¿cómo es este, dónde está inmerso, qué espera, qué necesita...? La catequesis recupera así otra clave en la catequización: la dimensión antropológico-social.

Pocos años más tarde, a finales de los años 70, la acción catequística recupera otra de las dimensiones más antiguas de la catequesis catecumenal, la dimensión comunitaria: la catequesis nace de la comunidad, se realiza en la comunidad y prepara a los catequizandos para incorporarlos a la comunidad (cf MPD 77, 13).

A lo largo de esta evolución, la Iglesia detecta uno de los riesgos de la catequesis: que se desvirtúe la unidad doctrinal y que los catequizandos no logren una síntesis del mensaje cristiano. En casi todas las Iglesias se publican catecismos nacionales incluso para los adultos. Por fin, en 1985, la Iglesia decide elaborar el actual Catecismo de la Iglesia católica (CCE), que se aprobó y publicó en 1992 (FD 4).

b) La acción catequizadora en el nuevo Directorio general para la catequesis (DGC). En 1997, la Iglesia católica publica el nuevo Directorio general para la catequesis; en él la catequesis iniciatoria –de estilo catecumenal– recupera carta de naturaleza: «El catecumenado bautismal [es el] inspirador de la catequesis en la Iglesia» (DGC 90).

Así pues, según el nuevo Directorio, la catequesis es un proceso iniciatorio inspirado en la catequesis catecumenal, que, en unos casos, prepara para el bautismo y, en otros, como es el caso general de la catequesis de nuestras parroquias, ayuda a los catequizandos de las diversas edades a vivir las virtualidades del bautismo ya recibido (RICA 295). Por ello «la catequesis tiene su origen en la confesión de fe y conduce a la confesión de fe» (DGC 82).

La Conferencia episcopal española ha elaborado los puntos de referencia básicos y el proyecto evangelizador misionero y catecumenal unitario que pide el Directorio, aplicándolos a la realidad de las diócesis españolas, en el documento La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, aprobado en su LXX asamblea plenaria el 27 de noviembre de 1998.

Esta recuperación del carácter iniciatorio de la catequesis es uno de los aciertos más destacables de la Iglesia. Con la catequesis iniciatoria posbautismal, no se trata de subsanar la insuficiencia doctrinal de unos cristianos ya iniciados mediante la catequesis doctrinal. Con ella se trata de abordar a los creyentes que han celebrado ya los sacramentos de la iniciación, e iniciarlos, introducirlos vitalmente en los misterios que han celebrado. Con todo ello, la Iglesia les ofrece la posibilidad de renovar, al término del proceso catequizador, la profesión de fe que en el comienzo de su andadura bautismal no pudieron hacer personalmente.

La catequesis iniciatoria actual recupera del catecumenado aspectos importantes. Sintetizamos aquí lo que en otras voces del Diccionario se encontrará más analíticamente expuesto. Esos aspectos catecumenales recuperados para la catequesis actual son:

La finalidad de la catequesis, que es poner a los catequizandos «no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo» (DGC 80). Es una vinculación vital que conlleva una «vinculación fundamental a Dios (conversión, metanoia), llevada a cabo en la comunión eclesial (koinonía), para el servicio del mundo (diakonía)» (CAd 134).

Las tareas fundamentales de la catequesis, que son: «ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo» así como «iniciar y educar para la vida comunitaria y para la misión» (DGC 85-86). Así, esta catequesis integral intenta desarrollar todas las dimensiones de la vida de fe. Estas tareas de la catequesis son: 1) La tarea noética, el conocer sapiencial (sapere: saborear), gustando del mensaje cristiano. 2) La tarea celebrativo-litúrgica que impulsa el deseo de vivir y gozar la salvación que Cristo nos ofrece, especialmente en los sacramentos. 3) La tarea moral o la educación en las actitudes morales del evangelio. 4) La tarea orante, fruto de la contemplación del amor y cercanía de Dios que vive el creyente. 5) La tarea comunitaria, pues la catequesis prepara a los catequizandos para vivir su fe en comunidad. 6) La tarea misionera y transformadora de quienes, como Pedro y Juan, no pueden callar «lo que hemos visto y oído» (He 4,20); anunciando el mensaje junto al testimonio de vida y estando activamente presentes como cristianos en la sociedad, en la vida profesional, social, etc. (cf IC 42).

La eclesialidad de la catequesis. La catequesis no nace de la iniciativa del catequista; es la acción de una Iglesia-Madre que entrega (traditio) a los catecúmenos o catequizandos toda la riqueza contenida, tanto en el mensaje y la vida de Jesús como en la Tradición viva eclesial de veinte siglos. Los catecúmenos o catequizandos, a su vez, devuelven (redditio) esa entrega, «enriquecida con los valores de las diferentes culturas» (DGC 78).

— El itinerario catequético-catecumenal desarrolla, en primer lugar, una catequesis bíblica (narratio), que trata de introducir a los catecúmenos o catequizandos en la dinámica de la historia de la salvación; continúa con una catequesis doctrinal (explanatio), basada fundamentalmente en la explicación-entrega del credo apostólico, y termina con la catequesis mistagógica, que ayuda a los catecúmenos o catequizandos a gustar y gozar de los misterios salvadores expresados en los símbolos de los sacramentos iniciatorios celebrados. Este itinerario incorpora una catequesis moral o los criterios, actitudes y comportamientos que se desprenden de las otras tres catequesis para la vida.

La estructura gradual de la catequesis. Estas etapas (precatecumenado, catecumenado y mistagogia) responden al crecimiento progresivo en la fe de todo aquel que recorre el camino de esta catequesis catecumenal: 1) El tiempo de la precatequesis trata de suscitar la conversión inicial; 2) el catecumenado o catequesis integral propiamente dicha, y 3) el tiempo de la mistagogia, etapa eminentemente espiritual, basada en la vivencia gozosa de los sacramentos iniciatorios celebrados y en la experiencia de vivir en comunidad abierta a las tareas de la misión.

El carácter básico o la iniciación en los fundamentos de la fe. La catequesis iniciatoria introduce en lo «nuclear de la experiencia cristiana, las certezas básicas de la fe» (DGC 67), proporcionando a los catequizandos la cimentación suficiente sobre la que deberán construir más tarde, en la vida de comunidad, el edificio de su vida cristiana. Este educar en las certezas y convicciones básicas es lo que hace de la catequesis un servicio a la unidad de la fe. La catequesis de la iniciación proporciona lo común cristiano.

— El carácter transitorio o la duración limitada de la catequesis iniciatoria proviene también del catecumenado bautismal, con un principio y un final. Pero ello no impide que quien ha sido catequizado tenga necesidad después, a lo largo de su vida cristiana, de una catequesis permanente que se realiza en «formas múltiples» (cf DGC 69-72).

En síntesis. La catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial y ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda —incluyéndola— la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano, sin entrar en las cuestiones disputadas, ni convertirse en investigación teológica (ni llegar a ninguna especialización). En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe... «Esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados, ha de inspirar a las demás formas de catequesis» (DGC 68).

2. DE LA ETAPA COMUNITARIO-PASTORAL A «MOMENTO ESENCIAL DEL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN». De la etapa comunitario-pastoral, la catequesis ha pasado a ser elemento central de la acción evangelizadora, «momento esencial del proceso de evangelización» (DGC 63). La catequesis ha sido considerada durante largo tiempo como una acción característica de la etapa pastoral o de la vida de la comunidad. La vida parroquial se fundaba básicamente en la catequesis, la misa dominical, las novenas, las procesiones, etc. En los países tradicionalmente cristianos, nadie en esos momentos hubiera situado a la catequesis en la esfera de la acción misionera (aun cuando se sabía que la catequesis era uno de los pilares de la acción misionera en «países de misión»). Situar la acción catequizadora en la etapa comunitario-pastoral conduce a dos situaciones que muchos no aceptaríamos hoy: En primer lugar, a que la oferta de la catequesis se haga a los de casa, a los de siempre, como ha ocurrido en muchas experiencias de catequesis de adultos. En segundo lugar, como consecuencia, conduce a una desvalorización de la acción catequizadora, contemplándola como impropia de estos tiempos de misión, en que la Iglesia debe potenciar acciones misioneras. Esta es una de las razones –no la única– por la que la catequesis de adultos no ha entrado en bastantes diócesis y parroquias: no era una acción en la órbita de la misión. Por fin, se ha superado el complejo de estar trabajando con la catequesis al margen del hoy evangelizador de la Iglesia. El nuevo Directorio ha situado la catequesis como «momento esencial del proceso de la evangelización» (DGC 63), como «eslabón necesario entre la acción misionera... y la acción pastoral» (DGC 64). Ello supone:

– Reconocer la referida prioridad de la acción catequética respecto a las otras acciones evangelizadoras (la misionera y la pastoral) y potenciadora de las mismas (cf CAd 54), ya que ella prepara cristianos adultos en la fe para la vida pastoral en la comunidad y, como consecuencia, serán estos quienes puedan llevar a cabo la acción misionera fuera y dentro de las fronteras de la comunidad (acción misionera): «Cuanto más capaz sea la Iglesia de dar prioridad a la catequesis, tanto más encontrará en la catequesis una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera» (CT 15).

– Considerar la acción catequética como momento esencial del proceso evangelizador supone, además, buscar entre los no iniciados o entre aquellos que no tienen suficientemente fundamentada su fe, los destinatarios más idóneos para la catequización. En efecto, situada la catequesis como eslabón entre la acción misionera y la acción comunitario-pastoral, y teniendo como objetivo ayudar a madurar en la fe a aquellos en los que se ha despertado la fe inicial y desean fundamentarla, queda claro que su destinatario más idóneo no debe ser el sujeto activo de la comunidad. Ello no impide reconocer que en el interior de la vida de la comunidad se dé el caso de muchos miembros cuya fe no está suficientemente fundamentada –en buena medida son sujetos pasivos de la vida comunitaria–, y que requieren, por tanto, que su iniciación en la fe sea terminada mediante una buena catequesis.

Resumiendo. Durante mucho tiempo, la catequesis ha sido considerada fundamentalmente como preparación a la vida sacramental. Piénsese en las familias de los niños que aspiran a celebrar la primera comunión. La catequesis está vinculada a los sacramentos iniciatorios, pero estos son sacramentos que incorporan a la vida de la comunidad a quienes aún no lo estaban. En este sentido, la catequesis genuinamente iniciatoria está más cerca de la esfera misionera que de la vida comunitaria. «La iniciación no es del orden de transmisión de un saber intelectual; es pedagogía de entrada en un misterio»1.

3. DE LA CATEQUESIS DE NIÑOS A LA «CATEQUESIS DE ADULTOS». De estar polarizada en los niños, la catequesis ha pasado a tener, en «la catequesis de adultos», su forma principal. La catequesis de adultos debe ser considerada como la forma principal de catequesis a la que todas las demás, siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan. Esto implica que «la catequesis de las otras edades debe articularse con ella en un proyecto catequético coherente de pastoral diocesana» (DGC 59).

Este principio catequético no tiene aún visos de llevarse a la realidad en gran parte de la Iglesia. Cuando se habla de catequesis se sigue pensando en los niños. No nos imaginamos una comunidad parroquial sin catequesis de niños, pero no tenemos ningún sentimiento de culpabilidad pastoral por no ofrecer de manera estable una catequesis sistemática para adultos. Durante el tiempo de la cristiandad la catequesis se polarizó en la infancia –no fue así en la época de los santos Padres– y no es fácil superar la influencia de tantos siglos. Hay obispos de regiones pastorales que piden a todas las parroquias «una catequesis de adultos como oferta institucional permanente»2.

La prioridad referida de la catequesis de adultos (cf CAd 53-56) no debe quedar en los papeles, sino plasmarse en presupuestos, personal, convocatorias, ofertas, etc. No significa infravalorar la catequesis de niños y jóvenes; es esta la que debe tener en cuenta las líneas de fondo de la catequesis de adultos, lo cual no termina de hacerse realidad. La catequesis de adultos trata de orientarse mirando a la tradición iniciatorio-catecumenal; la catequesis de niños y adolescentes lo hace en un grado muchísimo menor.

Entre las importantes mejoras catequéticas, habría que potenciar la catequesis de adultos jóvenes, muchos de ellos alejados o indiferentes. Esto llevaría a cambiar en algunos hogares el clima religioso familiar; algunos adultos se transformarían en verdadera referencia testimonial, la catequesis en el ámbito familiar se haría más viable etc...; lo cual aportaría un gran bien para la vida de fe de las generaciones jóvenes.


III. Vacíos y dificultades de la acción catequizadora

1. VACÍO DE ACCIÓN CATEQUÉTICA. Parece innecesario –y hasta quizás una paradoja– hablar de un vacío de catequesis o acción catequizadora, cuando muchos pastoralistas tienen la sensación de una inflación de catequesis. Hay que reconocer que hay etapas de la vida cristiana muy importantes, en las que falta una buena oferta de catequesis iniciatoria y, por tanto, orgánica y sistemática. Esta se halla presente en la niñez y en la adolescencia, y en ellas con grandes deficiencias. La catequesis de niños se reduce, en muchos casos, a lo que puede realizarse hasta la primera eucaristía. A partir de ahí hay un descenso significativo de niños en la catequesis. Esto trae como consecuencia un vacío de catequesis en el momento en que el niño llega a su adultez infantil (11 años): no ha seguido el proceso catequético completo y no termina, por tanto, haciendo la confesión bautismal de fe, propia de su edad, que es la meta de toda catequesis.

Por lo que respecta a la adolescencia, la catequesis está muy condicionada, por una parte, por el cambio antropológico profundo por el que pasan los adolescentes, que exige, las más de las veces, limitarse, en un largo primer momento, a una precatequesis, desbloqueo religioso, etc., y, por otra, por el sacramento de la confirmación. Una buena parte de los catequistas que trabajan en esta catequesis tienen la impresión de quedarse a mitad de camino de lo que debe ser una iniciación cristiana, que termina en la comunidad parroquial con la confesión de la fe por parte de los jóvenes, y la confirmación sacramental por parte de la Iglesia.

2. DIFICULTADES EN LA ACCIÓN CATEQUIZADORA. La acción catequizadora no es fácil. La catequesis es una acción pedagógica relacional, cuyo éxito depende de la combinación de una serie de elementos que no siempre están presentes, o no lo están en la medida que la meta de la catequesis lo exigiría. Las dificultades provienen, al menos, de tres factores:

a) La falta de concienciación y preparación de los responsables de la catequesis o acción catequizadora. La concienciación de los sacerdotes, en concreto, acerca de la catequesis de adultos, es escasa: pocas parroquias ofrecen para ellos una catequesis de iniciación, es decir, orgánica y sistematizada. En cuanto a la preparación de los catequistas para cualquier edad, su capacitación sigue siendo la asignatura pendiente del movimiento catequético. Se gastan muchísimos más esfuerzos en elaborar diseños, materiales catequéticos, organización de los grupos, etc., que en capacitar y atender de cerca a quienes van a animar y dirigir la acción catequizadora.

b) La resistencia interior de los catequizandos para ser catequizados. Para un catequista que trata de ayudar con ilusión a unos hermanos a madurar en el camino de la fe, pocas cosas resultan más gratificantes que encontrarse con hombres y mujeres o jóvenes y niños, que desean acercarse al Señor y participar activamente de su discipulado. Pues bien, esta no es, desgraciadamente, la realidad actual. La falta de experiencia cristiana en las familias jóvenes, la no fácil disponibilidad al cambio que exige entrar generosamente en el discipulado de Jesús («Maestro, te seguiré adondequiera que vayas» [Mt 8,191), el entorno que rodea a los destinatarios: de tensión, de consumo y bienestar... todo esto provoca en ellos una especie de resistencia interior ante la oferta catequizadora. Los que trabajan con adolescentes, jóvenes y adultos conocen muy bien la dificultad que entraña convocarlos a la catequesis de confirmación, a los encuentros prematrimoniales y a las reuniones con ocasión de la sacramentalización de sus hijos.

c) La complejidad de una buena dinámica del proceso. Nos fijamos en los siguientes aspectos:

La experiencia de encuentro con Jesucristo. «El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo» (DGC 80; cf CT 6). «La catequesis trata de propiciar la vinculación básica del hombre con Jesucristo» (CAd 139). Es decir, la fe se apoya básicamente en este encuentro con Jesús, el Señor, y cuando la catequesis no favorece esta experiencia religiosa de comunión con él, se corre el peligro del doctrinalismo. «Para acceder, de esa situación de fe heredada, poseída, inercial, a una fe personal, es indispensable que el sujeto se despierte a la experiencia de la fe, escuche personalmente el testimonio de la presencia (de Dios) en su interior y en su vida, y consienta a esa presencia, descentrándose en el movimiento de confianza absoluta» (J. Martín Velasco, p. 45). Cuando en una persona no se ha producido esa experiencia de encuentro que le ha seducido y que puede producir la conversión a Jesús, el Señor, la incidencia vital de la catequesis en la persona es escasa y se evapora fácilmente. Si de algo adolece la catequesis es de una falta de experiencia religiosa.

— La dificultad de una catequesis integral, en la que se intente desarrollar todas las dimensiones de la vida cristiana como: el conocimiento sapiencial del contenido de la fe, las actitudes morales cristianas, el gusto por la celebración y la oración, el cultivo de la vivencia comunitaria, el impulso misionero militante... Es difícil promover equilibradamente todas las dimensiones de la fe, pero es preciso intentarlo. Si en un grupo de catequesis se potencia en exceso una dimensión de la fe, sobre las otras, se dará lugar, como consecuencia, a un tipo de creyentes desajustados en su vida cristiana.

El establecer los límites de lo básico, lo fundamental, propio de la catequesis. Es esta característica de buscar lo básico, lo esencial, la que hace que la catequesis sea un servicio a la unidad de la fe. ¿Cuáles son esos aspectos nucleares que nunca pueden faltar? ¿Con qué densidad los debemos trabajar? ¿Dónde está la frontera de lo nuclear y las quaestiones disputatae? En la práctica no es fácil responder. La respuesta a esos interrogantes condiciona en buena parte la duración del proceso.

El hecho de atender únicamente a lo básico no quiere significar que estemos pensando en un proceso simple. Las imágenes utilizadas por los santos Padres al hablar de la naturaleza del catecumenado (gestación, noviciado, poner fundamentos sólidos de un edificio...) dejan entrever un proceso educativo global, del que pueda salir un cristiano suficientemente cimentado en la fe, que haya superado la minoría de edad y pueda seguir creciendo en su vida cristiana mediante una educación o catequesis permanente. En nuestro mundo actual habremos de ofrecer un proceso bien estructurado a la luz del catecumenado bautismal, prolongado pero no muy largo, que dé al creyente una consistencia de fe suficiente para vivir en el mundo de hoy con la ayuda posterior de una educación permanente en la vida teologal.

— La dificultad de un acompañamiento individualizado. La catequesis que pretende incorporar a unos creyentes a la vida de la comunidad, no puede menos que utilizar una pedagogía grupal, para vivenciar la dimensión comunitaria de la fe. Esto no obstante, cada componente del grupo (en especial de adolescentes, jóvenes y adultos) necesita por parte del catequista un acompañamiento individualizado, que con frecuencia no se puede realizar. Todos los componentes de un grupo maduran personalmente según la calidad de la dinámica del propio grupo. Pero la madurez individual no depende únicamente de los condicionamientos positivos grupales. Cada uno tiene sus problemas, que repercuten en su caminar catecumenal, y el catequista debe conocerlos para ayudar personalmente a cada uno a crecer como persona creyente.

El acierto de una buena pedagogía. La catequesis actual debe cultivar tres aspectos pedagógicos, no fáciles de realizar: a) Un «entrenamiento» integral. La catequesis inicia, ejercita, entrena en conocer el mensaje cristiano y en ponerse a la escucha y en comunión, con Dios y con Jesús, el Señor; inicia, entrena en la oración y en la celebración de la fe; en practicar las actitudes morales cristianas; en vivir en comunidad fraterna, y en mejorar nuestra sociedad y comunicar a otros su propia experiencia de discípulo de Jesús. b) Cultiva un nuevo estilo de relación (contenidos, lenguaje...) respecto de los que vuelven a la fe desde la lejanía de la fe. El catequista cultiva, como Jesús, la acogida, la confianza en la persona, la paciencia, el respeto a la libertad. Este proceder le hace adoptar un lenguaje para sintonizar la buena nueva de Jesús con los que «vuelven a la fe». c) Un saber combinar la pedagogía grupal con el acompañamiento individualizado (cf CC 206-220, sobre la pedagogía divina, para hablar de la pedagogía en la catequesis [cf DGC 137-147]).

La inculturación en el entorno cultural de su tiempo. Una catequesis que desee inculturarse hoy en la sociedad moderna deberá ser: una catequesis atenta a la libertad y el desarrollo personal del sujeto; una catequesis en la que los catequizandos puedan hacer una auténtica experiencia eclesial de libertad de expresión, diálogo y corresponsabilidad (democracia); una catequesis con un buen sentido crítico hacia dentro y hacia fuera; una catequesis abierta al diálogo y a la comunicación (cf A. Fossion, p. 19-52). Los párrafos del nuevo Directorio dedicados a la inculturación de la catequesis (DGC 109-110, 203-207) son una aportación muy actual para la comunicación eficaz del mensaje cristiano al hombre de hoy.


IV. Agentes de la acción catequizadora

La catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana. Esta deberá enseñar a sus miembros los aspectos constitutivos y vitales de la propia comunidad. De esta manera, en nuestro caso, las comunidades cristianas podrán seguir de cerca «el desarrollo de los procesos catequéticos... y acoger a los catequizados en un ambiente fraterno, donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido (CT 24)» (DGC 220; cf IC 14-15).

Un proceso iniciatorio es demasiado importante para la Iglesia como para que el obispo no asuma la «alta dirección de la catequesis» (CT 63). Toda la documentación catequética designa al obispo como el primer responsable de la catequesis en la Iglesia particular.

La catequesis es «un servicio realizado, de modo conjunto, por sacerdotes, religiosos y seglares catequistas, en comunión con el obispo» (CF 27). Desde quienes, a instancias del obispo y en su nombre, elaboran el «proyecto global de catequesis, articulado y coherente..., convenientemente ubicado en los planes pastorales diocesanos» (cf DGC 223, final), hasta el catequista que está en relación directa con los catequizandos, hay toda una serie de mediaciones —responsables, a su vez, de la catequesis—, como el presbítero que convoca, los padres que acompañan desde el clima familiar de fe, el testimonio de la comunidad etc. que pueden ayudar o dificultar la consecución de los objetivos propuestos.

Pero los catequistas seglares son el gran agente de la catequización. Por ello la comunidad debe cuidar con esmero su designación. El hecho de contar con un amplio número de niños y adolescentes catequizandos ha obligado, muchas veces, a solicitar la colaboración de laicos creyentes, en los que no se ha discernido con suficiente diligencia la vocación o carisma catequizador. No es este el camino idóneo para designar a los catequistas. El ministerio de la catequesis ha de ser entregado a aquellos que, tras un discernimiento personal y comunitario, dan muestras de haber recibido el carisma para catequizar y de haberse preparado para su ejercicio.

Los catequistas laicos no son los sustitutos del sacerdote, ni tampoco sus colaboradores, sino quienes participan de uno de los ministerios más importantes de una Iglesia ministerial. Ellos van a ayudar a iniciarse en la fe a niños, jóvenes y adultos —con la importancia que tiene la iniciación en todo grupo humano—; en muchos casos, desgraciadamente, ellos van a ser los únicos mediadores que acerquen a los catequizandos a la experiencia de la fe en el encuentro con Jesús, el Señor. La Iglesia debe velar por su formación y capacitación en las dimensiones de la fe, en la que ellos, a su vez, van a iniciar a otros. El catequista de un grupo, que actuó con talante apostólico y misionero, con gran amor a la Iglesia y con una sólida espiritualidad —oración y celebración— es un gran don del Espíritu a su Iglesia.

La importancia del catequista laico y religioso laical ha crecido en la medida en que ha ido disminuyendo el número de presbíteros. Por eso el nuevo Directorio aconseja que «exista, ordinariamente, un cierto número de religiosos y laicos, estable y generosamente dedicados a la catequesis y reconocidos públicamente por la Iglesia» (DGC 231).

Una acción de tal importancia en la Iglesia deberá ser tomada con gran responsabilidad en todas las comunidades cristianas. «En la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir la catequesis» (CT 45; cf IC 2). No sólo los niños y adolescentes; también los jóvenes, los adultos y los mayores. ¿Qué puede decir de sí misma una comunidad que tenga que responder negativamente ante una demanda de catequización por parte de algunos adultos? Una demanda de catequesis desde las diversas edades no es una demanda más. Afecta a lo esencial, a la identidad de la comunidad cristiana.

NOTAS: 1. L. M. CHAUVET, Croissance de I'Eglise, 108, 45-48. – 2. OBISPOS DE EUSKALHERRIA, Evangelizar en tiempos de increencia. Carta pastoral de Cuaresma-Pascua de Resurrección, Idatz, San Sebastián 1994, 90.

BIBL.: AA.VV., Pero ¿existe la catequesis de adultos?, Sinite 106 (1994) número monográfico; cf los artículos de Lázaro R., Garitano F., Pedrosa V., Floristán C. y Gil M. A.; ALBERICHE., Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 38-51, 87-120; COMISIÓN NACIONAL FRANCESA DE CATEQUESIS, Formación cristiana de adultos, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989, 11-18, 51-59, 237-243; Catecumenado de adultos, Mensajero, Bilbao 1996, Prólogo, 5-15; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; FoSSION A., Catéchése et modernité, Lumen vitae 51 (1996); GARITANO F., La catequesis de la comunidad cristiana y en la Iglesia local, Teología y catequesis 4 (1983) 559-577; MARTÍN VELASCO J., La experiencia cristiana de Dios, Trotta, Madrid 1995, 17-87; SEPE C., La catequesis a la luz del jubileo del año 2000, Actualidad catequética 171 (1996).

Félix Garitano Laskurain