4600
CAPITULO VII
Sexta petición del Padrenuestro
No nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13)
I. SIGNIFICADO Y VALOR DE ESTA PETICIÓN
6)
Es un dato de experiencia espiritual
que precisamente cuando los hijos de Dios han conseguido el perdón de sus
pecados y, animados de generosos propósitos, se consagran enteramente al
servicio de Dios y a la extensión de su reino por la fiel sumisión a su voluntad
y providencia amorosa, el enemigo rabia más que nunca contra ellos y trata de
combatirles y vencerles con nuevos ardides y más poderosos obstáculos (1).
Y no es infrecuente el caso de quienes, enfriados los primeros fervores, recaen
de nuevo en la vida del pecado y aun llegan a peores extremos que antes. San
Pedro escribió de ellos: Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de
la justicia que, después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les
fueron dados (2P
2,21).
Por esto nos mandó Cristo hacer esta nueva petición: No nos dejes caer en la
tentación. Para que aprendiéramos a implorar cada día la poderosa y paternal
ayuda de Dios, convencidos de que sin el apoyo de su divino auxilio caeremos en
los lazos del enemigo de nuestras almas. También en el discurso de la última
Cena, refiriéndose a la guarda de la pureza del corazón, recomendaba Cristo a
los apóstoles: Velad y orad pava no caer en la tentación (Mt
26,41).
A.) Por la debilidad y miserias que en nosotros dejó el pecado de origen
Plegaria necesaria a todos - y conviene inculcarlo
muchísimo a los fieles -, porque la vida de todos se desenvuelve entre continuos
y graves peligros.
Una nueva constatación de la necesidad que el hombre tiene de esta divina ayuda
es la misma debilidad de nuestra naturaleza, constantemente inclinada al mal;
debilidad subrayada por Jesús en aquellas palabras tan profundamente verdaderas:
El espíritu está pronto, pero la carne es flaca (Mt
26,41). Ella es precisamente la causa de tantas y tan serias
caídas, frecuentemente irreparables.
Un ejemplo bien significativo de esto lo tenemos en los apóstoles, quienes,
habiendo afirmado hacía poco que seguirían al Maestro a toda costa, a la primera
señal de peligro huyen y le abandonan (2). Pedro había asegurado: Aunque tenga
que morir contigo, no te negaré (Mt
26,35); y bien pronto, atemorizado por las palabras de una simple
sirvienta, afirmará con juramento que no conoce a Jesús (3).
Si, pues, los mismos santos temblaron y cayeron por la debilidad de la
naturaleza humana, en que habían confiado, ¿qué "no seremos capaces de hacer
quienes tan lejos nos encontramos de la santidad?
La vida del hombre sobre la tierra es lucha continua y tremenda, porque esta
nuestra alma que llevamos en cuerpos frágiles y mortales se ve asediada y
asaltada por todas partes por la carne, el mundo y el demonio (4). Cada día
experimentamos las punzadas de todos los pecados capitales y apetitos
inferiores; cada día sufrimos sus rabiosos ataques y sentimos en nuestras carnes
sus mordiscos (5). ¡Qué difícil nos resulta no recibir alguna herida de muerte!
Batalla tanto más difícil cuanto, según testimonio
de San Pablo, hemos de combatir no solamente contra la sangre y la carne, sino
contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este
mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires (Ep
6,12).
Las luchas de Satanás y de los demonios contra el hombre unas veces son externas
(cuando abiertamente nos asaltan) y otras internas ().
San Pablo llama a los demonios con diversos nombres:
a) Principados, por la excelencia de su naturaleza, que es espiritual y supera
en perfección a la de las cosas y a la del mismo hombre;
b) Potestades, porque también su poder supera a las fuerzas del hombre;
c) Dominadores de este mundo tenebroso, porque no habitan y custodian el mundo
de la luz-las almas de los justos-, sino el de las tinieblas-los pobres
encenagados en una vida de desórdenes y pecados-;
d) Bspíritus malos, porque hay dos clases de males: los del espíritu y los de la
carne; éstos proceden del deseo de los bienes sensibles y no paran hasta
precipitarnos en la lujuria; aquéllos los constituyen los deseos de las
pasiones, que actúan en la parte superior del alma: deseos interiores tanto más
innobles y culpables cuanto que la mente y la razón son la más alta nobleza del
hombre.
e) Espíritus de los aires, ya por su naturaleza espiritual de ángeles caídos, ya
porque pretenden con la malicia de su lucha privarnos de la felicidad celestial.
Por estas palabras del Apóstol podrá fácilmente entenderse de cuan grandes
fuerzas disponen los demonios, el odio inmenso que sienten hacia nosotros y la
terribilidad de la guerra incesante que promueven sin paz y sin tregua.
Su desmesurada audacia aparece en aquellas palabras de Satanás: Subiré a los
cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono (Is
14,13); y en los asaltos a los primeros padres en el paraíso (6),
a los profetas (7), a los apóstoles, queriéndoles cribar como al trigo (Lc
22,31), y aun al mismo Jesucristo (8).
De su insaciable ambición y su incansable actividad nos dice San Pedro: Vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar
(1P
5,8).
Frecuentemente, además, no es un sólo demonio, sino muchos y coligados quienes
nos acometen para perdernos. Preguntando Cristo a un poseso por su nombre,
respondió el demonio: Legión es mi nombre (Lc
8,9). Y en otra ocasión el mismo Señor nos dice que el demonio va
y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando habitan allí,
viniendo a ser las postrimerías de aquel hombre peores que sus principios (Mt
12,45). Muchos hombres, porque no experimentan físicamente estos
asaltos del demonio, llegan a dudar de su misma existencia. Quizá no necesiten
efectivamente ser asaltados ni tentados, porque son posesión segura del enemigo
por su falta de piedad, de caridad y de otras virtudes cristianas (9). No hay en
ellos intereses que conquistar y el demonio se guarda muy bien de turbar a quien
ya posee y en cuyas almas ha establecido, con voluntario consentimiento de los
mismos, su morada permanente. En cambio, se cuida muy bien de acechar, odiar y
combatir con los más encarnizados medios a quienes, totalmente entregados a las
exigencias de la vida cristiana, procuran vivir en la tierra una vida digna del
cielo.
La Sagrada Escritura nos ofrece numerosos y muy significativos ejemplos en Adán,
David, Salomón, etc., quienes bien tristemente experimentaron las violencias y
astucias del demonio, a quien no es posible resistir con las solas fuerzas
humanas (10). ¿Cómo habremos de sentirnos, pues, seguros nosotros?
No nos queda otro remedio que rogar a Dios con pureza de intención y fervor de
voluntad para que no permita que seamos tentados sobre nuestras fuerzas, antes
disponga con la tentación el éxito para que podamos resistirla (1Co
10,13).
La fe nos asegura que, refugiados en el puerto de la oración, nada podrán contra
nosotros las más embravecidas olas de las tentaciones. Satanás, con todo su
poder y con todo su odio, no puede tentarnos ni asaltarnos cuanto o cuando
quiere, porque su poder, en último término, depende absolutamente del poder y
permisión de Dios. Job no pudo ser tentado hasta que el Señor no dio permiso a
Satanás: Mira, todo cuanto tiene lo dejo en tus manos (Jb
1,12); como nada pudo hacer contra su persona, por la limitación
que Dios puso en su poder: Pero a él no le toques (Jb
1,12). Tan vinculada está la fuerza del demonio, que no puede
siquiera disponer de las cosas ni de los animales. Sólo con expreso permiso de
Cristo pudieron invadir la manada de cerdos de que nos habla el Evangelio (11).
III. "NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN"
Para llegar a comprender todo el sentido y valor de esta plegaria será necesario primero conocer qué es la tentación y qué es caer en ella.
1) "Tentar" significa, de una manera general, hacer
un experimento (una prueba) para poder conocer lo que ignoramos y deseamos
averiguar. Dios no tiene necesidad de tentarnos de esta manera, porque conoce
perfectamente todas las cosas: No hay cosa creada que no sea manifiesta en su
presencia (He
4,13).
2) Más concretamente, la tentación es una prueba que utilizamos para conocer el
bien o el mal.
a) El bien: cuando se pone a una persona en situación de ejercitar la virtud
para poder premiarla y presentarla como ejemplo. Y este modo de tentar es el
único que conviene a Dios en relación con las almas. El Deuteronomio dice: Te
prueba Y ave, tu Dios, para saber si amas a Yave, tu Dios (Dt
13,3).
Así nos tienta el Señor con pobreza, enfermedad y otras adversidades para probar
nuestra paciencia y fidelidad. Abraham fue tentado de esta manera con la
imposición del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de
fe y de sacrificio (12). Y de Tobías dice la Escritura: Por lo mismo que eras
acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase ().
b) El mal: cuando una persona es inducida al pecado.
Y ésta es la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura el
tentador (Mt
4,3). Unas veces se vale para ello de estímulos internos,
utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos de las almas; otras
veces nos ataca con medios externos, por medio de las riquezas y bienes
terrenos, para ensoberbecernos, o por me dio de hombres pecaminosos, de que
quiere valerse para desviarnos. Entre estas criaturas, verdaderos emisarios de
Satanás, figuran en primera línea los herejes, que, levantados en la cátedra de
la pestilencia. (Ps
1,1), difunden el veneno de sus doctrinas erróneas, induciendo a
las almas, ya inclinadas al mal o vacilantes e inciertas entre la virtud y el
vicio, a errores frecuentemente fatales.
Caemos en la tentación cuando cedemos a ella. Y esto
puede suceder de dos maneras:
1) Cuando, removidos de nuestro estado, nos precipitamos en el mal, al que nos
empujó la tentación. En este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación
por Dios,porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que odia a los
obradores de la maldad (Ps
5,6). El apóstol Santiago dice: Nadie en la tentación diga: soy
tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie (Jc
1,13).
2) Cuando alguno, sin tentarnos él personalmente, no impide-pudiéndolo hacer-que
otros nos tienten ni impide que caigamos en la tentación. De esta manera puede
permitir el Señor que sean probados los justos, aunque nunca deja de concederles
las gracias necesarias para poder vencer.
A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o porque así lo exigen
nuestros pecados, nos abandona a nuestras solas fuerzas y caemos.
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando somos nosotros los que,
utilizando para el mal los beneficios que Él nos concede para el bien, cometemos
el pecado, como el hijo pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la
herencia recibida del padre (13).
San Pablo dice: Hallé que el precepto que era pava vida, fue para muerte (Rm
7,10).
El profeta Ezequíel aduce un ejemplo histórico. La ciudad de Jerusalén,
enriquecida por Dios con tal cantidad de riquezas y dones que hizo exclamar al
profeta: Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada
la hermosura que yo puse en ti (Ez
16,14), lejos de agradecérselo al Señor, tan magnífico con ella,
y de servirse de los beneficios divinos para el bien y para la salvación eterna,
rechazado todo pensamiento de los frutos celestes, se arrojó desordenadamente a
los placeres terrenos y pecaminosos. El profeta la reprocha severamente en
nombre de Dios y la amenaza con castigos terribles (14).
Caen en la misma nota de ingratitud a Dios quienes ,colmados de beneficios y
bienes divinos, se sirven de ellos para una vida viciosa. Ésto, ciertamente, no
sucede sin la permisión del Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras
tan expresivas, que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer
que Dios obra directamente el mal: Yo endureceré el corazón de Faraón (Ex
4,21); Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos (Is
6,10); Los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su
reprobo sentir (Rm
1,26-28). Expresiones todas que indican no una acción directa de
Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario del hombre.
C) Qué no pedimos" y qué pedimos
Supuestas estas premisas doctrinales, no será ya
difícil precisar el objeto de esta petición.
1) Es claro que no pedimos en ella vernos absolutamente inmunes de toda posible
tentación. Porque la vida del hombre sobre la tierra-ha escrito Job-es milicia (Jb
7,1).
Más aún: la tentación es útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas
espirituales; por ella nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios (1P
5,6) y, luchando con energía, esperamos la corona inmarcesible de
la gloria (1P
5,4), porque no será coronado en el estadio sino el que compita
legítimamente (2Tm
2,5). Santiago añade: Bienaventurado el varón que soporta la
tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a
los que le aman (Jc
1,12). Y cuando más dura nos resulte la lucha, pensemos que
tenemos en nuestro favor un Pontífice que puede compadecerse de nuestras
flaquezas, habiendo sido Él mismo tentado antes en todo (He
4,15).
2) Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no consentir,
engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por cansancio; pedimos que nos
ayude la divina gracia contra los asaltos del mal y que nos reanime cuando
desfallezcan nuestras energías de resistencia.
De aquí la necesidad de una constante súplica del auxilio divino contra las
fuerzas del mal, y especialmente cuando se presente de hecho la tentación y nos
veamos en peligro de caer. David oraba de esta manera contra la tentación de
mentir: No quites jamás de mi boca las palabras de verdad (Ps
118,43); contra las de avaricia: Inclina mi corazón a tus
consejos, no a la avaricia (Ps
118,36); y contra la vanidad y los halagos de los apetitos:
Aparta mis ojos de la vista de la vanidad (Ps
118,37). Y así hemos de orar nosotros para que no condescendamos
con los deseos de la carne, para que no nos cansemos de luchar ni nos apartemos
del camino de la virtud (15); para que sepamos conservar siempre sereno en Dios
nuestro espíritu, lo mismo en la alegría que en el dolor; para que nunca nos
veamos privados de la necesaria ayuda divina; para que sepamos superar y vencer
todos los asaltos de Satanás centra nuestra vida espiritual.
Contiene, por último, esta petición del Padrenuestro
algunos frutos de vida y profunda meditación para nuestras almas.
1) En primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana debilidad.
De esta consideración brotará una profunda desconfianza eri nuestras fuerzas, y
una ilimitada confianza en la misericordia de Dios, y una animosa serenidad en
los peligros, fruto de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino.
¡Cuántas cosas aleccionadoras nos narra la Sagrada Escritura! José fue librado
por Dios de los vergonzosos deseos de aquella mujer impúdica y, por la victoria
de la tentación, levantado a la gloria del poder (16); Susana fue defendida de
las nefandas acusaciones de aquellos dos viejos procaces porque su corazón
estaba lleno de confianza en Dios (Da
13,34); Job pudo triunfar del mundo, del demonio de la carne
(17).
2) Pensemos en segundo lugar que es Jesucristo ,nuestro Señor, el divino jefe
que nos guía por la lucha a la victoria. Él venció al demonio (18); Él es el más
fuerte, que le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus
despojos (Lc
11,22). Él mismo nos dice por San Juan: Confiad: yo he vencido al
mundo (Jn
16,33). Y en el Apocalipsis se le llama el león vencedor... que
salió victorioso y para vencer aún (). Y en esta su victoria radica y se funda
para todo cristiano la certeza de vencer también con Cristo.
San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, enumera las espléndidas victorias de
los buenos, que por medio de la fe subyugaron reinos... y obstruyeron la boca de
los leones (He
11,33). Y cada día las almas santas, unidas a Cristo por la fe,
esperanza y caridad, continúan la serie gloriosa de estos triunfos, internos y
externos, sobre el poder de los demonios: triunfos tan espléndidos, que, si nos
fuese dado contemplarlos con los ojos del cuerpo, juzgaríamos que el mundo no
puede ofrecernos espectáculo más sublime. De estas espirituales victorias
escribirá San Juan: Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de
Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno (Jn
2,14).
3) Las armas de nuestra lucha no son la ociosidad, el sueño, el vino o la
lujuria, sino la oración, el trabajo, la vigilancia, la mortificación y la
castidad. Velad y orad -nos dice el Señor-para no caer en la tentación (Mt
26,41). Huid al diablo-comenta Santiago-, y huirá de vosotros (Jc
4,7).
4) La fuerza de nuestra victoria está sólo en el poder de Dios. Nadie puede
complacerse en los triunfos como si fueran suyos, ni ensoberbecerse con ellos,
ni confiar en sus solas fuerzas. No está en nuestro poder la victoria, ni
podemos fiarnos para nada de nuestra impotente fragilidad humana. Es Dios quien
nos concede las energías para luchar, y es Él quien adiestra nuestras manas para
el combate, y nuestros brazos para tender el arco de bronce (Ps
17,36), por cuya virtud rompióse el arco de los poderosos y se
ciñeron los débiles de fortaleza (); Él es el que nos entrega su salvador
escudo, su diestra la que nos fortalece y su solicitud la que nos engrandece (Ps
17,36); Él es quien adiestra nuestras manos para la guerra y
nuestros dedos para el combate (Ps
143,1).
5) De aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios por la ayuda en la
lucha y en la alegría del triunfo. Gracias sean dadas a Dios-escribe San Pablo-,
que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo (1Co
15,57). Y San Juan en el Apocalipsis: Ahora llega la salvación,
el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo,porque fue
precipitado el acusador de nuestros hermanos...,pero ellos le han vencido por la
sangre del Cordero (). Y en otro pasaje: Éstos pelearán con el Cordero, y el
Cordero leus vencerá ().
Una última palabra sobre los premios--"coronas", en
frase de San Pablo-que Dios reserva y concederá a los victoriosos.
El vencedor-recuerda el Apocalipsis-no sufrirá daño de la segunda muerte...; el
que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás fcorraré su nombre del
libro de la vida v confesaré su nombre delante de mi Padre u delante de sus
ángeles...; al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios y no saldrá
ya jamás fuera de él...; al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono,
así como uo también vencí, v me senté con mi Padre en su trono ().
Y, descrita la gloria de los santos y los bienes eternos de que gozarán en el
cielo, concluve San Juan: El que venciere, heredará estas cosas, y seré su Dios,
y él será mi hijo ().
__________________
NOTAS:
(1) Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, recorre los lugares áridos buscando reposo, y no hallándolo, se dice: volveré a'la casa de donde salí; y viniendo la encuentra barrida y aderezada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y, entrando, habitan allí, y vienen a ser las postrimerías de aquel hombre peores que los principios (Lc 11,24-26).
(2) Entonces iodos los discípulos le abandonaron y huyeron (Mt 26,56).
(3) Entre tanto Pedro estaba sentado fuera en el atrio; se le acercó una sierva, diciendo: Tú también estabas con Jesús de Galilea. Él negó ante todos,,. Y de nuevo negó con juramento (Mt 26,69-72; Mc 14,76ss.).
(4) ¿No es milicia la vida del hombre sobre la tierra? !(job 7,1). Os envío como ovejas en medio de lobos (Mt 10,16; 1 Jn 2,16).
(5) He venido a separar al hombre de su padre, y a la hija, de su madre..., y los enemigos del hombre serán los de su casa (Mt 10,36).
(6) Cf. Gen, 3.1.
(7) Cf. Job 1,6; 2,1; 1 Par. 2,1.
(8) Y, acercándose el tentador, le dijo: Si eres Hijo de Dios... (Mt 4,3).
(9) Díiole Holofecnes: ... yo nunca hice daño a nadie que estuviera dispuesto a servir a Nabucodonosor (Jdt. 11,1). Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que vo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece (Jn 15,19).
(10) Cf. Gn 3,2; 2 Re. 11,2-3; 3 Re. 11; Jdt. 16,4; 4 Re. 4,13; Ez 4; 4 Re. 20,3...
(11) Cf. Mt 8,31; Mc 5,1; Lc 8,32.
(12) Cf. Gn 22,1.
(13) Cf. Lc 15,1-14.
(14) También el pan que yo te diera... se lo ofreciste en ofrenda de suave olor... Y a más de esto, tomaste a tus hijos y a tus hijas, los que habías engendrado para mí, y se los sacrificaste... (Ez 16,19-20).
(15) Traed, pues, a vuestra consideración al que soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo, para que no decaigáis de ánimo rendidos por la fatiga (He 12,3).
(16) Cf. Gn 39,7ss.
(17) Cf. todo el libro de Job.
(18) Dijole Jesús: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios (Mt 44,7).