1070
CAPITULO VII "Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos"


I. SIGNIFICADO Y VALOR DEL ARTÍCULO

Tres son los grandes oficios que resumen la divina misión de Cristo para con su Iglesia: Redentor, Protector y Juez. En los artículos precedentes hemos considerado cómo Jesús redimió a la humanidad con su pasión y muerte y cómo asumió para siempre el patrocinio de nuestra causa con su ascensión a los cielos. Réstanos verle en su función de Juez.

Y éste es el contenido del presente artículo: que Cristo nuestro Señor ha de juzgar a todos los hombres en el último día.

II. "DESDE ALLÍ HA DE VENIR" Doble venida de Jesucristo

La Sagrada Escritura nos habla de una doble venida de nuestro Señor: la primera tuvo lugar cuando, para salvarnos, asumió la naturaleza humana y se hizo hombre en el seno de la Virgen; la segunda tendrá lugar al fin de los tiempos, en que ha de venir a juzgar a todos los hombres.

Esta segunda venida es llamada en la Sagrada Escritura "el día del Señor" (112). De ella dice San Pablo: Sabéis bien que el día del Señor llegará como el ladrón con la noche (1Th 5,2). Y el mismo Salvador: De aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36) (113).

De la verdad de este supremo juicio divino testifica de nuevo la autoridad del Apóstol: Puesto que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho por el cuerpo, bueno o malo (2Co 5,10 Rm 14,10).

Son innumerables, por lo demás, los textos sagrados que pueden aducirse para probar y esclarecer este dogma de fe (114). Bástenos esta reflexión: así como desde el principio del mundo los hombres desearon ardiente y tenazmente el día de la encarnación del Señor, por esperar de este misterio la liberación de la humanidad, así, después de la muerte y ascensión del Hijo de Dios, y con el mismo ardiente deseo, hemos de suspirar por su segunda venida, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo, con la bienaventurada esperanza en la venida gloriosa del gran Dios y de nuestro Salvador, Cristo Jesús (Tt 2,12-13).

III. "A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS*

A) El doble juicio

Recordemos, además, que todos los hombres habremos de comparecer dos veces delante del Señor para dar cuenta de todos y cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones, y para escuchar su sentencia de Juez.

El primero tendrá lugar inmediatamente después de la muerte de cada uno (115). Es el juicio particular, y en él nos pedirá Dios estrechísima cuenta de todo cuanto hicimos, dijimos y pensamos en la vida.

El segundo será el universal. En un mismo día y en un mismo lugar compareceremos todos ante el tribunal divino, y todos y cada uno, en presencia de los hombres de todos los siglos, conoceremos nuestra propia y eterna sentencia (116). Y no será ésta la menor de las penas y tormentos para los impíos y malvados. Los justos, en cambio, recibirán entonces gran premio y alegría, porque entonces aparecerá lo que fue cada uno en esta vida.

B) Necesidad del juicio universal

Conviene explicar las razones por las que, además del juicio particular, tendrá lugar el universal.

1) Sucede con frecuencia que, muertos los padres, sobreviven los hijos y nietos, imitadores de sus vicios y virtudes; y muertos los maestros, sobreviven los discípulos, entusiastas y ejecutores de sus ejemplos, palabras y acciones. Esto necesariamente ha de concurrir a aumentar el premio o la pena de los muertos. Y como esta influencia para el bien o para el mal ha de propagarse de unos a otros hasta el fin del mundo, lógico y justo será que de todas estas enseñanzas y obras, buenas o malas, se haga un proceso y balance completo. Y esto no podría realizarse sin un juicio universal.

2) Sucede también con frecuencia que el buen nombre de los justos es conculcado, mientras los impíos gozan de buena reputación (117). La justicia divina exige que aquéllos recuperen delante de todos, en un juicio público, la buena fama que injustamente les fue arrebatada.

3) Todos los hombres, tanto los buenos como los malos, utilizaron en su obrar el cuerpo como instrumento. Justo es que también el cuerpo participe de cierta responsabilidad sobre las obras buenas y malas y que reciba, juntamente con el alma, el merecido premio o castigo. Y esto tampoco hubiera podido hacerse sin la resurrección final de los cuerpos y sin el consiguiente juicio universal (118).

4) Es claro que, en todas las circunstancias prósperas o adversas de la vida, nada sucede, ni a los buenos ni a los malos, que no haya sido dispuesto por la infinita sabiduría y justicia divinas (119). Convenía, pues, no sólo determinar penas para los malos y premios para los buenos en la otra vida, sino también decretarlos en juicio público y universal para que todos los conocieran y todos alabaran la justicia y providencia de Dios, y cesara así aquella queja injusta con la que se lamentaban aun los varones más santos - hombres al fin - cuando contemplaban la riqueza y prosperidad de los impíos: Estaban ya deslizándose mis pies, casi me había extraviado. Porque miré con envidia a los impíos, viendo la prosperidad de los malos (Ps 72,2-3). Y más adelante: Ésos, impíos son. Y, con todo, a mansalva amontonan grandes riquezas. En vano, pues, he conservado limpio mi corazón y he lavado mis manos en la inocencia (Ps 72,12-14). Éste era el lamento ordinario de muchos justos (120).

Se imponía, por consiguiente, un juicio universal para que nadie pudiera decir que Dios, paseándose por las alturas del cielo, no se preocupaba de las cosas de la tierral (121).

El Símbolo de la fe cristiana recuerda explícitamente este dogma para que, si alguno duda de la justicia o providencia de Dios, fortalezca su fe con tan saludable doctrina.

5) Por último, el pensamiento del juicio universal estimulará a los buenos y atemorizará a los malos, para que, ante la perspectiva del juicio final de la justicia divina, los unos no desfallezcan y los otros se aparten del mal por temor al castigo.

Nuestro Señor y Salvador, hablando del último día, declaró que habría un juicio universal y nos describió las señales que han de precederlo, para que, al verlas, entendiésemos la próxima venida del fin del mundo (122). Y más tarde, cuando ascendió a los cielos, envió a sus ángeles para que consolaran a los apóstoles - tristes por su ausencia - con estas palabras: Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo, vendrá así como le habéis visto ir al cielo (Ac 1,11).

C) Cristo es Juez también como hombre

Según las Sagradas Escrituras, este juicio de la humanidad competerá a Cristo, no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre. Porque, si bien es cierto que la potestad de juzgar es común a las tres Personas de la Santísima Trinidad, se le atribuye de manera especial al Hijo, como igualmente se le atribuye la sabiduría.

Y que también en cuanto hombre tiene potestad Jesús para juzgar al mundo, lo afirma Él mismo en aquellas palabras: Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo y le dio poder de juzgar, por cuanto Él es el Hijo del hombre (Jn 5,26-27).

Era lógico, por lo demás, que el juicio de la humanidad fuera presidido por Jesucristo. Tratándose de juzgar a hombres, convenia que éstos pudieran ver con sus ojos corporales al Juez, escuchar con sus oídos la sentencia y percibir con todos los sentidos el juicio.

Como era muy justo también que aquel hombre condenado por la más inicua de las sentencias humanas fuera contemplado por todos en su sede de Juez. Por eso San Pedro, después de haber expuesto en casa de Cornelio los principales puntos de la religión cristiana y haber enseñado que Cristo fue crucificado y muerto por los judíos y que resucitó al tercer día, añade: Y nos ordenó predicar al pueblo y atestiguar que por Dios ha sido instituido Juez de vivos y muertos (Ac 10,42).

D) Las señales precursoras del juicio

Tres son las señales principales que según la Sagrada Escritura precederán al juicio divino: la predicación del Evangelio en todo el mundo, la apostasía y el anticristo.

Jesucristo dijo: Será predicado este Evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin (Mt 24,14). Y el Apóstol nos amonesta: Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición (2Th 2,3) (123).

E) Venid, benditos de mi Padre

La naturaleza y modo del juicio divino fácilmente podemos conocerlas por las profecías de Daniel (124), por los santos Evangelios y por San Pablo (125).

Atención especial merece la sentencia que ha de pronunciar el divino Juez, Cristo nuestro Salvador. Fijando su mirada alegre en los justos, colocados a su derecha, pronunciará con suma dulzura esta sentencia: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt 25,34).

No cabe pensar palabras más consoladoras, sobre todo si se las compara con las de la sentencia de los pecadores. Con ellas los justos se sentirán llamados por Dios de las fatigas al descanso, del valle de lágrimas a la suprema alegría, de la miseria a la bienaventuranza, que merecieron con obras de caridad.

F) Apartaos, malditos

Después, vuelto a los que están a su izquierda, fulminará Cristo contra ellos su inexorable justicia con estas palabras: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles (Mt 25,41). Con las primeras palabras - apartaos de mí - expresará el Señor lo más terrible de las penas que han de sufrir los condenados: estar alejados totalmente de la vista de Dios y sin esperanza alguna de poder gozar algún día de tan inmenso bien. Es la pena que los teólogos llaman de daño, por la que los reprobos estarán privados para siempre de la visión de Dios.

La palabra malditos aumentará más sensiblemente su miseria y su desgracia. Porque, si al ser arrojados de la presencia de Dios se les considerara dignos de alguna bendición, esto les serviría de no pequeño consuelo; mas como nada pueden esperar que de alguna manera atenúe su desgracia, justísimamente, al ser arrojados, les perseguirá la ira divina con toda su maldición.

Con las palabras fuego eterno viene significada la pena llamada por los teólogos de sentido, por percibirse con los sentidos del cuerpo, como son los azotes, las heridas o cualquier otra clase más grave de suplicios. Entre ellos, el tormento del fuego causará un dolor sumamente sensible.

A todo esto hay que añadir lo más terrible de todo: su duración eterna.

El cúmulo y atrocidad de las penas sensibles que han de padecer los condenados queda indicado en las últimas palabras de la sentencia: Preparado para el diablo y para sus ángeles. Soportamos mejor las desgracias cuando encontramos un buen amigo que con caridad y prudencia sabe proporcionarnos algún consuelo. Pero ¿cuál no será la miseria de los condenados, quienes, en medio de tantos tormentos, no encontrarán más compañía que la pésima de los terribles demonios?

Sentencia justísima por lo demás, ya que ellos descuidaron durante su vida todas las obras de auténtica caridad: no dieron de comer al hambriento ni de beber al sediento, no hospedaron al peregrino ni vistieron al desnudo; no visitaron al enfermo ni consolaron al encarcelado.

IV. "ACUÉRDATE DE TUS POSTRIMERÍAS"

Deben los cristianos meditar con frecuencia esta verdad de fe. En su consideración encontrarán un poderoso estímulo para frenar las malas concupiscencias y aborrecer el pecado. En el Eclesiástico se nos dice: En todas tus obras acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás (Si 7,40).

Porque, en efecto, ¿quién se sentirá tan tenazmente inclinado al mal que no logre convertirse al deseo de la virtud ante el pensamiento de que un día ha de rendir cuentas al Juez divino de sus palabras, de sus obras y aun de sus pensamientos más ocultos y de que ha de expiar la pena de sus pecados?

El justo, por el contrario, se sentirá acuciado por un deseo cada día más ardiente de practicar la virtud; y, aun en medio de la pobreza, del deshonor y de los sufrimientos, se llenará de gozo acordándose de aquel día en que, después de esta vida de luchas y tormentos, Dios le declarará vencedor con honores eternos y divinos.

No resta, pues, sino decidirnos a llevar una vida verdaderamente santa, rica en prácticas de virtud y piedad, para poder esperar con toda seguridad el gran día del Señor que se acerca, y aun desearle vivamente, como conviene a hijos de Dios.
____________________

NOTAS

 (112) pero vendrá el día del Señor como ladrón, y en él pasarán con estrépito los cielos, y los elementos, abrasados, se disolverán, y asimismo la tierra con las obras que en ella hay (2P 3,10).

(113) El contraste entre estas palabras y los versos anteriores prueba que no se habla sino de la venida de Jesús al fin de los tiempos. Esta venida será repentina, y para ella habrá que estar siempre preparados.

Insiste el Señor sobre su incertidumbre, porque sabía cuánta era la curiosidad humana por averiguar la venida de este día y las ansiedades que podría causar esta curiosidad. Es un secreto del Padre, el cual ni a los ángeles ni al mismo Hijo lo ha comunicado, para que lo anuncien a los hombres.

No es que los ángeles, ni menos el Hijo, lo ignoren; pero, como mensajeros divinos, encargados de dar a conocer la voluntad de Dios, la desconocen absolutamente.

Véase una respuesta semejante en Ac 1,7:

No os toca a vosotros conocer los tiempos y momentos, que el Padre se ha reservado (cf. NÁCARCOLUNGA, Sagrada Biblia: BAC, p.1276).


(114) Cf. 1R 2,10; Ps 95,13; 97,9; Is 12,20; Jr 46,10; Da 7,26; Joel 2,1.31; Sof. 1,7.14; Mal 4,1; Mt 13,40; Lc 17, 24; Ac 1,11; 3,20; Rm 2,16; 1Co 15,51; 1Th 1,10; 2Th 1,10; Ap 20,11.

"La Iglesia católica, fundándose en los datos explícitos de

la divina revelación, ha creído y enseñado siempre que el mundo actual, tal como Dios lo ha formado, y que existe en la realidad, no durará para siempre.

Llegará un día - no sabemos cuándo - en que terminará su constitución actual y sufrirá una honda transformación, que equivaldrá a una especie de nueva creación.

La Sagrada Escritura lo dice expresamente en muchos lugares del Antiguo y Nuevo Testamento. Por vía de ejemplo citamos los siguientes:

Porque voy a crear cielos nuevos y una tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado, y ya no habrá de ello memoria (Is 65,17).

Se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se conmoverán (Mt 24,29).

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lc 21,33).

Después será el fin, cuando entregue a Dios Padre el reino... (1Co 15,24).

El fin de todo está cercano. Sed, pues, discretos y velad en la oración (1P 4,7).

En la expectación de la llegada del día de Dios, cuando los cielos, abrasados, se disolverán, y los elementos, abrasados, se derretirán... Pero nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor (2P 3 2P 12-13).

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya (Ap 21,1).

Sea de ello lo que fuere, está del todo claro y fuera de duda que la vida del hombre sobre la. tierra no se prolongará eternamente. Después del juicio final no habrá más que cielo o infierno para toda la eternidad. La vida terrestre del hombre sobre la tierra habrá terminado para siempre" (P. ROYO, O.P., Teología de la salvación, 564-566).

(115) Para un detallado estudio de las verdades del más allá recomendamos la espléndida y exhaustiva obra del P. ROYO, O.P., Teología de la salvación (BAC, 1956). De ella entresacamos y resumimos nuestras notas sobre la existencia y naturaleza del juicio, purgatorio e infierno.

A la separación del alma y del cuerpo seguirá inmediatamente el juicio particular: apreciación de los méritos y deméritos contraídos durante la vida terrestre. En virtud de ellos, el supremo Juez pronunciará la sentencia que decida nuestros destinos eternos.

Tampoco han faltado errores acerca de esta materia. En forma más o menos directa, negaron la existencia del juicio particular o al menos pervirtieron su sentido:

1) Los gnósticos y maniqueos, partidarios de la "metempsicosis", o transmigración de las almas de unos cuerpos a otros resoués de la muerte. Este viejo error ha sido renovado por los modernos teósofos y espiritistas.

2) Los hipnosíquicos afirman que el alma humana, al separarse del cuerpo, entra en una especie de modorra o sueño profundo, en el que permanecerá hasta la resurrección final de la carne. Así opinaba Vigilancio - a quien San Jerónimo apellidaba con fina ironía "dormitando"-. y ciertols coptos y armenios, a los que siguen varias sectas protestantes.

3) Otros creían que las almas separadas permanecerán inciertas de su suerte eterna hasta el juicio final, en que se les comunicará la sentencia. Así pensaba, entre los antiguos, Lactancio, y más tarde compartieron su error Lutero y Calvino y los protestantes más modernos. Frente a todos estos errores, enseña la Iglesia católica (como verdad de fe, según no pocos teólogos) que el alma humana (toda alma racional, cristiana o pagana, justa o pecadora, de adulto o de niño, de hombre o de mujer, sin ninguna excepción), al separarse del cuerpo (en el momento de producirse la muerte real, que no coincide con la muerte aparente), será juzgada por Dios (sometida a un acto de justicia, por el cual, en vista de sus buenas o malas obras, Uios pronunciará la sentencia que merece en orden al premio o castigo), inmediatamente (sin demora alguna).

Cierto que casi todos los textos de la Sagrada Escritura que nos hablan del "juicio de Dios" aluden directamente al juicio final o universal; pero no lo es menos que la verdad del juicio particular (que la Iglesia enseña de manera inequívoca) tiene su fundamento en las páginas sagradas, al menos de una manera implícita y remota; son muchas las veces que se nos dice en los pasajes bíblicos que el justo y el pecador reciben inmediatamente después de la muerte el premio o castigo por sus buenas o malas obras, y la Iglesia ha definido como verdad de fe esta retribución inmediata. Y es claro que la adjudicación del premio o castigo a una determinada alma en particular supone necesariamente una previa sentencia y, por lo mismo, un verdadero juicio particular.

Tampoco el magisterio eclesiástico ha formulado explícitamente ninguna declaración dogmática sobre esta materia; pero es una verdad que se desprende implícitamente de otras verdades definidas y se encuentra explícita en multitud de textos de su magisterio ordinario (cf. D 457 464 493-530 693 696..., etc.). El Concilio Vaticano, recogiendo este común sentir de la Iglesia, tenía preparada, para ser definida, la siguiente proposición (que no llegó a definirse por tener que ser suspendidas las sesiones del Concilio antes de ser examinada):

"Después de la muerte, que es término de nuestra vida, compareceremos inmediatamente ante el tribunal de Dios, para dar cuenta cada uno de las cosas que hizo con su cuerpo".

¿Cuándo se celebrará este juicio?-En el instante mismo de producirse la muerte real, es decir, en el momento mismo en que el alma se separa del cuerpo. La Iglesia ha definido la entrada

del alma inmediatamente después de la muerte en el lugar que le corresponde según sus malas o buenas obras (D 464 531 693). Y la adjudicación del destino que le corresponde constituye cabalmente la sentencia del juicio particular. Luego éste tiene lugar en el instante mismo de la muerte.

¿Dónde se realizará?-En el mismo lugar en donde se ha producido la muerte. Allí conocerá el alma su suerte final, y al i unto se dirigirá al lugar designado por la sentencia del Juez.

¿Cuándo se ejecútate la sentencia?-Según doctrina católica expresamente definida como dogma de fe por el papa Benedicto XII en la constitución apostólica Benedictus Deas (D 530-531), la sentencia del Juez se ejecutará inmediatamente, sin un solo instante de demora (cf. P.ROYO, O.P., Le, p.280-298). . /.

(116) La existencia del juicio final es una verdad de fe expresamente contenida en la Sagrada Escritura y definida por la Iglesia de una manera explícita.

Fue negada por multitud de herejes, entre los que destacan los gnósticos, los albigenses y los racionalistas en general.

Prescindiendo de numerosos textos que suelen citarse del Antiguo Testamento, y cuya verdadera interpretación exegética se presta a muchas discusiones, bástennos los no menos numerosos e insignes del Nuevo, en los que la doctrina del juicio final aparece con toda claridad y transparencia. He aquí algunos:

Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del horrtr bte venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande. Y enviará sus ángeles con poderosa trompeta y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos desde un extremo del cielo hasta el otro (Mt 24,30-31).

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloría y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre... (Mt 25,31-46).

Puesto que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiese hecho por el cuerpo, bueno o malo (2Co 5,10).

Ahora, extrañados de que no concurráis a su desenfrenada liviandad, os insultan; pero tendrán que dar cuenta al que está pronto para juzgar a vivos y muertos" (1P 4,4-5).

Y entregó el mar los muertos que tenía en su seno, y asimismo la muerte y el infierno entregaron los que tenían, y fueron juzgados cada uno según sus obras (Ap 20,13).

No cabe hablar más claro y de manera más terminante. La santa Iglesia, por lo demás,, ha definido expresamente la doctrina del juicio universal como perteneciente al depósito de la divina revelación, recogiéndola incluso en los llamados símbolos de la fe. Basten estos testimonios:

"Creo que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos" (Símbolo Apostólico: D 7 9).

"A cuyo advenimiento todos los hombres han de resucitar con sus propios cuerpos para dar cuenta de sus actos" (Símbolo Atanasiano: D 40).

"Y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos" (Símbolo Niceno - Constantinopolitano: D 86).

"Creemos y confesamos firmemente que al fin de los siglos ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y dará a cada uno según sus obras" (Concilio IV de Letrán: D 429).

"Definimos, además, que... en el día del juicio todos los hombres comparecerán con sus propios cuerpos ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias obras" (BENEDICTO XII: D 531), etc.

¿Dónde se celebrará el juicio final?-Nada se sabe con certeza. Muchos Santos Padres y teólogos antiguos, fundándose en dos textos del profeta )oel (3,2; 3,12-15) e interpretándolos tal como suenan, señalaron el valle de Josafat como lugar donde habrá de celebrarse el juicio final.

Pero, aparte de que el verdadero sentido literal de los textos citados no parece aludir al juicio final de la humanidad, hay que tener en cuenta que en hebreo la palabra Josfaí significa ¦Dios juzga, con lo cual puede muy bien emplearse este vocablo para designar "el valle del juicio", sea el que fuere, sin ninguna significación geográfica precisa.

Fue mucho más tarde cuando se aplicó el nombre del valle de Josafat al barranco del torrente Cedrón que separa Jeru - salén del monte de los Olivos.

¿Cuándo tendrá lugar?-Tampoco sabemos absolutamente nada. Es secreto que Dios ha querido reservarse. Bástenos recordar las palabras de nuestro Señor:

Cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Estad alerta, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo (Mt 13,32-33).

Ejecución de la sentencia.-Es dogma de fe que la ejecución de la sentencia será instantánea e irrevocable para toda la eternidad (D 211) (cf. P.ROYO., l.c, p.599-624).

(117) ¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te atrae a penitencia? Pues, conforme a tu dureza y a la impenitencia de tu corazón, vas atesorándote ira para el día de la ira, de la revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras; a los que, con perseverancia en el bien obrar, buscan la gloria, el honor y la incorrupción, la gloria eterna (Rm 2,4-7).

Cierto que de nada me arguye la conciencia, mas no por eso me creo justificado; quien me juzga es el Señor. Tampoco, pues, juzguéis vosotros antes de tiempo mientras no venga el Señor, que iluminará los escondrijos y hará manifiestos los propósitos de los corazones, y entonces cada uno tendrá la alabanza de Dios (1Co 4,4-6).

(118) Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho con el cuerpo, bueno o malo (2Co 5,10).

(119) Poniendo en mi corazón todo esto, vi bien que el justo y el sabio y sus obras están en las manos de Dios, y ni siquiera sabe el hombre si es objeto de amor o de odio; todo está encubierto ante Él (Si 9,1).

Para que confíen en Él cuantos conocen su nombre, pues no abandonas, ¡oh Y ave!, a los que te buscan (Ps 9,11).

(120) ¿Cómo es que viven los impíos, se prolongan sus días, y se aseguran en su poder? (Jb 21,7).

Muy justo eres tú, Yavé, para que yo vaya a contender contigo; pero déjame decirte una cosa: ¿Por qué es próspero el camino de los impíos y son afortunados los perdidos y malvados? Tú los plantas y ellos echan raíces, crecen y fructifican; te tienen a ti en la boca, pero está muy lejos de ti su corazón (Jr 12,1-2).

Muy limpio de ojos eres tu para contemplar el mal, y no puedes soportar la vista de la opresión. ¿Por qué, pues, soportas a los malva* dos y callas, mientras el impío devora al que es más justo que tú? (Hab. 1,13).

Ya dejamos expuesto en la nota sobre la providencia divina, los fundamentos teológicos para una sana comprensión de la existencia del mal - físico y moral - en el mundo. No queda sino sacar conclusiones.

1) Ante todo, no siempre es verdad que los malos son más felices y los que abundan en bienes de todas clases, mientras los buenos viven constantemente afligidos. Buenos y malos tienen sus ratos de sonrisas y sus horas de lágrimas, porque la felicidad en este mundo es algo muy relativo. Un pobre virtuoso que se contenta con poco y pone su dicha en ser un buen cristiano y vivir en gracia de Dios, es mil veces más feliz que el millonario avariento y malo, con el alma constantemente pendiente del hilo de la desesperación. Hay malos desgraciados y buenos felices, como hay buenos infelices y malos que prosperan.

2) Pero concedamos que los malos que en este mundo prosperan son más numerosos que los buenos. Hasta lo consideraríamos natural y lógico: ahogada la voz de la conciencia y conculcados los valores sobrenaturales, tienen menos estorbos para sus vidas de bajos instintos.

Esto, a lo sumo, probaría que tiene que haber otra vida, donde a cada uno se le dará conforme a sus méritos. A los dignos, premio eterno; a los indignos, pena eterna. La vida es camino, y todos somos peregrinantes. En la orilla de la eternidad nos encontraremos todos. Los buenos, los "pobres de espíritu", "los que sufrieron por la justicia...", sentirán el gozo del premio de Dios (que jamás falla a su palabra), y verán brillar en lontananza una eternidad de paz y de descanso, porque su pieron purgar en la vida sus pecados y vivir los caminos de Dios. Los malos, que acá ríen, porque triunfan y todo les sale bien..., teman, porque ya recibieron en este mundo la recompensa. Hace veinte siglos nos lo anunciaba Jesús: En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se volverá en gozo y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría (Jn 16,20). Y el cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán (Mt 25,35). Creo que no se pueden comparar •-exclamaba San Pablo - los sufrimientos de esta vida con la gloria que nos espera en la otra (Rm 8,18).

Ni debe olvidarse la existencia del pecado original. Esta verdad dogmática arrojará mucha luz sobre nuestras incertidum - bres e inquietudes. En ella hay que buscar la auténtica raíz de muchos de nuestros males presentes.

Pero, para consuelo nuestro, sabemos que Jesucristo convertirá nuestros dolores y sufrimientos, bien llevados, en fuente de méritos y satisfacciones sin cuento.

Recordemos, por último, que Dios sabe escribir muy derecho con renglones torcidos. ¡Cuántos pobres desorientados y alejados de la Verdad y de ía Vida abrieron los ojols del alma y se desengañaron de la caducidad de las cosas terrenas al verse hundidos en la cama de un hospital! La sangre de los mártires es semilla de cristianos y la pasión de Jesucristo trajo como consecuencia la redención del género humano.

No te impacientes por los malvados, no envidies a los que hacen el mal; porque presto serán segados como el heno y cfomo la hierba tierna se secarán... Mejor fe es al justo lo poco que la gran opulencia de los impíos; porque los brazos del impío serán rotos, mientras que Yavé sostiene al justo. Estos no serán confundidos al tiempo malo, y serán saciados en el día del hambre...

Los benditos de Dios heredarán la tierra; los malditos de él serán, exterminados...

He visto al impío altamente ensalzado, u extenderse como árbol vigoroso. Pero pasé de nuevo, y ya no era; le busqué, y no le hallé...

Considera al recto y mira al justo, y verás que su felicidad. Los impíos, por el contrarío, serán exterminados; la posteridad de los malvados será tronchada (Ps 36,1-38).

¿Por qué te abates, alma mía? Por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, que aún le alabaré. ¡El es la alegría de mi rostro. El es mi Dios! Como anhela la cierva las corrientes aguas, asi te anhela a ti mi alma, ¡oh Dios!Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Ps 41,1-3).

(121) Las nubes le cubren como velo, y no ve; se pasea por la bóveda de los cielos (Jb 22,14).

(122) Luego, en seguida, después de la tribulación de aquellos días, se oscurecerá el sol, y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo, y las columnas del cielo se conmoverán. Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grandes (Mt 24,29-30).

Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, se obscurecerá el sol, y la luna no dará su brillo, y las estrellas se caerán del cielo, y los poderes de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre viniendo sobre las nubes con gran poder y majestad. Enviará a sus ángeles, y juntará a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo del cielo (Mc 13,24-27).

... Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el íerror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes (Lc 21,25-27).

(123) Según testimonio explícito de la Sagrada Escritura, nadie sabe, ni sabrá, cuándo tendrá lugar el fin del mundo (Mt 24,36).

Pero son los mismos libros sagrados quienes nos ofrecen alosnas señales por las que de alguna manera podrá conjeturarse su mayor o menor proximidad. Ño se nos prohibe examinar esas señales, pero es preciso tener en cuenta que son muy vagas e inconcretas y se prestan a grandes confusiones, sobre todo por el carácter evidentemente metafórico y ponderativo de muchas de ellas. Buena prueba de esto la ofrece el hecho de que la humanidad ha creído verlas ya en diferentes épocas de la historia, que hacían presentir la proximidad de la catástrofe final. Lo único cierto en esta materia tan difícil y oscura es que nadie absolutamente sabe nada: es un misterio de Dios.

Éstas son las principales de que nos habla la Sagrada Escritura :

1) La predicación del Evangelio en todo el mundo.-Lo anunció el mismo Cristo al decir a sus apóstoles: Será predicado este Evangelio del reina en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin (Mt 24,14).

Deben entenderse estas palabras, no en el sentido de que todas las gentes se convertirán de hecho al cristianismo, sino únicamente que el Evangelio se propagará suficientemente por todas las regiones del mundo, de manera que todos los hombres que quieran puedan convertirse a él.

2) La apostasía universal,-Lo anunció el mismo Cristo y lo repitió después San Pablo:

Y se levantarán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos, y por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos (Lc 18,8).

Que nadie en modo alguno se engañe, porque antes ha de venir la apostasía, y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición (2Th 2,3).

Ya se comprende que esta apostasía de la fe no será universal y absoluta en todo el género humano, ya que la Iglesia no puede perecer.

3) La conversión de los judíos.-En contraste con esta apostasía casi general, habrá de verificarse la conversión de Israel, anunciada por el apóstol San Pablo (Rm 11,25-26).

4) La aparición del anticristo.

Antes ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado (2Th 2,3).

Es muy misteriosa la naturaleza de este anticristo. ¿Se trata de cualquier manifestación del espíritu anticristiano: el pecado, la herejía, la persecución..., etc.? Ello justificaría plenamente y a la letra la expresión de San Juan: El anticristo se halla ya en el mundo (1Jn 4,3). ¿Se trata de una persona individual, que desplegaría - permitiéndolo Dios - un gran poder de seducción con falsos prodigios, que engañarán a muchos? Misterio de Dios. Lo cierto es que al fin será vencido y muerto por Cristo con el aliento de su boca (2Th 2,8) (cf. P.ROYO, O.P., l.c, p 566-569).

(124) Cf. Da 7,7-10.

(125) Cf. Mt 24,29-30 Mc 13,26 2Th 2,11 Rm 2,2-24.