DIRECTORIO PARA LA APLICACIÓN DE LOS PRINCIPIOS Y NORMAS SOBRE EL ECUMENISMO

 PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

 

PREFACIO

[1] Uno de los principales objetivos del Concilio Vaticano II fue la búsqueda de la unidad de los cristianos. El Directorio Ecuménico, pedido durante el Concilio y publicado en dos partes, una en 1967 y la otra en 1970[1] “ha prestado valiosos servicios orientando, coordinando y desarrollando el esfuerzo ecuménico”[2].

Motivos de esta revisión

[2] Además del Directorio, las autoridades competentes han publicado muchos otros documentos relativos al ecumenismo[3].

La promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico para la Iglesia latina (1983) y la del Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990), han creado una situación disciplinar parcialmente nueva para los fieles de la Iglesia católica en materia ecuménica.

Igualmente la publicación del Catecismo de la Iglesia católica (1992) ha asumido la dimensión ecuménica en la enseñanza básica de todos los fieles de la Iglesia.  

[3] Además, a partir del Concilio se han intensificado las relaciones fraternales con las Iglesias y Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica; se han puesto en marcha y multiplicado los diálogos teológicos. En el discurso con ocasión de la Asamblea plenaria del Secretariado (1988) que trabajaba en la revisión del Directorio, el Santo Padre hizo notar que “la extensión del movimiento ecuménico, la multiplicación de los documentos de diálogo, la urgencia experimentada de una mayor participación de todo el Pueblo de Dios en este movimiento, y por lo tanto la necesidad de una información doctrinal exacta que lleve a un compromiso justo, todo esto exige que se den sin tardar orientaciones puestas al día”[4]. La revisión de este Directorio se ha realizado con ese espíritu y a la luz de esos desarrollos.

Destinatarios del Directorio

[4] El Directorio se dirige a los Pastores de la Iglesia católica; pero también interesa a todos los fieles llamados a orar y trabajar por la unidad de los cristianos bajo la dirección de sus Obispos. Son éstos, individualmente para sus Diócesis o colegialmente para toda la Iglesia, bajo la autoridad de la Santa Sede, los responsables de la línea de acción y de la práctica en materia de ecumenismo[5].

[5] Pero se desea además que el Directorio sea útil a los miembros de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. Éstos comparten con los católicos la preocupación por la calidad del compromiso ecuménico. Será pues ventajoso para ellos saber la orientación que desean dar a la acción ecuménica quienes en la Iglesia católica guían el movimiento ecuménico, y los criterios oficialmente aprobados en la Iglesia. Esto les permitirá valorar las iniciativas tomadas a todos los niveles por los católicos para responder adecuadamente a ellas, y comprender mejor las respuestas de los católicos a sus propias iniciativas. Hay que aclarar que el Directorio no pretende tratar de las relaciones de la Iglesia católica con las sectas o con los nuevos movimientos religiosos[6].

Objetivo del Directorio

[6] La nueva edición del Directorio está destinada a ser un instrumento al servicio de toda la Iglesia, y en especial de quienes están directamente comprometidos en una actividad ecuménica en la Iglesia católica. El Directorio pretende motivarla, iluminarla, guiarla y, en ciertos casos particulares, también dar directrices obligatorias según la competencia propia del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos[7]. A la luz de la experiencia de la Iglesia desde el Concilio, y teniendo en cuenta la situación ecuménica actual, el Directorio reúne todas las normas ya fijadas para aplicar y desarrollar las decisiones del Concilio y, cuando es preciso, las adapta a la realidad actual. Refuerza las estructuras puestas en marcha para sostener y guiar la actividad ecuménica. en cada nivel de la Iglesia. Respetando plenamente la competencia de las autoridades en estos diversos niveles, el Directorio da orientaciones y normas de aplicación universales, para guiar la participación católica en la acción ecuménica. Su aplicación dará consistencia y coherencia a los diferentes modos de practicar el ecumenismo por los que las Iglesias particulares[8] y los grupos de Iglesias particulares responden a las diversas situaciones locales. Garantizará que la actividad ecuménica de la Iglesia católica sea conforme a la unidad de fe y de disciplina que une a los católicos entre sí. En nuestra época existe en algunos lugares una cierta tendencia al confusionismo doctrinal. Por ello es muy importante evitar, en el terreno del ecumenismo como en otros, los abusos que pudieran contribuir a ello o acarrear el indiferentismo doctrinal. La no observancia de las directrices de la Iglesia en este punto crea un obstáculo al progreso de la búsqueda auténtica de la plena unidad entre cristianos. Compete al Ordinario del lugar, a las Conferencias Episcopales o a los Sínodos de las Iglesias Orientales católicas hacer que los principios y normas contenidos en el Directorio ecuménico se apliquen con fidelidad, y velar con pastoral solicitud para que se eviten todas las posibles desviaciones.

Plan del Directorio

[7] El Directorio comienza con una exposición sobre el compromiso ecuménico de la Iglesia católica (capítulo I). Sigue la exposición de los medios tomados por la Iglesia católica para poner en práctica este compromiso. Lo hace por la organización (capítulo II) y la formación de sus miembros (capítulo III). A ellos, así organizados y formados, se dirigen las disposiciones de los capítulos IV y V sobre la actividad ecuménica.

I. La búsqueda de la unidad de los cristianos

El compromiso ecuménico de la Iglesia católica fundamentado en los principios doctrinales enunciados por el Concilio Vaticano II.

II. La organización en la Iglesia católica del servicio de la unidad de los cristianos

Las personas y categorías destinadas a promover el ecumenismo a todos los niveles, y normas que regulan su actividad.

III. La formación para el ecumenismo en la Iglesia católica

Categorías de personas a formar; fin, marco y métodos de la formación en sus aspectos doctrinales y prácticos.

IV. La comunión de vida y de actividad espiritual entre los bautizados

Comunión existente con los otros cristianos basada en el vínculo sacramental del Bautismo, y normas para compartir la oración y otras actividades espirituales, incluidos, en casos particulares, los bienes sacramentales.

V. La colaboración ecuménica, el diálogo y testimonio común

Principios, diferentes formas y normas de cooperación entre cristianos para el diálogo y el testimonio común en el mundo.

    [8] Así, en una época marcada por una secularización creciente, que llama a los cristianos a una acción común en la esperanza del Reino de Dios, las normas que regulan las relaciones entre católicos y otros cristianos y las diferentes formas de colaboración que practican, se establecen de tal modo que la promoción de la unidad deseada por Cristo pueda perseguirse de forma equilibrada y coherente, en la línea y según los principios establecidos por el Concilio Vaticano II.

 

I

LA BÚSQUEDA DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

[9] El movimiento ecuménico pretende ser una respuesta al don de la gracia de Dios, que llama a todos los cristianos a la fe en el misterio de la Iglesia, según el designio de Dios que desea conducir a la humanidad a la salvación y a la unidad en Cristo por el Espíritu Santo. Este movimiento los llama a la esperanza de que se realice plenamente la oración de Jesús: “que todos sean uno”[9]. Los llama a esta caridad que es el mandamiento nuevo de Cristo y el don por el que el Espíritu Santo une a todos los fieles. El Concilio Vaticano II pidió claramente a los católicos que extiendan su amor a todos los cristianos, con una caridad que desea superar en la verdad lo que los divide y que se dedica activamente a realizarlo; deben actuar con esperanza y en la oración por la promoción de la unidad de los cristianos, y su fe en el misterio de la Iglesia les estimula e ilumina de tal modo que su acción ecuménica pueda ser inspirada y guiada por una verdadera comprensión de la Iglesia que es “el sacramento, es decir, a la vez el signo y el medio, de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[10].

[10] La enseñanza de la Iglesia sobre el ecumenismo, así como el estímulo a esperar y la invitación a amar, encuentran una expresión oficial en los documentos del Concilio Vaticano II, especialmente en Lumen Gentium y en Unitatis Redintegratio. Los documentos posteriores sobre la actividad ecuménica en la Iglesia, incluído el Directorio ecuménico (1967 y 1970), se basan en los principios doctrinales, espirituales y pastorales enunciados en los documentos conciliares. Han profundizado en algunos temas sugeridos en los documentos conciliares, desarrollado una terminología teológica y aportado normas de acción más detalladas, aunque todas ellas basadas en la enseñanza del propio Concilio. Todo ello proporciona un conjunto de enseñanzas cuyas grandes líneas se presentarán en este capítulo. Dichas enseñanzas constituyen el fundamento de este Directorio.

La Iglesia y su unidad en el plan de Dios

[11] El Concilio sitúa el misterio de la Iglesia en el misterio de la sabiduría y de la bondad de Dios que atrae a toda la familia humana e incluso a la creación entera a la unidad en El[11]. Para ello, Dios envió al mundo a su Hijo único, quien, elevado en la cruz, y entrando en la gloria, derramó el Espíritu Santo por el que llamó y reunió en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, al Pueblo de la Nueva Alianza que es la Iglesia. Para establecer en todo lugar esta Iglesia santa hasta la consumación de los siglos, Cristo confió el oficio de enseñar, de regir y de santificar al colegio de los Doce, del que estableció como jefe a Pedro. Por medio de la predicación fiel del Evangelio, por la administración de los sacramentos y por el gobierno en el amor, ejercido por los Apóstoles y por sus sucesores, bajo la acción del Espíritu Santo, Jesucristo quiere que este pueblo se acreciente y que su comunión se haga cada vez más perfecta[12]. El Concilio presenta a la Iglesia como el nuevo Pueblo de Dios, que une en sí, con todas las riquezas de su diversidad, a hombres y mujeres de todas las naciones y de todas las culturas, dotados de los variados dones de la naturaleza y de la gracia, al servicio unos de los otros, y conscientes de que son enviados al mundo para su salvación[13]. Aceptan en la fe la Palabra de Dios, son bautizados en Cristo, confirmados en el Espíritu de Pentecostés, y celebran juntos el sacramento de su cuerpo y de su sangre en la eucaristía:

“El Espíritu Santo que habita en los creyentes, que llena y rige a toda la Iglesia, realiza esta admirable comunión de los fieles y los une a todos en Cristo tan íntimamente, que Él es el principio de la unidad de la Iglesia. Él es quien realiza la diversidad de gracias y de ministerios, enriqueciendo con funciones diversas a la Iglesia de Jesucristo, organizando así a los santos para la obra del ministerio, en orden a la construcción del Cuerpo de Cristo”[14].

[12] El Pueblo de Dios, en su común vida de fe y de sacramentos, es servido por los ministros ordenados: Obispos, presbíteros y diáconos[15]. Unido así por el triple lazo de la fe, de la vida sacramental y del ministerio jerárquico, todo el Pueblo de Dios realiza lo que la tradición de la fe desde el Nuevo Testamento[16] ha llamado siempre la koinonia/comunión. Este concepto clave es el que ha inspirado la eclesiología del Concilio Vaticano II[17] y la enseñanza del Magisterio reciente le ha dado una gran importancia.  

La Iglesia como comunión

[13] La comunión en la que los cristianos creen y esperan es, en su más profunda realidad, su unidad con el Padre por Cristo y en el Espíritu Santo. A partir de Pentecostés, esta comunión se da y se recibe en la Iglesia, comunión de los santos. Se cumple en plenitud en la gloria del cielo, pero se realiza ya en la Iglesia en la tierra, mientras camina hacia esa plenitud. Los que viven unidos en la fe, la esperanza y la caridad, en el servicio mutuo, en la enseñanza común y en los sacramentos, guiados por sus Pastores[18], participan en la comunión que constituye la Iglesia de Dios. Esta comunión se realiza en concreto en las Iglesias particulares, cada una de las cuales se reúne alrededor de su Obispo. En cada una de ellas “la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica, está verdaderamente presente y actuante”[19]. Esta comunión es pues universal por su misma naturaleza.

[14] La comunión entre las Iglesias se mantiene y se manifiesta de modo especial por la comunión entre sus Obispos. Juntos, forman un colegio que sucede al colegio apostólico. Este colegio tiene a su cabeza al Obispo de Roma, como sucesor de Pedro[20]. De este modo los Obispos garantizan que las Iglesias de las que son ministros continúan la única Iglesia de Cristo, fundamentada en la fe y el ministerio de los apóstoles. Ellos coordinan las energías espirituales y los dones de los fieles y de sus asociaciones para la construcción de la Iglesia y el pleno ejercicio de su misión.

[15] Cada Iglesia particular, unida en sí misma, y en la comunión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, es enviada en nombre de Cristo y por la fuerza del Espíritu para llevar el Evangelio del Reino cada vez a mayor número de personas, ofreciéndoles esta comunión con Dios. Al aceptarla, estas personas entran también en comunión con todos los que ya la han recibido, y se constituyen con ellos en una auténtica familia de Dios. Esta familia da, por su unidad, testimonio de esa comunión con Dios. En esta misión de la Iglesia es donde se realiza la oración de Jesús, ya que él pidió “para que todos sean uno, Padre, que sean uno en nosotros, como tú estás en mí y yo en ti, para que el mundo crea que tú me has enviado”[21].

[ 16] La comunión en el interior de las Iglesias particulares y entre ellas es un don de Dios. Hay que recibirla con alegría y agradecimiento, y cultivarla cuidadosamente. La mantienen de modo especial quienes están llamados a ejercer en la Iglesia el ministerio de pastor. La unidad de la Iglesia se realiza en medio de una rica diversidad. La diversidad en la Iglesia es una dimensión de su catolicidad. Esta misma riqueza de diversidad puede, sin embargo, engendrar tensiones en la comunión. Mas, a pesar de dichas tensiones, el Espíritu continúa actuando en la Iglesia, y llama a los cristianos, en su diversidad, a una unidad cada vez más profunda.

[ 17] Los católicos mantienen la firme convicción de que la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él”[22]. Confiesan que la plenitud de la verdad revelada, de los sacramentos y del ministerio, que Cristo dio para la construcción de su Iglesia y para el cumplimiento de su misión, se halla en la comunión católica de la Iglesia. Saben ciertamente los católicos que personalmente no han vivido ni viven en plenitud los medios de gracia de que está dotada la Iglesia. Pero nunca pierden, a pesar de ello, la confianza en la Iglesia. Su fe les asegura que ella sigue siendo “la digna esposa del Señor” y “se renueva de continuo bajo la acción del Espíritu Santo, hasta que llegue, por la cruz, a la luz que no tiene ocaso”[23]. Así pues, cuando los católicos emplean las expresiones “Iglesias”, “otras Iglesias”, “otras Iglesias y Comuniones eclesiales”, etc., para designar a quienes no están en plena comunión con la Iglesia católica, debe tenerse siempre en cuenta esta firme convicción y confesión de fe.

Las divisiones entre cristianos y el restablecimiento de la unidad

[18] Sin embargo, la sinrazón y el pecado humanos se han opuesto en ocasiones a la voluntad unificante del Espíritu Santo, debilitando esta fuerza del amor que supera las tensiones inherentes a la vida eclesial. Desde el comienzo de la Iglesia se han producido escisiones. Más tarde aparecieron disensiones más graves, y hubo Comunidades eclesiales en Oriente que dejaron de estar en plena comunión con la Sede de Roma y con la Iglesia de Occidente[24]. Después otras divisiones más profundas hicieron nacer en Occidente diversas Comunidades eclesiales. Estas rupturas se referían a cuestiones doctrinales o disciplinarias, e incluso a la naturaleza misma de la Iglesia[25]. El Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo reconoce que han aparecido disensiones “a veces por culpa de personas de ambas partes”[26]. A pesar de ello, y por gravemente que la culpabilidad humana haya podido dañar la comunión, ésta nunca ha sido aniquilada. En efecto, la plenitud de la unidad de la Iglesia de Cristo se ha mantenido en la Iglesia católica, mientras otras Iglesias y Comunidades eclesiales, aun no estando en plena comunión con la Iglesia católica, conservan en realidad una cierta comunión con ella. El Concilio afirma esto: “Creemos que ella (esta unidad) subsiste de forma inamisible en la Iglesia católica, y esperamos que se acrecentará de día en día hasta la consumación de los siglos”[27]. Algunos textos conciliares indican los elementos compartidos por la Iglesia católica y las Iglesias orientales[28] por un lado, y por la Iglesia católica y las demás Iglesias y Comunidades eclesiales por otro[29]. “El Espíritu de Cristo no deja de servirse de ellas como medio de salvación“[30].

[ 19] No obstante, ningún cristiano ni cristiana puede sentirse satisfecho con estas formas imperfectas de comunión. No corresponden a la voluntad de Cristo, y debilitan a su Iglesia en el ejercicio de su misión. La gracia de Dios ha llevado a los miembros de muchas Iglesias y Comunidades eclesiales, sobre todo en nuestro siglo, a esforzarse por superar las divisiones heredadas del pasado y por construir de nuevo una comunión de amor por la oración, el arrepentimiento y la petición recíproca de perdón por los pecados de desunión del pasado y del presente, mediante encuentros para acciones de cooperación y de diálogo teológico. Tales son los objetivos y las actividades de lo que se ha dado en llamar el movimiento ecuménico[31].

[20] En el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido solemnemente a trabajar por la unidad de los cristianos. El Decreto Unitatis Redintegratio especifica que la unidad querida por Cristo para su Iglesia se realiza “por medio de la fiel predicación del Evangelio por los Apóstoles y por sus sucesores ‑los Obispos con su cabeza que es el sucesor de Pedro, por la administración de los sacramentos y por el gobierno en el amor”. El decreto define esta unidad como consistente “en la profesión de una sola fe [...], en la celebración común del culto divino [...], en la concordia fraternal de la familia de Dios”[32]; esta unidad, que exige, por su misma naturaleza, una plena comunión visible de todos los cristianos, es el fin último del movimiento ecuménico. El Concilio afirma que esta unidad no exige en modo alguno el sacrificio de la rica diversidad de espiritualidad, de disciplina, de ritos litúrgicos y de elaboración de la verdad revelada que se han desarrollado entre los cristianos[33], en la medida en que esta diversidad permanece fiel a la Tradición apostólica.

[21] Desde el Concilio Vaticano II la actividad ecuménica ha sido inspirada y guiada, en toda la Iglesia católica, por diversos documentos e iniciativas de la Santa Sede y, en las Iglesias particulares, por documentos e iniciativas de los Obispos, de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y de las Conferencias episcopales. Hay que mencionar también los progresos realizados en variadas formas de diálogo ecuménico y en diferentes tipos de colaboración ecuménica. Según la misma expresión del Sínodo de los Obispos de 1985, el ecumenismo “se ha grabado profunda e irrevocablemente en la conciencia de la Iglesia”[34].

El ecumenismo en la vida de los cristianos

[22] El movimiento ecuménico es una gracia de Dios, concedida por el Padre en respuesta a la oración de Jesús[35] y a las súplicas de la Iglesia inspirada por el Espíritu Santo[36]. Aunque encuadrado en el marco de la misión general de la Iglesia, que es unir a la humanidad en Cristo, tiene como misión específica el restablecimiento de la unidad entre los cristianos[37]. Los bautizados en el nombre de Cristo están llamados, por ello mismo, a comprometerse en la búsqueda de la unidad[38]. La comunión en el bautismo se orienta ala plena comunión eclesial. Vivir el bautismo es ser arrastrado en la misión de Cristo que es reunir todo en la unidad.

[23] Los católicos están invitados a responder, según las indicaciones de sus pastores, con solidaridad y gratitud a los esfuerzos que se realizan en muchas Iglesias y Comunidades eclesiales y en diversas organizaciones en las que ellas colaboran para restablecer la unidad de los cristianos. Allí donde no se realiza, al menos en la práctica, ningún trabajo ecuménico, los católicos procurarán promoverlo. Allí donde ese trabajo encuentra oposiciones o impedimentos por actitudes sectarias o actividades que llevan a divisiones aún mayores entre los que confiesan el nombre de Cristo, que los católicos sean pacientes y perseverantes. Los Ordinarios de los lugares[39], los Sínodos de las Iglesias orientales católicas[40] y las Conferencias episcopales verán a veces necesario tomar medidas especiales para superar el peligro de indiferentismo o de proselitismo[41]. Esto podría aplicarse de modo particular a las Iglesias jóvenes. En todas sus relaciones con los miembros de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, los católicos actuarán con honradez, prudencia y conocimiento de las cosas. Esta disposición a proceder gradualmente y con precaución, sin eludir las dificultades, es también una garantía para no sucumbir a la tentación del indiferentismo o del proselitismo, que sería la ruina del verdadero espíritu ecuménico.

[24] Cualquiera que sea la situación local, para ser capaces de asumir sus responsabilidades ecuménicas, los católicos deben actuar unidos y de acuerdo con sus Obispos. Debieran ante todo conocer bien lo que es la Iglesia católica, y ser capaces de dar cuenta de su enseñanza, de su disciplina y de sus principios de ecumenismo. Cuanto mejor conozcan todo esto, mejor podrán exponerlo en las discusiones con los otros cristianos y dar adecuadamente razón de ello. También debieran tener un conocimiento correcto de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales con las que se relacionan. Habrá que tomar en cuidadosa consideración las diversas condiciones previas al compromiso ecuménico que se exponen en el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo[42].

[25] El ecumenismo, con todas sus exigencias humanas y morales, está tan arraigado en la acción misteriosa de la Providencia del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo, que afecta a lo profundo de la espiritualidad cristiana. Exige esta “conversión del corazón y esta santidad de vida, unidas a las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos” que el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo llama “el ecumenismo espiritual” y que considera como “el alma de todo ecumenismo”[43]. Quienes se identifican profundamente con Cristo deben configurarse con su oración, en especial a su oración por la unidad; quienes viven en el Espíritu deben dejarse transformar por el amor que, por la causa de la unidad, “lo soporta todo, lo cree todo, lo espera todo, lo aguanta todo”[44]; quienes viven en espíritu de arrepentimiento serán particularmente sensibles al pecado de las divisiones y pedirán por el perdón y la conversión. Quienes buscan la santidad serán capaces de reconocer sus frutos fuera también de los límites visibles de su Iglesia[45]. Serán llevados a conocer realmente a Dios como el único capaz de congregar a todos en la unidad, porque es el Padre de todos.

[26] Las posibilidades y exigencias de la actuación ecuménica no se presentan de igual manera en una parroquia, en una diócesis, a nivel de una organización regional o nacional de las diócesis, o a nivel de la Iglesia universal. El ecumenismo exige un compromiso del Pueblo de Dios en las estructuras eclesiásticas y según la disciplina propia de cada uno de estos niveles.

[27] En la diócesis, reunida alrededor de su Obispo, en las parroquias y en los diversos grupos y comunidades, la unidad de los cristianos se construye y se manifiesta día a día[46]: hombres y mujeres escuchan en la fe la Palabra de Dios, rezan, celebran los sacramentos, se ponen unos al servicio de otros y manifiestan el Evangelio de la salvación a los que aún no creen.

Pero cuando los miembros de una misma familia pertenecen a Iglesias y Comunidades eclesiales diferentes, cuando los cristianos no pueden recibir la comunión con su pareja o con sus hijos, o con sus amigos, el sufrimiento de la división se hace sentir vivamente y debiera dar un impulso mayor a la oración y a la actividad ecuménica.

[28] El hecho de reunir, dentro de la comunión católica, a las Iglesias particulares en las instituciones correspondientes, como los Sínodos de las Iglesias orientales y las Conferencias episcopales, manifiesta la comunión que existe entre dichas Iglesias. Estas asambleas pueden facilitar mucho el desarrollo de relaciones ecuménicas eficaces con las Iglesias y Comunidades eclesiales de una misma región que no están en plena comunión con nosotros. Además de su tradición cultural y cívica, comparten una herencia eclesial común, que data de los tiempos anteriores a las divisiones. Al ser más capaces que una Iglesia particular de tratar de modo representativo los elementos regionales y nacionales de la actividad ecuménica, los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y las Conferencias episcopales pueden crear organismos destinados a poner en marcha y coordinar los recursos y esfuerzos de su territorio de modo que sostenga las actividades de las Iglesias particulares, y permita seguir en sus actividades ecuménicas un caminar católico homogéneo.

[29] Al Colegio episcopal y a la Sede Apostólica corresponde juzgar en última instancia la manera como se ha de responder a las exigencias de la plena comunión[47]. A este nivel se reúne y evalúa la experiencia ecuménica de todas las Iglesias particulares; se reúnen los recursos necesarios para el servicio de la comunión a nivel universal y entre todas las Iglesias particulares que pertenecen a esta comunión, y trabajan por ella; se dan las directrices tendentes a orientar y canalizar las actividades ecuménicas de todas partes en la Iglesia. A menudo es a este nivel de la Iglesia al que las otras Iglesias y Comunidades eclesiales acuden cuando desean ponerse en relación ecuménica con la Iglesia católica. Y a este nivel es donde pueden tomarse las decisiones finales sobre el restablecimiento de la comunión.

Complejidad y diversidad de la situación ecuménica

[30] El movimiento ecuménico quiere ser obediente a la Palabra de Dios, a las inspiraciones del Espíritu Santo y a la autoridad de aquellos cuyo ministerio es asegurar que la Iglesia permanezca fiel a aquella Tradición apostólica en la que se reciben la Palabra de Dios y los dones del Espíritu. Lo que se busca es la comunión, que es el corazón del misterio de la Iglesia. Por eso el ministerio apostólico de los Obispos es particularmente necesario en el dominio de la actividad ecuménica. Las situaciones de que se ocupa el ecumenismo son a menudo sin precedentes, varían de un lugar a otro, de una a otra época. Por eso hay que apoyar las iniciativas de los fieles en el terreno del ecumenismo. Pero se precisa un discernimiento atento y constante, e incumbe a aquellos que tienen la última responsabilidad de la doctrina y de la disciplina en la Iglesia[48]. A éstos corresponde animar las iniciativas responsables y asegurar que se lleven a cabo según los principios católicos del ecumenismo. Ellos deben devolver la seguridad a quienes se desanimen por las dificultades y moderar la imprudente generosidad de quienes no prestan una consideración suficiente a las dificultades reales que jalonan el camino de la reunión. El Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, cuyo papel y responsabilidad son proporcionar directrices y consejos para la actividad ecuménica, ofrece el mismo servicio a la Iglesia entera.

[31] La naturaleza de la acción ecuménica emprendida en una determinada región estará siempre influenciada por el carácter particular de la situación ecuménica local. La elección del compromiso ecuménico apropiado corresponde en especial al Obispo, quien ha de tener en cuenta las responsabilidades específicas y las demandas características de su diócesis.

No es posible pasar revista a la variedad de situaciones, pero pueden hacerse algunas observaciones muy generales.

[32] La tarea ecuménica se presentará de modo diferente en un país de mayoría católica que en otro en que la mayoría son cristianos orientales, anglicanos o protestantes. La tarea será también diversa en los países con mayoría de no cristianos. La participación de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico en los países en que tiene gran mayoría es crucial para que el ecumenismo sea un movimiento que comprometa a la Iglesia entera.

[33] De igual manera, la tarea ecuménica variará mucho según que nuestros interlocutores cristianos pertenezcan mayoritariamente a una o varias Iglesias orientales, más bien que a Comunidades de la Reforma. Cada una tiene su dinámica propia y sus peculiares posibilidades. Muchos otros factores, políticos, sociales, culturales, geográficos y étnicos, pueden variar la forma de la tarea ecuménica.

[34] Es el contexto local particular el que proporcionará siempre las diversas características de la tarea ecuménica. Lo importante es que en este esfuerzo común los católicos en todo el mundo se apoyen unos a otros por la oración y el mutuo estímulo, para seguir buscando la unidad de los cristianos, en sus múltiples facetas, obedeciendo al mandato del Señor.

Las sectas y los nuevos movimientos religiosos

[35] El panorama religioso de nuestro mundo ha evolucionado notablemente en los últimos decenios, y en algunas partes del mundo el cambio más espectacular ha sido el desarrollo de sectas y de nuevos movimientos religiosos, cuya aspiración a relacionarse pacíficamente con la Iglesia católica es a veces débil o inexistente. En 1986 cuatro Dicasterios de la Curia romana han publicado un informe conjunto[49] que llama la atención sobre la distinción capital que ha de hacerse entre las sectas y los nuevos movimientos religiosos por un lado, y las Iglesias y Comunidades eclesiales por otro. Hay estudios ulteriores en curso en este ámbito.

    [36] En lo referente a las sectas y a los nuevos movimientos religiosos, la situación es muy compleja y se presenta de manera diferente según el contexto cultural. En algunos países las sectas se desarrollan en un ambiente cultural fundamentalmente religioso. En otros lugares se extienden en sociedades cada vez más secularizadas, pero crédulas y supersticiosas al mismo tiempo. Ciertas sectas son y se dicen de origen no cristiano; otras son eclécticas; las hay que se declaran cristianas, pudiendo haber roto con Comunidades cristianas, o mantener aún relaciones con el cristianismo. Es claro que corresponde en especial al Obispo, a la Conferencia episcopal o al Sínodo de las Iglesias orientales católicas, el discernimiento sobre cómo responder mejor al desafío creado por las sectas en una determinada región. Pero hay que insistir en el hecho de que los principios de la puesta en común espiritual o de la cooperación práctica que se dan en este Directorio sólo se aplican a las Iglesias y a las Comunidades eclesiales con las que la Iglesia católica ha establecido relaciones ecuménicas. Verá claramente el lector de este Directorio que el único fundamento para tal puesta en común y tal cooperación es el reconocimiento por ambas partes de una cierta comunión ya existente, aunque sea imperfecta, unida a la apertura y al respeto mutuo que tal reconocimiento produce.



[1] Secretariado para la promoción de la Unidad de los Cristianos (SPUC), Directorio ecuménico, Ad totam Ecclesiam: AAS 1967, 574‑592; AAS 1079, 705‑724.

[2] Discurso del Papa Juan Pablo II a la Asamblea plenaria del SPUC, 6 de febrero de 1988: AAS 1988, 1203

[3] Entre ellos están: el Motu Proprio Matrimonia Mixta, AAS 1970, 257‑263; las Reflexiones y sugerencias acerca del diálogo ecuménico, SPUC, Servicio de Información (SI), 12, 1970, pp. 3-11; la Instrucción sobre la admisión de otros cristianos a la comunión eucarística en la Iglesia católica, AAS, 1972, 518‑525; la Nota sobre ciertas interpretaciones de la Instrucción sobre los casos de admisión de otros cristianos a la comunión eucarística en la Iglesia católica, AAS 1973, 616‑619; el documento sobre la Colaboración ecuménica a nivel regional, a nivel nacional y a nivel local, SPUC SI, 1975, pp. 8‑34; la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (EN) de 1975; la Constitución apostólica Sapientia christiana (SC) sobre las universidades y facultades eclesiásticas (1979); la Exhortación apostólica Catechesi tradendae (CT) de 1979, y la Relatio Finalis del Sínodo extraordinario de los Obispos en 1985.

[4] AAS 1988, 1204.

[5] Cf. CIC, can. 755; CCEO, cann. 902 y 904, § 1. En este Directorio el adjetivo católico se aplica a los fieles y a las Iglesias que están en comunión plena con el Obispo de Roma.

[6] Cf infra, nn. 35 y 36.

[7] La Constitución apostólica Pastor Bonus (1988) afirma:

"Art. 135: El Consejo tiene como función el comprometerse mediante iniciativas y actividades oportunas en la tarea ecuménica de restablecer la unidad entre cristianos.

Art. 136: § 1) Vela por la puesta en práctica de los decretos del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo, y asegura su ejecución. § 2) Favorece los encuentros católicos nacionales o internacionales orientados a promover la unión de los cristianos, los pone en relación y los coordina, siguiendo sus actividades. § 3) Después de someter previamente las cuestiones al Sumo Pontífice, se ocupa de las relaciones con los hermanos de las Iglesias y Comunidades eclesiales que no están aún en plena comunión con la Iglesia católica, y sobre todo promueve el diálogo y las conversaciones para favorecer la unidad con ellas, solicitando la colaboración de expertos competentes en la doctrina teológica. Designa los observadores católicos para los encuentros entre cristianos e invita a observadores de otras Iglesias y Comunidades eclesiales a los encuentros católicos, cuando le parece oportuno.

Art. 137: § 1) Dado que la materia a tratar por este dicasterio toca a menudo, por su naturaleza, cuestiones de fe, debe trabajar en estrecha relación con la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre todo cuando se trata de hacer públicos documentos o declaraciones; § 2) Para tratar asuntos de gran importancia referentes a las Iglesias separadas de Oriente, debe previamente consultar a la Congregación para las Iglesias Orientales".

[8] Salvo indicación contraria, la expresión "iglesia particular" se emplea en este Directorio para designar una diócesis, una eparquía u otra circunscripción eclesiástica equivalente.

[9] Jn 17,21; Cf Ef 4,4.

[10] Constitución apostólica Lumen Gentium (LG), n. 1.

[11] Cf LG, nn. 1-4 y Decreto conciliar sobre el ecumenismo, Unitatis Redintegratio (UR), n. 2.

[12] Cf UR,n.2.

[13] Cf LG, n. 2, § 5.

[14] UR, n. 2; cf Ef 4,12.

[15] Cf LG, cap. III.

[16] Cf Hch 2,42.

[17] Cf Relatio finalis del Sínodo extraordinario de los Obispos de 1985: "La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos conciliares" (C,1); cf Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los Obispos de la Iglesia católica sobre ciertos aspectos de la Iglesia entendida como comunión (28 de mayo de 1992).

[18] Cf LG, n. 14.

[19] Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos, Christus Dominus (CD), n. 11.

[20] Cf LG, n. 22.

[21] Jn 17,21.

[22] LG, n. 8.

[23] LG, n. 9.

[24]Cf UR,nn. 3 y 13. 

[25] Cf UR, n. 3: "Ciertamente, las variadas divergencias existentes entre ellos [los que creen en Cristo] y la Iglesia católica sobre cuestiones doctrinales, a veces disciplinarias, o acerca de la estructura de la Iglesia, constituyen numerosos obstáculos, en ocasiones muy graves, a la plena comunión eclesial. El movimiento ecuménico tiende a superarlas". Tales divergencias siguen influyendo y provocan a veces nuevas divisiones.

[26] UR, n. 3.

[27] UR, n. 4.

[28] Cf UR, nn. 14-18. El término "ortodoxa" se aplica generalmente a las Iglesias orientales que han aceptado las decisiones de los Concilios de Éfeso y Calcedonia. Sin embargo, este término se ha aplicado también recientemente, por razones históricas, a las Iglesias que no han aceptado las fórmulas dogmáticas de los dos Concilios citados (cf UR, n. 13). Para evitar toda confusión, en este Directorio el término general de 'Iglesias orientales" se empleará para designar a todas las Iglesias de las diversas tradiciones orientales que no están en plena comunión con la Iglesia de Roma.

[29] Cf UR, nn. 21-23.

[30] Ibidem, n. 3.

[31] Cf ibidem, n. 4.

[32] UR, n. 2; LG, n. 14; CIC, can. 205; CCEO, can. 8.

[33] Cf UR, nn. 4 y 15‑16.

[34] Relatio finalis del Sínodo extraordinario de los Obispos (1985), C, 7.

[35] Cf Jn 17,21.

[36] Cf Rom 8,26‑27.

[37] Cf UR, n. 5.

[38] Cf infra, nn. 92-101

[39] En el Directorio, cuando se habla del Ordinario del lugar, se refiere igualmente a los jerarcas locales de las Iglesias orientales, según la terminología del CCEO.

[40] Se entiende como Sínodos de las Iglesias orientales católicas a las autoridades superiores de las Iglesias orientales católicas sui iuris, según se prevé en el CCEO.

[41] Cf Declaración conciliar Dignitatis Humanae (DH), n° 4: "En la propagación de la fe y en la introducción de las prácticas religiosas, hay que evitar siempre actuaciones que huelan a coacción, a persuasión deshonesta o simplemente poco leal, sobre todo si se trata de personas sin cultura o sin recursos". Hay que afirmar al mismo tiempo con dicha declaración que "los grupos religiosos tienen también el derecho a no verse impedidos de enseñar y manifestar su fe públicamente, de palabra y por escrito" (ibidem).

[42] Cf UR, nn. 9‑12; 16‑18.

[43] UR, n. 8.

[44] 1 Cor 13,7.

[45] Cf UR, n. 3.

[46] Cf LG, n. 23; CD, n. 11; CIC, can. 383, § 3; y CCEO, can. 192, § 2.

[47] Cf CIC, can. 755, § 1; CCEO, can. 902 y 904, § 1.

[48] Cf CIC, can. 216 y 212; CCEO, can. 19 y 15.

[49] Cf El fenómeno de las Sectas o nuevos movimientos religiosos: un desafío pastoral, Informe provisional basado en las respuestas (unas 75) y la documentación recibidas a 30 de octubre de 1985 de las Conferencias episcopales regionales o nacionales, SPUC, SI 61, 1986, pp. 158-169.