SAGRADA
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
EL LAICO CATÓLICO
TESTIGO DE LA FE
EN LA ESCUELA
INTRODUCCIÓN
1. Los laicos católicos, hombres y
mujeres, dedicados a la escuela elemental y media han ido cobrando con el paso
del tiempo una importancia cada vez más relevante.(1) Importancia merecida, que
se extiende tanto a la escuela en general como a la escuela católica en
particular. De ellos, junto con los demás laicos, sean o no creyentes, depende
fundamentalmente en la actualidad que la escuela pueda llevar a la práctica la
realización de sus propósitos e iniciativas.(2) La función y la
responsabilidad que de esta situación se desprende para todos los laicos católicos
que ejercen, en cualquier escuela de los dichos niveles, trabajos de todo tipo
como educadores, sean docentes, directivos, administrativos o auxiliares, ha
sido reconocida por la Iglesia en el Concilio Vaticano II, específicamente en
su Declaración sobre la Educación Cristiana, que nos invita a su vez a
ulteriores reflexiones sobre su contenido. Lo cual no significa desconocer ni
dejar de admirar las grandes realizaciones que en este campo llevan a cabo los
cristianos de otras Iglesias y los no cristianos.
2. La razón de más peso de ese relieve adquirido por el laicado católico,
relieve que la Iglesia contempla como positivo y enriquecedor, es teológica. La
verdadera entidad del laico dentro del Pueblo de Dios ha ido esclareciéndose en
la Iglesia sobre todo en el último siglo hasta desembocar en los dos documentos
del Concilio Vaticano II, que establecen en profundidad toda la riqueza y
peculiaridad de la vocación laical, la Constitución Dogmática sobre la
Iglesia y el Decreto sobre el Apostolado de los Laicos.
3. A esa profundización teológica
no han sido ajenas las situaciones sociales, económicas y políticas de los
tiempos recientes. El nivel cultural, íntimamente ligado a los avances científicos
y técnicos, se ha elevado progresivamente y exige en consecuencia una mayor
preparación para el ejercicio de cualquier profesión. A ello se suma la
conciencia cada vez más extendida del derecho de la persona a la educación
integral, es decir la que responde a todas las exigencias de la persona humana.
Estos dos avances de la humanidad han demandado y en parte obtenido un amplísimo
desarrollo de la escuela en todo el mundo y un extraordinario aumento en el número
de profesionales a ella consagrados y, consiguientemente, del laicado católico
que trabaja en la misma.
Este proceso ha coincidido, además,
con un considerable descenso del número de sacerdotes, religiosos y religiosas
dedicados a la enseñanza registrado en los últimos años, a causa de la
escasez de vocaciones, la urgencia de atender a otras necesidades apostólicas
y, en ocasiones, por el erróneo criterio de que la escuela no era un campo
apropiado para la pastoral de la Iglesia.(3) Pero, dado el meritorio trabajo —sumamente apreciado por la Iglesia— que
tradicionalmente vienen realizando numerosas familias religiosas en el campo de
la enseñanza, la Iglesia no puede menos de lamentar esa disminución de
personal que ha afectado a la escuela católica especialmente en algunos países,
porque considera que la presencia de los religiosos y de los laicos católicos
es necesaria para la integral educación de la niñez y de la juventud.
4. Este conjunto de hechos y causas
impulsan a esta S. Congregación a ver en ello un verdadero «signo de los
tiempos» para la escuela, a reflexionar especialmente sobre el laico católico
como testigo de la fe en lugar tan privilegiado para la formación del hombre y,
sin ánimo de exhaustividad, pero con verdadera ponderación de la trascendencia
del tema, ofrecer una serie de consideraciones que, completando las ya hechas en
el documento «La Escuela Católica», puedan ayudar a todos los interesados en
esta cuestión y potenciar ulteriores y más profundos desarrollos de la misma.
I.
IDENTIDAD DEL LAICO CATÓLICO
EN LA ESCUELA
5. Es necesario, en primer lugar,
tratar de perfilar la identidad del laico católico en la escuela, pues su
manera de ser testigo de la fe en élla depende de su peculiar identidad en la
Iglesia y en su campo de trabajo. Esta S. Congregación, al intentar contribuir
a ello, desea prestar un servicio, tanto al laico católico que trabaja en la
escuela y que debe tener muy claros los caracteres que conforman su propria
vocación, como al Pueblo de Dios, que necesita tener la verdadera imagen de ese
laico que forma parte de él y realiza con su trabajo una tarea trascendente
para toda la Iglesia.
El laico en la Iglesia
6. Como todo cristiano el laico católico
que trabaja en la escuela forma parte del Pueblo de Dios y, como miembro del
mismo unido a Cristo por el bautismo, participa de la fundamental y común
dignidad de todos los que a él pertenecen. Porque es común la dignidad «por
su regeneración en Cristo, común la gracia de hijos, común la vocación a la
perfección, una la salvación, una la esperanza y una la indivisa caridad».(4)
Y aunque en la Iglesia «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos
doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, se da una
verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común
de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo».(5)
Como todo cristiano, también el
laico es partícipe «del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo»(6) y
su apostolado «es la participación en la misma misión salvífica de la
Iglesia, apostolado al cual todos están llamados por el mismo Señor».(7)
7. Esta vocación a la santidad
personal y al apostolado, común a todos los fieles, adquiere en muchos aspectos
características propias que convierten la vida laical en una vocación específica
«admirable» dentro de la Iglesia. «A los laicos pertenece por propia vocación
buscar el Reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos
temporales».(8) Viviendo en todas las actividades y profesiones del mundo y en
las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, están llamados por
Dios a cumplir en ella «su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico,
de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación
del mundo y de este modo manifiesten a Cristo a los demás, brillando, ante
todo, con el testimonio de su vida, de su fe, esperanza y caridad».(9)
8. La restauración y animación
cristiana del orden temporal, que corresponde de manera específica a los
laicos, comprende tanto el saneamiento de «las estructuras y los ambientes del
mundo» (10) que puedan incitar al pecado, como la elevación de esas realidades
a la mayor concordia posible con el Evangelio, «de suerte que el mundo se
impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la
justicia, la caridad y la paz».(11) «Procuren, pues, seriamente, que por su
competencia en los asuntos profanos y por su actividad elevada interiormente por
la gracia de Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y
cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre ellos».(12)
9. La evangelización del mundo
entraña, con frecuencia, tal variedad y complejidad de circunstancias que sólo
los laicos podrán ser testigos eficaces del Evangelio en situaciones concretas
y ante muchos hombres. Por eso «están llamados, particularmente, a hacer
presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no
puede ser la sal de la tierra si no es a través de ellos».(13) Para esa
presencia de la Iglesia toda y del Señor a quien ella proclama, los laicos
tendrán también que estar preparados y dispuestos a anunciar con la palabra
ese mensaje y dar razón del mismo.
10. La experiencia acumulada por
los laicos, por su género de vida y su presencia en todos los campos de la
actividad humana, los capacita de manera especial para contribuir, dentro de la
comunidad que es la Iglesia, a señalar con acierto cuáles son los signos de
los tiempos que caracterizan la época histórica que vive actualmente el Pueblo
de Dios. Contribuyan, pues, con sus iniciativas, su creatividad y su trabajo
competente y entusiasta en este campo, como cosa propia de su vocacion, para que
todo el Pueblo de Dios pueda distinguir con más precisión los valores evangélicos
y los contravalores que esos signos encierran.
El laico católico en la escuela
11. Los rasgos propios de la vocación
de los laicos en la Iglesia, corresponden evidentemente también a aquellos que
viven esa vocación en la escuela. El hecho de que los laicos realicen su vocación
especifica en muy diversas áreas y estados de la vida humana, hace que su
vocación común adquiera características peculiares según sean esas
situaciones. Resulta, pues, imprescindible para comprender mejor la vocación
del laico católico en la escuela, hacer algunas indicaciones sobre la misma.
La escuela
12. Si bien los padres son los
primeros y obligados educadores de sus hijos (14) y su derecho-deber en esta
tarea es «original y primaria respecto al deber educativo de los demás»,(15)
la escuela tiene un valor y una importancia básica entre todos los medios de
educación que ayudan y completan el ejercicio de este derecho y deber de la
familia. Por tanto, en virtud de su misión, corresponde a la escuela cultivar
con asiduo cuidado las facultades intelectuales, creativas y estéticas del
hombre, desarrollar rectamente la capacidad de juicio, la voluntad y la
afectividad, promover el sentido de los valores, favorecer las actitudes justas
y los comportamientos adecuados, introducir en el patrimonio cultural
conquistado por las generaciones anteriores, preparar para la vida profesional y
fomentar el trato amistoso entre los alumnos de diversa fndole y condición,
induciéndolos a comprenderse mutuamente.(16) También por estos motivos entra
la escuela en la misión propia de la Iglesia.
13. La escuela ejerce una función
social insustituíble, pues hasta hoy se ha revelado como la respuesta
institucional más importante de la sociedad al derecho de todo hombre a la
educación, y por tanto a la realización de sí mismo, y como uno de los
factores más decisivos para la estructuración y la vida de la misma sociedad.
La importancia creciente del entorno y de las instrumentos de comunicación
social, con sus contradictorias y a veces nocivas influencias, la extensión
continua del ámbito cultural, la cada vez más compleja y necesaria preparación
para la vida profesional, de día en día más diversificada y especializada, y
la consiguiente incapacidad progresiva de la familia para afrontar por sí sola
todos esos graves problemas y exigencias, hace cada vez más necesaria la
escuela.
14. A causa de la importancia de la
escuela en orden a la educación del hombre, es el mismo educando y, cuando él
no esté capacitado todavía para ello, sus padres —a quienes
incumbe en primer lugar el derecho de educar a sus hijos(17)— los que
tienen el derecho de elegir el modo de esa formación y, por lo tanto, la clase
de escuela que prefieren.(18) Aparece así con claridad que no es admisibile, en
principio, el monopolio de la escuela por parte del Estado,(19) y que el
pluralismo de escuelas hace posible el respeto al ejercicio de un derecho
fundamental del hombre y a su libertad, aunque ese ejercicio esié condicionado
por múltiples circunstancias según la realidad de cada país. En esa
pluralidad de escuelas, la Iglesia presta su contribución específica y
enriquecedora con la escuela católica.
Ahora bien, el laico católico
desempeña una función evangelizadora en las diversas escuelas, y no sólo la
escuela católica, dentro de las posibilidades que los diversos contextos
sociopolfticos existentes en el mundo actual le permiten.
El laico católico como educador
15. El mismo Concilio Vaticano II
pondera de manera especial la vocación del educador, que es tan propia de los
laicos (20) como de aquellos que asumen otras formas de vida en la Iglesia.
Siendo educador aquel que
contribuye a la formación integral del hombre, merecen especialmente tal
consideración en la escuela por su número y por la finalidad misma de la
institución escolar, los profesores que han hecho de semejante tarea su propria
profesión. A ellos hay que asociar a todos los que participan en distinto
grado, en dicha formación, bien sea de manera eminente en cargos directivos,
bien como consejeros, tutores o coordinadores, completando el trabajo educativo
del profesor, bien en puestos administrativos y en otros servicios. El análisis
de la figura del laico católico como educador, centrado en su función de
profesor, puede servir a todos los demás, según sus diversas actividades, como
elemento de profunda reflexión personal.
16. Efectivamente no se habla aquí
del profesor como de un profesional que se limita a comunicar de forma sistemática
en la escuela una serie de conocimientos, sino del educador, del formador de
hombres. Su tarea rebasa ampliamente la del simple docente, pero no la excluye.
Por esto requiere, como ella y más que ella, una adecuada preparación
profesional. Ésta es el cimiento humano indispensable sin el cual sería
ilusorio intentar cualquier labor educativa.
Pero además la profesionalidad de
todo educador tiene una característica específica que adquiere su significación
más profunda en el caso del educador católico: la comunicación de la verdad.
En efecto para el educador católico cualquier verdad será siempre una
participación de la Verdad, y la comunicación de la verdad como realización
de su vida profesional se convierte en un rasgo fundamental de su participación
peculiar en el oficio profético de Cristo, que prolonga con su magisterio.
17. La formación integral del
hombre como finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las
facultades humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la
formación de su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su
educación religiosa. Toda escuela, y todo educador en ella, debe procurar «formar
personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer opciones libres y justas»,
preparando asf a los jóvenes «para abrirse progresivamente a la realidad y
formarse una determinada concepción de la vida».(21)
18. Toda educación está, pues,
guiada por una determinada concepción del hombre. Dentro del mundo pluralista
de hoy, el educador católico está llamado a guiarse conscientemente en su
tarea por la concepción cristiana del hombre en comunión con el magisterio de
la Iglesia. Concepción que, incluyendo la defensa de los derechos humanos,
coloca al hombre en la más alta dignidad, la de hijo de Dios; en la más plena
libertad, liberado por Cristo del pecado mismo; en el más alto destino, la
posesión definitiva y total del mismo Dios por el amor. Lo sitúa en la más
estrecha relación de solidaridad con los demás hombres por el amor fraterno y
la comunidad eclesial; lo impulsa al más alto desarrollo de todo lo humano,
porque ha sido constituido señor del mundo por su propio Creador; le da, en
fin, como modelo y meta a Cristo, Hijo de Dios encarnado, perfecto Hombre, cuya
imitación constituye para el hombre fuente inagotable de superación personal y
colectiva. De esta forma, el educador católico puede estar seguro de que hace
al hombre más hombre.(22) Corresponderá, sobre todo, al educador laico
comunicar existencialmente a sus alumnos que el hombre inmerso cotidianamente en
lo terreno, el que vive la vida secular y constituye la inmensa mayoría de la
familia humana, está en posesión de tan excelsa dignidad.
19. Todo educador católico tiene
en su vocación un trabajo de continua proyección social, ya que forma al
hombre para su inserción en la sociedad, preparándolo a asumir un compromiso
social ordenado a mejorar sus estructuras conformándolas con los principios
evangélicos, y para hacer de la convivencia entre los hombres una relación
pacifica, fraterna y comunitaria. Nuestro mundo de hoy con sus tremendos
problemas de hambre, analfabetismo y explotación del hombre, de agudos
contrastes en el nivel de vida de personas y países, de agresividad y
violencia, de creciente expansión de la droga, legalización del aborto y, en
muchos aspectos, minusvaloración de la vida humana, exige que el educador católico
desarrolle en sf mismo y cultive en sus alumnos una exquisita sensibilidad
social y una profunda responsabilidad civil y polftica. El educador católico
está comprometido, en último término, en la tarea de formar hombres que hagan
realidad la «civilización del amor».(23)
Al mismo tiempo, el educador laico
está llamado a aportar a esa proyeccion y sensibilidad sociales su propia
vivencia y experiencia, en orden a que esa inserción del educando en la
sociedad pueda alcanzar mejor la fisonomfa específicamente laical que la casi
totalidad de los educandos están llamados a vivir.
20. La formación integral del
hombre tiene en la Escuela su medio especifico: la comunicación de la cultura.
Para el educador católico tiene especial importancia considerar la profunda
relación que hay entre la cultura y la Iglesia. Pues ésta, no sólo influye en
la cultura y es, a su vez, condicionada por ella, sino que la asume, en todo
aquello que es compatible con la Revelación, y le es necesaria para proclamar
el mensaje de Cristo, expresándolo adecuadamente según los caracteres
culturales de cada pueblo y cada época. En la relación entre la vida de la
Iglesia y la cultura se manifiesta con luminosidad peculiar la unidad existente
entre creación y redención.
Por eso mismo, la comunicación de
la cultura, para merecer la calificación de educativa, además de ser orgánica
tiene que ser crítica y valorativa, histórica y dinámica. La fe proporciona
al educador católico algunas premisas esenciales para realizar esa crítica y
esa valoración, y le hace ver el quehacer histórico del hombre como una
historia de salvación llamada a desembocar en la plenitud del Reino, que sitúa
constantemente a la cultura en una linea creadora de perfeccionamiento y de
futuro.
También en la comunicación de la
cultura es el educador laico, como autor y partícipe de los aspectos más
seculares de la misma, quien, desde su perspectiva de laico, tiene la misión de
hacer comprender al educando el carácter global propio de la cultura, la síntesis
que en ella alcanzan los aspectos laicales y religiosos y la aportación
personal que le corresponde ofrecer desde su estado de vida.
21. La comunicación educativa de
la cultura en la escuela se realiza a través de una metodología, cuyos
principios y aplicaciones se recogen en la sana pedagogía. Dentro de los
diversos enfoques pedagógicos debe ser aspiración del educador católico, en
virtud de la misma concepción cristiana del hombre, la práctica de una pedagogía
que conceda especial relieve al contacto directo y personal con el alumno. Ese
contacto, realizado por parte del educador con la convicción del fundamental
papel activo que el alumno tiene en su propia educación, ha de conducir a una
relación de diálogo que dejará el camino expedito al testimonio de fe que
debe constituir la propia vida.
22. Todo este trabajo del educador
católico en la escuela, tiene lugar en una estructura, la comunidad educativa,
que es el conjunto de estamentos —alumnos, padres, profesores, entidad
promotora y personal no docente— relacionados entre sí, que caracterizan a la escuela como
institución de formación integral. La concepción de la escuela como tal
comunidad, aunque no se agote en ella, y la conciencia generalizada de esta
realidad es uno de los avances más enriquecedores de la institución escolar de
nuestro tiempo. El educador católico ejerce su profesión como parte de un
estamento fundamental de esa comunidad. Ello le brinda, precisamente a través
de su estructura profesional, la posibilidad de vivir personalmente y hacer
vivir a sus alumnos la dimensión comunitaria de la persona, a la que está
llamado todo hombre, como ser social, y como miembro del Pueblo de Dios.
La comunidad educativa de la
escuela es así, a su vez, escuela de pertenencia a comunidades sociales más
amplias, y cuando esa comunidad educativa llega al mismo tiempo a ser cristiana,
como está llamada a ser en último término la comunidad de la escuela católica,
dicha comunidad es el espacio donde el educador tiene la gran oportunidad de
enseñar a vivir experimentalmente al educando lo que significa ser miembro de
la gran comunidad que es la Iglesia.
23. La estructura comunitaria que
es la escuela, pone al educador católico en contacto con un número
especialmente amplio y rico de personas; no sólo los alumnos, que son la razón
misma de la existencia de la escuela y de su propia profesión, sino sus propios
compañeros en la tarea educativa, los padres de los alumnos, el resto del
personal de la escuela, la entidad promotora. Con todos ellos, con los
organismos escolares y culturales con los que se relaciona la escuela, con la
Iglesia local y parroquial, y con el entorno humano en que aquella está
enclavada y en el que de diversas maneras ha de proyectarse, está llamado el
educador católico a desarrollar un trabajo de animación espiritual, que puede
abarcar diferentes formas de evangelización.
24. Como resumen puede decirse que
el educador laico católico es aquel que ejercita su ministerio en la Iglesia
viviendo desde la fe su vocación secular en la estructura comunitaria de la
escuela, con la mayor calidad profesional posible y con una proyección apostólica
de esa fe en la formación integral del hombre, en la comunicación de la
cultura, en la práctica de una pedagogía de contacto directo y personal con el
alumno y en la animación espiritual de la comunidad educativa a la que
pertenece y de aquellos estamentos y personas con los que la comunidad educativa
se relaciona. A él, como miembro de esa comunidad, confían la familia y la
Iglesia la tarea educativa en la escuela. El educador laico debe estar
profundamente convencido de que entra a participar en la misión santificadora y
educadora de la Iglesia, y, por lo mismo, no puede considerarse al margen del
conjunto eclesial.
II.
COMO VIVIR LA PROPIA IDENTIDAD
25 El trabajo es la vocación del
hombre y una de las características que lo distinguen del resto de las
criaturas,(24) pero es evidente que no basta tener una identidad vocacional, que
afecta al ser personal entero, si esa identidad no se vive. Más concretamente,
si el hombre con su trabajo debe contribuir «sobre todo a la incesante elevación
cultural y moral de la sociedad» (25) el educador que no realice su tarea
educativa deja, por ello mismo, de ser educador. Y si la realiza sin que en esa
tarea deje huella alguna su condición de católico, tampoco podrá definirse
como tal. Esa puesta en práctica de la identidad tiene algunos rasgos comunes,
esenciales, que no podrán estar ausentes en ningún caso, cualquiera que sea la
escuela en la que el educador laico viva su vocación; pero habrá otros que
necesitarán una adaptación específica a las diversas clases de escuelas, según
la naturaleza de éstas.
Rasgos comunes de una identidad
vivida
Realismo esperanzado
26. La identidad del educador laico
católico reviste necesariamente los caracteres de un ideal ante cuya consecución
se interponen innumerables obstáculos. Éstos provienen de las propias
circunstancias personales y de las deficiencias de la escuela y de la sociedad,
que repercuten de manera especial en la niñez y en la juventud. Las crisis de
identidad, la ausencia de fe en las estructuras sociales, la consiguiente
inseguridad y falta de convicciones personales, el contagio de la progresiva
secularización del mundo, la pérdida del sentido de la autoridad y del debido
uso de la libertad no son más que algunas de las múltiples dificultades que
los adolescentes y jóvenes de nuestro tiempo presentan, más o menos, según
las diversas culturas y los diferentes países, al educador católico, que, además,
en su condición de laico se ve afectado por las crisis de la familia y del
mundo del trabajo.
Las dificultades existentes han de
ser admitidas con sincero realismo y al mismo tiempo tienen que ser vistas y
afrontadas con el sano optimismo y el denodado esfuerzo que reclaman de todos
los creyentes la esperanza cristiana y la participación en el misterio de la
Cruz. Pues el primero e indispensable fundamento para intentar vivir la
identidad del educador laico católico es condividir plenamente y hacer propias
las enseñanzas que sobre tal identidad la Iglesia, iluminada por la Revelación
divina, ha expresado y procurar adquirir la necesaria fortaleza en la personal
identificación con Cristo.
Profesionalidad. Concepción
cristiana del hombre y de la vida
27. Si la profesionalidad es uno de
los rasgos de identidad de todo laico católico, lo primero en que debe
esforzarse el laico educador que quiere vivir su propia vocación eclesial, es
en alcanzar una sólida formación profesional, que en este caso abarca un
amplio abanico de competencias culturales, psicológicas y pedagógicas.(26) No
basta, sin embargo, alcanzar un buen nivel inicial. Hay que mantenerlo y
elevarlo, actualizándolo. Sería vivir de espaldas a la realidad ignorar las
grandes dificultades que ésto implica para el educador laico que, con
frecuencia no adecuadamente retribuido, tiene que ejercer a veces un pluriempleo
casi incompatible con ese trabajo de perfeccionamiento profesional, tanto por el
tiempo que demanda como por el cansacio que genera. Estas dificultades son por
ahora insolubles en muchos países, especialmente en los menos desarrollados.
Saben, sin embargo los educadores,
que la mala calidad de la enseñanza originada por la insuficiente preparación
de las clases o el estancamiento en los métodos pedagógicos, redunda
necesariamente en merma de esa formación integral del educando, a la que están
llamados a colaborar, y del testimonio de vida que están obligados a ofrecer.
28. La tarea del educador católico
está orientada a la formación integral de un hombre a quien se le abre el
maravilloso horizonte de respuestas que sobre el sentido último del hombre
mismo, de la vida humana, de la historia y del mundo ofrece la Revelación
cristiana. Esas respuestas han de ser ofrecidas al educando desde la más
profunda convicción de la fe del educador, pero con el más exquisito respeto
de la conciencia del alumno. Es cierto que las diversas situaciones de éste en
relación con la fe admiten muy diversos niveles de presentación de la vision
cristiana de la existencia, que pueden ir desde las formas más elementales de
evangelización hasta la comunión con la misma fe, pero, en cualquier caso, esa
presentación deberá revestir siempre el carácter de un ofrecimiento, por
apremiante y urgente que sea, y nunca el de una imposición.
Tal ofrecimiento no puede, por otra
parte, hacerse fríamente y desde un punto de vista meramente teórico, sino
como una realidad vital que merece la adhesión del ser entero del hombre para
hacer de ella vida propia.
Síntesis entre fe cultura y vida
29. El logro de esta vasta tarea
requiere la convergencia de diversos elementos educativos en cada uno de los
cuales el educador católico laico tiene que comportarse como testigo de la fe.
La comunicación orgánica, crítica y valorativa de la cultura (27) comporta,
evidentemente, una trasmisión de verdades y saberes y en ese aspecto el
educador católico debe estar continuamente atento a abrir el correspondiente diálogo
entre cultura y fe —profundamente relacionadas entre sí-—, para
propiciar a ese nivel la debida síntesis interior del educando. Síntesis que
el educador deberá haber conseguido en sí mismo previamente.
30. Ahora bien, esa comunicación
crítica comporta también por parte del educador la presentación de una serie
de valores y contravalores, cuya consideración como tales depende de la propria
concepción de la vida y del hombre. Pero el educador católico no puede
contentarse con presentar positivamente y con valentía una serie de valores de
carácter cristiano como simples y abstractos objetos de estima, sino como
generadores de actitudes humanas, que procurará suscitar en los educandos;
tales son: la libertad respetuosa con los demás, la responsabilidad
consciente, la sincera y permanente búsqueda de la verdad, la crítica
equilibrada y serena, la solidaridad y el servicio hacia todos los hombres, la
sensibilidad hacia la justicia, la especial conciencia de ser llamados a ser
agentes positivos de cambio en una sociedad en continua transformación.
Dado el ambiente general de
secularización e increencia en el que el educador laico frecuentemente ejerce
su misión, es importante que, superando una mentalidad meramente experimental y
crítica, pueda abrir la conciencia de sus alumnos a la trascendencia y
disponerlos así a acoger la verdad revelada.
31. A partir de tales actitudes el
educador podrá ya subrayar con más facilidad lo positivo de unos
comportamientos consecuentes con esas actitudes. Su máxima aspiración tiene
que tender a que dichas actitudes y comportamientos lleguen a estar motivados y
conformados por la fe interior del educando, alcanzando así su máxima riqueza
y extendiéndose a realidades que, como la oración filial, la vida sacramental,
la caridad fraterna y el seguimiento de Jesucristo, son patrimonio específico
de los creyentes. La plena coherencia de saberes, valores, actitudes y
comportamientos con la fe, desembocará en la síntesis personal entre la vida y
la fe del educando. Por ello pocos católicos tan calificados como el educador,
para conseguir el fin de la evangelización, que es la encarnación del mensaje
cristiano en la vida del hombre.
Testimonio de la propia vida.
Contacto directo y personal
32. Ante el alumno en formación
cobra un relieve especial la preeminencia que la conducta tiene siempre sobre la
palabra. Cuanto más viva el educador el modelo de hombre que presenta como
ideal tanto más será éste creíble y asequible. Porque el alumno puede
entonces contemplarlo no sólo como razonable, sino como vivido, cercano y
realizado. Especialísima importancia alcanza aquí el testimonio de la fe del
educador laico. En el podrá ver el alumno las actitudes y comportamientos
cristianos que tantas veces brillan por su ausencia en el entorno secular en que
vive, y que puede creer por ello mismo irrealizables en la vida. No se olvide
que también en estos tiempos de crisis «que afectan sobre todo a las
generaciones jóvenes», el factor más importante de la tarea educativa es «siempre
el hombre, y su dignidad moral, que procede de la verdad de sus principios y la
conformidad de sus acciones con estos principios».(28)
33. En este aspecto alcanza un peso
específico lo dicho acerca del contacto directo y personal del educador con el
alumno,(29) que es un medio privilegiado para ese testimonio de vida. Esa relación
personal, que nunca puede ser un monólogo y debe estar presidida en el educador
por la convicción de que constituye un mutuo enriquecimiento, exige al mismo
tiempo del educador católico la permanente conciencia de su misión. El
educador no puede olvidar la necesidad de compañía y guía que el alumno tiene
en su crecimiento y la ayuda que precisa para superar sus dudas y
desorientaciones. Tiene al mismo tiempo que dosificar con prudente realismo y
adaptación en cada caso, la cercanía y la distancia. La cercanía, porque sin
ella carecería de base la relación personal; la distancia, porque el educando
debe ir afirmando su propria personalidad y hay que evitar la inhibición en el
uso responsable de su libertad.
Conviene recordar en este punto que
el uso responsable de esa libertad comprende la elección del proprio estado de
vida y que no puede ser ajeno al educador católico respecto a sus alumnos
creyentes, el tema de la vocación personal del educando dentro de la Iglesia.
Aquí entran tanto el descubrimiento y cultivo de las vocaciones al sacerdocio y
a la vida religiosa, como la llamada a vivir un particular compromiso en los
Institutos Seculares o en Movimientos Católicos de Apostolado, —tareas
muchas veces abandonadas—, como la ayuda al discernimiento de la llamada al matrimonio
o al celibato, incluso consagrado, dentro de la vida laical.
Por otra parte el contacto personal
y directo no es sólo una metodología apropiada para que el educador vaya
formando al educando, es la fuente misma en la que el educador bebe el necesario
conocimiento que ha de poseer del alumno para formarlo. Ese conocimiento es hoy
tanto más indispensable cuanto mayores han sido —en
profundidad y frecuencia— los cambios generacionales en los últimos tiempos.
Aspectos comunitarios
34. A una con la afirmación de su
personalidad, y como parte de ella, el alumno tiene que ser guiado por el
educador católico hacia una actitud de apertura y sociabilidad para con los demás
miembros de la comunidad educativa, de las otras comunidades de que forma parte
y de la entera comunidad umana. Por otra parte, la pertenencia a la comunidad
educativa y la influencia que a la escuela le toca ejercer y espera recibir de
su entorno social, pide del educador laico católico una amplia comunicación y
el debido trabajo en equipo con sus propios compañeros, la relación con los
otros estamentos de dicha comunidad y la disponibilidad necesaria para colaborar
en las diversas áreas que lleva consigo la participación en la tarea educativa
común del centro escolar.
Siendo la familia «la primera y
fundamental escuela de socialidad»,(30) el educador laico deberá, en especial,
aceptar gustosamente y aún procurar, los debidos contactos con los padres de
los alumnos. Estos contactos son necesarios, por otra parte, para que la tarea
educativa de la familia y de la escuela se oriente conjuntamente en los aspectos
concretos, para facilitar «el grave deber de los padres de comprometerse a
fondo en una relación cordial y efectiva con los profesores y directores de las
escuelas»,(31) y para satisfacer la necesidad de ayuda de muchas familias para
poder educar convenientemente a sus proprios hijos y cumplir así la función «insustituible
e inalienable» (32) que les corresponde.
35. Al mismo tiempo necesita también
el educador prestar una constante atención al entorno sociocultural, económico
y político de la escuela, tanto al más inmediato del barrio o zona donde la
escuela se halla enclavada, como al contexto regional y nacional, que muchas
veces, a través de los medios de comunicación social, ejercen tanta o mayor
influencia que aquél. Sólo ese seguimiento de la realidad global inmediata,
nacional e internacional le proporcionará los datos precisos para salir al paso
de las necesidades actuales de formación de sus alumnos e intentar prepararlos
para el mundo futuro que intuye.
36. Aunque es justo esperar que el
educador laico católico dé, preferencialmente, su adhesión a las asociaciones
profesionales católicas tampoco puede considerar como ajenas a su tarea
educativa: su participación y colaboración en otros grupos y asociaciones
profesionales o conectadas con la educación, su aportación, por módica que
sea, al logro de una adecuada política educativa nacional y su posible
actividad sindical en consonancia siempre con los derechos humanos y los
principios cristianos sobre la educación.(33) Considere el educador laico cuán
alejada puede estar a veces su vida profesional de los movimientos asociativos y
las graves repercusiones que un indebido absentismo puede tener en cuestiones
educativas importantes.
Es verdad que muchas de estas
actividades no son retribuidas, y el realizarlas depende de la generosidad de
quien participa en ellas. Hay que hacer, sin embargo, una llamada apremiante a
esa generosidad cuando están en juego realidades de tanta trascendencia que no
pueden ser ajenas al educador católico.
Una vocación más que una profesión
37. El educador laico realiza una
tarea que encierra una insoslayable profesionalidad, pero no puede reducirse a
ésta. Está enmarcada y asumida en su sobrenatural vocación cristiana. Debe,
pues, vivirla efectivamente como una vocación en la que, por su misma
naturaleza laical, tendrá que conjugar el desinterés y la generosidad con la
legítima defensa de sus proprios derechos, pero vocación al fin con toda la
plenitud de vida y de compromiso personal que dicha palabra encierra y que abre
amplfsimas perspectivas para ser vivida con alegre entusiasmo.
Es, pues, altamente deseable que
todo educador laico católico cobre la máxima conciencia de la importancia,
riqueza y responsabilidad de semejante vocación y se esfuerce por responder a
lo que ella exige, con la seguridad de que esa respuesta es capital para la
construcción y constante renovación de la ciudad terrena y para la
evangelización del mundo.
Rasgos específicos del laico católico
en las diversas escuelas
En la escuela católica
38. Es nota distintiva de la
escuela católica «crear en la comunidad escolar un ambiente animado por el espíritu
evangélico de libertad y caridad, ayudar a los adolescentes a que, a la vez que
en el desarrollo de la propia persona, crezcan según la nueva creatura que por
el bautismo han sido hechos, y ordenar últimamente toda la cultura humana según
el mensaje de la salvación, de manera que el conocimiento que gradualmente van
adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre, quede iluminado por la fe».(34)
Es obvio por todo ello que la escuela católica «entra de lleno en la misión
salvífica de la Iglesia y particularmente en la exigencia de la educación en
la fe»,(35) incluye una adhesión sincera al Magisterio de la Iglesia, una
presentación de Cristo como modelo supremo del hombre y un especial cuidado de
la calidad de la enseñanza religiosa escolar.
Ante estos ideales y objetivos
específicos que constituyen el proyecto educativo general de la escuela católica,
el laico católico que trabaja en ella debe ser consciente de los mismos y de
que la escuela católica es por este motivo el espacio escolar donde puede
desarrollar su entera vocación con mayor libertad y profundidad y el modelo de
su acción apostólica en cualquier escuela, según sus posibilidades. Todo lo
cual debe llevarle a contribuir corresponsablemente en la consecución de tales
ideales y objetivos, en actitud de plena y sincera adhesión a los mismos. Ello
no implica, como es lógico, la ausencia de dificultades, entre las cuales cabe
mencionar, por sus muchas consecuencias, la mayor heterogeneidad interna del
alumnado y profesorado en las escuelas católicas de muchos países.
39. Dentro de los rasgos comunes a
toda escuela católica existen diversas realizaciones posibles que, en la práctica,
responden en muchas ocasiones al carisma especifico del Instituto religioso que
la funda y promueve. Pero ya sea su origen una institución del clero secular,
de religiosos, o de laicos, cada escuela católica puede tener sus propias
características que se plasmarán en su proyecto educativo particular o en su
pedagogía propia. En ese caso, el laico católico que trabaja en ella deberá
buscar la comprensión de esas características y las razones de las mismas y
procurar identificarse con ellas en grado suficiente para que los rasgos propios
de la escuela se realicen a través de su trabajo personal.
40. Es importante que, de acuerdo
con la fe que profesan y el testimonio de vida que están llamados a dar,(36)
los laicos católicos que trabajan en esta escuela participen sencilla y
activamente en la vida litúrgica y sacramental que en su ámbito se desarrolle.
Los alumnos asimilarán así mejor, a través del ejemplo vivo, la importancia
que esa vida tiene para los creyentes. Es sumamente positivo que, en una
sociedad secularizada donde los alumnos ven a muchos laicos que se dicen católicos
vivir habitualmente apartados de la liturgia y de los sacramentos, puedan
contemplar la conducta de otros laicos adultos que toman seriamente esas
realidades como fuente y alimento de su vivencia cristiana.
41. La comunidad educativa debe
aspirar a constituirse en la escuela católica en comunidad cristiana, es decir,
en verdadera comunidad de fe. Ello es irrealizable, ni siquiera inicialmente,
sin el compromiso cristiano compartido, al menos por una parte de los
principales estamentos —padres, profesores y alumnos— de la comunidad educativa. Es
sumamente deseable que el laico católico y muy especialmente el educador, esté
dispuesto a participar activamente en grupos de animación pastoral o
cualesquiera núcleos válidos de fermento evangélico.
42. Frecuentan, a veces, las
escuelas de la Iglesia alumnos que no profesan la fe católica o que, tal vez,
carecen de toda creencia religiosa. Como respuesta voluntaria del hombre a Dios
que se le revela, la fe no admite violencia. Por consiguiente, los educadores
católicos, al proponer la doctrina en consonancia con sus propias convicciones
religiosas y con la identidad de la escuela, tendrán sumo respeto para con la
libertad de los alumnos no católicos. Estarán siempre abiertos al auténtico
diálogo, convencidos de que el aprecio afectuoso y sincero para quienes
honestamente buscan a Dios, representa, en tales circunstancias, el testimonio más
acertado de su propia fe.(37)
43. La escuela católica, como
comunidad educativa que tiene como aspiración última educar en la fe, será
tanto más idónea para cumplir su cometido, cuanto más represente la riqueza
de la comunidad eclesial. La presencia simultánea en ella de sacerdotes,
religiosos o religiosas y laicos constituye para el alumno un reflejo vivo de
esa riqueza que le facilita una mejor asimilación de la realidad de la Iglesia.
Considere el laico católico que, desde este punto de vista, su presencia en la
escuela católica, como la de los sacerdotes, religiosos o religiosas, es
importante. Pues cada una de estas formas de vocación eclesial aporta al
educando el ejemplo de una encarnación vital distinta: el laico católico, la
entrañable vinculación de las realidades terrenas a Dios en Cristo, la
profesionalidad secular como ordenación del mundo a Dios; el sacerdote, las múltiples
fuentes de gracia que Cristo ha dejado en los sacramentos a todos los creyentes,
la luz reveladora de la Palabra, el carácter de servicio que reviste la
estructura jerárquica de la Iglesia; los, religiosos y religiosas, el espíritu
renovador de las bienaventuranzas, la continua llamada al Reino como única
realidad definitiva, el amor de Cristo y de los hombres en Cristo como opción
total de la vida.
44. Las características propias de
cada vocación deben hacer pensar a todas ellas en la gran conveniencia de la
mutua presencia y complementación para asegurar el carácter de la escuela católica,
y animar a todos a la búsqueda sincera de la unión y coordinación.
Contribuyan asimismo los laicos con su actitud a la debida inserción de la
escuela católica en la pastoral de conjunto de la Iglesia local, perspectiva
que nunca debe descuidarse, y en los campos convergentes de la pastoral
parroquial. Aporten también sus iniciativas y su experiencia para una mayor
relación y colaboración de las escuelas católicas entre sí, con otras
escuelas, especialmente aquellas que participan de un mismo pensamiento
cristiano, y con la sociedad.
45. Piensen al mismo tiempo muy
seriamente los laicos educadores católicos en la amenaza de empobrecimiento que
puede suponer para la escuela católica la desaparición o disminución de
sacerdotes, religiosos y religiosas en la misma, cosas ambas que deben evitarse
en la medida de lo posible, y prepárense de forma adecuada para ser capaces de
mantener por sí solos, cuando fuera necesario o conveniente, las escuelas católicas
actuales o futuras. Pues el dinamismo histórico que rige la actualidad hace
prever que, al menos durante un periodo de tiempo bastante cercano, la
existencia de la escuela católica en algunos países de tradición católica
dependerá fundamentalmente de los laicos, como ha dependido y depende, con gran
fruto, en tantas Iglesias jóvenes. Semejante responsabilidad no puede
desembocar en actitudes meramente pasivas de temor o lamentación, sino impulsar
a acciones decididas y eficaces, que deberían ya empezar a preverse y
planificarse con la ayuda de aquellos mismos Institutos Religiosos que ven
disminuir sus posibilidades en un inmediato futuro.
46. A veces los Obispos,
aprovechando la disponibilidad de laicos competentes y deseosos de dar un
abierto testimonio cristiano en el campo educativo, les confían la gestión
total de escuelas católicas, incorporándolos así a la misión: apostólica de
la Iglesia.(38)
Dada la extensión siempre
creciente del campo escolar la Iglesia necesita aprovechar todos los recursos
disponibles para educar cristianamente a la juventud y, en consecuencia,
incrementar la participación de educadores laicos católicos, lo cual no quita
importancia a las escuelas dirigidas por las familias religiosas. El cualificado
testimonio, tanto individual como comunitario, de los religiosos y religiosas en
los propios centros de enseñanza, hacen en que éstos sean más necesarios que
nunca en un mundo secularizado.
Los miembros de las Comunidades
religiosas tienen pocos campos tan aptos como sus escuelas, para dar este
testimonio. En estos centros los religiosos y religiosas pueden establecer un
contacto inmediato y duradero con la juventud, en un contexto que espontáneamente
reclama con frecuencia la verdad de la fe para iluminar las diversas dimensiones
de la existencia. Este contacto tiene una especial importancia en una edad en la
que las ideas y las experiencias dejan una huella permanente en la personalidad
del alumno.
Sin embargo, la llamada que hace la
Iglesia a los educadores laicos para incorporarlos a un apostolado activo
escolar, no se limita a los propios centros, sino que se extiende a todo el
vasto campo de la enseñanza, en la medida en que sea posible dar en él un
testimonio cristiano.
En las Escuelas de proyectos
educativos varios
47. Se toman aquí en consideración
las escuelas, estatales o no, que estén guiadas por proyectos educativos
distintos del de la Escuela Católica, siempre que esos proyectos no sean
incompatibles con la concepción cristiana del hombre y de la vida. Estas
escuelas, que son la mayoría de las existentes en el mundo, pueden estar
orientadas en su proyecto educativo por una determinada concepción del hombre y
de la vida o, más simple y estrechamente, por una determinada ideología,(39) o
admitir, dentro de un marco de principios bastante generales, la coexistencia de
diversas concepciones o ideologías entre los educadores. Se entiende dicha
coexistencia como una pluralidad manifestada, ya que en tales escuelas cada
educador imparte sus enseñanzas, expone sus criterios y presenta como positivos
determinados valores en función de la concepción del hombre o de la ideología
que comparte. No se habla aquí de la escuela neutra, porque en la práctica ésta
no existe.
48. En nuestro mundo pluralista y
secularizado, la presencia del laico católico es con frecuencia la única
presencia de la Iglesia en dichas escuelas. En ellas se cumple lo expresado más
arriba de que sólo a través del laico puede la Iglesia llegar a determinados
lugares, ambientes o instituciones.(40) La clara conciencia de esta situación
ayudará mucho al laico católico en la asunción de sus responsabilidades.
49. El educador laico católico
deberá impartir sus materias desde la óptica de la fe cristiana, de acuerdo
con las posibilidades de cada materia y con las circunstancias del alumno y de
la escuela. De esta manera ayudará a los educandos a descubrir los auténticos
valores humanos y, aunque con las limitaciones propias de una escuela que no
pretende la educación en la fe y en la que muchos factores pueden ser
contrarios a ella, contribuirá a iniciar en sus alumnos ese diálogo entre la
cultura y la fe que puede llegar un día a la síntesis deseable entre ambas.
Esta tarea puede ser especialmente fecunda para los alumnos católicos y
constituirá una forma de evangelización para aquellos que no lo sean.
50. Semejante actitud de coherencia
con su fe tiene que ir acompañada, en una escuela pluralista, de un marcado
respeto hacia las convicciones y la tarea de los otros educadores, siempre que
éstos no conculquen los derechos humanos del alumno. Dicho respeto debe aspirar
a llegar a un diálogo constructivo, sobre todo con los hermanos cristianos
separados y con todos los hombres de buena voluntad. Así aparecerá con major
claridad que la fe cristiana apoya en la práctica la libertad religiosa y
humana que defiende y que desemboca lógicamente en la sociedad en un amplio
pluralismo.
51. La participación activa del
laico católico en las actividades de su propio estamento, en las relaciones con
los otros miembros de la comunidad educativa y en particular con los padres de
los alumnos, es también de suma importancia para que los objetivos, programas y
métodos educativos de la escuela en que trabaja se impregnen progresivamente
del espíritu evangélico.
52. Por su seriedad profesional,
por su apoyo a la verdad, a la justicia y a la libertad, por la apertura de
miras y su habitual actitud de servicio, por su entrega personal a los alumnos y
su fraterna solidaridad con todos, por su integra vida moral en todos los
aspectos, el laico católico tiene que ser en esta clase de escuela el espejo
viviente en donde todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa
puedan ver reflejada la imagen del hombre evangélico.
En otras escuelas
53. Se consideran aquí, más en
particular, aquellas otras escuelas establecidas en países de misión o
descristianizados en la práctica, donde se acentúan de manera especial las
funciones que el laico católico, por exigencia de su fe, tiene que desempeñar
cuando es él la única o casi exclusiva presencia de la Iglesia, no sólo en la
escuela, sino en el lugar en que está situada. En esas circunstancias él será
con mucha frecuencia la única voz para hacer llegar a sus alumnos, a los
miembros de la comunidad educativa y a todos los hombres con quienes se
relaciona como educador y como persona, el mensaje evangélico.(41) Lo que se
acaba de decir sobre la conciencia de la propia responsabilidad, el enfoque
cristiano de la enseñanza y la educación, el respeto a las convicciones
ajenas, el diálogo constructivo con otros cristianos y con los no creyentes, la
participación activa en los diversos estamentos de la escuela y, muy
especialmente, el testimonio de vida, cobra en este caso un relieve excepcional.
54. No se puede olvidar,
finalmente, a aquellos laicos católicos que trabajan en escuelas de países
donde la Iglesia es perseguida y donde la misma condición de católico
constituye un veto para ejercer la función de educador. Laicos que tienen que
ocultar su condición de creyentes para poder trabajar en una escuela de
orientación atea. Su mera presencia, de por sí difícil, si se ajusta
silenciosa pero vitalmente a la imagen del hombre evangélico, es ya un anuncio
eficaz del mensaje de Cristo, que contrarrestará la perniciosa intención que
persigue la educación atea en la escuela. El testimonio de vida y el trato
personal con los alumnos puede, además, conducir, a pesar de todas las
dificultades, a una evangelización más explícita. Para muchos jóvenes de
esos países, el educador laico que, por causas humana y religiosamente
dolorosas, se ve forzado a vivir su catolicismo en el anonimato, podrá ser tal
vez, el único medio de llegar a conocer genuinamente el Evangelio y la Iglesia
que son desfigurados y atacados en la escuela.
55. En cualquier tipo de escuelas,
sobre todo en algunas regiones, el educador católico se encontrará no raras
veces con alumnos que no son católicos. Deberá guardar hacia ellos una actitud
no sólo respetuosa, sino acogedora y dialogante, motivada por un universal amor
cristiano. Tenga presente, además, que la verdadera educación no se limita a
impartir conocimientos sino que fomenta la dignidad y fraternidad humanas y
prepara a abrise a la Verdad que es Cristo.
El educador católico como profesor
de religión
56. La enseñanza de la religión
es propia de la escuela en general, siempre que ésta aspire a la formación del
hombre en sus dimensiones fundamentales, de las cuales no puede excluirse la
religiosa. En realidad la enseñanza religiosa escolar es un derecho —con el
correlativo deber— del alumno y de los padres de familia, y para la formación
del hombre es, además, un instrumento importantísmo, al menos en el caso de la
religión católica, para conseguir la adecuada síntesis entre fe y cultura,
que tanto se ha encarecido. Por ello la enseñanza de la religión católica,
distinta y al mismo tiempo complementaria de la catequesis propiamente
dicha,(42) debería ser impartida en cualquier escuela.
57. La enseñanza religiosa escolar
es también, como la catequesis, «una forma eminente de apostolado laical»,(43)
y por ello y por el número de profesores que tal enseñanza exige en las
dimensiones alcanzadas por la organización escolar en el mundo actual,
corresponderá a los laicos impartirla en la mayoría de las ocasiones, sobre
todo en los niveles básicos de enseñanza.
58. Tomen, pues, conciencia los
educadores católicos laicos, según lugares y circunstancias, de la ingente
tarea que se les brinda en este campo. Sin su generosa colaboración, la enseñanza
religiosa escolar no podrá adecuarse a las necesidades existentes, como ya
ocurre en algunos países. La Iglesia se encuentra en este aspecto, como en
tantos otros, cada vez más necesitada de la acción de los laicos. Esta
necesidad puede ser especialmente apremiante en las Iglesias jóvenes.
59. La función del profesor de
religión resulta, ciertamente, incomparable por el hecho de que «se transmite
no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo».(44)
Por consiguiente en la transmisión de la misma, y tomando en cuenta el
auditorio al que se dirigen, los profesores de religión, al igual que los
catequistas, «tendrán ... el buen criterio de recoger en el campo de la
investigación teológica lo que pueda iluminar su propia reflexión y su enseñanza,
acudiendo ... a las verdaderas fuentes, a la luz del Magisterio», del que
dependen en el desempeño de su función, y «se abstendrán de turbar el espíritu
de los niños y de los jóvenes ... con teorías extrañas».(45) Sigan con
fidelidad las normas de los episcopados locales en lo concerniente a la propia
formación teológica y pedagógica y a la programación de la materia y tengan
especialmente en cuenta la gran importancia que el testimonio de vida y una
espiritualidad intensamente vivida juegan en este campo.
III.
FORMACIÓN DEL LAICO CATÓLICO PARA SER
TESTIGO DE LA FE EN LA ESCUELA
60. La vivencia práctica de una
vocación tan rica y tan profunda como la del laico católico en la escuela,
requiere la correspondiente formación, tanto en el plano profesional como el
religioso. Especialmente se requiere en el educador una personalidad espiritual
madura que se exprese en una profunda vida cristiana. «Esta vocación —dice el
Concilio Vaticano II refiriéndose a los educadores— exige
... una preparación diligentísima».(46) «Prepárense (los profesores) con
especial cuidado de suerte que posean una ciencia, lo mismo profana que
religiosa, garantizada con los debidos títulos, y se enriquezcan, a tono con
los avances del progreso, en el arte de educar a la juventud».(47) Esta
necesidad de formación suele acentuarse en el orden religioso y espiritual
donde con frecuencia el laico católico no perfecciona su formación inicial en
el mismo grado que lo hace en el orden cultural en general y, sobre todo, en el
profesional.
Conciencia y estímulo
61. Los laicos católicos que se
preparan para trabajar en la escuela son habitualmente muy conscientes de que
necesitan una buena formación profesional para poder realizar su misión
educadora, para la que suelen tener una auténtica vocación humana. Este tipo
de conciencia, aun dentro del campo profesional, no es, sin embargo, todavía la
propia de un laico católico que tiene que vivir su tarea educativa como medio
fundamental de santificación personal y de apostolado. Es precisamente la
conciencia de tener que vivir así su vocación la que se postula del laico católico
que trabaja en la escuela. Hasta qué punto poseen dichos laicos esta conciencia
es algo que se deben cuestionar ellos mismos.
62. Relacionada con esta conciencia
específica del laico católico está la que se refiere a la necesidad de
ampliar y actualizar su formación religiosa, de manera que acompañe, paralela
y equilibradamente, su entera formación humana. Por tanto, el laico católico
debe tener conciencia viva de la necesidad de esta formación religiosa porque
de ella depende no sólo su posibilidad de apostolado, sino el debido ejercicio
de su tarea profesional, especialmente cuando se trata de la tarea educativa.
63. Estas consideraciones intentan
ayudar a despertar esa conciencia y a reflexionar sobre la situación personal
en este punto, fundamental para llegar a vivir en plenitud la vocación laica de
educador católico. El ser o no ser, que se pone en juego, debería constituir
el mejor estímulo para entregarse al esfuerzo que siempre supone intentar
adquirir una formación, que se ha descuidado, o mantenerla al debido nivel. De
todas formas, dentro de la comunidad eclesial, el educador laico católico puede
fundadamente esperar de los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, sobre
todo los dedicados al apostolado de la educación, y de los movimientos y
asociaciones de educadores laicos católicos, que le ayuden a adquirir plena
conciencia de sus necesidades personales en el campo de la formación y le
estimulen, de la forma más adecuada, para entregarse más enteramente al
compromiso social que tal formación exige.
Formación profesional y religiosa
64. Conviene advertir que no todos
los centros de formación del profesorado proporcionarán de igual manera al
educador católico la base profesional más idónea para realizar su misión
educativa, si se tiene en cuenta la profunda relación existente entre la manera
de exponer el contenido de las disciplinas, sobre todo de las más humanísticas,
y la concepción del hombre, de la vida y del mundo. Puede ocurrir fácilmente
que en centros de formación del profesorado en los que exista un pluralismo
ideológico, el futuro docente católico tenga que hacer un esfuerzo
suplementario para conseguir, en determinatas disciplinas, su propia síntesis
entre fe y cultura. No puede olvidar tampoco, mientras se forma, que luego será
él mismo quien tenga que enfocar las materias ante sus alumnos de manera que
propicie en ellos, primero el diálogo y luego la ulterior síntesis personal
entre la cultura y la fe. Teniendo en cuenta estos diversos aspectos, es
especialmente recomendable la asistencia a los centros de formación del
profesorado dirigidos por la Iglesia, allí donde existan, así como la creación
de los mismos donde sea posible y no existan aún.
65. La formación religiosa, por su
parte, no puede detenerse para el educador católico al término de sus estudios
medios. Tiene que acompañar y completar su formación profesional, estar a la
altura de su fe de hombre adulto, de su cultura humana y de su vocación laical
específica. En efecto, la formación religiosa debe estar orientada a la
santificación personal y al apostolado, elementos inseparables a su vez en la
vocación cristiana. La formación para el apostolado «supone una cierta íntegra
formación humana acomodada al carácter y a las cualidades de cada uno» y
requiere «además de la formación espiritual ..., una sólida instrucción
doctrinal, es decir, teológica, ética, filosófica».(48) No puede olvidarse
tampoco, en el caso del educador, la adecuada formación en la enseñanza social
de la Iglesia, que es «parte integrante de la concepción cristiana de la vida»
(49) y ayuda a mantener intensamente viva la indispensable sensibilidad
social.(50)
Respecto del plano doctrinal y
refiriéndose a los profesores, recuérdese que el Concilio Vaticano II habla de
la necesidad de una ciencia religiosa garantizada con los debidos títulos.(51)
Es, pues, muy recomendable que todos los laicos católicos que trabajan en la
escuela, y muy especialmente los educadores, sigan en las facultades eclesiásticas
y en los institutos de ciencias religiosas apropiados para ello, donde sea
posible, cursos de formación religiosa hasta la obtención de los
correspondientes títulos.
66. Acreditados con dichos títulos
y con una adecuada preparación en pedagogía religiosa, quedarán
fundamentalmente capacitados para la enseñanza de la religión. Los episcopados
promoverán y facilitarán toda esta capacitación para la enseñanza religiosa,
así como para la catequesis, sin olvidar el diálogo de mutua iluminación con
el profesorado que se forma.
Actualización. Formación
permanente
67. El extraordinario avance de las
ciencias y la técnica y el permanente análisis critico al que toda clase de
realidades, situaciones y valores, son sometidos en nuestro tiempo, han hecho,
entre otras causas, que nuestra época histórica se caracterice por un cambio
continuo y acelerado que afecta al hombre y a la sociedad en todos los órdenes.
Este cambio provoca el rápido envejecimiento de los conocimientos adquiridos y
de las estructuras vigentes y exige nuevas actitudes y métodos.
68. Ante esta realidad, que el
laico es el primero en constatar, es obvia la exigencia de constante actualización
que al educador católico se le presenta respecto de sus actitudes personales,
de los contenidos de las materias que imparte y de los métodos pedagógicos que
utiliza. Recuérdese que la vocación de educador requiere «una continua
prontitud para renovarse y adaptarse».(52) El hecho de que esa necesidad de
actualización sea constante, la convierte en una tarea de formación
permanente. Ésta no afecta sólo a la formación profesional, sino también a
la religiosa y, en general, al enriquecimiento de toda la personalidad, pues la
Iglesia tiene que adaptar constantemente su misión pastoral a las
circunstancias de los hombres de cada época, en orden a hacerles llegar de
manera comprensible y apropiada a su condición, el mensaje cristiano.
69. Dada la variedad de los
aspectos que abarca, la formación permanente requiere una búsqueda constante,
personal y comunitaria, de sus formas de realización. Entre ellas, la lectura
de revistas y libros apropiados, la asistencia a conferencias y cursillos de
actualización, la participación en convivencias, encuentros y congresos, e
incluso la disponibilidad de ciertos periodos de tiempo libre, se han convertido
en instrumentos ordinarios y prácticamente imprescindibles de dicha formación.
Traten, pues, todos los laicos católicos que trabajan en la escuela, de
incorporarlos habitualmente a su propia vida humana, profesional y religiosa.
70. Nadie ignora que tal formación
permanente, como su mismo nombre indica, es una tarea ardua ante la que muchos
desfallecen. Especialmente, si se considera la creciente complejidad de la vida
actual, las dificultades que entraña la misión educativa y las insuficientes
condiciones económicas que tantas veces la acompañan. A pesar de todo ello
ningún laico católico que trabaje en la escuela puede eludir ese reto de
nuestro tiempo y quedarse anclado en conocimientos, criterios y actitudes
superados. Su renuncia a la formación permanente en todo su campo humano,
profesional y religioso lo colocaría al margen de ese mundo que es,
precisamente, el que tiene que ir llevando hacia el Evangelio.
IV.
APOYO DE LA IGLESIA AL LAICADO CATÓLICO
EN LA ESCUELA
71. Las diversas circunstancias en
que se desarrolla el trabajo del laico católico en la escuela, hacen que muchas
veces éste se sienta aislado, incomprendido y, consecuentemente, tentado al
desaliento y al abandono de sus responsabilidades. Para hacer frente a estas
situaciones y, en general, para la mejor realización de la vocación a la que
está llamado, el laico católico que trabaja en la escuela debería poder
contar siempre con el apoyo y la ayuda de la Iglesia entera.
Apoyo en la fe, la palabra y la
vida sacramental
72. Es primero en su propia fe
donde el laico católico tiene que buscar ese apoyo. En la fe hallará con
seguridad la humildad, la esperanza y la caridad que necesita para perseverar en
su vocación.(53) Porque todo educador precisa de humildad para reconocer sus
limitaciones, sus errores, la necesidad de constante superación y la constatación
de que el ideal que persigue le desbordará siempre. Precisa también de una
firme esperanza, porque nunca puede llegar a percibir en plenitud los frutos de
la tarea que realiza con sus alumnos. Y necesita, en fin. una permanente y
creciente caridad que ame siempre en sus alumnos al hombre hecho a imagen y
semejanza de Dios y elevado a hijo suyo por la redención de Jesucristo.
Ahora bien, esa fe humilde, esa
esperanza y esa caridad, reciben su ayuda de la Iglesia a través de la Palabra,
de la vida sacramental y de la oración de todo el Pueblo de Dios. Porque la
Palabra le dice y le recuerda al educador la inmensa grandeza de su identidad y
su tarea, la vida sacramental le da la fuerza para vivirla y le reconforta
cuando falla y la oración de toda la Iglesia presenta ante Dios por él y con
él, en la seguridad de una respuesta prometida por Jesucristo, lo que su corazón
desea y pide y hasta aquello que no alcanza a desear y pedir.
Apoyo comunitario
73. La tarea educativa es ardua, de
inmensa trascendencia y por lo mismo de delicada y compleja realización.
Requiere calma, paz interior, ausencia de sobrecarga de trabajo y un continuo
enriquecimiento cultural y religioso, condiciones que pocas veces pueden darse
juntas en la sociedad de hoy. La naturaleza de la vocación del educador laico
católico debería ser dada a conocer con más frecuencia y profundidad a todo
el Pueblo de Dios por quienes están más capacitados para ello en la Iglesia.
El tema de la educación, con todas sus implicaciones, debería ser abordando
con más insistencia ya que es uno de los grandes campos de acción de la misión
salvífica de la Iglesia.
74. De ese conocimiento nacerá lógicamente
la comprensión y estima debidos. Todos los fieles deberían ser conscientes de
que sin el educador laico católico la educación en la fe en la Iglesia carecería
de uno de sus fundamentos. Por ello, todos los creyentes deben colaborar
activamente, en la medida de sus posibilidades, a que el educador tenga el rango
social y el nivel económico que merece, junto con la debida estabilidad y
seguridad en el ejercicio de su noble tarea. Ningún miembro de la Iglesia debe
considerarse ajeno al trabajo de procurar en su propio país, que la política
educativa del mismo refleje lo más posible, en la legislación y en la práctica,
los principios cristianos sobre la educación.
75. Las condiciones del mundo
contemporáneo deben mover a la jerarquía y a los Institutos religiosos
consagrados a la educación, a impulsar los grupos, movimientos y asociaciones
católicas existentes, de todos los laicos creyentes implicados en la escuela, y
a la creación de otros nuevos, buscando las formas más adecuadas a los tiempos
y a las diversas realidades nacionales. Muchos de los objetivos educativos, con
sus implicaciones sociales y religiosas, que reclama la vocación del laico católico
en la escuela, serán dificilmente, alcanzables sin la unión de fuerzas que
suponen los cauces asociativos.
Apoyo de las propias instituciones
educativas.
La escuela católica y los laicos
76. La relevancia de la escuela católica
invita a centrar en ella una especial reflexión que pueda servir de ejemplo
concreto a las demás instituciones católicas, respecto a la ayuda que deben
prestar a los laicos que en ellas trabajan. Aun esta misma S. Congregación,
refiriéndose a los laicos, no ha dudado en afirmar que «los profesores, con la
acción y el testimonio, están entre los protagonistas más importantes que han
de mantener el carácter específico de la escuela católica».(54)
77. Los laicos deben encontrar ante
todo en la escuela católica un ambiente de sincera estima y cordialidad, donde
puedan establecerse auténticas relaciones humanas entre todos los educadores.
Manteniendo cada uno su característica vocacional propia,(55) sacerdotes,
religiosos, religiosas y laicos deben integrarse plenamente en la comunidad
educativa y tener en ella un trato de verdadera igualdad.
78. Fundamentales para vivir
conjuntamente unos mismos ideales por parte de la entidad promotora y los laicos
que trabajan en la escuela católica, son dos logros. Primero, una adecuada
retribución económica —garantizada por contratos bien definidos— del
trabajo realizado en la escuela, que permita a los laicos una vida digna, sin
necesidad de pluriempleo ni sobrecargas que entorpezcan su tarea educativa. Eso
no será inmediatamente factible sin imponer un grave peso financiero a las
familias y hacer la escuela tan costosa que sólo sea accesible a una pequeña
élite; sin embargo, mientras esta retribución plenamente adecuada no sea
posible, los laicos deben poder apreciar en los promotores de la escuela una
verdadera preocupación por alcanzar esta meta.
Segundo, una auténtica participación
de los laicos en las responsabilidades de la escuela, según su capacidad en
todos los órdenes y su sincera identificación con los fines educativos que
caracterizan a la escuela católica. Esta debe procurar, además, por todos los
medios, cultivar esa identificación, sin la cual no podrán alcanzarse tales
fines. No se puede olvidar que la escuela misma se crea incesantemente gracias
al trabajo realizado por todos los que están comprometidos en ella y muy
especialmente los docentes.(56) Para conseguir esa deseable participación serán
condiciones indispensables la auténtica estima de la vocación laical, la
debida información, la confianza profunda y, cuando se viera conveniente, el
traspaso a los laicos de las distintas responsabilidades de enseñanza,
administración y gobierno de la escuela.
79. Pertenece también a la misión
de la escuela católica el solícito cuidado de la formación permanente,
profesional y religiosa de sus miembros laicos. De ella esperan éstos las
orientaciones y ayudas necesarias —incluida la difícil concesión del tiempo
requerido— para esa indispensable formación, sin la cual la misma
escuela se alejaría progresivamente de sus objetivos. Asociada con otros
centros educativos católicos y con asociaciones profesionales católicas, no es
difícil muchas veces para una escuela católica organizar conferencias, cursos
y connivencias que faciliten dicha formación. Esta podría extenderse, además,
según las circunstancias, a otros educadores católicos que no trabajan en la
escuela católica, prestándoles un servicio que muchas veces necesitan y no
encuentran fácilmente.
80. La mejora continua de la
escuela católica y la ayuda que ella, junto con las demás instituciones
educativas de la Iglesia, puede aportar al educador laico católico dependen en
gran manera del apoyo que las familias católicas en general y más en
particular las que envían a ella sus hijos, le presten. Apoyo en el que les
incumbe una fuerte responsabilidad y que debe extenderse a todos los órdenes:
el interés y el aprecio, la colaboración general y económica. No todas las
familias podrán aportar esa colaboración en el mismo grado y de la misma
manera, pero sí deben estar dispuestas a la mayor generosidad dentro de sus
posibilidades. Esa colaboración debe aplicarse también a la participación en
conseguir los objetivos y en las responsabilidades de la escuela. Esta, por su
parte, debe ofrecerles información de la realización y perfeccionamiento del
proyecto educativo, de la formación, de la administración y, en su caso, de la
gestión.
CONCLUSIÓN
81. No pueden dudar los laicos católicos
que trabajan en la escuela en tareas educativas como profesores, directivos,
administrativos o auxiliares, de que representan para la Iglesia una inmensa
esperanza. En ellos confía, en general, la Iglesia para la progresiva
configuración de las realidades temporales con el Evangelio y para hacerlo
llegar a todos los hombres, y, de una manera particular, para la trascendente
tarea de la formación integral del hombre y la educación de la fe de la
juventud, de quien depende que el mundo del futuro esté más cerca o más lejos
de Jesucristo.
82. La S. Congregación para la
Educación católica, al hacerse eco de esta esperanza y considerar el enorme
caudal evangélico que representan en el mundo los millones de católicos laicos
que dedican su vida a la escuela, recuerda las palabras con que el Concilio
Vaticano II termina su Decreto sobre el Apostolado de los laicos y «ruega
encarecidamente en el Señor a todos los laicos que respondan con gozo, con
generosidad y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita
con más insistencia...; recíbanla, pues, con entusiasmo y magnanimidad... y,
tomando sus cosas como propias (cf. Flp. 2, 5), asóciense a su misión
salvadora..., para que, con las diversas formas y modos del único apostolado de
la Iglesia, que ha de adaptarse continuamente a las nuevas necesidades de los
tiempos, se muestren como cooperadores de ella, trabajando siempre con
generosidad en la obra de Dios, teniendo presente que sú trabajo no es vano
delante del Señor (cf. 1 Cor 15; 58)».(57)
Roma, 15 de octubre de 1982, fiesta
de Santa Teresa de Jesús, en el IV centenario de su muerte.
WILLIAM Card. BAUM
Prefecto
Antonio M. Javierre, Secretario
Arzobispo tit. de Meta
Notas
(1) Conc. Ec. Vat. II: Cons.
Lumen Gentium, n. 31: «Con el nombre de laicos se designan aquí todos los
fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del
estado religioso aprobado por la Iglesia».
(2) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decl. Gravissimum educationis, n. 8.
(3) Cf. S. Congregación para la
Educación Católica: La Escuela Católica, 19 marzo 1977, nn. 18-22.
(4) Lumen Gentium, n. 32.
(5) Ibid.
(6) Ibid., n. 31.
(7) Ibid., n. 33.
(8) Ibid., n. 31.
(9) Ibid.
(10) Lumen Gentium, n. 36; Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decr. Apostolicam
actuositatem, n. 7.
(11) Lumen Gentium, n. 36.
(12) Ibid.
(13) Ibid., n. 33.
(14) Cf. Gravissimum educationis, n. 3.
(15) Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris
consortio, 22 noviembre 1981, AAS 74 (1982) n. 36, p. 126.
(16) Cf. Gravissimum educationis, n. 5.
(17) Ibid., n. 3.
(18) Ibid., n. 6; cf. Declaración
universal de los Derechos humanos, art. 26, 3.
(19) Cf. Gravissimum educationis, n. 6.
(20) Ibid., n. 5; cf. Pablo VI, Ex.
Ap. Evangelii nuntiandi, 8 diciembre 1975, AAS 68 (1976) n. 70, pp.
59-60.
(21) La Escuela Católica,
n. 31.
(22) Cf. Pablo VI, Enc. Populorum
progressio, 26 marzo 1967, AAS 59 (1967) n. 19, pp. 267-268; cf. Juan Pablo
II, Discurso en la UNESCO, 2 junio 1980, AAS 72 (1980) n. 11, p. 742.
(23) Paulo VI, Discurso en la
noche de Navidad, 25 diciembre 1975, AAS 68 (1976) p. 145.
(24) Cf. Juan Pablo II, Enc. Laborem
exercens, 14 setiembre 1981, AAS 73 (1981) párrafo inicial, p. 578.
(25) Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, ibid., p. 577.
(26) Cf. supra n. 16.
(27) Cf. supra n. 20.
(28) Juan Pablo II, Discurso en
la UNESCO, 2 junio 1980, AAS 72 (1980) n. 11 p. 742.
(29) Cf. supra n. 21.
(30) Juan Pablo II, Ex. Ap. Familiaris
consortio, AAS 74 (1982) n. 37 p. 127.
(31) Ibid., n. 40 p. 132.
(32) Ibid., n. 36 p. 126.
(33) Cf. Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, AAS 73 (1981) n. 20 pp. 629-632.
(34) Gravissimum educationis,
n. 8; cf. La Escuela Católica, n. 34.
(35) La Escuela Católica,
n. 9.
(36) Cf. supra nn. 29 y 32.
(37) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decl. Dignitatis
humanae, n. 3.
(38) Cf. Apostolicam
actuositatem, n. 2.
(39) Se concibe aquí, ampliamente,
como un sistema de ideas ligado a estructuras sociales, económicas y/o políticas.
(40) Cf. supra n. 9.
(41) Cf. Conc. Ec. Vat. II: Decr. Ad gentes, n. 21.
(42) Cf. Juan Pablo II, Discurso al
clero de Roma sobre Enseñanza de la Religión y Catequesis:
ministerios distintos y complementarios, 5 marzo 1981, Insegnamenti di
Giovanni Paolo II, 1981, IV, 1, n. 3, p. 630.
(43) Juan Pablo I I, Ex. Ap. Catechesi
tradendae, 16 octubre 1979, AAS 71 (1979) n. 66, p. 1331.
(44) Ibid., n. 6.
(45) Ibid., n. 61.
(46) Gravissimum educationis, n. 5.
(47) Ibid., n. 8.
(48) Apostolicam actuositatem,
n. 29.
(49) Juan Pablo II, Discurso con
ocasión del 90° aniversario de la «Rerum novarum», 13 mayo 1981 (no
pronunciado por el Papa), «L'Osservatore Romano», 15 maggio 1981, p. 2, n. 8;
cf. Insegnamenti di Giovanni Paolo II 1981, IV, I, pp. 1190-1202.
(50) Cf. Ibid.
(51) Cf. Gravissimum educationis, n. 8.
(52) Gravissimum educationis, n. 5.
(53) Cf. La Escuela Católica,
n. 75.
(54) La Escuela Católica,
n. 78.
(55) Cf supra n. 43.
(56) Cf. Juan Pablo II, Enc. Laborem exercens, AAS 73 (1981) n. 14, p. 614.
(57) Apostolicam actuositatem,
n. 33.