La
Virgen María
en la
formación intelectual y
espiritual
Carta de la Congregación para la Educación Católica
1. La II
Sesión general Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, reunida en 1985 para
"la celebración, reconocimiento y promoción del Concilio Vaticano II" (Sínodo de
los Obispos, La Iglesia, a la luz de la Palabra de Dios, celebra los
misterios de Cristo para la salvación del mundo. Relación final, I, 2:
L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de diciembre, 1985,
pág. 11), afirmó la necesidad de "dedicar una atención especial a las cuatro
Constituciones mayores del Concilio" (ib., 1, 5) y de llevar a
cabo un "programa (...) que tenga como objetivo un conocimiento y una aceptación
nuevos, más amplios y profundos del Concilio" (ib., 1, 6). Por su
parte el Sumo Pontífice Juan Pablo II ha afirmado que el Año Mariano debe
"promover una nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la
bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la
Iglesia" (Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, 25 marzo,
1987, 48: AAS 79, 1987, 427).
La Congregación para la Educación Católica es particularmente sensible ante esta
doble invitación del Magisterio. Por eso, con la presente Carta circular
-dirigida a las facultades teológicas, a los seminarios y a otros centros de
estudios eclesiásticos- pretende ofrecer algunas reflexiones sobre la Santísima
Virgen y sobre todo hacer resaltar que el empeño de conocimiento y de búsqueda,
y la piedad en relación con María de Nazaret, no pueden quedar reducidos a los
límites cronológicos del Año Mariano, sino que deben constituir una tarea
permanente: pues efectivamente permanentes son el valor ejemplar y la misión de
la Virgen. La Madre del Señor es un "dato de la Revelación divina" y constituye
una "presencia materna" siempre operante en vida de la Iglesia (cf. ib.,
1. 25).
2. La
historia del dogma y de la teología atestiguan la fe y la atención incesante de
la Iglesia hacia la Virgen María y su misión en la historia de la salvación.
Esta atención se hace ya clara en algunos escritos neotestamentarios y en no
pocas páginas de los autores de la época subapostólica.
Los primeros símbolos de la fe y sucesivamente las fórmulas dogmáticas de los
concilios de Constantinopla (a. 381), de Éfeso (a. 431) y de Calcedonia (a. 451)
atestiguan la progresiva reflexión sobre el misterio de Cristo, verdadero Dios y
verdadero hombre, y paralelamente el progresivo descubrimiento del papel de
María en el misterio de la Encarnación: un descubrimiento que llevó a la
definición dogmática de la maternidad divina y virginal de María.
La atención de la Iglesia hacia María de Nazaret continúa durante todos los
siglos por muchas declaraciones. Recordamos sólo las más recientes, sin que por
ello infravaloremos la riqueza que la reflexión mariológica ha conocido en otras
épocas históricas.
3. Por su valor doctrinal no puede olvidarse la Bula dogmática Ineffabilis
Deus (8 de diciembre de 1854) de Pío Xl, la Constitución Apostólica
Munificentissimus Deus (1 de noviembre de 1950) de Pío Xll y la Constitución
dogmática Lumen gentium (21 de noviembre de 1964) cuyo capítulo
VIII constituye la síntesis más amplia y autorizada de la doctrina
católica sobre la Madre del Señor, hecha jamás por un Concilio Ecuménico. Se
deben recordar también, por su significado teológico y pastoral, otros
documentos como la Professio fidei (30 de junio de 1968) y las
Exhortaciones apostólicas Signum magnum (13 de mayo de 1967) y
Marialis cultus (2 de febrero de 1974) de Pablo VI , así como la
Encíclica Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987) de Juan Pablo II.
4. Debemos recordar igualmente la actividad desarrollada por algunos
"movimientos", que, suscitando en formas variadas y desde diversos puntos de
vista un amplio interés hacia la figura de la Santísima Virgen, han tenido un
considerable influjo en la redacción de la Constitución Lumen gentium: el
movimiento bíblico, que ha subrayado la importancia principal de la Sagrada
Escritura para la presentación del papel de la Madre del Señor, verdaderamente
conforme con la Palabra revelada; el movimiento patrístico, que poniendo a la
mariología en contacto con el pensamiento de los Padres de la Iglesia, le ha
permitido profundizar sus raíces en la Tradición; el movimiento eclesiológico,
que ha contribuido abundantemente a reconsiderar y profundizar la relación entre
María y la Iglesia; el movimiento misional, que ha descubierto progresivamente
el valor de María de Nazaret, la primera evangelizada (cf. Lc 1, 2638)
y la primera evangelizadora (cf. Lc 1, 39-45), como
fuente de inspiración para su empeño en la difusión de la Buena Nueva; el
movimiento litúrgico, que realizando una comparación fecunda y seria entre las
varias liturgias, ha podido documentar que los ritos de la Iglesia atestiguan
una veneración cordial hacia la "gloriosa y siempre Virgen María, Madre de
nuestro Dios y Señor Jesucristo" (Misal Romano, Plegaria Eucarística I
Communicantes); el movimiento ecuménico, que ha exigido un esfuerzo
por comprender con exactitud la figura de la Virgen en el campo de las fuentes
de la Revelación y por precisar la base teológica de la piedad mariana.
5. La
importancia del capítulo VIII de la Lumen gentium radica en el valor de
su síntesis doctrinal y en el planteamiento del trato doctrinal sobre la
Santísima Virgen encuadrado dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia. De
esta forma el Concilio:
-ha enlazado con la tradición patrística, que destaca la historia de la
salvación como el tejido propio de todo tratado teológico;
-ha puesto en evidencia que la Madre del Señor no es una figura marginal en el
conjunto de la fe y en el panorama de la teología, que Ella, por su íntima
participación en la historia de la salvación "reúne en sí y refleja en cierto
modo las supremas verdades de la fe" (Lumen gentium, 65);
-ha ordenado en una visión unitaria posiciones diferentes sobre el modo de
afrontar el tema mariológico.
a) En razón de Cristo
6. Según la doctrina del Concilio la misma relación de María con Dios Padre
se determina en razón de Cristo. Efectivamente Dios, "cuando se cumplió el
plazo, envió a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos la condición de
hijos" (Gál 4, 4-5) (ib., 52). Por eso María, que por condición
era la esclava del Señor (cf. Lc 1, 38. 48), habiendo acogido "al
Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo" y dado "la Vida al mundo" se convirtió
por gracia en "Madre de Dios" (cf. ib. 53). En razón de esta misión
singular, Dios Padre la preservó del pecado original, la colmó de la abundancia
de los dones celestiales y, en su sabio designio, "quiso... que la aceptación de
la Madre predestinada precediera a la encarnación" (ib., 56).
7. El Concilio, ilustrando la participación de María en la historia de la
salvación, expone sobre todo las múltiples relaciones que se dan entre la Virgen
y Cristo:
-de "fruto el más espléndido de la redención" (Sacrosanctum
Concilium, 103), habiendo sido Ella "redimida de un modo tan sublime en
vista de los méritos de su Hijo" (Lumen gentium, 53), por eso los Padres
de la Iglesia, la liturgia y el magisterio no han dudado en llamar a la Virgen
"hija de su Hijo" (cf. Concilium Toletanum Xl, 48: Denzinger-Schönmetzer,
Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum,
Barcinone 1976, 536), en el orden de la gracia;
-de madre que, acogiendo con fe el anuncio del Ángel, concibió en su seno
virginal, por la acción del Espíritu y sin intervención de varón, al Hijo de
Dios, según la naturaleza humana; lo dio a luz, lo alimentó lo guardó y lo educó
(Lumen gentium, 57. 61);
-de esclava fiel, que se "consagró totalmente a sí misma (...) a la
persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al ministerio de la redención sometida
a Él y con Él" (ib., 56);
-de compañera del Redentor: "concibiendo a Cristo, engendrándolo,
alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo
cuando moría en la cruz, Ella cooperó en un modo del todo especial a la obra del
Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad" (ib.,
61; cf. ib., 56. 58);
-de discípula que, durante la predicación de Cristo, "acogió las
palabras, con las que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones
y lazos de la carne y la sangre, proclamó bienaventurados a los que
escuchan y guardan la palabra de Dios (cf. Mc 3, 35; Lc 11,
2728), como Ella hacía fielmente (cf. Lc 2, 19 y 51)" (Lumen gentium,
56).
8. En luz cristológica hay que leer también las relaciones entre el Espíritu
Santo y María: Ella, "como plasmada y hecha una nueva criatura" (ib., 56)
por el Espíritu y convertida de un modo particular en su templo (cf. ib.,
53), por la fuerza del mismo Espíritu (cf. Lc 1, 35), concibió en
su seno virginal a Jesucristo y lo dio al mundo (cf. ib., 52. 63. 65). En
la escena de la Visitación vuelven a manifestarse, por medio de Ella, los dones
del Mesías Salvador: la efusión del Espíritu sobre Isabel, la alegría del futuro
Precursor (cf. Lc 1, 41).
Llena de fe en la promesa del Hijo (cf. Lc 24, 49), la
Virgen constituye una presencia orante en medio de la comunidad de los
discípulos: perseverando con ellos en la unión y en la oración (cf. Act
1, 14), implora "con sus oraciones el don del Espíritu, que la había cubierto ya
en la Anunciación" (ib., 59).
b) En razón de la Iglesia
9. En razón de Cristo, y por tanto también en razón de la Iglesia, desde
toda la eternidad Dios quiso y predestinó a la Virgen. En efecto, María de
Nazaret:
-es "reconocida como miembro supereminente y del todo singular de la
Iglesia" (ib., 53), por los dones de gracia con que está adornada y por
el lugar que ocupa en el Cuerpo místico;
-es Madre de la Iglesia, ya que Ella es "Madre de Aquel, que desde el
primer instante de la Encarnación en su seno virginal, unió consigo como Cabeza
su Cuerpo místico que es la Iglesia" (Pablo VI, Discurso en la sesión de
clausura de la tercera etapa conciliar, 21 noviembre 964: AAS 56,
1964, 10141018);
-por su condición de Virgen, Esposa y Madre, es figura de la Iglesia, que
es, también ella, virgen por la integridad de su fe, Esposa por su unión con
Cristo, Madre por la generación de innumerables hijos (cf. ib., 64);
-por sus virtudes es modelo de la Iglesia, que se inspire en Ella
en el ejercicio de la fe, de la esperanza, de la caridad (cf. ib.,
53. 63. 65) y en la actividad apostólica (cf. ib., 65);
-con su múltiple intercesión sigue alcanzando para la Iglesia los dones de la
salvación eterna. En su caridad maternal cuida de los hermanos de su Hijo
todavía peregrinos. Por esto la Santísima Virgen es invocada por la Iglesia con
los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora (Lumen gentium,
62);
-asunta en cuerpo y alma al cielo, es la "imagen" escatológica y la "primicia"
de la Iglesia (cf. Lumen gentium, 68), que en Ella "contempla
con alegría (...) lo que Ella misma, toda entera, espera y ansía ser" (Sacrosanctum
Concilium, 103), y en Ella encuentra un "signo de segura esperanza y
consolación" (Lumen gentium, 68).
10. En los
años inmediatamente siguientes al Concilio la actividad desarrollada por la
Santa Sede, por muchas Conferencias Episcopales y por insignes estudiosos, que
comentó la doctrina del Concilio y respondió a los problemas conforme iban
surgiendo, dio nueva actualidad y fuerza a la reflexión sobre la Madre del
Señor.
Han contribuido particularmente a este florecer mariológico la Exhortación
apostólica Marialis cultus y la Encíclica Redemptoris Mater.
No es éste el lugar para hacer una reseña detallada de los varios sectores
de la reflexión postconciliar sobre María. Sí parece útil presentar algunos a
título de ejemplo y como estímulo para posteriores reflexiones.
11. La exégesis bíblica ha abierto nuevas fronteras a la mariología, dedicando
cada vez más espacio a la literatura intertestamentaria. No pocos textos del
Antiguo Testamento y, sobre todo, las páginas neotestamentarias de Lucas y de
Mateo sobre la infancia de Jesús y las frases de Juan han sido objeto de un
estudio continuo y profundo que, por los resultados conseguidos, han reforzado
la base escriturística de la mariología y la han enriquecido considerablemente
desde el punto de vista propio.
12. En el campo de la teología dogmática, la mariología ha contribuido en la
discusión postconciliar, a una explicación más idónea de los dogmas; puesta en
causa de las discusiones sobre el pecado original (dogma de la Inmaculada
Concepción), sobre la encarnación del Verbo (dogma de la Concepción virginal de
Cristo, dogma de la maternidad divina), sobre la gracia y la libertad (doctrina
de la cooperación de María a la obra de la salvación), sobre el destino último
del hombre (dogma de la Asunción), la mariología ha tenido que estudiar
críticamente las circunstancias históricas en las que fueron definidos aquellos
dogmas, el lenguaje con que se formularon, comprenderlos a la luz de las
adquisiciones de la exégesis bíblica, de un conocimiento más riguroso de la
Tradición, de los interrogantes de las ciencias humanas y rechazar, en fin, las
respuestas infundadas.
13. La atención de la mariología a los problemas relacionados con el culto de la
Santísima Virgen ha sido muy viva: se ha manifestado en la investigación sobre
sus raíces históricas (Seis Congresos Mariológicos Internacionales, organizados
por la Pontificia Academia Mariana Internacional, celebrados desde 1967 a 1987
han estudiado sistemáticamente las manifestaciones de la piedad mariana desde
los orígenes hasta el siglo XX), en el estudio de las motivaciones doctrinales y
del cuidado por su inserción orgánica en el "único culto cristiano" (Pablo VI,
Exhortación Apostólica Marialis cultus, 2 febrero 1974, Intr.: AAS
66, 1974, 114), en la valoración de sus expresiones litúrgicas y de las
múltiples manifestaciones de la piedad popular, así como en el examen en
profundidad de sus mutuas relaciones.
14. También en el campo ecuménico la mariología ha sido objeto de particular
consideración. En relación con las Iglesias del Oriente cristiano, Juan Pablo II
ha subrayado "cuán profundamente unidas por el amor y por la alabanza a la
Theotokos se sienten la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, y las
antiguas Iglesias Orientales (Redemptoris Mater, 31); por su parte
Dimitrios I, Patriarca ecuménico, ha puesto de relieve cómo las "dos Iglesias
hermanas han mantenido inextinguible, a través de los siglos, la llama de la
devoción a la venerabilísima persona de la Todasanta Madre de Dios (Dimitrios I,
Homilía pronunciada el 5 de diciembre de 1987 durante la celebración de las
Vísperas en Santa María la Mayor, Roma: L'Osservatore Romano, Edición en
Lengua Española, 20 de diciembre de 1987, pág. 10) y ha deseado que "el tema de
la mariología ocupe un puesto central en el diálogo teológico entre
nuestras Iglesias (...) para el restablecimiento pleno de nuestra comunión
eclesial" (ib., 6).
En cuanto se refiere a las Iglesias de la Reforma, la época postconciliar se ha
caracterizado por el diálogo y por el esfuerzo por una comprensión recíproca.
Esto ha permitido la superación de seculares desconfianzas, un mejor
conocimiento de las respectivas posiciones doctrinales, y la actuación de
iniciativas comunes de investigación. Así, al menos en algunos casos, se han
podido comprender, por una parte, los peligros encerrados en el "oscurecimiento"
de la figura de María en la vida eclesial, y, por otra, la necesidad de atenerse
a los datos de la Revelación (Para una formación mariológica atenta al
movimiento ecuménico, ofrece preciosas indicaciones el Directorio ecuménico:
Secretariatus ad christianorum unitatem fovendam, Spiritus Domini, 16 de
abril de 1970: AAS , 62 1970, págs. 705724).
En estos años en cuanto a las conversaciones interreligiosas, la atención de la
mariología se ha dirigido al judaísmo, del que proviene la "Hija de Sión".
Igualmente se ha dirigido al islamismo en el que María es venerada como Santa
Madre de Cristo.
15. La mariología postconciliar ha dedicado una constante atención a la
antropología. Los Sumos Pontífices han presentado repetidamente a María de
Nazaret como la suprema expresión de la libertad humana en la cooperación del
hombre con Dios, que "en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo,
se ha confiado al misterio libre y activo, de una mujer" (Redemptoris Mater,
46).
Por la convergencia entre los datos de la fe y los datos de las ciencias
antropológicas, cuando éstas han dirigido su atención a María de Nazaret, se ha
comprendido más claramente que la Virgen es al mismo tiempo la más alta
realización histórica del Evangelio (cf. III Conferencia General del Episcopado
Latino Americano, Puebla 1979, La evangelización en el presente y en
el futuro de América Latina, Bogotá, 1979 pág. 282), y la mujer que, por el
dominio de sí misma, por el sentido de responsabilidad, la apertura a los otros
y el espíritu de servicio, por la fortaleza y por el amor, se ha realizado, de
un modo más completo, en el plano humano.
Se ha hecho notar, por ejemplo, la necesidad:
-de "acercar" la figura de la Virgen a los hombres de nuestro tiempo, poniendo
de relieve su "imagen histórica" de humilde mujer hebrea;
-de mostrar los valores humanos de María, permanentes y universales, de forma
que el estudio de Ella ilumine el estudio sobre el hombre.
En este terreno el tema "María y la mujer" ha sido tratado numerosas veces;
pero, susceptible como es de muchos modos de ser tratado, se está lejos de poder
considerarlo como agotado y espera ulteriores desarrollos.
16. En la mariología postconcilar se han tratado también temas nuevos o se han
visto desde un nuevo ángulo: la relación entre el Espíritu Santo y María; el
problema de la inculturación de la doctrina sobre la Virgen y las expresiones de
piedad mariana; el valor de la via pulchritudinis para adelantar
en el conocimiento de María y la capacidad de la Virgen de suscitar las más
altas expresiones en el campo de la literatura y del arte; el descubrimiento del
significado de María en relación con algunas urgencias pastorales de nuestro
tiempo (la cultura de la vida, el compromiso por los pobres, el anuncio de la
Palabra...); la revalorización de la "dimensión mariana de la vida de los
discípulos de Cristo" (Redemptoris Mater, 45).
17. En la
línea de la Lumen gentium y de los documentos del Magisterio del
postconcilio se coloca la Encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II,
que confirma el planteamiento cristológico y eclesiológico de la mariología,
necesario para que ella revele toda la gama de sus contenidos.
Después de profundizar, con una prolongada meditación sobre la exclamación de
Isabel: "Bienaventurada Tú que has creído" (Lc 1, 45), los
múltiples aspectos de la "fe heroica" de la Virgen, que él considera "como una
clave que nos descubre la íntima realidad de María (ib., 19), el Santo
Padre explica la "presencia materna" de la Virgen en el camino de la fe,
conforme a dos líneas de pensamiento, una teológica, otra pastoral y espiritual.
-la Virgen, que estuvo activamente presente en la vida de la Iglesia -en su
comienzo (el misterio de la Encarnación), en su fundación (el misterio de Caná y
de la cruz), y en su manifestación (el misterio de Pentecostés)- es una
presencia operante" a través de toda su historia; es más, se encuentra en el
"centro de la Iglesia en camino" (Título de la II parte de la Encíclica
Redemptoris Mater), en la que desarrolla una múltiple función: de
cooperación al nacimiento de los fieles a la vida de la gracia, de ejemplaridad
en el seguimiento de Cristo, de "mediación materna" (Título de la III parte de
la Encíclica Redemptoris Mater);
-el gesto con el que Cristo confió el discípulo a la Madre y la Madre al
discípulo (cf. Jn 19, 2527) ha determinado una relación estrechísima
entre María y la Iglesia. Por voluntad del Señor una "nota mariana" marca la
fisonomía de la Iglesia, su camino, su actividad pastoral; y en la vida
espiritual de cada discípulo -advierte el Santo Padre- va innata una "dimensión
mariana" (cf. Redemptoris Mater, 4546).
En su conjunto la Redemptoris Mater puede considerarse la Encíclica de la
"presencia materna y operante" de María en la vida de la Iglesia (cf. ib.,
1, 25); en su camino de fe, en el culto que Ella rinde a su Señor, en
su obra de evangelización, en su configuración progresiva con el Cristo, en el
empeño ecuménico.
18. La
historia de la teología demuestra que el conocimiento del misterio de la Virgen
contribuye a un conocimiento más profundo del misterio de Cristo, de la Iglesia
y de la vocación del hombre (cf. Lumen gentium, 65). Por otra parte, el
vínculo estrecho de la Santísima Virgen con Cristo, con la Iglesia y con la
humanidad hace también que la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el
hombre ilumine la verdad que se refiere a María de Nazaret.
19. Efectivamente en María "todo es relativo a Cristo" (Marialis cultus,
25). De ahí se deduce que "sólo en el misterio de Cristo se aclara
plenamente su misterio" (Redemptoris Mater, 4; cf. ib. 19),
y que, cuanto más la Iglesia profundiza en el misterio de Cristo,
tanto más comprende la singular dignidad de la Madre del Señor y su papel en la
historia de la salvación. Pero, en cierto modo, también es verdad lo contrario:
en efecto la Iglesia, a través de María, "testigo excepcional del misterio de
Cristo" (ib., 27), ha profundizado en el misterio de la kenosis
del "Hijo de Dios" (Lc 3, 38; cf. Flp 2, 58) que se
hace en María "Hijo de Adán" (Lc 3, 38), ha conocido con mayor
claridad las raíces históricas de "Hijo de David" (cf. Lc 1, 32), su
inserción en el pueblo judío, su pertenencia al grupo de los "pobres del Señor".
20. En María además, todo -los privilegios, la misión, el destino- está
íntimamente relacionado también con el misterio de la Iglesia. De aquí resulta
que, en la medida en que se profundiza en el misterio de la Iglesia, resplandece
más nítidamente el misterio de María. Y, a su vez, la Iglesia, contemplando a
María, conoce mejor su propio origen, su íntima naturaleza, su misión de gracia,
su destino de gloria y el camino de fe que debe recorrer (cf. ib., 2).
21. Por fin, en María todo es relacionable con el hombre de todos los lugares y
de todos los tiempos. Ella tiene un valor universal y permanente. "Verdadera
hermana nuestra" (Marialis cultus, 56), y, "unida en la estirpe de
Adán con todos los hombres necesitados de salvación" (Lumen gentium, 53),
María no defrauda las esperanzas del hombre contemporáneo. Por su condición de
"perfecta seguidora de Cristo" (Marialis cultus, 53) y mujer que
se ha realizado completamente como persona, es una fuente perenne de fecundas
inspiraciones de vida.
Para los discípulos del Señor la Virgen es el gran símbolo del hombre que
alcanza las aspiraciones más íntimas de su inteligencia, de su voluntad y de su
corazón, abriéndose por Cristo y en el Espíritu a la trascendencia de Dios en
filial entrega de amor y arraigándose en la historia en servicio eficaz a los
hombres.
Por lo demás "al hombre contemporáneo -escribía Pablo VI-atormentado no pocas
veces entre la angustia y la esperanza, postrado por el sentimiento de sus
limitaciones y asaltado por aspiraciones sin límite, turbado en el ánimo y
dividido en el corazón, con la mente en suspenso por el enigma de la muerte,
oprimido por la soledad mientras se ve inclinado a la comunión, presa de la
náusea y del tedio, la Santísima Virgen María, contemplada en su vida evangélica
y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y
una palabra de seguridad: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de
comunión sobre la soledad, de la paz sobre la agitación, de la alegría y de la
belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las
temporales, de la vida sobre la muerte" (ib., 57).
22. "Entre todos los creyentes Ella, María, es como un 'espejo', en el que se
reflejan, del modo más profundo y más limpio 'las grandes obras de Dios' (Act
2, 11)" (Redemptoris Mater, 25), que la teología tiene
el oficio de explicar. La dignidad y la importancia de la mariología derivan,
por tanto, de la dignidad e importancia de la cristología, del valor de la
eclesiología y de la neumatología, del significado de la antropología
sobrenatural y de la escatología: la mariología se encuentra estrechamente
relacionada con estos tratados.
23. De
los datos expuestos en la primera parte de esta Carta se ve que la mariología
está hoy viva y comprometida en cuestiones importantes en el campo de la
doctrina y de la pastoral. Por eso es necesario que ella, además de atender a
los problemas pastorales que vayan surgiendo, cuide sobre todo el rigor de la
investigación, llevada a cabo con criterios científicos.
24. También para la mariología sirve la palabra del Concilio: "La sagrada
teología se apoya, como en cimiento perenne, en la Palabra de Dios escrita,
junto con la Sagrada Tradición, y en aquélla se consolida firmemente y se
rejuvenece sin cesar, penetrando a la luz de la fe toda la verdad escondida en
el misterio de Cristo" (Dei Verbum, 24). El estudio de la Sagrada
Escritura debe ser, por tanto, como el alma de la mariología (cf. lb.,
24; Optatam totius, 16).
25. Además es imprescindible para la investigación mariológica el estudio de la
Tradición, ya que, como enseña el Vaticano II, "la Sagrada Tradición y la
Sagrada Escritura forman un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios,
confiado a la Iglesia" (Dei Verbum, 10). El estudio de la Tradición se
manifiesta, por lo demás, particularmente fecundo por la cualidad y cantidad del
patrimonio mariano de los Padres de la Iglesia y de las diversas liturgias.
26. La investigación sobre la Sagrada Escritura y sobre la Tradición, llevada a
cabo conforme a las metodologías más fecundas y con los instrumentos más válidos
de la crítica, debe ser guiada por el Magisterio, porque a él se le ha
encomendado el depósito de la Palabra de Dios para su custodia y su auténtica
interpretación (cf. ib., 10); y deberá ser confortada y
completada, si es el caso, con las adquisiciones más seguras de la antropología
y de las ciencias humanas.
27.
Considerada la importancia de la figura de la Virgen en la historia de la
salvación y en la vida del Pueblo de Dios, y después de las indicaciones del
Vaticano II y de los Sumos Pontífices, no puede pensarse en descuidar hoy la
enseñanza de la mariología: es preciso por tanto darle a esta enseñanza el
puesto justo en los seminarios y en las facultades teológicas.
28. Esta enseñanza, consistente en un "tratamiento sistemático", será:
a) orgánica, es decir, inserta en el plan de estudios del curso
teológico;
b) completa de manera que la persona de la Virgen sea considerada en la
historia íntegra de la salvación, es decir, en su relación con Dios; con Cristo,
Verbo encarnado, salvador y mediador; con el Espíritu Santo, santificador y
dador de vida; con la Iglesia, sacramento de salvación; con el hombre -sus
orígenes y su desarrollo en la vida de la gracia, su destino de gloria-;
c) respondiendo a los varios tipos de formación (centros de cultura
religiosa, seminarios, facultades teológicas...) y al nivel de los estudiantes:
futuros sacerdotes y maestros de mariología, animadores de la piedad mariana en
las diócesis, formadores de vida religiosa, catequistas, conferenciantes y
cuantos tienen el deseo de profundizar en los conocimientos marianos.
29. Una enseñanza ordenada de esa forma evitará presentaciones unilaterales de
la figura y de la misión de María, con detrimento de la visión de conjunto de su
misterio, y constituirá un estímulo para investigaciones profundas -por medio de
seminarios y redacción de tesis de licencia o doctorado- sobre las fuentes de la
Revelación y sobre los documentos del Magisterio. Además los distintos
profesores, con una oportuna y fecunda visión interdisciplinar, podrán realizar,
en el desarrollo de su enseñanza, los posibles datos referidos a la Virgen.
30. Es por tanto necesario que cada uno de los centros de estudios teológicos
-según la propia fisonomía- prevea en la Ratio studiorum la enseñanza de
la mariología en una forma definida y con las características indicadas más
arriba; y que, en consecuencia, los profesores de mariología tengan una
preparación adecuada.
31. En este sentido es oportuno recordar que las normas para la
aplicación de la Constitución Apostólica Sapientia christiana prevén la
licenciatura y el doctorado en teología con especialización en mariología (Esta
Congregación ha constatado con agrado que no son pocas las tesis de licenciatura
o doctorado en teología que tienen como objeto de investigación un tema
mariológico. Pero, convencida de la importancia de estos estudios y deseando
incrementarlos, la Congregación, en 1979, instituyó la "licenciatura y doctorado
en teología con especialización en mariología", cf. Juan Pablo PP. II,
Constitución Apostólica Sapientia christiana, 15 de abril, 1979,
Apéndice II, al artículo de las Normas, n. 12: AAS 71, 1979 pág. 520, que
pueden obtenerse actualmente en la Pontificia Facultad Teológica "Marianum". de
Roma y en el International Marian Research Institute -University of Dayton-
Ohio, U.S.A., incorporado al "Marianum").
32. Como
todas las disciplinas teológicas, también la mariología ofrece una ayuda
preciosa a la pastoral. En este sentido la Marialis cultus subraya que
"la piedad hacia la Santísima Virgen, subordinada a la piedad hacia el divino
Salvador y en conexión con Ella, tiene un gran valor pastoral y constituye una
fuerza renovadora de la vida cristiana" (Marialis cultus, 57).
También esa piedad mariana está llamada a dar su aportación en el vasto campo de
la evangelización (cf. Sapientia christiana, 3).
33. La investigación y la enseñanza de la mariología, y su servicio a la
pastoral tienden a la promoción de una auténtica piedad mariana, que debe
caracterizar la vida de todo cristiano y particularmente de aquellos que se
dedican a los estudios teológicos y se preparan para el sacerdocio.
La Congregación para la Educación Católica quiere llamar de modo especial la
atención de los formadores de seminarios sobre la necesidad de suscitar una
auténtica piedad mariana en los seminaristas, aquellos que serán un día los
principales agentes de la pastoral de la Iglesia.
El Vaticano II, cuando habla de la necesidad para los seminaristas de una
profunda vida espiritual, recomienda que ellos "con confianza filial amen y
veneren a la Santísima Virgen María, que Jesucristo muriendo en la cruz dejó a
su discípulo como Madre" (Optatam totius, 8).
Por su parte esta Congregación, en conformidad con las indicaciones del
Concilio, ha subrayado varias veces el valor de la piedad mariana en la
formación de los alumnos del seminario:
-en la "Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis" pide al
seminarista que "ame ardientemente, según el espíritu de la Iglesia, a la Virgen
María, Madre de Cristo unida a Él de una manera especial en la obra de la
redención" (Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis
institutionis sacerdotalis, Romae, 1985, 54 e);
-en la "Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación
espiritual en los seminarios" (6 de enero, 1980) observa que "nada
puede llevar (...) mejor que la verdadera devoción a la Virgen María, concebida
como un esfuerzo cada vez más completo de imitación, a la alegría de creer" (ib.,
Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación
espiritual en los seminarios, II, 4), tan importante para quien tendrá que
hacer de su propia vida un continuo ejercicio de fe.
El Código de Derecho Canónico, al tratar de la formación de los
candidatos al sacerdocio, recomienda el culto de la Santísima Virgen María,
alimentado con aquellos ejercicios de piedad con los que los alumnos adquieren
el espíritu de oración y fortalecen su vocación (cf. Codex luris Canonici,
can. 246, par. 3).
34. Con esta
Carta la Congregación para la Educación Católica quiere insistir en la necesidad
de dar a los estudiantes de todos los centros de estudio eclesiásticos y a los
seminaristas una formación mariológica integral que abarque el estudio, el culto
y la vida. Ellos deberán:
a) adquirir un conocimiento completo y exacto de la doctrina de la
Iglesia sobre la Virgen María, que les permita discernir la devoción verdadera
de la falsa, y la doctrina auténtica de sus deformaciones por exceso o por
defecto; y sobre todo que les abra el camino para completar y comprender la suma
belleza de la gloriosa Madre de Cristo;
b) alimentar un amor auténtico hacia la Madre del Salvador y Madre de los
hombres, que se exprese en formas genuinas de veneración y se traduzca en
"imitación de sus virtudes" (Lumen gentium, 67) y sobre todo, un decidido
empeño en vivir según los mandamientos de Dios y de hacer su voluntad (cf. Mt
7, 21; Jn 15, 14);
c) desarrollar la capacidad de comunicar ese amor con la palabra, los
escritos, la vida, al pueblo cristiano, cuya piedad mariana debe ser promovida y
cultivada.
35. Efectivamente, de una adecuada formación mariológica, en la que se unen
armónicamente el empuje de la fe y el empeño del estudio, se seguirán numerosas
ventajas:
-en el campo intelectual, porque la verdad sobre Dios y sobre el hombre,
sobre Cristo y sobre la Iglesia, se profundiza y se sublima por el conocimiento
de la "verdad sobre María";
-en el campo espiritual, porque esa formación ayuda al cristiano a acoger
e introducir a la Madre de Jesús "en todo el espacio de la propia vida interior"
(Redemptoris Mater, 45);
-en el campo pastoral, para que la Madre del Señor sea sentida
fuertemente como una presencia de gracia por el pueblo cristiano.
36. El estudio de la mariología tiende, como a su última meta, a la adquisición
de una sólida espiritualidad mariana, aspecto esencial de la espiritualidad
cristiana. En su camino hacia la plena madurez de Cristo (cf. Ef 4, 13),
el discípulo del Señor, consciente de la misión que Dios encomendó a la Virgen
María en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia, la toma como
"Madre y Maestra de vida espiritual" (cf. Marialis cultus, 21,
Collecto missarum de B. Maria Virgine, form. 32): con Ella y como Ella, a la
luz de la Encarnación y de la Pascua, imprime a la propia existencia una
decisiva orientación hacia Dios por Cristo en el Espíritu, para vivir en la
Iglesia la propuesta radical de la Buena Nueva y, en particular, el
mandamiento del amor (cf. Jn 15, 12).
Eminencia, excelencias, reverendos rectores de seminarios, reverendos
presidentes y decanos de las Facultades eclesiásticas, tenemos la esperanza de
que estas breves orientaciones sean debidamente acogidas por los profesores y
estudiantes, para que se puedan alcanzar los frutos deseados.
Augurando para todos la abundancia de las bendiciones divinas, nos profesamos,
devotísimos.
Roma, 25 de marzo de 1988.
Firman el documento, el Prefecto de la Congregación para la Educación Católica,
cardenal William Wakefield Baum, y el entonces Secretario arzobispo Antonio
María Javierre Ortas, s.d.b.