EL TERCER MILENIO COMO DESAFÍO PASTORAL
(Informe CELAM)

 

2.2. ¿Una nueva civilización?
2.2.1. Rasgos de la civilización emergente
2.2.2. Algunas consecuencias antropológicas
2.2.3. Una nueva dinámica social
2.2.4. Un proceso ambivalente

2.3. Los Megausentes
2.3.1. ¿Dónde van a dormir los pobres?
2.3.2. Emergencia indígena y afro

2.2. ¿Una nueva civilización?

Estamos viviendo en el umbral de una nueva civilización, donde los conocimientos, la información y las comunicaciones adquieren un valor estratégico para el desarrollo económico de los países, para la globalización de los mercados, para la gestión de los asuntos públicos y privados, y para el desempeño, la movilidad y la prosperidad de los individuos. Al transformarse el conocimiento, la información y las comunicaciones en el recurso crucial para la producción, la política y las relaciones humanas, aquellas personas, grupos humanos e instituciones que más directamente trabajan con ese recurso llegan a ser una parte cada vez más importante de las sociedades. Así, por ejemplo, los denominados analistas simbólicos - y sus instancias de formación, trabajo y difusión - pasan a ser el sector más dinámico de la nueva civilización postindustrial.

2.2.1 Rasgos de la civilización emergente

La progresiva globalización de todas las esferas de la actividad humana porque el espacio de la praxis se reduce y se reorganiza bajo la forma de redes de interacción que son, todas ellas, potencialmente globales.

El rápido aumento de la velocidad de todos los procesos humanos que ahora funcionan en tiempo real, bajo el predominio neto de la instantaneidad y la simultaneidad. El tiempo se comprime literalmente y se reorganiza bajo la forma de eventos coetáneos, produciendo la sensación, en el límite, de que todo tiene lugar aquí y ahora.

La reordenación del espacio y del tiempo bajo el imperio de la globalización y la aceleración hacen emerger a la superficie de la conciencia humana, por primer vez, el carácter sistemático de todos los fenómenos humanos. Se empieza a vivir en un medio ambiente que es predominantemente creado, artificial, manipulable - un bosque de símbolos - donde todos los elementos se hallan interconectados, operan en red e interactúan entre sí.

Esta situación plantea con renovada intensidad la relación de la persona humana con su hábitat natural. La evolución produce, en la civilización global de la información y de las comunicaciones, una nueva y más compleja relación entre la cultura y la naturaleza. La cultura se autonomiza; la naturaleza se subordina al proyecto civilizador del desarrollo incesante de las fuerzas productivo-tecnológicas. El medio ambiente se percibe, también por primera vez, como un límite que debe ser preservado pero que puede ser transgredido.

El poderío humano se desplaza desde el dominio de la tierra y las máquinas al dominio de las claves de la evolución; por una parte, la manipulación genética, y, por otra parte, la ingeniería de las conciencias. Ciertamente, el máximo poderío, como también el máximo riesgo, hasta hoy conocidos. En el umbral de la nueva civilización dos anhelos alcanzan así su máxima tensión: el deseo de controlar el mundo natural hasta en los designios de la biología, y el deseo de preservar en medio del despliegue de ese control técnico las virtudes de lo humano (un sentido ético de la vida, la ternura y el amor, el cuidado por los otros, la solidaridad frente al dolor, el respeto por lo sagrado).

La subsistencia humana en este nuevo hábitat supone, por una parte, un incremento generalizado de la reflexividad que guía los procesos sociales y un permanente aprendizaje para adaptarse a nuevas situaciones; y, por la otra, el desarrollo de las capacidades, a nivel individual y colectivo, para hacer sentido de lo que sucede en el entorno y poder así asumir de maneras no-destructivas las mayores posibilidades de la libertad. Por consiguiente, se está en el tránsito desde un estadio de saberes estables y escasos a un estadio de saberes en flujo y abundantes. De hecho, se observa un constante proceso de transformación, adaptación e innovación dentro de todos los sistemas que conducen ese tránsito desde una civilización de producciones industriales masivas, en torno al progreso de las máquinas, a una civilización de servicios de conocimiento, su transmisión y aplicación, en torno al progreso de los programas de todo tipo.

Es la mutación del hardware al software, de la ingeniería de productos al diseño de los procesos, del énfasis en los recursos naturales al énfasis en los recursos simbólicos, del medio al mensaje, de la memoria humana al archivo informatizado, de la producción a la conversación, del orden jerárquico al orden de las redes, de las transmisión lenta a la rápida difusión de señales a la velocidad de la luz, del control burocrático externo al control interno de las esferas de la libertad, de la regulación administrativa a la autorregulación ética.

Progresivamente, la economía mundial desplazaría también su centro dinámico de gravedad desde la industria de las cosas (automóviles, aerospacial, de bienes duraderos de consumo) hacia la industria de las ideas y los mensajes (en general, programas, que incluye tanto las rutinas automatizadas para la producción de cosas como la producción de contenidos simbólicos, entretenciones, información, diseños, modas, etc.). Un mundo desencantado por la industrialización y la masificación de sus pautas de producción y consumo, empieza a reencantarse por la elaboración simbólica de los mercados, por las nuevas ofertas de mensajes transmitidos, por los desafíos éticos de la bio-ingeniería y la difusión pública de un imaginario colectivo ligado antaño a la libido privada (sexo, violencia, perversión, locura).

Algo similar es previsible en la dimensión organizativa de la sociedad del futuro. El Internet es probablemente una de las expresiones más interesantes del modelo emergente en este campo. Por de pronto, está la rapidez de su expansión. Cada año, desde 1988, ha estado creciendo al doble de su tamaño. Se hallan conectados a esta red algo así como 60 millones de personas, según las estimaciones más recientes. Si continúa su actual tasa de crecimiento (cosa prácticamente imposible), en el año 2003 la cantidad total de usuarios del Internet excedería a la de la población mundial.

Sin embargo, lo importante estriba en el hecho de que esta red globalizada representa tres características de una nueva arquitectura social que con el tiempo podría llegar a ser predominante a nivel global.

En primer lugar, se trata de un sistema auto-organizado porque nació y se ha desarrollado sin un centro motor, sin planificación centralizada ni cuenta con un control ejercido desde arriba. Es por lo mismo una arquitectura horizontal y no-jerárquica, todo lo contrario de los modelos burocráticos de organización a los que se está acostumbrado. En seguida, es una red abierta al que desee conectarse. Para participar no hay que pedir permisos especiales ni se requiere mostrar credenciales de algún tipo. Se toma o se deja a voluntad del usuario. Nadie está forzado a moverse en una dirección predeterminada una vez que ingresa a la red.

Por último, es una arquitectura interactiva. Al ingresar uno se pone en contacto; entra a una situación que se denomina estar en la red. Cada nuevo miembro aprovecha la totalidad del espacio comunicativo disponible. Mientras más personas ingresan, mayor es el valor de toda la red.

2.2.2. Algunas consecuencias antropológicas

Desde el punto de vista de las personas expuestas a esta revolución civilizatoria, se pueden prever algunos fenómenos a la luz de los antecedentes empíricos hoy disponibles. El individuo, que en el plano socio-político y cultural, se definió primero como súbdito y vasallo, luego como ciudadano formalmente igual, y después como miembro de una masa colectiva que participa por el voto y la demanda, pasa a constituirse hoy, además que como ciudadano y partícipe en comunidades de demanda, como miembro de variados públicos y como parte de redes de diverso tipo. En tanto que público, co-participa en un mercado de mensajes e información que marcha aceleradamente hacia la segmentación en torno a diversos objetos de satisfacción (contenidos especiales, gustos, estéticas, sintonías, ondas, etc.); en tanto que miembro de redes, se introduce (activa o pasivamente) en un mundo de conversaciones y participa de un universo en expansión de intercambios simbólicos de diferente naturaleza.

Por tanto, se observará un ensanchamiento de sus opciones de participación y consumo simbólicos, que conlleva el ocaso de las audiencias masivas y de los patrones de estandarización industrial de los mensajes. Al aumentar las ofertas, aumentan también las posibilidades de dirigirlas más focalizadamente a una diversidad de públicos. Los intereses humanos - tendencialmente innumerables - adquirirán una expresión hasta ahora desconocida, lo que aumentará en la superficie de las sociedades, y en la profundidad de las conciencias, la praxis del pluralismo cultural. La civilización del futuro será simbólicamente politeísta, y las grandes religiones monoteístas adquirirán un mayor colorido y variedad en su interior. Algo similar ocurrirá en el plano de los mitos, de las leyendas, de las artes, de las convenciones, de las relaciones humanas, y en todos los niveles y aspectos de la existencia cotidiana.

La cuestión tradicional de la identidad personal y social tendrá que elaborarse con nuevos materiales y bajo nuevas formas. Probablemente, existirá un doble movimiento: por una parte, hacia la afirmación de los núcleos duros de identidad, amenazados por el pluralismo ambiental, tanto a nivel personal como societal; por otra parte, hacia la absorción elegida de elementos de identidad como hacen los jóvenes cuando se apropian de modas, de estilos musicales, o se identifican con causas locales, con subculturas, con idiomas expresivos, etc. Por ende, será una civilización de luchas en torno a la identidad: identidades de nación, de etnias y generaciones, de estratos y estamentos, de grupos, de iglesias, de culturas, de tradiciones, de opciones éticas, etc. Se incrementarán los elementos electivos de identidad en todos los aspectos, desde la relación de pareja hasta la incorporación en estamentos de consumo, produciéndose por doquier procesos de hibridación, de entrecruzamiento, de flujo, de demarcaciones comunitarias, de adscripciones móviles, de apuesta a proyectos, de rotación de compromisos, de movilidad ocupacional, etc.

En el fondo, se replanteará el asunto esencial de toda cultura: dónde se hallan situados sus límites internos de clasificación y de qué forma se establecen las relaciones de oposición y vecindad entre las diversas culturas. La humanidad tendrá que aprender - dentro de una civilización sujeta a intensos procesos de globalización, de aceleración, de retroalimentación sistemática, de artificialización de su medio ambiente, de control técnico de las claves del proceso evolutivo, y de destradicionalización, y a la luz de estos fenómenos - cómo asumir las cuestiones básicas: la de los valores y reglas morales, la cuestión de lo privado y lo público, de qué es sagrado y qué es secular, o dónde limita la libertad de uno con la responsabilidad respecto de los demás, etc.

2.2.3. Un nueva dinámica social

Gran parte de las dinámicas culturales, y la mayor parte de su base económica, se constituye más del lado del mercado que del Estado, más desde la esfera privada que desde la esfera pública, más en función de redes descentralizadas que de iniciativas centralizadas, más desde abajo que desde arriba, más en un marco globalizado que dentro de las fronteras nacionales. Todo esto choca con el modelo tradicional de una comunicación organizada en torno a las expresiones del soberano y la soberanía, trátese de los monarcas o, más adelante, del Estado-nación.

La comunicación del futuro, como muestran desde ya el Internet o la televisión interactiva y la satelital y de cable, no podrán sujetarse fácilmente al control centralizado de los agentes del Estado. La regulación pública desplazará su centro, cada vez más, hacia la autorregulación privada. Las normas administrativas de control y tráfico de señales deberán ser sustituidas, progresivamente, por códigos éticos internalizados en el punto de producción, de transmisión y de recepción.

Los antiguos parámetros de control - sobre la propiedad de los medios, el espectro radioeléctrico y el origen y corrección de los contenidos - parecerán de pronto obsoletos. Se tendrá que habituar a un mundo de canales ilimitados para transmitir, de multi-medios, de innumerables ofertas, de contenidos que circulan globalmente, de públicos fragmentados y conscientes de sus derechos, de personas que se convierten en emisores por su cuenta y riesgo y crean, por propia iniciativa, redes de información y conversación. Las fronteras territoriales, en particular, serán considerados como especialmente inapropiadas para estos fenómenos de intercomunicación global. Por grande que sea la imaginación de los burócratas locales para establecer reglas y barreras, ella siempre será inferior a la capacidad de millones de individuos dispuestos a usar discrecionalmente las nuevas tecnologías de elaboración y transmisión de mensajes (así, por ejemplo, los zapatistas aprovecharon el Internet para su causa).

El contacto entre diversas culturas ha sido desde antiguo un motor de cambio y de la difusión de novedades e innovaciones. Ninguna cultura ha existido en el encierro total, pudiendo liberarse de toda influencia foránea. Sin embargo, en adelante esos fenómenos de interconexión de unas culturas por otras alcanzarán proporciones desconocidas hasta el presente. Las aldeas más apartadas estarán en condiciones de comunicarse entre sí y con el resto del mundo a través del tráfico de los satélites. El comercio de símbolos será muchas veces mayor que el intercambio de productos. Las convenciones tarifarias y aduaneras que rigen para estos últimos no podrá aplicarse a aquel otro comercio, mil veces más veloz, liviano y sutil.

2.2.4. Un proceso ambivalente

Sin embargo, esta nueva civilización del conocimiento, de la información y de las comunicaciones no será por sí sola la base de un orden global más equitativo en cuanto a la distribución de sus elementos esenciales. Por el contrario, la estructura fundamental de la emergente aldea global está marcada por profundas desigualdades.

Mientras en el mundo hay todavía cerca de 800 millones de analfabetos, casi todos en la parte subdesarrollada del mundo, los países industrialmente avanzados gastan cinco veces más en educación que los países en vías de desarrollo, y cerca de veinte veces más por alumno, considerando todos los niveles desde el preescolar hasta el terciario.

Mientras los países desarrollados reúnen el 85% de los científicos e ingenieros que trabajan en la investigación y el desarrollo, y gastan el 96% del total mundial destinado a esas actividades, los países en vías del desarrollo sólo cuentan con un 15% del personal de investigación y concurren con un 4% al gasto global invertido en tales actividades. Por lo mismo, el 95% de los artículos científicos internacionalmente registrados se originan actualmente en los países industrializados.

Mientras el mundo desarrollado, con un 23% de la población mundial, produce cerca de un 75% de los libros editados cada año, el mundo subdesarrollado, con un 77% de la población mundial, produce sólo un 25% de los libros. Mientras en el mundo desarrollado circulan 279 periódicos diarios por cada mil habitantes, en el resto del mundo la proporción es de 44 diarios por cada mil habitantes.

Mientras cada año el mercado de servicios de telecomunicaciones crece y se expande, únicamente seis países concentran más de las tres cuartas partes del negocio. Y, cuatro de esos seis, controlan también tres cuartas partes de las tecnologías y la producción industrial del sector.

Mientras cientos de millones de personas pueden compartir un mismo evento televisado si acaso se tiene acceso a la lingua franca de la modernidad (el inglés), el mundo reduce inexorablemente su patrimonio lingüístico. Los lingüistas sostienen que sólo 600 de los lenguajes que se han heredado de la presencia humana sobre la tierra están fuera de todo peligro y tienen cierta seguridad de subsistir. Por el contrario, se piensa que los restantes 5.600, o sea un 90% de los lenguajes que hoy se hablan en el mundo, se hallan amenazados de extinción durante los próximos cien años. Lo dramático es que los lenguajes, una vez que desaparecen, no se vuelven a recuperarse, y con ellos también desaparecen las huellas de culturas y pueblos que un día fueron parte de la historia humana.(1)

Mientras en los países desarrollados hay entre 50 y 75 teléfonos por cada 100 habitantes; en Uganda, Tanzania y Haití tal proporción es de uno o menos. En Perú es de 3 y en Chile de 13.

Mientras en los países industrializados el promedio de televisores y radiorreceptores es de 50 y 97 por cada cien habitantes, respectivamente; en los países en desarrollo las cifras correspondientes apenas alcanzan a 6 y 18.

Por consiguiente, la estructura de la globalización del conocimiento y de las comunicaciones sigue los mismos patrones que la estructura de distribución de la riqueza y el poder a nivel mundial. Los principales flujos de información, conocimientos y publicidad se originan en el centro y se expanden desigualmente hacia la periferia. El resultado es que la mayoría de las narraciones que hoy escuchamos no las relatan ni los padres, ni las escuelas, ni la iglesia, y en muchos lugares tampoco el país natal o los Estados Unidos, sino un puñado de conglomerados transnacionales que tienen algo que vender por televisión(2).

Alterar esta situación es una posibilidad de la nueva civilización emergente, pero no es su destino ni nada automático lo que la impulsará en tal sentido. Como siempre, será una elección (un gesto de política, un sentido de superación y de fraternidad, la prevalencia del sentido ético) lo único que la podrá encaminar en una dirección distinta.

Así, el gran desafío pastoral en una situación de crisis valórica consiste principalmente en la realización de un discernimiento para distinguir entre lo involutivo (expresiones de ausencia o de menor sensibilidad valórica) y lo evolutivo (expresiones de una emergente o distinta sensibilidad valórica) para llamar la atención sobre lo primero y construir sobre lo segundo.

La búsqueda de la verdad es una tendencia que se abre paso en todos los ámbitos del acontecer humano. El auge de la mentira, del engaño y de la corrupción han despertado el legítimo deseo de poseer certezas básicas que permitan comenzar a construir un mundo nuevo. Para ello despiertan actitudes nuevas frente a los valores, a los principios, a las conductas.

Hay una justificada expectativa por el despertar de la ética, que se percibe como el resultado de la revitalización de los valores que demandan a su vez testimonios y compromisos ciertos. Esta revitalización permite realizar un examen de conciencia de una sociedad consumista que exigía haber renunciado a ella para establecer su imperio. La lucha contra la corrupción, la búsqueda de la verdad - así ella se haga por caminos y métodos inusitados para nosotros y nuestras costumbres - y el anhelo de un cauce ético que permita no sólo confiar en los otros sino también en nosotros, se está convirtiendo en la utopía del paso del siglo porque ha ganado terreno la convicción de que sólo la ética genera las razones y el ambiente propicio para establecer y desarrollar la convivencia.

2.3. Los Megausentes

En este umbral de la civilización del Tercer Milenio es preciso preguntarse en nombre de la humanidad: ¿en este horizonte del año dos mil están todos incluídos en el proyecto? La universalidad es tal en cuanto incluye a todos.

2.3.1. ¿Dónde van a dormir los pobres?

Es nuestra responsabilidad de Pastores cuidar por el bienestar de todos y cada uno en nuestros países. Esto significa ser los ojos del ciego y los pies del cojo(3). Por ello, nos preguntamos ¿dónde van a dormir los pobres en esta naciente civilización?(4) ¿Hay cabida para ellos? ¿De qué civilización se habla si produce un éxodo y si se construye tan sólo para algunos?

La calidad humana de una civilización se mide por su capacidad de integrar a todos(5) en su proyecto que se construye sobre los valores humanos y humanizantes(6), porque el progreso es tal en cuanto se expresa en términos de mejora de la calidad de vida en la auténtica realización de todas las personas. El auténtico desarrollo es incluyente en su alcance y humanizante en su horizonte.

La rápida urbanización se ha convertido en la tendencia demográfica dominante de las últimas décadas del siglo veinte y lo seguirá siendo bien entrado el siglo veintiuno. Los residentes de las ciudades se concentrarán cada vez más en conglomerados urbanos muy grandes. La principal fuerza que impulsa la urbanización no es ya como en el pasado la industrialización; la tasa de crecimiento de la población del continente ha sido de 3.6% por año, tasa que ha de mantenerse al menos durante un par de décadas más, lo cual representa un tiempo de duplicación de la población urbana. Las presiones demográficas agravarán la agobiante pobreza endémica de las ciudades; los tugurios y barrios precarios en muchas de las ciudades están creciendo a ritmos elevados; los riesgos ambientales son considerables; el déficit de vivienda es cada vez más agudo.

La brecha entre los ricos y los pobres se hace más grande en la medida en que las clases medias se pauperizan. La llamada movilidad social parece agotada como proceso social, ya que los pobres no cuentan con las oportunidades educativas, laborales y salariales para superar su condición.

La creciente privatización introduce una nueva categoría social: los excluidos. Si antes se distinguía entre los ricos (los que tienen más) y los pobres (los que tienen menos), la privatización significa que aquellos que no participan del sistema (salud, educación, vivienda, conocimiento, información, comunicación, etc.) quedan fuera porque no pueden obtener estos beneficios (sin acceso a la atención médica, analfabetos, sin casa ni dirección, etc.).

La situación de pobreza seguirá favoreciendo la emigración del campo a la ciudad, como también a los Estados Unidos (aunque sea en forma ilegal), contribuyendo al narcotráfico y al crimen.

2.3.2. Emergencia indígena y afro

El mundo indígena, en la medida que no se integra o no es integrado por la sociedad, queda excluido de todo proceso de modernización. Nuestros países tienden a definir la cultura dominante a partir de un grupo social sin crear una identidad nacional a partir de una pluralidad cultural. Por ello, se da la paradoja de un creciente respeto por el mundo indígena pero una resistencia a incluirlo en la configuración de la sociedad aceptando su diferencia.

Al hablar del mundo indígena no se hace referencia a lo folklórico (sería una falta de respeto) ni a lo arqueológico (demostraría una carencia del sentido histórico), sino a personas concretas y grupos humanos con una cultura milenaria que, lamentablemente, han sido, demasiadas veces, condenadas a vivir en situaciones de marginación y pobreza por querer conservar su propio estilo de vida y respetar sus tradiciones.

La persona indígena ha crecido en la aceptación de su forma de ser, de pensar y de sentir, fortaleciendo y retomando los valores fundamentales de su propia cultura. Esta autoestima ha permitido el ingreso del indígena como tal en las organizaciones sociales, exigiendo mayor participación en la vida política.

El mundo indígena se encuentra en un proceso creciente de rescate de sus propios valores, una siempre mayor conciencia de su identidad, una promoción intelectual con agentes propios, una mayor participación política, y una conciencia más nítida de la relación entre la identidad y el derecho de sus pueblos.

No obstante, la debilidad de este proceso reside en la proliferación de las organizaciones que dificultan la posibilidad de un movimiento coordinado y cohesionado, la distancia entre la conciencia de los líderes y la de la propia población indígena, y un trabajo de profundización de la propia cultura financiado por agentes externos que imponen sus prioridades.

Con todo, el fortalecimiento del movimiento indígena está apoyado por la tendencia mundial de respetar los distintos valores culturales, consciente de que cada cultura tiene su propia contribución al tejido cultural universal. El gran desafío para el Tercer Milenio consiste en mantener y cultivar los valores de los diversos grupos indígenas, teniendo una visión abierta de una comunidad nacional pluricultural.

Entre los grandes logros de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, ha sido el apoyo amplio que Santo Domingo ha dado a los planteamientos de la pastoral indígena; apoyo que debemos acoger con espíritu agradecido especialmente quienes, por designio de Dios, estamos puestos para servir pastoralmente a la causa de los pueblos indígenas y afroamericanos de nuestro continente.

No existen en la Iglesia documentos a nivel del CELAM que hayan dado un espacio y valoración a la cuestión indígena como Santo Domingo. Por eso, seguramente, el Documento de Santo Domingo pasará a la historia como la Conferencia de la inculturación del Evangelio y de la pastoral indígena.

Además, al mostrar Santo Domingo que los indígenas forman una unidad con los afroamericanos y mestizos, en el gran tema de los Pueblos con Culturas Propias diversas de la dominante, para los que la Iglesia plantea como respuesta evangelizadora la inculturación del Evangelio, se estaba dando un salto cualitativo respecto al modo de abordar esta realidad. Ya no como la problemática de un sector insignificante, "enclaves detenidos en el pasado"(7) o de "los más pobres entre los pobres"(8), sino como "la base de nuestra cultura actual"(9) ya que América Latina es "un continente multiétnico y pluricultural" con una "singular identidad (…) conjunción de lo perenne cristiano con lo propio de América", donde "mirando la época histórica más reciente, nos seguimos encontrando con las huellas vivas de una cultura de siglos"(10).

Se puede afirmar que en Santo Domingo la Iglesia tomó conciencia no de que hay indígenas, negros y mestizos en América Latina - que ella ya sabía -; sino que América Latina es, en su identidad más profunda, indígena, negra y mestiza. Lo cual constituye una percepción radicalmente distinta. Además, en Santo Domingo se reconoció que los indígenas son pueblos "poseedores de innumerables riquezas"(11), que constituyen una reserva de humanidad, donde pueden ir a "refontanarse" los demás seres humanos y la misma Iglesia.


1. Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, (1987), No 28: "Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada".

2. Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, (1987), No 28: "Tener objetos y bienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a la maduración y enriquecimiento de su ser, es decir, a la realización de la vocación humana como tal".

3. Documento de Puebla, No 398.

4. Documento de Puebla, No 34.

5. Documento de Santo Domingo, Mensaje, No 38.

6. Documento de Santo Domingo, Nos 244, 18, 21.

7. Documento de Santo Domingo, Mensaje, No 38.

8. Is 43, 14 - 21.

9. Cf. Gén 19, 26.

10. Cf. Mt 8, 22; Lc 9, 60.

11. "Es propio de la Iglesia entablar diálogo con la sociedad humana en la que vive. Por eso, es tarea, sobre todo, de los obispos acercarse a los hombres y buscar e impulsar el diálogo con ellos. En estos diálogos acerca de la salvación han de ir siempre unidas la verdad con la caridad, la inteligencia con el amor. Para ello es necesario que se caractericen por decir las cosas con humildad y delicadeza, y por la debida prudencia, unida, sin embargo, a la confianza. Esta, en efecto, por su naturaleza, une los espíritus, pues favorece la amistad" (Christus Dominus, No 13).


1. Cf. Steven Pinker, The Language Instinct, (New York: Harper Collins, 1995).

2. George Gerbner, "Cultura Pop: imágenes y temas", en Revista Facetas 39 (1993) p. 60.

3. Ver Job 29, 15.

4. Ver Ex 22, 26.

5. Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, (1987), No 28: "Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada".

6. Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, (1987), No 28: "Tener objetos y bienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a la maduración y enriquecimiento de su ser, es decir, a la realización de la vocación humana como tal".

7. Documento de Puebla, No 398.

8. Documento de Puebla, No 34.

9. Documento de Santo Domingo, Mensaje, No 38.

10. Documento de Santo Domingo, Nos 244, 18, 21.

11. Documento de Santo Domingo, Mensaje, No 38.