CONCILIO PLENARIO DE LA AMÉRICA LATINA

 

LETRAS APOSTÓLICAS
EN QUE SE DECLARA AUTÉNTICA LA VERSIÓN CASTELLANA

 

AL VENERABLE HERMANO JOSÉ MARÍA IGNACIO
OBISPO DE SAN LUIS DE POTOSÍ

PÍO PAPA DÉCIMO

Venerable Hermano, salud y Bendición Apostólica. Nuestro Predecesor León XIII, juzgó que sería sumamente útil acceder a los deseos manifestados, tanto por los Obispos, como por los fieles, de la América Latina, de que se tradujeran al castellano las Actas y Decretos del Concilio Plenario de aquella región; y te confió el encargo de hacer la versión, con la reserva de que sólo saliera a luz, cuando pareciera oportuno a la Sede Apostólica. Y habiendo llegado esta oportunidad; vemos que has dado la última mano a la obra, con empeño singular y de veras diligente, merced al cual presentas un libro en que resplandece ese estilo, que te ha conquistado fama en América y en España, hasta el punto de que merecieras, hace ya muchos años, ser nombrado socio de la Real Academia Española. Además, con tu acostumbrada laboriosidad y eficacia, no sólo te has encargado de la traducción, sino también de la impresión del libro, anhelando llevar a cabo la empresa con tal esmero, que resultara digna del inolvidable Concilio. Por lo cual, te tributamos grandes y merecidos elogios por haber terminado una obra de tanta importancia; y deseando reconocer y atestiguar públicamente, atendiendo al interés general, el insigne mérito de la traducción, la declaramos auténtica y, no sólo conforme al texto original del Concilio, sino a la altura, en todo y por todo, de Nuestras esperanzas. Por último, en testimonio de paternal afecto y como prenda de gracias divinas, te damos cariñosamente la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, a 27 de Marzo de 1906, año tercero de Nuestro Pontificado.

PÍO PAPA X


 

LETRAS APOSTÓLICAS PUBLICANDO Y PROMULGANDO LOS DECRETOS DEL CONCILIO PLENARIO DE LA AMÉRICA LATINA

LEÓN PAPA XIII

Deber y sagrada obligación de los Romanos Pontífices es proteger la Iglesia de Cristo en su vastísima extensión, y promover sus intereses en todas las regiones de la tierra. Nos, por tanto, a quien, aunque sin mérito alguno, la divina Providencia ha confiado tan altos destinos, ni un momento hemos permitido que a las escogidas Repúblicas de la América Latina, falten los cuidados y los desvelos que hemos prodigado a las demás naciones católicas. Así como, en todos tiempos, hemos dictado las medidas más oportunas, para que en todas ellas brillen cada día más y más el esplendor de la cristiana piedad y el vigor de la eclesiástica disciplina, así también recientemente hemos excitado a todos sus Arzobispos y Obispos, a que tomaran la determinación de congregarse en Concilio Plenario. Bien comprendíamos su grande utilidad y suma eficacia; porque nadie mejor podía conocer las necesidades de cada una de sus Iglesias, que aquellos designados por el Espíritu Santo para gobernarlas; y la mutua comunicación de los pareceres de tantos Pastores, no podía menos que añadir eficacia y valor a sus esfuerzos para apartar de los fieles los peligros, robustecer la disciplina y proveer al bienestar del clero y del pueblo. Unánimes estuvieron los Obispos con respecto a la celebración del Concilio; y dándonos una nueva prueba de su obediencia y adhesión a la Cátedra de San Pedro, opinaron que en ningún lugar mejor que en Roma, y a Nuestra vista, debería reunirse la sagrada Asamblea. En tal virtud, Nos, con Nuestras Letras Apostólicas Cum diuturnum, expedidas el día 25 de Diciembre de 1898, convocamos para Roma el referido Concilio. A su debido tiempo se reunieron los Prelados. Con la misma conformidad de pareceres con que, a pesar de la diversidad de nacionalidades, dieron principio a sus graves tareas; con la misma las continuaron y felizmente las llevaron a cabo. Ni fueron menores que la concordia la buena voluntad y el asiduo trabajo; así es que a nadie maravilló que el Concilio se acabase en breve tiempo; y que las materias que se proponían, después de una prudente discusión, se decretasen bajo la forma de justas leyes y graves sentencias. Durante la celebración del mismo Concilio, no cesaron los Padres de darnos pruebas inequívocas de su piedad filial y veneración; y más de una vez expresamos en público Nuestra complacencia y agradecimiento por tales manifestaciones. Para dar un nuevo testimonio de benevolencia a Nuestros Venerables Hermanos, nombramos una Congregación especial de Cardenales de la Santa Iglesia Romana, a quienes mandmos que a nombre Nuestro y con Nuestra autoridad, revisaran los Decretos del Concilio. Lo cumplieron después de maduro examen y largos estudios; y Nos accediendo a los deseos de los Padres del primer Concilio Plenario de la América Latina, por las presentes Nuestras Letras, publicamos los Decretos del mismo Concilio ya revisados por la Sede Apostólica, y al mismo tiempo decretamos, que por estas Letras Apostólicas, y sin que obste nada en contrario, en toda la América Latina y en cada una de sus diócesis, dichos decretos se tengan universalmente por publicados y promulgados, y puntualmente se observen. Quiera Dios que las disposiciones decretadas por tantos Pastores, con singular prudencia y afecto, y por Nos revisadas, cedan en provecho y esplendor de todas y cada una de esas Iglesias.

Dado en Roma, sellado con el anillo del Pescador, el primer día del mes de Enero del año de mil novecientos, vigésimo segundo de Nuestro Pontificado.

LEÓN PAPA XIII


 

LETRAS APOSTÓLICAS
CONVOCANDO EL CONCILIO PLENARIO DE LA AMÉRICA LATINA

A NUESTROS VENERABLES HERMANOS LOS ARZOBISPOS Y OBISPOS
DE LA AMÉRICA LATINA LEÓN PAPA XIII.

VENERABLES HERMANOS SALUD Y BENDICIÓN APOSTÓLICA

Al repasar en la memoria el larguísimo curso de Nuestro Pontificado, se nos figura que nada hemos omitido, en ninguna ocasión, que pudiera servir para consolidar en esas naciones, o extender el Reino de Cristo. De cuanto, con el favor divino, hemos llevado a cabo hasta hoy en favor vuestro, os queda la memoria y el reconocimiento, Venerables Hermanos; pues a vuestra diligencia y solicitud encomendamos, y no en vano, la ejecución de Nuestras soberanas providencias. Hoy, empero, realizando lo que hace tiempo deseábamos con ansia, queremos daros una nueva y solemne prueba de Nuestro amor hacia vosotros. Desde la époa en que se celebró el cuarto centenario del descubrimiento de América, empezamos a meditar seriamente en el mejor modo de mirar por los intereses comunes de la raza latina, a quien pertenece más de la mitad del Nuevo Mundo. Lo que juzgamos más a propósito, fue que os reuniéseis a conferenciar entre vosotros con Nuestra autoridad y a Nuestro llamado, todos los Obispos de esas Repúblicas. Comprendíamos, en efecto, que comunicándoos mutuamente vuestros pareceres, y juntando aquellos frutos de exquisita prudencia, que ha hecho germinar en cada uno de vosotros una larga experiencia, vosotros mismos, podríais dictar las disposiciones más aptas para que, en esas naciones, que la identidad, o por lo menos, la afinidad de raza debería tener estrechamente coligadas, se mantenga incólume la unidad de la eclesiástica disciplina, resplandezca la moral católica y florezca públicamente la Iglesia, merced a los esfuerzos unánimes de todos los hombres de buena voluntad. A llevar adelante Nuestros proyectos, Nos estimulaba igualmente el considerar que, cuando os pedimos vuestra opinión, acogisteis la idea con ardiente entusiasmo. Cuando llegó el momento de ejecutar Nuestros propósitos, os dimos a escoger el lugar en que había de celebrarse el Concilio. La mayor parte de vosotros nos manifestó que preferiríais reuniros en Roma, entre otros motivos, porque a casi todos era mucho más fácil el viaje a esta Dominante, que a alguna otra ciudad de América, siendo allí largas las distancias e imperfectas las vías de comunicación. No pudimos menos que acceder, de muy buena voluntad, a esta opinión pro vosotros manifestada, tanto más cuanto que era indicio bien claro de vuestro amor a la Santa Sede Apostólica. Duélenos tan sólo, que por la estrechez a que las adversas circunstancias Nos han reducido, no podremos trataros durante vuestra permanencia en Roma, con aquella liberalidad y hospitalaria largueza que quisiéramos. Por tanto, hemos mandado ya a la Sagrada Congregación establecida para interpretar los Decretos del Sínodo Tridentino, que expida la convocatoria para el Concilio de todos los Obispos de las Repúblicas de la América Latina, que ha de reunirse en Roma el año próximo, y dicte con oportunidad el reglamento a que debe sujetarse.

Entretanto, en prenda de celestiales favores, y en testimonio de Nuestra benevolencia, enviamos con toda Nuestra alma la Bendición Apostólica, a vosotros, Venerables Hermanos, y al clero y al pueblo a cada uno de vosotros encomendado.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el mismo día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, del año de 1898, 21o. de Nuestro Pontificado.

LEÓN PAPA XIII


DECRETOS DEL CONCILIO

EN EL NOMBRE DE LA SANTÍSIMA E INDIVIDUA TRINIDAD
PADRE E HIJO Y ESPÍRITU SANTO. AMÉN

Decreto de la Consagración del Concilio Plenario de la América Latina,
al Sagrado Corazón de Jesús y a la Purísima Virgen María

Fórmula de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús
Añadirá luego el Reverendísimo Presidente del Concilio:

Por cuanto el inefable amor de Jesucristo nos ha congregado en esta santa asamblea para que demos cima a las buenas obras que la Divina Providencia exige de nosotros, es decir para que promulguemos justos decretos y fallemos con rectitud, Nos, los Padres de este Concilio Plenario, en el comienzo mismo de nuestros trabajos, alzamos los ojos hacia aquel monet santo de donde nos ha de venir el socorro, a la divina enseña de feliz augurio que hoy de una manera más solemne acaba de desplegar a nuestra vista Nuestro Santísimo Padre el Papa León XIII, al Corazón Sacratísimo de Jesús, que resplandece sobre la Cruz y entre las llamas divinas con fulgor vivísimo. En El colocamos nuestra esperanza, a El pedimos y de El esperamos la salvación del clero y del pueblo a Nos cometido, y a El queremos, proclamamos y solemnemente declaramos que quede ofrecido y consagrado el Concilio Plenario de la América Latina. Acogiéndonos al dulcísimo Corazón de Jesús, imploramos su infinita misericordia confesando unánime y humildemente los pecados de nuestros pueblos, que tantas veces han provocado la ira del Señor; y llorando y procurando reparar solemnemente todas las culpas del siglo que está para expirar, damos las más rendidas gracias al mismo Divino Corazón, por todos los beneficios que hasta hoy ha prodigado a nuestras ciudades y diócesis.

Ofrecemos igualmente, donamos y con irrevocable consagración consagramos el Concilio Plenario y el clero y pueblo todo de la América Latina, a la Santísima Virgen María, Patrona principal y universal de nuestros Estados, bajo el misterio de su Concepción Inmaculada; implorando la valiosa protección de esta Madre amantísima, con el amparo de su castísimo y santo esposo José, a quien nuestra América Latina se halla ligada con antiguos vínculos de culto singular y filial piedad. Invocamos a la intercesión de los Santos Protectores de la América Latina, principalmente de Santo Toribio de Lima, que es el Astro más luciente del episcopado del Nuevo Mundo; de San Felipe de Jesús, protomártir de América, de los Bienaventurados Ignacio de Acevedo y compañeros mártires, que derramando su sangre por la fe, consagraron el Brasil al Señor; de los Santos Francisco Solano, Pedro Claver y Luis Beltrán; de los Bienaventurados Martín de Porres, Juan Macías y de los demás varones santísimos, que con sus virtudes y trabajos apostólicos ilustraron nuestras regiones; y por último de Santa Rosa de Lima, Patrona de ambas Américas y de la Bienaventurada Mariana de Jesús, cándidas azucenas que no cesan de deleitar y santificar con sus suaves aromas toda la América Latina.

Y para que con toda solemnidad se celebre esta consagración, invocación, petición de perdón y hacimiento de gracias, queremos que los días 9, 10 y 11 del corriente mes de Junio, en el Aula Conciliar, el Reverendísimo Presidente rece las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús, respondiendo todos los Reverendísimos Padres y demás miembros del Concilio; el 9 y el 10 al fin de la sesión, y el 11, fiesta del Sagrado Corazón, en la sesión solemne, después de la Misa que celebrará el Reverendísimo Presidente; en cuyo día, terminado el Santo Sacrificio, todos los Padres, a nombre suyo propio y de todos los Pastores y fieles de la América Latina, recitarán en alta voz la fórmula de consagración, agregada a este Decreto.

Queremos, por último, que este sea el primero que se promulgue solemnemente, antes que cualesquiera otros Decretos del Concilio, en la próxima sesión pública.

Fórmula de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados humildemente ante tu altar. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y para unirnos más íntimamente a ti hoy nuestro corazón se consagra espontáneamente a tu Sacratísimo Corazón.- Muchos, jamás te han conocido; muchos, despreciando tus mandamientos, te han repudiado. Apiádate, benignísimo Jesús, de los unos y de los otros, y atráelos a todos a tu santo Corazón. Sé Rey, Señor, no sólo de los fieles que jamás se han apartado de ti, sino también de los hijos pródigos que te han abandonado: haz que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de miseria y de hambre. Se Rey de aquellos a quienes tienen engañados las opiniones erróneas o separa la discordia, y tórnalos al puerto de la verdad y de la unidad de la fe, para que presto haya un solo rebaño y un solo pastor. Sé Rey, en fin, de los que viven en la antigua superstición gentílica, y no rehuses trasladarlos de las tinieblas a la luz y reino de Dios. Concede a todas las naciones la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra resuene una sola voz: Alabado sea el Divino Corazón, por quien nos ha venido la salvación: tribútensele gloria y honor por todos los siglos de los siglos. Amén.

Añadirá luego el Reverendísimo Presidente del Concilio: Apiádate, pues, oh Señor: apiádate de tu pueblo, y perdónanos nuestros pecados y los de nuestros rebaños, que durante el siglo que acaba, tantas veces han provocado tu ira justísima. Apiádate, oh dulcísimo Corazón de Jesús, apiádate de nuestros Estados, que criados en la fe de tu Iglesia, gracias a Ti, han conservado maravillosamente el tesoro de la fe, y lo han defendido contra todo género de asechanzas.

Acepta, oh Sagrado Corazón de Jesús, las gracias que te dan los Obispos y los fieles de nuestras Repúblicas, que con la abundancia de tus beneficios han recibido la salvación.

A Ti también, oh Virgen inmaculada, dulcísima Madre nuestra María, que has destruido las herejías en todo el mundo; que en el Santuario de Guadalupe y en los demás gloriosos monumentos de tu maternal amor a nuestras Repúblicas, has fundado otras tantas ciudades de refugio; que has sido valiente defensora y madre amante de nuestras Repúblicas, en la Fe verdadera de tu Hijo tan amado; en prenda de filial amor y singular agradecimiento te consagramos, ofreceos y donamos el Concilio Plenario, juntamente con todos los Pastores y fieles de la América Latina, de la manera más solemne y completa. Bajo tu amparo nos acogemos, y a tu maternal protección encomendamos nuestras obras y el fruto de nuestros trabajos. Bendícenos, oh Madre poderosa y Patrona nuestra inmaculada. Tuyos somos; muestra que eres nuestra Madre: salva a los hijos de tu santísimo e inmaculado corazón. Oh santo José: acepta tú igualmente la donación perpetua que de nosotros mismos hacemos a tu purísima Esposa.

A vosotros también os invocamos, oh Santos y Bienaventurados, que con vuestras santas obras hicisteis célebres nuestras regiones. Tú más que ninguno acuérdate de nosotros, oh Toribio bendito, ejemplo y esplendor sin igual de Prelados y Padres de Concilios. Vuelve hacia nosotros tus ojos oh protomártir nuestro, Felipe de Jesús, que levantado y glorificado en la cruz te convertiste en maestro y despertador de los predicadores de la Cruz de Cristo.

Interceded por nosotros, invictísimos Cuarenta Mártires, que capitaneados por el Bienaventurado Ignacio de Acevedo dedicasteis a Dios y consagrasteis con vuestra propia sangre la tierra Brasileña.

Rogad por nosotros, ínclitos mártires, Bienaventurados Bartolomé Gutiérrez, Pedro Zúñiga, Bartolomé Laurel y Luis Florez, que con joyas de púrpura adornásteis la corona preciosa de santidad con que brilla la América Latina.

Vuestro patrocinio invocamos, Santos Francisco Solano, Pedro Claver y Luis Beltrán, Apóstoles y protectores de nuestra América, Bienaventurados Sebastián de Aparicio, Martín de Porres y Juan Macías, que con vuestras virtudes Apostólicas, atrajisteis a nuestro pueblo a los pies de Cristo Redentor.

Miradnos con ojos benignos y orad por nosotros, oh Vírgenes del Señor, Santa Rosa de Lima, patrona universal de nuestra América, Bienaventurada Mariana de Jesús, cándidas y brillantes azucenas, que con el suave aroma de vuestras virtudes deleitasteis y santificasteis toda la América Latina. Amén.