Saludo final del Cardenal
Giovanni Battista Re en la Conferencia de Aparecida
APARECIDA, sábado, 2 junio 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos el saludo final que dirigió al clausurarse la V Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, el cardenal Giovanni Battista Re,
presidente de la Comisión Pontificia para América Latina y uno de los tres
presidentes de la V Conferencia, el 31 de mayo
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Queridos Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio
Queridos hermanos y hermanas en el Señor,
Estimados Observadores de otras confesiones religiosas,
1- Después de estas intensas jornadas de oración y trabajo, hemos llegado al
término de esta V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño.
Quizá estemos un poco cansados, pero ciertamente todos estamos muy felices y con
el corazón colmado de gozo.
Han sido días hermosos, llenos de alegría. Puedo decirles que me ha gustado
mucho el clima de cordialidad, de confianza, de comunión y de libertad que ha
reinado durante estos días. Quedarán como algo inolvidable también las
espléndidas celebraciones liturgicas. La presencia de incontables peregrinos al
Santuario de Aparecida, llenos de fe, ha sido para todos nosotros motivo de
aliento y de esperanza.
Hemos tenido la alegría de encontrarnos juntos como hermanos en el Señor,
conscientes de vivir un momento privilegiado de gracias abundantes y de intensa
espiritualidad. Hemos trabajado juntos a favor de una tarea común a todos
nosotros, como es la de ser y formar discípulos y misioneros de Cristo para que
nuestros pueblos en Él tengan vida.
En las discusiones de grupo y en las comisiones no han faltado a veces puntos de
vista diversos y acentuaciones diferentes, signo de libertad y franqueza, pero
todos nos hemos encontrado plenamente unidos en las cuestiones substanciales.
Además todos nos hemos sentido animados por el mismo amor a Cristo, a la Iglesia
y a los pueblos de América Latina y del Caribe.
Esta V Conferencia ha sido vivaz, creativa y profundamente comprometida en el
bien de América Latina; ha sido consciente de las dificultades y de los
gigantescos desafíos de nuestro tiempo, pero a la vez ha estado orientada
constantemente hacia la esperanza y al ardor misionero frente al futuro.
En el momento de caer el telón de esta Quinta Conferencia, el sentimiento que
llena el corazón es el de reconocimiento y gratitud. Queremos dar gracias a
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por estas jornadas tan hermosas, felices y
fecundas.
Renovamos la expresión de nuestra gratitud al Santo Padre por haber venido a
inaugurar esta Conferencia y por el iluminador discurso de apertura, que nos ha
servido como pauta de orientación y motivo de sostén y aliento.
En nombre también de los otros dos Presidentes, agradezco a los dos Secretarios,
Mons. Andrés Stanovnik y Mons. Odilo Scherer, por el admirable trabajo llevado a
cabo con sabiduría e incansable empeño. Agradezco también a los subsecretarios,
a todos los que han colaborado al éxito de la Conferencia y a cuantos han
trabajado en su preparación. De un modo especial agradezco al CELAM y a todo su
equipo, incluyendo a todo el personal técnico y de servicio.
Un pensamiento especial de gratitud al Arzobispo de Aparecida, Mons. Raymundo
Damasceno, por el ingente esfuerzo en la preparación de las estructuras en que
la V Conferencia se ha desarrollado, al lado de este hemoso Santuario de
Aparecida; a los queridos y abnegados Padres Redentoristas y a cuantos han
colaborado. Agradezco también al pueblo y a la Ciudad de Aparecida.
Una especial acción de gracias también a los Observadores que nos han
acompañado: ha sido muy grata su presencia; presencia y participación que nos
comprometen aún más en favor de un verdadero ecumenismo.
Y un agradecimiento especial a cuantos nos han acompañado con sus oraciones y
sacrificios, desde todos los países de América y de otras latitudes durante la V
Conferencia.
Al partir de Aparecida todos llevaremos recuerdos muy bellos. Entre ellos, el
recuerdo de haber vivido estos días siendo «cor unum et anima una» (Hch 4,32).
2 - Esta Quinta Conferencia debe ayudar a los católicos de América Latina y del
Caribe a ser «discípulos y misioneros de Jesucristo» en un contexto cultural y
social que cambia muy rápidamente, como ha sido subrayado por muchos.
En estos días hemos dado prueba de que no estamos dispuestos a aceptar
pasivamente los cambios, los problemas y los desafíos, sino que los queremos
afrontar lúcidamente en la pastoral de cada día con decisión y coraje,
sostenidos por la gracia de Dios.
Queremos trabajar junto con los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, las
religiosas, los laicos y laicas. El encuentro con Cristo vivo nos lleva a ser
testigos y misioneros. Queremos dar testimonio de la fe cristiana y de los
valores que se inspiran en ella, no sólo en los ambientes eclesiales, sino
también en los múltiples espacios de la vida cotidiana: en la familia, en los
lugares de trabajo, en la escuela, en el deporte, en las relaciones sociales, en
el compromiso en la vida pública y en todos los areópagos modernos.
En su Discurso inaugural el Papa habló de cómo los fieles, ante esta nueva
encrucijada de América Latina, «esperan de esta Conferencia una renovación y una
revitalización de la fe en Cristo, nuestro único Maestro y Salvador, así como la
experiencia única del amor infinito de Dios a los hombres» (n.2). Ciertamente
las dificultades y los desafíos son enormes, pero a la vez son grandes los
motivos de esperanza por los inagotables tesoros de fe, de alegría y
religiosidad que Dios le ha confiado al pueblo latinoamericano, como lo hemos
podido comprobar en este Santuario de Aparecida. Es una fe sencilla y robusta,
indudablemtne suscitada y guiada por el Espíritu Santo.
En un mundo que se mueve por los caminos de la globalización, en este momento de
la historia de América Latina y del Caribe tenemos necesidad de discípulos de
Cristo, iluminados por una fe sólida y animados por un gran amor a Él, que
lleguen a ser testigos creíbles y pongan a Dios en el centro de su existencia y
de la vida de la sociedad.
Tenemos necesidad de discípulos de Cristo que vivan en plenitud la alegría de
ser cristianos y testimonien esta alegría ante el mundo.
Nos vamos de Aparecida como los setenta y dos discípulos enviados por Jesús a
anunciar el Reino de Dios (Lc 10,9). Nos vamos con un documento, el Documento de
Aparecida, y con mucho más: nos vamos con esta experiencia de comunión, con esta
certeza de la presencia de Cristo resucitado que camina a nuestro lado, con la
protección y cercanía de María, y con una gran tarea misionera: «Ir y anunciar
el Evangelio a todos los pueblos, a todos los ámbitos de la sociedad, a todas
las culturas». Vamos decididos a recorrer todos los caminos de América Latina y
del Caribe para llevar a nuestros hermanos de hoy la Buena Nueva de que sólo
Jesucristo es la respuesta a los anhelos del corazón humano y a los complejos
problemas que vive la sociedad, porque él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Sólo poniendo a Dios en el centro, América Latina y el Caribe podrán encontrar
soluciones justas a los problemas, y caminar hacia un futuro de esperanza. Al
partir de Aparecida, nos acompaña la certeza de que Cristo estará siempre con
nosotros, hasta el fin de la historia.
El Santuario mariano de Aparecida ha sido el lugar de nuestro encuentro. Este
Santuario es también el punto desde el que partimos. La Misión Continental que
hemos decidido y que dejamos en las manos de las Conferencias Episcopales y de
los Obispos de cada diócesis de América Latina y del Caribe parte idealmente de
este Santuario, porque ha nacido bajo la protección de Nuestra Señora Aparecida.
Pidamos a Nuestra Señora Aparecida que nos acompañe. En estos días hemos acudido
a su escuela. Ella, que enseñó a los Apóstoles «cuanto conservaba en su corazón»
(cf Lc 2, 19-51), será para nosotros la Estrella que guíe nuestros pasos.
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