1. Los obispos reunidos en
la V Conferencia
General del Episcopado de América Latina y El Caribe quieren impulsar, con el
acontecimiento celebrado junto a Nuestra Señora Aparecida en el
espíritu de “un nuevo Pentecostés”, y con el documento final que resume las
conclusiones de su diálogo, una renovación de la acción de
la Iglesia. Todos
sus miembros están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino,
Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él. En la senda abierta
por el Concilio Vaticano II y en continuidad creativa con las anteriores
Conferencias de Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; y Santo
Domingo, 1992, han reflexionado sobre el tema Discípulos y misioneros de
Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.‘Yo soy el Camino,
la Verdad y
la Vida’ (Jn 14,6),
y han procurado trazar en comunión líneas comunes para proseguir la nueva
evangelización a nivel regional.
2. Ellos expresan, junto con el Papa Benedicto XVI, que el
patrimonio más valioso de la cultura de nuestros pueblos es “la fe en Dios
Amor”. Reconocen con humildad las luces y las sombras que hay en la vida
cristiana y en la tarea eclesial. Quieren iniciar una nueva etapa pastoral,
en las actuales circunstancias históricas, marcada por un fuerte ardor
apostólico y un mayor compromiso misionero para proponer el Evangelio de Cristo
como camino a la verdadera vida que Dios brinda a los hombres. En diálogo con
todos los cristianos y al servicio de todos los hombres, asumen “la gran tarea
de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los
fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser
discípulos y misioneros de Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 3).
Se han propuesto renovar las comunidades eclesiales y estr ucturas pastorales
para encontrar los cauces de la trasmisión de la fe en Cristo como fuente de una
vida plena y digna para todos, para que la fe, la esperanza y el amor renueven
la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos.
3. En ese contexto y con ese espíritu ofrecen sus conclusiones
abiertas en el Documento final. El texto tiene tres grandes partes
que sigue el método de reflexión teológicopastoral “ver, juzgar y actuar”. Así
se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor,
proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el
camino de la vida humana, y busca, mediante un discernimiento comunitario
abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción realmente
misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión.
Ese esquema tripartito está hilvanado por un hilo conductor en torno a la vida,
en especial
la Vida en Cristo, y está
recorrido transversalmente por las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “Yo he
venido para que las ovejas tengan v ida y la tengan en abundancia” (Jn
10,10).
4. La primera parte se titula La vida de nuestros
pueblos. Allí se considera, brevemente, al sujeto que mira la realidad y
que bendice a Dios por todos los dones recibidos, en especial, por la gracia de
la fe que lo hace seguidor de Jesús y por el gozo de participar en la misión
eclesial. Ese capítulo primero, que tiene el tono de un himno de alabanza y
acción de gracias, se denomina Los discípulos misioneros.
Inmediatamente sigue el capítulo segundo, el más largo de esta parte, titulado
Mirada de los discípulos misioneros hacia la realidad. Con una mirada
teologal y pastoral considera, con cierto detenimiento, los grandes cambios que
están sucediendo en nuestro continente y en el mundo, y que interpelan
a la evangelización. Se analizan varios procesos históricos complejos y en curso
en los niveles sociocultural, económico, sociopolít ico, étnico y ecológico, y
se disciernen grandes desafíos como la globalización, la injusticia estructural,
la crisis en la trasmisión de la fe y otros. Allí se plantean muchas realidades
que afectan la vida cotidiana de nuestros pueblos. En ese contexto, considera la
difícil situación de nuestra Iglesia en esta hora de desafíos, haciendo un
balance de signos positivos y negativos.
5. La segunda parte, a partir de la mirada al hoy de
América Latina y El Caribe, ingresa en el núcleo del tema. Su título es
La Vida de Jesucristo en
los discípulos misioneros. Indica la belleza de la fe en Jesucristo como
fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino
del discipulado misionero. Aquí, tomando como eje
la Vida que Cristo nos ha
traído, se tratan, en cuatro capítulos sucesivos, grandes dimensiones
interrelacionadas que conciernen a los cristianos en cuanto discípulos
misioneros de Cristo: la alegría de ser llamados a anunciar el
Evangelio, con todas sus repercusiones como “buena noticia” en la persona y en
la sociedad (capítulo tercero); la vocación a la santidad que hemos
recibido los que seguimo s a Jesús, al ser configurados con Él y estar animados
por el Espíritu Santo (capítulo cuarto); la comunión de todo el Pueblo
de Dios y de todos en el Pueblo de Dios, contemplando desde la perspectiva
discipular y misionera los distintos miembros de
la Iglesia con sus
vocaciones específicas, y el diálogo ecuménico, el vínculo con el judaísmo y el
diálogo interreligioso (capítulo cinco); por fin, se plantea un itinerario
para los discípulos misioneros que considera la riqueza espiritual de la piedad
popular católica, una espiritualidad trinitaria, cristocéntrica y mariana de
estilo comunitario y misionero, y variados procesos formativos, con sus
criterios y sus lugares según los diversos fieles cristianos, prestando especial
atención a la iniciación cristiana, la catequesis permanente y la formación
pastoral (capítulo sexto). Aquí está una de las novedades del Documento que
busca revitalizar la vida de los bau tizados para que permanezcan y avancen en
el seguimiento de Jesús.
6. La tercera parte ingresa plenamente en la misión
actual de
la Iglesia
latinoamericana y caribeña. Conforme al tema se la formula con el título La
vida de Jesucristo para nuestros pueblos. Sin perder el discernimiento de
la realidad ni los fundamentos teológicos, aquí se consideran las principales
acciones pastorales con un dinamismo misionero. En un núcleo decisivo del
Documento se presenta La misión de los discípulos misioneros al servicio de
la vida plena, considerando
la Vida nueva que Cristo
nos comunica en el discipulado y nos llama a comunicar en la misión, porque el
discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla. Aquí se
desarrolla una gran opción de
la Conferencia:
convertir a
la Iglesia en una
comunidad más misionera. Con este fin se fomenta la conversión pastoral y
la renovación misionera de las iglesias particulares, las comunidades eclesiales
y los organismos pastorales. Aquí se impulsa una misión continental que tendría
por agentes a las diócesis y a los episcopados (capítulo siete). Luego se
analizan algunos ámbitos y algunas prioridades que se quieren impulsar en la
misión de los discípulos entre nuestros pueblos al alba del tercer milenio. En
El Reino de Dios y la promoción de la dignidad humana se confirma la
opción preferencial por los pobres y excluidos que se remonta a Medellín, a
partir del hecho de que en Cristo Dios se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza, se reconocen nuevos rostros de los pobres (vg., los desempleados,
migrantes, abandonados, enfermos, y otros) y se promueve la justicia y la
solidaridad internacional (capítulo ocho). Baj o el título Familia, personas
y vida, a partir del anuncio de
la Buena Noticia
de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado
como hijo de Dios, se promueve una cultura del amor en el matrimonio y en la
familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad; al mismo tiempo se
desea acompañar pastoralmente a las personas en sus diversas condiciones de
niños, jóvenes y adultos mayores, de mujeres y varones, y se fomenta el cuidado
del medio ambiente como casa común (capítulo nueve). En el último capítulo,
titulado Nuestros pueblos y la cultura, continuando y actualizando las
opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización de la cultura y la
evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de la educación y
la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión, la pastoral de
las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública,
especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en
la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y
afrodescendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de
reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar
una comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo
diez).
7. Con un tono evangélico y pastoral, un lenguaje directo y
propositivo, un espíritu interpelante y alentador, un entusiasmo misionero y
esperanzado, una búsqueda creativa y realista, el Documento quiere renovar en
todos los miembros de
la Iglesia, convocados
a ser discípulos misioneros de Cristo, “la dulce y confortadora alegría de
evangelizar” (EN 80). Llevando las naves y echando las redes mar adentro,
desea comunicar el amor del Padre que está en el cielo y la alegría de ser
cristianos a todos los bautizados y bautizadas, para que proclamen con audacia a
Jesucristo al servicio de una vida en plenitud para nuestros pueblos. Con las
palabras de los discípulos de Emaús y con la plegaria del Papa en su Discurso
inaugural, el Documento concluye con una oración dirigida a Jesucristo:
“Quédate con nosotros, porque atarde ce y el día ya ha declinado” (Lc
24,29).
8. Con todos los miembros del Pueblo de Dios que peregrina por
América Latina y El Caribe, los discípulos misioneros encuentran la ternura del
amor de Dios reflejada en el rostro de
la Virgen María.
Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe, hace sentir a
sus hijos más pequeños que están cobijados por su manto, y desde aquí, en
Aparecida, nos invita a echar las redes para acercar a todos a su Hijo,
Jesús, porque Él es “el Camino,
la Verdad y
la Vida” (Jn 14,6), sólo
Él tiene “palabras de Vida eterna” (Jn 6,68) y Él vino para que todos “tengan
Vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).