Homilía de clausura de la V
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
Pronunciada por el cardenal Francisco Javier Errázuriz
APARECIDA, sábado, 2 junio 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la homilía del cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de
Santiago de Chile, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y
uno de los tres presidentes de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, en la misa de clausura de ésta, que tuvo lugar el
31 de mayo.
* * *
Queridos hermanos, celebramos esta Eucaristía haciendo memoria del
acontecimiento de Pentecostés. Estamos reunidos con María, la Madre de Jesús, y
aun después de partir de este santuario seguiremos viviendo, bajo el impulso del
Espíritu Santo, del ardor que él nos infunde, de la comunión que él forja entre
nosotros y de la abundancia de los carismas y ministerios que él regala a su
Iglesia. Seguiremos sirviendo pastoralmente con la urgencia de las puertas del
Cenáculo muy abiertas, y con el ejemplo de la predicación de Pedro, lleno de
valentía, de confianza y convicción.
Nos inspira esta mañana la fiesta de la Visitación de María. Recordamos a la Sma.
Virgen , que llevando a Jesús en su seno, se apresuró a visitar a su pariente
Isabel.
María misionera
Fue la primera acción misionera de María que nos narran los Evangelios. Bastó
una insinuación del Ángel Gabriel, y ella se puso en camino, presurosa, hacia el
hogar de su prima Isabel. Prefirió no quedarse en casa, adorando a Jesús recién
concebido en su seno. Es claro, nunca tuvo la tentación de separar el amor a
Dios del amor al prójimo. A ambos amores, entrelazados en su alma, se dedicaba
con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas.
Tampoco la detuvieron los peligros del camino. María, llena de valor, si bien
muy joven, partió con el Niño. Como custodia viva, salió esa primera procesión
de Corpus sostenida por la confianza en Dios y animada por el amor. María
misionera salió de Nazaret, simplemente para servir. Servía a Dios y serviría a
su pariente necesitada. Había tocado su alma el que vino a servir y no a ser
servido, y al instante dejó la Virgen el calor del hogar. Optó por el riesgo del
camino de Jesús.
Notable enseñaza la suya. No se entretuvo fuera de la vivienda de Isabel. Nos
dice el Evangelio que entró a la casa. No le basta al misionero un saludo al
pasar, ni las distracciones de afuera. Ha de entrar apenas abierta la puerta,
como Jesús en el corazón de la humanidad. Entró y saludó con un efecto
admirable. De inmediato saltó de alegría el precursor en el seno de su madre. La
alegría y la acción del Espíritu Santo son dones inseparables del saludo de
María, por voluntad de Dios. En sus horas de aflicción, un prisionero en un
campo de concentración imploraba estos dones con una sencilla jaculatoria:
«¡Salúdame, María!'.
Isabel la saluda cordial y humildemente, movida por la fe. Pareciera que la
estaba esperando. ¿Pareciera, tan sólo? Es una verdad impactante: Todos los
seres humanos están esperando a Jesús. Fueron creados para ir a su encuentro y
para acoger su presencia y sus dones. Es la certeza que pueden tener los
misioneros. Aún quienes los reciben con indiferencia o los rechazan, nacieron
para encontrarse con el Señor: con su vida, con su verdad y con su camino. Si
todos lo supieran: ¡El Señor es su luz y su salvación, su canto y su paz!
María misionera comparte con Isabel su maravillosa experiencia. Está feliz,
porque el Señor ha mirado la pequeñez de su sierva y hace grandes cosas a favor
suyo. Cuando el misionero está lleno de gozo y de paz porque ha encontrado y
sigue encontrando a Dios en su propia vida y en la historia, su testimonio
asombra y contagia Así el discípulo capaz de contemplar a Dios le prepara el
camino a Jesús. Le preguntarán por las razones de su esperanza. Quienes tienen
más sed de Dios, querrán compartirlas. En el espíritu de Nuestra Señora ocurrirá
el despertar misionero de nuestra Iglesia en América Latina y el Caribe.
María discípula
María misionera acababa de recibir el anuncio del ángel en la hora de la
Encarnación del Verbo, había vivido una hora de gracia única como discípula de
Dios. Ya lo sabía; se lo decía su propia experiencia: había sido escogida por el
Señor. Pero se sentía muy pequeña, hasta el punto de turbarse ante el saludo del
ángel. Así se estremece la existencia del discípulo ante el don gratuito del
llamado de Dios. El ángel acababa de llamarla por su propio nombre: Alégrate,
llena de gracia.
A la discípula inmaculada le era familiar la lectura orante de las Escrituras.
Ese mundo era su verdadera casa. Vivía en el espacio interior de la Palabra de
Dios y de la historia de alianza de su pueblo con Dios, su Esposo y Hacedor. Se
identificaba con ella. En esa decisiva, Dios le pidió su conformidad y el don de
su vida. De su aceptación obediente pendía el cumplimiento de los designios de
Dios y el bien de su pueblo. Es el camino de todos los verdaderos discípulos del
Señor. En la ‘lectio divina' lo encuentran. En ese espacio lo admiran y lo
contemplan, lo escuchan y conversan con él, descifran el querer de Dios, se
convierten y le responden: con palabras y con el don de su vida, para colaborar
con él.
El diálogo que sostuvo con el ángel Gabriel nos entreabre una ventana por la
cual podemos asomarnos a la espiritualidad de María, discípula y misionera. Su
sinceridad no conocía límites. Tampoco su voluntad de colaborar con Dios, su
Esposo y Señor. Pero ¿como podría concebir si toda su vida le pertenecía
virginalmente a su Señor? Tanto el discípulo como el misionero necesitan la
palabra del Ángel, y saber que para Dios no hay nada imposible. Desde entonces,
desde la roca de esa confianza inconmovible, en cada una de las circunstancias
de su vida, sobre todo en las más difíciles, María podría decirse: «Para Dios no
hay nada imposible, he aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra». Esta melodía se unía al Magnificat en su espíritu, colmado de asombro
y santidad. Como ninguna persona humana vivió la alegría y la libertad de la
donación a Dios para realizar con él lo que va más allá de toda expectativa y de
todo sueño humano, para abrir con su gracia el espacio interior de la nueva y
eterna alianza, alianza de vida, de amor y de paz.
Comprometida con la vida de las personas y de los pueblos
Describimos la misión nuestra como un envío para que nuestros pueblos en él
tengan vida. Participando de la misión de Jesús, nadie como su madre se
comprometió con la vida de las personas y de los pueblos. Aquí en su santuario,
ella nos invita a partir y a comprometernos resueltamente con la vida.
Nuestra cultura siempre fue favorable a la vida. Las acciones de arrancarla de
este mundo, fueron rechazadas. La Virgen María salió presurosa, a apoyar a su
pariente estéril para que tuviera la felicidad de traer al hijo tan esperado, a
Juan, a este mundo. Y de prisa partió a Egipto con José, para salvar la vida del
Niño, que el poderoso de entonces, el rey Herodes, quería extirpar.
Proclamaremos de manera convincente que toda vida humana es sagrada, y requiere
para sí un trato digno y enaltecedor. Nos seguiremos oponiendo a la pena de
muerte, a la violencia, a la tortura, al aborto, a la eutanasia y a la lacerante
miseria, que no se condice con la dignidad de la vida humana, que fue creada a
imagen y semejanza de Dios. Nuestra opción es la vida para todos,
particularmente para los pobres y abandonados. Nuestro no a la anticultura de la
muerte nace con fuerza de nuestro sí a la vida.
Es sorprendente la identificación de la Virgen con la vida de su pueblo. La
contempla desde los ojos de Dios, y se compromete con ella desde la voluntad del
Señor. Con los profetas de su pueblo tomó partido a favor de los pequeños y de
los hambrientos, y cantó al poder de Dios, que había derribado de su trono a los
poderosos y los soberbios. Los pequeños y los hambientos buscan la vida y son
favorables a ella; los segundos la oprimen, la destruyen, y sufren las
consecuencias de no conocer ni la alegría de ser hijos de Dios, ni la felicidad
de ser hermanos. Desde sus tronos y desde su orgullo, ni viven ni dejan vivir.
La joven de Nazaret lo sabe, y proclama con alegría la grandeza del Señor. Como
pastores y profetas, ser enviados desde Aparecida, desde esta capital de un
pueblo peregrino, cuya mayor alegría es el amor de Dios. Trabajaremos para que
en nuestros pueblos la relación entre sus habitantes sea realmente fraterna: en
las plazas y en los lugares de trabajo, en las familias y en las escuelas; sobre
todo en las comunidades de la Iglesia , lugares santos de comunión y de paz.
Para la Virgen María , una convicción la urgía. La vida de su pueblo era
inseparable del amor y la fidelidad de Aquel que es la fuente de la vida. Tenía
la experiencia de la luz que brota del rostro de Dios, del amor inconmensurable
de Dios, su Salvador, de la compasión de Jahveh ante los gemidos de su pueblo,
de la bienhechora sabiduría de sus mandamientos y de sus caminos, y de sus
innumerables dones. Para ella, la felicidad consistía en ser Esposa fiel de su
Esposo y Señor. Por eso, compartiendo la vida de su pueblo, la vida verdadera,
la de ser pueblo de Dios, peregrinaba anualmente al templo de Jerusalén, memoria
de la cercanía y de la alianza del Señor. Partiremos de este lugar santo con
este compromiso, prometiéndole al Señor que con ardor interior haremos todo lo
que esté de nuestra parte, para que todos los que el Padre nos ha confiado, no
sufran la ausencia de Dios, ni en su vida, ni en sus hogares, ni en los medios
de comunicación social, ni en nuestras culturas, sino, por el contrario, tengan
la alegría de proclamar: el Señor es mi luz y mi salvación, mi esperanza y mi
canto, mi vida y mi felicidad.
La vida que buscamos para nuestros pueblos está íntimamente unida al anuncio
misionero de Jesucristo, a dejarnos encontrar cada vez que venga hasta nosotros.
Él, la Vida que estaba en el principio, vino a nosotros para que tuviéramos vida
en abundancia. Y la Inmaculada llegó a ser madre de todos los vivientes, porque
dio a luz a Aquel que es nuestra Vida. Nuestra Señora se dejó encontrar por él,
y lo dio a conocer a los pastores y a los sabios de oriente.
Unió sus pasos a los suyos, y lo acompañó cuando entregaba su vida al Padre en
el Calvario, para que todos viviéramos con él para siempre. Al partir, le
ofrecemos a Jesucristo nuestros corazones, nuestros sacerdotes y diáconos, las
familias de nuestras diócesis, los jóvenes y los niños, y le ofrecemos nuestro
ministerio y nuestras iniciativas, para que siempre permanezcan abiertos a su
presencia y a su bendición, a su sabiduría y al dolor propio y de los demás, a
su vida y resurrección. Que la vida que Dios nos da brille en la ciudad puesta
sobre el monte, llena de confianza, de gozo y de paz. Que acepte el envío
misionero, y vaya a todos los que buscan la felicidad y la paz, a todos los que,
aún sin saberlo, lo buscan a ël, nuestra Vida y nuestro gozo.
Concluyamos nuestra meditación recordando con gratitud que la Virgen , en
nuestra América, le abrió caminos de la vida nueva en Cristo a Juan Diego y
todos los inditos de su pueblo y de tantas otras comarcas. Pidámosle que se
acerque desde sus santuarios, como madre de Jesús y de nuestros pueblos
soberanos, a todos los que tienen sed de cielo en esta tierra. En su santuario
nos comprometemos a seguir implorando con ella el amor fuerte y la audacia del
Espíritu Santo, para permanecer unidos y compartir nuestra alegría de ser
cristianos con todos los que tienen sed de vida, sed de fraternidad y de Dios.
Amén.