Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis

  

CATEQUESIS DE ADULTOS

 

ORIENTACIONES PASTORALES

 

INTRODUCCIÓN

 

          a)  Es, sin duda, fruto de la acción del Espíritu en la Iglesia contemporánea la floración, por muy diversas partes, de una catequización en favor de los adultos, pertenecientes éstos a niveles culturales y situaciones religiosas heterogéneos.

 

          Unas veces estas catequesis de adultos están naciendo en el seno de grupos cristianos por iniciativas o carismas particulares; en numerosos casos se organizan en programas pastorales de las parroquias o en planes diocesanos, que asumen esta modalidad de catequesis como una actividad que desean llegue a ser acción pastoral prioritaria, de hecho y no sólo como declaración de principios.

 

          b)  La Iglesia del postconcilio ha tenido una constante preocupación por la evidente necesidad de desplazar el centro de gravitación de la catequesis de la comunidad parroquial y diocesana, del mundo de los niños, «aun proclamando sin ambigüedades la insoslayable necesidad de que éstos sean en verdad catequizados» al mundo de los jóvenes y adultos.

 

          Si en cualquier situación histórica, el proceso de iniciación y formación en la fe de un adulto es prototipo de los objetivos formativos y de los contenidos de fe que deben virtualmente transmitirse sea cual sea la edad y situación del catequizando, a esta consideración vienen a añadirse en nuestro tiempo otros argumentos de peso. Recordemos, simplemente, cómo quienes analizan la mentalidad, actitudes y prácticas de quienes han venido a engrosar entre nosotros el sector de la increencia o de la indiferencia, señalan que estos increyentes con frecuencia tienen en su espíritu y en su comportamiento dimensiones profundamente cristianas, cuyas raíces y razones ellos mismos ignoran. Pues bien, esto puede afirmarse aún con mayor evidencia de muy numerosos bautizados que no han abandonado la fe y que continúan fuertemente adheridos a prácticas espirituales y de conducta cuya razón de ser han perdido o de la que tienen una conciencia confusa y adulterada. La catequesis de adultos ha de devolver a no pocos cristianos las razones hondas de su fe, las raíces de ésta.

 

          c)  En 1971, la Santa Sede, al publicar el Directorio General de Pastoral Catequética, afirmaba que la catequesis de adultos «debe ser considerada como la forma principal de catequesis a la que todas las demás, ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan» (n. 19).

 

          Un año más tarde, la misma Santa Sede promulgaba, dentro de su gran proyecto de renovación litúrgica, el Ritual de Iniciación cristiana de adultos, dedicando todo un capítulo de éste a orientar la acción formativa respecto a aquellos adultos que, habiendo sido bautizados en su infancia, no recibieron una iniciación catequética y, por tanto, no tuvieron acceso a los sacramentos de Confirmación y Eucaristía.

 

          Podríamos fácilmente reconocer esta atención preferente por la catequización de adultos que, de una manera más o menos explícita, ha mostrado el conjunto de la Iglesia, si nos detenemos a examinar los temas a los que ha sido dedicada la totalidad prácticamente de los Sínodos Universales de Obispos que han tenido lugar desde 1974, en que el estudio de la evangelización del mundo contemporáneo hizo posible la espléndida exhortación apostólica Evangelii nuntiandi [EN] de Pablo VI sobre esta cuestión. No se puede hoy hacer ni pensar eclesialmente la catequización de adultos sin inspirarse y referirse en todo momento a esa orientación (cf. EN 44). Después vino, 1977, el Sínodo dedicado a la catequesis. Pensado inicialmente para ahondar en la formación de niños y adolescentes, terminó centrando su reflexión en el mundo de adultos. Esto lo recogió fielmente Juan Pablo II en su posterior exhortación Catechesi tradendae [CT] (cf. 43. 44. 77. 80. 87). El Sínodo sobre la Familia, en 1980, puso sobre la mesa un tema fundamental en relación con la catequesis de adultos. Juan Pablo II también subrayó posteriormente este aspecto. Cuando el Sínodo Universal extraordinario de 1985 hizo una revisión de los veinte años que había vivido la Iglesia desde la clausura del Concilio Vaticano II, se articularon una serie impresionante de realizaciones y deficiencias, de necesidades y posibilidades respecto a la formación auténtica de un cristiano adulto.

 

          Más recientemente, y de modo aún más explícito, ha sido objeto de reflexión en el Sínodo de 1987, dedicado al laicado y en la magnífica exhortación Christifideles laici [ChL] (1988), en que el Papa afirma hasta qué punto renovación de la Iglesia y evangelización del mundo actual están condicionados a que se alcance a tener un laicado auténticamente adulto en la formación de su fe.

 

          d)  Junto a estos acontecimientos de carácter universal de tanta significación, han sido constantes las intervenciones personales de Pablo VI y de Juan Pablo II, que han hecho ver la relevancia de la catequización del mundo adulto y la prioridad incluso de esta acción dentro del conjunto de la actividad pastoral. A ningún lector del presente documento extrañe, por tanto, la abundancia de citas de textos y de referencias a intervenciones del Magisterio universal de la Iglesia. Expresamente lo hemos querido; y por dos razones: fundamentar debidamente tema eclesial tan rico, aunque complejo, y ayudar a que los lectores dispongan de un importante acervo de doctrina y reflexión para apoyarse en su propio trabajo apostólico.

 

          e)  Se podrían asimismo indicar actuaciones de la CEE que manifiestan el interés de los obispos por la formación religiosa de los adultos ajustada a las presentes necesidades de una sociedad que ha experimentado y experimenta hondísimas transformaciones culturales y políticas.

 

          Tuvo especial importancia la XVIII Asamblea Plenaria del Episcopado, en julio de 1973, en que, en un lenguaje que después se ha ido precisando, se alentaba «la creación del catecumenado en las diócesis no sólo para los adultos que se preparan al bautismo, sino para todos aquellos que no han tenido la debida iniciación cristiana» (proposición 12); o se decidía preparar documentos sobre los grandes temas de la fe; y una síntesis del mensaje cristiano para ayudar a quienes quieren obtener una visión orgánica de la fe cristiana (proposiciones 14, 15). Este mismo Episcopado ha trabajado en los quince años siguientes en la misma línea de búsqueda de revitalizar la fe de nuestro pueblo, particularmente mediante una renovación de la educación religiosa de los adultos. Éste es, en gran parte, el principal sentido tanto de los tres planes sucesivos de acción que se ha propuesto asimismo la Conferencia Episcopal: La visita del Papa y la fe del pueblo español, 1983; Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo, 1987; Impulsar una nueva evangelización, 1990, como el de algunos documentos monográficos de gran dinamismo catequizador, verbi gratia, Testigos del Dios vivo, 1985, Católicos en la vida pública, 1986, y La Verdad os hará libres, 1990.

 

          f)  Evidentemente, la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis ha sido siempre para estas cuestiones, respecto al Pleno de los Obispos en España, acicate y punto de apoyo. Por su parte, ha hecho esfuerzos constantes, dentro del respeto a las posibilidades que ofrecía la realidad eclesial española, por ir reconociendo ante todos la importancia primordial de la catequesis de adultos y reclamando una operativa prioridad para la misma. De esta preocupación se puede tomar conciencia examinando las muy numerosas orientaciones dirigidas a padres de familia durante esta veintena de años, los cinco sucesivos planes trienales de acción que, desde 1978, se han ofrecido a educadores y catequistas, como asimismo dos documentos mayores: La Catequesis de la comunidad (22 de febrero de 1983) y El Catequista y su formación (8 de septiembre de 1985), orientaciones pastorales que, por su amplitud y precisión, han ayudado a abrir caminos y programas diocesanos de acción, a las cuales viene hoy a sumarse, en una línea de estricta coherencia y homogeneidad temática, las presentes orientaciones para la catequización de adultos en nuestra Iglesia.

 

          g)  Habernos detenido en esta introducción a indicar los hitos de ese largo camino recorrido en el descubrimiento de la necesidad de una catequesis al servicio del mundo adulto, sirva, al menos, para mostrar cómo el Espíritu de Dios parece conducirnos en este sentido y nos pide que no nos perdonemos fatigas en toda la larga marcha que aún queda por hacer.

 

          Al poner en manos de sacerdotes y catequistas las Orientaciones pastorales para la catequesis de adultos, reflexionadas por nosotros y escritas con tanta esperanza y deseo de ser útiles a todos, tenemos muy cerca a quienes desde hace años han sabido ver que renovar o consolidar la iniciación cristiana de los adultos es tarea que debe ser privilegiada en la Iglesia contemporánea; y se han dedicado a ella con gran sacrificio, a veces en tanteos que merecen el máximo respeto de la Iglesia, aunque puedan, en parte, necesitar ser revisados para promover más y más los aciertos y corregir lo que pueda encontrarse deficiente o menos acertado.

 

          En el fondo de este documento muchos encontrarán experiencias propias que hemos escuchado de sus labios, y que nos han sido utilísimas en nuestra reflexión episcopal, experiencias cuyos aciertos hemos procurado formular a la luz de toda la gran tradición catequizadora de la Madre Iglesia. Estas Orientaciones son fruto de un largo proceso de elaboración, en que muchos dirigentes y catequistas diocesanos han depositado lo mejor de sus realizaciones, que los obispos de esta Comisión Episcopal nos esforzamos en discernir desde la responsabilidad que la Iglesia ha puesto en nuestras manos.

 

          Finalmente, al invitar a adentrarse en el estudio de estas Orientaciones, nos complace recordar las convicciones con que Juan Pablo II termina su exhortación Christifideles laici, después de habernos dicho que «la formación no es el privilegio de algunos, sino un derecho y un deber de todos» (n. 63). Estamos convencidos, dice, «de que no se da formación verdadera y eficaz si cada uno no asume y desarrolla por sí mismo la responsabilidad de la formación».

 

          Es indispensable la convicción «de que cada uno de nosotros es el término y a la vez el principio de la formación. Cuanto más nos formamos, más sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como también cuanto más somos formados, más nos hacemos capaces de formar a los demás».

 

          Finalmente, tengamos conciencia «de que la labor formativa, al tiempo que recurre inteligentemente a los medios y métodos de las ciencias humanas, es tanto más eficaz cuanto más se deja llevar por la acción de Dios: sólo el sarmiento que no teme dejarse podar por el viñador da más fruto para sí y para los demás».

 

 

 

Primera parte:

Situación de la catequesis de adultos en la evangelización

 

 

I.       Una nueva evangelización para una nueva cultura

 

«Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado» (Lc 4,43).

 

1.       El horizonte al que apunta la catequesis de adultos es la nueva evangelización que hoy nos pide la Iglesia. «Ella existe para evangelizar» (EN 14). La catequesis de adultos no puede plantearse sin una clarificación previa sobre la situación que vive el hombre, tanto individual como colectivamente y sobre la nueva evangelización que, para responder a ella, propone la Iglesia. Esta visión es el marco obligado para que pueda orientarse la catequesis de adultos en la Iglesia, ya que ella ha de situarse al servicio de la nueva evangelización. La novedad del momento cultural que vivimos y las repercusiones que tiene en la vida de los hombres impulsan a la Iglesia a acometer, con renovado vigor, esa acción evangelizadora. Nos encontramos en efecto, como afirma el Concilio, en un «período nuevo de la historia» (Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes [GS] 4), ante una «verdadera metamorfosis social y cultural» (GS 4), con grandes repercusiones sobre la vida religiosa y moral de los hombres.

 

          Esta constatación del Concilio, que correspondía a unos cambios profundos de la sociedad en aquellos momentos, se ha hecho más acuciante, dado que el proceso de transformación no sólo ha experimentado una mayor aceleración, sino que se ha hecho más profundo y ambiguo. Se trata de impulsar, ante esta novedad cultural, una nueva evangelización, con toda la riqueza de su dinamismo y de sus elementos.1 La catequesis de adultos, acción eclesial fundamental, ha de aportar a este renovado esfuerzo evangelizador la contribución decisiva que, desde su carácter propio, está llamada a ejercer.

 

 

A)      Algunos rasgos socioculturales y sus repercusiones en la vida moral y religiosa del hombre

 

2.       Estamos ya en la última década de este siglo. A lo largo de él, en progresión creciente, diferentes factores han ido configurando al mundo de una manera nueva. Estos factores siguen vivos. Cuando el advenimiento del tercer milenio es inminente, importantes movimientos sociales se desarrollan en el mundo, particularmente en el Este de Europa, dejando entrever cambios importantes que afectarán a la convivencia humana en todo el mundo. Todo balance cultural ha de ser, por tanto, necesariamente sobrio y abierto.

 

La confianza en la razón y el deseo de libertad, factores determinantes de la cultura moderna

 

3.       La confianza en la razón y el celo por su propia libertad caracterizan al hombre de la cultura moderna. Han generado un racionalismo basado en la ciencia, en lo empírico y verificable, y una fuerte conciencia de autonomía por la que el hombre se siente dueño de sí mismo y del mundo. Del cultivo de la razón ha nacido, así, una civilización científico-técnica, pródiga en descubrimientos innumerables. La técnica derivada de ellos ha propiciado un fuerte desarrollo económico y una gran abundancia de bienes de consumo. Por otra parte, el afán por la libertad, en los individuos y en los grupos, ha desencadenado el fenómeno del pluralismo a todos los niveles. Este fenómeno está trayendo, como consecuencia, la crisis de las ideologías y las revoluciones socio-políticas en los países no democráticos. Los medios de comunicación social han adquirido en nuestra cultura una importancia y amplitud extraordinarias. Son ellos los que hacen que este conjunto de fenómenos culturales lleguen al hombre concreto, ayudándole a adquirir una conciencia planetaria de los mismos. Esta toma de conciencia está estrechamente vinculada a una nueva conciencia de solidaridad entre los hombres.

 

          Análisis pastoral de la nueva situación

 

4.       No corresponde aquí desarrollar un análisis detallado de la situación.2 En medio de la densa problemática humana que los fenómenos señalados conllevan, queremos señalar solamente aquellos rasgos, a nuestro juicio más significativos, que encierran una especial importancia en orden a la educación de una fe vivida por el creyente adulto. El cristiano ha de mirar al mundo a la luz de la fe. No basta el análisis sociológico, siempre necesario. Hemos de saber hacer un análisis pastoral, en orden a la evangelización3. Para la acción evangelizadora de la Iglesia, la realidad cultural concreta es algo más que un mero condicionante con el que hay que contar. Es la materia misma a evangelizar. En la parábola del sembrador, Jesús nos hace ver cómo la semilla, para dar fruto, debe penetrar en el terreno. Las características de éste juegan un papel decisivo en la cosecha (cf. Mt 13,18-23). «Conviene que los signos de los tiempos sean sometidos a análisis una y otra vez, de modo que el mensaje del Evangelio se oiga más claramente y la actividad de la Iglesia se haga más intensa y se lleve a la vida» (Sínodo 1985, II D7).

 

          Todo fenómeno cultural es ambivalente

 

5.       Todo fenómeno cultural encierra, de un modo o de otro, una ambivalencia, es decir, presenta aspectos positivos y negativos. La cultura, en efecto, es tarea del hombre; y el hombre, por una parte, es obra e imagen de Dios, capaz de lo bueno; pero, por otra parte, se da en él la existencia del pecado y es capaz también «por eso» de lo malo. «No es de extrañar que las realidades y logros humanos sean con frecuencia ambivalentes o ambiguos y hasta parcialmente contradictorios» (Comisión Permanente de la CEE, Los católicos en la vida pública [CVP] 12). Esto quiere decir que hemos de saber descubrir tanto lo positivo como lo negativo existente en el mundo cultural actual. Lo negativo puede impactar más, pero detrás hay siempre un elemento positivo que conviene descubrir.4 La cultura contemporánea tiene unas ventanas abiertas. Es preciso saber entrar por ellas para anunciar el Evangelio en el corazón de este mundo.5

 

          a)  Una civilización científico-técnica...

 

6.       Un aspecto esencial de la cultura occidental contemporánea, de hondas repercusiones humanas y religiosas, es el espíritu científico. Este espíritu surge de las conquistas de las ciencias y cala profundamente en los hombres. De esas conquistas científicas brotan innumerables avances tecnológicos que tanto repercuten en nuestro modo de vivir. Nuestras casas, calles, oficinas, hospitales... dan cabida a todas estas novedades técnicas. El Concilio Vaticano II define a nuestra cultura como «nacida del enorme progreso de la ciencia y de la técnica» (GS 56). En este sentido, la ciencia y la técnica son el elemento originante de esta nueva cultura, que está alcanzando ya una dimensión planetaria, y afectan a la manera que tiene el hombre de concebirse a sí mismo: «El espíritu científico modifica profundamente el ambiente cultural y las maneras de pensar» (GS 5).

 

          ... que ayuda al hombre y, al mismo tiempo, le amenaza

 

7.       No cabe poner en duda que la ciencia «y la técnica resultante» es un bien para la persona. Todos nos estamos beneficiando de sus logros en el campo de la salud, del trabajo, de las comunicaciones... Con ello el hombre va tomando conciencia de sus posibilidades creadoras y las va desarrollando. Pero, ante sus descubrimientos científicos, el hombre tiene el riesgo de la autosuficiencia, de quedar «embriagado por las prodigiosas conquistas y fascinado por la tentación de querer llegar y ser como Dios» (ChL 4). Se puede llegar a absolutizar la ciencia y lo científico, llegando a afirmar «como consecuencia» el antagonismo entre ciencia y fe. Por otra parte, se observa que la técnica, destinada a servir al hombre, se ha transformado en ocasiones en una amenaza contra el hombre mismo y contra la naturaleza.6

 

          b)  Una civilización del consumo que procura bienestar...

 

8.       Los descubrimientos científico-técnicos, causa originante de nuestra cultura, han provocado en el orden económico un amplio desarrollo industrial: «El tipo de sociedad industrial se extiende paulatinamente, llevando a algunos países a una economía de opulencia y transformando profundamente concepciones y condiciones milenarias de la vida social» (GS 6). La ciencia y la técnica han aportado en estas últimas décadas un desarrollo económico inusitado, al menos en el bloque occidental. Nuestro modo de vida actual es fiel reflejo de ello. Todos gozamos de un bienestar que no conocieron nuestros antepasados inmediatos. Esta economía de opulencia ha llevado a los países industrializados a un espíritu consumista. A la cultura occidental se le llama «la civilización del consumo», pues se procura un evidente exceso de los bienes necesarios al hombre y a la sociedad como tal. La producción tiende a convertirse en un fin cerrado en sí mismo, desproporcionada respecto a las necesidades reales del hombre.7

 

          ... y, al mismo tiempo, genera injusticia y materialismo

 

9.       El desenfrenado espíritu consumista genera el ansia del tener. Conduce al hombre al deseo de poseer a toda costa. Y esto fácilmente ocasiona la insolidaridad, el olvido de los que no pueden llegar a tales grados de bienestar y hasta la escandalosa explotación de los débiles. «La primera constatación negativa que se debe hacer es la persistencia y a veces el ensanchamiento del abismo entre las áreas del llamado norte desarrollado y las del sur en vías de desarrollo» (Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis [SRS] 14).8 Por otra parte, un modelo de vida dominado por el consumo conduce al materialismo, al hedonismo y a la pérdida del sentido de la trascendencia. La preocupación por lo inmediato cierra al hombre a otros horizontes. «La implantación de un modelo de vida dominado por el consumo y disfrute del mayor número posible de cosas induce a amplios sectores de nuestra sociedad, bautizados en su mayor parte, a prescindir prácticamente de Dios y de la salvación eterna en su vida privada y pública» (CEE, Testigos del Dios vivo [TDV] 21). Con todo, no ha desaparecido de la persona el deseo de una sociedad más justa y armoniosa, en la que el bienestar se extienda y llegue a todos. Muchos grupos de jóvenes, sobre todo, experimentan hoy este deseo. Un sordo sentimiento de culpabilidad, de vivir demasiado bien cuando otros sufren, está presente en el fondo del hombre.

 

          c)  El deseo de libertad

 

10.     La afirmación de la libertad como cualidad inalienable de la persona es, junto a la racionalidad que brota del espíritu científico, otro rasgo fundamental de nuestra cultura. La libertad es condición necesaria para que una persona o grupo social realice su proyecto personal. Celebramos con gozo las conquistas de libertad en individuos y pueblos que se están logrando últimamente. «Las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y de una vida libre, digna del hombre» (GS 9). Con todo, el logro de la libertad es una empresa difícil para el hombre moderno. Unida a un mayor bienestar material, le lleva con frecuencia a un acendrado individualismo en las relaciones humanas y a un fuerte deseo de aislarse del medio social, desinteresándose de los problemas ajenos. En el orden religioso, una libertad mal entendida hace que el hombre de hoy tienda «a considerar el rechazo u olvido de Dios como condición indispensable para conseguir la liberación, el progreso y la felicidad» (CVP 20).9 El individualismo exagerado produce, no obstante, una honda soledad. El hombre busca, entonces, grupos humanos en los que poder comunicarse. El fenómeno de las pequeñas comunidades cristianas, de gran relevancia cultural, es muy importante en orden a la evangelización. El Evangelio, en efecto, trata de suscitar la conciencia y la experiencia de una fraternidad humana solidaria: «Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común» (Hch 2,44).

 

          d)  El fenómeno del pluralismo

 

11.     El desarrollo de la libertad ha propiciado el fenómeno del pluralismo. En la cultura actual, en efecto, se da un pluralismo creciente de ideas, valores, creencias, formas de concebir la sociedad, tendencias políticas... La sociedad española se ha abierto al pluralismo democrático y está aprendiendo a convivir en él. «El llamado pluralismo ya no puede estimarse como un mal que rechazar, sino como un hecho con el que hay que contar» (Congregación para el Clero, Directorio general para la catequesis [DGC] 3). El pluralismo representa un cambio profundo respecto a una manera unánime de vivir, propia de culturas que «como la nuestra» están marcadas por tradiciones hondas.10 Entre nosotros las creencias y prácticas religiosas se han visto afectadas en grado considerable, sobre todo en aquellos adultos que vivían una religiosidad poco personalizada. El ambiente social no propicia, como antes, la vida religiosa de nuestras gentes. Los medios de comunicación tienden, en gran parte, a olvidarla y, a veces, a menospreciarla y hasta ridiculizarla. Sin embargo, el pluralismo obliga al hombre a afirmarse en sus convicciones, si no quiere ser arrastrado de aquí para allá. En relación a la evangelización, por consiguiente, esta situación favorece el poder descubrir la fe, no como algo heredado, sino como don de Dios que exige una respuesta libre del hombre. Vivimos en un momento muy adecuado para personalizar la fe y dar testimonio de ella en medio de una sociedad secularizada. La fe es siempre una opción personal y libre. Esto es, precisamente, lo que pretende la catequesis: el dar una fundamentación a la fe, para que pueda mantenerse firme y activa en el mundo en que vivimos.

 

          e)  La crisis de las ideologías

 

12.     El pluralismo relativiza los modos de pensar que el hombre se da. Las ideologías dominantes entran en crisis. Se desconfía de las visiones totalizantes de la existencia, a las que se otorgaba el monopolio de la verdad. Las utopías políticas, económicas, culturales... caen o se relativizan. La crisis de las ideologías genera una crisis de valores profundos, ya que éstos se enmarcaban en esas referencias ideológicas que les daban sentido. El hombre actual está viviendo, así, un vacío de sentido, con una honda sensación de desamparo, como si estuviera arrojado a la intemperie. Se observa, como consecuencia, la tendencia a privatizar la fe y a construir cada uno «a modo de bricolaje» su propia cosmovisión y su propio código ético. El hombre moderno aparece, así, con la conciencia moral fragmentada: liberal en unos aspectos y puritano en otros. No parece posible, sin embargo, poder vivir la existencia sin un hilo conductor. Por eso, aun cuando no pocos viven en el nihilismo, muchos tratan de buscar un sentido a la vida y encontrar nuevas fuentes de legitimación de valores. Uno de los elementos constitutivos del hecho religioso es, precisamente, el de ser dador de sentido, proporcionando al hombre un universo simbólico que ofrece una interpretación de la realidad social y le brinda una causa por la que entregarse. «Son cada día más numerosos los que se plantean con nueva penetración las cuestiones más fundamentales» (GS 10).

 

          f)  La importancia de los medios de comunicación social

 

13.     Los medios de comunicación social (TV, prensa, radio...) juegan un papel decisivo en la configuración de esta nueva cultura. Hay quienes consideran que son el elemento más determinante para cambiar las mentalidades. Si a comienzos de este siglo fue la revolución industrial la que produjo profundos cambios sociales, hoy, «al final del mismo», sería la revolución de la electrónica, aplicada a la comunicación, la que va a producir un nuevo estilo de sociedad y un nuevo tipo de hombre. Con razón se define nuestra cultura como «la civilización de la imagen» (EN 42). Muchos son los efectos que los mass-media producen en el hombre. Uno muy importante es la rapidez e inmediatez con que asistimos a todo lo que pasa en el mundo: «Su eficacia desborda las fronteras de las naciones y convierte a cada individuo en ciudadano de todo el mundo» (DGC 2).11 Junto a ello, la abundancia y variedad de lo que se difunde y emite son tales que el hombre se ve invadido ante tantos estímulos como le llegan. Cansado de la rutina del trabajo se sumerge en esa variedad de imágenes, sonidos y palabras, buscando la relajación y la evasión. Sólo su sentido crítico y su capacidad de selección pueden impedir el quedar inerme ante un influjo tan poderoso. La influencia de los medios de comunicación social en el espectador o usuario tiene la contrapartida del poder enorme que la masa de espectadores puede ejercer sobre el comportamiento de los dirigentes sociales. Hoy se habla de la dictadura de la audiencia. El público es el que decide. Los sondeos de opinión son punto de referencia obligado para cualquier iniciativa social. Los Estados o grupos con posibilidades, conocedores de este fenómeno, procuran dominar tales medios para cambiar el signo del poder. Habría, no obstante, que afirmar que, con relativa frecuencia, la salud misma de un pueblo reacciona mostrando su estima hacia aquellos medios en que se respeta claramente la libertad y la objetividad.

 

 

B)      Un desafío radical para la fe cristiana

 

14.     Es fundamental tener en cuenta que, hoy en día, el mundo plantea a la fe un desafío radical. Pablo VI supo expresarlo en una frase lapidaria: «La ruptura entre el Evangelio y la cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo» (EN 20).12 En épocas pasadas, la evangelización de la Iglesia tenía que enfrentarse a aspectos más bien puntuales de la doctrina cristiana. Hoy es lo central del Evangelio lo que está afectado. La nueva evangelización no se circunscribe a aspectos periféricos de la fe, sino a lo nuclear: el sentido de Dios y el sentido del hombre. Estos dos aspectos, el sentido religioso y el sentido humano, aparecen «para bien y para mal» íntimamente vinculados entre sí.

 

          El sentido de Dios y el del hombre mutuamente implicados

 

15.     A algunos, cara a la evangelización, sólo les preocupa lo que concierne al sentido de Dios. Se fijarán, entonces, exclusivamente en fenómenos como el ateísmo, el agnosticismo, la indiferencia religiosa... Una preocupación exclusiva por la problemática de la increencia no agota, sin embargo, la magnitud del problema que se presenta al Evangelio. La enorme problemática social que afecta, hoy, a los hombres quedaría «en este caso» al margen de esa visión y la evangelización de ella derivada aparecería sesgada. Otros, por el contrario, sólo aparecen preocupados por los problemas humanos, sobre todo los de orden político-económico. La dimensión más propiamente cultural y, en concreto, la problemática religiosa planteada por la cultura contemporánea quedan al margen de esta visión, dando también origen a una evangelización parcial. Los dos aspectos, el religioso y el social, se reclaman uno a otro en la evangelización. El amor a Dios y el amor al prójimo «lo sabemos» se implican mutuamente y ambos deben ser promovidos. También la increencia y la insolidaridad guardan entre sí estrecha relación. Los individuos o grupos humanos, afectados por uno u otro fenómeno, necesitan ser evangelizados.

 

          a)  Oscurecimiento del sentido de Dios...

 

16.     En la sociedad española, en los últimos años, la increencia, sobre todo bajo la forma de la indiferencia religiosa, ha aumentado considerablemente. «En nuestro mundo hay fuertes fermentos de ateísmo y de indiferencia religiosa» (TDV 21).13 Por primera vez entre nosotros, la indiferencia religiosa afecta a un gran número de personas. En muchos hombres y mujeres «entre los veinte y cuarenta años, sobre todo», la práctica religiosa, y hasta el mismo hecho religioso, van perdiendo significación vital. Se trata de una increencia práctico-estructural. Se dan «unas formas de vida en las que el hombre pierde la capacidad de preguntarse por el origen y el sentido último de la vida» (TDV 21). Muchos de los jóvenes y adultos actuales viven dominados por «un espíritu desconfiado y pragmático, amigo de disfrutar del mundo y de la vida, sin poner la confianza en revelaciones ni promesas que no estén al alcance de la mano, ni se puedan disfrutar aquí y ahora de manera inmediata» (TDV 21). En el fondo de muchos de ellos anida el oscuro sentimiento de que la religión cristiana es castrante de los deseos más hondos de la naturaleza humana.14 La increencia está ubicada, sobre todo, en los centros considerados como generadores de cultura, en hombres y mujeres para quienes esa increencia es un fenómeno normal, por el que hay que pasar para que el hombre adquiera su talla humana. De esta forma nace una cultura impregnada de increencia.

 

          ... y del sentido del hombre

 

17.     Paralelamente, se observa un oscurecimiento del sentido del hombre, «una falta de convicciones sobre el ser profundo del hombre» (CVP 18). En efecto, el rechazo de Dios quiebra interiormente el verdadero sentido de las profundas aspiraciones del hombre y altera en su raíz la interpretación de la vida y del mundo, debilitando y deformando los valores éticos de la convivencia. La insolidaridad entre los hombres se hace más patente. No hay duda de que el interés propio y el egoísmo ejercen una gran influencia en la convivencia social. El afán de enriquecerse a costa de quien sea es un dato que está en el ambiente y que muchos terminan por considerar normal. Son múltiples las violaciones a las que, hoy, está sometida la persona humana. Quien le oprime tiene diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los mass-media...15 «Hoy crecen por todas partes el hambre, la opresión, la injusticia y la guerra, los tormentos y el terrorismo y otras formas de violencia de cualquier clase» (Sínodo 1985, II D1). La pérdida del sentido de Dios conduce, tarde o temprano, a la pérdida del sentido del hombre. El Concilio lo expresó en frase concisa: «La creatura sin el Creador se esfuma» (GS 36).16

 

          b)  Nueva sensibilidad por el hombre...

 

18.     Pero la misma cultura que segrega este oscurecimiento del sentido de Dios y del hombre provoca, también, una gran sensibilidad por la dignidad de la persona y su libertad y un resurgir de lo sagrado. Todo ocurre como si fuerzas contrapuestas actuasen al mismo tiempo en ella, produciendo juntamente efectos contrarios. En las últimas décadas, sobre todo en Occidente, la sensibilidad por los derechos humanos aparece con fuerza. Los obispos españoles reconocemos una vez más que, entre nosotros, también se dan «muchos aspectos positivos en el campo de la cultura» (CVP 14-17): sensibilidad por la persona humana, la afirmación de la libertad, la aspiración a la paz, la solicitud por los más desfavorecidos... Con todas sus limitaciones, la pasión por lo humano es un hecho que emerge, particularmente entre los jóvenes. «Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre» (ChL 5).17

 

          ... y un retorno a lo sagrado

 

19.     Junto a esta sensibilidad por el hombre, la investigación sociológica y cultural ha descubierto que una insospechada solicitud de valores religiosos y de sentido de la vida brota del corazón de muchos contemporáneos nuestros, anhelosos de encontrar respuestas más válidas que las que ofrecen algunos modelos de pensamiento en moda. Muchos de los fenómenos producidos recientemente en los países del Este no parece que puedan explicarse si se prescinde del ansia de dar un sentido hondo de ultimidad a la vida y a las cosas. «No obstante el secularismo, existen también signos de una vuelta a lo sagrado. Hoy hay signos de una nueva hambre y una nueva sed hacia las cosas trascendentes y divinas» (Sínodo 1985, II A 1).18 No cabe reprimir este anhelo de lo trascendente que, de manera más o menos consciente, anida en el hombre como consecuencia de la semilla de Dios presente en el corazón humano. La búsqueda de lo sagrado y lo religioso irrumpe por doquier, bajo formas muy diversas y no exentas, a veces, de ambigüedades. La fe nos dice que, aquí también, hay una vinculación profunda entre esta nueva sensibilidad por el hombre y este retorno del sentido de lo sagrado. «Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (GS 22). La acción del Espíritu nos acerca, al mismo tiempo, a la realidad de Dios y a la realidad del hombre.

 

          Diferentes posturas en los católicos

 

20.     El desafío que el mundo contemporáneo presenta a la fe cristiana es, pues, radical. La manera de situarse ante él no es, sin embargo, la misma por parte de los católicos. Y tener la correcta actitud evangélica ante el mundo es fundamental para colaborar en la nueva evangelización. Algunos cristianos, llevados por un pesimismo desesperanzado, tienen del mundo contemporáneo una visión exclusivamente negativa. Sólo ven lo negro. No perciben en él nada positivo. Se parecen a aquellos «profetas de calamidades»19 que criticaba Juan XXIII. Otros, por el contrario, con gran ingenuidad, aceptan sin apenas crítica todo lo moderno por el mero hecho de su novedad. Todo lo ven positivo. Llevados por un ingenuo optimismo, que ignora la presencia del pecado y del mal, se sitúan ante la cultura contemporánea sin un verdadero espíritu crítico. La nueva evangelización, en cambio, exige un gran realismo pastoral.20 Hemos de saber descubrir los grandes valores de la cultura moderna y dejarnos interpelar por ellos en una actitud de apertura. Pero, al mismo tiempo, hay que caer en la cuenta de los aspectos negativos que también existen y saber confrontarlos con el Evangelio en lúcida y audaz actitud misionera. El Sínodo extraordinario de 1985 determinó muy bien la necesidad de adoptar esta postura de apertura misionera, frente a catastrofismos estériles y a optimismos ingenuos: «Se excluye la mera fácil acomodación que llevaría a la secularización de la Iglesia. Se excluye también la cerrazón inmovilista de la comunidad de los fieles en sí misma. Pero se afirma la apertura misionera para la salvación integral del mundo. Por ella no sólo se aceptan los valores verdaderamente humanos, sino que se defienden fuertemente» (II D 3). El criterio fundamental de un adulto para colaborar en la nueva evangelización es el de tener una auténtica actitud misionera. La radical ambivalencia de la cultura remite a la profunda división del corazón humano.

 

21.     La actitud misionera del cristiano se enraíza en una lectura teológica de la realidad contemporánea. El cristiano ha de mirar al mundo con los ojos de la fe. Como señala Juan Pablo II, hemos de saber hacer «una lectura teológica de los problemas modernos» (SRS 35). Las tensiones ambivalentes que atraviesa la cultura moderna, con todas sus realizaciones y fracasos, remiten a esa división interna que atenaza al hombre moderno y de la que hoy es más consciente que nunca: «En realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano» (GS 10). La cultura moderna refleja, así, una lucha dramática entre el bien y el mal, entre las fuerzas constructivas que la impulsan a construir una sociedad más justa y fraterna y aquellas fuerzas destructivas, generadoras de la explotación, de la injusticia y del desprecio a la persona. Junto a poderosas energías vitalizadoras, la cultura moderna aparece, también, como «un mundo sometido a estructuras de pecado» (SRS 36). En cualquier realización cultural, por modesta que sea, esa tensión está inexorablemente presente. El hombre contemporáneo «muchas veces hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo» (GS 10; cf. Rm 7,14ss).21

 

          La fe contempla a un mundo esclavizado y, a la vez, liberado

 

22.     A los ojos de la fe el mundo aparece, a un tiempo, creado por Dios, esclavizado por el poder del pecado y liberado por la pascua de Cristo. La consideración de los tres elementos es fundamental. Esta lectura teológica de la cultura contemporánea ha sido hecha, con gran precisión, por el Concilio Vaticano II. El análisis y la reflexión que tuvo lugar en el Concilio no es una realidad desfasada sino que, por el contrario, constituye una referencia medular y una base teológica sólida sobre la que apoyarse para colaborar en la nueva evangelización: «Los cristianos creen que el mundo ha sido fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del Maligno, para que se transforme según el designio divino y llegue a su consumación» (GS 2). Esta liberación germinal operada por Cristo se hace con vistas a una lenta transformación que culminará en plenitud: «Caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide con su amoroso designio: «Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra» (Ef 1,10)» (GS 45).

 

 

C)      Una nueva evangelización

 

          Conciencia creciente de la necesidad de una nueva evangelización

 

23.     La necesidad de emprender una nueva evangelización ha ganado una clara conciencia en el seno de la Iglesia y está siendo constantemente impulsada por Juan Pablo II: «Es preciso plantear el problema de la evangelización en términos totalmente nuevos».22 Este vivo deseo de la Iglesia de plantear una evangelización nueva late, implícita o explícitamente, en reflexiones y acciones eclesiales promovidas desde hace un siglo. Recordamos a este propósito las grandes encíclicas sociales, desde la Rerum novarum [RN] (1891), y la renovación eucarística en la comunidad cristiana, a principios de este siglo, que tanto ayudaron a esclarecer el sentido del hombre y el sentido de Dios, inherentes a la fe. En realidad fue este deseo evangelizador el que dio origen al Concilio Vaticano II. Así lo hizo ver Juan XXIII al convocarlo: «Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí tareas inmensas, como en las épocas más difíciles de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio».23 Pablo VI, en el décimo aniversario de la clausura del Concilio, también recordó que ese deseo evangelizador es el que está subyacente en todo el Concilio: «Sus objetivos se resumen, en definitiva, en uno solo: hacer a la Iglesia del siglo XX más apta todavía para anunciar el Evangelio a la humanidad de este siglo» (EN 2).24

 

          La evangelización, exigencia interna del Evangelio y respuesta al mundo moderno

 

24.     A veces, al preguntarnos el por qué de una nueva evangelización, nos expresamos de forma que parece que es la cultura contemporánea la que exige la venida del Evangelio. No es así. La evangelización es, ante todo, exigencia interna del mismo Evangelio que, por su misma naturaleza, está pidiendo ser anunciado. La Iglesia, al proponerse la nueva evangelización, lo hace ante todo «por exigencia radical de su catolicidad» (Conc. Vat. II, Decr. Ad gentes [AG] 1), obediente al mandato de su Señor, que es quien toma la iniciativa. La siembra del Evangelio es sólo iniciativa del sembrador: «Salió el sembrador a sembrar» (Mt 13,3). Las circunstancias que «hemos visto» se dan en la cultura contemporánea, y que representan para el Evangelio un desafío radical, hacen que la Iglesia «se sienta llamada con mayor urgencia» (AG 1) a la obra evangelizadora. Es importantísimo tenerlas en cuenta, lo mismo que el sembrador debe conocer la diferente calidad del terreno. Pero no son esas circunstancias las que fundamentan la evangelización. El fundamento se encuentra en el mismo Evangelio, es decir, en el proyecto mismo de Dios y de su Reino ofrecido a los hombres25. Este principio pastoral vale para cualquiera de las acciones que constituyen y vertebran la acción evangelizadora. Entre ellas para la catequesis de adultos.

 

          A una nueva cultura, una nueva evangelización

 

25.     Haremos bien en meditar, una y otra vez, en que es Dios, en su inescrutable designio, el que conduce los avatares de la historia por caminos que sólo Él conoce. Precisamos de un profundo espíritu contemplativo para escrutar ese designio divino e intuir lo que Dios está pretendiendo hacernos ver: «El Pueblo de Dios, movido por la fe [...] procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos de los que participa con sus contemporáneos, los signos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11). Lo que impacta, ante todo, es la novedad de esa cultura. «Un orden nuevo se está gestando», decía Juan XXIII al convocar el Concilio. «Se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana»,26 repetía el mismo Concilio. «Qué pretende Dios despertar en nosotros con esta novedad». En este tratar de discernir los planes de Dios tras los acontecimientos de la época contemporánea, la Iglesia sabe, de momento, que a esta novedad cultural debe responder con una nueva evangelización: «Los grupos humanos en medio de los cuales vive la Iglesia, con frecuencia, por diversas razones, se transforman totalmente, de suerte que pueden crearse situaciones por completo nuevas. Debe entonces la Iglesia examinar si dichas situaciones requieren de nuevo su acción misionera» (AG 6). Parece evidente que en la cultura occidental contemporánea se da esa situación nueva que requiere, por tanto, un nuevo planteamiento, el de una nueva evangelización, «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».27

 

 

D)     Doble dimensión de la evangelización

 

26.     La nueva evangelización ha de asumir dos direcciones. Una hacia afuera, hacia los que no son creyentes, para anunciar el Evangelio. Es la dimensión misionera de la evangelización. Otra hacia dentro, dirigida a los propios creyentes, para fortificar y personalizar su fe. Es la autoevangelización.28

 

          a)  Una evangelización misionera centrada en la Buena Nueva...

 

27.     Lo esencial de la evangelización es la buena noticia que propone el Evangelio. Jesús, «el primer evangelizador» (EN 7), vino al mundo para anunciar un mensaje nuevo y desconcertante: «El Reino de Dios está cerca» (Mc 1,15).

 

          Jesús anuncia que Dios entra en la vida de los hombres como una realidad viva y misteriosa, que les concierne definitivamente y les trae la verdadera salvación.29 A un mundo creado por Dios, pero esclavizado por el pecado, el Evangelio anuncia la liberación que se le ofrece en Cristo, crucificado y resucitado (cf. GS 2). Lo que la evangelización anuncia es la oferta de un don. Este don, salvador y reconciliador, es como una semilla fecunda que el hombre, con su esfuerzo y compromiso, debe hacer fructificar. El anuncio misionero del Evangelio al mundo lo realiza la Iglesia con su palabra y con sus obras: «La misión de la Iglesia no es sólo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico» (Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem [AA] 5).

 

          ... y en la solicitud por el hombre

 

28.     La evangelización misionera, al transmitir fielmente la Buena Noticia, está movida por «la solicitud por el hombre» (Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis [RH] 15). La oferta de una nueva evangelización inevitablemente es interpretada por algunos como el deseo de la Iglesia de reconquistar un poder y unos privilegios en un mundo que se le ha emancipado. Sin embargo, cuando ofrece al mundo contemporáneo su colaboración, «no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna» (GS 3), ni pretende «reivindicar ciertas posiciones que ocupó en el pasado y que la época actual ve como totalmente superadas».30 Su única preocupación tiene que ser el hombre, «camino primero y fundamental de la Iglesia» (RH 14), sobre todo el hombre que sufre y está marginado.

 

          La evangelización misionera tiene en los pobres a sus primeros destinatarios y a la pobreza humana como el fenómeno social por el que el Evangelio juzga al mundo y condena su pecado.31 Esto implica que el mensaje social del Evangelio, transmitido por la Iglesia, forma parte de la misión evangelizadora, y «el compromiso por la justicia» (SRS 41) constituye una dimensión esencial de la fe.

 

          Rasgos concretos de la evangelización misionera

 

29.     Una evangelización misionera podría caracterizarse, hoy, por:

 

-       Una mayor abundancia y calidad de signos, tanto personales como institucionales, en favor de la persona y, muy en concreto, de los enfermos, pobres y marginados.32

 

-       La potenciación de aquellas asociaciones y movimientos cuyo objetivo apunta, fundamentalmente, a la transformación de las estructuras de la sociedad y al primer anuncio del Evangelio en el mundo de los increyentes y alejados de la fe.

 

-       El cuidado esmerado de aquellos espacios en los que puede desarrollarse un diálogo entre la fe y la cultura.33

 

-       La presencia testimonial, y en lo posible asociada, de los creyentes en la vida pública, esforzándose por hacerse presentes en aquellos ámbitos donde se gestiona la marcha de la sociedad.

 

          b)  Una evangelización al interior de la comunidad cristiana

 

30.     Esta evangelización misionera dirigida al mundo contemporáneo, a los que no son creyentes, está exigiendo «al mismo tiempo» una evangelización hacia dentro, dirigida a los propios creyentes. «La evangelización de los no creyentes presupone la autoevangelización de los bautizados» (Sínodo 1985, II 8,2).34 Los logros y dificultades de la civilización actual, en efecto, no sólo son un desafío lanzado a la Iglesia desde fuera. Son crisis y posibilidades que le afectan por dentro, ya que los cristianos viven inmersos en el mundo.35 «Se va operando una secularización interna del cristianismo que le hace incapaz de aportar nada nuevo ni importante a las luchas, a las incertidumbres y a la desesperanza de los hombres» (TDV 22). Se impone, por tanto, una evangelización en el interior de las comunidades cristianas. Necesitamos ahondar y purificar nuestra propia fe. Hemos de hacerla más religiosa y más comprometida en la transformación de nuestra vida y de la sociedad. Hoy, más que nunca, se precisan cristianos con una fe adulta. Entre la evangelización misionera y esta necesaria evangelización interior hay una profunda vinculación. Debemos crecer como creyentes con vistas a la misión. La Iglesia debe, hoy, autoevangelizarse para evangelizar.

 

          Algunos rasgos de esta evangelización interior a la comunidad cristiana...

 

31.     Una evangelización al interior de la comunidad cristiana, hoy, parece que debería privilegiar, entre otras, las siguientes acciones:

 

-       Una iniciación o reiniciación cristiana de aquellos adultos cuya fe no esté suficientemente fundamentada, ofreciéndoles la posibilidad de participar en una catequesis sistemática de inspiración catecumental.

 

-       Una atención muy cuidada a los encuentros ocasionales con los alejados de la fe que acudan a la comunidad cristiana con motivo de algún acontecimiento religioso. Tanto la acogida como los encuentros y la celebración religiosa deben estar impregnados de un talante misionero.

 

-       La capacitación de cristianos, hombres y mujeres, que puedan acompañar «individual o colectivamente» en los primeros pasos de la fe a aquéllos que, desde la increencia, se acercan a la comunidad cristiana en actitud de búsqueda.

 

-       Pequeñas comunidades, tanto de adultos como de jóvenes, al interior de las parroquias que acojan y acompañen a los adultos y jóvenes, respectivamente, que estén siguiendo procesos catequéticos.

 

-       Dotar a los agentes de pastoral de una hondura religiosa, una fina conciencia y sensibilidad social y un audaz espíritu eclesial y apostólico.

 


 

          ... en la que la catequesis de adultos aparece como acción fundamental

 

32.     En esta evangelización al interior de la comunidad cristiana, en la que varias acciones pastorales están implicadas, la catequesis de adultos tiene un papel fundamental, y a ella se han de dedicar los mejores recursos en hombres y medios. En esta reflexión nos vamos a centrar en ella. En nuestros días la Iglesia necesita «reavivar sus raíces cristianas»36 para afrontar con decisión y esperanza los retos del futuro. La catequesis de adultos, cuyo carácter propio consiste en ser «un proceso de fundamentación de la fe» (Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones pastorales La catequesis de la comunidad [CC] 97), es «en este empeño» la acción más directamente concernida. Cabe preguntarse por qué la catequesis de adultos, en un contexto de increencia, que reclama «sobre todo» el anuncio del Evangelio, juega un papel tan decisivo. La razón está en que la catequesis de adultos se realiza con vistas a la misión. La catequesis de adultos, en efecto, proporciona a los cristianos la base necesaria para dar testimonio del Evangelio en el mundo. Un creyente no catequizado es incapaz de evangelizar. Todo lo que se dice al exterior debe ser verdad al interior. La catequesis de adultos pone, también, los fundamentos de la renovación de las comunidades cristianas. Si una Iglesia particular no cuenta con comunidades cristianas vivas, no puede desplegar una evangelización eficaz. No se puede evangelizar sólo con militantes aislados. Deben estar apoyados por comunidades donde se vea plasmado lo que esos militantes anuncian. Por su carácter fundamentador, la catequesis de adultos ha de desempeñar, por tanto, un papel fundamental en la nueva evangelización.

 

          Una llamada a la esperanza

 

33.     La Iglesia, en su acción evangelizadora, se siente acompañada por el Espíritu de Dios. Cada momento, cada época, es para ella un momento de gracia para acometer su misión salvadora. También el hombre de hoy ofrece grandes posibilidades para ser evangelizado. «La divina semilla que en el hombre se oculta» (GS 3) debe dar sus frutos. Es cosa de estar atentos a este hombre y observar las ventanas abiertas que ofrece para entrar en su interior y ayudarle a descubrir la altísima vocación a que está destinado. Pensamos que nos encontramos en una coyuntura cultural muy apropiada para la evangelización: «Es un tiempo muy apto para descubrir nuestra originaria vocación misionera. Hoy somos muy conscientes de que el anuncio misionero del Evangelio no se debe realizar sólo en países remotos. También entre los muchos increyentes que nos rodean debe realizarse. Es un momento adecuado, también, para personalizar nuestra propia fe y ver a la catequesis como la acción eclesial encargada de poner los fundamentos de la misma».37 Es una época propicia, finalmente, para impulsar comunidades cristianas vivas, firmes en su identidad cristiana, y que sean «luz del mundo y sal de la tierra» (Mt 5,13-14). Son estas comunidades los verdaderos agentes evangelizadores de la nueva cultura.

 

          Con la nueva evangelización la Iglesia desea responder a la necesidad de esperanza que late en la humanidad. El mundo actual busca un destino mejor, abrumado por tantos problemas, y desea vivir con más ilusión y esperanza su lucha por la vida. Podríamos decir con Pablo VI: «En este mundo moderno no se puede negar la existencia de valores inicialmente cristianos o evangélicos, al menos bajo forma de vida o de nostalgia. No sería exagerado hablar de un poderoso y trágico llamamiento a ser evangelizado» (EN 55).

 


 

II.      La catequesis de adultos dentro del proceso evangelizador

 

34.     La situación cultural actual pide una nueva evangelización y, dentro de ella, la catequesis de adultos es tarea necesaria y urgente. Es conveniente precisar bien el papel que le corresponde desempeñar. Por eso, antes de analizar por dentro sus características, se debe ver cómo se relaciona con otras acciones pastorales:

 

-       En este capítulo se desea mostrar cómo se ubica dentro de la totalidad del proceso evangelizador.

 

-       Posteriormente, en el capítulo tercero, se verá cómo se sitúa dentro del conjunto de la acción catequizadora de la Iglesia, es decir, en relación con la catequesis de las otras edades.

 

-       Finalmente, en el capítulo cuarto, se tratará de relacionar la catequesis de adultos con otras formas de educación en la fe, dirigidas también a los adultos: la homilía, la formación cristiana en movimientos y asociaciones, la enseñanza de la teología a los laicos...

 

35.     Lo que de inmediato interesa es tratar de ubicar bien a la catequesis de adultos dentro del proceso evangelizador.38 «La catequesis es uno de los momentos en el proceso total de la evangelización» (CT 18). El momento cultural que vivimos, marcado por la secularización de la vida social, ha dejado patente una gran diversidad de niveles de fe en los adultos. Desde el ateísmo y la indiferencia religiosa hasta el cultivo ardiente de la fe, el abanico es grande. Se constata, sin embargo, que, muchas veces, las ofertas pastorales que se hacen a los adultos no son las más adecuadas al nivel de fe en que se encuentran. Nuestra acción evangelizadora debe diversificarse más. Sin pretender, ni mucho menos, planificar toda la acción evangelizadora, sí deseamos delimitar el lugar que, en ella, corresponde a la catequesis de adultos. Con ello se podrá clarificar mejor el carácter propio de ésta y quiénes son sus verdaderos destinatarios.

 

 

A)      La evangelización, un proceso por etapas

 

          La evangelización es un proceso rico y complejo...

 

36.     La evangelización es una realidad rica, compleja y dinámica. Es imposible captar toda su riqueza si no sabemos abarcar, en mutua fecundación, sus elementos esenciales. «La evangelización es un proceso complejo con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de signos, iniciativas de apostolado» (EN 24).39 Partiendo de esta concepción teológico-pastoral, la evangelización abarca el conjunto de acciones que la Iglesia realiza para anunciar y hacer realidad el Reino de Dios. Incluye la totalidad de ese proceso, en la integridad de todos sus elementos.40 Muchas veces, sin embargo, las diversas acciones evangelizadoras se desarrollan aisladamente, de manera fragmentaria e inconexa, sin sentido integrador. La catequesis que se realiza entre nosotros, por ejemplo, ha de avanzar hacia un mayor sentido misionero y litúrgico. Otras acciones pastorales también necesitan mayor apertura. Esta desconexión lleva, a menudo, a equívocos, falsas oposiciones y descalificaciones mutuas. «Los elementos de la evangelización pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores» (EN 24). Partiendo, por tanto, de un concepto integral de la evangelización, es preciso saber componer sus elementos constitutivos, más que oponerlos entre sí. Cada elemento evangelizador, manteniéndose fiel a su carácter propio, debe ser fecundado por las aportaciones de los otros elementos.41

 

          ... que se desarrolla gradualmente

 

37.     La evangelización no sólo es compleja, por la diversidad de elementos que encierra, sino dinámica, porque se desarrolla de modo gradual. «Solamente de modo gradual es como (la Iglesia) toma contacto con ellos (hombres, grupos y pueblos)» (AG 6). Los elementos de la evangelización tienen una concatenación dinámica que viene pedida por el nacimiento y crecimiento en la fe. «La Iglesia experimenta en su acción situaciones iniciales y desarrollos graduales» (AG 6).42 La fe cristiana, en efecto, es una realidad dinámica que va madurando «hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13). La gradualidad de la acción evangelizadora corresponde a las etapas de este nacimiento, crecimiento y maduración de la fe. Muchas veces, sin embargo, observamos en nuestra acción evangelizadora una confusión de planos. Se realizan acciones pastorales inadecuadas al nivel real de fe de las personas a las que se dirigen. Por ejemplo, catequizamos frecuentemente a cristianos ya iniciados que necesitarían otro alimento. Otras veces desarrollamos un proceso catequizador con adultos que no tienen la fe inicial requerida para poder asimilarlo. La situación de lejanía de la fe de muchos que solicitan los sacramentos requiere una acogida y un tratamiento evangelizador que, muchas veces, no sabemos ofrecer. La gradualidad de la evangelización es signo del respeto de la Iglesia al crecimiento personal del creyente. Su amor maternal desea dar a cada uno el alimento más adecuado a su situación. En modo alguno significa camuflar o silenciar exigencias de la evangelización, sino saber respetar las posibilidades graduales del destinatario, adaptándose al momento en que se encuentra.

 

          Las etapas de la evangelización

 

38.     «La evangelización está estructurada en etapas o fases sucesivas. La evangelización tiene momentos esenciales y diferentes entre sí, que es preciso abarcar conjuntamente en la unidad de un único movimiento» (CT 18). Las etapas de la evangelización son: «La acción misionera, que, dirigida a los no creyentes y alejados de la fe, trata de suscitar en ellos la fe y conversión iniciales». La acción catequética, que, dirigida a los que han optado por el Evangelio, trata de conducirles a una confesión adulta de la fe. La acción pastoral, que, dirigida a los fieles de la comunidad cristiana ya iniciados en la fe, trata de que crezcan continuamente en todas las dimensiones de la misma.43 Este orden paradigmático, propio de los países de misión,44 no se desarrolla entre nosotros de manera lineal y simple. Los problemas de la evangelización en un país de antigua tradición cristiana, como es el nuestro, no pueden ser equiparados «sin más» a los de un país de misión. Entre nosotros las cosas son más complejas y exigen una originalidad propia en la manera de abordarlas. A pesar de ello, este orden paradigmático debe ser, también para nosotros, punto de referencia en el que inspirarnos, ya que el proceso de maduración de la fe tiene en todas partes una lógica interna que debemos respetar.45

 

          Una nueva evangelización integral y diversificada

 

39.     La nueva evangelización que hoy nos pide la Iglesia ha de ser integral. No basta con renovar un aspecto. Es preciso plantear, con coherencia, una evangelización misionera, catequética y pastoral eficaz. A veces los planteamientos que se hacen son recortados. Las tres dimensiones son esenciales. Por otra parte, hemos de superar una pastoral demasiado uniforme, más propia de momentos culturales sosegados. Ante la diversidad tan grande de situaciones cara a la fe, se requiere un tratamiento evangelizador diversificado: «A cada circunstancia deben corresponder actividades apropiadas y medios adecuados» (AG 6). No hemos de caer en la tentación, sin embargo, de tecnificar en exceso la evangelización y mucho menos de desarrollarla confiando sólo en nuestras fuerzas. No es ése el espíritu que debe movernos al apuntar hacia una nueva evangelización más diversificada. Sabemos bien que la fe no es tanto el fruto de una acertada planificación pastoral cuanto la acción del Espíritu que habita en nosotros: «El Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización» (EN 75). La motivación debe ser, más bien, tratar de hacer realidad el profundo deseo de la Iglesia de servir adecuadamente al hombre de hoy, realizando con él la acción más conveniente a su situación.

 

 

B)      La acción misionera

 

          La acción misionera, punto de arranque de la evangelización

 

40.     La acción misionera se sitúa en el despertar del proceso de la fe, en el mundo de los no creyentes. Es la acción típicamente evangelizadora y donde, por tanto, se juega el reto y la capacidad apostólica de una comunidad cristiana. «Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que Yo las traiga y oirán mi voz» (Jn 10,16). Acción misionera es todo lo que la Iglesia vive testimonialmente, anuncia explícitamente y hace por el mundo (bajo forma de colaboración, denuncia, transformación...) para establecer el Reino de Dios y para que las personas comiencen a interesarse por Jesucristo y su Evangelio46. La acción misionera, y la conversión que de ella dimana, son un don gratuito de Dios, una invitación generosa que Él hace al corazón de toda persona para ofrecerle vivir en su comunión. Detrás de esta acción misionera hay una gran dosis de amor del creyente al increyente, al quererle hacer partícipe de una experiencia personal en la que se ha visto deslumbrado y plenificado. El anuncio explícito del Evangelio es el elemento más importante de la acción misionera. Ahora nos centramos en él. El anuncio misionero del Evangelio tiene, propiamente, dos momentos distintos:

 

-       el primer anuncio, que trata de suscitar el interrogante y la simpatía por la fe cristiana, y

-       la precatequesis, que, partiendo de ese interés primero, trata de lograr, con la ayuda de la gracia, la fe y conversión iniciales.

 

          El primer anuncio: mensaje y objetivo

 

41.     El primer anuncio que el creyente hace al no creyente a través de su vida y su palabra, en lenguaje vital y experiencial, debe comunicar «de una u otra forma» el siguiente mensaje: «En Jesucristo, Hijo de Dios, hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres como don de la gracia y de la misericordia de Dios» (EN 27).47 El primer anuncio debe ir acompañado, por parte de los creyentes, de signos que testimonien que ese mensaje ha sido asumido vivencialmente por ellos. Se trata, sobre todo, de signos morales, correspondientes a una vida penetrada por las bienaventuranzas, el mandamiento nuevo y los valores del Reino. Han de tener un carácter interpelador, que suscite preguntas.48 «Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían» (Hch 2,43). Este primer anuncio persigue suscitar interrogantes e inquietudes en los no creyentes, y una simpatía e interés hacia la fe. «¿Qué es esto?». «Una doctrina nueva y revestida de autoridad» (Mc 1,27). El misionero, de algún modo, termina su labor con el increyente cuando se pone en contacto con una comunidad cristiana, a la puerta de la institución catequizadora: «Y le llevó donde Jesús» (Jn 1,42). El paso de esta inquietud inicial a la adhesión firme por el Evangelio es, normalmente, un trabajo más lento, que se realiza por medio de la precatequesis.

 

          Destinatarios del primer anuncio

 

42.     Los destinatarios del primer anuncio del Evangelio son todos aquellos que, por una u otra causa, no conocen o no viven la Buena Nueva del Evangelio. Más concretamente: «Los que se han situado contra la existencia de Dios (ateos) o contra la posibilidad de verificar su existencia (agnósticos). Todos ellos componen lo que Pablo VI llamaba «secularismo», según el cual «Dios resultaría superfluo y hasta un obstáculo» (EN 55) para explicar la realidad humana. «Todos aquellos, bautizados o no, nacidos en un marco más o menos cristiano, pero que “nunca han escuchado la Buena Nueva de Jesús”» (EN 52). Es el caso, entre nosotros, de aquellos adultos que, por pertenecer a una familia indiferente, que no ha propiciado el despertar religioso en sus hijos, y por haber asistido a una escuela laica, llegan a la vida adulta sin haber recibido la Eucaristía ni la Confirmación y sin ninguna formación religiosa. Una muchedumbre, hoy día muy numerosa, de bautizados que recibieron en su día «y en alguna medida» formación religiosa, pero que actualmente «están totalmente al margen del Bautismo y no lo viven» (EN 56). Son cristianos que «se aproximan a los no creyentes y reciben constantemente el influjo de la incredulidad» (EN 56). El estado en que se encuentran es el de la indiferencia, y, en sus grados más profundos, constituye «quizá» la dificultad mayor para acercarse a la fe49. Es obligado recordar que entre los necesitados de la Buena Nueva de salvación hay personas que tuvieron un trato predilecto y prioritario por parte del Señor: los pobres. Además de desconocer el Evangelio de Jesús, soportan las injusticias de un mundo que no está establecido según el plan de Dios. A ellos dirigió Jesús, preferentemente, su acción evangelizadora: «He sido enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18).

 

          Urgencia del anuncio misionero del Evangelio

 

43.     En nuestro contexto cultural la increencia y la indiferencia han ganado terreno. No podemos actuar como si nada hubiera pasado. Se ha generado, por causas diversas, una cultura impregnada de increencia e insolidaridad: «En nuestro mundo hay fuertes fermentos de ateísmo e indiferencia religiosa» (TDV 21). El anuncio misionero es urgente entre nosotros. Es el componente más propio y original de la evangelización de la Iglesia: «El medio principal [...] es la predicación del Evangelio de Cristo» (AG 6). El dinamismo de una comunidad se mide por su capacidad de misión, de interpelar al hombre de hoy. Sin embargo, hemos de reconocer que es el lado más débil de nuestra pastoral. Se observa en no pocos cristianos una resistencia o, al menos, una gran dificultad para el diálogo con los no creyentes y para llegar a una confrontación honesta entre su fe y la cultura. En este sentido, los responsables de las comunidades cristianas han de reconocer la dificultad de convocatoria en el mundo de los alejados de la fe. En general, se echa en falta una mayor presencia misionera en los distintos ámbitos y sectores sociales, llevada a cabo de forma organizada y explícita (movimientos especializados, comunidades cristianas con penetración misionera...). La preocupación por esta falta de talante misionero en los creyentes es una constante en los últimos documentos del Magisterio de la Iglesia, en los que se urge la necesidad de una nueva evangelización. Muchos proyectos pastorales diocesanos la incluyen en sus objetivos.50 Una comunidad cristiana donde no funciona la acción misionera está llamada a envejecer. Se verá afectada por la esclerosis y la anemia espiritual. Se verá privada de la alegría, lozanía e impulso de los nuevos cristianos. La Iglesia se construye en la misión. Si los evangelizados no evangelizan, todo el dinamismo de la fe queda dañado.51

 

          Todos los creyentes, responsables del anuncio misionero

 

44.     Toda la comunidad cristiana es responsable de la acción misionera. «Su vida íntima no tiene pleno sentido más que cuando se convierte en testimonio y provoca la admiración y la conversión» (EN 15). Hay muchos modos de anunciar el Evangelio, unos más al alcance que otros, pero a ningún cristiano le está impedido el testimoniar y comunicar su propia fe. Las relaciones de vecindad, de trabajo, de tiempo libre... son una oportunidad para ello52. «En el fondo, no hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe» (EN 46). Es necesario que las comunidades cristianas alienten y preparen a los cristianos más dispuestos para asumir, de manera organizada, el mandato evangelizador de Jesús: «Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Algunas experiencias de esta evangelización directa ya se están llevando a cabo. Hay que volver a recuperar la confianza de esta acción directa, de persona a persona, que ciertamente exige en ciertos momentos una mayor sencillez y audacia en el propio testimonio. Los encuentros presacramentales, con personas alejadas de la fe, son también ocasión propicia para realizar este primer anuncio. Las instituciones o movimientos dedicados al anuncio del Evangelio (misiones populares, cursillos de cristiandad...) tienen, también, una importante aportación que ofrecer. En general, la acción pastoral de nuestras comunidades debe quedar toda ella teñida por esta inquietud misionera: la forma de acoger a las personas, la encarnación en los problemas de la gente, la liturgia con mayor sabor misionero, las catequesis con mayor inspiración catecumenal... La preocupación por la misión debe estar profundamente grabada en el corazón de la comunidad cristiana.

 

 

C)      La acción catequética

 

          Gracias a la catequesis, el kerigma evangélico, «primer anuncio lleno de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe se profundiza poco a poco y se desarrolla en sus corolarios implícitos» (CT 25).

 

          La catequesis, una etapa de la evangelización

 

45.     La catequesis es una etapa de la evangelización53 que trata de conducir hasta la adultez en la fe a quienes han optado por el Evangelio o se encuentran deficientemente iniciados en la vida cristiana.54 La acción catequética está tan unida a la acción misionera, fundamentando básicamente lo que allí se inició, como a la acción pastoral, que continuará madurando esta formación básica.55 El hecho de que la catequesis sea puente entre la acción misionera y la acción pastoral tiene grandes repercusiones en la praxis evangelizadora de las comunidades cristianas. No debe ser considerada como una actividad pastoral más, entre otras muchas, que una comunidad puede darse. Es una etapa por la que, en el crecimiento de la fe, todo cristiano debe pasar. «En la Iglesia de Jesucristo nadie debería sentirse dispensado de recibir la catequesis» (CT 45).

 

          La catequesis, hoy, suscita y hace madurar la fe

 

46.     La catequesis supone, de suyo, la adhesión global al Evangelio de Jesucristo. Lo que hace, de por sí, es tratar de que madure esa adhesión inicial. En los momentos actuales, sin embargo, muchos adultos acceden a la catequesis sin esa condición previa. Por eso: «La catequesis debe a menudo preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe, sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquéllos que están aún en el umbral de la fe» (CT 19).56 De esta forma, en los tiempos actuales, la catequesis asume dos funciones: «Comienza por un primer momento de búsqueda, a modo de precatequesis, de corte misionero,57 destinado a propiciar la adhesión por el Evangelio: “El anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado y cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón”» (EN 23). «Continúa con un segundo momento, más propiamente catequético, destinado a favorecer que la conversión inicial vaya madurando58 hasta convertirse en una adulta confesión de fe: “La catequesis es esa forma peculiar del ministerio de la palabra que hace madurar la conversión inicial del cristiano hasta hacer de ella una viva, explícita y operante confesión de fe”» (CC 96).

 

          Estos dos momentos de la catequesis se sitúan en el caminar normal del hombre que, tocado por la acción del Espíritu, marcha hacia el encuentro con Dios. La catequesis ayuda al hombre a dar los primeros pasos en ese caminar que, por cierto, le ocupará toda la vida.59

 

          Destinatarios de la catequesis de adultos...

 

47.     Entre los adultos que tienen necesidad de catequesis cabe destacar dos tipos de destinatarios bastante diferentes: los que vienen de la increencia y la indiferencia y los que, vinculados a la comunidad cristiana, necesitan una sólida fundamentación de su fe:

 

a)    Los primeros son aquellos adultos que, por una u otra razón, han vivido largo tiempo alejados de la fe, pero que, en un momento dado, como consecuencia de algún encuentro, acontecimiento, anuncio evangélico... que les ha impactado interiormente, sienten verdadero interés por acceder a un sentido cristiano de vivir. Estos primeros destinatarios de la catequesis son los mismos del primer anuncio,60 desde el momento que nace en ellos una verdadera inquietud por el Evangelio que les lleva a plantearse en serio la cuestión religiosa en sus vidas.

 

b)   Son también destinatarios de catequesis aquellos adultos que, manteniendo una vinculación habitual con la comunidad cristiana, se encuentran «sin embargo “deficientemente iniciados en la fe”». Entre ellos observamos, por ejemplo, a «personas de buena voluntad, practicantes asiduos de nuestras parroquias, pero con una vivencia de fe más bien infantil y poco adulta».61 A adultos que, contentándose con formas de religiosidad popular, no se han visto alentados a caminar hacia una verdadera adhesión personal a Jesucristo.62 A creyentes que, junto a rasgos verdaderos de fe, presentan creencias y valores ajenos a la vida cristiana.63 A cristianos que reconocen serias lagunas en su formación y, siendo conscientes de necesitar una más seria fundamentación en la fe, se manifiestan insatisfechos de su vida cristiana. Cabe incluir a veces, incluso, a bastantes agentes de pastoral. A necesitados de un proceso iniciatorio o de llenar serias lagunas de su iniciación.

 

48.     La catequesis con estos dos tipos de destinatarios adquiere acentos distintos, pues su situación cara a la fe no es la misma. En el primer caso, la catequesis se acerca a un proceso propiamente iniciatorio, y a esos adultos los podemos considerar como «verdaderos catecúmenos» (CT 44). En el segundo caso, la catequesis asume, más bien, tareas de reiniciación o, en su caso, de completar una iniciación aún no terminada.64

          En general, los destinatarios de la catequesis de adultos son aquéllos que, mostrando interés por el Evangelio, carecen «sin embargo» de una experiencia de encuentro gozoso con Jesucristo, una síntesis orgánica y significativa del contenido de la fe, un suficiente conocimiento y manejo de la Palabra de Dios, un nivel adecuado de experiencia comunitaria, un deseo de dar a conocer su fe y de transformar cristianamente el entorno vital...65

 

La renovación de la catequesis de adultos está vinculada a la intensificación de la acción misionera

 

49.     Una mirada atenta a los grupos actuales de catequesis de adultos hace ver que éstos no están compuestos mayoritariamente por los destinatarios, de uno y otro tipo, que acabamos de describir, sino por creyentes ya básicamente iniciados en la fe. Vemos en ellos a muchos laicos «y hasta a religiosos y sacerdotes» con la fe suficientemente fundamentada y que, acaso, lo que buscan es, más bien, una comunidad referencial de apoyo. Quizá nos ha sido más fácil organizar grupos de catequesis de adultos con los cristianos mejor dispuestos que emprender el esfuerzo de dirigirnos a quienes realmente necesitan la catequesis. Esta situación está denotando la insuficiencia de nuestra acción misionera y la incapacidad de anuncio y convocatoria entre los verdaderos destinatarios de la acción catequética. Si en una parroquia falla la acción misionera, se recortan las posibilidades de poder contar con una catequesis de adultos estable. Si sólo atendemos a los cristianos habituales «y sobre todo a los que están mejor dispuestos y más cercanos a nosotros» es posible que se pongan en marcha algunos grupos de adultos, pero la demanda tenderá a desaparecer. La dinámica del proceso evangelizador «en el que participa la catequesis» tiene que arrancar desde su raíz, que es la acción misionera: «Es imposible la renovación catequética si no es sobre la base de una evangelización misionera profunda» (CC 45).66

 

 

D)     La acción pastoral

 

«Susciten tales comunidades de fieles que, viviendo conforme a la vocación con que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado: sacerdotal, profética y real» (AG 15).

 

Necesidad de una comunidad que ayude a los catequizandos a continuar madurando en la fe

 

50.     La catequesis es sólo un trabajo de fundamentación. Se limita a poner las bases de la vida cristiana en los adultos. La madurez que deseamos ver en los fieles va más allá de lo que puede producir un proceso catequético, por intenso y prolongado que éste sea. Se necesita, por tanto, una comunidad viva que acoja a los recién catequizados para continuar sosteniéndoles y formándoles en la fe. «La catequesis corre el riesgo de esterilizarse si una comunidad de fe y vida cristiana no acoge al catecúmeno en un ambiente donde pueda vivir con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido» (CT 24). La comunidad cristiana cuenta para ello con muchos medios para educar en la fe67 y alimentar la vida cristiana. Ya las primitivas comunidades nos hablan de la instrucción en la Escritura, del compartir los bienes, del rito eucarístico y de la oración, como elementos habituales de la vida de la comunidad.68 Es imprescindible, para organizar bien la catequesis de adultos, el poder contar con una buena comunidad cristiana que sepa dar continuidad a la formación recibida, canalizar el talante apostólico y caritativo de los catequizandos y ofrecer espacios de oración, celebración y vida comunitaria, de un nivel no inferior a lo experimentado en la catequesis.69 La respuesta de muchas parroquias, ante las iniciativas de catequesis de adultos surgidas en su seno, no ha sido sin embargo tan acertada. En muchos casos no se ha llegado a percibir que la puesta en marcha de la catequesis de adultos interpela el funcionamiento de la vida parroquial. En consecuencia, no se ha acertado a preparar una comunidad viva que acoja, canalice y sostenga la vida de fe de los recién catequizados. El peligro de hacer de la catequesis de adultos algo paralelo a la vida parroquial es, en ese caso, evidente.

 

          Objetivo y destinatarios de la acción pastoral

 

51.     La acción pastoral se compone de todas aquellas iniciativas que una comunidad cristiana realiza con los fieles, es decir, con los ya iniciados70. Estas iniciativas se encaminan tanto a seguir educándoles en la fe como a hacer de ellos miembros activos de la vida y misión de la Iglesia. De esta forma, si la característica del anuncio misionero es marchar al encuentro de los no creyentes, y lo propio de la catequesis es la fundamentación de la fe, lo peculiar de la acción pastoral es la educación y la alimentación cotidianas de la fe con vistas a la comunión y a la misión71. La acción pastoral tiene, por tanto, como destinatarios a los fieles de la comunidad, cuya fe está suficientemente fundamentada. Éstos no necesitan ya una catequesis sistemática, sino del apoyo necesario para poder vivir y crecer como cristianos en la comunidad y en el mundo. De esta forma, «el proceso evangelizador se cierra y se abre continuamente» (CC 27). El que recibió la fe colabora en transmitirla. «El que ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque, de la evangelización» (EN 24). La acción pastoral de la Iglesia con los fieles se abre, así, a la acción misionera que esos mismos fieles realizan en medio del mundo. La Iglesia espera de ellos que sean quienes anuncien el Evangelio a los no creyentes. Ellos, por su parte, saben que todos sus gestos y palabras en el mundo deben estar respaldados por el testimonio de la comunidad. Por eso se esfuerzan en transformarla por dentro, para hacer de ella «germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano» (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium [LG] 9).

 

          No hay comunidad viva sin catequesis de adultos

 

52.     La catequesis necesita de la comunidad, pero, a su vez, no hay comunidad cristiana viva sin catequesis de adultos. En el momento cultural que vivimos, en el que la secularización afecta al cristianismo por dentro, se precisa una nueva evangelización no sólo de los creyentes aisladamente considerados, sino de las comunidades cristianas en cuanto tales. En esta tarea de renovación comunitaria de nuestras parroquias, la catequesis de adultos desempeña un papel decisivo, ya que asegura los fundamentos de la vida cristiana de los fieles. Una comunidad sin cristianos adultos en la fe es una comunidad desvitalizada: necesita del alimento de la catequesis no sólo para que sean cada vez más los miembros que participen activamente en la vida de la comunidad, sino para recuperar en ella un tono evangélico y comunitario que, en gran parte, se ha diluido. «La catequesis está íntimamente unida a toda la vida de la Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el incremento numérico, sino también, y más todavía, el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio de Dios, dependen esencialmente de ella» (CT 13). La catequesis de adultos va a aportar a nuestras parroquias una energía de vida cristiana que necesitan. Gracias a ella, el núcleo comunitario de adultos catequizados puede infundir en la vida parroquial una confesión de fe más adulta y auténtica, unas celebraciones litúrgicas más sentidas y un compromiso apostólico y misionero más vibrante. Por ello es del todo impensable que una comunidad parroquial descuide la catequesis de adultos, ya que de ella depende su propia vitalidad.

 


 

E)      Prioridad de la catequesis de adultos en el proceso evangelizador

 

«En este final del siglo XX, Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión» (CT 15). «Es prioritaria la catequesis de adultos en el proceso evangelizador».

 

53.     Definir la prioridad de una acción eclesial sobre otras es un tema delicado y complejo. Sobre todo si otorgamos a la prioridad los dos sentidos que parece tener: prioridad en el tiempo, cuando una acción debe ser desarrollada antes que las otras; y prioridad en medios, cuando una acción debe ser dotada con más personal y medios materiales que otras. No es evidente que, enfocado así el problema, la catequesis de adultos sea prioritaria en la evangelización:

 

-       En una época como la nuestra, marcada por el proceso de una secularización creciente, en la que la increencia y la insolidaridad abundan, parece que lo prioritario es la acción misionera.

 

-       Por otra parte, ese proceso secularizador afecta a la vida misma de la comunidad cristiana y a su interna exigencia de ser luz y sal para el mundo de hoy. Una acción pastoral que potencie nuestras comunidades sería, desde este aspecto, lo prioritario.

 

          Por tanto, a primera vista, la acción misionera hacia la increencia y la acción pastoral hacia la comunidad parecen ser, hoy, lo realmente prioritario.

 

Una prioridad referida a las otras acciones evangelizadoras y potenciadora de las mismas

 

54.     Por ser verdad la urgencia de esta doble tarea, la catequesis debe tener, al menos, una prioridad referida. La catequesis de adultos es, hoy, prioritaria en la evangelización precisamente para intensificar la acción misionera y la acción pastoral.

 

          Es así como Juan Pablo II, en Catechesi tradendae, enfoca la cuestión, al preguntarse «por el lugar mismo de la catequesis en los proyectos pastorales de la Iglesia» (CT 15). «Cuanto más sea capaz la Iglesia, a escala local o universal, de dar la prioridad a la catequesis, tanto más encontrará en ella una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes, y de su actividad externa como misionera» (CT 15). La importancia de establecer la prioridad de la catequesis como referida a las otras dos grandes etapas evangelizadoras consiste en evitar, así, dos peligros. Hacer de la catequesis de adultos un movimiento educativo cerrado, que no forme a los cristianos para la misión, lo que supondría que no ha habido verdadera catequesis. Hacer de la catequesis de adultos un movimiento comunitario paralelo, al margen de nuestras parroquias, sin contribuir a renovarlas, lo que supondría que la catequesis no ejerce su misión de incorporar a los cristianos a la comunidad.

 

55.     Lo que, en una palabra, nos quiere decir la Iglesia, al inculcarnos el carácter prioritario de la catequesis, es que no debemos dar por supuesta la adultez de nuestra vida cristiana, sino que es necesario acometer un serio trabajo de educación en la fe de los adultos,72 a comenzar por la catequesis, para que la totalidad de la acción evangelizadora funcione bien.

 

          Entendida así la prioridad de la catequesis de adultos, no se trata de reclamar para ella un puesto preeminente en la evangelización, como si fuera lo único importante. Las grandes acciones evangelizadoras han de estar todas presentes, cada una respondiendo en su intensidad a la realidad correspondiente. La nueva evangelización (misionera, catequética y pastoral) ha de activar todos sus elementos. Sólo en función de ello es importante la catequesis: «La Iglesia es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos en hombres y energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales para organizarla mejor y formar personal capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe» (CT 15).

 

 

Conclusión

 

56.     Hemos tratado de situar a la catequesis de adultos dentro del proceso evangelizador. En los momentos actuales, en los que la Iglesia quiere impulsar una nueva evangelización, la catequesis adquiere una importancia prioritaria para que esta acción evangelizadora tenga fundamentos sólidos. Vistas así las cosas, la catequesis de adultos no puede ser una oferta elitista, dirigida a selectos, a los cristianos más activos de nuestras comunidades que ya tienen oportunidades de formación. Hemos de saber ofrecer la catequesis de adultos a todos los cristianos, a los de a pie, a los más sencillos, a los alejados que sienten interés por acercarse a la fe, a los pobres, que cuentan con posibilidades y disposiciones para entender mejor el Evangelio. Todos ellos han de ser los agentes activos de la nueva evangelización. «Entre nosotros se puede escuchar y aprender estas cosas de aquellos mismos que no conocen los caracteres de la escritura, gentes sencillas y de lenguaje tosco, pero sabios y fieles de espíritu» (S. Justino, Primera apología, 60). «La renovación en el Espíritu será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no tanto en la medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, paciente y perseverante para conocer siempre mejor el misterio de Cristo y dar testimonio de Él» (CT 72).

 

 

 

III.    La catequesis de adultos dentro de la

          oferta catequizadora de la Iglesia

 

57.     Habiendo tratado de ubicar a la catequesis de adultos en el proceso evangelizador, se trata, ahora, de situarla dentro del conjunto de la acción catequizadora que la Iglesia ofrece a las diferentes edades de la vida del hombre. En concreto, es necesario relacionar la catequesis de adultos con la catequesis de niños y jóvenes y con la catequesis de la tercera edad. En el conjunto de la catequesis de la Iglesia, la catequesis dirigida a los adultos encierra unas dificultades especiales, debido a causas diversas, que es conveniente analizar. Junto a ellas, nos parece necesario descubrir las posibilidades que, hoy, también se dan. Finalmente, dentro de la pastoral de iniciación cristiana que realiza la Iglesia, el catecumenado bautismal es el modelo de referencia para la catequesis. Es importante saber referirse a esa fuente inspiradora.

 

 

A)      La catequesis de adultos, forma principal de catequesis

 

«La catequesis de adultos, al ir dirigida a hombres capaces de una adhesión plenamente responsable, debe ser considerada como la forma principal de catequesis, a la que todas las demás, siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan» (DGC 20). «La catequesis de adultos es la forma principal de la catequesis, porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades y la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada» (CT 43).

          Una triple oferta catequizadora

 

58.     Dentro de la oferta catequizadora de la Iglesia, la catequesis de adultos es la forma principal. Para situarla bien, conviene recordar en qué debe consistir esta oferta. Consideramos que toda Iglesia particular debe ofrecer el servicio de una triple oferta catequizadora:

 

          a)  Un proceso de iniciación cristiana, unitario y coherente,73 para niños, adolescentes y jóvenes, estructurado por los sacramentos de iniciación y la educación en la fe. «Este proceso lento de educación cristiana hacia la madurez aparece, así, estructurado por el Bautismo, por la educación en la fe realizada en el seno de la familia, por la enseñanza religiosa escolar, por períodos intensivos de formación estrictamente catequética realizados en la comunidad cristiana, por la celebración “en el momento más oportuno” de la Confirmación y por la participación constante en la celebración de la Eucaristía» (CC 104). Es urgente dotar a nuestras Iglesias particulares de un proceso iniciatorio coherente para estas edades.74 La variedad de acciones educativas que se realizan con la infancia, adolescencia e incluso con la juventud, en gran parte dispersas, deben ser integradas en un marco referencial común, desde el que la coordinación sea posible.75 Este conjunto de acciones que educan en estas primeras edades debe referirse siempre a los sacramentos de iniciación, cuya virtualidad desarrollan. La principal de esas acciones es la catequesis. «Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes etapas de la vida como faro que ilumina la ruta del niño, del adolescente y del joven» (CT 39).

 

59.     b)  Un proceso catequizador para adultos, ofrecido a todos aquellos cristianos que necesiten fundamentar su fe. De él nos ocupamos en toda nuestra reflexión.76 Normalmente, la catequesis de adultos «entre nosotros» se realiza con cristianos que ya han recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, pero que necesitan completar esta iniciación con la formación catequética adecuada. Es frecuente, entre nosotros, el caso de adultos que no han recibido el sacramento de la Confirmación e, incluso, la primera Eucaristía; y no es infrecuente ya la solicitud del mismo Bautismo.

 

          El momento cultural que vivimos hace prever que este número irá en aumento. Estas necesidades reclaman la instauración efectiva del catecumenado.77 De cualquier forma, la catequesis de adultos desarrolla una tarea iniciatoria y está internamente referida a los sacramentos de la iniciación cristiana.

 

60.     c)  Un proceso catequizador para los mayores, ofrecido a aquellos cristianos que, al abrirse a esta tercera «y definitiva» fase de la vida humana desean, acaso por primera vez, poner sólidos fundamentos a su fe, para poder vivir con plenitud cristiana este período «muchas veces largo todavía» de la vida. La catequesis de los mayores es, pues, una catequesis para la vida, no para la muerte.78 Debe situarse, por tanto, al comienzo de esta etapa vital, en torno a los sesenta y cinco años, la edad de la jubilación. El hecho de que la catequesis en estas edades tenga su propia originalidad no significa que los mayores queden al margen de la vida ordinaria de la comunidad cristiana. Al contrario, deben integrarse totalmente en ella para poder aportar la sabiduría de una fe depurada por tantos años de vida. Los mayores tienen la responsabilidad de ser memoria de la herencia cristiana, ya que tienen una receptividad especial para entender el lenguaje y los signos del universo cristiano. «Sin duda sería un grave daño para la Iglesia que la multitud de ancianos bautizados no mostrara que su fe cristiana resplandece con luz más intensa al acercarse la muerte» (DGC 95).

 

          Todo bautizado tiene derecho a la catequesis

 

61.     Estos tres procesos, dirigidos a las grandes etapas del ciclo vital humano, «cada una con sus propios períodos», deben ser parte integrante de la oferta catequizadora de toda Iglesia particular. Corresponden al derecho de todo bautizado a recibir una educación básica de su fe, acomodada a su situación: «Todo bautizado, por el hecho mismo de su Bautismo, tiene el derecho de recibir de la Iglesia una enseñanza y una formación que le permitan iniciar una vida verdaderamente cristiana» (CT 14). Este derecho es igual para todo bautizado. La Iglesia ha de responder con la misma solicitud maternal ante cualquier hijo suyo que necesite el primer alimento de la fe. La triple oferta ha de ser, por tanto, ofrecida al mismo tiempo para aquellos cristianos que, en cada etapa vital, están igualmente necesitados de catequización. Sin embargo, dentro de esta oferta catequizadora de la Iglesia, la catequesis de adultos es la forma principal de catequesis. Primero porque es a ella «a la que todas las demás formas, siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan» (DGC 20). Y luego porque, en tiempos de una nueva evangelización, la acción de la Iglesia ha de gravitar en torno a los adultos.

 

          La catequesis de adultos, principio organizador de una oferta coherente de catequesis

 

62.     Los diversos procesos catequizadores de la Iglesia no deben organizarse por separado, como si fueran «compartimentos estancos e incomunicados» (CT 45). La oferta catequizadora de una Iglesia particular ha de ser coherente. Entre las diversas formas de catequesis «es menester propiciar su mutua complementariedad» (CT 45). «Los diferentes procesos de catequización deben ser ofrecidos por la Iglesia diocesana en un proyecto global coherente» (CC 252). Pues bien, el principio organizador que da coherencia a los distintos procesos de catequización que ofrece una Iglesia particular es la catequesis de adultos.79 En efecto, en el momento de determinar los objetivos catequéticos de una Iglesia particular y la manera de inculturar la fe en el modo de ser de las gentes, y al establecer la adecuada formación de catequistas o la organización más adecuada para la catequesis, el punto de mira ha de ser la catequesis de adultos. Ella es el eje en el que se inspira la catequesis de las primeras edades y la de la tercera edad. «Se trata del problema central de la catequesis de adultos» (CT 43).80

 

          Razones de la centralidad de la catequesis de adultos

 

63.     Los adultos son, además, el eje gravitatorio de la acción de la Iglesia cuando una nueva cultura reclama una nueva evangelización. Éstas son algunas razones:

 

          a)  La edad adulta es la edad de las opciones fundamentales. Por ello, son los adultos «los que tienen la capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada» (CT 43).81

 

          La conversión al Evangelio es más honda en aquellas personas que se enfrentan a experiencias y situaciones decisivas, esto es, en los adultos. El adulto, como persona que ha realizado en su vida abundantes proyectos, unos alcanzados y otros fracasados, y que camina portando en su mano las preguntas fundamentales de la existencia, es quien mejor puede comprender y aceptar el carácter salvífico de la fe cristiana.82

 

          b)  La catequesis de adultos es la forma principal de catequesis, también, «porque está dirigida a las personas que tienen las mayores responsabilidades» (CT 43) en la Iglesia y en el mundo.83 La sociedad, al menos entre nosotros, es una comunidad humana gobernada por los adultos. Son ellos los principales agentes de cambio en la vida social. La misión transformadora que el Evangelio exige ha de apoyarse, sobre todo, en los adultos. Educarles bien para ello es central en la Iglesia.84

 

          c)  Hoy, como siempre, los modelos de identificación son necesarios para la juventud. El joven y, sobre todo, el adolescente y el niño son personas en crecimiento, en búsqueda, y necesitan mirarse en el adulto, sobre todo en los más cercanos a sus vidas.85 La Iglesia no podría organizar su catequesis, hoy, centrándose sólo en los niños y en los jóvenes, dejando a un gran número de cristianos adultos carentes de la madurez cristiana que aquéllos necesitan como referencia.86

 

          d)  La perplejidad en que hoy se hallan sumidos muchos adultos ante la celeridad de los cambios de ideas y valores es, también, una razón para hacer de la catequesis de adultos la tarea catequizadora principal. Las nuevas generaciones, nacidas en la vorágine del cambio social, no tienen tan honda la sensación de la conmoción de unos valores hasta ahora firmemente anclados en la mentalidad social. Estos adultos creyentes, problematizados en su fe, requieren una atención urgente en la acción catequizadora, para procurarles lucidez, armándoles así para que puedan hacer frente a las embestidas de una sociedad secularizada.87

 

          «Conviene reiterar la catequesis»

 

64.     La catequesis orgánica, como elemento constitutivo de la iniciación cristiana, desarrolla un proceso de fundamentación de la fe. En rigor sólo será necesaria cuando falte esa fundamentación. Si la fe se mantiene sólida en el paso de una etapa vital a otra, lo que necesita el cristiano son otras formas de educación en la fe, distintas y ulteriores a la catequesis. Lo ideal sería que el proceso iniciatorio sólo se produjera una vez. Si un joven llega al umbral de la edad adulta, en torno a los veinticinco años, con una fe bien fundamentada, propiamente no necesita la catequesis de adultos, sino otros elementos sólidos que le ayuden en su permanente maduración en la fe. En ese mismo caso se encontrarían los que acceden a la tercera edad con una fe bien enraizada. A ambos casos podríamos aplicarles la recomendación de la Carta a los Hebreos: «Dejando aparte la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo más alto, sin reiterar los temas fundamentales» (Hb 6,1). La Iglesia, no obstante, mantiene siempre abierta la oferta de la catequesis de adultos. Si una crisis personal o cultural viniera a conmover esos fundamentos, el cristiano podría entonces acceder a ella. Siempre hay fórmulas más flexibles de catequesis orgánica que ayuden a recomponer unos cimientos resquebrajados.

 

          Urgencia de la catequesis de adultos

 

65.     El objetivo pastoral de una juventud cristiana bien iniciada en la fe hay que mantenerlo. Se impone avanzar hacia la consecución de un proceso de iniciación cristiana para las primeras edades que sea capaz de que el mayor número posible de jóvenes acceda a la vida adulta con una fe adulta. El realismo pastoral nos dice, sin embargo, que muchos jóvenes no recorrerán todo ese largo proceso iniciatorio de infancia, adolescencia y juventud. Una gran mayoría de jóvenes y adultos cristianos carecen, hoy en día, de una fe bien asentada. No es posible, ordinariamente, en una época de crisis cultural como la nuestra, poder vivir en cristiano con una base adquirida sólo en la infancia, e incluso en la adolescencia. Este hecho reclama, con urgencia, la organización seria de la catequesis de adultos en nuestras Iglesias particulares: «Habría que caminar hacia proyectos catequéticos (con adultos) más organizados y sistematizados, de una seriedad no menor que la que utilizamos con los niños y los jóvenes, superando una catequesis de adultos un tanto diluida y poco estructurada (CC 239). A pesar de esta urgencia, son muchas aún las diócesis en las que la catequesis de adultos no es una realidad cuajada. Incluso en aquéllas que parecen haberlo hecho se reduce, muchas veces, a experiencias sueltas. Son raras las parroquias donde la catequesis de adultos es una realidad estable y continua. Por eso, «no es excesivo afirmar que la existencia de auténticas catequesis para adultos es todavía una gran laguna en la pastoral de la Iglesia en España» (CC 38).

 

 

B)      Dificultades y posibilidades para la catequesis de adultos, hoy

 

66.     Si la catequesis de adultos no ocupa en la realidad pastoral de las comunidades cristianas la importancia que la evangelización requiere no es porque los responsables de dichas comunidades no lo deseen. Lo que sucede es que hay varios condicionantes que hacen difícil la catequización de los adultos, unos venidos de la mentalidad y funcionamiento pastoral de nuestras comunidades y otros procedentes del propio adulto.

 

          Respecto a los primeros, existe el miedo a lanzarse a una nueva experiencia pastoral, y más cuando no está aún suficientemente definida. Cuenta, también, mucho el peso de la historia que tiene la catequesis tras de sí. Todavía hablar de catequesis es pensar que se trata de una cosa de niños y que se reduce al libro del catecismo. Otro condicionante es el tiempo que la catequesis de adultos requiere en quienes tratan de organizarla. Muchos responsables de la pastoral están ya muy absorbidos por la atención a las múltiples acciones habituales, que reclaman prácticamente todo su tiempo. Están también las dificultades que manifiestan los laicos para asumir la tarea de ser catequistas de adultos. Es normal, en las presentes circunstancias, que consideren más fácil catequizar a niños e, incluso, a jóvenes. Todos estos condicionantes son, sin embargo, superables cuando existe la voluntad pastoral de otorgar a la catequesis de adultos el lugar y la importancia que tienen en la evangelización. El problema mayor viene del adulto mismo. La catequesis de adultos encierra «en este sentido» especiales dificultades, que no se dan, al menos con la misma intensidad, en la catequesis de las otras edades. Sin embargo, junto a ellas, aparecen también grandes posibilidades, propias del adulto, en las que debemos apoyarnos. Es conveniente que evoquemos unas y otras.

 

 

          B.1.  Dificultades del hombre de hoy para ser catequizado

 

«Por mi propia voz he lanzado la red durante las fiestas de Epifanía y todavía no he recogido nada» (S. Ambrosio, Exp. in Lc 5,76).

 

          Acendrado individualismo

 

67.     En el adulto actual se da un fuerte deseo de independencia respecto al control social del medio circundante. El sueño de muchos es poder vivir en el anonimato de la gran ciudad y tener una casa en el campo donde poder evadirse. Como todos necesitamos superar el aislamiento y sentirnos apoyados en nuestras opiniones, el adulto tiende a buscar relaciones y un grupo de amigos con un código de ideas semejante al suyo. Esto le supone un descanso en las tensiones diarias. Por el contrario, es mucho más reacio a una dinámica comunitaria que venga a poner en tela de juicio sus opiniones y estilo de vida. De ahí que, en principio, no acoja con simpatía la oferta de una catequesis en la que ha de encontrarse con hombres y mujeres desconocidos, con actitudes diferentes ante la vida, y donde, por tanto, va a sentirse interpelado interiormente88. La catequesis de adultos puede, sin embargo, abrirle a la experiencia de una verdadera fraternidad, que todo hombre «en el fondo» desea.89

 

          Una vida cargada de tensión

 

68.     La cultura moderna trae consigo, sobre todo en las grandes ciudades, una gran carga de tensión. El adulto tiene, muchas veces, una sensación de agobio. Experimenta la necesidad de relajarse y divertirse. Quiere liberarse de esa tensión y descargar la agresividad acumulada. Para ello busca el apoyo de una tertulia de amigos, de unos programas ligeros de televisión, de la evasión de los fines de semana... Incluso en el ámbito familiar tiene miedo, muchas veces, de plantear con hondura sus problemas. La comunicación en profundidad con los suyos se hace, entonces, difícil. En este contexto, el adulto es reacio a las reuniones metódicas y sistemáticas de catequesis, que van a suscitar en él un buen número de interrogantes. Juzga que su vida está ya suficientemente problematizada. La experiencia nos dice, no obstante, que la catequesis representa para el hombre problematizado un medio de liberación personal y una oportunidad para adquirir la ilusión y el vigor necesarios para una vida de por sí conflictiva.

 

          Polarización de los primeros años de vida adulta

 

69.     El adulto joven, de veinticinco-cuarenta años, está atraído por diferentes centros de interés. Durante los primeros años de matrimonio se polariza en la vida de la pareja, en la construcción del hogar, en el crecimiento y problemas de sus hijos, en la mejora de la situación económica... Su vida parece contar con suficientes motivaciones para llenarle. Sólo cuando ha superado este primer momento le sobrevienen otros interrogantes. Sus hijos comienzan a independizarse, le plantean cuestiones y preguntas que le sobrepasan... Comienza, entonces, a mirarse más a sí mismo, a preguntarse por cosas no tan inmediatas, a enfrentarse «acaso» con el hecho religioso... La catequesis apunta, en lo posible, al adulto joven, cuando aún no se ha hecho a un estilo de vida estable y cristalizado. Al abrirse a las responsabilidades de la vida adulta, el Evangelio puede motivarle con perspectivas plenificantes, que coloreen con tintes cristianos todos sus planteamientos.90

 

          Minusvaloración de la catequesis

 

70.     Muchos adultos cristianos no valoran la catequesis ni intuyen lo que les puede aportar. Piensan que es cosa de niños o que se limita a transmitir los conceptos fundamentales de la doctrina cristiana y ellos ya se consideran suficientes conocedores del hecho cristiano. Se diría que están «vacunados» para poder aceptar una oferta ya conocida. En esto consiste, precisamente, una de las grandes dificultades de la catequesis de adultos: en hacer descubrir a esas personas la novedad de la oferta evangélica y la renovación profunda que aporta a la vida de una persona. «La catequesis sólo se despliega sobre la base de ese descubrimiento gozoso» (CC 45).91 También ocurre que el hombre, en general, es más reacio a la catequesis de adultos que la mujer. De hecho, un porcentaje elevado de los que asisten a los grupos de catequesis está constituido por mujeres.

 

          Dificultades en pequeñas poblaciones...

 

71.     La catequesis de adultos es una experiencia pastoral localizada, fundamentalmente, en zonas urbanas. En las aldeas y pueblos pequeños aparecen dificultades, muy peculiares, para poder realizarse. La escasa densidad de población obliga a que los grupos de adultos tengan carácter interparroquial. Esto supone superar problemas de distancias de un pueblo a otro, la circulación nocturna... Por otra parte, el corto número de habitantes hace que la relación de los vecinos sea muy cerrada, con un gran control de unos sobre otros. Cualquier iniciativa que cree diferencias es mal acogida. Se comprende que los responsables pastorales de estas comunidades se muestren muy sensibles a todo riesgo de división y no acierten a abordar esta problemática. La catequesis de adultos en las poblaciones rurales debe saber encontrar una dinámica propia. Evitando estos escollos, la base humana que se da en esas gentes puede dar pie a experiencias muy ricas de vida grupal.

 

          ... y en los grupos humanos super o subdesarrollados

 

72.     Hay dos situaciones que dificultan a los adultos el acceso en profundidad a la catequesis: son aquéllas en que viven excesivamente preocupados bien por la riqueza, bien por la supervivencia. Ambas situaciones afectan a la libertad interior necesaria para emprender un proceso de conversión. Los primeros temen que una confrontación honesta con el Evangelio les interpele en su cómoda actitud y les invite a compartir sus bienes con los pobres. En ellos se hacen realidad las palabras de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24). Los segundos, atrapados por la necesidad, no pueden dedicarse a otra cosa que no sea la lucha por sobrevivir. «Grandes masas de creyentes no pueden acceder a una formación religiosa mediante la catequesis, a causa de un subdesarrollo que no concede tregua y sofoca, de hecho, el sacrosanto derecho de los pobres a ser evangelizados» (Consejo Internacional para la Catequesis, La catequesis de adultos de la comunidad cristiana [CACC] 15).

 

          B.2.  Posibilidades de los adultos, hoy, para la catequesis

 

          Búsqueda de sentido a la existencia

 

73.     El hombre de hoy, como el de siempre, busca ardientemente un sentido a su existencia. La cultura actual ha vaciado, en buena parte, su espíritu y le ha hecho superficial. Esto le ha producido un vacío interior que pide ser llenado, como lo refleja «entre otros intentos de búsqueda» el retorno a lo sagrado que se detecta.92 La catequesis de adultos tiene en esta inquietud del hombre una posibilidad muy importante. No en vano uno de los elementos constitutivos del hecho religioso es ser dador de sentido, proporcionando al hombre una referencia interior que le ofrece una interpretación de la realidad social y le brinda una causa por la que entregarse. Uno de los mayores retos de la catequesis es, por tanto, mostrar que la fe es plenitud de lo humano e impulsa al hombre «hacia soluciones plenamente humanas» (GS 11).

 

          Deseo de comunicación humana ante una honda soledad

 

74.     Se hace consciente en muchos adultos una soledad honda, agravada por el sentimiento de una pérdida de valores que den consistencia a sus vidas. Muchos sociólogos creen ver aquí una de las razones de la proliferación actual de las sectas. La persona busca, entonces, lugares donde se den relaciones cálidas, de talla humana.93 Esta situación ofrece grandes perspectivas a la catequesis de adultos, ya que ésta ofrece una buena experiencia comunitaria. «Tratándose de adultos, el grupo puede ser considerado hoy como la condición de una catequesis que se proponga fomentar el sentido de la corresponsabilidad cristiana» (DGC 76). La catequesis trata, así, de suscitar la conciencia y la experiencia de una intercomunicación humana y solidaria. Cuando esto se logra se inicia «una magnífica experiencia de vida eclesial» (DGC 76).94

 

          La necesidad de ritos, sobre todo en situaciones humanas densas en contenido

 

75.     El hombre de hoy no se resigna a vivir en la monotonía de una vida unidimensional. La persona es un ser que siente la necesidad de ritos para expresar sus vivencias más profundas y para festejar los grandes momentos de su existencia, como son el amor y el matrimonio, el nacimiento de un hijo, el nombramiento para un cargo importante, la muerte de un ser querido... Son situaciones densas en contenido humano, en las que la persona se enfrenta más seriamente consigo mismo y llega a detectar como un halo de misterio. Una gran mayoría de los adultos acude a la Iglesia en demanda de un rito celebrativo. Son momentos óptimos para tratar de que nazca en ellos el interés por la fe y para invitarles a proseguir un proceso de búsqueda religiosa. La catequesis de adultos debe estar muy en conexión con estos encuentros presacramentales95 y debe saber incorporar, asimismo, a su proceso educativo esa dimensión celebrativa, tan importante en la tradición catecumenal.96

 

          Preocupación por la educación de los hijos

 

76.     La preocupación de los padres por la educación de los hijos es otra posibilidad que se abre a la catequesis de adultos. Muchas veces los padres se ven desbordados por la problemática y los criterios que observan en sus hijos. A veces sienten una honda responsabilidad por no haber sabido educarles bien. La ruptura generacional alimenta en muchos padres un sentimiento de culpabilidad. Sienten, entonces, la necesidad de una preparación moral y religiosa para poder situarse mejor ante sus hijos. La catequesis de adultos debe estar muy atenta a todas las iniciativas educativas que surgen en torno a esta problemática familiar y debe saber ofrecer sin ambigüedades a los padres la posibilidad de una seria fundamentación en la fe.97

 

          La convocatoria a los adultos para la catequesis

 

77.     La descripción de dificultades y posibilidades que se acaba de hacer muestra que la catequesis de adultos es todo un reto pastoral. La Iglesia nos pide un mayor grado de audacia pastoral para responder a las urgencias del momento. Sigue siendo actual la llamada que el Papa lanzó al comienzo de su pontificado: «¡No tengáis miedo! Os ruego, os imploro con humildad y confianza: permitid a Cristo que hable al hombre».98 El comienzo de un proceso de catequesis de adultos va precedido de unos encuentros previos, donde se presenta con detalle el proyecto catecumenal. Decidirse por la catequesis de adultos es, para el catequizando, una opción que va a tener grandes repercusiones en su vida de creyente. Es bueno ayudarle a que tome esta opción con seriedad, dejándole un tiempo suficiente para madurarla.

 

          Lugares donde hacer la convocatoria para la catequesis

 

78.     Son varios los lugares donde hacer esta convocatoria:

 

-       Los encuentros presacramentales u otros encuentros ocasionales, que pueden tener lugar con motivo de la celebración de la muerte, la visita a un enfermo... son un ámbito idóneo para hacer el anuncio evangélico e invitar a iniciar un proceso de educación en la fe.

 

-       La asamblea eucarística dominical, a la que acuden muchos adultos necesitados de un mayor enraizamiento de su fe, es otro lugar donde es necesario hacer la invitación a la catequesis. Hay que cuidar que esta convocatoria aclare bien a quién va dirigida realmente la catequesis.

 

-       No se puede olvidar la más genuina forma de convocar, que es la invitación personal. Nadie mejor para invitar a otro a realizar un proceso catequético que el que está ya participando en él o lo ha terminado.

-       Otro lugar de convocatoria lo constituye el campo de los agentes de pastoral de las parroquias. Muchos de ellos, como se ha dicho, necesitan fundamentar mejor su fe. Son, por tanto, un lugar indicado para convocarles a la catequesis, siempre que medie el necesario discernimiento para ver quién lo necesita realmente.

 

 

C)      El catecumenado bautismal,

          modelo de referencia de la catequesis de adultos

 

«El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal, formación específica que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual» (Sínodo de 1977 sobre la catequesis, Mensaje al Pueblo de Dios [MPD] 8).99

 

          El Catecumenado bautismal, modelo referencial para la catequesis

 

79.     Dentro de la oferta catequizadora de la Iglesia hay un modelo referencial para la catequesis en el que inspirarse: el catecumenado bautismal, realizado con los adultos que se preparan para recibir el Bautismo. En el tipo de catequización de adultos que, normalmente, se da entre nosotros ésta suele ser entendida de muy diversas maneras. Experiencias muy diferentes son calificadas como «catequesis de adultos». A veces, breves charlas, cortos encuentros, exposiciones de temas aislados... son calificados así. Esto hace que la catequesis de adultos, como acción eclesial capital, quede desvirtuada. La Iglesia, al proponer al catecumenado bautismal como modelo de referencia para la catequesis, nos da a entender que ésta ha de corresponder, con las debidas salvedades, a la formación que se proporciona al adulto con vistas al Bautismo. «Las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a Él» (EN 44).

 

          La catequesis de adultos está vinculada a los sacramentos de iniciación

 

80.     Según ello, la catequesis de adultos tiene siempre una referencia bautismal. La formación que debe impartir ha de ser la adecuada, precisamente, para vivir el Bautismo de manera consciente y responsable. La catequesis de la Iglesia es una exigencia interna de los sacramentos de iniciación. Es, junto a ellos, componente necesario de la iniciación cristiana. En el catecumenado bautismal, la formación precede al Bautismo. En la catequesis de adultos que normalmente se realiza entre nosotros, la formación catequética es posterior. En este caso, lo que pretende la catequesis es hacer descubrir «las inmensas riquezas del Bautismo ya recibido» (ChL 61).100

 

          El Ritual de la iniciación cristiana de adultos y sus observaciones pastorales

 

81.     El Ritual de la iniciación cristiana de adultos [RICA] es el libro oficial de la Iglesia que orienta toda la formación de los catecúmenos y ayuda a prepararles para recibir los sacramentos de la iniciación. Es un texto riquísimo en observaciones pastorales, expresadas tras una amplia recogida de experiencias catecumenales en todo el mundo. Aunque el RICA está, fundamentalmente, dedicado a los adultos no bautizados, contiene también indicaciones, recogidas en el capítulo IV, destinadas a aquellos adultos ya bautizados, pero que no han recibido catequesis ni, por tanto, han sido admitidos a la Confirmación y a la Eucaristía. Las sugerencias pastorales que aquí se hacen «pueden equipararse a casos similares» (RICA 295). El Ritual de la iniciación cristiana de adultos presenta, por tanto, sugerencias fundamentales para la catequesis de adultos. Nuestra reflexión no quisiera apartarse de este modelo referencial101. «Puede servir de gran ayuda una catequesis postbautismal, a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del Ritual de la iniciación cristiana de adultos, destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del Bautismo ya recibido» (Juan Pablo II, ChL 61).102

 

          Una diferencia fundamental entre el bautizado y el catecúmeno

 

82.     Al tratar de que la catequesis de adultos se inspire en el catecumenado bautismal hay que tener en cuenta una diferencia fundamental: no se puede tratar al cristiano bautizado como si fuera un catecúmeno. Ambos pueden necesitar «por igual» la catequesis, pero la condición de uno y otro difiere en la Iglesia.103 «Aunque tales adultos (bautizados) nunca hayan oído hablar del misterio de Cristo, sin embargo, su condición difiere de la condición de los catecúmenos, puesto que aquéllos ya han sido introducidos en la Iglesia y hechos hijos de Dios por el Bautismo. Por tanto, su conversión se funda en el Bautismo ya recibido, cuya virtud deben desarrollar después» (RICA 295). La diferencia fundamental entre el adulto bautizado y el catecúmeno proviene, como vemos, de los sacramentos recibidos. Hecha esta salvedad, con las implicaciones que de ella se derivan, fundamentalmente de tipo ritual, el propio RICA establece que la formación catequética del adulto bautizado corresponde a la del catecúmeno: «El desarrollo ordinario de la catequesis generalmente corresponde al orden propuesto a los catecúmenos» (RICA 297). En algunas experiencias de catequesis con adultos bautizados se aprecia, sin embargo, una tendencia a reproducir miméticamente el catecumenado bautismal. Así, se utilizan expresiones, símbolos y ritos que, en rigor, sólo habría que referirlos a los no bautizados104. Es preciso saber desarrollar una catequesis de inspiración catecumenal que respete el carácter propio del bautizado adulto.105

 

83.     Las dimensiones de fondo subyacentes al catecumenado bautismal han de inspirar también a la catequesis de adultos. Sólo las señalamos aquí, para desarrollarlas después a lo largo de nuestra reflexión:

 

-       La dimensión teologal, subyacente al catecumenado y a la catequesis de adultos, no persigue otra cosa que vincular al hombre con Dios.

La meta, en uno y otro caso, es una confesión de fe adulta, la que corresponde y es inherente al Bautismo. Por ella, el creyente hace una entrega «plena y confiada» de su vida a Dios: «Creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo».

 

-       La dimensión pascual, por la que el catecúmeno y el bautizado descubren la vida nueva del Bautismo, pasan del hombre viejo al hombre nuevo y quedan «revestidos de Cristo» (Ga 3,27). Se les enseña a incorporarse a la misión liberadora de Jesús, a participar en su persecución y en su muerte y a esperar en la resurrección. «Conviene que toda la formación se caracterice por su índole pascual» (RICA 8).

 

-       La dimensión eclesial, por la que la Iglesia, con maternal solicitud, entrega al catecúmeno y al bautizado «todo lo que ella es, todo lo que cree» (Conc. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum [DV] 8). Como en el catecumenado bautismal, la catequesis de adultos es vitalizadora de la Iglesia. Los creyentes toman conciencia de su pertenencia activa en ella, y aprenden a colaborar en su realización con su persona y sus carismas.

 

-       La dimensión antropológica que, en uno y otro caso, nos muestra a la Iglesia acogiendo al hombre con toda su persona y su historia, respeta al máximo el ritmo de sus posibilidades y de su libertad y le ayuda a reorientar su existencia a la luz del Evangelio. En una palabra, «se acomoda al camino espiritual de los adultos, que es muy variado» (RICA 4).

 

          Algunos aspectos más concretos en los que la catequesis de adultos debe inspirarse

 

84.     Junto a estas dimensiones de fondo, otros aspectos más concretos del catecumenado bautismal han de inspirar a la catequesis de adultos. Aquí, también, sólo los evocamos para desarrollarlos después:

 

-       El catecumenado bautismal es iniciación integral a la vida cristiana. «Es formación y noviciado de toda la vida cristiana» (AG 14). La catequesis de adultos será, también, «iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 21). Dentro de esta concepción de una catequesis abierta a todos los aspectos de la fe, hay que destacar estas dimensiones, inherentes a la formación catecumenal: la dimensión cognoscitivo-doctrinal, la ético-evangélica, la oracional-celebrativa y la testimonial-evangelizadora.

 

-       La formación catecumenal es un tiempo «convenientemente prolongado» (AG 14) de educación. La duración del catecumenado bautismal ha de inspirar la de la catequesis con bautizados: «Por la misma razón que en el caso de los catecúmenos, la preparación de estos adultos (bautizados) requiere un tiempo prolongado» (RICA 296).

 

-       Asimismo, el carácter gradual que configura la formación catecumenal debe inspirar a la catequesis de adultos: «La formación de los catecúmenos se hace gradualmente» (RICA 4). El principio educativo que nos presenta aquí la Iglesia debe movernos a fomentar una gran creatividad catequética: «La catequesis apropiada está dispuesta por grados» (RICA 19).

 

-       Los ritos y las celebraciones son parte integrante del catecumenado bautismal. Lo que se enseña y se vive debe ser celebrado. Por eso la celebración, tanto de la Palabra como sacramental, forma parte del proceso catequizador. También sería conveniente utilizar algunos ritos catecumenales: «Para significar la acción de Dios sería oportuno emplear algunos ritos propios del catecumenado que respondan a la condición especial de estos adultos y a su provecho espiritual» (RICA 302).

 

-       El papel que la comunidad cristiana desarrolla en relación a los catecúmenos que se preparan al bautismo ha de inspirar, también, la relación de los cristianos maduros con los que están siendo catequizados: «Como a los catecúmenos, también a estos adultos debe ofrecer la comunidad de los fieles su ayuda con caridad fraterna» (RICA 298).

 

 

Conclusión

 

85.     En medio de una cultura de increencia e insolidaridad, es fundamental para la Iglesia acertar en la formación básica y común de los católicos. La importancia que ella atribuye a la formación catecumenal, inscrita en el contexto de la acción misionera, confiere a la catequesis de adultos un puesto central a la hora de planificar una nueva evangelización. «El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el formar unos cristianos firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe» (CT 61).

 

 

 

IV.    Características de la catequesis de adultos y su relación con otras formas de educación en la fe de los adultos

 

86.     Situada la catequesis de adultos en el proceso evangelizador de la Iglesia, y habiendo expuesto el carácter central que ocupa en su oferta catequizadora, se deben delimitar ahora «más precisamente» sus características, para distinguirla mejor de otras formas de educar la fe en los adultos. No conviene llamar «catequesis de adultos» a cualquier acción educativa cristiana que se realiza con ellos. En la tradición de la Iglesia la catequesis ha sido una acción bien delimitada. Tiene, en efecto, unas características precisas que sólo a ella corresponden.106 La catequesis de adultos es un proceso de formación cristiana sistemático e integral, si bien de carácter básico y con una duración definida. En ninguna otra forma de educar en la fe a los adultos concurre el conjunto de estas características, aunque tenga alguna de ellas aislada. Una acción formativa que reúna estas características, sea cual sea el lugar institucional donde se realice (parroquias, movimientos, asociaciones, comunidades de base...), debe ser considerada como catequesis.107 Es muy importante delimitar bien la catequesis de adultos, para poder promoverla mejor. Las consecuencias pastorales de esta delimitación son grandes y queremos mostrarlas. «La catequesis es la etapa (o período intensivo) del proceso evangelizador, en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir el Evangelio del Reino, al que han dado su adhesión» (CC 34). La catequesis es la capacitación básica para vivir el Evangelio en su integridad y poder, así, dar testimonio «en la Iglesia y en el mundo» de una adulta confesión de fe.108

 

 

A)      Características de la catequesis de adultos

 

          La catequesis de adultos es un proceso

 

87.     La catequesis facilita al adulto la posibilidad de vivir el proceso de convertirse en un creyente maduro. Cuando se habla de proceso no hay que pensar en algo exterior. El proceso de la fe es un caminar personal, bajo la acción del Espíritu. Se trata de un recorrido interior hacia la madurez cristiana, de un proceso de purificación y de liberación de la vivencia religiosa y moral. El proceso lo realiza siempre la persona:109 cada una con su ritmo, con sus rupturas, con sus descubrimientos. Por eso dice la Iglesia que el caminar del adulto hacia la fe «es muy variado» (RICA 5). No basta que un adulto asista a todas las reuniones de catequesis para poder decir que está realizando un proceso de conversión cristiana, ya que puede quedarse en la exterioridad de lo que se va tratando sin entrar en la dinámica de la fe.110

 

          La catequesis de adultos es una formación orgánica y sistemática

 

88.     Cuando hablamos de la catequesis de adultos como de una formación orgánica y sistemática debe entenderse que se trata de algo no meramente ocasional. La catequesis, como proceso orgánico, trata de proporcionar al adulto una estructura básica de la fe. La experiencia nos atestigua la existencia de adultos que han transitado, durante años, de un grupo a otro, sin haber conseguido estructurar su fe, sin haberla vertebrado. Para conseguir esta estructuración de la fe, la catequesis ha de ser sistemática, no improvisada.111 Se realiza, por tanto, siguiendo un programa, con unas reuniones periódicas, desarrollando un plan coherente. «La auténtica catequesis es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación» (CT 22).112

 

          Implicaciones pastorales

 

89.     El hecho de que la catequesis de adultos sea un proceso orgánico y sistemático debe hacernos tomar algunas cautelas. La sistematicidad en seguir un programa ha de tener la flexibilidad suficiente para poder tratar aquellas cuestiones que, en un momento dado, polarizan la atención del grupo o de la comunidad cristiana. El respeto al ritmo del grupo está por encima de la fría fidelidad a la sistematicidad del programa. Las circunstancias harán ver cuándo hay que detenerse con más calma en un tema determinado. La sistematicidad de la catequesis requiere tiempo de dedicación en el catequista. Algunos, a veces, especialmente los sacerdotes, están tan ocupados por tantas tareas que difícilmente pueden preparar la catequesis y llevar con regularidad un grupo. En ocasiones, la dificultad estriba en los propios adultos, acaparados por mil ocupaciones, que dificultan su asistencia perseverante o regular a las sesiones de catequesis. Para realizar una catequesis orgánica es importante contar con unos buenos materiales catequéticos, capaces de facilitar esa estructura básica cristiana de la que hablamos.

 

          La catequesis de adultos es un proceso de formación cristiana integral

 

90.     La catequesis de adultos es formación cristiana integral, es decir, cultiva todas las dimensiones de la fe: la adhesión, el conocimiento, la oración, las actitudes evangélicas, el compromiso evangelizador, el sentido comunitario...113 El Concilio define con precisión en qué debe consistir la formación catecumenal, inspiradora de la catequesis: «El catecumenado no es mera exposición de dogmas y preceptos, sino formación y noviciado de toda la vida cristiana» (AG 14). La Iglesia propugna, por consiguiente, una formación integral del catecúmeno y del bautizado, un entrenamiento en todos los aspectos de la vida cristiana, un noviciado donde se experimente lo que es vivir en cristiano en todas sus dimensiones.114 Es evidente que la concepción misma de la catequesis queda enriquecida con esta inspiración catecumenal. Se le pide que no se restrinja a una mera enseñanza, sino que desarrolle un proceso de formación integral.115 «Dotar a la catequesis de una inspiración catecumenal es hacer de ella un proceso de iniciación cristiana integral» (CC 83).116

 

          Implicaciones pastorales

 

91.     La concepción de la catequesis de adultos como formación cristiana integral no deja de tener importantes implicaciones pastorales. La figura misma del catequista se ve concernida. A una catequesis como formación integral no le basta un catequista como mero enseñante. En el nivel propio de la catequesis, se le pide ser maestro de vida cristiana. No basta una pedagogía concebida como un mero aprendizaje intelectual. Deben adoptarse los métodos de una iniciación religiosa completa. Es preciso que determinados itinerarios catequéticos realicen una catequesis más equilibrada en sus diferentes dimensiones. El pluralismo es bueno en catequesis, con tal de que se eduque en las diferentes dimensiones de la fe.117

 

          La catequesis de adultos es una formación elemental, de carácter fundamentador

 

92.     La finalidad de sentar las bases de la fe, tan propia del catecumenado bautismal, es también la finalidad de todo proceso catequizador de adultos. La función propia de la catequesis es la de fundamentar la fe. Con esta base, el cristiano podrá participar activamente en la vida y en las tareas de la comunidad cristiana:118 «La catequesis es una enseñanza elemental» (CT 21). La Iglesia desea que la conversión inicial del hombre a Dios se fundamente mediante la catequesis. Ésta proporciona la capacitación básica que requiere la fe, el avituallamiento fundamental necesario para poder proseguir el camino hacia aquellas cimas que Dios destina a cada uno.119 Si comparamos el crecimiento de la vida cristiana con la edificación de una casa, como hace la Sagrada Escritura, la catequesis es la que pone los cimientos de la misma. Si asemejamos ese crecimiento al de una planta, la catequesis es la que trata de echar unas buenas raíces. Si lo vemos como alimento, la catequesis es la leche espiritual, eminentemente maternal, del recién nacido a la fe.120 La catequesis es, por tanto, la educación básica de la fe, anterior a otras formas educativas más propias de un momento posterior. El catequista, en consecuencia, es el maestro de base, el educador de primaria en la vida cristiana. La catequesis es, así, la acción eclesial que transforma la conversión inicial en una conversión bien fundamentada, que deja la personalidad del creyente en una madurez capaz de enfrentarse con la necesidad de una conversión permanente y cotidiana que, a su vez, implica nuevas necesidades formativas.

 

          Implicaciones pastorales

 

93.     Del hecho de ser la catequesis de adultos una formación básica y elemental se siguen, también, varias implicaciones pastorales. La base de una fe bien fundamentada está en la adquisición de una primera experiencia religiosa, una experiencia de encuentro con Dios. Sólo sobre ella se podrá construir una confesión adulta de la fe. Es inútil que un proceso de catequesis de adultos trate de edificar nada si falta esa experiencia básica que conmueve al hombre y resiste al paso del tiempo. En lo que concierne al conocimiento de la fe, el carácter elemental de la catequesis hace que ésta se limite a comunicar las certezas sencillas pero sólidas de la fe y a educar en los valores evangélicos más fundamentales.121 «La catequesis es una enseñanza elemental que no pretende abordar las cuestiones disputadas ni transformarse en investigación teológica o exégesis científica» (CT 21). La catequesis de adultos ha de centrarse en lo común a todo cristiano, ya que prepara para la confesión de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios y Padre» (Ef 4,4). La educación en la espiritualidad particular de una institución o de un movimiento religioso determinado es más propia de un momento posterior y es de una gran riqueza para la Iglesia. Sin embargo, antes hay que educar en lo que nos une que en lo peculiar o diferenciador. Esto no es óbice para que lo común cristiano, propuesto por la catequesis, quede «de algún modo» coloreado por carismas particulares.122

 

          La catequesis de adultos tiene una duración definida

 

94.     La catequesis de adultos, inspirada en el modelo catecumenal, tiene una duración definida, con un principio y un final. El carácter temporal es propio de todo proceso iniciatorio, y la catequesis lo es.123 Observamos, en determinadas experiencias de catequesis de adultos, una cierta tendencia a dotar a los grupos catequéticos de una duración indefinida o demasiado larga.124 Conviene distinguir bien entre el grupo catequético, en el que se realiza una formación de duración limitada, y la comunidad cristiana, que tiene carácter estable y en la que el adulto debe alimentar permanentemente su fe. De la misma forma que el hombre adquiere en la escuela la educación básica orgánica, a lo largo de una serie de años, y después sigue educándose en la vida, permanentemente, así el cristiano se educa primero en la escuela de la fe, que es la catequesis, y después permanentemente en la vida de la comunidad.125 Dentro del proceso permanente de educación en la fe, la catequesis tiene «por consiguiente» una duración definida.126

 

          ¿Cuánto tiempo debe durar la formación catequética del adulto?

 

95.     Tratándose de adultos bautizados, la formación catequética debe ser «en principio» similar a la de un catecúmeno: «Por la misma razón que, en el caso de los catecúmenos, la preparación de estos adultos requiere tiempo prolongado» (RICA 296).127 Entre nosotros, cuando se trata de verdaderas catequesis orgánicas con adultos, la duración media de la formación podría situarse entre los dos a cinco años. De cualquier forma, lo importante es insistir en que lo fundamental no es la exterioridad de un plazo fijo, marcado por un programa, sino la interioridad de un proceso de maduración en la fe, que requiere un tiempo «convenientemente prolongado» (AG 14). «La prolongación del período del catecumenado depende de la gracia de Dios y de varias circunstancias... Por tanto, nada se puede determinar a priori» (RICA 20).128

 

          ¿Cuándo conviene, dentro de la edad adulta, seguir un proceso de catequesis?

 

96.     A priori, el carácter fundamentador de la catequesis pide desarrollarla al comienzo de la edad adulta, entre los veinticinco-cuarenta años. La catequesis es iniciación y capacita al cristiano para desarrollar una vida según el Evangelio. Conviene que esa capacitación se haga, por tanto, al comienzo.129 Hay que tener en cuenta, además, que esta primera etapa adulta es la época de las grandes decisiones de la vida. No sería conveniente, para un cristiano, hacerlas al margen de la fe. Por otra parte, el paso del hombre viejo al hombre nuevo, inherente a la catequesis, con la honda transformación de valores que lleva consigo, se realizará mejor cuando la psicología humana tiene una plena capacidad para el cambio. A partir de cierta edad es más difícil deshacerse de unos hábitos muy arraigados. Sin embargo, los caminos de Dios no son nuestros caminos. En la parábola de los obreros de la viña (Mt 20,1-16)130 unos son llamados, ciertamente, «a primera hora» (Mt 20,1), pero otros a la «hora sexta» y a la «hora nona» (v. 5). Algunos, incluso, son llamados casi al final del día, a la «hora undécima» (v. 6). Está bien que planifiquemos la catequesis de adultos con criterios racionales, pero no hemos de olvidar que, ante todo, se trata de un servicio que la Iglesia ofrece y al que el bautizado tiene derecho, y que estará siempre abierto al que llama a la puerta, a la hora que sea, manifestando su deseo de aprender a ser cristiano.

 

          Implicaciones pastorales

 

97.     Del carácter temporal de la catequesis se derivan importantes consecuencias pastorales: la catequesis de adultos, por tener un final, fomenta la concatenación con otras acciones pastorales, nunca la rivalidad. La catequesis proporciona la preparación básica a unos cristianos que, después, han de continuar su formación en otras instancias. Hemos de ayudar a los adultos que terminan el proceso a superar la «tentación del Tabor». Durante años de catequesis el grupo ha establecido unos lazos que va a costar romper. Hemos de ayudar a pasar de la relación catecumenal (de catequizando a catequizando) a la relación comunitaria (de cristiano recién catequizado a cristiano ya curtido en la fe). La dinámica y objetivos de esta nueva relación son diferentes. Dado que la catequesis termina con los niveles de exigencia que se derivan, las parroquias han de prever la «salida» que se ha de ofrecer a los grupos que terminan el proceso de catequización. Esto las obliga a renovar su propia dinámica comunitaria.131 Allá donde las parroquias no han previsto cauces comunitarios adecuados para dar continuidad a la catequesis de adultos, se corre el riesgo de que se genere una especie de organización comunitaria paralela, que termine despojando a esas parroquias de los cristianos más inquietos. La catequesis de adultos, en el seno de una parroquia, ha de fomentar la vida cristiana ordinaria de la misma parroquia. La actuación del catequista y su relación con el adulto están marcadas por el carácter temporal de la catequesis. El catequista ha de saber renunciar a la pretensión de ser el único educador en la fe de un cristiano, su única fuente de vida evangélica. Al final del proceso de catequización, el catequista pasa el relevo a otros agentes de pastoral y educadores, que continuarán lo que él sólo ha comenzado. Es una renuncia inherente al ser del catequista.132

 

 

B)      La catequesis de adultos y otras formas de educación en la fe con adultos

 

98.     La catequesis de adultos es esa formación cristiana sistemática e integral, de carácter básico y con una duración definida, que hemos tratado de describir. En la educación en la fe, sin embargo, la catequesis no lo es todo. Otras formas del ministerio de la Palabra se suman a ella. En algún sentido, incluso, podemos decir que todo lo que hace la Iglesia contribuye, de algún modo, a la educación en la fe. La Iglesia, en efecto, educa en la fe no sólo por su predicación y catequesis, sino también por sus celebraciones litúrgicas, por la acción caritativa y el testimonio de sus miembros, e incluso, por su misma configuración. Todo su ser y su vivir tiene una dimensión educativa.133 El propio cristiano adulto, por el hecho de vivir su fe, está educándose en ella. Nosotros queremos, sin embargo, referirnos ahora a algunas formas concretas de educar la fe que guardan con la catequesis de adultos una especial vinculación. La catequesis de adultos quedará mejor delimitada si sabemos situarla bien en relación, precisamente, con esas formas.134

 

          Primer anuncio, catequesis y homilía, formas básicas del ministerio de la Palabra

 

99.     El primer anuncio, la catequesis y la homilía, son las formas básicas del ministerio de la Palabra. No son las únicas. Pero sobre ellas descansa, fundamentalmente, la educación en la fe. Son tres modalidades de alimento que todo cristiano deberá recibir. El primer anuncio está en el corazón de la acción misionera. La mayoría de nosotros lo hemos recibido, de pequeños, en la familia. Cuando la fe se apaga es necesario que vuelva a resonar. Es como si dijéramos el «despertador» de la fe. La catequesis da el «primer alimento» a las raíces de una planta recién nacida, la «leche espiritual» a un ser incipiente. Por la misma razón hoy es, igualmente, necesaria para muchos. La homilía está en el corazón de la educación comunitaria ordinaria. Podemos considerarla como el «alimento de mantenimiento» para los adultos ya iniciados. De las múltiples formas con que la comunidad cristiana educa la fe de sus miembros, la homilía actúa de forma permanente. No se puede decir de ella, como de la catequesis, que es sólo temporal.135 Es vital que los planes evangelizadores de nuestras Iglesias particulares concedan a estas tres acciones educativas, entre sí interdependientes, toda la importancia que tienen en el crecimiento de nuestras comunidades, como eje que son del ministerio de la Palabra. Cualquiera de ellas que falte lleva al deterioro de todo el tejido comunitario.

 

          Catequesis de adultos y formación cristiana en movimientos y asociaciones

 

100.   La catequesis de adultos y la formación cristiana de los laicos en los movimientos apostólicos, asociaciones, comunidades de base... tienen una relación muy estrecha. La catequesis de adultos no es una alternativa a dicha formación, sino su presupuesto básico. La formación apostólica en los movimientos y la educación cristiana en las asociaciones representan una formación subsiguiente, de carácter más permanente y más orientada a la finalidad específica que se persigue en esos grupos cristianos. Sería un error ver en la catequesis un rival para estos movimientos y asociaciones. Por el contrario, la catequesis de adultos «esencialmente de carácter temporal» va a estar alimentando constantemente a dichos grupos con nuevos miembros. La salida natural de un proceso de catequesis de adultos ha de ser, precisamente, la incorporación activa de los adultos catequizados a las distintas formas, individuales y asociadas, de vida apostólica y comunitaria.

 

          «Catequesis de adultos dentro de los movimientos y asociaciones»

 

101.   ¿No podría realizarse una catequesis de adultos en el interior de los movimientos apostólicos, asociaciones y comunidades de base? Ciertamente, sí. No hay que confundir la función catequizadora de la Iglesia con las instituciones específicamente catequéticas que la Iglesia se da. La función es algo más amplio, susceptible de realizarse en muchas partes. La acción catequética (como la acción litúrgica) es una acción eclesial que, con las debidas garantías, puede realizarse en cualquier grupo eclesial.136 De hecho, en bastantes de estos grupos existen planes de formación cristiana básica, con los que los miembros se inician a la vida del movimiento o asociación. Si esta formación básica es integral, es decir, abierta a las diferentes dimensiones de la fe y, al mismo tiempo, se mantiene en el nivel iniciatorio y fundamentador, es realmente una catequesis, aunque no se le dé ese nombre. Vistas así las cosas, es necesario lograr una buena coordinación, a nivel nacional y diocesano, entre los responsables de la catequesis, los del apostolado seglar y los dirigentes de las asociaciones. Es imprescindible que la acción catequizadora, donde quiera que se ejerza, obedezca a una misma inspiración de fondo y a unos objetivos comunes, en el máximo respeto a la pluralidad de acentos y de carismas.137

 

          Catequesis de adultos y enseñanza de la teología

 

102.   Consideramos aquí a la teología no tanto en su función de investigación del dato revelado cuanto en su función de enseñanza. Desarrolla, en este caso, «la exposición sistemática de las verdades de la fe» (DGC 17). La enseñanza de la teología a los laicos (y no sólo a los sacerdotes y religiosos/as) es de la máxima importancia en una Iglesia particular. Aunque no pueda pedirse a todos, conviene que la diócesis, en los planes de formación del laicado, organice una oferta de formación teológica seria y realista, a través de cauces ágiles que faciliten el acceso a dicha formación. La catequesis y la enseñanza de la teología son dos formas distintas del ministerio de la Palabra (ver DGC 17). El carácter propio de una y otra difieren: «La enseñanza teológica es una formación más elevada, posterior a la catequesis. Si ésta proporciona los «primeros rudimentos» (Hb 5,12) de la fe, aquélla suministra ya un «manjar sólido» (Hb 5,12).138

 

          La catequesis es una educación en la fe de tipo iniciatorio e integral que trata, como hemos visto, de educar en todas las dimensiones de la vida cristiana. La teología se centra, más bien, supuesta ya la catequesis, en la educación de la inteligencia de la fe. Aunque esta enseñanza, cuando se dirige a creyentes, ha de ser viva y alentar a la expresión, compromiso y celebración de la fe, como de hecho ocurre en muchos casos, no ha de disminuir en nada lo que es la especificidad de su tarea: el intellectus fidei.139 Vistas así las cosas, es fundamental que la catequesis y la teología se ajusten a su carácter propio, en el servicio eclesial de la educación en la fe. No pidamos a la catequesis más de lo que ella puede y debe dar. No hagamos de ella una enseñanza teológica vulgarizada. Es muy importante, para la educación en la fe de nuestro pueblo, que la reflexión teológica apoye de cerca la praxis pastoral concreta que se desarrolla en la Iglesia.140

          La catequesis orgánica de adultos y las catequesis presacramentales

 

103.   Asentada la necesidad de la catequesis orgánica con adultos, la Iglesia ha tenido siempre en gran estima a las catequesis presacramentales. Con adultos, estas catequesis giran, fundamentalmente, en torno al Matrimonio, al Bautismo de los hijos y a la Primera Comunión de los mismos.141 En relación con la catequesis presacramental hemos de considerar dos situaciones: la de los que piden a la Iglesia un sacramento estando, de hecho, en una situación de lejanía o indiferencia respecto a la fe. Hoy en día hay que cuidar, de manera especial, estas catequesis, ya que son un punto de contacto muy importante con los cristianos alejados de la práctica religiosa habitual. Las más de las veces hay que imprimirles un fuerte sentido misionero, de anuncio del Evangelio, con vistas a suscitar o intensificar la adhesión de fe. Si se sabe hacer una buena oferta, es posible que un cierto número de estos adultos se presten a llevar a cabo un proceso de catequesis de adultos más orgánico, al menos en un primer grado. Otras veces, la catequesis presacramental se realizará con adultos ya iniciados en la fe. En este caso debería cumplir más directamente su función propia de preparar a un cristiano maduro para la celebración de un sacramento de la fe. No es fácil en la práctica pastoral discernir estos diferentes niveles de fe en los adultos que piden los sacramentos. Muchas veces estas situaciones diversas aparecen entremezcladas. La acentuación misionera parece, entonces, más aconsejable en atención a los que más lo necesitan.

 

          La catequesis ocasional con adultos

 

104.   La catequesis ocasional, como indica su nombre, es «la catequesis que hay que ofrecer con ocasión de los acontecimientos particulares que afectan a la vida de la Iglesia o de la sociedad» (DGC 96). La catequesis ocasional tiene un valor educativo muy grande y es, junto con la homilía dominical, un alimento fundamental para nutrir la vida de fe de la comunidad cristiana. En este sentido, su momento más oportuno se sitúa en la acción pastoral, después de la catequesis orgánica.

 

          He aquí algunos ejemplos de catequesis ocasionales: «Una comunidad cristiana, a partir de los problemas inmediatos que se están planteando en la sociedad circundante o en la propia comunidad, puede organizar una serie de reuniones sobre temas suscitados por acontecimientos determinados: la droga, el divorcio, el racismo, la educación de los hijos... Otras veces, la motivación más inmediata es provocada por la invitación de los pastores de la Iglesia, quienes, con ocasión de un pronunciamiento o de una declaración magisterial, piden que los católicos realicen una reflexión determinada, v.g., la actuación en la vida pública, el paro, orientaciones sobre opciones ante el voto, situaciones concretas de la comunidad eclesial... No hay que confundir la catequesis ocasional con una mera charla. La catequesis ocasional participa de la noción de catequesis porque, aunque trate un tema concreto, está dotada de la sistematicidad propia de ese tema, que será considerado desde sus diversos ángulos. Las encíclicas y documentos episcopales aludidos son un ejemplo de esta sistematicidad.142 Por ello, el desarrollo de una catequesis ocasional requerirá, normalmente, varias sesiones.

 

 

Conclusión

 

105.   La referencia de la catequesis de adultos a las otras formas de educar a los adultos en la fe manifiesta claramente su intrínseco carácter relacional. La catequesis de adultos es una acción necesariamente relacionada con las demás acciones de educación cristiana. Esta conciencia de las necesidades generales reclama de la catequesis que no ceda a la tentación narcisista: la de considerar el único cauce de transformación y renovación de la comunidad cristiana. Al mismo tiempo, este carácter relacional le exime de ser considerada responsable única cuando se constatan vacíos e incoherencias en la formación y en la actuación de los católicos. Para la nueva evangelización, la catequesis de adultos es una acción decisiva pero no única. Hay que saber situarla en la perspectiva de una educación en la fe más amplia, en la que las diferentes acciones educativas estén bien coordinadas. Sólo así conjuntada podrá la catequesis dar todos sus frutos.

 

 

 

 

Segunda parte:

La naturaleza interna de la catequesis de adultos

 

 

V.      La catequesis de adultos, acción de la Iglesia

 

«Mirad cómo la Madre Iglesia gime para traeros a la vida y a la luz de la fe» (S. Juan Crisóstomo, Ocho catequesis bautismales).

 

106.   En los capítulos anteriores hemos tratado de acercarnos a la catequesis de adultos a partir de sus relaciones con otras acciones pastorales y con otras formas de educación en la fe. En esa relación comparativa se clarifica el carácter propio de la catequesis.

 

          Ahora, entrando más directamente dentro de ella, se debe analizar su naturaleza interna: su carácter eclesial, su finalidad y tareas, su estructura gradual. A estas cuestiones se dedican los próximos capítulos. En este capítulo se aborda la catequesis de adultos en cuanto acción de la Iglesia. Como toda acción evangelizadora, la catequesis de adultos es de naturaleza eclesial. Esta dimensión de la catequesis presenta, en la práctica, no pocos problemas. Otras dimensiones (cristológica, antropológica, misionera...) se admiten, en general, más fácilmente y configuran a la catequesis que, de hecho, se realiza. En esta reflexión sobre la eclesialidad de la catequesis se deben abordar esos problemas, sin tratar de eludirlos. Estamos persuadidos de que la catequesis de adultos, tal como se realiza entre nosotros, para que pueda servir mejor a la nueva evangelización, ha de acrecentar su sentido de eclesialidad.

 

 

A)      La catequesis de adultos, transmisión maternal de la fe de la Iglesia

 

          La Iglesia, depositaria del Evangelio

 

107.   La Palabra de Dios, revelada en Jesucristo, habita en la Iglesia.

 

          «La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza» (Col 3,16).

 

          La catequesis de adultos es ministerio de esa Palabra, es una «iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios ha hecho al hombre en Jesucristo» (CT 22). Por ella, el adulto se adhiere al Evangelio, lo hace suyo en su corazón. Gracias a ella, la Palabra de Dios actúa en el hombre y le transforma. Pues bien, esta acción catequizadora no puede realizarse más que en el seno de quien es depositaria del Evangelio: la Iglesia.143 El Evangelio ha sido confiado a la Iglesia. En ella se conserva «íntegro y vivo» (DV 7). Todo el pueblo de Dios es responsable de que el Evangelio siga vivo en la Iglesia.144 Esta conservación vital se consigue cuando los cristianos contemplan e interiorizan la Palabra de Dios, cuando la viven en su existencia diaria, cuando la celebran en los sacramentos, cuando la anuncian en la evangelización.145 La función de garantizar la autenticidad de esta conservación vital del Evangelio ha sido confiada al «magisterio vivo de la Iglesia» (DV 4).146 «Imitando a la Madre del Señor, la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad» (LG 64).147

 

          La catequesis de adultos, acto de la tradición viva...

 

108.   La Iglesia es depositaria del Evangelio del Reino para ser su transmisora. Dios ha dispuesto que este Evangelio «permaneciera íntegro para siempre y se transmitiera a todas las generaciones» (DV 7). Por eso la Iglesia es, esencialmente, evangelizadora; es decir, difusora del Evangelio.148 La acción misionera, la acción catequética y la acción pastoral de la Iglesia son el cauce de esta misión evangelizadora. Por medio del ministerio de la Palabra, de la liturgia y del ejercicio de la caridad, la Iglesia no cesa de difundir la Buena Noticia del Reino a los hombres. «La Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada» (EN 15).149 En la catequesis la Iglesia no transmite otra cosa que su propia experiencia del Evangelio. Entrega su comprensión de la historia como historia de salvación, que se resume en el Credo o Símbolo de la fe. Entrega la fuerza transformadora del Evangelio, que el Espíritu Santo ha puesto en ella, para que los hombres reconozcan en Dios al Padre de todos y se vayan hermanando. Entrega la dicha de quien ha encontrado en la amistad con Dios la perla de un valor incalculable, y cuyo descubrimiento le lleva a celebrarlo. Entrega el dinamismo que le lleva a anunciar el Evangelio y a mostrar a todos las señales de la salvación que Dios está realizando.150

 

          ... que los adultos reciben de forma activa y creativa

 

109.   La catequesis de adultos, como acto de tradición, no es pura repetición del pasado, «no es un tesoro muerto que las generaciones cristianas reciben o dan sin más».151 Es, por el contrario, ofrecimiento y entrega de una experiencia, que el adulto recibe de forma activa y creativa: «La semilla, que es la Palabra de Dios, al germinar en tierra buena, regada con el rocío celestial, absorbe la savia, la transforma y la asimila para dar fruto abundante» (AG 22). La experiencia cristiana del adulto catequizado se incorpora a la Iglesia y la enriquece. La antigua melodía de la tradición, al ser recibida de una forma viva, se devuelve a la Iglesia coloreada con nuevos armónicos. La pedagogía catequética ha de ser, por eso, una pedagogía de creatividad. No se trata de que (el adulto) adquiera solamente un conocimiento de las expresiones objetivas de esa tradición, sino de que se introduzca y participe en la corriente viva de la existencia cristiana que, desde la época apostólica hasta nuestros días, ha profundizado y actualizado, cada vez más, el Evangelio de Jesús» (CC 136).152

 

          La catequesis de adultos, transmisión maternal de la fe de la Iglesia

 

110.   Mediante la iniciación cristiana, de la que los sacramentos de iniciación y la catequesis son elementos esenciales, la Iglesia transmite su propia vida. «La Iglesia se hace Madre por la Palabra de Dios, fielmente recibida. En efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (LG 64). «La Iglesia es Madre por los hijos que engendra en las aguas del Bautismo» (S. Agustín).153 Puede decirse que, a través de la catequesis de la Iglesia, el Espíritu Santo, «Señor y dador de vida», está desarrollando en los adultos bautizados la vida nueva de los hijos de Dios, hasta hacerla adulta.154 La Iglesia, fecundada por el Espíritu, se realiza como Iglesia igual que una madre: concibiendo, gestando, alumbrando a nuevos hijos de Dios. Y, como madre, aspira a que la vida que transmite alcance en sus hijos una madurez tal que, configurados cada vez más con Jesucristo, lleguen a ser testigos fieles del Evangelio en medio del mundo. En todo proceso catequizador de un adulto se desarrolla esta acción maternal de la Iglesia, que alimenta con su propia fe a sus hijos nacidos por el Bautismo.155 Es inherente a la catequesis, en consecuencia, que la vinculación cordial del cristiano con la madre Iglesia quede bien consolidada. La salud espiritual del adulto depende de ese vínculo. Las comunidades cristianas inmediatas, en cuyo ámbito se realiza la catequesis, así como los agentes concretos que la llevan a cabo, participan de manera eminente de esa maternidad de la Iglesia.156 Dios nos engendró con la palabra de la verdad» (St 1,18).

 

          Algunas cuestiones pastorales

 

          a)  Dificultad en desarrollar el sentido eclesial...

 

111.   La experiencia catequética con adultos muestra la dificultad de vivenciar, por parte de los catequizandos, el sentido de pertenencia eclesial. A pesar de saberse miembros de la Iglesia, en la vida diaria siguen hablando, muchas veces, de ella como de una institución que estuviese fuera de su mundo personal; al criticar a la Iglesia no tienen conciencia de criticar a su propia familia. «Se ha difundido entre nosotros una crítica radical de todo lo institucional y del ser mismo de la Iglesia» (TDV 50).157 Los adultos que frecuentan los grupos de catequesis se muestran, sin duda, agradecidos a los desvelos del catequista, pero les cuesta descubrir toda esa dimensión materna de una Iglesia que les está alimentando con lo mejor de sí misma.158

 

          ... debido a diversos factores que contribuyen a ello

 

112.   ¿Qué factores han podido contribuir a este debilitamiento del sentido eclesial? He aquí, según nuestro parecer, algunos de ellos, que un planteamiento correcto de la catequesis de adultos deberá revisar con seriedad. El más hondo parece ser la sensibilidad propia de la modernidad, proclive a la crítica de todo lo institucional. Una asimilación superficial y selectiva de la eclesiología del Concilio Vaticano II. La falta de suficiente vivencia eclesial en algunos catequistas y, como consecuencia, el no ver en ellos un signo de la dimensión maternal de la Iglesia, que trae como consecuencia la no concienciación de esa dimensión en el grupo catequético. A veces, los responsables de la catequesis aparecen más preocupados de verificar objetivamente la fidelidad a la exactitud de las formulaciones empleadas que de saber si, de verdad, se está gestando en los adultos una nueva vida. La falta de valoración y de atención pastoral de algunos pastores a los incipientes grupos de catequesis de adultos existentes. Por circunstancias unas veces comprensibles y otras injustificables, a veces los laicos no asumen la responsabilidad que deben tener en la Iglesia, lo que redunda en menoscabo de su sentido eclesial. De éstos, como de otros factores no citados, viene a resultar una acción catequética que no educa el sentido de la adhesión filial a la Iglesia, la cual no ha sido mostrada como madre. Éste es uno de los problemas más serios que, entre nosotros, tiene planteada la catequesis de adultos.159

 

          b)  Recuperar la riqueza del sentido de la tradición

 

113.   Es preciso recuperar, para la catequesis de adultos, el sentido de la tradición viva de la Iglesia. Hemos de saber situar activamente al adulto en la corriente viva de las generaciones cristianas y hacer que se sienta eslabón creativo en esa transmisión ininterrumpida. Para ello, hay que evitar tanto el recelo ante la sola mención de la palabra «tradición», entendida como sinónimo de involución y oscurantismo, como ese tipo de nostalgia de quienes buscan la pura y simple restauración de las formas del pasado. Por faltar el sentido auténtico de una tradición viva, nos encontramos con no pocos itinerarios catequéticos que tratan de conectar directamente al adulto con la letra de la Escritura, olvidándose de veinte siglos de vivencia eclesial del Evangelio del Reino:

 

-       El adulto, en ese caso, no recibe un alimento natural: el Evangelio tal como brota de la madre Iglesia, según la viva conciencia que ella tiene, hoy, de él. Se le suministra un alimento empobrecido, al desconectarlo de la savia materna.

 

-       Respecto al pasado, la catequesis deja de ser puente entre los adultos de hoy y los hermanos que nos precedieron en la fe. El no presentar la historia de la Iglesia, leída con lucidez y con corazón filial, es una deficiencia importante en nuestras catequesis.

 

-       Y en relación con el futuro, la esperanza es vivida por el creyente o por el grupo sin la indispensable hondura escatológica con que la Iglesia peregrina aguarda anhelante el encuentro con su Señor.

 

«La catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos (de la Escritura) con la inteligencia y el corazón de la Iglesia y cuanto más se inspire en la reflexión y en la vida dos veces milenaria de la Iglesia» (CT 27).

 

          c)  Necesidad de establecer, con carácter oficial, la catequesis de adultos

 

114.   En gran parte, la catequesis de adultos ha surgido, entre nosotros, desde iniciativas particulares. Es bueno que así suceda y que se den iniciativas catequizadoras en el pueblo de Dios. Lo malo es que, muchas veces, esas experiencias no son reconocidas, ni asumidas e incorporadas a la pastoral ordinaria de nuestras diócesis y parroquias. Siguen ahí, por libre, desconectadas, ignorándose su existencia. Y sin embargo, la catequesis «es un servicio público de la Iglesia, dotado de un carácter oficial» (CF 27). La catequesis de adultos es demasiado importante para la vida y misión de la Iglesia como para que los dirigentes de las comunidades cristianas no asuman la responsabilidad de la misma y la organicen con esmero. No es normal que una comunidad cristiana deje de institucionalizar un servicio eclesial tan fundamental. Así como no es concebible que una parroquia no asuma y encauce las acciones que en ella se ejercen en favor de la catequesis de niños, tampoco debe ser concebible que la comunidad ignore y no asuma las iniciativas en favor de la catequesis de adultos. Sucede, entonces, que a la necesidad real de catequización de adultos que se da entre nosotros, que es mucha, no corresponde la oferta catequizadora que proporcionan nuestras comunidades. «No nos falta todavía la imaginación y creatividad necesarias para establecer, con carácter oficial, este fundamental servicio eclesial».160

 

          «Los pequeñuelos piden pan y no hay quien se lo parta» (Lm 4,4).

 

 

B)      La catequesis de adultos, acción de una Iglesia particular

 

«La Iglesia universal se realiza de hecho en todas y cada una de las Iglesias particulares que viven en la comunidad apostólica y católica» (TDV 41).

 

La Iglesia particular vive la fe y anuncia el Evangelio

en un espacio cultural determinado

 

115.   El anuncio, transmisión y vivencia del Evangelio se realizan en el seno de una Iglesia particular. Sólo en comunión con ella se vive la experiencia cristiana.161 La Iglesia particular es una porción del pueblo de Dios enraizada en un espacio socio-cultural determinado. Está compuesta por hombres y mujeres que, mediante la acción del Espíritu, han acudido a la convocatoria del Evangelio y lo han acogido. Por la fe reconocen a Jesús como Señor, piedra angular y única de salvación y viven unidos, sobre todo gracias a la predicación del Evangelio y la celebración de la Eucaristía, bajo la presidencia y guía del obispo con su presbiterio.162 «El Bautismo nos ha proporcionado un nuevo nacimiento y ha hecho de nosotros un único ser».163 La comunión en la Iglesia particular, sin embargo, está al servicio de la misión.164 Todo en ella, en efecto, está al servicio de la tarea evangelizadora. Su máxima preocupación es que el Evangelio sea realmente anunciado, celebrado y vivido en ese espacio socio-cultural en que ella vive.165 Esta inculturación del Evangelio, realizada por la Iglesia particular, debe ser considerada en una doble dimensión. Por una parte, la fe se ve enriquecida al encarnarse en el modo de ser concreto de un pueblo,166 y por otra parte, la fuerza del Evangelio lleva a transformar aquellos aspectos, valores o estructuras, opuestos al reino de Dios.167 «La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su «lengua», sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea y no llega a su vida concreta» (EN 63).

 

          La catequesis de adultos en la Iglesia particular

 

116.   La catequesis de adultos, como etapa del proceso de la evangelización,168 participa de este esfuerzo evangelizador de la Iglesia particular por hacer presente el Evangelio en el espacio socio-cultural donde está inserta. Esto quiere decir que toda Iglesia particular ha de ofrecer a sus miembros y a cuantos se acerquen a ella un proceso catequético que les permita conocer, vivir, disfrutar y difundir el Evangelio dentro de su propio horizonte cultural. De esta manera, la confesión de fe, en que desemboca la catequesis, puede ser proclamada en un lenguaje169 comprensible y significativo. Los cristianos podrán, así, contar «en su propia lengua» (Hch 2,11) las maravillas que Dios obra en ellos. La catequesis no hace alejarse de su mundo a los miembros de una Iglesia concreta, sino que les capacita para asumir, purificar, fortalecer y elevar todo lo que hay de bueno en él. No sería auténticamente eclesial la catequesis que ignorara las condiciones culturales de los adultos y no se realizara en referencia al sentido de la vida que ellos tienen. Una diócesis que no tomara en serio, en su catequesis, los rasgos culturales que le están condicionando ocultaría la significación del Evangelio para la vida del mundo. «De la catequesis, como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas» (CT 53).170 Esta fidelidad de la catequesis a la cultura local no puede entrar en contradicción con su condición de ser un servicio a la unidad y comunión de la fe. De aquí que toda catequesis diocesana busque coordinar su tarea con otras Iglesias particulares, siguiendo las orientaciones de la Iglesia universal.

 

          La catequesis de adultos, una acción vinculada al obispo

 

117.   Siendo la catequesis de adultos una acción tan importante en la Iglesia particular, ya que es el cauce básico de transmisión del Evangelio, hay que concebirla muy ligada al obispo. En la historia de la Iglesia se recuerda el papel preponderante de grandes y santos obispos que marcaron, con su iniciativa, el período más floreciente de la institución catecumenal. Es la época de Cirilo de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la pluma de tantos Padres de la Iglesia obras catequéticas que siguen siendo puntos de referencia para nosotros.171

 

          La preocupación episcopal por la catequesis de adultos les exige estar muy cerca de los párrocos, responsables de la catequesis y de los catequistas en las comunidades, buscando con ellos la manera de convocar a la catequesis al hombre de hoy y de ayudarle a crecer en el proceso de la fe. El obispo ha de estar muy entrañado en la catequesis de adultos que se desarrolla en su diócesis, velando con cuidado por la autenticidad de la confesión de fe a la que prepara y proyectando los acentos y el perfil del hombre y mujer cristianos que quisiera ver en su Iglesia.172 «¡Que la solicitud por promover una catequesis activa y eficaz no ceda en nada a cualquier otra preocupación! Esta solicitud os llevará [...] a haceros cargo en vuestra diócesis, en conformidad con los planes de la Conferencia Episcopal a la que pertenecéis, de la alta dirección de la catequesis» (CT 63).

 

          Algunas cuestiones pastorales

 

a)      Se debe tomar plena conciencia de que la misión oficial de catequizar se recibe del obispo diocesano

 

118.   A veces, determinadas experiencias de catequesis de adultos se realizan sin una vinculación real con el obispo que preside la Iglesia particular. En la práctica sucede, a veces, que la vinculación de muchos grupos catequéticos con el obispo o los presbíteros de sus comunidades se da en un nivel puramente formal, sin que éstos se vean solicitados a intervenir en la configuración, contenidos o método de la catequesis que se va a impartir.173 De hecho, hay catequistas que se ven a sí mismos más como enviados por su propia organización que por el obispo diocesano. El problema no hay que plantearlo tanto a nivel afectivo cuanto a un nivel eclesiológico, ya que sólo el obispo es el que confiere la misión oficial de catequizar: «Los catequistas reciben del obispo, “primer responsable de la catequesis y catequista por excelencia” (CT 63), la misión oficial o encargo para ejercer su tarea en nombre de la Iglesia y al servicio de su misión evangelizadora» (CF 27). Uno de los objetivos que persigue la catequesis es establecer la comunión con la Iglesia y sus pastores. El vínculo eclesial que une al catequista con el obispo que le envía es objetivamente más fuerte que el que le une a los responsables de una determinada «familia» catecumenal.

 

b)      Un entronque claro de la catequesis de adultos en el plan evangelizador de la diócesis

 

119.   Todo proceso catequético con adultos que trate de implantarse en una Iglesia particular debe responder, al menos, a estas tres exigencias. Cumplir con las características propias de lo que es realmente catequesis, y que a lo largo de estas orientaciones estamos tratando de precisar. No conviene llamar catequesis a cualquier acción educativa desarrollada con adultos. Atender a las exigencias socio-culturales del lugar en que dicha catequesis se va a llevar a cabo, a la hora de realizar la programación catequética concreta. Entroncarlo en el proyecto evangelizador de la Iglesia particular. La catequesis, desde su carácter propio, ha de colaborar en su realización. Esto quiere decir que los grandes objetivos evangelizadores que una Iglesia se da han de configurar a la catequesis de adultos en sus propios planteamientos.

 

c)      Necesidad de un departamento diocesano de catequesis de adultos

 

120.   Para que una diócesis pase del nivel de la toma de conciencia a la puesta en práctica de la catequesis de adultos, es preciso contar con una estructura organizativa a la que dedique «sus mejores recursos de hombres y energías» (CT 15) «personas dotadas de competencia específica» (DGC 126) y «dignos de confianza de su obispo» (CT 63). Muchas diócesis comienzan a contar con un responsable diocesano para la catequesis de adultos, el cual «a su vez» acostumbra a trabajar con un equipo de colaboradores.174 Las tareas más propias de este Servicio diocesano de catequesis de adultos podrían ser, entre otras:

 

-       Conocer la realidad catequética de adultos existente en la diócesis y entrar en contacto con ella.

 

-       Elaborar un proyecto diocesano de catequesis de adultos en el que se establezcan los criterios comunes a toda experiencia catequética que se realice.

 

-       Estudiar el modo de promocionar y capacitar a sacerdotes, religiosos/as y laicos para la función catequizadora con adultos.

 

-       Estudiar los distintos materiales catequéticos existentes en el ámbito de nuestra Iglesia, con vistas a recomendar, o en su caso a elaborar, los instrumentos más adecuados para la propia realidad.

 

-       Fomentar la colaboración interdiocesana de una misma región, «de modo que las diócesis mejor dotadas ayuden a las demás y aparezca un programa de acción común que llegue a toda la región» (DGC 127).

 

d)      Hay que avanzar hacia una catequesis de adultos más enraizada en la propia cultura

 

121.   Nuestra catequesis de adultos ha de avanzar hacia una mayor inculturación,175 para responder mejor a la diversa problemática social y cultural de nuestras gentes. Para ello consideramos que debería asumir los siguientes polos de atención. Que la preocupación por la fidelidad doctrinal se vea acompañada por una adecuada «fidelidad al hombre» (MPD 9). La catequesis de adultos se resiente, a veces, por falta de adaptación.176 Consecuentemente, los materiales catequéticos, sean de elaboración propia o importados de otras diócesis, en consonancia con este principio, deben de tener en cuenta la problemática concreta de los fieles a los que se dirigen. De la misma forma, las familias catecumenales de implantación nacional, siguiendo este principio, deben evitar repetir en diócesis muy diversas los mismos esquemas y contenidos, y han de plantearse, por tanto, qué respuesta evangélica deben dar a los hombres concretos con los que se encuentran.

 

e)      Necesidad de crear cauces de diálogo y reflexión entre los diferentes proyectos catecumenales...

 

122.   La realidad de la catequesis de adultos en nuestras diócesis muestra una diversidad de tendencias catecumenales. De hecho, confluyen juntas en una misma Iglesia particular, en sus diversas zonas pastorales y, a veces, hasta en una misma parroquia. El problema pastoral que aquí se plantea es acertar a conjugar, en la catequesis de adultos diocesana, la unidad de la fe con la diversidad de tendencias. La unidad de la fe es incuestionable en la Iglesia. Los creyentes, a partir del bautismo, están unidos por la confesión de una misma fe, de un mismo Señor: «Un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre» (Ef 4,5). «Función principal de la catequesis es ese servicio a la unidad de confesión de fe» (CC 71).177 Esta unidad de la fe es compatible, sin embargo, con el pluralismo de sus expresiones. Toda la historia de la Iglesia lo demuestra. La catequesis está, también, al servicio de ese pluralismo legítimo: «La variedad en los métodos es un signo de vida y una riqueza» (CT 51). El pluralismo en la catequesis puede provenir, por ejemplo, de la diversidad de horizontes culturales en los que se desenvuelve la vida de las distintas comunidades.178 Puede provenir, también, de las diferentes situaciones espirituales de las personas o de los distintos niveles de fe.179

 

          ... con el cuidadoso respeto a los diversos carismas catequéticos...

 

123.   Entre nosotros, sin embargo, la diversidad de tendencias viene, sobre todo, de los diferentes carismas con que se han suscitado las diversas experiencias de catequesis de adultos que existen, varias de ellas de implantación nacional. Han surgido, así, diferentes «familias catecumenales».180 Este fenómeno en sí mismo es positivo. Las dificultades surgen de una mala comprensión de su significado y de no saber poner al servicio de la comunión eclesial el ejercicio de tales carismas. La pregunta que se le plantea, entonces, a todo responsable de la pastoral es cómo crear «las condiciones indispensables para que (esa variedad) sea útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la fe» (CT 51). La convergencia de esas diferentes tendencias en la unidad de la confesión de fe presenta, en la práctica, sus dificultades.181 Si, como ocurre en ocasiones, el pluralismo catequético se hace divergente respecto a las exigencias de la comunión, la naturaleza misma de la catequesis en una diócesis queda afectada. «La unidad de la acción catequética es fundamental para la unidad de la Iglesia» (CC 76). La solución a este problema pastoral no está en la uniformidad. A la unidad de la confesión de fe no se opone, propiamente, la diversidad y el pluralismo, sino la falta de diálogo y la negación de la convergencia y de la mutua complementariedad.

 

          ... y avanzando hacia una mayor unidad dentro del pluralismo catecumenal

 

124.   Para profundizar en la posibilidad de un auténtico pluralismo catequético es importante tener en cuenta lo siguiente. Que la Iglesia particular tenga un «proyecto diocesano de catequesis de adultos» en el que se señalen las metas, contenidos, acentos evangelizadores, coordinaciones necesarias... que deben inspirar a las iniciativas catequéticas que puedan promoverse en la diócesis.182 Se trataría, como se ve, de unos «mínimos comunes», asumidos por todos y garantizadores de la unidad. Es necesaria la puesta en marcha, dentro de una Iglesia particular, de unos cauces de convergencia donde esas legítimas tendencias puedan coordinarse y complementarse mediante el diálogo y la colaboración mutuas. La creación de este espacio de intercomunicación puede resultar decisivo para la catequesis de adultos diocesana, ayudando a que las posibles tendencias o familias se enriquezcan mutuamente y se eviten posturas exclusivistas. En el contexto de este pluralismo catequético han surgido en varias diócesis experiencias de catequesis de adultos promovidas directamente por el Secretariado diocesano de catequesis. Algunas tienen sus propios programas, orientaciones y materiales. «No será tarea obligada de los Secretariados diocesanos el promover tales experiencias con vistas a poder atender, sobre todo, a la gran masa de nuestros fieles». La catequesis de adultos de una Iglesia particular, una y sin embargo diversa, deberá inspirarse siempre en aquel vivo deseo del Señor: «Que todos sean uno» (Jn 17,21).183

 

C)      La catequesis de adultos, una acción realizada en la comunidad cristiana

 

          Las comunidades cristianas inmediatas

 

125.   Por comunidad cristiana entendemos «la comunidad eclesial inmediata donde el creyente nace y se educa en la fe» (CC 255). Es importante recordar que toda comunidad cristiana es la realización concreta del don de la comunión que el Espíritu concede a los cristianos.184 Los ámbitos comunitarios en los que puede realizarse la catequesis de adultos son diversos;185 entre ellos destaca la parroquia como la forma más habitual de comunidad cristiana y lugar privilegiado para la catequesis. «La comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado» (CT 67). La parroquia está llamada a ser una casa de familia, fraterna y acogedora, donde los bautizados se hacen conscientes de ser el pueblo de Dios. Por ser la catequesis el descubrimiento de las riquezas recibidas en el bautismo, la parroquia «en cuya pila bautismal los cristianos reciben el germen de la fe» es el ambiente especialmente indicado para realizarla.186 Junto a la parroquia, nos referimos también «como ámbitos de catequesis de adultos» a los movimientos apostólicos,187 que anuncian el Evangelio en ambientes más caracterizados por la clase social o por la actividad profesional, a las asociaciones de fieles,188 surgidas en torno a un carisma concreto, o especializadas en algunos de los elementos que integran la tarea evangelizadora de la Iglesia y a las denominadas comunidades eclesiales de base que, asentadas sobre unas relaciones interpersonales intensas, son «un valioso instrumento para la formación cristiana y la penetración capilar del Evangelio en la sociedad».189

 

          La catequesis de adultos, responsabilidad de toda la comunidad cristiana

 

126.   La catequesis, transmisión del Evangelio a todos los que se inician en la fe, es responsabilidad de toda la comunidad cristiana: «El Pueblo de Dios siempre debe entender y mostrar que la iniciación de los adultos es cosa suya y asunto que atañe a todos los bautizados» (RICA 14).190 El sentido materno de la comunidad cristiana, que a través de todo lo que le hace vivir va alimentando a los catequizandos, proporciona el medio vital en el que esta transmisión del Evangelio se realiza.191 La referencia y el contacto con la comunidad cristiana, a lo largo de la catequesis, es algo obligado. Sólo el trato con ella, donde la vida es entendida, vivida y celebrada según el Evangelio, puede suscitar, alimentar y satisfacer el deseo de vivir como discípulo de Jesús. La catequesis de adultos es, por tanto, una acción educativa que se realiza desde la responsabilidad de toda la comunidad, en un contexto o clima comunitario referencial, para que los adultos que se catequizan se incorporen activamente a la vida de dicha comunidad. «El lugar o ámbito normal de la catequesis es la comunidad cristiana» (MPD 13).

 

La comunidad cristiana acompaña a la catequesis de adultos

a través de diversas acciones

 

127.   La comunidad cristiana está presente de muchas maneras en la acción catequizadora con los adultos. Muchos de los catequizandos deben, posiblemente, su presencia en la catequesis a que algunos miembros de la comunidad, por el propio testimonio y la palabra de la fe, les han animado a participar en ella, despertándoles el interés por la fe y acompañándoles en los primeros pasos de su caminar. El catequista actúa como portavoz de la comunidad, transmitiendo lo que ésta está viviendo. Hace, así, de puente entre el adulto y la comunidad cristiana. Todo buen catequista es «un árbol arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana» (CF 72). La comunidad, a través de algunos de sus miembros, toma parte en las tareas catequizadoras, siempre que el grupo catequético «o el catequista» lo requieran. Comunican, entonces, su experiencia de fe, dan a conocer la forma en que oran, manifiestan cuáles son sus compromisos apostólicos, participan en algunas celebraciones de grupos... «La catequesis debe apoyarse en el testimonio de la comunidad eclesial» (DGC 35). La comunidad acoge a los adultos catequizados al término de la catequesis en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han empezado a experimentar. «La catequesis corre el riesgo de esterilizarse si una comunidad de fe y vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis» (CT 24).192

 

          Implicaciones pastorales

 

a)      Las parroquias deben asumir la catequesis de adultos como cosa suya

 

128.   En el marco de muchas parroquias tienen lugar experiencias de catequesis de adultos. Ocurre, sin embargo, a menudo que esas experiencias no se presentan como catequesis de adultos parroquial. No quedan integradas en los planes pastorales de la comunidad. Es importante que los párrocos, que se sienten responsables de la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes, asuman también su grado de responsabilidad de pastores en la catequesis de esos adultos de su comunidad. Conviene que sigan de cerca, con todo afecto, bien personalmente, bien por medio del catequista, el desarrollo de la vida de esos grupos y han de estar dispuestos a acompañarles en todo lo que pudieran necesitar. Los mismos grupos, por su parte, tienen que hacer el esfuerzo de verse a sí mismos como la catequesis de la comunidad parroquial y, por tanto, en comunión y consonancia con ella y con sus pastores.

 

b)      Muchas veces la catequesis de adultos cuestionará la orientación pastoral de la parroquia...

 

129.   Una catequesis de adultos bien hecha interpela, ordinariamente, la orientación y organización de las comunidades parroquiales. La puesta en marcha de la catequesis de adultos en una parroquia no es algo intrascendente, ya que ella «educa al cristiano para su inserción plena en la comunidad de los discípulos de Jesucristo» (MPD 10), y esto trae sus consecuencias. Los responsables de la pastoral parroquial, antes de iniciar esta experiencia, han de ser conscientes:

 

-       Por una parte, de que la madurez cristiana de un laico va más allá que los niveles que puede proporcionar un proceso catequético, por muy intenso que éste sea. Esto implica que hay que prever una labor de continuidad formativa.

 

-       Por otra parte, los pastores han de estar abiertos al hecho de que unos adultos catequizados, «mayores de edad», ordinariamente van a solicitar de la comunidad que se promuevan atenciones y actividades que pueden obligar a revisar cuanto sea necesario para responder adecuadamente a esta demanda.

 

          ... y exigirá de ella cauces de referencia y continuidad

 

130.   Para organizar la catequesis de adultos, una parroquia necesita, entre otras cosas, lo siguiente. Ha de tener un proyecto evangelizador coherente, de forma que se haya planteado, con valentía, la necesidad de llamar a la fe a los alejados y de educar básicamente a todos los que lo necesiten. Sin este plan de acción misionera la catequesis de adultos no podrá llegar a cuajar. Debe prever la continuidad formativa de un proceso de catequesis que, por su naturaleza, es temporal. Son muchos los catequizandos que se preguntan qué va a ser de ellos al final de la catequesis. Los adultos, en efecto, van a culminar el proceso de su formación con una altura de fe, un estilo de oración y celebración y una ilusión por vivir el compromiso de la fe... que deben ser atendidos. Habrá de contar, también, con un núcleo comunitario referencial, compuesto por los cristianos más comprometidos con su fe y a los que «superada una pastoral uniformizada» se les está dando un tratamiento pastoral adecuado a su nivel. Esta plataforma comunitaria va a ser punto de referencia fundamental para la catequesis de adultos y órgano de acompañamiento de la misma.193

 

c)      La actitud del párroco ante la catequesis de adultos en la comunidad

 

131.   Los párrocos, «que reúnen en nombre del obispo a la familia de Dios» (Conc. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis [PO] 6) deben estar abiertos a las posibles y diversas experiencias de catequesis de adultos que puedan darse en su comunidad. Algunos pueden cerrarse a iniciativas interesantes por el solo hecho de provenir de la base, sin suscitarlas ellos directamente. En relación a estos posibles grupos, los presbíteros deberán recordar el deseo del Concilio: «Que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles» (PO 9). Otras veces puede ocurrir lo contrario. El párroco, en ese caso, se identifica con una experiencia catequética determinada de tal modo que se deja acaparar o monopolizar por ella. Queda, entonces, atado a un grupo cristiano muy concreto que, acaso, no está bien integrado en la comunidad de la que él es pastor. Han de evitarse, con todo cuidado, estos cotos al margen de la vida parroquial. La catequesis de adultos no puede convertirse en una organización pastoral paralela a las parroquias, que aleje de la vida de las mismas a sus miembros mejores. Lo que se ha afirmado de los párrocos es aplicable, en su medida, a aquellos presbíteros que se dedican a la tarea concreta de la catequesis de adultos. «Los presbíteros están puestos en medio de los seglares para conducirlos a todos a la unidad de la caridad» (PO 9).

 

d)      La educación del espíritu comunitario en la vida de un grupo

 

132.   La vida cristiana en comunidad no se improvisa. Hay que educarla con cuidado. Como dice el Concilio, hay que «cultivar debidamente el espíritu de comunidad» (PO 6). Para conseguir la vivencia comunitaria, la dinámica grupal es muy importante para la catequesis. Los adultos van descubriendo en el grupo lo que es vivir en comunidad: «El grupo que en el desempeño de su tarea alcanza un buen nivel de funcionamiento puede ofrecer a sus miembros no solamente ocasión de formación religiosa, sino también una magnífica experiencia de vida eclesial» (DGC 76).194 En este aprendizaje de la vida comunitaria son varias las actitudes evangélicas que hay que ir descubriendo. La catequesis sobre la comunidad cristiana que nos brinda el evangelio de Mateo (c. 18) nos indica algunas de esas actitudes: el espíritu de sencillez y humildad, la solicitud por los más pequeños y humildes, la atención preferente por los que se han alejado, la corrección fraterna, la oración en común, el perdón mutuo...195 Hay que dar gracias a Dios por esos grupos de catequesis de adultos que se han dejado guiar por estas actitudes, recomendadas por el propio Jesús. «Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42).

 

 

 

VI.    Finalidad de la catequesis: la confesión de fe

 

«La catequesis tiene su origen en la confesión de fe y conduce a la confesión de fe» (MPD 8).

 

133.   Es importante definir bien la meta o finalidad de la catequesis porque, en definitiva, el objetivo final marca la trayectoria a seguir durante el proceso. A la hora de definir la finalidad de la catequesis nos encontramos, en las orientaciones oficiales de la Iglesia, con descripciones que apuntan hacia aspectos diversos y, a la vez, complementarios:

 

-       Así, unas apuntan hacia la vinculación a Dios en Cristo: «Por obra de la catequesis, las comunidades cristianas adquieren un conocimiento más profundo y vivo de Dios y de su designio salvífico, que tiene su centro en Cristo» (DGC 21).

 

-       Otras expresiones destacan la eclesialidad que persigue la catequesis: «La meta de la catequesis consiste en hacer del catecúmeno un miembro activo de la vida y misión de la Iglesia» (CC 60).

 

-       Otras, en fin, subrayan más el aspecto confesante de la fe en medio de los hombres: «Es en este mundo (difícil) donde la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su gozo y para el servicio de todos, luz y sal» (CT 56).

 

134.   Sintetizando los diferentes aspectos de la finalidad de la catequesis a que apuntan estas expresiones podemos decir, con el Sínodo de 1977, que la finalidad de la catequesis es la confesión de fe, esto es, la entrega confiada del hombre a Dios, realizada en la Iglesia, para el servicio al mundo196.

 

          La catequesis trata, en efecto, de propiciar:

 

-       la vinculación fundamental del hombre a Dios (metanoia),

-       en la comunión eclesial (koinonía),

-       para el servicio al mundo (diakonía).

 

          Las tres dimensiones (teologal, eclesial y diaconal) forman parte integrante de la finalidad de la catequesis, y se implican mutuamente. El cristiano se encuentra con Dios en la Iglesia, y en una Iglesia enviada al mundo para anunciarle «con palabras y obras» la salvación. La consecución de esta meta se expresa en una confesión de fe adulta y verdadera, no sólo de labios afuera. «La catequesis es esa forma peculiar del ministerio de la palabra que hace madurar la conversión inicial del cristiano hasta hacer de ella una viva, explícita y operante confesión de fe» (CC 96).197

 

135.   En el presente capítulo se tratará, en un primer apartado, de delimitar el alcance de una confesión de fe adulta, como meta de la catequesis. Después, más detenidamente, habrá que examinar cómo esa confesión de fe es un proceso vinculado que nos une en primer lugar a Jesucristo y, a partir de él, a Dios trino, a la Iglesia y al mundo.198 Finalmente, se describirán los rasgos del cristiano adulto que nace de la catequesis y hacia el que todo proceso catequizador apunta continuamente.

 

 

A)      La catequesis tiene como meta la confesión de fe

 

          La confesión de fe es inherente al Bautismo

 

136.   La confesión de fe es esencial al Bautismo. Éste es, en realidad, «el sacramento de la fe».199 La triple pregunta de la profesión de fe precede inmediatamente a la inmersión o a la infusión del agua.200 En verdad, la Iglesia nos bautiza en el nombre del Pare, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Dios trino a quien, por la confesión de fe, confiamos nuestra vida. En el caso del bautismo de adultos, esta confesión de fe se prepara largamente antes, durante el catecumenado. A través de la confesión bautismal, precisamente, todo el catecumenado desemboca en el bautismo. Cuando uno se bautiza de niño lo hace en la fe de la Iglesia. La catequesis nos capacita después para hacer nuestra, de manera personal, esa confesión que se hizo en nuestro nombre. En cualquiera de las dos hipótesis la confesión de fe es esencial al bautismo, como una parte del mismo. En consecuencia, tanto el catecumenado, que prepara esa confesión, como «en nuestro caso» la catequesis de adultos que la personaliza, son una exigencia del mismo bautismo. La catequesis queda, así, penetrada por su dimensión bautismal. Su meta no es otra que la confesión adulta de una fe depositada germinalmente en el bautismo. No persigue, por tanto, otra cosa que ayudarnos a asumir personalmente nuestra condición de bautizados.201

 

          La confesión de fe, manifestación de nuestra entrega a Dios

 

137.   En la gran tradición eclesial, la confesión de fe más estrictamente vinculada al proceso de la iniciación cristiana es la Profesión de fe apostólica. El llamado Credo o Símbolo de los apóstoles, en efecto, es una fórmula que la Iglesia ha utilizado, desde muy antiguo, para profesar su fe bautismal y para iniciar en esa fe a los catecúmenos.202 El Símbolo apostólico no presenta verdades abstractas, sino las obras más importantes que Dios ha realizado en favor de los hombres. Es un resumen de la historia de la salvación en el que «se recuerdan las grandezas y maravillas de Dios» (RICA 25), sus intervenciones salvíficas más decisivas realizadas en la historia humana. Es la narratio Salutis. En este sentido, el Credo apostólico, de estructura trinitaria, nos relaciona con un Dios comunicativo que actúa en favor del hombre. Al recitarlo, el cristiano se dirige a un Dios que se manifiesta hacia nosotros como creador, salvador y vivificador. Sólo a partir de esa «economía» salvífica vislumbramos la «teología» intratrinitaria, es decir, la realidad de Dios en sí misma. La confesión de fe descansa toda ella en la primera palabra que el cristiano pronuncia: Creo en. Se repite tres veces y se refiere sólo a las personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con esta expresión manifestamos algo más que un puro asentimiento racional, expresamos nuestra entrega plena e incondicional al único Dios.203 Es el gesto más grande que un hombre puede hacer, ya que, vinculándose libremente a la fuente de su ser, renuncia a servir a cualquier absoluto humano. La confesión de fe en Dios es la proclamación de querer liberarnos de cualquier ídolo que nos esclavice. Es, por tanto, un canto de libertad. Con la confesión de fe en el Dios uno y trino los cristianos proclamamos que nuestra existencia humana no es fruto de la casualidad ni consecuencia de una ciega necesidad sino fruto de un designio amoroso. Mediante ella, al confiar nuestra vida a Dios, uno en esencia y trino en personas, manifestamos que el fondo de nuestro ser es comunión participada, sabiéndonos amados por el Dios tres veces santo y capaces, por encima de nuestros egoísmos, de amar a los demás.204

 

          La confesión de fe, participación en la fe de la Iglesia, que vive al servicio del mundo

 

138.   La confesión de fe sólo es plena referida a la Iglesia. Nuestro Credo no es una proclamación de creyentes aislados, sino la profesión de fe del pueblo de Dios, como tal, que es la Iglesia.205

 

          «Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia» (Te Deum). «A Ti, a través del orbe terrestre, confiesa la santa Iglesia». Cada nuevo bautizado recita en singular el Credo durante toda su vida, incluso en la asamblea litúrgica, pues ninguna acción es tan personal como ésta. Pero lo recita siempre en la Iglesia y a través de ella, puesto que lo hace como miembro suyo. La fe cristiana no es sino participación de la fe común de la Iglesia.206 Toda fe auténtica se vincula con la fe de la Iglesia, con esa fe perfecta, casta, íntegra e indefectible, como la que corresponde a una Esposa sin mancha.207 Pero esta confesión de fe de la Esposa de Cristo brota de una Iglesia peregrina, en estado de misión, luz y sal de este mundo, anunciadora del Evangelio. No es aún la proclamación gloriosa del final del camino, sino la de una presencia misionera en medio de un mundo que, a veces, le rechaza. La confesión de fe está, en la misión, vinculada a la persecución: «No temáis a los que matan al cuerpo, que al alma no pueden matarla [...] A todo el que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre» (Mt 10,28-32).208 Ésta es, pues, la meta de la catequesis: propiciar la confesión de fe en Dios, desde el seno de una Iglesia que, presente en el mundo, le da lo mejor de sí misma a pesar del rechazo y la incomprensión.

 

 

B)      La catequesis, un proceso vinculador a Jesucristo

 

          «La vida cristiana consiste en seguir a Cristo» (CT 5).

 

139.   La meta que persigue la catequesis es esa entrega, inicial y básica, del hombre a Dios expresada en la confesión de fe. En otras palabras, trata de propiciar una vinculación fundamental. Hablar de vinculación es hablar de unión por medio de un vínculo, de incorporación, de compromiso que condiciona toda la vida. La vinculación a Dios se realiza a través de Cristo. La catequesis trata de propiciar la vinculación básica del hombre con Jesucristo. La conversión inicial a Jesucristo, que la catequesis ayuda a madurar, es requisito indispensable para seguir un proceso de catequización. Incorporarse a él «o ser admitido» por razones distintas del deseo de llegar a ser una sola cosa con Jesucristo compromete el resultado final. Y esto es algo que, a veces, ocurre. «En la catequesis lo que se enseña es a Cristo [...] La constante preocupación de todo catequista debe ser la de comunicar la doctrina y la vida de Jesús» (CT 6).209

 

          Cristocentrismo de la catequesis

 

140.   Esta vinculación del cristiano con Cristo es el centro de toda la vida espiritual, y por tanto el centro de la catequesis que en ella inicia. Si Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6), no hay otra forma de acceder a Dios si no es por Él. «La catequesis necesariamente debe ser cristocéntrica» (DGC 40). Son muchas las razones que se pueden aducir para mostrar el lugar central de Jesucristo en la catequesis. Recordemos sólo algunas: «La auténtica catequesis es siempre una iniciación a la revelación» (ver CT 22), y Cristo es la plenitud de dicha revelación y el centro de la historia de la salvación.210 En la catequesis se amplía y profundiza el núcleo del kerigma que propone el primer anuncio y que tiene como centro a Jesús resucitado, constituido como Señor.211 La catequesis nos ayuda a entender, asumir y desarrollar la virtualidad recibida en el Bautismo y sabemos que el Bautismo es el sacramento por el que «nos configuramos con Cristo» (LG 7). La catequesis tiene como meta la confesión de fe, cuya fórmula más primitiva profesa que «Jesús es el Señor» (1 Co 12,3).212

 

          Jesucristo nos vincula a Él por medio del Espíritu Santo

 

141.   El Espíritu Santo, al que los profetas habían anunciado llenando de dones al Mesías, rodeó toda la vida de Jesús, comenzando por su concepción, realizada «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Son muchos los textos evangélicos que nos presentan a Jesús «lleno del Espíritu Santo» (Lc 4,1).213 Pero es en la resurrección donde la acción del Espíritu llega a su culminación.214 Cristo resucitado, poseedor de la plenitud del Espíritu Santo, lo prometió a sus discípulos, para ayudarnos a entender su obra y tener la fuerza suficiente de culminarla: «Cuando venga el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). Así es, en efecto. El Espíritu Santo actúa en nosotros, al decir de los Santos Padres, como «el principio de la vida o el alma (actúa) en el cuerpo humano» (LG 7).215 Es, por tanto, el Espíritu Santo quien nos vincula a Cristo. Él va iluminándonos con lo recibido de Cristo y nos va configurando poco a poco con Él. Esta gestación de Cristo en nosotros se realiza, de forma preeminente, a lo largo del proceso catequizador. Al catequizar, la Iglesia podría muy bien decir con San Pablo: «¡Hijos míos, por quienes sufro dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros!» (Ga 4,19).

 

          De esta forma, Cristo se hace presente, vive y actúa en nosotros a través de su Espíritu: «Habéis llegado a ser Cristo, porque habéis sido marcados por el Espíritu Santo» (S. Cirilo de Jerusalén, Cat 21,1).216

 

          Cuestiones catequéticas en torno a la vinculación a Cristo

 

142.   Es innegable que la catequesis que se realiza, hoy, con adultos se orienta a procurar un mayor acercamiento de los catequizandos a Cristo. Jesucristo se convierte en un eje de atracción sobre el que gira toda la vida cristiana. Los adultos se miran en Él como en un espejo, confrontan sus actitudes vitales con las suyas, aprenden a reaccionar ante los acontecimientos como Él... De todas formas es necesario preguntarse a qué Cristo vincula la catequesis. Es preciso, en efecto, que el adulto entre en contacto con todas las dimensiones de la figura de Jesucristo. Se ha de velar para que la calidad de esta vinculación a Jesucristo sea lo más evangélica posible y esté en total sintonía con el sentir de la Iglesia.217 Señalamos, a este respecto, algunas exigencias que la catequesis de adultos debe atender.

 

          a)  Vincular a Cristo en su dimensión humana y divina...

 

143.   Es necesario que la vinculación del adulto con Cristo tenga en cuenta, al mismo tiempo, su dimensión humana y su dimensión divina. A veces, en efecto, al subrayar la humanidad de Jesús, y tratar de situar su vida y su mensaje en sus coordinadas históricas, «logro sin duda positivo», se destaca menos su divinidad.218 La vinculación queda, en este caso, dañada. Jesús es algo más que un modelo ético a imitar. Por su condición divina nuestra experiencia humana queda incorporada a la suya y participa de su destino: vivimos, sufrimos, morimos y resucitamos con Cristo.

 

          b)  ... siguiéndole en el camino del Siervo...

 

          Otras veces, por el contrario, la vinculación que propicia la catequesis no destaca suficientemente el camino concreto a través del cual Jesús fue obediente a su Padre, y que no es otro que el camino del Siervo. Hay que hacer descubrir al adulto este camino, basado en la pobreza, la obediencia, el servicio y la entrega.219 En este sentido, la auténtica vinculación a Jesucristo debe llevar a asumir el estilo de vida del propio Jesús. «El discípulo no puede ser mayor que el maestro» (Lc 6,40).

 

          c)  ... en su sensibilidad por los marginados...

 

144.   La catequesis debe unir al adulto a la acción misionera del propio Jesús, «que fue enviado a evangelizar a los pobres» (AG 5). La sensibilidad de Jesús por los marginados está en el origen de «la opción o amor preferencial por los pobres» (SRS 42), inherente a la fe cristiana. Por otra parte, el mismo Cristo se identifica con los pobres y los que sufren, hasta el punto de decir: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). La auténtica comunión con Jesucristo llevará, pues, a la comunión con los pobres.

 

          d)  ... en su carácter contemplativo...

 

          A veces se oscurecen, e incluso se prescinde, de determinadas dimensiones de Jesús, por ejemplo, de su carácter orante y contemplativo. La catequesis debe vincularnos a un Jesús en constante diálogo con su Padre. Su entrega a la oración era frecuente,220 y constituía el motor que sostenía su incansable actividad apostólica y el secreto de su honda felicidad.

 

          e)  ... y cultivando la espera de su retorno glorioso

 

          La verdadera vinculación a Cristo suscitará, finalmente, en los adultos el deseo de su retorno glorioso. Este sentimiento de poder encontrarle cara a cara, que algunos santos vivieron en grado eminente (S. Pablo, Sta. Teresa de Jesús...), es una dimensión que no está suficientemente presente en nuestra catequesis. Los adultos han de aprender, sin duda, a «tener siempre presente la expectación de Cristo» (RICA 19).221

 

145.   En resumen, la máxima preocupación del catequista ha de consistir en tratar de que los adultos se vinculen fuertemente al Señor. La figura de Jesucristo ha de llenar la vida del cristiano, de modo que sólo Él sea el verdadero «camino» (Jn 14,6) en su existencia. No caben dicotomías para el discípulo de Cristo, ni otros «señores» (Mt 6,24) a los que servir; no hay, tampoco, «ídolos» que puedan vencerle (ver SRS 37). Habrá, pues, que privilegiar aquellos elementos catequéticos que, de manera particular, facilitan esta vinculación con Jesucristo: la escucha y profundización de su palabra en los evangelios, la oración, la celebración de su presencia en los sacramentos, la comunión fraterna donde Él se hace presente, la apertura y solidaridad con los pobres, donde Él nos espera...222

 

 

          B.1.  Jesucristo nos vincula al Padre y al Espíritu

 

«Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos».

 

          Dimensión teologal de la catequesis

 

146.   Una catequesis centrada en Cristo debe generar hombres y mujeres religiosos, adoradores del Padre con «la obediencia de la fe» (Rm 1,5). Confesar la fe en Jesucristo es decir un sí rotundo a Dios, porque Jesús «habla palabras de Dios y lleva a cabo la salvación que el Padre le confió» (DV 4).223 Es evidente que en una catequesis cristocéntrica la referencia a Dios Padre es continua y fundamental. Jesús se presenta como el camino que nos conduce al Padre. «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6).224 Jesús nos vincula, también, al Espíritu Santo, que envía a su Iglesia: «Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré» (Jn 16,7). Es el Espíritu Santo el que nos llena de Dios y nos hace entrar en comunión de vida y amor con el Padre. Él, que habita en nuestros corazones, nos impulsa a dirigirnos a Dios llamándole “¡Abba!” (Rm 8,15). La vinculación a Cristo nos introduce así en la vida trinitaria.225 La catequesis, partiendo de Cristo, educa la vivencia y la imagen de Dios en los adultos, al mismo tiempo que favorece su acción en ellos. «La catequesis es un cauce a través del cual Dios actúa en el corazón del catecúmeno» (CC 108). De ahí la importancia de un clima religioso favorecedor del encuentro entre Dios y los catequizandos, y donde el catequista educa el oído de éstos para que respondan generosamente a la llamada de Dios.226

 

          Jesús, Revelador del Padre

 

147.   Jesús no sólo nos vincula a Dios, sino que nos revela a Dios. Esta revelación es muy importante para la catequesis, ya que los cristianos somos quienes creemos en Dios «Padre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co 1,3). He aquí algunos de los rasgos de ese Dios que encontramos revelado en Jesucristo:

 

-       Un Dios amor (1 Jn 4,8), con una misericordia sin límites, que busca al hombre no para condenarle, sino para salvarle, y que envía a su Hijo al mundo para realizar su plan de salvación. «Dios ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68).

 

-       Un Dios que es Padre nuestro (Lc 11,2), y precisamente por eso siente predilección por los pobres, por aquellos hijos que sufren y son menospreciados en este mundo. «Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20).

 

-       Un Dios escondido, oculto en la historia, que no invade nuestra libertad, antes al contrario, asume toda nuestra trayectoria humana hasta morir en la cruz, haciendo suyo «y dándole sentido salvífico» al sufrimiento humano. «Si hemos muerto con Cristo, viviremos con Él» (2 Tm 2,11).

 

-       Un Dios que resucita a Jesús como primogénito de los muertos (Col 1,18) y se nos descubre, así, como un Dios que es futuro y esperanza del hombre. «Voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2).227

 

-       Un Dios Trinidad, comunidad, vida compartida, comunión gozosa de vida, a la vez el que ama, el amado y el amor. «Nosotros somos uno...» (Jn 17,22).228

 

          Cuestiones catequéticas en torno a la educación del sentido cristiano de Dios

 

148.   En el contacto pastoral con los adultos de las comunidades cristianas se palpa, muchas veces, una clara necesidad de purificar la imagen y la vivencia de Dios. No hay duda de que la catequesis de adultos, tal como se realiza entre nosotros, contribuye a esta tarea purificadora. En efecto, los catequizandos van incorporando a su vida religiosa rasgos de Dios que han ido descubriendo más profundamente en la catequesis, tales como el Dios Salvador, el Dios Padre, el Dios de los pobres, el Dios de la misericordia... Este descubrimiento hace que los adultos se sientan ante Dios de una manera nueva, más gozosa, más confiadamente filial..., en una palabra, con una fe más adulta. Se manifiestan todavía, sin embargo, algunas exigencias catequéticas a las que hemos de prestar atención:

 

          a)  Cultivar continuamente la experiencia religiosa

 

149.   Hay que procurar, ante todo, que la catequesis de adultos propicie el ahondar en la experiencia religiosa. Se puede terminar todo un proceso catequético, como ocurre a veces, y no haber avanzado en la vinculación vital con Dios; simplemente se han adquirido más conocimientos sobre Él. Es fundamental, por eso, cuidar el clima religioso donde esa vinculación se propicie.229

 

          b)  Mantener viva la búsqueda de Dios

 

          Es necesario mantener siempre abierta nuestra búsqueda de Dios. A veces ocurre que creemos saber ya quién es Dios y nos dedicamos a cultivar sólo los aspectos más concretos de la vida cristiana. De hecho, en algunos materiales catequéticos, el tema de Dios, como tal, no aparece. Una fe adulta sabe, sin embargo, que el hombre nunca «posee» a Dios. Sólo se acerca a Él, desde la noche del misterio, superando infantilismos y deformaciones. «Ahora vemos como en un espejo, confusamente» (1 Co 13,12).230

 

          c)  Ayudar a descubrir la gratuidad del amor de Dios

 

150.   No pocas veces se observa, entre nosotros, una concepción voluntarista de la fe, como si el amor de Dios fuese el mero resultado de nuestro esfuerzo. La fe se vive, entonces, como un lanzarse a la conquista del amor del Padre. La gratuidad del amor de Dios y del perdón divino deben ser interiorizados claramente en la catequesis. «La catequesis debe tomar como punto de partida el don del amor divino en nosotros» (DGC 10).

 

          d)  Educar la religiosidad popular

 

          La catequesis de adultos tiene el deber de hacer que las manifestaciones de la religiosidad popular concreta, que los adultos tienen al comienzo de su proceso, se purifiquen y maduren. Hay que ayudarles a descubrir los verdaderos rasgos del Dios de Jesús, con sus implicaciones vitales. El acercamiento progresivo a la experiencia religiosa del propio Jesús, a su idea y vivencia de Dios, que desencadenan un estilo de vida y una forma concreta de entender su misión, es básico en la catequesis.231

 

          B.2.  Jesucristo nos vincula a su Iglesia

 

«Nadie puede tener a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia por madre» (S. Cipriano).

 

          Finalidad eclesial de la catequesis

 

151.   Jesucristo nos vincula a su Iglesia, porque en ella reúne a sus discípulos y deposita la continuación de su obra, transmitiéndole para ello su Espíritu. Jesucristo ha venido, en efecto, a congregar a los hijos de Dios dispersos y a enviarles a anunciar el Evangelio. A través de la catequesis, que nos vincula a Jesucristo, somos reunidos por Él en la Iglesia, como una familia fraterna y misionera.232

 

          Toda la tradición cristiana ha reconocido a la Iglesia como a la Esposa de Cristo o el Cuerpo de Cristo. Cristo, en efecto, está profundamente unido a su Iglesia, «amó a su Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella» (Ef 5,25). El Espíritu Santo conduce, por su parte, a la Iglesia «a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven!» (LG 4; ver Ap 22,17).

 

          La salvación prometida por el Señor la recibimos no sólo en la Iglesia, sino de la Iglesia y por la Iglesia. Es natural pensar, por tanto, que una catequesis que trata de vincularnos con Cristo nos vincule al mismo tiempo a la Iglesia.233

          Algunos rasgos de la vinculación a la Iglesia

 

152.   La vinculación a la Iglesia que pretende la catequesis ha de incluir una serie de rasgos que definen su autenticidad.

 

«¡Cuán importante es exponer a la inteligencia y al corazón, a la luz de la fe, ese sacramento de su presencia (de Cristo) que es el misterio de la Iglesia!» (CT 29).234

 

          Una sana adhesión a la Iglesia supone:

 

-       Haber descubierto su verdadero misterio de Esposa fecundada por el Espíritu, y de la que nos viene la salvación de Jesucristo. Este misterio de la Iglesia es, esencialmente, un misterio de comunión «con Dios por medio de Jesucristo y en el Espíritu»,235 que se traduce en una comunión entre los hermanos. La catequesis nos vincula a una Iglesia comunitaria que desarrolla y potencia todas las realidades comunitarias eclesiales y estimula la auténtica fraternidad que nace del Espíritu.236

 

-       Adherirse a una Iglesia evangelizadora, siempre en estado de misión, preocupada por anunciar y construir el Reino de Dios en el mundo y por ser signo de salvación en medio de los hombres. En concreto, hemos de iniciar al adulto en aquellas mediaciones a través de las cuales la Iglesia realiza su misión (el ministerio de la palabra, de la liturgia y de la caridad). Nos vinculamos, en efecto, a una Iglesia que es pueblo profético, sacerdotal y real (LG 10-13).237

 

153.   -    Descubrir a una Iglesia toda ella ministerial, corresponsable en todos sus campos y niveles, con una participación activa de todos sus miembros, mediante los carismas y ministerios propios de cada uno. Al servicio de esta Iglesia corresponsable y ministerial, Cristo instituyó el ministerio jerárquico, «ordenado al bien de todo el Cuerpo» (LG 18).238

 

-       Aceptar a la Iglesia en su doble dimensión divino-humana, «constituida por un elemento humano y otro divino» (LG 8). Esto supone aceptarla, a un tiempo, como:

 

·        inmutable, fundada para siempre desde el tiempo definitivo de Jesús, y mudable, porque es histórica y se va encarnando en las diversas culturas y en cada época;

·        santa, ya que Cristo «amó a la Iglesia como a esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla» (LG 39)239, dotándola con el testimonio de innumerables santos, y, por tanto, «necesitada de purificación constante» (LG 8);

·        necesaria, porque sin ella es imposible acceder a Cristo y, al mismo tiempo, relativa, porque no es un fin en sí misma, sino que tiene la misión de conducir a los hombres a Dios.

 

          Cuestiones catequéticas en torno a la educación del sentido eclesial

 

154.   Dada la finalidad de la catequesis, de vincular al cristiano con la Iglesia, es de esperar que facilite o haga crecer en los adultos una honda vivencia eclesial. De hecho, muchas veces ocurre así, y los que siguen un proceso catequético adquieren la conciencia de estar comprometidos con la acción evangelizadora de la Iglesia y la convicción de no poder vivir solos la fe.

 

          Sin embargo, no dejan de advertirse algunos problemas catequéticos importantes:

 

          a)  Propiciar el afecto cordial a la Iglesia

 

155.   Lo primero, y más importante, es constatar que, a veces, la catequesis de adultos, como otras acciones eclesiales, no logra de forma clara hacer surgir el amor o afecto cordial hacia la Iglesia. Ya hemos abordado anteriormente este problema.240 El Sínodo universal de Obispos de 1985, al revisar el posconcilio, constata la misma realidad: «Por una lectura parcial del Concilio se ha hecho una presentación unilateral de la Iglesia, como estructura meramente institucional, privada de su misterio. Quizá no estemos libres de toda responsabilidad de que, sobre todo los jóvenes, miren a la Iglesia como una mera institución» (1,4). En la presentación de la vida eclesial, que algunos grupos catequéticos hacen, se ve frecuentemente a la Iglesia como un colectivo exclusivamente humano, olvidando dimensiones tan esenciales en ella como su carácter de misterio, comunión y misión, y de esta forma su juicio respecto a ella cobra tintes excesivamente duros.

 

          b)  Ahondar en una eclesiología de comunión

 

156.   Cuesta descubrir, en muchas catequesis, el fondo del sentir conciliar acerca de la Iglesia, ya que ese fondo interpela hondamente a nuestras actitudes de pastores y fieles. Ese fondo apunta a la comunión en la Iglesia, más que a los poderes en la Iglesia: «La eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio» (Sínodo 1985, II C 1). Esto quiere decir que es más importante descubrir y vivir la común dignidad (LG 32) de todos los miembros de la Iglesia que las diferencias que establecen los ministerios y carismas.241 La Iglesia se define antes por el amor fraterno, que une a todos por igual, que por los poderes que, aunque necesarios, sólo están al servicio de esa unidad:242 «La eclesiología de comunión no se puede reducir a meras cuestiones organizativas o a cuestiones que se refieren a meras potestades. La eclesiología de comunión es el fundamento para el orden en la Iglesia y, en primer lugar, para la recta relación entre unidad y pluriformidad en la Iglesia» (Sínodo 1985 II C 1).

 

          c)  Mostrar que la Iglesia debe tener las mismas actitudes de Cristo

 

157.   En nuestra catequesis, los adultos descubren más fácilmente la vinculación de la Iglesia con Jesucristo a nivel del ser de la Iglesia que a nivel de las actitudes con que debe ejercer su misión. Estas actitudes, en efecto, nos interpelan a todos, pastores y fieles, y no son otras que las actitudes del Siervo que vivió el propio Jesús: «Así como Cristo efectuó la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación» (LG 8).243 Estas actitudes son las que deben sustentar a una eclesiología de comunión y sólo desde el testimonio de ellas, vivo en las comunidades cristianas, la catequesis puede iniciar en el verdadero sentido, evangélico y conciliar, de la Iglesia. La falta de este referente es, como ocurre a menudo, un problema catequético de primer orden. El hombre moderno, en efecto, percibe muchas veces a la Iglesia más como una institución que impone sus criterios a la sociedad que como servidora desinteresada de la auténtica promoción humana. Un reto de la catequesis de adultos es mostrar que toda la actuación de la Iglesia respecto del mundo está motivada por un afán de servicio.

 

          d)  Descubrir que la Iglesia es esencialmente misionera

 

158.   Aunque hemos avanzado mucho en estos años, la dificultad en descubrir a la Iglesia como misionera, en medio de un pueblo marcado por una honda tradición cristiana, ha sido y es grande. La descubrimos más fácilmente como creyente y como celebrante que como misionera. Esto ha generado, a veces, unos grupos de catequesis de adultos más inclinados a meditar y celebrar la fe que a anunciarla a los no creyentes. La catequesis de adultos, sin embargo, debe ser fecundada en todo momento por el horizonte de la misión.

 

 

          B.3.  Jesucristo nos vincula a los hombres

 

          «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16).

 

          Dimensión diaconal de la catequesis

 

159.   Jesús está de tal modo unido a los hombres, a quienes llama «hermanos míos» (Mt 25,40), que considera que cualquier acción que hagamos a favor o en contra de ellos a Él se lo hacemos: «a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). La encarnación del Hijo de Dios entre nosotros, su incansable actividad apostólica en medio de su pueblo, su muerte «por todos nosotros» (Rm 8,31), su resurrección como «primogénito de entre los muertos» (Col 1,18), el envío a nuestros corazones del Espíritu Santo, son gestos que expresan todo lo que el hombre importa a Jesucristo. La Iglesia, continuadora de la misión de Cristo, piensa que el hombre es «el camino primero y fundamental» de su misión (RH 14). La conciencia de esta solidaridad con toda la familia humana la expresa de esta manera: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo [...] La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1).244

 

          Esta vinculación de los discípulos de Cristo con la suerte de todos los hombres es obra, fundamentalmente, del Espíritu Santo, ya que solamente Él suscita la nueva creación, la humanidad nueva a la que la evangelización debe conducir.

 

          No es concebible, por tanto, una catequesis que, al vincular al creyente con Jesucristo en la Iglesia, no le lleve, al mismo tiempo, a sentir y vivir la solidaridad con todos los hombres.

 

          Una vinculación al hombre vivida desde la fe

 

160.   Jesucristo nos ha mostrado la misericordia de Dios llevando una vida rigurosamente humana. La catequesis, vinculadora a Jesucristo, nos vincula al Hijo de Dios hecho hombre, encarnado. Y nos capacita para la encarnación: para tomar conciencia de las condiciones de vida en las que nos desenvolvemos.

 

          De la misma forma que Jesús nos descubre el verdadero rostro de Dios y los rasgos que deben definir a la Iglesia también nos da a conocer la sublime dignidad de la persona humana: «Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).

 

          Es necesario que la catequesis propicie la vinculación del cristiano a los hombres desde esa manera de ver y actuar en favor de la persona humana que era tan característica de Jesús. En Él se nos da a conocer que los hombres estamos:

 

-       Predestinados a ser y vivir como hijos de Dios, reproduciendo «la imagen de su Hijo» (Rm 8,29), y como hermanos unos de otros, por encima de razas y fronteras. Sólo cuando nos descubrimos así somos profundamente humanos.

 

-       Dotados de un señorío responsable sobre el mundo, cuidando de él, y haciéndolo más hermoso y habitable según el mandato de Dios: «Llenad la tierra y sometedla» (Gn 1,28).

 

-       Llamados a restaurarnos internamente de las heridas de nuestra condición pecadora, ya que Jesús recupera para el hombre la semejanza divina y, con la concesión de su Espíritu, le capacita para vivir como un hombre nuevo.

 

-       Comprometidos en favor de una humanidad nueva, ya que en Jesucristo no sólo se nos descubre el verdadero rostro del hombre, sino que se nos llama a todos a construir una sociedad renovada, más justa y fraterna.245

 

          Problemas catequéticos en torno a la educación del sentido de servicio al mundo

 

161.   La educación del compromiso cristiano en el mundo presenta, en la práctica de la catequesis, bastantes problemas. He aquí sólo algunos de ellos:

 

          a)  Mostrar el lugar de la Iglesia en una sociedad secularizada

 

          Se dan dificultades para lograr que el adulto descubra el verdadero lugar que debe ocupar la Iglesia en el contexto de la sociedad española contemporánea. Nos encontramos, de hecho, frente a dos alternativas igualmente equivocadas:

 

-       «Hay quienes piensan que la Iglesia debería imponer, incluso por medio de la coacción de las leyes civiles, sus normas morales relativas a la vida social como reglas de comportamiento y convivencia para todos los ciudadanos» (CVP 40).

 

-       «En el otro extremo, no faltan tampoco quienes consideran que la no confesionalidad del Estado y el reconocimiento de la legítima autonomía de las actividades seculares del hombre exige eliminar cualquier intervención de la Iglesia o de los católicos, inspirada por la fe, en los diversos campos de la vida pública» (CVP 41).

 

          b)  Descubrir el verdadero rostro del hombre

 

162.   En muchos procesos catequéticos de adultos no se cuida suficientemente la visión cristiana del hombre. Cuesta hacer descubrir el verdadero rostro de ese hombre renovado y reconciliado que nos ha revelado Jesús. En estos últimos años, en la catequesis de adultos, ha sido más notorio el redescubrimiento de la figura de Jesús, de la auténtica imagen de Dios o de la misión evangelizadora de la Iglesia. Son menos los adultos que, al final de un proceso, dicen que se les ha ayudado a ver al hombre de otra manera.246

 

          c)  Ahondar en la dimensión social de la fe

 

163.   También cuesta todavía el descubrimiento de la dimensión social de la fe.247 Hay cristianos que no han captado aún que su vocación debe impulsarles a tratar de implantar el Reino de Dios en este mundo, lo que implica la transformación de las realidades temporales. A veces los compromisos que se asumen son sólo de carácter asistencial «siempre necesarios» o de carácter intraeclesial, pero se da una resistencia a una mayor presencia católica en la vida pública. Nos cuesta mostrarnos creyentes en el mundo secular de hoy. «Ocultar la propia identidad cristiana por propia iniciativa es a la vez infidelidad a Dios y deslealtad con los hombres» (CVP 83).248

 

          d)  Fortalecer el carácter secular del seglar

 

164.   Esta falta de audacia misionera está influyendo en el debilitamiento del sentido del carácter secular de la vocación de los laicos. La misión propia de los seglares es la que se deriva, precisamente, de su condición secular, es decir, de su presencia activa en el mundo de las realidades temporales. Ellos reúnen la doble condición de ser miembros de pleno derecho en la Iglesia y de vivir plenamente insertos en el mundo. La catequesis de adultos ha de avanzar decididamente en la promoción de un laicado que se haga presente en el mundo a partir de su fe. Sin esta audacia misionera, los seglares no pueden vivir lo que hoy la Iglesia espera de ellos.

 

 

C)      El hombre nuevo que nace de la catequesis

 

165.   Toda vinculación importante de una persona con otra o con un grupo humano incide hondamente en su vida, en sus actitudes y comportamientos y en el talante con que enfrenta la existencia. Las cartas de S. Pablo, que tienen como destinatarios «fundamentalmente» a recién bautizados, insisten con vigor en la novedad de vida que el bautismo ha de producir en los creyentes. «Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del hombre nuevo» (Col 3,10). Una catequesis sistemática con adultos, que desarrolla la virtualidad de un bautismo recibido en la infancia, ha de producir también esa novedad de vida que pide el apóstol249. La experiencia diaria nos enseña, sin embargo, lo difícil que resulta una renovación interior. El hecho mismo de que S. Pablo tenga que recordar, una y otra vez, a los recién bautizados su nueva condición nos indica la dificultad de tal cambio interior. Esto deberá hacernos ser muy realistas respecto al hombre nuevo que quisiéramos ver nacer de la catequesis de adultos.

 

 

          C.1.  Unos creyentes comprometidos con la causa y el estilo de Jesús

 

          Adultos que se han encontrado con Cristo...

 

166.   Quien ha pasado por una catequesis tiene la convicción de haberse encontrado con Cristo a lo largo del camino. Aun cuando no puedan, quizá, precisar momentos concretos en que dicho contacto se ha producido, la experiencia del encuentro con el Señor es una convicción que se adquiere. Los catequizados están seguros de poder afirmar, como los apóstoles: «hemos visto al Señor» (Jn 20,25).

 

          ... se han sentido atraídos por Él...

 

          Entusiasmados por todo lo que su Persona, su presencia entre nosotros y su mensaje supone para ellos, estos creyentes le dicen una y otra vez al Señor: «Maestro, ¿dónde vivís?» (Jn 1,38); «Te seguiré a donde vayas» (Lc 9,57). Al estilo del creyente que compuso el salmo 15, no tienen reparos en afirmar: «Me ha tocado un lote hermoso: me encanta mi heredad».

 

          ... y transformados en el seguimiento...

 

167.   Son cristianos que le han seguido durante largo tiempo «por el camino» (Mc 10,52), y sus vidas han experimentado un cambio en su manera de ver y vivir a Dios, de comportarse con el prójimo y de situarse ante la existencia (esperanzados ante los acontecimientos, críticos ante aquellos valores que el mundo adora: el dinero, el poder, el prestigio...). Han sido un encuentro y un seguimiento transformadores. «¿No es verdad que nuestro corazón ardía mientras nos hablaba por el camino?» (Lc 24,32).

 

          ... han optado por Él

 

          La experiencia gozosa y transformadora del camino recorrido lleva a estos creyentes a constatar que «bajo el cielo no hay otro nombre que puede salvarnos» (Hch 4,12). Optan, entonces, conscientemente por Jesús, el Cristo, el Señor,

 

-       deseando reproducir en sus vidas el estilo evangélico del Maestro, que no es otra cosa que «una vida según las bienaventuranzas» (CT 29), y

 

-       comprometiéndose a continuar su causa del reinado de Dios, siendo «luz y sal de la tierra» (Mt 5,13-14) y a darlo a conocer a los que no le conocen. «Id y haced discípulos míos, enseñándoles cuanto os he mandado» (Mt 28,19-20).

 

          Y como consecuencia...

 

          C.2.  Adoradores del Padre

 

168.   Cristo los ha transformado en adoradores del Padre, sedientos de Dios: «¡Oh mi Dios, por ti madrugo!» (Sal 62,2). Como auténticos adoradores religiosos no necesitan ubicar a Dios en un lugar determinado, ya que le adoran «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Las palabras de Jesús: «Mi Padre es también vuestro Padre» (Jn 20,17) resuenan continuamente en sus oídos y adoptan ante Dios una actitud de confianza filial. Muchos grupos catequéticos acostumbran a celebrar la tradicional entrega del Padre Nuestro (RICA 188) reviviendo, así, el espíritu de los hijos de Dios (cf. CT 28). Esta actitud de filial confianza se traduce en una oración, un culto y una celebración de marcado acento contemplativo y gozoso. Son creyentes que terminan por gustar el diálogo con el Señor: «¡Qué bien se está aquí!» (Mc 9,5). La oración se ha hecho una práctica habitual en sus vidas, «fruto de unos labios que profesan el nombre de Dios» (Hb 13,15). Por otra parte, la celebración, pausada y festiva, es solicitada frecuentemente por ellos para festejar la presencia del Señor y realizar la obra de la salvación.

 

          C.3.  Colaboradores del Espíritu

 

169.   Los adultos que nacen de la catequesis son conscientes de la acción del Espíritu en sus corazones. El don depositado en la Confirmación, y revivido a lo largo del proceso, les da fuerza para ser testigos de la resurrección de Cristo. «Seréis mis testigos [...] hasta los últimos confines de la tierra» (Hch 1,8). Ellos saben que ese testimonio no es una postura exterior que hay que adoptar, sino la emanación de una espiritualidad y de un deseo de santidad que sólo el Espíritu puede hacer germinar en ellos. Ese mismo Espíritu les impulsa hacia la unidad de unos con otros, sabedores que sólo unos hombres adultos en la fe pueden ser capaces de «encontrarse más allá de las tensiones reales, gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad» (EN 77). Del mismo modo, son hombres capaces de dejarse guiar por la voz de ese Espíritu, que «sopla donde quiere» y que, con persistente tenacidad, va marcando a cada uno el camino que Dios, en su inescrutable designio, nos tiene reservado en la vida. Él es realmente el que nos llama por nuestro nombre y el que, dándonos la mano, nos acompaña en la apasionante aventura de la búsqueda continua de Dios.

 

          C.4.  Hombres de la Iglesia

 

170.   Si la eclesialidad pertenece a la misma esencia de la catequesis es natural que de ella surjan creyentes con un gran espíritu eclesial:

 

-       Que, por muy compenetrados que estén con su vocación secular, se sienten hombres y mujeres de Iglesia, miembros activos y responsables de ella, sobre todo, a través de la participación en las tareas y servicios de la Iglesia local.

 

-       Que viven en comunión con toda la Iglesia, comunión que se expresa en la preocupación, apoyo y comprensión mutuos de todos los cristianos... en la oración y el compartir de unas comunidades con otras... en la fidelidad al Magisterio de la Iglesia... en el respeto y aprecio a una tradición viva que viene desde los apóstoles... en el recuerdo y la oración a la Iglesia celestial, donde están los hermanos que nos precedieron en la fe.

 

          Se trata, en suma, de adultos agradecidos a esta Iglesia que nos ha dado cuanto ella es y cuanto ella guarda: «¿tienes algo que no lo hayas recibido?» (1 Co 4,7). Este agradecimiento no está reñido con una sana actitud de crítica positiva, que unos creyentes pueden y deben tener ante las deficiencias de la Iglesia.

 

          Son creyentes de talante comunitario que, tras haber descubierto la importancia y validez de buscar, compartir y celebrar juntos la fe, no pueden en adelante vivir su cristianismo por libre. Esto les moverá a buscar grupos cristianos donde se viva comunitariamente y a colaborar en la transformación de la vida parroquial.

 

          En una palabra, son cristianos que reconocen en la Iglesia el seno materno del que han surgido.

 

          C.5.  En actitud de servicio al mundo

 

171.   Una catequesis catecumenal debe propiciar creyentes ansiosos de comunicar su experiencia cristiana a aquéllos que aún no la han gustado. La experiencia gozosa de la fe, y una mayor sensibilidad hacia los demás, que han adquirido en la catequesis, han hecho nacer en ellos una fuerte preocupación por el mundo de los increyentes y por la suerte de los pobres. Pero ello exige:

 

-       Ser capaces de decir la fe, de «dar razón de su esperanza» (1 Pe 3,15), de expresarla coherentemente en términos cercanos a las gentes.

 

-       Vivir en solidaridad con los hombres, sobre todo con los que más sufren, sabiendo que es toda la persona la que hay que salvar, y viviendo, por ello, encarnados en las gentes de su entorno, con la actitud liberadora propia del Maestro.

 

-       Comprometerse, según sus posibilidades, en la transformación de la sociedad, tratando de convertir la vida pública en una realidad cercana al Evangelio de Jesucristo.

 

-       Estar atentos a los signos de los tiempos, a los acontecimientos, descubriendo en ellos interpelaciones del Espíritu de Jesús resucitado.

 

          En resumen, se trata de unos creyentes que han asumido y desean hacer carne el hecho de pertenecer a una comunidad eclesial constituida «para la vida del mundo».

 

 

 

VII.   Las tareas de la catequesis de adultos

 

          La finalidad de la catequesis se logra por medio de tareas diversas250

 

172.   La finalidad o meta de la catequesis consiste, como ya se ha dicho, en la maduración de la vinculación a Jesucristo de los hombres y mujeres que han decidido seguirle. Se trata de lograr una unión madura a Cristo, en la Iglesia, para el servicio evangelizador al mundo. «El fin de la catequesis es conducir a una fe madura a cada fiel y también a las comunidades» (DGC 38). Esta vinculación a Jesucristo va produciéndose a lo largo del proceso de la catequesis. Acontece por obra del Espíritu Santo, maestro interior del hombre, a medida que la Palabra de Dios, Evangelio vivo, va siendo conocida, contemplada, vivida y anunciada. La celebración de los sacramentos expresa, sella y consuma esta acción del Espíritu Santo, que nos convierte en criaturas nuevas por esa vida de hijos de Dios que nos infunde. Esta vida nueva no es algo sobreañadido a la vida humana. Es la vida humana misma transformada por el Evangelio. Será, pues, tarea de la catequesis ayudar a los adultos a encontrar el camino mejor de esa liberación y plenitud humanas que brota de la comunión con Cristo, y sostenerles y acompañarles en ese camino.251

 

          Las dimensiones de la formación de Jesús a sus discípulos

 

173.   Para definir cuáles son las tareas con las que ha de realizar su finalidad, la catequesis debe inspirarse en la manera con que Jesús formaba a sus discípulos. En efecto, junto al anuncio del Evangelio a las muchedumbres, aparece en el ministerio de Jesús la cuidadosa formación de sus discípulos. Las dimensiones incluidas en esta formación son el paradigma en el que la catequesis debe inspirarse:

 

-       Jesús explica a sus discípulos los misterios del Reino. Les dedica «a solas» (Mc 4,10), una enseñanza especial. «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los cielos» (Mt 13,11).

 

-       Jesús enseña a sus discípulos a orar. «Maestro, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Les hace partícipes de su propia manera de dirigirse al Padre. Les inculca la necesidad constante de la oración.

 

-       También desea Jesús que sus discípulos le imiten en sus actitudes morales. Por ejemplo, les dice: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).

 

-       Finalmente les enseñó a evangelizar. «Les envió de dos en dos» (Lc 10,1), y les fue preparando para que asumieran, tras su muerte, la gran tarea misionera de la Iglesia: «Id y anunciad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,16).

 

          Con esto estamos indicando que la catequesis es un aprendizaje o entrenamiento en la vida nueva, «un noviciado de toda la vida cristiana» (AG 14), que implica una diversidad de tareas, apropiadas para cultivar las diferentes dimensiones de la fe.252 «Todas estas cosas determinan las tareas propias de la catequesis» (DGC 21).253

 

          Las cuatro tareas u objetivos específicos de la catequesis

 

174.   La catequesis, inspirándose en este paradigma de Jesús Maestro, desarrollará con los adultos una formación similar. Por ello se presentan a continuación lo que puede considerarse las cuatro tareas fundamentales de la catequesis:

 

-       Una iniciación orgánica en el conocimiento del misterio de la salvación.

-       Una capacitación básica para orar y celebrar la fe en la liturgia.

-       Un entrenamiento en la adquisición de actitudes evangélicas.

-       Una iniciación en la acción apostólica y misionera.

 

          Esta manera de entender las funciones peculiares de la catequesis se inspira en lo que afirman importantes documentos oficiales de la Iglesia. Entre ellos, el Ritual de la iniciación cristiana de adultos afirma que la formación catecumenal «se obtiene por cuatro caminos» (RICA 19). La catequesis de adultos hará bien en inspirarse en esta cuádruple vía. Si el amor a una persona nos lleva a conocerla mejor, a comprometernos por ella, a celebrar de mil formas el encuentro y a darla a conocer a los demás, la vinculación del creyente con Cristo debe seguir la misma dinámica. El amor al Señor Jesús se alimenta en el cristiano al conocer, celebrar, vivir y anunciar el Evangelio.254 Aún más, es el propio Jesucristo, con su amor, el que nos envuelve y nos conduce a conocerle y amarle.

 

 

A)      Conocer el misterio de la salvación

 

«El hombre maduro en la fe conoce el misterio de la salvación revelado en Cristo, y los signos y obras divinas que atestiguan que este misterio se realiza en la historia humana» (DGC 24).

 

          La adhesión de la fe reclama el conocimiento de la fe

 

175.   La primera tarea por la que se fomenta la finalidad de la catequesis es la iniciación orgánica en el conocimiento del mensaje evangélico como lo vive y enseña la Iglesia. El hombre que se ha encontrado con Cristo desea conocerle lo más posible y conocer su plan salvador. El conocimiento de la fe viene pedido por la adhesión de la fe, es decir, por la vinculación del hombre con Dios. Ya en el orden humano, el amor a una persona lleva a conocerla y a interesarse por sus planes y proyectos. El encuentro con Cristo exige conocer su persona, su vida y su mensaje. Sin este conocimiento nuestra entrega a Él no sería una vinculación del hombre entero, no sería una fe verdadera.255 Con todo, este encuentro es fruto principalmente de la iniciativa y del poder del propio Jesucristo. Este conocimiento de la fe exige no sólo descubrir el mensaje de la revelación, sino saber interpretar «a su luz» la vida de los hombres para descubrir en ella los planes de Dios.256

 

          Algunas orientaciones sobre esta tarea

 

a)      La catequesis ha de ofrecer una síntesis orgánica y significativa del mensaje cristiano

 

176.   La experiencia nos dice que muchos procesos de catequesis de adultos no llegan a ofrecer un marco referencial doctrinal suficiente, tanto para poder vivir con hondura la fe cristiana en una sociedad secularizada, como para poder dar razón de nuestra esperanza ante los hombres.257 En este caso, no se capacita al adulto para dialogar con los no creyentes. Hay no pocas gentes que en su caminar hacia la fe tropiezan y se sienten bloqueados por algunos temas de moral, eclesiales y directamente religiosos. Una buena formación doctrinal capacitará al adulto para promover este diálogo.258 Por otra parte, es necesario que los adultos adquieran una visión orgánica de la fe, es decir, un cuadro mental coherente al que referir toda su vida de creyente.259 Esta síntesis del mensaje cristiano estará penetrada, como hemos dicho, por una honda significación vital, mostrando cómo afecta a la vida de los hombres. La catequesis no sólo hace contemplar la luz, sino la realidad iluminada por la luz. La interpretación cristiana de la realidad es inherente al ejercicio de esta tarea. «Se revela hoy cada vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el natural dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de «dar razón de la esperanza» que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas» (ChL 60).260

 

b)      Un contenido al servicio de la vinculación a Dios y al hombre

 

177.   A veces se observa que algunos procesos de catequesis, en los que se ha proporcionado una riqueza doctrinal suficiente, no transforman a los catequizandos en cristianos que posean la debida hondura religiosa y humana. Los frutos obtenidos inclinarían a valorar la catequesis realizada como una mera enseñanza y no como una verdadera iniciación. El punto fundamental consiste, entonces, en saber situar el conocimiento de la fe al servicio de la adhesión de fe.261 La llama del amor a Dios y del compromiso con los hombres ha de ser alimentada con la dosis doctrinal adecuada. La llama puede apagarse o porque tiene poco combustible o porque se le echa demasiado y se la sofoca. «Estos dos aspectos no pueden separarse por su naturaleza, y la maduración normal de la fe supone su coherente progresión» (DGC 36). Hay aquí un principio catequético muy importante: la adecuación entre conocimiento y vida de fe. La fe de los sencillos necesita y tiene derecho a estar dotada de unos contenidos esenciales y vitales para alimentar su vida cristiana y vivir en coherencia con ella. Avanzar más o menos en la explicitación de esos contenidos es algo que, fundamentalmente, ha de decidirse a la luz del hambre personal de los catequizandos y de las exigencias del ámbito en que tienen que vivir su vida cristiana.262

 

c)      El contenido del mensaje cristiano se basa en la Escritura y en la Tradición

 

178.   Existen en nuestra realidad catequética con adultos acentuaciones muy dispares en la presentación del mensaje cristiano:

 

-       Hay materiales catequéticos basados sólo en la Escritura, sin tener suficientemente en cuenta la tradición viva de la Iglesia a lo largo de su historia. Se centran en un lenguaje exclusivamente bíblico.

 

-       Otros materiales, por el contrario, se reducen a una enseñanza doctrinal, con un lenguaje exclusivamente teológico, que parece querer prescindir de la necesidad de que el cristiano tenga un contacto directo con la Sagrada Escritura.

 

          Ambos extremos deben evitarse. El contenido del mensaje cristiano que ofrece la catequesis se inspira en la Sagrada Escritura y en la Tradición: «La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura» (CT 27). La formación catequética ha de iniciar al cristiano en el estudio directo de la Sagrada Escritura, según el deseo del Concilio: «Acérquense de buen grado al texto mismo» (DV 25). También ha de hacerles entrar en contacto con el pensamiento de la Iglesia que, a lo largo de la historia, en sus documentos oficiales, condensa la conciencia que tiene de una Palabra constantemente meditada y vivida.263 Según esto, el adulto que sigue un proceso catequético dispondrá de dos puntos de referencia y de consulta constante: la Biblia y el Catecismo oficial de la Iglesia. Toda la riqueza de la acción catequética, sea cual sea la programación concreta que la canaliza, estará presidida por la luz que emana de estas fuentes.

 

d)      La función del Símbolo de la fe en la catequesis

 

179.   La clave para estructurar esta doble dimensión «bíblica y doctrinal» de la enseñanza de la fe, tal como atestigua la práctica secular de la comunidad cristiana, está en «la entrega del símbolo» (RICA 183), que la Iglesia, en el momento oportuno, lleva a cabo con los catecúmenos y, en nuestro caso, con los adultos que se catequizan.264 El Símbolo de la fe es, al mismo tiempo, resumen de la Sagrada Escritura y expresión de la fe de la Iglesia.265 Con él, recordando las más importantes acciones salvíficas, los cristianos confiesan su fe en Dios, la proclaman en la comunidad y la testimonian en el mundo. La confesión adulta de la fe sella y consuma la meta de la catequesis. El Símbolo condensa la historia de la salvación y toda la fe de la Iglesia. Según esto, la iniciación en el conocimiento del mensaje cristiano debe incluir la narración (narratio) de la historia de la salvación, la entrega del Credo y la explicación (explanatio) doctrinal del mismo.266 «La instrucción se dirá completa cuando, partiendo de aquel «En el principio creó Dios el cielo y la tierra», llega hasta los actuales tiempos de la Iglesia» (S. Agustín, De Catequizandis rudibus, 5).267 El contenido de la enseñanza de la fe se estructura, por tanto, según la dinámica de la historia de la salvación, cuyo centro es Cristo y que incluye «como dimensión fundamental de esa historia» el tiempo de la Iglesia. Su vida, su doctrina y su culto son un elemento interior a la historia salvífica.268 En el catecumenado tradicional, la iniciación a la historia de la salvación era lo primero. Después, en la Cuaresma, se explicaban el Símbolo y, durante el tiempo pascual, después del Bautismo, se explicaba los sacramentos. La dimensión moral de la fe era algo subyacente a cada una de estas enseñanzas. Tenemos aquí una referencia en la que la catequesis de adultos deberá inspirarse.

 

 

B)      Aprender a orar y celebrar la fe

 

«La catequesis debe ayudar a una participación activa, consciente y genuina en la liturgia de la Iglesia. Debe también educar a los fieles para la meditación de la palabra de Dios y para orar en privado» (DGC 25).

 

          La vinculación a Jesucristo a través de la oración y la liturgia

 

180.   La progresiva vinculación a Jesucristo que tiene lugar a lo largo del proceso catequético se realiza también a través de la oración y la celebración litúrgica. Toda relación supone verse, hablarse, celebrar juntos los acontecimientos... La unión a Cristo implica que los catequizandos dediquen tiempo a escucharle, a suplicarle, a darle gracias, a celebrar los frutos que brotan de esa vinculación. La oración y la celebración, sin embargo, no son sólo expresión de la unión a Cristo, sino que la realizan y la hacen crecer. «Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica» (Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium [SC] 7). La experiencia indica que la oración da profundidad a la existencia cristiana y que la catequesis cobra nueva dimensión cuando se abren espacios a la oración. Hay momentos en los que la importancia de la oración cobra especial relieve: cuando el adulto se enfrenta a los aspectos más exigentes del Evangelio y se siente débil, o cuando descubre, maravillado, la acción salvadora de Dios en sí mismo.269 La celebración litúrgica, por otra parte, es algo inherente a la catequesis, ya que el misterio cristiano que se propone en ella, y que alimenta la fe en los adultos, pide ser celebrado en la comunidad cristiana. La fe sólo es verdadera cuando se proclama, se celebra y se confiesa.270 Por eso es importante que, a lo largo del proceso catequético, los cristianos puedan iniciarse en los diferentes tipos de celebración litúrgica, capacitándose para participar después activamente en ella en la vida de la comunidad cristiana.271

 

          Algunas orientaciones sobre esta tarea

 

a)      Aprender a orar con Jesús

 

181.   La oración es un encuentro personal con Dios y Jesús es la mediación para acercarnos a Dios. Jesucristo une a sí mismo, mediante el Espíritu, a toda la humanidad. Él une a su oración la de todos los hombres, de modo que la oración de un creyente se hace «por Cristo, con Él y en Él».

 

          Aprender a orar con Jesús es orar con «los propios sentimientos de Jesús» (Flp 2,5): la adoración, la alabanza, la acción de gracias, la confianza filial, la súplica, la admiración por la gloria de Dios...

 

          Aprender a orar con Jesús es orar con las mismas palabras que Él lo hacía:

 

-       Los evangelios dejan traslucir que Jesús oraba con los viejos salmos de su pueblo. En ellos los creyentes expresan los sentimientos del hombre que se dirige a Dios con angustia, arrepentimiento, gozo o paz... en las circunstancias concretas de su vida. «Quienes los recitan ven reflejados en ellos sus sentimientos y lo más hondo de sí mismos» (S. Atanasio).

 

-       El Padre nuestro es el modelo de toda oración cristiana. Es la oración que Jesús enseñó a sus discípulos. En él está condensado lo mejor de los salmos y lo nuclear de la oración y de la predicación de Jesús. Su espíritu, eminentemente escatológico, ha de impregnar toda nuestra oración. Con él intensificamos el espíritu filial que el bautismo depositó germinalmente en nosotros.272

 

b)      Iniciación en la oración individual y comunitaria

 

182.   Los cristianos oran junto a Dios, en comunidad, y unidos a Cristo: «Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mt 18,20). La práctica de la oración comunitaria se inicia desde los comienzos de la Iglesia. Pablo la recomienda continuamente en sus cartas: «Te ruego, Timoteo, lo primero de todo que hagáis oraciones, plegarias y acciones de gracias» (1 Tm 2,1). En la catequesis los adultos descubren la riqueza del orar juntos, del compartir la fe tanto con palabras que surgen del fondo de uno mismo como con el silencio contemplativo. La oración común es una constante en la vida de un grupo catequético. Algunos grupos llegan, incluso, a establecer periódicamente encuentros dedicados únicamente a la oración. Este aprendizaje cala tan profundamente en los catequizandos que, una vez finalizada la catequesis, muchos buscan organizar en sus comunidades parroquiales momentos especiales de oración compartida.273 Esta oración comunitaria, sin embargo, no cobra pujanza si no va acompañada de la práctica de la oración individual. «En efecto, el cristiano llamado a orar en común debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto (cf. Mt 6,6), más aún, debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol (cf. 1 Ts 5,17)» (SC 12). Resulta enriquecedor para el grupo el poder tener, en algún momento del proceso, una sencilla iniciación a la oración y a la celebración litúrgica.274 De cualquier forma, téngase en cuenta que el aprendizaje de la oración es distinto según se realice con adultos que han estado alejados de la fe que con creyentes ya habituados a hacerlo. En el primer caso se procederá más lentamente, para ir incorporándoles poco a poco a la oración de la Iglesia. En el segundo caso lo importante es descubrir la originalidad de la oración cristiana respecto a posibles formas inmaduras de dirigirse a Dios.

 

c)      Educar las actitudes básicas de toda celebración

 

183.   Son muchas las razones que explicarían la poca vitalidad que, a veces, tienen muchas de nuestras celebraciones cristianas. Una de las más importantes consiste en que los cristianos de nuestras comunidades han sido poco educados en las actitudes básicas que subyacen y sostienen toda celebración, como son:

 

-       La sensibilidad a los símbolos, que evocan la presencia de Dios y de su acción salvadora en la comunidad, así como a los signos que apuntan a la acción divina en la historia humana.

 

-       La escucha vivencial de la Palabra, dejándose iluminar e interpelar por ella.

 

-       El silencio en uno mismo, como lugar de encuentro y contemplación de Dios.

 

-       La alabanza y la acción de gracias ante las maravillas salvíficas que Dios va realizando en nosotros.

 

-       La capacidad de celebración y de fiesta en la vida.

 

-       La educación a las categorías del tiempo sagrado: al domingo, como el día en que los creyentes pueden alabar al Señor sin la preocupación del trabajo; a las fiestas, como celebración de las acciones salvadoras de Dios en favor de los hombres.

 

-       La utilización del cuerpo como medio dúctil de expresar nuestro interior.

 

-       La educación litúrgica exige el cultivo de éstas y otras dimensiones, ya que la vitalidad de una celebración depende de ellas: «Hemos de cuidar muy especialmente la iniciación a la celebración litúrgica, educando con cuidado las actitudes generales básicas presentes en toda celebración» (CC 90)275.

 


 

d)      Privilegiar las celebraciones litúrgicas

 

184.   Todos sabemos por experiencia que toda celebración vincula a cuantas personas participan en ella. La práctica de la catequesis, por su parte, muestra también la fuerza vinculatoria que, para el grupo catequético, tiene toda celebración litúrgica.

 

-       La Eucaristía, que en el catecumenado sólo es posible celebrarla en el tiempo final de la «mystagogia» (cf. RICA 40), en la catequesis de adultos es posible realizarla desde el principio, y en muchos casos constituye un componente preeminente del proceso catequizador. Estas celebraciones eucarísticas son momentos privilegiados para interiorizar el proceso catequético, así como para el desarrollo de la vida del grupo. En cierto sentido, la catequesis de adultos adquiere, toda ella, un cierto carácter mistagógico. Esto representa una originalidad muy importante respecto a la formación estrictamente catecumenal. «La catequesis se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental» (CT 23).

 

-       Como en el catecumenado tradicional, las celebraciones de la Palabra deben ocupar el lugar celebrativo ordinario en la vida del grupo catequético. Tienen la ventaja de que los catequistas seglares pueden organizarlas y dirigirlas con gran libertad. Los fines que pueden asumir son los mismos que asigna la Iglesia para la formación de los catecúmenos: «Para la utilidad de los catecúmenos prepárense peculiares celebraciones de la palabra de Dios, procurando en primer lugar los fines siguientes:

 

·        Que la doctrina recibida penetre en las almas.

·        Que enseñen a saborear los diversos métodos y aspectos de la oración.

·        Que expliquen a los catecúmenos los símbolos, gestos y tiempos del misterio litúrgico.

·        Que les vayan introduciendo gradualmente en los actos de culto de la comunidad total» (RICA 10).

 

-       Como en todo aprendizaje activo, el depositar en los catequizandos la responsabilidad de la oración y celebración grupal es el mejor camino para una participación vital en la vida litúrgica. Difícilmente se logrará esto si el catequista monopoliza toda la iniciativa. Incluso cuando se trata de preparar la celebración de la Eucaristía hay muchos aspectos de participación en que deben colaborar todos de forma activa. «La catequesis capacita realmente al catecúmeno a participar activamente en la vida litúrgica ordinaria de la comunidad cristiana» (CC 90).

 

-       Es importante, finalmente, ayudar a los adultos a vivir el año litúrgico, sobre todo cuando se trata de creyentes habitualmente practicantes, ya que nada «ordinariamente» vincula tanto a Cristo como la celebración litúrgica de sus misterios a lo largo del ciclo anual. «En el círculo del año (la Iglesia) desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor» (SC 102). «Una catequesis que forme auténticamente hace que la vida del catequizando se vea jalonada poco a poco por las principales fiestas del año litúrgico» (CC 90).

 

 

C)      Ejercitar las actitudes evangélicas

 

«Dejaos transformar, renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere» (Rm 12,1-2).

 

          Seguir a Cristo, adoptando su estilo de vida

 

185.   Todo intento de vinculación a una persona supone, en quien lo pretende, una capacidad de poder convivir con ella, de dejarse transformar, de seguirla. Son muchos los textos evangélicos en los que se ve cómo Jesús condiciona el poder ser discípulo suyo a un cambio profundo de actitudes: «Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). El joven rico, por ejemplo, no cumplía una de las condiciones para poder participar en un seguimiento fiel del Señor y renunció al seguimiento (Lc 18,22-24). La catequesis, que busca vincular a los catequizandos con Cristo, debe entrenarlos en aquellas actitudes más propias del Maestro. De este modo, el adulto «emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al hombre nuevo perfecto en Cristo» (AG 13).276 Este cambio de actitudes, sin embargo, no es condición previa para comenzar el proceso catequizador. Basta el deseo inicial de querer cambiar de vida. La propia catequesis irá facilitando el que los adultos adquieran, poco a poco, el estilo de vida del Maestro: su manera de situarse ante los marginados, ante el dinero, el poder, la violencia, el conflicto... y su forma de convivir con sus discípulos: su amor fraterno, su comprensión, su perdón, su oración por los suyos, su compartir todo con ellos... Seguir a Cristo en su estilo de vida lleva a profundizar las actitudes comunitarias y de servicio al mundo, con sus consecuencias sociales y eclesiales. «Es importante revelar sin rodeos las exigencias, hechas de renuncia, pero también de gozo, de lo que el apóstol Pablo gustaba llamar “vida nueva”» (CT 29).277

 

          Algunas orientaciones sobre esta tarea

 

a)      Respuesta a una experiencia de llamada, a una invitación al seguimiento

 

186.   La renovación de las actitudes vitales en un creyente no nace como fruto de un moralismo, de cumplir la norma por la norma. Tampoco es consecuencia de una mera atracción externa que uno puede encontrar en Jesús de Nazaret, viendo sólo en Él un modelo moral que imitar. La transformación evangélica que reclama la catequesis debe ser fruto de una respuesta generosa y consciente a una experiencia de llamada y a un deseo de vivir en alianza con Dios. En el origen de la transformación de los grandes santos «y de todo creyente» hay siempre una invitación que Dios hace: «Tú sígueme» (Jn 21,20). Es una llamada radical al seguimiento, que apunta a la raíz de la persona y la coge por entero. El creyente que la percibe intuye que Dios le llama a dejarse guiar por Él, a vivir en comunión con Él, abandonando otros caminos: «Vete de tu tierra» (Gn 12,1). En esta tesitura, el pecado no es vivido por el creyente como mera infidelidad a una norma, sino como una infidelidad a una relación de amor con Dios y con los hermanos, a la que uno fue gratuitamente invitado. En consecuencia, las actitudes evangélicas han de ser presentadas en la catequesis como llamada a un seguimiento, como oferta de vida y como camino de felicidad: «Si quieres entrar en la vida [...] ven y sígueme» (Mt 19,17-21). No es suficiente presentar a los adultos unas actitudes evangélicas aisladas. Es preciso ofrecerles un marco referencial moral, desde donde poder juzgar cristianamente la propia vida, los acontecimientos y las situaciones. Este marco incluye una moral fundamental y la oferta de un estilo coherente de vida cristiana, con las implicaciones sociales que ésta conlleva.

b)      Una iniciación a la moral fundamental

 

187.   La catequesis ha de educar al adulto en los presupuestos básicos del comportamiento evangélico: la función de la conciencia moral en el hombre, las condiciones del ejercicio de una libertad auténticamente humana, el desarrollo de la conciencia social, la función de la ley, la educación del sentido adulto del pecado, la función del sentimiento de culpa en el hombre, el sentido de la persona como valor supremo en las relaciones sociales, la convivencia en el pluralismo, la opción radical entre el bien y el mal... todo ello visto a la luz del Evangelio, es decir, que esta iniciación a los fundamentos de la moral brota de las enseñanzas de Jesucristo. Es difícil pensar en una moral evangélica adulta si no está basada en estos presupuestos de la moral fundamental. Dado el carácter fundamentador que corresponde a la catequesis, no cabe duda de que ésta es una tarea insoslayable en nuestro quehacer.

 

          En La verdad os hará libres (36-51) el Episcopado español recoge los aspectos más importantes que debe asumir esta iniciación a la moral fundamental.

 

c)      El sermón del Monte, marco referencial del estilo de vida evangélica

 

188.   El sermón del Monte es referencia en la tarea catequética de iniciar en la vida evangélica. Representa la enseñanza moral más importante de Jesús, con la que «como nuevo Moisés» da al Decálogo de la Alianza su sentido pleno y definitivo.278 Jesús no vino a destruir la Ley, sino a darle toda su hondura humana y religiosa: «No he venido a derogar la Ley o los Profetas. No he venido a derogar, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17).

 

          He aquí algunos rasgos más sobresalientes que definen la vida cristiana, tal como Jesús los propuso en dicho sermón:

 

-       Los valores de las bienaventuranzas, que constituyen todo un programa de vida (Mt 5,3-10).

-       La necesidad de que la vida cristiana suponga una justicia más honda que una moral legalista (Mt 5,20).

-       El carácter misionero de la vida evangélica, como «luz y sal de este mundo» (Mt 5,16).

-       El carácter teónomo de la conducta cristiana, como motivación última, ya que «el Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,4).

-       La libertad que da la pobreza evangélica para poder responder sin trabas a Dios (Mt 6,25).

-       El amar al prójimo como compendio de toda la Ley (Mt 7,12). Todas estas enseñanzas de Jesús en el sermón del Monte son la plenificación del contenido y del espíritu del Decálogo y, por tanto, del doble mandamiento del amor.279

 

d)      La dimensión social de la formación moral

 

189.   Las actitudes evangélicas del creyente «deben manifestarse con sus consecuencias sociales» (AG 13). La denominada opción preferencial por los pobres (SRS 42), por ejemplo, no es posible practicarla sin enfrentarse a las «estructuras de pecado» (SRS 36) que existen en el mundo. Muchas veces, sin embargo, la formación moral que se imparte en los grupos de catequesis de adultos queda en un nivel individual, sin abrirse suficientemente a las exigencias de la moral social. La enseñanza social de la Iglesia es, con frecuencia, ignorada. «Ya en la época patrística, S. Ambrosio y S. Juan Crisóstomo, por no mencionar a otros, destacaron las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas [...] El rico patrimonio de la enseñanza social de la Iglesia ha de encontrar su puesto, bajo formas apropiadas, en la formación catequética común de los fieles» (CT 29). Estas exigencias sociales de la vida evangélica tienen un profundo sentido eclesial y misionero. Por una parte, han de configurar la propia vida interna de la Iglesia. Por otra, en un momento cultural en el que el sentido de los valores y la propia moralidad pública sufren un deterioro, el testimonio colectivo de las comunidades cristianas, insertas en el mundo, es imprescindible para el anuncio del Evangelio.

 

190.   De manera general, es necesario situar toda esta formación moral bajo la acción del Espíritu. Vivir el ideal del sermón del Monte puede parecer inaccesible, pero «para Dios ninguna cosa es imposible» (Lc 1,37). «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26) y obra en nosotros maravillas. «Fruto del Espíritu es el amor, la alegría y la paz» (Ga 5,22). «Fuisteis cocidos en el fuego del Espíritu Santo para convertiros en el propio pan del Señor» (S. Agustín).

 

 

D)     Fomentar la acción apostólica y misionera

 

«Los catecúmenos han de aprender a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la profesión de fe» (AG 14).

 

          Una iniciación en la acción apostólica y misionera

 

191.   La experiencia de la fe, como experiencia gozosa y plenificante que es, tiende a ser compartida y comunicada. «Ay de mí si no evangelizare» (1 Co 9,16). No es posible vincularse a Cristo y no hacerlo a las personas a quienes Él denomina «estos hermanos míos» (Mt 25,40), en especial los pobres, los indefensos y los marginados, para compartir con ellos la Buena Nueva y sus consecuencias. Seguir a Jesucristo implica asumir su acción misionera y evangelizadora.280 Jesús vivió intensamente la convicción de ser enviado por el Padre a evangelizar, es decir, a anunciar e instaurar el reinado de Dios en medio de los hombres: «A esto he sido enviado» (Lc 4,43). Esta tarea constituyó la pasión de su vida. Un discípulo de Jesucristo es misionero al igual que su maestro: «Los envió de dos en dos a todas las ciudades y pueblos por donde él había de pasar» (Lc 10,1). La catequesis debe, por tanto, entrenarle en el ejercicio de la misión.281 Este aprendizaje capacita al adulto tanto para desarrollar una presencia cristiana en la sociedad (vecinal, laboral, sindical, cultural, política...) como para cooperar en tareas intereclesiales (catequista, animador litúrgico, acogida, obras asistenciales...).

 

          Ambas dimensiones deben ser cuidadas en esta tarea. «La catequesis está abierta al dinamismo misionero. Si se hace bien, los cristianos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla conocer a otros, de servir de todos los modos a la sociedad humana» (CT 25).

 

          Algunas orientaciones sobre esta tarea

 

a)      La acción apostólica y misionera es fruto de una vivencia de fe

 

192.   El compromiso evangelizador, al que inicia la catequesis, ha de estar motivado por la experiencia gozosa de la fe. De lo contrario cabe el riesgo de quemar a muchos cristianos, al lanzarlos a la empresa apostólica sin motivaciones cristianas hondas. Sería, en efecto, un desacierto, «como ocurre a menudo», que el compromiso cristiano estuviera motivado por un planteamiento voluntarista, exterior, buscando sólo la eficacia y que no brotara del interior. Algunos grupos de catequesis de adultos son interpelados frecuentemente por falta de una suficiente presencia activa en la transformación de la vida pública. Los catequistas se sienten, entonces, culpables de ello y esto les lleva a presionar indebidamente al grupo hacia el compromiso social.282 La verdadera motivación de la acción apostólica debe venir de la fe. Toda persona necesita expresar sus vivencias y experiencias más hondas. La luz transformadora de la Palabra de Dios suscita la experiencia del encuentro con Cristo, y es natural querer expresarla mediante la profesión de fe, la celebración y el compromiso cristiano (ver CC 234). «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra» (Hch 1,8).

 

b)      El discurso de Jesús sobre la misión, clave referencial obligada

 

193.   No sólo es importante educar para la acción de evangelizar. Hay que educar las actitudes con que debe realizarse. La catequesis de adultos ha de propiciar estas actitudes. Las palabras de Jesús sobre la misión son, a este respecto, referencia obligada. He aquí algunas de sus recomendaciones, tomadas de los evangelios (ver Mt 10,5-42 y Lc 10,1-20):

 

-       Se trata de ir en busca de las gentes, no esperar a que vengan: «Les envió de dos en dos» (Lc 10,1).

 

-       Hay que compartir la vida de las gentes a las que se trata de evangelizar: «Comed y bebed lo que tengan» (Lc 10,7).

 

-       La evangelización se hace con palabras y obras: «Decidles: el Reino de Dios está cerca. Curad a los enfermos» (Mt 10,7-8).

 

-       Hay que evangelizar desde la pobreza evangélica, sin preocuparse por las seguridades humanas: «No llevéis oro ni plata» (Mt 10,9).

 

-       Hay que ser conscientes y saber asumir el rechazo de que se va a ser objeto: «Os envío como ovejas entre lobos [...] os entregarán a los tribunales» (Mt 10,16-17).

 

-       Se necesita una gran confianza en el Padre en medio de la persecución: «No os preocupéis de vuestra defensa [...] El Espíritu de vuestro Padre es el que hablará por vosotros» (Mt 10,20).

 

-       El premio del discípulo está en haber podido colaborar en la construcción del Reino: «Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo» (Lc 10,20). La lectura de estas recomendaciones de Jesús hace ver que la iniciación a la misión que se realiza en algunos grupos de catequesis está, no pocas veces, muy lejos de este espíritu evangélico.

 

c)      La importancia del talante social del catequista

 

194.   Para una buena iniciación en el compromiso apostólico y misionero el talante del catequista, comprometido en lo social, es fundamental. Es una inquietud que se hace contagiosa. Si falta, en cambio, esta sensibilidad, «lo que, a veces, ocurre», la dimensión misionera del adulto quedará disminuida o asfixiada. Hay que ayudar a los adultos a hacer una lectura cristiana de la realidad, de forma que aprendan a juzgar los acontecimientos y las situaciones con los ojos de la fe. El cristiano, en el diálogo con los hombres, ha de enjuiciar las cosas con criterios evangélicos. Hay que proponerle, también, campos de acción concretos, necesitados de una presencia cristiana transformadora, ya que en ellos se está jugando el destino del hombre y de la sociedad.283 «Uno de los cometidos principales de la catequesis es presentar eficazmente formas nuevas de serio compromiso, especialmente en el campo de la justicia» (MPD 10). En esta iniciación evangelizadora se impone un gran realismo. El compromiso ha de ser progresivo y enfocado hacia acciones que estén al alcance de los adultos concretos del grupo. Para ello se impone una pedagogía del compromiso que sea escalonada, empezando por compromisos más sencillos y respetando el carisma y las cualidades de cada adulto.

 

          Todo ello está pidiendo un catequista con una fuerte sensibilidad social, comprometido en su entorno vital, al estilo de los militantes apostólicos.

 

d)      Hay que evitar la contraposición entre acción temporal y acción eclesial

 

195.   Están equivocados quienes piensan que los que evangelizan en la vida pública no están construyendo la Iglesia. Es cierto que algunos cristianos, proyectados hacia afuera, se han desentendido de la marcha interna de la comunidad eclesial y no han tomado parte en la construcción interna de la misma. Precisamente el Directorio catequético general señala como una de las tareas particulares de la catequesis de adultos la clarificación de la relación existente entre la acción temporal y la acción eclesial: «Corresponde a la catequesis educar a los cristianos en la percepción de las mutuas relaciones que existen entre las tareas temporales y las eclesiales. La catequesis debe dejar claro que el cumplimiento de las tareas temporales puede influir útilmente en la misma comunidad eclesial, al hacerla más consciente de su fin trascendente y de su misión en el mundo» (DGC 97). Ambos aspectos de la evangelización son necesarios e indisociables y la catequesis educará a los adultos para participar en ambos. La comunidad cristiana sólo se realiza si se proyecta en la misión. Pero la acción misionera sólo es fecunda cuando brota de la comunión: «La comunidad es misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu el que convoca y une la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio» (ChL 32).284

 

 

Conclusión: Características comunes de las tareas de la catequesis

 

196.   Analizadas, por separado, las tareas de la catequesis de adultos, hemos de tener, sin embargo, en cuenta algunas características comunes, que definen al conjunto de estas tareas:

 

-       Lo que las distingue a unas de otras es que exigen entrenamientos distintos. La iniciación en el conocimiento del mensaje, en la oración, en las virtudes evangélicas y en la misión son aprendizajes que, aunque muy vinculados, son diferentes. No basta conocer y aprender lo que dice la Sagrada Escritura y el Catecismo sobre cada una de estas dimensiones básicas de la fe. Se trata, más profundamente, de iniciarse en ellas, de cultivarlas.

 

-       Cada tarea, desde su carácter propio, fomenta la finalidad de la catequesis: la vinculación madura a Jesucristo en la Iglesia para el servicio salvífico al mundo. En la iniciación en la oración, por ejemplo, aprendemos a relacionarnos con Dios, nos sentimos vinculados a la Iglesia y pedimos por sus necesidades, y nos vemos fortalecidos para la misión en el mundo. Cada tarea fomenta la dimensión teologal, eclesial y diaconal que persigue la catequesis.

 

-       Las tareas se implican mutuamente unas en otras, pero sin confundirse. Por ejemplo: conocer el Evangelio como lo propone la Iglesia ya está capacitando para anunciarlo; la oración y la celebración interiorizan el conocimiento; ejercitarse en la adquisición de actitudes evangélicas capacita para hacer un anuncio acompañado del testimonio... Una tarea llama a otra, potenciándose mutuamente. Esto exige una pedagogía unitaria, integradora de los diferentes aspectos.285

 

-       Todas las tareas son necesarias. La catequesis «es una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 21). Si faltase una de ellas, la formación cristiana quedaría seriamente dañada. Si la catequesis, por ejemplo, no iniciase al adulto para la misión, su fe tendría el riesgo de esterilizarse.286

 

-       Estas tareas han de alimentarse con las distintas fuentes de la catequesis. La Sagrada Escritura y la Tradición, la doctrina, liturgia y vida de la Iglesia, y las semillas de la Palabra depositadas por Dios en el mundo, son las fuentes que el adulto ha de beber para calmar su deseo de unirse con Dios.287

 

-       Las cuatro tareas han de estar presentes a lo largo del proceso catequético, pero no todas al mismo tiempo ni con la misma intensidad en las diversas etapas de la catequesis. La mayor o menor acentuación de una tarea depende del tema y del momento del proceso pedagógico, como asimismo de la situación de los catequizados.

 

197.   Sólo mediante el ejercicio de este conjunto de tareas podrá realizarse la meta de la catequesis: nuestra fe en Jesucristo, otorgada y sellada en el Bautismo. «La educación cristiana busca que los bautizados se hagan más conscientes del don recibido de la fe, mientras:

 

-       son iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación,

-       aprenden a adorar a Dios Padre, ante todo en la acción litúrgica,

-       formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad,

-       y contribuyen al crecimiento del Cuerpo místico» (Conc. Vat. II, Decl. Gravissimum educationis [GE] 2).

 

 

 

VIII. Estructura gradual de la catequesis de adultos

 

198.   Analizada la finalidad de la catequesis, y descritas las tareas que ha de desarrollar para conseguirla, es conveniente clarificar la estructura gradual que debe asumir.

 

          La gradualidad de la formación catecumenal era una característica clara en el catecumenado primitivo. Orígenes, por ejemplo, la compara a las etapas que recorrió el pueblo de Israel, desde su liberación de Egipto, hasta llegar a la tierra de la promesa: «Cuando abandonas las tinieblas de la idolatría y deseas llegar al conocimiento de la ley divina, entonces empiezas tu salida de Egipto. Cuando has sido agregado a la multitud de los catecúmenos y has comenzado a obedecer a los mandamientos de la Iglesia, entonces has atravesado el mar Rojo. En las paradas del desierto, cada día, te aplicas a escuchar la ley de Dios y a contemplar el rostro de Moisés que te descubre la gloria del Señor. Pero cuando llegues a la fuente bautismal, entonces, habiendo atravesado el Jordán, entrarás en la tierra de la promesa».288

 

 

A)      La catequesis de adultos es una acción gradual

 

          Gradualidad de la catequesis

 

199.   La formación catecumenal del adulto que se prepara para recibir el bautismo es una formación gradual.289 La catequesis de adultos con cristianos bautizados, inspirada en el modelo catecumenal, ha de serlo también: «El desarrollo ordinario de la catequesis (con adultos ya bautizados) generalmente corresponde al orden propuesto a los catecúmenos» (RICA 297). No se trata de que la catequesis con bautizados reproduzca, miméticamente, el proceso catecumenal del no bautizado, ya que «su condición difiere de la condición de los catecúmenos» (RICA 295). La inspiración de fondo y el carácter gradual de su formación deben, sin embargo, mantenerse.290

 

          Tres etapas de la catequesis de adultos inspiradas en el modelo catecumenal

 

200.   El itinerario catecumenal para no bautizados tiene cuatro etapas:

-       El «precatecumenado», caracterizado por la primera evangelización.

-       El «catecumenado», destinado a la catequesis integral.

-       El tiempo de «purificación e iluminación» para proporcionar una preparación más intensa a los sacramentos de iniciación.

-       El tiempo de la «mistagogia», señalado por la nueva experiencia de los sacramentos y la entrada en la comunidad (ver RICA 7). La catequesis de adultos hará bien en asumir el espíritu de estas etapas del catecumenado bautismal.

 

          Las dos primeras se refieren más directamente al proceso de búsqueda y maduración en la fe, y el catequizando adulto, ordinariamente, deberá recorrerlas. Sólo en el caso de que su conversión inicial esté firmemente asegurada se empezaría por la segunda. Las dos últimas etapas, situadas al final del itinerario catecumenal, están estrechamente vinculadas a los sacramentos de iniciación que el catecúmeno va a recibir y que, en nuestro caso, el adulto ya ha recibido. La catequesis asumirá el espíritu de estas etapas finales, tal vez condensándolas en una sola, para ayudar al adulto, al final de su proceso formativo, a renovar los compromisos de su Bautismo y Confirmación y disponerle para asumir una vida activa en el seno de la comunidad cristiana y para ser testigo de la fe en el mundo.291

 

          Según esto, parece conveniente que un proceso orgánico de catequesis de adultos se estructure en torno a estas tres etapas:

-       Una precatequesis (inspirada en el «precatecumenado»), que suscite o renueve, siempre que sea necesario, la conversión inicial del adulto.

-       La catequesis propiamente dicha, inspirada en el catecumenado bautismal.

-       Una tercera etapa, más directamente espiritual, explícitamente referida a la experiencia sacramental y, por lo tanto, al estrechamiento de vínculos con la comunidad y a la preparación inmediata para participar activamente en la evangelización.292

 

          Grados cualitativamente diversos

 

201.   La gradualidad de la catequesis es algo normalmente admitido en la praxis catequética. No siempre, sin embargo, se la entiende de la misma forma ni se le da el verdadero sentido que desea la Iglesia. Frecuentemente, los diversos grados de catequesis se conciben de manera meramente cuantitativa. Se trata, en este caso, de acomodarse a los diferentes niveles de los adultos. Hay intentos, entre nosotros, de acomodar un mismo material catequético, en un grado más sencillo o más denso, según se trate de gentes populares o de ambientes más cultivados.293 Este problema, con ser importante, es sólo un problema de adaptación al nivel psicológico de los adultos. No es éste, sin embargo, el factor que determina la gradualidad de la catequesis, que ha de darse en cualquier nivel cultural. Las etapas que estructuran un proceso de catequesis de adultos son cualitativamente diversas, ya que responden a los diferentes momentos que configuran el devenir de una fe adulta: la búsqueda y la decisión inicial por el Evangelio, la maduración progresiva del ser cristiano, y la preparación inmediata final que marca el paso del nivel iniciatorio, en el que se sitúa la catequesis, al nivel de una fe vivida plenamente en la comunidad.

 

          Esta diversidad cualitativa de las etapas de la catequesis reclama un tratamiento pedagógico propio de cada etapa. «La catequesis apropiada está dispuesta por grados» (RICA 19).

 

La gradualidad de la catequesis, signo del respeto al adulto y del respeto a las exigencias de la fe

 

202.   La gradualidad, tanto de la formación catecumenal como de la catequesis de adultos con bautizados, muestra el gran respeto de la Iglesia hacia la persona del adulto y a su libertad en el acto de fe. La Iglesia sabe, en efecto, que la decisión de ser cristiano, inspirada por el Espíritu, es de una densidad humana excepcional y quiere respetarla al máximo: «El acto de fe es voluntario por su propia naturaleza» (Conc. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae [DH] 10). Por eso, al establecer etapas sucesivas, y en concreto la precatequesis, la Iglesia desea que el adulto disponga del tiempo suficiente «para que madure la verdadera voluntad de seguir a Cristo» (RICA 10). No quiere precipitar las cosas. Desea ir acompañando al adulto en el lento proceso de hacer verdadero cristiano. Ella sabe que «el camino espiritual de los adultos es muy variado, según la gracia multiforme de Dios y la libre cooperación de los catecúmenos» (RICA 5). Por otra parte, junto al respeto por la persona del adulto está el respeto a las exigencias de la fe que la Iglesia, por fidelidad al Evangelio, no puede soslayar. Por eso, las diversas etapas de la formación propician que el paso de una a otra se haga con las debidas garantías de autenticidad. La Iglesia recomienda para ello un discernimiento y una evaluación (ver RICA 16. 23).294

 

          Dificultades de la gradualidad

 

203.   La gradualidad de la catequesis de adultos encierra en la práctica diversas dificultades. He aquí algunas de ellas. Es más fácil delimitar las etapas de la catequesis en los adultos no bautizados. Se hace más difícil en la catequesis con bautizados, necesitados de una reiniciación. En el primer caso esa frontera es más difícil de establecer. En la dinámica de la fe, las fronteras son movedizas. El crecimiento no se produce de manera uniforme. Los momentos de gracia son distintos en un grupo de adultos. Los bloqueos son, también, muy diversos. Un adulto, superado un bloqueo, puede recuperar «de manera acelerada» el terreno perdido. Cuando el grupo de adultos es poco numeroso se hace más difícil dividir a los adultos por grados de fe. Una cierta coexistencia de diversos niveles tiene, entonces, también sus ventajas. Todo lo cual supone un llamamiento a la flexibilidad y al realismo en la praxis catequética concreta. El concepto de gradualidad y su aplicación flexible y realista deben, no obstante, mantenerse, teniendo en cuenta dos aspectos fundamentales:

 

-       Los simbolismos y ritos que, a lo largo del proceso, deben realizarse han de ser adecuados a una cultura técnica como la nuestra. Supuesta su conveniencia y necesidad, se necesita una gran creatividad pastoral para tratar de que sean verdaderamente significativos para el hombre de hoy. Se requiere, también, una gran paciencia, ya que este hombre tiene especiales dificultades para entrar en un universo simbólico que apunte hacia la trascendencia.

 

-       Hay que dejar claro que el recorrido gradual de un proceso de catequesis no se identifica, sin más, con el progreso de la vida de fe. Estructurar la catequesis por etapas es necesario, y lo quiere la Iglesia, pero el Espíritu actúa libremente en el corazón del hombre, sin tener que ajustarse a nuestras técnicas y programaciones.

 

 

B)      La precatequesis

 

          Carácter propio de la precatequesis

 

204.   La primera etapa formativa del adulto es la precatequesis. Se inspira, como hemos dicho, en el «precatecumenado» que establece la Iglesia para los adultos no bautizados.295 La precatequesis es un «tiempo de búsqueda» (RICA 6)296 en el que el adulto, interesado por el Evangelio, busca al Señor. Este carácter de búsqueda, con vistas a una firme opción de fe, es lo que define a esta etapa, condicionando su específica metodología.297 La precatequesis es la acción con la que la Iglesia acoge y acompaña al hombre que, aunque bautizado en su infancia, queda ahora impactado por el anuncio del misterio de Cristo. Intuye que algo nuevo, aún no descubierto, se encierra en él. Ninguna persona se lo hizo ver o, al menos, no tiene conciencia de haber podido vivir esa ocasión. Esta inquietud o interrogante es ya fruto de la gracia.298 El Espíritu Santo, maestro interior, suscita, sostiene y alimenta esa pequeña llama por la que el hombre busca al Dios vivo. En la precatequesis el adulto cuenta ya con un primer dato espiritual: la sed de Dios, el interés por el Evangelio.299 Otras veces, la precatequesis se dirige a adultos en quienes la religiosidad está ya presente. No vienen de una situación de lejanía. Se trata, entonces, de ayudarles a descubrir el verdadero rostro del Dios de la Revelación, tal como se ha manifestado en Jesucristo. A pesar de tantos años de práctica religiosa aún no lo han descubierto. Impactados también por el anuncio del misterio de Cristo e intuyendo igualmente que algo nuevo, nunca percibido, se oculta en él desean «a partir de su religiosidad» buscar el verdadero rostro del Dios de Jesús.

 

          Dos posibles acentos en la precatequesis

 

205.   En la precatequesis siempre hay, por tanto, una búsqueda:

 

-       Una búsqueda del Dios vivo, desde la indiferencia y la increencia. Corresponde a aquellos bautizados que, alejados de la fe, se interesan por el Evangelio y consienten en participar en un proceso formativo para replantearse su vida cristiana.

 

-       Una búsqueda del Dios de Jesucristo, desde una religiosidad quizá superficial y, de hecho, no cultivada y coherente, cristianamente hablando. Son adultos cuyos planteamientos religiosos necesitan ser purificados y madurados. Encontramos una analogía de estas dos acentuaciones en la misma predicación de los apóstoles. La dirigida a los gentiles acentúa más la búsqueda de Dios desde una situación de indiferencia. La dirigida a los judíos, creyentes en el Dios del Antiguo Testamento, acentúa más la búsqueda del Dios de la Nueva Alianza y del señorío de Jesucristo.300

 

          La precatequesis sigue al primer anuncio, distinguiéndose de él

 

206.   La precatequesis sigue al primer anuncio. No se identifica con él. Son dos momentos distintos de la propuesta del Evangelio. Ambos forman parte de la acción misionera de la Iglesia. Son varios los rasgos que los distinguen:

 

a)      Por el fin que buscan

 

-       El primer anuncio del Evangelio busca despertar al hombre, sembrando la inquietud religiosa y el interés por la figura de Jesús. No es lo normal que, ante la propuesta evangélica, el hombre se decida instantáneamente a ser verdadero creyente. Una decisión de esa trascendencia ordinariamente requiere tiempo y debe ser madurada antes de tomarla.

 

-       La precatequesis es la encargada de acoger esa inquietud, de dialogar con el que siente ese interés, de explicar más reposadamente de qué Buena Noticia se trata, de facilitar contactos con creyentes maduros... En una palabra, se pretende ayudar al adulto a que esa inquietud inicial pueda transformarse en una decisión seria por la fe, es decir, en la conversión.

 

b)      Por el tiempo que necesitan

 

207.   -    El primer anuncio, ordinariamente, es más informal, más rápido. Toda ocasión es buena para hacerlo: en las casas, en el trabajo, en la calle, en un viaje... Puede hacerse también de manera más organizada: predicación cuaresmal, misiones populares, ejercicios, cursillos de cristiandad... Los encuentros presacramentales, con alejados de la fe, son también ocasión propicia para el primer anuncio. De cualquier forma éste siempre es más corto en duración.

 

-       La precatequesis, en cambio, es más estructurada y sostenida. Requiere más tiempo y sosiego. Implica ya un trabajo educativo que parte de un interés inicial, al que hay que dar cuerpo. Persigue la decisión adulta por el Evangelio, que no hay que precipitar ni presionar.301

 

c)      Por la distinta iniciativa que exigen

 

208.   -    El primer anuncio está bajo el signo del ir. Supone salir para encontrar al no creyente y ofrecerle la Buena Noticia: «Id por el mundo entero y anunciad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). El evangelizador se adelanta a anunciar, toma la iniciativa de la comunicación.

 

-       La precatequesis es un momento segundo, que acoge al que viene con una inquietud. No se trata ya de ir a despertar a otro. La iniciativa parte del que muestra un interés por la fe y desea buscar respuesta.

d)      Por los agentes que los realizan

 

209.   -    El primer anuncio puede y debe ser hecho por todo cristiano, en virtud de su bautismo. No se requiere una preparación especializada para hacerlo. El testimonio de vida y la palabra son el medio de anunciar a Jesucristo.

 

-       La precatequesis, que es ya una primera educación más estructurada, requiere una preparación adecuada en los agentes y una misión especial conferida por la Iglesia, sea cual sea el modo en que se lleva a cabo: en grupos, mediante acompañamiento individual...

 

          En la modalidad individual sería de desear que aquél que ha suscitado el interés por la fe en un alejado pudiera acompañarle hasta la firme adhesión inicial. No siempre es posible, y por ello la comunidad cristiana debería disponer de unos cuantos testigos vivos que pudieran hacer este primer acompañamiento y a quienes ella les confiriese tal misión302.

 

          La precatequesis busca la conversión

 

210.   La acción misionera de la Iglesia, en su conjunto, busca la adhesión de los hombres a Jesucristo, de forma que «creyendo se conviertan libremente al Señor y se unan con sinceridad a Él» (AG 13). Trata de lograrlo mediante el primer anuncio y la precatequesis, que son, como hemos visto, dos momentos de la acción misionera. La conversión al Evangelio implica varios aspectos, profundamente unidos entre sí: la aceptación de Dios como referencia última de la vida, el reconocimiento de Jesús como Señor, el sentirse arrancado del pecado para poder llegar a ser un hombre nuevo y el deseo de incorporarse a una comunidad cristiana donde vivir, con otros, la fe.303 «El anuncio no adquiere toda su dimensión más que cuando es escuchado, aceptado, asimilado y cuando hace nacer en quien lo ha recibido una adhesión de corazón. Adhesión a las verdades que, en su misericordia, el Señor ha revelado, es cierto. Pero aún más, adhesión al programa de vida que Él propone. En una palabra, adhesión al reino, es decir, al «mundo nuevo», al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser, de vivir, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio» (EN 23).

 

          Implicaciones pastorales de la precatequesis

 

a)      Discernir qué tipo de precatequesis conviene al grupo y si la necesita realmente

 

211.   Se impone un discernimiento en cada situación concreta para determinar el tipo de precatequesis que necesita un grupo de adultos. Conviene incluso decidir si, tratándose de cristianos practicantes, necesitan «en rigor» de una precatequesis o pueden comenzar por la catequesis propiamente dicha. Para realizar este discernimiento podemos señalar estos tres criterios. Ver si hay o no una voluntad firme de seguir a Cristo. Acaso descubramos otros móviles por los que acceden a la catequesis (novedad, esnobismo, deseo superficial...). Calibrar si los adultos han captado suficientemente el carácter gratuito de la oferta salvadora o están más bien guiados por un voluntarismo moral. En este caso, «muy frecuente», la precatequesis es necesaria para comenzar el proceso formativo con la verdadera motivación que es la de un tesoro ya descubierto. Sopesar «en el otro extremo» si les mueve un verdadero deseo de cambiar el estilo de vida cristiana que traen o sólo vienen pidiendo a la catequesis más conocimientos o un grupo de amistad. Si aplicamos estos criterios seguramente concluiremos que, en una buena mayoría de los casos, se necesita algún tipo de precatequesis, aunque sea más breve. Pudiera parecer, superficialmente, que en la catequesis de adultos que se realiza con creyentes practicantes la precatequesis será menos necesaria y más fácil. No siempre, sin embargo, es así. Muchos cristianos, en efecto, parecen estar ya vacunados respecto a la fe, y la novedad del Evangelio y el redescubrimiento gozoso del Señor penetra más difícilmente en ellos. El problema se sitúa, en este caso, en un replanteamiento serio de la conversión. Haríamos bien, entonces, en aplicar la recomendación que la Iglesia dirige a propósito de los catecúmenos: «El tiempo precedente o “precatecumenado” tiene gran importancia y no se debe omitir ordinariamente» (RICA 9).

 

b)      La precatequesis relaciona el mensaje evangélico con la experiencia humana

 

212.   Es imprescindible que la precatequesis sepa unir la semilla de la Palabra con la tierra de la experiencia humana.304 Hay que tener en cuenta que la acción de Dios actúa en todo ser humano y que, por tanto, en el hombre existe «oculto» un deseo de absoluto y una sed de trascendencia que hay que saber despertar. La Palabra de Dios cae en un terreno en cierto modo abonado. La precatequesis ha de suscitar y remover esas «semillas de la Palabra» ocultas en el hombre. De esta forma, el anuncio evangélico conecta con lo que hay ya de vida nueva en él305. Esas experiencias, hondas de sentido humano, han de ser confrontadas con el kerigma evangélico, es decir, con el anuncio del Evangelio. En él hay unas constantes, presentes ya en la predicación de los apóstoles. Esos elementos, siempre presentes en la predicación de la Iglesia a lo largo de la historia, son el núcleo referencial del contenido de la precatequesis, cuya tarea no es otra que la de hacer «una explanación del Evangelio adecuada a los candidatos» (RICA 11).306 El anuncio evangélico es la luz que ilumina la búsqueda del hombre, sus experiencias más profundas.307 En la precatequesis, el adulto no sólo reconoce que su búsqueda es iluminada por el Evangelio, sino que es transfigurada, comprendida y vivida de otra manera, de modo que su sed queda saciada. «El Señor [...] satisface todas sus exigencias, más aún, las colma infinitamente» (AG 13). La figura de la samaritana (Jn 4,5-42) es un ejemplo paradigmático de la persona que ve colmado con creces lo que busca. Esta búsqueda es muy variada y los modos de acceso al Evangelio son, por tanto, muy diversos. Por eso, en esta interrelación entre mensaje y vida, la precatequesis ha de moverse con gran libertad y flexibilidad. La atención a las inquietudes e interrogantes del adulto es más importante que el seguimiento rígido de un programa de precatequesis preestablecido. Esta libertad de adaptación y el acento de anuncio gozoso de la Buena Nueva, sin imponer exigencias a quien aún no se ha decidido por el Evangelio, son rasgos que definen también el carácter propio de la precatequesis.

 

c)      Crear un servicio de acogida y formación en las comunidades cristianas

 

213.   Es muy importante que el primer anuncio realizado en nuestros contextos sea recogido por una precatequesis adecuada. La organización de este servicio de acogida y formación es posible y urgente. La acción desarrollada en él puede durar varios meses y es el puente adecuado para la catequesis orgánica. Pensamos en concreto, como queda apuntado, que las charlas cuaresmales, los ejercicios espirituales, las misiones populares... y otras acciones similares, de marcado acento misionero, deben ir seguidas de la invitación a continuar madurando en la fe en ese espacio formativo que es la precatequesis. Muchos encuentros presacramentales podrían, también, tener ahí una continuidad. Caben dos formas de realizar la precatequesis: una de manera grupal, reuniendo a aquellos adultos en actitud de búsqueda y ayudándoles a realizarla; y otra de manera individual, en la que una persona «o una pareja» es acompañada en su búsqueda por otra persona u otra pareja creyentes. Fundamentalmente se trata, en este caso, de que estos acompañantes comuniquen su propia experiencia de fe, en un diálogo vital sobre el discurrir ordinario de la vida, y donde ellos testifiquen la salvación y plenitud que aporta el Evangelio. Dado que los grados de la formación catequética son, como hemos visto, cualitativamente diversos, este primer grado formativo debe tener cierta unidad en sí mismo. Hay que tender a que muchos adultos de nuestras parroquias puedan seguirlo. Toda comunidad cristiana debería contar con este servicio de acogida y formación precatequética. Unos laicos bien preparados podrían asumirlo. En conexión con él, las mismas parroquias o las zonas organizarán la catequesis de adultos propiamente dicha, de duración obviamente más larga, y de una asistencia y participación, por tanto, más costosa. Es importante que una gran mayoría de los adultos puedan recibir, al menos, este primer grado de formación cristiana308.

 

 

C)      La catequesis propiamente dicha

 

          Un tiempo de maduración

 

214.   Si la precatequesis es un tiempo de búsqueda con vistas a una opción por el Evangelio, la catequesis es un tiempo de maduración con vistas a la confesión de fe.309 «Es un tiempo prolongado [...] en el que se les ayuda (a los candidatos) para que lleguen a la madurez las disposiciones de ánimo manifestadas a la entrada» (RICA 19).310 No se trata de desarrollar ahora el contenido de esta etapa central. En realidad se ha hablado de ella en los capítulos anteriores. Se han indicado las características que la definen, al señalar que se trata de un proceso orgánico, integral y básico de formación cristiana. Se ha mostrado, asimismo, su finalidad: hacer que madure la vinculación a Jesucristo, en la Iglesia, para el servicio al mundo. También se han recordado las diversas tareas por las que se realiza esa finalidad:

 

-       conocimiento sapiencial del misterio de la salvación,

-       ejercitarse en la práctica de la vida cristiana,

-       iniciación en la oración y vida litúrgica,

-       aprender a cooperar en la evangelización y edificación de la Iglesia.311

 

          Un paso cualitativo dentro de la continuidad

 

215.   La catequesis propiamente dicha, como segundo grado de formación cristiana, supone un paso cualitativo respecto a la precatequesis. Aquí se trabaja ya con una decisión firme de seguir a Cristo. Se trata de alimentar y educar esa decisión. El gozo de lo descubierto es el verdadero motor de toda la formación.312 La experiencia de muchos grupos de catequesis de adultos nos dice que muchos cristianos progresan poco en el crecimiento de su fe porque el impulso del descubrimiento inicial, en la precatequesis, fue poco profundo. No hay que precipitarse para pasar a este segundo grado formativo. Es en el primero donde se gestiona lo esencial, dedicado como está a descubrir el tesoro del Evangelio y a gustar la novedad de ese descubrimiento.313 «La catequesis [...] sólo se despliega sobre la base de ese descubrimiento gozoso [...] Esto sólo es posible hacerlo con el que se ha visto cautivado por la novedad del Evangelio» (CC 45). Es muy importante, por eso, que la catequesis sepa empalmar con el gozo descubierto en la precatequesis. La catequesis pretende, «no lo olvidemos», ahondar en la vinculación a Cristo, en la pertenencia a la comunidad eclesial y en el compromiso evangelizador en el mundo. La llama de esa finalidad ha de estar siempre viva en esta segunda etapa. «Las verdades que se profundizan en la catequesis son las mismas que hicieron mella en el corazón del hombre al escucharlas por primera vez. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas y agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida» (CT 25).

 

          Un caminar de toda la persona

 

216.   El proceso catequizador es un caminar de toda la persona (entendimiento, memoria, voluntad, afectividad) que avanza en las diferentes dimensiones de la fe.314 Se trata de propiciar un nuevo nacimiento (ver Jn 3,5), por el que el adulto pasa del hombre viejo al hombre nuevo (ver Col 3,5-10). Este caminar de toda la persona ha quedado muy bien definido en el sentir conciliar: es «formación y noviciado, convenientemente prolongado, de toda la vida cristiana» (AG 14). El RICA, inspirándose en el Concilio, define también a esta etapa como «una formación de la vida cristiana en su integridad» (RICA 98). Y con una expresión muy precisa concreta así esta tarea: «El catecumenado está destinado a la catequesis integral» (RICA 7).

 

 

D)     La última etapa. Más directamente espiritual

 

          Un período final recapitulativo

 

217.   Esta tercera etapa de formación cristiana corresponde, como ya se ha indicado, al tiempo de «purificación e iluminación» y al tiempo de la «mistagogia» del catecumenado bautismal. Dos etapas que, en nuestra catequesis de adultos, pueden muy bien fundirse. Se trata de un tiempo más breve, en el que los adultos, ya catequizados propiamente en la segunda etapa, recapitulan y gustan lo vivido en ella y asumen públicamente los compromisos de los sacramentos de la iniciación cristiana, que ellos ya recibieron.

 

          Este carácter sacramental, con las implicaciones comunitarias y misioneras derivadas de ellos, es el que da a esta última etapa su especificidad propia, dotada de un clima altamente espiritual.315 «Este período se ordena más bien a la formación espiritual que a la instrucción doctrinal» (RICA 25).

 

          Una interiorización de los sacramentos de la iniciación cristiana ya recibidos

 

218.   En la etapa final de la catequesis los adultos aprenden a interiorizar y gustar los sacramentos. Muchos no habrán conocido las riquezas encerradas en su bautismo y en su confirmación y, sobre todo, nunca las habrán revivido a fondo. Ahora es el momento adecuado para hacerlo.316

 

          En el clima de unas celebraciones eucarísticas finales, inspiradas en las misas de neófitos del tiempo de la «mistagogia», los adultos saborearán el espíritu de los sacramentos de la iniciación cristiana y captarán su intrínseca unidad, derivada del misterio pascual:317 «Los fieles, incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por tal carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia. Por el sacramento de la Confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con la fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe con su palabra y sus obras como verdaderos testigos de Cristo. Participando del Sacrificio Eucarístico, fuente y cima de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella [...] Después, una vez saciados con el cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del Pueblo de Dios, aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo sacramento» (LG 11).

 

          a)  Reafirmación personal del Bautismo

 

219.   El Bautismo no es reiterable, ya que sólo se recibe una vez. Pero se pueden revivir y renovar sus promesas. Esta reafirmación personal del bautismo podría realizarse, en esta etapa final del proceso catequizador, por medio de diversas acciones. Entre ellas podrían señalarse las siguientes:

 

-       Una catequesis sobre el Bautismo que ayude a interiorizar y profundizar en los rasgos que lo definen (31). Algunos grupos catequéticos acostumbran a hacerlo apoyándose en algunas figuras bautismales que proponen los evangelios: Nicodemo (Jn 3,1-21), la samaritana (Jn 4,1-42), el paralítico de Betsaida (Jn 5,1-18), el ciego de Siloé (Jn 9,1-41)...318

 

-       La entrega del Símbolo que, acompañada de un breve comentario del mismo, puede interiorizarse en unos pocos encuentros. Juan Pablo II sugiere «una utilización más concretamente adaptada» (CT 28) de esta entrega del Símbolo, en la que los adultos puedan encontrar, a modo de síntesis final, todo lo que a lo largo de la catequesis han descubierto y vivido.319

 

-       La entrega del Padre nuestro que, condensando la iniciación a la oración realizada a lo largo del proceso catequético, ayude a los adultos a interiorizar las actitudes básicas de la relación con Dios, que brotan del don de la filiación divina que el Bautismo otorgó.320

 

-       La renovación de las promesas del Bautismo realizada, a ser posible, en la Vigilia pascual con toda la comunidad cristiana, y en la que, junto a la renuncia al hombre viejo, los adultos realizan la confesión pública de la fe, meta final, «como se indicó», de la catequesis de adultos.

 

b)  Celebración del sacramento de la Reconciliación

 

220.   El sacramento de la Reconciliación es muy importante en la catequesis de adultos. De alguna manera se podría decir que es el sacramento de la catequesis con los adultos bautizados, ya que sella y significa ese reencuentro con Dios que propicia la catequesis. Sabido es que la Iglesia antigua lo consideraba como un segundo Bautismo.321 Por eso, la etapa final de la catequesis es especialmente apta para el gozo del perdón y la acogida de Dios, otorgados a un hijo suyo que, acaso, ha vivido largos años lejos del hogar paterno. El sacramento de la Reconciliación celebrará este reencuentro del adulto catequizado con Dios que, lentamente, se ha ido preparando a lo largo de toda la formación.322

 

          c)  Reafirmación personal de la Confirmación323

 

221.   Esta etapa final es también propicia para que los adultos catequizados se reafirmen personalmente en la Confirmación que, acaso, recibieron hace ya mucho tiempo. Es preciso penetrar en el espíritu de este sacramento y renovar el compromiso evangelizador que pide. Para ello se sugieren, también, algunas posibles acciones:

 

-       Realizar con gozo la catequesis de la Confirmación, en la que los adultos tomen conciencia de su incorporación a la misma misión de Cristo y descubran cómo reciben para ello una especial fortaleza del Espíritu Santo. Esta catequesis ha de propiciar el deseo de convertirse en agentes activos de la nueva evangelización.324

 

-       Estudiar y analizar el plan concreto de evangelización de la Iglesia particular y, también, el de la parroquia: sus objetivos prioritarios, acciones concretas, cauces de corresponsabilidad, coordinaciones necesarias... ya que ése es el marco al que los adultos han de referir su compromiso apostólico.

 

-       Discernir, en contacto con los miembros del grupo y otros adultos de la comunidad cristiana que acuden al grupo a apoyar y testimoniar su trabajo apostólico, el lugar o los lugares donde cada uno va a vivir su vocación apostólica. El presbítero de la comunidad tiene aquí una importante misión que desempeñar.

 

-       Manifestar públicamente, en la celebración final, la decisión de hacer suya la misión de Cristo, concretizando en lo posible la forma de realizar dicho compromiso apostólico.

 

d)  Celebrar en profundidad la Eucaristía, centro de la vida de la comunidad cristiana

 

222.   La celebración de la Eucaristía, en la catequesis de adultos, es «normalmente» una acción que se realiza a lo largo de todo el proceso de catequización. Ahora es el momento de interiorizar lo más profundamente posible este gran sacramento, «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11). Esta interiorización puede conllevar:

 

-       Una catequesis de la Eucaristía, que ayude a descubrir y gustar sus múltiples facetas. Algunos grupos, en esta etapa final, optan por tener unas eucaristías especiales, a modo de las «misas de neófitos», donde van reviviendo y celebrando, paso a paso, los diferentes aspectos del sacramento: cena del Señor, fracción del pan, sacrificio de Cristo, memorial de la Nueva Alianza, acción de gracias, prenda de la gloria futura...

 

-       Concretar en el grupo, con la presencia del presbítero y otros miembros de la comunidad, la forma de vivir en adelante la vida comunitaria. La Eucaristía significa y realiza la unión de los discípulos de Cristo y nos hace disfrutar de la fraternidad cristiana, que es un don del Espíritu: la comunión (koinonía). Este es un momento oportuno para estrechar los lazos del grupo que termina la catequesis con la comunidad cristiana que le va a acoger.325

 

-       Una celebración eucarística final, que cierra el proceso catequético en comunión con los otros hermanos de la comunidad. En esta Eucaristía conclusiva se pueden incluir algunas de las acciones que se han señalado para la interiorización de los otros sacramentos de la iniciación. «Procesos catequéticos diversos podrán con toda razón concluirse o expresarse en la Vigilia pascual de las comunidades cristianas con la profesión de fe y la renovación de los compromisos bautismales» (CC 96).

 

 

 

 


 

Tercera parte:

Los agentes y la pedagogía de la catequesis de adultos

 

 

IX.    El catequista de adultos

 

«Hay que conceder más importancia a la acción del catequista que a la selección de los textos y otros instrumentos. Unas buenas cualidades humanas y cristianas podrán dar más resultado que los métodos selectos» (DGC 71).

 

 

A)      Importancia y necesidad del catequista

 

223.   En toda acción educativa es clave la figura del animador. Las actitudes y convicciones que deja traslucir influyen decisivamente en su acción educadora. Esto mismo ocurre en la catequesis. El Evangelio que la Iglesia anuncia se hace mensaje de vida en el pueblo cristiano por medio de la mente, del corazón, de la palabra y de la vida de fe del catequista.326 La importancia que la Iglesia le atribuye en la formación de los catecúmenos es válida, igualmente, en la catequesis de adultos: «El catequista tiene verdadera importancia para el progreso de los catecúmenos y el incremento de la comunidad» (RICA 48). Allí donde hay un catequista, auténtico discípulo de Jesucristo y entusiasta del anuncio y crecimiento del Reino de Dios, que ama profundamente a los catequizandos, que sabe lo que debe transmitir y lo vive intensamente, el grupo experimenta su impacto y queda seriamente interpelado.327

 

          Necesidad de la función del catequista

 

224.   Algunos se preguntan si la función del catequista es realmente necesaria. A menudo observamos, en efecto, a grupos de reflexión cristiana, no propiamente catequéticos, que tratan de conocer mejor su fe y no estiman indispensable la presencia de un educador. Desarrollan un proceso de autoeducación, que el propio grupo regula. Estos grupos de reflexión son algo ordinariamente distinto de un grupo de estricta catequesis, que busca la fundamentación en la fe de los miembros del grupo y, en consecuencia, la primera formación básica. Nuestro parecer es que, en este caso, se requiere la presencia de un catequista, sacerdote o seglar, que se hace presente en el grupo e interviene en él en razón de la misión que la Iglesia le encomienda. Esos grupos de reflexión, compuestos por personas ya iniciadas en la fe, y con la madurez fundamental ya adquirida, son algo muy distinto de un grupo de catequesis, donde falta esa fundamentación. En este caso se requiere la función de un catequista, ya maduro en la fe. En la más pura tradición de la Iglesia, no se entiende una catequesis sin unos catequistas en quienes la Iglesia ha depositado la misión de transmitir la fe apostólica: «Los imperfectos [...] son llevados y formados, como en las entrañas de una madre, por los más perfectos hasta que sean engendrados y alumbrados a la grandeza y belleza de la virtud» (S. Metodio de Olimpo, Symposium 111,8). Dicho esto, con toda la importancia que hay que atribuir a la acción del catequista, no debemos olvidar que «Dios es el primer y gran educador de su pueblo» (ChL 61), que interviene por la acción de su Espíritu, y que «la adhesión de los catequizandos, fruto de la gracia y la libertad, no depende "en última instancia" del catequista» (DGC 71). El catequista, en nombre de la Iglesia, es sólo un mediador entre Dios y los hombres, un mero servidor de la Palabra.328 «Por consiguiente, es necesario que la oración acompañe la acción catequética» (DGC 71).

 

B)      Originalidad de la tarea del catequista

 

          La tarea del catequista viene definida por el carácter propio de la catequesis:

 

225.   El catequista de adultos encontrará su identidad como agente evangelizador en la medida en que se identifique con el carácter propio de la acción catequética. Ser catequista es distinto, en efecto, de ser misionero del primer anuncio o animador permanente de una comunidad cristiana o dirigente de un movimiento apostólico. Tampoco hay que confundirlo con el profesor de teología, función importantísima en la Iglesia, pero posterior a la catequesis. En la Iglesia primitiva era grande la tendencia a diferenciar los diferentes ministerios: «Él mismo dio a unos ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4,11-12).329 En el conjunto de estos ministerios y servicios diversificados el catequista tiene una función que a él le compete como propia: la educación básica e integral de la fe.330

 

a)      El catequista es un educador de base

 

226.   La catequesis, como ya hemos indicado, es la tarea por la que se capacita básicamente al creyente para entender, celebrar y vivir el Evangelio331. Es, por tanto, una tarea de fundamentación de la fe.332 El catequista, por consiguiente, es el formador de base de la comunidad cristiana, el que inicia a la vida de fe. A él le toca poner los cimientos de la personalidad creyente. En una situación donde se confiere, ordinariamente, el bautismo en la primera infancia, la Iglesia, Esposa de Cristo, engendra y alumbra a la vida de fe al bautizado. El catequista, en nombre de la Iglesia, alimenta y hace crecer al que ha sido engendrado. La tarea del catequista es una labor paciente, silenciosa, humilde... como la de todo el que enseña a dar los primeros pasos. No pretende deslumbrar a los adultos con las últimas adquisiciones de la ciencia bíblica o teológica. Se centra en la transmisión de las certezas sólidas e inconmovibles de la fe y en la educación de los valores evangélicos más fundamentales.333

 

b)      El catequista es un educador integral

 

227.   Esta formación básica que proporciona el catequista concierne, como también hemos señalado, a todas las dimensiones de la vida cristiana: es una formación básica pero integral en la fe. La tarea que se le pide es algo más que la de ser un mero profesor. En el nivel básico en el que actúa, el catequista es un maestro de vida cristiana. Realiza, como todo formador de las primeras etapas de la vida, una educación básica, integral y globalizada. Es para el adulto que se inicia en la fe, de alguna manera, lo que el padre, la madre y el maestro son para el niño: proporciona esa primera e irremplazable educación.334 Esta educación cristiana básica es decisiva en la vida de todo creyente. Sobre ella se va a construir todo el edificio de la vida espiritual. En eso reside, precisamente, la grandeza de la tarea del catequista y lo gratificante de su labor. Otros factores y cauces educativos vendrán después a continuar la edificación. Sin embargo, la solidez de una casa depende de la calidad de sus cimientos.

 

c)      El catequista realiza una tarea de vinculación

 

228.   La originalidad de la tarea del catequista puede descubrirse no sólo en relación a la de los otros agentes pastorales, que desarrollan otras formas de educación en la fe. Se clarifica también si la comparamos a la tarea educativa de aquellos educadores profanos que desarrollan una formación de adultos. El catequista realiza, fundamentalmente, una tarea de vinculación. Trata, en concreto, de vincular al adulto con Jesucristo, y desde Él vincularle a Dios, a la Iglesia y al mundo.335 Esta tarea vinculadora confiere a la educación religiosa del hombre una originalidad propia respecto a otras dimensiones de la educación. La educación física, la artística, la de la voluntad, la enseñanza de las lenguas, de las matemáticas... contribuyen a hacer al educando partícipe del patrimonio cultural de la humanidad, vinculándolo de esta forma a su propio grupo humano. Pero en ninguna de esas dimensiones formativas se pretende, de manera tan directa, una vinculación que compromete de manera tan honda a la persona. Esta acción vinculadora es característica específica de la educación religiosa y, en concreto, de la catequesis.

 

d)      La relación del catequista con el catequizando es, al mismo tiempo, una relación pedagógica y fraterna

 

229.   Es importante descubrir la originalidad de la relación del catequista con el catequizando. Nos ayudará, también, a entender mejor lo específico de su tarea. Como ministro profético, el fundamento radical de la relación del catequista con el catequizando estriba en la misión que ha recibido de catequizar. Esta es la fuente de su originalidad. Ahora bien, ahondando en el análisis de esta relación podríamos añadir lo siguiente. La relación catequista-catequizando es, como ya se ha dicho, la propia del maestro con el discípulo. Es la relación del iniciador con el que se inicia. Es, por tanto, una relación pedagógica, y, en este sentido, el catequista no es un miembro más del grupo. Pero junto a esta relación pedagógica está la relación fraterna que se da entre cristianos que profesan la misma fe. Las dos dimensiones coexisten en la relación catequética, implicándose mutuamente. La comunión en la misma fe pide una relación de igualdad. El catequista en el grupo es, también, un creyente. En este sentido sí es uno más. Catequiza no sólo como un iniciador técnico, sino como un iniciador creyente. En otras palabras, comparte su fe madura con sus hermanos, sin refugiarse en sus meros conocimientos religiosos o en la condición de la misión recibida. La autenticidad de su comunicación cristiana es elemento fundamental en la acción catequizadora, aunque ésta no entrañe tanto el testimonio de una perfección alcanzada cuanto el de una fe sólida y unas certezas básicas, compatibles con la búsqueda continua.336

 

e)      Una relación sostenida en el tiempo pero con un final...

 

230.   La relación del catequista con el catequizando es original, «como hemos apuntado» no sólo respecto a la mera relación educativa, la de todo educador con su alumno, lo es también respecto a otras relaciones que se establecen en la acción pastoral. Pensamos, por ejemplo, en el misionero. Nos referimos a ese tipo de misionero que siembra el Evangelio, suscita una inquietud en el oyente, acoge inicialmente a los que responden a la convocatoria y confía su cuidado, y su crecimiento, a los catequistas para que cultiven esa primera llama que se ha suscitado. La relación del misionero («apóstol», «evangelizador», en el lenguaje paulino) es, en este caso, paternal, fundante y referencial; no es una relación de inmediatez ni permanente.337 Al propio Jesús «trataban de retenerle para que no les dejara» (Lc 4,42). Pero el misionero se debe, también, a otras gentes: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino» (Lc 4,43). La relación del catequista con el catequizando, por su parte, es inmediata y permanente, la que corresponde a un tiempo «convenientemente prolongado» (AG 14) de formación cristiana. Esta relación tan honda es, humanamente, muy gratificante para el catequista. Los adultos van a ver en él al agente instrumental de un cambio profundo en sus vidas. Los catequizandos le conocen y aceptan como es, con sus virtudes y limitaciones. No pueden reclamar para sí el reconocimiento que se debe al que siembra o engendra en la fe, sino el que corresponde al que alimenta y hace crecer.

          ... que obliga al catequista a referirse a otros agentes educativos

 

231.   A pesar de suponer un tiempo prolongado de formación, la catequesis, «como toda iniciación», debe terminar en un momento dado. La relación catequista-catequizando participa, por tanto, de este tipo de transitoriedad propia de la formación catequizadora, marcada por un final. Tampoco al catequista se le puede retener. Participa, en este sentido, de la espiritualidad del misionero. Tiene que catequizar, también, a otros adultos. Nuevas promociones de catequizandos le esperan. Existen unos aspectos psicológicos implicados en este carácter propio de la relación catequizadora. El catequista no puede considerarse el formador único en la fe del adulto. Incluso durante el período mismo de esta formación, es obvio que el catequizando va a recibir otras influencias educativas en el seno de la comunidad eclesial. Al catequista le corresponde, entonces, ayudar a integrar en su acción catequizadora estas otras influencias positivas. Más tarde, finalizado el período de formación catequética, otros agentes de la pastoral, incluidos otros simples miembros de la comunidad cristiana, contribuirán a prolongar una formación a la que a él correspondió dar fundamento.

 

 

C)      La catequesis de adultos, una responsabilidad compartida

 

«Esta iniciación cristiana, durante el catecumenado, no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles» (AG 14).

 

232.   Desde el momento que «la obra de la evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios» (AG 35), toda la Iglesia debe sentirse responsable de la catequización. La catequesis de adultos debe estar sostenida y respaldada por toda la comunidad de los fieles. Ésta debe seguir todo proceso catequético como algo que le concierne profundamente.338 Esto, que es válido para cualquier acción eclesial, tiene una significación especial tratándose de la catequesis. En los momentos más convenientes del proceso catequizador, como pueden ser la precatequesis, la etapa espiritual conclusiva... la comunidad cristiana debe asumir esta responsabilidad mediante una presencia y una relación más directa con los catequizandos. En efecto, «todo discípulo de Cristo debe ayudar a los candidatos y a los catecúmenos durante todo el período de la iniciación» (RICA 41).

 

a)      Los agentes del ministerio catequético actúan de modo conjunto y en nombre de la Iglesia

 

233.   La participación directa y oficial en esa transmisión orgánica de la fe, que es la catequesis, no la ejercen, sin embargo, todos los miembros de la comunidad cristiana. La Iglesia confía a determinados miembros del pueblo de Dios la misión de catequizar.

 

          La acción catequizadora de una diócesis se realiza por medio de los sacerdotes en primer lugar, y de aquellos religiosos, religiosas y laicos especialmente llamados para este servicio. Todos ellos, en comunión con el obispo, están integrados en el único ministerio catequético de una Iglesia particular.

 

          Este ministerio es un servicio eclesial, en el que podemos destacar las siguientes características:

 

-       Los sacerdotes, religiosos y seglares realizan la tarea de catequizar conjuntamente, pero de manera diferenciada, cada uno según su particular condición en la Iglesia (ordenación, vida consagrada o carácter secular). Si faltase alguna de estas formas de presencia, la catequesis de adultos perdería parte de su riqueza y significación.339

 

-       Los agentes de la catequesis desarrollan un ministerio público y oficial. No es una acción potestativa que pudiera o no realizarse. Se trata de una acción eclesial fundamental, indispensable para el crecimiento de la Iglesia.340 Tampoco es una acción que pudiera realizarse a título privado o por iniciativa puramente personal. Todo catequista, aun el más humilde, recibe de la Iglesia la misión de catequizar, actúa en nombre de Ella y realiza, por tanto, un acto eclesial.341

 

-       Al ministerio de la catequesis le están encomendadas una diversidad de tareas, todas necesarias, para que una Iglesia particular pueda desarrollar una armónica acción catequizadora. Obviamente, la más importante es la transmisión directa del mensaje evangélico a los adultos. Pero al servicio del ejercicio directo de la catequesis hay otras tareas que lo respaldan: la organización y planificación de la acción catequizadora; la selección y formación de los catequistas; la elaboración de materiales adecuados; la coordinación de la catequesis con otras acciones pastorales; la reflexión continua sobre los objetivos concretos y medios más adecuados para realizar la catequesis en una situación determinada... No todos los agentes participan en cada una de estas tareas ni por el mismo título.

 

b)      Obispo, presbíteros, religiosos/as y laicos en la catequesis de adultos

 

El obispo

 

234.   El obispo es «el primer responsable de la catequesis en la Iglesia local» (MPD 14). Los obispos son los «maestros auténticos» (LG 25) que transmiten al pueblo cristiano la fe que ha de creerse y vivirse. Han recibido para ello el «carisma de la verdad» (DV 8). «Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios» (CT 63).342 Es propio del obispo diocesano el ofrecer a su Iglesia particular un proyecto global de catequesis, en el que la catequesis de adultos ocupe un puesto central. En las actuales circunstancias culturales, esta oferta catequizadora, bien articulada343 y bien adaptada, nos parece que debe ser objetivo prioritario de cualquier plan de evangelización, estando presente en la pastoral diocesana como verdadero motor de la misma.344 Función primordial del obispo diocesano es velar con cuidado por la autenticidad de la transmisión del Evangelio, de forma que sea ofrecido en toda su integridad y pureza. Si «cada obispo es el principio y fundamento visible de la unidad en su Iglesia particular» (LG 23), es él quien garantiza que la confesión de fe, a que conduce la catequesis, al ser auténtica y conforme al sentir de la Iglesia, llegue a fomentar la comunión en «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios y Padre» (Ef 4,5).345

 

Los sacerdotes

 

235.   El sacramento del orden constituye al sacerdote en pastor de la comunidad cristiana y, por tanto, como «educador en la fe» (PO 6) de la misma. Su participación en el ministerio catequizador es ineludible, no en vano le compete entregarse con esmero a «la formación de la auténtica comunidad cristiana» (PO 6) y la catequesis de adultos es factor determinante para ello. Catequizar es, pues, un deber fundamental del ministerio profético del presbítero. «Todos los creyentes tienen derecho a la catequesis; todos los pastores tienen el deber de impartirla» (CT 64). Dado que el presbítero, que recibe el ministerio de pastorear a la comunidad, debe atender a todas las acciones eclesiales que en ella se realizan, ha de incorporar a aquellos laicos, religiosos y religiosas más vocacionados y capacitados para llevar a cabo la catequesis de adultos. En este sentido, los sacerdotes deben «prepararse cuidadosamente para ser capaces de favorecer la vocación y misión de los laicos» (ChL 61). Por tanto, siempre que sea posible (pues no debemos olvidar que hay situaciones, especialmente en el ámbito rural, en que este objetivo no es inmediatamente asequible) conviene que los sacerdotes promuevan a seglares para que asuman la tarea directa de la catequización de los adultos. Al presbítero se le pide, más bien, la animación general de la catequesis, la atención y formación de los catequistas y la coordinación de la catequesis de adultos con las otras acciones evangelizadoras de la comunidad.346 Sin embargo, aunque hay que tender a la incorporación de los seglares para el desempeño directo de la tarea de catequizar, muchas veces el sacerdote debe asumir también esta tarea, sobre todo cuando la catequesis de adultos es todavía más un proyecto que una realidad. En cualquier caso, la presencia del sacerdote en el grupo de catequesis de adultos se hace necesaria en determinados momentos del proceso catequizador, sobre todo en la tercera etapa del mismo, más directamente conectada con la vida sacramental, comunitaria y apostólica. La experiencia muestra que donde el presbítero no participa de estas convicciones pastorales y no apoya la catequesis de adultos, ésta difícilmente será una realidad pujante e integrada en la parroquia.347

 

          Los seglares

 

236.   Por regla general, en estos momentos, los seglares asumen más fácilmente la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes que la catequesis de adultos. Ésta queda a cargo, muchas veces, exclusivamente de los sacerdotes. Tal resistencia, de hecho, por parte de muchos seglares, puede deberse, entre otras razones, a que se piensa que la catequesis de adultos comporta mayores exigencias o a que los catequizandos preferirán a los sacerdotes. Es preciso superar este modo de pensar. La realidad es muy simple: la Iglesia de siempre, pero muy particularmente en nuestro tiempo, necesita catequizar al mundo adulto. Para esta tarea convoca a los cristianos que tengan cualidades y puedan prepararse para ejercer dicha misión. En consecuencia, si muchos adultos lo necesitan y la Iglesia llama, hay que responder con generosidad y confianza en el Espíritu, que es el que nos hace, a unos y a otros, capaces de desempeñar la actividad apostólica. Por otra parte, la catequesis de adultos es muy gratificante para un catequista, y no necesariamente más difícil que la de las otras edades. El carácter secular del catequista laico puede proporcionar a la catequesis de adultos la experiencia cristiana de una mayor presencia en las realidades diarias de la vida. El catequista seglar, al vivir la misma forma de vida que los catequizandos, puede encontrar en ello una mayor facilidad para encarnar la transmisión del Evangelio en la vida concreta de los adultos. El propio catequizando, por su parte, también descubre en el catequista seglar un modelo de cristiano, en muchos aspectos más inmediato, en el que proyectar su futuro de creyente.348 Por otra parte, el catequista seglar puede, frecuentemente, realizar su tarea catequizadora sin verse obligado por el deber de atender a otras tareas pastorales, como es propio del sacerdote, a quien corresponde coordinar todas las acciones eclesiales de la comunidad. Por esta razón, puede tener el laico una mayor agilidad para ejercer su actividad fuera del marco de su propia comunidad, cuando las necesidades de la zona o de la misma diócesis así lo reclaman.349

 

          Los religiosos y religiosas

 

237.   La presencia, como catequistas, de los religiosos y las religiosas en la catequización de los adultos es muy importante. «Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas» (EN 69). Los adultos que se inician en la vida evangélica aprenderán, a la luz de la vida religiosa, que el espíritu de las bienaventuranzas es inherente a la condición de todo cristiano.350 «La vida según el Espíritu, cuyo fruto es la santificación, suscita y exige de todos y de cada uno de los bautizados el seguimiento y la imitación de Jesucristo en la recepción de sus bienaventuranzas» (ChL 16). A su vez, puede ser muy rico para la propia vida de fe de los religiosos y religiosas, en especial para intensificar la dimensión evangelizadora de su vocación, dedicarse a la educación catequizadora de unos laicos que, desde su perspectiva secular, buscan honestamente la vivencia adulta de la fe. La Iglesia tiene mucho que agradecer a numerosas religiosas y religiosos por su contribución, desde siempre, a la catequesis de niños y jóvenes, dentro y fuera de las parroquias. Es una realidad más reciente y, por tanto, menos numerosa y fortalecida la participación de personas consagradas en la promoción de una catequesis en favor de los adultos. Sin embargo, muchos religiosos y muchas religiosas, por su vivencia cristiana, su formación bíblico-teológica y su preparación pedagógica, podrían desempeñar un excelente papel en la catequización de los adultos en el momento presente de la Iglesia. «En este trabajo deben desempeñar una colaboración inestimable para la Iglesia, por muy diversos títulos, las personas de vocación consagrada» (MPD 14).

 

 

D)     Cualidades del catequista de adultos que hoy se necesita

 

238.   Es conveniente describir las cualidades que ha de tener y desarrollar el catequista de adultos que, hoy, necesita la Iglesia. En efecto, antes de proponer a un cristiano el que tome a su cargo la tarea de ser catequista hay que discernir si posee las cualidades elementales para dicha tarea. En este discernimiento, según nuestro parecer, habría que tener en cuenta dos cosas. Que el agente principal de la catequesis es el Espíritu, quien a veces nos sorprende por los medios que utiliza. Que la persona del catequista desempeña un papel fundamental en la educación de la fe, pero solamente mediador. Se impone, por tanto, un sano realismo en la elección y formación de los catequistas de adultos. Para la elección bastará descubrir en ellos la buena voluntad de servir al Evangelio, juntamente con las cualidades humanas básicas y la actitud de fe. Luego, la formación se encargará de ir desarrollándolas. En concreto, estas cualidades humanas y cristianas hay que descubrirlas en torno a estos ejes o polos:

 

a)  Hombre o mujer maduro

 

239.   El catequista de adultos ha de tener una suficiente madurez humana.

 

          Puesto que la catequesis es un acto de transmisión, el catequista ha de ser capaz de relación, de comunicación y de diálogo. La experiencia de fe del catequista, antes de ser expresada en sus palabras, es percibida a través de la relación que establece con los adultos, relación que es, como hemos indicado, fraterna y pedagógica al mismo tiempo.351 El catequista ha de mostrar en todo momento una actitud de simpatía y de afecto sincero al grupo al que se dirige. Esta actitud se basa en su convencimiento de que Dios ya se está comunicando «misteriosamente» a cada una de esas personas y las está amando. Esta capacidad para la comunicación, que en grado suficiente ha de tener todo catequista, no excluye la utilización de aquellas técnicas de dinámica de grupos que ayuden a romper la superficialidad y a eliminar los temores que, con frecuencia, impiden a las personas expresar sus verdaderos sentimientos.352

 

240.   Junto a este sentido de diálogo, se ha de pedir al catequista una cierta capacidad de análisis y de sentido crítico. Esta cualidad la ha de ejercer respecto de las circunstancias y condicionantes tanto de tipo cultural y religioso como social y político que se están viviendo en su entorno; pero también respecto de la realidad misma de la vida y circunstancias concretas de los miembros del grupo y de las relaciones que entre ellos se establecen. No le es menos necesario el hecho de haber alcanzado un conocimiento del conjunto del mensaje cristiano, fundamentado en la tradición de la Iglesia, que le haga posible el distinguir lo esencial de lo secundario, la «sustancia viva» de los «elementos secundarios» (EN 25). Necesita para ello un cierto sentido de la denominada «jerarquía de verdades» (Conc. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio [UR] 11), tal como recomienda el Concilio.

 

          b)  Testigo de la fe

 

241.   Evidentemente, la cualidad más importante de un catequista es su sentido religioso, concretado en el testimonio de una fe cristiana viva. El catequista ha de ser, ante todo, un hombre de fe, un discípulo de Jesucristo que conoce y vive el mensaje liberador del Evangelio que tiene que transmitir. Ha de ser capaz, con su propia vida, de dar testimonio de la fe que profesa y vive en la Iglesia.353 El testimonio de fe del catequista, expresado con autenticidad, es muy importante en la acción catequizadora, ya que tiene una fuerza singular para desencadenar en los catequizandos el dinamismo de la vida cristiana, sobre todo si perciben en él a un creyente ilusionado y lleno de esperanza. La catequesis de adultos necesita de catequistas con una fe honda, siempre abierta y respetuosa de lo que Dios parece pedir a aquellos catequizandos a los que tiene que servir, los cuales pueden proceder de ámbitos y mentalidades muy diversos a los suyos. Es decir, el catequista tiene que evitar pretender imponer actitudes y maneras de ver las cosas que corresponden, ciertamente, al mundo y comunidad en que él fue formado, pero la Iglesia, en modo alguno, considera que deban o puedan ser impuestos a todos. Esta fe cristiana, de la cual el catequista ha hecho una experiencia viva, es la que ofrece a los adultos para que también ellos realicen su propia experiencia de la misma. De todos modos, los catequizandos han de entender bien que el catequista no transmite una doctrina propia, sino la fe de la Iglesia, impregnada «en cierta medida» en su testimonio personal. La fe personal del catequista, si es auténtica y madura, es al mismo tiempo una fe eclesial. Podrían muy bien aplicarse al catequista las palabras de Pablo VI sobre los evangelizadores en general: «El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible» (EN 76).354

 

          c)  Integrado en una comunidad cristiana

 

242.   El catequista de adultos ha de tener un vivo sentido eclesial. No en vano su acción la realiza en nombre de la Iglesia. Los adultos han de ver en él a un creyente que ama profundamente a la Iglesia. Esta actitud suya es altamente educativa. Por el contrario, una actitud de constante crítica dificulta la adquisición de un sano sentido de adhesión y pertenencia a la Iglesia. Este sentido eclesial es vivido y alimentado, ordinariamente, por el catequista en una comunidad cristiana concreta. En ella fortalece la fe, comparte el anuncio y la acogida de la Palabra y participa en la celebración litúrgica. De ahí procede la confianza y la ilusión en su vida cristiana.355 En la comunidad cristiana el catequista experimenta el misterio de comunión que es la Iglesia, concretado en unas relaciones interpersonales y en un servicio mutuo. En ella se siente estimulado a perseverar en la transformación de todas las cosas para que venga el reinado de Dios. De ella recibe la misión de catequizar356. El catequista, enraizado en una comunidad, al mismo tiempo la construye, haciéndola crecer. Catequiza, en efecto, con vistas a que los adultos se incorporen a la comunidad. Ha de ser capaz, por tanto, de fomentar el espíritu comunitario en el mismo grupo de catequesis. No se trata de un mero recurso didáctico, sino de un aprendizaje y un anticipo de esa inserción plena del catequizando en la comunidad.357

 

          d)  Enraizado en su ambiente

 

243.   Dado que la catequesis de adultos ha de preparar a los catequizandos, en nuestro tiempo, para ser agentes de una nueva evangelización, el catequista deberá ser capaz de formar unos cristianos que sepan inocular el fermento dinamizador del Evangelio en un mundo sometido a profundos cambios. Para ello, el catequista necesita convicciones firmes de que el Evangelio es levadura de transformación profunda de las realidades humanas. Por tanto, el catequista de adultos ha de ser un hombre o una mujer que toma muy en serio las aspiraciones, preocupaciones, logros y sufrimientos de los hombres de nuestro tiempo. Él mismo tiene que sentirse solidario de los gozos y dificultades de la sociedad a que pertenece. Se esforzará, en consecuencia, por hacer descubrir a los catequizandos los signos de la presencia de Dios en el mundo. Los adultos necesitan ver en su catequista el testimonio de una seria inquietud social, ya que él no puede reducirse a ser un teórico de la vida cristiana, sino que debe transmitir el Evangelio desde la sensibilidad que brota de una presencia activa en el mundo. Esta cualidad de los catequistas debe ser particularmente fomentada hoy, porque vivimos un momento en que ciertas corrientes culturales tienden a que la fe cristiana permanezca en el ámbito de lo privado, sin influencia sobre las realidades de la vida de la sociedad358.

 

 

E)      La formación de los catequistas de adultos

 

244.   La formación de los catequistas de adultos tendrá muy en cuenta tanto el carácter propio de la catequesis como el momento cultural que estamos viviendo. Pensamos ahora, fundamentalmente, en los catequistas laicos. Se trata de formarlos para una situación de misión, en el contexto de la nueva evangelización359.

 

 

1.       Objetivos de la formación

 

a)      Ahondar en el conocimiento de la fe y en la experiencia viva y celebrativa de la misma

 

245.   La formación ha de propiciar el ahondar en la propia experiencia de fe de los catequistas. Se procurará, para ello, hacerles muy sensibles a la acción gratuita del Espíritu en su vida diaria y en su actividad catequética. La formación ha de intensificar, en una palabra, su adhesión a la persona de Jesucristo y la decisión de seguirle más profundamente en sus criterios y actitudes de vida. Tanto para alimentar su experiencia de fe como para poder comunicarla a otros, el catequista necesita poseer una buena síntesis bíblico-teológica. Esta formación doctrinal exige un conocimiento sistemático y orgánico del mensaje cristiano, con toda su significación vital para el hombre de hoy. Esta dimensión más cognoscitiva de la formación ha de estar motivada por el deseo de comprender con mayor claridad, vivir con mayor pureza y realizar con mayor generosidad el proyecto de Dios sobre los hombres.360 La formación promoverá, igualmente, la dimensión orante y la celebración de la fe en la liturgia, especialmente de la Eucaristía, así como la celebración de los valores y acontecimientos de la vida que pueden ser «aperturas» a Dios para el hombre de hoy.361

 

b)      Fomentar el sentido eclesial y comunitario

 

246.   La formación fomentará en los catequistas la experiencia eclesial y la corresponsabilidad dentro de su Iglesia particular y de su comunidad, a fin de que vivan la comunión y su relación con otras acciones de la Iglesia dentro de la pastoral de conjunto. Asimismo, la formación debe ser un momento que haga crecer en los catequistas el deseo de una Iglesia más auténtica y, por tanto, cada vez más fiel a su misión evangelizadora.362 Hay ventajas en que la primera formación se haga en las mismas comunidades cristianas y en los grupos de catequistas. Posteriormente llegará el momento de enriquecerla en las escuelas de catequistas de distintos niveles. El clima comunitario de esa primera formación es un elemento fundamental para la preparación del catequista.363

 

c)      Facilitar una lectura creyente de la realidad

 

247.   La formación favorecerá que los catequistas, insertos en su ambiente, sean capaces de hacer una lectura creyente de la realidad de su entorno, en la seguridad de que ninguna situación cultural se identifica plenamente con el Evangelio. Esta lectura privilegiará la atención a las experiencias más hondas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Con ello se trata de despertar y cultivar la sensibilidad de los catequistas a los cambios rápidos de nuestro tiempo, de forma que se pongan en actitud de permanente aprendizaje, de escucha a Dios a través de los signos de los tiempos y de búsqueda de un lenguaje lo más significativo posible para la comunicación del Evangelio a los hombres y mujeres de hoy.364 El cultivo de esta cercanía del catequista a la sensibilidad de hombre de hoy tiene un trasfondo misionero evidente, ya que ha de ser capaz de suscitar en los adultos los interrogantes más profundos y de acompañarles hasta la fe inicial, dada la lejanía con la que muchos de ellos acuden a la catequesis. Esta lectura de la realidad propiciará que los catequistas se hagan sensibles a los problemas de los más pobres, de los injustamente tratados, de las personas que sufren marginación y de los privados de derechos humanos, y se hagan conscientes de los deterioros irresponsables de la naturaleza. Para promover esta dimensión formativa a la que acabamos de referirnos, tiene una importancia evidente la contribución de las ciencias humanas. Es obvio que ciertos conocimientos de orden psicológico y sociológico, por ejemplo, pueden ayudar mucho a que el catequista tenga un conocimiento objetivo del hombre y del mundo que le rodea.365

 

d)      Potenciar la identidad seglar

 

248.   La formación catequética del seglar tiene que estar orientada a que éste no prescinda del carácter secular de su vocación en la Iglesia. Todos los aspectos de su formación, por consiguiente, deben quedar penetrados de ese carácter. «Dado que los seglares participan, a su modo, de la misión de la Iglesia, su formación apostólica recibe una característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter propio de su espiritualidad» (AA 29).366 Sin embargo, la búsqueda de esta peculiaridad laical en la formación no consiste tanto en cultivar lo que separa cuanto en descubrir lo original del seglar dentro de lo común cristiano. Programar la formación del catequista seglar, desequilibradamente, sobre temas específicamente laicales sería un error.

 

e)      Utilizar una pedagogía activa e integradora

 

249.   A una buena formación contribuye una pedagogía activa que fomente la creatividad y capacite al catequista para una metodología de diálogo y participación, cuidando la unidad de contenidos, a la vez que evite el riesgo de fragmentación. Esto llevará a los catequistas a fortalecer, profundizar y reflexionar unitariamente la vivencia de fe. Como criterio general, debe existir coherencia entre la pedagogía de la formación del catequista y la pedagogía propia de un proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad a los que no hubiera sido iniciado en su formación. Por otra parte, el proceso pedagógico de esta formación ha de estar muy cercano a la práctica de la catequesis. Los catequistas no parten de cero. Ordinariamente proceden de una actividad catequética determinada, que ha despertado en ellos una necesidad de formarse y provocado unos interrogantes a los que habrá que responder. La formación no puede prescindir de esa riqueza de experiencia catequizadora, procediendo como si no existiese. Ha de contar con ella y ha de referirse siempre a ella, manteniéndose cercana a la práctica y evitando el peligro de proporcionar sistemas teóricos cerrados que actúen, de hecho, como pantalla que aísla al catequista de su realidad.367

 

 

2.       Cauces de formación del catequista de adultos

 

250.   A continuación ofrecemos una sencilla reflexión sobre los ámbitos e instituciones que, ordinariamente, constituirán los cauces de formación de un catequista de adultos. En primer lugar destacamos el valor formativo de la propia comunidad cristiana; seguidamente se subraya cómo el grupo de catequistas ya es, en sí mismo, un foco de maduración del catequista en cuanto tal; y, finalmente, señalamos que la participación, durante un cierto período de tiempo, en las actividades formativas realizadas en una escuela o centro especializado tienen una gran importancia para alcanzar una formación de carácter orgánico y sistemático, que es indispensable adquirir para participar en el ministerio catequético.

 

a)      En la comunidad cristiana

 

251.   La comunidad cristiana de la que forma parte el catequista puede considerarse como el primero y más ordinario cauce de formación. En la comunidad el catequista de adultos alimenta su experiencia de fe, participando en la escucha de la Palabra, celebrando la presencia viva del Señor en los sacramentos y tomando parte en el testimonio de vida de los cristianos, en cuanto hermanos en la fe y al servicio del mundo. Éste es el cauce básico, común para todos los miembros de la comunidad, independientemente de la vocación concreta de cada uno. El animador y coordinador de esta formación cristiana permanente que ofrece la comunidad será, normalmente, el presbítero que la preside. En algunos casos, los futuros catequistas viven la experiencia de seguir ellos mismos un proceso de catequesis, junto a otros futuros agentes de pastoral o a otros cristianos. La experiencia de ser catequizado es muy rica a la hora de actuar como catequista. Evidentemente esto no puede generalizarse, ya que muchos catequistas están ya realmente iniciados en la fe y la comunidad ha de proporcionarles otras formas de educación en la fe, más adecuadas a su situación.368

 

b)      En el grupo de catequistas

 

252.   El grupo de catequistas, de hecho, resulta el ámbito formativo peculiar en que el catequista madura en cuanto tal y se estimula a formarse en profundidad. Aquí no sólo se cultiva la experiencia de fe, sino que se la cultiva con vistas a su comunicación en la catequesis. Ordinariamente, la tarea formativa en el grupo de catequistas lleva consigo la preparación de visión de los temas catequéticos concretos que están llamados a impartir.369

 

          Aunque el grupo de catequistas, por su nivel de fe ya maduro, no necesite seguir un proceso de autocatequesis, puede ser conveniente experimentar en él, didácticamente, algunos temas catequéticos concretos que se van a impartir en los grupos de adultos. Es una experiencia muy fecunda para la formación, entre otras cosas porque el catequista experimenta desde el lugar del catequizando lo que se vive en un proceso de catequesis.

 

c)      En la Escuela de catequistas

 

253.   El dinamismo propio de la experiencia catequética cultivada en el grupo de catequistas exige profundizar en la comprensión del mensaje cristiano, en el conocimiento del hombre y de la cultura, en las distintas modalidades de expresión de la fe y en la metodología catequética.

 

          El cauce más adaptado a este nuevo nivel de formación es la Escuela de catequistas. Se caracteriza por ofrecer una reflexión más orgánica y sistematizada sobre la catequesis. Sus ventajas son grandes:

 

-       Una Escuela ofrece la posibilidad de una reflexión más honda y sistemática sobre el contenido de la fe, el hombre contemporáneo y la pedagogía de la catequesis, al tratarse de una formación menos absorbida por lo inmediato de la acción.

 

-       Se puede contar con un equipo de profesores cualificados, especialistas en los diferentes núcleos temáticos, lo que es impensable en una parroquia concreta.

 

-       Se da un sano contraste entre los catequistas procedentes de comunidades diferentes, lo que enriquece las perspectivas unilaterales y contribuye a abrir horizontes.

 

-       Supone para el catequista la posibilidad de tomar una cierta distancia interior sobre la acción, para reflexionar sobre ella con más hondura y acometerla con nuevas perspectivas.

 

-       Y, finalmente, hay que destacar la importancia que puede tener la escuela o centro de formación, sea de nivel interparroquial o diocesano, en la educación o fortalecimiento del sentido de la Iglesia particular y de la significación de la misión para ejercer el ministerio catequético.370

 

 

 

X.      La pedagogía catequética con adultos

 

«Hay una pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta puede hacer en favor de la catequesis» (CT 58).

 

254.   La catequesis es una forma de educación en la fe. Es, por tanto, una acción esencialmente educativa. Debe apoyarse, por consiguiente, en los recursos que le aportan las ciencias de la educación. «En nuestro siglo, los catequistas han investigado profundamente las cuestiones de metodología propuestas por las ciencias psicológicas, didácticas y pedagógicas» (DGC 70). Sería un error reducir la pedagogía catequética a una simple mediación táctica o a una cuestión de metodología. La pedagogía catequética obedece, ante todo, a un talante, a una manera de pensar y a un estilo de actuar en la acción educativa cristiana. Pues bien, esa forma de educar en la fe no es ajena al Evangelio. La catequesis necesita un estilo evangélico de educar. Este capítulo quiere referirse a ese estilo y a ese talante, sin tener que llegar a precisar cuestiones metodológicas concretas, que pueden ser muy variadas y en las que una reflexión como ésta no tendría que entrar. Como es natural, aunque se procure presentar algunos rasgos más peculiares de la pedagogía propia de la educación de adultos, se presentan asimismo reflexiones pedagógicas que son comunes a todo proceso de catequesis, sea para adultos, jóvenes o niños. En concreto, este capítulo quiere mostrar que, ante todo, la pedagogía catequética debe inspirarse en la misma pedagogía divina. Se tratará de hacer ver, después, que ha de ser una pedagogía integradora, que eduque al hombre entero en las diferentes dimensiones de la fe; así como una pedagogía diferenciadora, que sepa adaptarse a las diversas circunstancias en que se encuentran los adultos. El momento cultural que vivimos exige, también, una pedagogía que tenga en cuenta los diversos lenguajes con los que se puede educar en la fe. A la hora de programar procesos concretos de catequesis de adultos, este conjunto de factores debe ser tenido en cuenta.

 

 

A)      La pedagogía divina inspira la pedagogía de la catequesis

 

«Dios mismo, a lo largo de toda la historia sagrada y principalmente en el Evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe» (CT 58).

 

          Rasgos característicos de la pedagogía divina

 

255.   Llamamos pedagogía divina a la manera con la que Dios ha conducido a Israel hacia Cristo Salvador, y al modo con el que el propio Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, vivió la voluntad del Padre y comunicó e hizo realidad entre los hombres el Evangelio del Reino de Dios. Esta pedagogía divina está penetrada por la condescendencia371 de Dios hacia los hombres, por la que su inefable amor, santidad e infinitud ha sabido acomodarse a la condición humilde y pecadora del hombre. Pablo VI, en la primera encíclica de su pontificado, Ecclesiam suam, sobre «los caminos que la Iglesia católica debe seguir en la actualidad para cumplir su misión»,372 nos muestra los rasgos fundamentales de este diálogo de salvación entre Dios y los hombres. Nos dice cómo fue abierto espontáneamente por la iniciativa divina, al brotar de su inmensa bondad; cómo no se ajustó a los méritos de aquéllos a los que era dirigido, ni obligó a nadie físicamente a aceptarlo; cómo se hizo posible a todos y cómo ha conocido normalmente grados, desarrollos sucesivos e inicios humildes antes del éxito pleno.373 La pedagogía catequética debe inspirarse en esta pedagogía divina, de la que debe asumir su estilo educativo peculiar. Nosotros queremos sólo destacar tres rasgos:374

 

a)      Una pedagogía del don...

 

«Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad» (DV 2).

 

256.   La actuación de Dios en el Antiguo Testamento tiene un solo objetivo: salvar a los hombres. Poco a poco fue revelándose a sí mismo y comunicando su plan de salvación a Israel, a través de palabras y acciones. La bondad y donación salvífica de Dios llega a su plenitud en la Encarnación de su Hijo y en el envío del Espíritu Santo. Toda esta acción salvadora divina está impregnada de gratuidad, y no aparece condicionada al grado de respuesta del hombre375. Jesucristo, como Palabra de Dios, utilizó la misma pedagogía. Jesús se acerca a las personas en su realidad concreta, y lo hace por propia iniciativa. Las busca porque sabe que necesitan la salvación que Él puede ofrecerles. El encuentro de Jesús con Mateo, Zaqueo, la Samaritana, la Magdalena... da pie a que éstos se sientan acogidos y perdonados por Dios. Este tipo de relatos evangélicos son un paradigma obligado para la pedagogía catequética.

 

          ... que el catequista ha de hacer suya

 

257.   Para un catequista, utilizar una pedagogía del don implica, entre otras cosas:

 

-       Cultivar una actitud gratuita y comprensiva de cara a los catequizandos, no condicionada a la respuesta de éstos.376

 

-       Desarrollar el oído de los catequizandos en la escucha a la llamada gratuita y bondadosa de Dios.377

 

-       Favorecer, para ello, un clima relajado de silencio interior.378

 

-       Impulsar constantemente a los catequizandos al reconocimiento de los dones recibidos.379

 

-       Fomentar la acción de gracias y tratar de ser, al mismo tiempo, don y gratuidad para los demás.

 

          b)  Una pedagogía de encarnación...

 

«El carácter histórico de la Revelación divina sitúa a la catequesis bajo el signo de una pedagogía que asume la historicidad del hombre» (CC 213).

 

258.   Todo el Antiguo Testamento es un ejemplo de la adaptación de Dios a la historicidad del hombre. Israel tenía conciencia de que Dios se hacía presente en sus acontecimientos y hablaba con Abraham, Moisés y los profetas. Esta cercanía de Dios con los hombres tiene su manifestación plena en la encarnación del Hijo de Dios: «Se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de Santa María la Virgen y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado» (Plegaria eucarística IV). Este carácter histórico de la Revelación proporciona a la pedagogía catequética otra de sus características peculiares, convirtiéndola en una pedagogía que impele a leer los acontecimientos y la experiencia humana a la luz de la historia de la salvación y de la fe.

 

          ... que conecte la Palabra de Dios con la vida concreta del hombre

 

259.   La utilización de esta pedagogía divina obliga al catequista a estar muy cerca de la vida concreta de los catequizandos. Entre otras cosas debe:

 

-       Respetar el ritmo personal de los adultos, estando atento a los momentos de gracia de cada uno, así como a los posibles bloqueos y resistencias.380

 

-       Referir constantemente la Palabra de Dios a las experiencias humanas más importantes, de las que participan los catequizandos. Esta referencia a la experiencia concreta es vital para la catequesis.381

 

-       Fomentar la creatividad en los catequizandos, confiando en las posibilidades de éstos para asumir el proceso de maduración en la fe.382

-       Buscar un lenguaje adaptado, que resulte significativo para los adultos y de esta forma facilitarles el acceso al mensaje cristiano.383

 

          c)  Una pedagogía de signos...

 

«La característica propia del conocimiento de la fe es la de ser un conocimiento por medio de signos» (DGC 72).

 

260.   La realidad de Dios es un misterio para el hombre. Los acontecimientos salvadores de la historia de la salvación son sólo signos de una presencia que está más allá de ellos mismos, y que trasciende al hombre: la presencia del Dios invisible. «Dios habló en otro tiempo de múltiples maneras. Ahora, llegada la etapa final, nos ha hablado por medio de su Hijo» (Hb 1,1-2). La muerte y resurrección de Jesucristo son el gran signo, «signo del profeta Jonás» (Mt 12,39), del poder de la acción salvadora de Dios. Jesús apoya su acción evangelizadora en unos signos cercanos a las gentes, y por medio de ellos les descubre los misterios del Reino de Dios. El agua, el pan, la luz, el vino... son, en las palabras y gestos de Jesús, signos de una acción salvadora presente, pero invisible.

 

          ... que el catequista ayuda a interpretar

 

261.   Un catequista que desea acercar a los adultos a la realidad insondable del misterio de Dios y de su acción salvadora deberá enseñarles a leer los signos de su presencia. Entre otras cosas procurará:

-       Iniciar a los catequizandos en el lenguaje de los símbolos y de los signos. Es esencial a la catequesis favorecer el paso del signo al misterio.384

-       Propiciar, aunque no de modo exclusivo, una catequesis inductiva, que «consiste en la presentación de los hechos (acontecimientos bíblicos, actos litúrgicos, la vida de la Iglesia y la vida cotidiana), considerándolos y examinándolos atentamente a fin de descubrir en ellos el significado que pueden tener en el misterio cristiano» (DGC 72).385

-       Enseñar a leer e interpretar los signos de los tiempos, tratando de descubrir en ellos «la presencia y los planes de Dios» (GS 11).386

-       Dejarse interpelar por el testimonio de tantos creyentes que muestran, con su vida evangélica, la acción del Espíritu en ellos.387 La referencia a la vida de los santos es esencial para la catequesis.

 

262.   Para interiorizar esta pedagogía divina, presente en la historia de la salvación, y para adquirir el talante educativo que necesita la catequesis, el medio más conveniente para un catequista es la lectura cotidiana y la meditación constante de la Sagrada Escritura, tan recomendada por el Concilio.388

 

 

B)      Una pedagogía catequética integradora

 

263.   A lo largo de estas orientaciones se ha señalado, varias veces, el carácter integral de la catequesis. Ésta trata, en efecto, de que sea el hombre entero (cf. DV 5) el que se entregue a Dios y educa, para ello, en todas las dimensiones de la fe (cognoscitiva, litúrgica, moral y apostólica). Concebir a la catequesis como educación integral, y no como mera enseñanza, está exigiendo una pedagogía integradora, ciertamente más compleja, pero más rica y vital.

 

          Los elementos del acto catequético

 

264.   En el acto catequético se integran varios elementos o factores, que se reclaman mutuamente y que, por tanto, no se pueden disociar entre sí. Aunque no se actualicen todos al mismo tiempo, ni siempre de acuerdo a un orden fijo, todos ellos deben concurrir en la acción catequizadora. Estos elementos son: la experiencia «humana y cristiana» del catequizando; la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición; la expresión de la fe en sus diversas formas: confesión de fe, celebración y compromiso (cf. CC 221). Es obvio que, de estos elementos del acto catequético, la Palabra de Dios es el elemento medular. Sin una presentación adecuada de ella, y sin una reflexión sobre la misma, no puede haber acto catequético. Pero esta Palabra de Dios incide en el terreno de la experiencia humana y, en virtud del poder fecundante del Espíritu, produce su fruto en el corazón del hombre, que se exterioriza mediante la expresión de la fe, en forma de confesión, celebración y compromiso.

 

          a)  La experiencia humana

 

«La catequesis debe preocuparse por orientar la atención de los hombres hacia sus experiencias de mayor importancia, tanto personales como sociales» (DGC 74).

 

265.   Hablar de experiencia humana es referirse al conjunto de relaciones, proyectos, acontecimientos y valores que vive una persona o un grupo. No todos estos aspectos tienen para ellos la misma importancia. Algunos son tan significativos que se constituyen como algo nuclear en su vida. La experiencia humana entra en el acto catequético por derecho propio. No es una concesión a una corriente pedagógica o una moda metodológica. La misma naturaleza de la catequesis requiere que el anuncio del Evangelio, para ser percibido como mensaje de salvación, incida en la experiencia humana, ya sea para iluminarla, para interpelarla o para transformarla.389

 

          Tres son las funciones que puede desempeñar la experiencia humana en la catequesis:

-       Unas veces se presenta «como objeto que la catequesis debe interpretar o iluminar» (DGC 74). El Evangelio, en efecto, da sentido a la vida del hombre.

-       Otras veces la experiencia humana sirve «para explorar y asimilar las verdades contenidas en la Revelación» (DGC 74). Es, entonces, cauce para acercarnos al misterio insondable de Dios.

-       Otras veces, por fin, la experiencia humana es suscitada por el mismo Evangelio, que la despierta, la ensancha y la interpela, de forma que «estimule en los mismos hombres un justo deseo de transformar la propia conducta» (DGC 74).

 

          A lo largo del proceso catequético, la experiencia humana se va, así, convirtiendo en experiencia cristiana, en virtud de la fuerza de la Palabra de Dios.

 

b)  La Palabra de Dios

 

«La Palabra de Dios ilumina todo el acto catequético y es el elemento que da conexión a todos los demás» (CC 228).

266.   La catequesis es una forma del ministerio de la Palabra, es decir, un servicio que ofrece la Palabra de Dios tal como se contiene en la Sagrada Escritura y en la Tradición390. La catequesis siembra la Palabra de Dios en el terreno de la experiencia humana. Los catequizandos entran en contacto con ella para dejarse interpelar, para conocerla en profundidad y para orientar desde ella su experiencia. La Palabra de Dios, que es acción divina en los hombres, nos llega a través de unas mediaciones que la Sagrada Escritura y la Tradición han recogido. La experiencia del pueblo de Israel, la de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, y la de la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, canalizan esa Palabra. De hecho, la catequesis no hace otra cosa que poner en relación la vida del hombre y sus experiencias más nucleares con esas experiencias referenciales contenidas en la Sagrada Escritura. «La catequesis ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas, a través de un contacto asiduo con los textos mismos [...] y será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el corazón de la Iglesia» (CT 27).

 

          Junto a la Sagrada Escritura, el Catecismo oficial de la Iglesia es el otro polo referencial del acto catequético al que acudir para entrar en contacto con la Palabra de Dios. En él la Iglesia recoge aquellos «documentos de la fe» que considera fundamentales para unos destinatarios y un tiempo determinados. Al proponer a los creyentes esa riqueza de la tradición, y hacerlo de manera autorizada y auténtica, la Iglesia ofrece a las comunidades cristianas un conjunto que constituye «regla de fe» y orientación básica para la catequesis.

 

          c)  La expresión de la fe

 

267.   «La fe, que penetra y transforma la totalidad de la personalidad del creyente, se expresa mediante la profesión o proclamación de la misma, la celebración y el compromiso cristianos, que son el corolario constante que acompaña, de manera ininterrumpida, todo el proceso de catequización» (CC 234). Toda experiencia profunda en el hombre tiende a ser expresada. Cuando esta expresión no se produce es un síntoma de que la persona no se ha visto afectada en su interioridad. Lo mismo ocurre con la experiencia cristiana que se suscita en la catequesis. No puede decirse que la educación en la fe sea verdaderamente tal mientras no lleve a los catequizandos a expresar la renovación que se está operando en sus vidas.

 

          La experiencia de la fe se expresa, de una u otra manera, mediante la confesión o proclamación de la misma, la celebración y el compromiso cristiano:

 

-       El creyente dice su fe, confiesa las «obras grandes que el Todopoderoso ha hecho en mí» (Lc 1,49). Con su corazón, su memoria, su inteligencia y su voluntad, el adulto va preparando, poco a poco, la confesión de fe que, al final de la catequesis, proclamará solemnemente. Va conservando, meditando y expresando lo que supone la aceptación de la Palabra de Dios en su vida.

 

-       El creyente celebra con los hermanos, en comunidad fraterna, lo que ha experimentado y da gracias a Dios, en la oración, por la salvación que, paso a paso, va obrando en él el Señor.

 

-       El creyente se compromete en lo que confiesa y celebra. Se ve impulsado a comunicar a los hombres el don de la fe, que ha recibido del Señor, y a colaborar activamente en la instauración del Reino de Dios en el mundo.

 

268.   El acierto de un proceso catequético viene pedido por la interacción de todos sus elementos; las experiencias vitales, la Palabra de Dios, la celebración y la oración, el compromiso apostólico y el espíritu comunitario, de una u otra forma, en un orden u otro, están siempre presentes en el acto catequético. La pedagogía integradora busca, precisamente, esa interacción, tratando de que estén todos presentes de forma armónica y equilibrada.

 

 

C)      Una pedagogía catequética diferenciadora

                         

«La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe» (CT 51).

 

          Algunas claves para elaborar una pedagogía catequética diferenciadora

 

269.   Una comunidad donde se dan diferencias importantes entre los que acceden a la catequesis se ve obligada a utilizar en la catequesis una pedagogía diferenciadora391. No es cuestión aquí de hacer una descripción exhaustiva de tales diferencias, sino de ofrecer a los responsables de la catequesis algunas claves que les ayuden a situarse correctamente ante los adultos concretos que van a catequizar.

 

          Estas claves se refieren:

 

-       En primer lugar, a la diferencia que supone para la catequesis el hecho de dirigirse, precisamente, a adultos y no a niños, adolescentes o jóvenes.

 

-       Dentro de la edad adulta habrá que tener en cuenta, además, que no es lo mismo la etapa de los adultos jóvenes (25-40 años) que la etapa de la madurez (40-65 años).

 

-       También hay que tener en cuenta la diversidad de culturas...

 

-       Y la de los distintos medios sociales en que viven inmersos los adultos.

 

-       La diversidad en razón de la religiosidad, con la que el adulto inicia el proceso catequético, es muy importante...

 

-       Así como el diferente tratamiento pedagógico que hay que dar a las diferentes etapas del proceso catequizador.

 

          La catequesis de adultos ha de tener estas claves diferenciadoras a la hora de programar un proceso catequético concreto, matizándolo en un sentido u otro según los acentos más predominantes. Aunque se pretenda una buena adaptación, de hecho ocurrirá que muchos grupos de catequesis van a ser heterogéneos por la diversidad de situaciones dentro de un mismo grupo. La pedagogía diferenciadora que utilice el catequista, en este caso, le ayudará a estar abierto a esas diferencias, a tenerlas en cuenta y a aceptar mejor las distintas reacciones que puedan expresarse.

 

          a)  La diferencia de ser adulto

 

270.   No cabe duda de que no es lo mismo catequizar a adultos que hacerlo a niños, adolescentes o jóvenes. El adulto, en efecto, presenta unas características específicas que la pedagogía catequética ha de tener en cuenta, ya que favorecen o, a veces, dificultan la acción catequizadora.

 

          Éstos son algunos puntos de apoyo que ofrece un adulto para la catequesis:

 

-       Convicciones arraigadas. El adulto va adquiriendo poco a poco opciones conscientemente asumidas. De esta forma, ni los cambios culturales ni el pluralismo de ideas y conductas que sugieren los medios de comunicación inciden con tanta fuerza en él.

 

-       Unidad de su personalidad. El adulto busca, por una parte, armonizar en su interior lo volitivo, lo afectivo y lo intelectual y, por otra parte, unificar las experiencias de su vida personal, social y espiritual. Esta unidad no impide, sin embargo, el que puedan darse en él períodos críticos, que los habrá de superar.

 

-       Sentido de la responsabilidad, a lo que colabora, sin duda, el hecho de tener que tomar fuertes responsabilidades en el campo de la familia, la profesión, la convivencia sociopolítica...

 

-       Socialización adquirida. El adulto se ve a sí mismo como un ser que se realiza con los otros, lo cual le hace «más capaz de comunión y de relaciones mutuas con los demás» (DGC 93).

 

-       Adaptación a lo real. Sin dejar de aspirar a un mundo mejor, vive y valora el presente, asume su propia realidad y se enfrenta a ella con valentía y dignidad.

 

          Estas características, que se dan en mayor o menor grado, hacen que el adulto tenga una mayor «capacidad de vivir el mensaje cristiano bajo su forma plenamente desarrollada» (CT 43). La experiencia catequética indica que estos rasgos facilitan la vivencia de aspectos tan importantes en la vida cristiana como la opción consciente y firme por Jesucristo y su Evangelio, la comunión fraterna, la unidad entre fe y vida, la responsabilidad en la misión de la Iglesia... No hay duda de que la adhesión de fe de un adulto ofrece mayores garantías de estabilidad que la de un niño o un adolescente.392

 

271.   Junto a estos puntos de apoyo, el adulto presenta, al mismo tiempo, algunos rasgos que, a veces, hacen más difícil en estas edades la educación de determinados aspectos de la vida cristiana:

 

-       Menor capacidad de entrega sin reservas. El miedo a perder cotas adquiridas en el campo del trabajo, el prestigio o los bienes materiales, así como un «a veces» malentendido «realismo», unido a la pérdida del vigor físico, hacen crecer en el adulto unos mecanismos de autodefensa que dificultan la entrega sin reservas que lleva consigo la firme voluntad de seguir a Cristo.

 

-       Miedo ante las exigencias de una nueva forma de vida. El adulto tiende a instalarse paulatinamente en unos determinados status de vida social y se aferra, cada vez más, a unos esquemas mentales, sociales, éticos y religiosos, así como a determinados comportamientos que se van haciendo hábitos en él.

 

-       Dificultad de romper con la tradición personal. Las formas de pensar y actuar del pasado pesan mucho en el adulto, sobre todo si se vivieron con pasión y entrega. Asumir nuevos caminos le resulta, entonces, doloroso, ya que puede parecerle una claudicación, o, incluso, la negación de un tiempo de su vida que consideraría perdido.

 

          Los catequistas de adultos deben ser conscientes de la incidencia de estos rasgos a la hora de catequizar. El proceso de conversión en un adulto es, normalmente, más lento, aunque ofrece mayores garantías. Si a ello unimos una cierta tentación de pesimismo ante el ideal evangélico, de por sí elevado, nos daremos cuenta de que el catequista tendrá que dotarse de una buena dosis de paciencia y de una fuerte capacidad estimuladora. Por otra parte, el adulto muestra «a veces» síntomas de agresividad cuando siente que se tambalea su anterior esquema religioso. El catequista deberá ayudarle, entonces, a dar el paso hacia una fe adulta sin que se cree en el grupo un clima de angustia e inseguridad. Se necesita para ello una pedagogía respetuosa de los ritmos personales, que no intente un proceso de purificación o derribo sin ofrecer, simultáneamente, el horizonte de nuevos, jugosos e insospechados horizontes de vida abundante y más plena.

 

          b)  Dos etapas en la edad adulta

 

272.   El hecho de ser adulto es ya un elemento diferenciador, pero son también importantes las diferencias que se dan dentro de este mismo período vital. La psicología nos habla de dos etapas diferenciadas en la vida adulta: la del adulto joven, de 25-40 años y la del adulto maduro, de 40-65 años.393 El adulto joven se halla en la época de los proyectos humanos. Es una etapa de vitalidad y confianza en el futuro. En ella se construye el fundamento de la vida matrimonial y familiar, se tienen hijos y se busca un trabajo profesional estable. La vida, en esta etapa, gira fundamentalmente en torno a estos dos ejes: el trabajo y el amor. El adulto maduro parece volcarse más hacia sí mismo, buscando resolver sus interrogantes vitales. En estos momentos se da una disminución de las fuerzas físicas y de las ilusiones. El proyecto de vida tiende a cerrarse en lo alcanzado y se crea un estrechamiento en los campos de interés vital. Por otra parte, sin embargo, lo que se pierde en vitalidad se gana en calidad y en sabiduría serena ante la vida. Se aprende a distinguir lo esencial de lo accesorio y se es más consciente de las limitaciones que la realidad impone a los humanos. Por eso, más que pretender conquistar la realidad, se trata de asumirla.

 

273.   Es claro para un catequista que no es lo mismo realizar la catequesis con adultos de una u otra edad: catequizar al adulto joven ofrece la posibilidad de poder orientar su proyecto de vida desde una óptica cristiana. Es importante para la comunidad cristiana estar presente en esos momentos en los que el adulto vive un gran deseo de autorrealización y de transformación de la realidad. Catequizar al adulto maduro permite poder entrar más serenamente en su interioridad y afrontar el sentido de su vida. Los interrogantes sobre la trascendencia brotan, ahora, de un terreno más favorable. Sería enriquecedor para la catequesis «y para el catequista» poder contar con grupos de adultos en los que estuvieran presentes ambas etapas.

 

          c)  La diversidad de culturas...

 

274.   Toda persona nace y vive en un entorno cultural determinado. La identidad humana sólo puede realizarse a partir de las relaciones que se establecen con una familia, una tierra, una lengua y unas raíces que inciden en la trayectoria personal posterior. Cualquier intento de hacernos olvidar esa vinculación cultural es percibido como un ataque a nuestra propia identidad. «El hombre no llega a un nivel verdadero y plenamente humano sino por la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores culturales» (GS 53). Entre nosotros existen pueblos con elementos culturales, históricos, sociales y religiosos muy diversos. Se dan en ellos diferencias importantes en la forma de vivir la religión o la vida familiar, en la forma de valorar el trabajo o la fiesta, y en la actitud misma ante la muerte. La atención a estas diferencias es muy importante para la catequesis. «Esta variedad de métodos es requerida también, en un plano general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética» (CT 51). No conviene, sin embargo, magnificar demasiado estas diferencias culturales, ni localizarlas en exceso, ya que estamos asistiendo a una fuerte interacción de culturas hasta el punto de que, ante determinados hechos culturales, es difícil determinar la originalidad propia de cada pueblo. El catequista de adultos, mediante una pedagogía diferenciadora adecuada, ha de ser muy sensible a esta diversidad cultural, siendo consciente de que no es lo mismo catequizar en una u otra región, y de que la «inculturación»394 del mensaje cristiano permite a los adultos conocer y vivir con más profundidad el Evangelio de Jesucristo. «En la labor formativa debe reservarse una atención especial a la cultura local» (ChL 63).395

 

          d)  ... y de los distintos medios sociales en que viven inmersos los adultos

 

275.   El medio social condiciona profundamente las reacciones vitales de la persona. Esas reacciones son muy distintas en un adulto que vive en un medio urbano o en un medio rural, en el sector obrero o en el sector de las profesiones liberales, por ejemplo. Las condiciones de trabajo (v.g., la inseguridad del agricultor o del sector pesquero), el hábitat (la masificación de las grandes urbes o la soledad del campo), la influencia ambiental de los pueblos pequeños o el anonimato de los grandes núcleos de población, las relaciones laborales de un obrero o las del que ejerce una profesión liberal (médicos, abogados, artistas...), son situaciones que hacen reaccionar de forma diferente a los adultos de un medio social u otro. Una pedagogía diferenciadora exige a los catequistas conocer el medio social en que se mueven sus catequizandos y analizar los condicionantes que brotan de ese medio concreto en orden a la educación en la fe. En general, necesitamos avanzar más decididamente hacia una catequesis de adultos más diversificada en razón de las distintas mentalidades sociales. Es preciso promover la acción catequizadora con adultos en esos grandes ámbitos humanos en los que la Iglesia está menos presente: el mundo obrero, el de la emigración, el de la cultura y la universidad, grandes sectores rurales... y, por encima de todo, el mundo de los más pobres, de los más marginados396.

 

          e)  Diversidad en función de la religiosidad

 

276.   Muchos adultos que se acercan a la catequesis vienen de una situación de indiferencia religiosa, o de lejanía respecto a la fe. Todo indica que, en su reciente pasado, apenas se habían planteado las cuestiones más trascendentes. Otros, en cambio, se ven movidos por un cierto sentido de lo sagrado, previo al sentimiento religioso propiamente dicho. Son adultos sensibles a aquellas situaciones de honda densidad humana (nacimiento de un hijo, muerte de un ser querido, encuentro del amor...), en las que la persona, en los límites de lo humano, se interroga por el misterio de la existencia. Otros tienen más claramente una actitud religiosa directa. Estos adultos intuyen, tras el misterio de la existencia, una presencia que llama al hombre y a la que se debe responder con reconocimiento y una entrega incondicional. Este sentido religioso de muchos adultos, en medio de manifestaciones cristianas, puede tener también rasgos implícitos subyacentes de religiosidad pagana. Aparecen, entonces, concepciones de Dios, criterios morales, comportamientos rituales... que necesitan ser purificados y enriquecidos. Esta diversidad de situaciones debe ser asumida por una pedagogía diferenciadora y tratada con acentos diversos, muy especialmente en la precatequesis. El anuncio kerigmático del Evangelio es el punto referencial desde el que todas estas manifestaciones religiosas deben ser purificadas y transfiguradas.

 

          En general, el catequista de adultos tratará de:

 

-       Potenciar todo aquello que pueda favorecer la apertura al misterio y a la trascendencia: el recurso a la interioridad, el cultivo del silencio, el fomento del lenguaje simbólico. La estética del templo, el tono religioso de las celebraciones litúrgicas, el acercamiento al mundo del dolor, los compromisos ante la injusticia...

 

-       Apoyar, en la acción catequizadora, el cultivo de una profunda y rica experiencia de Dios, evitando caer en el activismo, el moralismo o el mero adoctrinamiento.

 

-       Discernir y purificar las formas en que la experiencia religiosa se ha concretizado en los pueblos y plasmado en la llamada religiosidad popular, tratando de que ésta sea un punto de apoyo para un verdadero encuentro con el Dios de Jesucristo.397

 

          f)  Una pedagogía diferenciadora según las diferentes etapas del proceso

 

277.   Ya se ha indicado que el proceso catequizador está estructurado en diversas etapas, cualitativamente diferentes. Cada una de ellas reclama una pedagogía adecuada.

 

          La precatequesis se caracteriza por ser un tiempo de búsqueda en el que los adultos, a partir de un interés inicial por el Evangelio, buscan el encuentro y la adhesión firme al Señor.

 

          Esta etapa requiere una pedagogía caracterizada por:

 

-       Un talante de respeto y diálogo respecto al ritmo y la problemática del catequizando. Es un caminar donde todo gira en torno al anuncio del kerigma evangélico en relación con los interrogantes y vivencias nucleares del adulto.

 

-       Un gran espíritu observador, para detectar en la vida de los adultos que inician la formación la acción del Espíritu en ellos y procurar que la descubran.

 

-       El testimonio auténtico del catequista que muestre cómo la gracia de Dios ha operado en él y le hace vivir desde la fe esas mismas experiencias que se suscitan en los catequizandos.

 

          La catequesis propiamente dicha es la etapa de la fundamentación de la conversión, en la que el catequista inicia al adulto en las diferentes dimensiones de la vida cristiana. Se requiere una pedagogía iniciatoria e integradora, que sepa acompañar en los primeros pasos del creyente.

 

          La última etapa, caracterizada por la interiorización sacramental, confiere a la pedagogía una tonalidad más espiritual:

 

-       Se ha de dar un gran espacio a la oración, a la escucha de la Palabra y a la celebración sacramental.

 

-       Se creará un clima de acogida a la acción gratuita y transformadora de Dios en el corazón del hombre.

 

-       Se podrá invitar a diversos testigos creyentes para que se hagan presentes en el grupo catequético, y comuniquen su experiencia de fe y su compromiso evangelizador.

 

-       Se incrementará lo más posible la vida cristiana mediante un compartir que fomente el amor fraterno.

 

 

D)     Una pedagogía con diversos lenguajes

 

«Me vienen al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio, prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audiovisual» (CT 46).

 

          La catequesis es un acto de comunicación

 

278.   La catequesis es un acto de comunicación. Transmite el Evangelio a los hombres y les inicia a la vida cristiana. La Iglesia, por la catequesis, comunica al cristiano su propia vida: todo lo que ella cree, celebra y vive. La catequesis es, eminentemente, una comunicación vital. En esta comunicación maternal, la Iglesia se dirige, por otra parte, al hombre entero, tratando de poner en juego la totalidad de la persona (sentimientos, creencias, actitudes, conocimientos...). En efecto, ella sabe que «es la persona del hombre la que hay que salvar [...] El hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad» (GS 3). La catequesis está al servicio de esta comunicación, que es vital y que afecta al hombre entero. Para ello no puede menos de utilizar todos los medios que faciliten esta transmisión.

 

          El lenguaje audiovisual en la catequesis...

 

279.   La importancia, para la catequesis, de utilizar el lenguaje audiovisual es clara. En épocas pasadas, la catequesis se ha servido, fundamentalmente, del lenguaje verbal y escrito. Nunca olvidó, sin embargo, la importancia de lo audiovisual. Ahí están esas manifestaciones pictóricas, escultóricas y musicales, presentes en los retablos, pórticos y celebraciones de nuestras iglesias. Algunos de ellos son una verdadera catequesis de la historia de la salvación. El mensaje cristiano en clave audiovisual remueve lo profundo del hombre y facilita la comunicación vital que la catequesis necesita. El lenguaje audiovisual, en efecto, tiene capacidad de llegar a todo el hombre, y no sólo a su inteligencia. De esta forma su utilización en la catequesis hará que ésta se desarrolle en el nivel de la experiencia profunda de la persona, y hará que no se quede en una mera enseñanza abstracta.398 El lenguaje audiovisual, por otra parte, es un lenguaje eminentemente grupal. Por su misma naturaleza facilita la expresividad del grupo en sus niveles más hondos, superando la simple comunicación racional. Este carácter grupal y total está muy en consonancia con la condición comunitaria de la Iglesia y con el carácter totalizante de la fe cristiana que coge al hombre por entero. Por todo ello, el lenguaje audiovisual se va introduciendo, cada vez más, en la catequesis, sobre todo en la de niños y jóvenes. Hay que impulsarla más decididamente, sin embargo, en el campo de la catequesis de adultos. «Deseo que también para los adultos sean usados en mayor medida los múltiples medios de comunicación» (Juan Pablo II).399

 

          ... y algunos criterios para su uso

 

280.   Para usar adecuadamente el audiovisual en la catequesis conviene tener presente, entre otras cosas, lo siguiente:

 

-       El audiovisual es, ante todo, un medio de comunicación, no un medio de mera información. Por eso, en la catequesis, su función es mucho más importante que la de transmitir informaciones, ya que ha de tender a crear una dinámica de comunicación activa: motivando a los catequizandos, facilitando la comunicación de experiencias, removiendo estratos hondos de la personalidad... Reducirlo a mero acompañante de la comunicación verbal es mutilarlo.

 

-       El audiovisual no sustituye al lenguaje verbal y escrito. No es una alternativa de éste, sino su natural complemento. Se trata, por tanto, de encontrar en la catequesis un equilibrio multimedial en el uso de los diferentes lenguajes. Según el tipo de mensaje que se transmite en un momento dado resultará más adecuada la utilización de una u otra forma de lenguaje.

 

-       El audiovisual, por la naturaleza de su propio lenguaje, puede desempeñar funciones diversas, según las distintas etapas del proceso catequizador. En la precatequesis, por ejemplo, puede ayudar a los adultos a enfrentarse con sus experiencias más hondas, personales y sociales, con vistas a una opción de fe. En la catequesis propiamente dicha, el audiovisual, al servicio de los grandes temas de la fe, puede mostrar la significación vital que estos temas tienen para la vida del hombre. Las diferentes tareas de la catequesis (cognoscitiva, moral, celebrativa, misionera) encontrarán en el audiovisual un aliado polivalente del que pueden hacer uso. En la última etapa de interiorización sacramental, el audiovisual ayudará, en gran manera, a los adultos a descubrir el lenguaje simbólico y a facilitarles mejor el acceso a las realidades salvíficas que se ocultan tras los signos sacramentales. Los campos concretos de acción apostólica, a lo que esta última etapa de la catequesis debe abrir, pueden «también» ser mejor descubiertos si se saben utilizar adecuadamente todas las posibilidades del lenguaje audiovisual.

 

 

E)      El discernimiento y la evaluación en la catequesis

 

281.   El discernimiento y la evaluación son dos aspectos distintos de la pedagogía de la catequesis:

 

-       El discernimiento es más espiritual e individual, y de carácter más religioso. Por medio de él, el catequizando, ante Dios y, en su caso, ante el grupo catequético, trata de descubrir cómo va su proceso de maduración en la fe: la transformación que va experimentando, las resistencias que opone a la acción de Dios en él, los estímulos o apoyos que más le han favorecido; las llamadas, concretas y personales, que ha ido escuchando; los nuevos caminos que se le abren y que quieren recorrer... Todo un mundo espiritual, hecho de rupturas y gozos, como corresponde a todo encuentro honrado con el Señor. Este discernimiento es, fundamentalmente, personal: un autodiscernimiento, que el catequista y el grupo deben respetar, sin tratar de inmiscuirse. Sólo en el grado en que el catequizando lo desee puede comunicarlo al grupo.

 

-       La evaluación es más exterior y grupal, y se refiere al desarrollo de la acción catequizadora en el grupo. Puede ser objeto de evaluación, por ejemplo, el grado de consecución de los objetivos que se ha fijado la catequesis; si se está teniendo en cuenta, suficientemente, el ámbito socio-cultural en el que viven tanto el catequista como los catequizandos, cómo se está produciendo la participación de los miembros en el grupo, qué tipo de celebraciones y de compromisos se están haciendo, qué pedagogía concreta se está empleando... todo un análisis de la dinámica catequizadora concreta que se está desarrollando.

 

282.   Para realizar bien ambas operaciones téngase en cuenta lo siguiente:

 

-       Que es bueno facilitar varias veces este discernimiento y esta evaluación, a lo largo del proceso catequizador. El paso de una etapa a otra constituye, por ejemplo, un momento muy indicado.

 

-       Que el clima en que se hagan debe ser alentador y esperanzador, para que sirva de estímulo a seguir creciendo y madurando.

 

-       Que se deben evitar juicios o valoraciones excluyentes, de forma que el catequista o el grupo fuercen a un catequizando a abandonar la catequesis. A lo sumo puede darse una autoexclusión, cuando un adulto «honradamente» comprende que no debe continuar el proceso catequizador.

 

-       Que el catequista, junto a la evaluación que haga con su grupo catequético, puede realizar, a otro nivel, una evaluación más pedagógica, e incluso más espiritual, dentro del grupo de catequistas. También aquí téngase en cuenta el criterio de que una evaluación sana nunca conduce a la desesperanza, sino a un estímulo para mejorar. Es importante que este discernimiento y esta evaluación estén iluminadas y sostenidas por aquellas palabras del Señor: «No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén inscritos en el cielo» (Lc 10,20). Es decir, no nos debemos fijar tanto en nuestros éxitos o fracasos, sino en el hecho de haber cooperado en la misión del Reino.

 

 

Conclusión

 

          a)  Estas Orientaciones pastorales sobre la catequesis de adultos salen a la luz en el mismo momento en el que el Episcopado Español propone como objetivo general de su Plan de acción pastoral el de «Impulsar una nueva evangelización». Este nuevo impulso de la acción evangelizadora de la Iglesia ha de asumir dos direcciones: hacia los no creyentes y alejados, para proponerles el Evangelio con vistas a la fe, y hacia el interior de nuestras propias comunidades cristianas con vistas a una profunda renovación. Al servicio de uno y otro aspecto, la catequesis de adultos está llamada, por su naturaleza propia, a desempeñar un papel decisivo y fundamental. Nos ha parecido, por tanto, muy oportuno el momento para hacer una reflexión sobre esta acción eclesial.

 

          b)  Todo impulso evangelizador descansa en último término, supuesta la acción del Espíritu, en los agentes que lo realizan. Es impensable una renovación de la acción evangelizadora de la Iglesia sin prestar una atención esmerada a la formación de esos agentes. Con razón Juan Pablo II nos lo recuerda: «La formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin» (ChL 57). Este llamamiento afecta muy particularmente a la formación cristiana básica que es la catequesis. Con razón nos pide el Sumo Pontífice «dar prioridad a la catequesis por encima de otras iniciativas» (CT 15).

 

          c)  Nuestra reflexión no ha dejado de tener en cuenta, constantemente, las ricas y variadas experiencias de catequesis de adultos que existen en nuestras comunidades cristianas. Deseamos que este instrumento que hoy presentamos colabore, en alguna medida, a ahondar y profundizar en ellas. Necesitamos situar a la catequesis de adultos en un plano en el que la reflexión enriquezca y acompañe constantemente a la acción. Ponemos, por consiguiente, el presente documento al servicio de esa dialéctica que hace indisociables pensamiento y acción.

 

          d)  Nuestra intención ha sido subrayar el carácter referencial de la catequesis de adultos respecto a las demás acciones evangelizadoras de la Iglesia. En modo alguno pensamos que la catequesis de adultos, por su propia naturaleza, está llamada a desencadenar un movimiento pastoral paralelo o alternativo a las instituciones o cauces de acción apostólica ya existentes en la Iglesia. La catequesis de adultos es, simplemente, esa formación básica de la Iglesia, de duración definida, que no hace sino potenciar las comunidades cristianas y los movimientos y asociaciones ya existentes. Es, en otras palabras, ese instrumento humilde del que todos pueden servirse para intensificar su propia vida cristiana.

 

          e)  En unos momentos culturales en los que la fe, particularmente en España, se ve sometida a un desafío radical, el ministerio profético de la Iglesia ha de tratar de concentrarse en lo fundamental. No es el momento de discusiones internas o de disquisiciones de segundo orden. La catequesis de adultos, fiel a su naturaleza propia, deberá ofrecer a los cristianos de nuestras comunidades la posibilidad de ahondar en las convicciones más sólidas y en los valores más fundamentales del Evangelio. La catequesis de adultos circunscribe su acción a lo que es común a todo cristiano, al Símbolo de nuestra fe, con toda su significación vital y comprometedora. Por esta razón, la catequesis de adultos en nuestras diócesis debiera llegar a ser elemento básico para la comunión en la fe, al servicio de la misión. Ésta es la razón por la que creemos, consecuentemente, que debe ser particularmente fomentada hoy.

 

          f)  Del amplio conjunto de orientaciones, principios catequéticos y sugerencias de acción que acabamos de presentar, queremos destacar, al concluir, tres aspectos especialmente sobresalientes, que han estado presentes a lo largo de toda la precedente exposición:

 

-       El primero se refiere a la necesidad de hacer una convocatoria valiente, dirigida a aquellos cristianos que necesitan verdaderamente la catequesis de adultos. Esta necesidad afecta, hoy por hoy, a una buena parte de los cristianos de nuestras comunidades. En unos tiempos difíciles para la fe y la vida cristiana, esos bautizados tienen derecho a recibir de la Iglesia una formación catequética que les permita vivir su fe y dar testimonio de ella de una forma adulta.

 

-       Es decisivo contar con buenos catequistas y prepararles bien. Sin ellos, la catequesis de adultos nunca llegará a ser una realidad pujante en nuestras comunidades. Se hace, por tanto, imprescindible dedicar nuestras mejores energías a la selección y formación de esos catequistas, dedicando a ello el personal y los medios que sean necesarios.

-       Es también fundamental proveerse de un buen instrumento básico de catequización, acompañado de los materiales pedagógicos más adecuados. Sin caer en un rígido uniformismo, parece conveniente evitar la dispersión de esos instrumentos, para tratar de lograr un movimiento catequizador coherente y profundo. A la elaboración de un medio tan necesario han de colaborar en nuestra Iglesia las personas más capacitadas, desde el punto de vista tanto teológico como pedagógico.

 

          g)  No queremos terminar sin hacer un encarecido llamamiento:

 

-       En primer lugar a los sacerdotes, constituidos para ser pastores de la comunidad cristiana y educadores en la fe: nuestro mayor deseo es que sepan asumir y promover en sus comunidades una catequesis de adultos llena de savia evangélica y de sentido de comunión eclesial.

 

-       A los laicos, para que acepten con generosidad la tarea de catequizar al mundo adulto, estando dispuestos a asumir la formación adecuada para realizarla. El carácter secular de su vocación puede dar a su acción educativa una especial sintonía con adultos, muy beneficiosa para la catequesis.

 

-       A los religiosos y religiosas finalmente, que se sientan vocacionados para esta tarea, para que sepan poner al servicio de la catequesis de adultos su vivencia cristiana, su formación bíblico-teológica, su preparación pedagógica y la calidad peculiar de su testimonio de consagración radical. La gran contribución que prestan los religiosos a la formación cristiana de los niños, adolescentes y jóvenes, debe ser extendida, hoy, al mundo de los adultos.

 

          h)  Con estos sentimientos dirigimos nuestra mirada a María, la Virgen Madre de Dios, «Estrella de la evangelización» (EN 81) y «Madre y modelo de catequistas» (CT 73), para poner en sus manos una acción tan maternal de la Iglesia como es la catequesis de adultos. Ojalá los agentes de la catequización sepan ver en Ella el modelo a imitar: «La Virgen, en su vida, fue ejemplo de aquel afecto materno con el que es necesario estén animados todos los que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65).

 

 

 

2 de diciembre de 1990


 

NOTAS

 

[1]        El Plan de acción pastoral de la CEE, para el trienio 1990-1993, propone el siguiente objetivo general: Impulsar una nueva evangelización. La presente reflexión se sitúa, obviamente, en el cuadro de este plan pastoral (cf. CEE, Impulsar una nueva evangelización [EDICE, Madrid 1990]). Se da al término «evangelización» el sentido rico y amplio que le atribuye EN 17-24, evitando toda simplificación reductora. Se ha aclarado este concepto en CC 24-29, a donde remitimos. A la evangelización primera, realizada con obras y palabras, se la denomina «acción misionera», como hace el decreto AG en su propio título. Un elemento fundamental de esta acción misionera es el anuncio del Evangelio. Se le denomina «primer anuncio», como hace EN 51-53.

 

[2]        Ver el análisis que hace Juan Pablo II en Los fieles laicos bajo el epígrafe «Las actuales cuestiones urgentes del mundo» (ChL 3-6). El episcopado español, en recientes documentos, ha analizado también los rasgos de la situación actual. Cf. TDV, CVP y CEE, La verdad os hará libres [VL].

 

[3]        Hablando de la cultura contemporánea, el Concilio nos pide que evitemos «caer en la tentación de no reconocer los valores positivos de ésta» (GS 57). «El mundo contemporáneo ofrece aspectos positivos y aspectos negativos respecto al mensaje cristiano; o, con otras palabras, lugares de encuentro con el Evangelio y lugares de rechazo al mismo» (Impulsar una nueva evangelización, n. 13).

 

[4]        Hablando de la cultura contemporánea, el Concilio nos pide que evitemos «caer en la tentación de no reconocer los valores de ésta» (GS 57). «El mundo contemporáneo ofrece aspectos positivos y aspectos negativos respecto al mensaje cristiano; o con otras palabras, lugares de encuentro con el Evangelio y lugares de rechazo al mismo» (Impulsar la nueva evangelización, n. 13).

 

[5]        Hablando de las actitudes pastorales ante la nueva situación, los obispos españoles desean que sepamos presentar de tal modo el mensaje del Evangelio que los hombres «encuentren en nuestra palabra y en nuestra vida la respuesta verdadera y auténtica a lo mejor, a lo más limpio y profundo que ellos mismos buscan y añoran» (Anunciar a Jesucristo..., n. 31).

 

[6]        Acerca del dominio del hombre sobre la naturaleza y los peligros del poder tecnológico, cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instruc. Libertatis conscientia [LC] 7. 11.

 

[7]        RH 16 describe el cuadro de «la civilización del consumo».

 

[8]        Este abismo es descrito por el Papa «como el gigantesco desarrollo de la parábola bíblica del rico Epulón y el pobre Lázaro» (RH 16).

 

[9]        «La libertad humana, herida por el pecado, para dar la máxima eficacia en su ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios» (GS 17).

 

[10]      Con razón se pregunta el Concilio: «De qué forma hay que favorecer el dinamismo y la expansión de la nueva cultura sin que perezca la fidelidad viva a la herencia de las tradiciones» (GS 56).

 

[11]      A este aspecto, precisamente, fue muy sensible el Concilio: «Nuevos y mejores medios de comunicación social contribuyen al conocimiento de los hechos y a difundir con rapidez y expansión los modos de pensar y de sentir, provocando con ello muchas repercusiones simultáneas» (GS 6).

 

[12]      Juan Pablo II, por su parte, lo expresa en estos términos: «Europa, tal como está configurada después de las complejas vicisitudes del último siglo, ha presentado al cristianismo y a la Iglesia el desafío más radical que ha conocido la historia» (11-10-1985. Al VI Simposio de Obispos Europeos). La instrucción Libertad cristiana y liberación incide en la misma idea: «Un reto sin precedentes es lanzado hoy a los cristianos que trabajan en la realización de esta civilización del amor, que condense toda la herencia ético-cultural del Evangelio» (n. 81).

 

[13]      Ya el Concilio advirtió sobre la importancia y la gravedad del fenómeno del ateísmo: «Muchos son los que, hoy en día, se desentienden de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan de forma explícita. Este ateísmo es uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo» (GS 19).

 

[14]      «El ateísmo constituye para él la verdadera forma de emancipación y de liberación del hombre, mientras que la religión o incluso el reconocimiento de una ley moral constituirían alienaciones» (LC 41).

 

[15]      Cf. ChL 3-5.

 

[16]      Juan Pablo II se expresa en estos términos: «La ideología de la muerte de Dios, en sus efectos, demuestra fácilmente que es, a nivel teórico y práctico, la ideología de la muerte del hombre» (Dominum et vivificantem, n. 381). Los católicos en la vida pública afirma por su parte: «Desligado de su intrínseca vinculación a Dios, el respeto a la dignidad de la persona fácilmente degenera» (n. 21). La verdad os hará libres se expresa en estos términos: «Cuando el hombre se olvida, pospone o rechaza a Dios, quiebra el sentido auténtico de sus más profundas aspiraciones; altera, desde la raíz, la verdadera interpretación de la vida humana y del mundo. Su estimación de los valores éticos se debilita, se embota y se deforma» (VL 28).

 

[17]      «De aquí el extenderse cada vez más y el afirmarse siempre con mayor fuerza el sentido de la dignidad personal del ser humano» (ChL 5). «Asistimos a una toma de conciencia más viva, individual y colectiva, respecto a la dignidad personal y de los otros, la interdependencia y comunión recíproca y el deber de solidaridad hacia los débiles y pobres» (CACC 12).

 

[18]      Juan Pablo II insiste en la misma idea: «El mundo actual testifica, siempre de manera más amplia y viva, la apertura a una visión espiritual y trascendente de la vida, el despertar de una búsqueda religiosa, el retorno del sentido de lo sagrado» (ChL 4). Los obispos españoles lo afirman igualmente: «El hombre moderno, a veces de manera confusa y anónima, clama por la verdad de Dios y del hombre» (Anunciar a Jesucristo..., n. 17). «Crece en los adultos la estima y el interés por la religión y los valores espirituales, tenidos como fuentes de energías nuevas para la existencia, así como también se extiende la conciencia de qué gran don de Dios es la tierra, la cual debe ser respetada y protegida de toda forma de contaminación» (CACC 12).

 

[19]      Discurso en el acto de la inauguración solemne del Concilio Vaticano II (11-10-1962).

 

[20]      Juan Pablo II, en la encíclica Dominum et vivificantem, n. 29, nos invita a leer «con todo el realismo de la fe» la situación del mundo contemporáneo. (Remite para ello a los siguientes números de la constitución GS 10. 13. 27. 37. 63. 73. 79-80).

 

[21]      «A fuer de creatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior [...] Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad» (GS 10).

 

[22]      Discurso dirigido al VI Simposio de Obispos Europeos, el 11 de octubre de 1985. En él, el Pontífice afirma: «La obra de evangelización, en la situación peculiar que se encuentra hoy Europa, está llamada a proponer una nueva síntesis creativa entre el Evangelio y la vida». Este texto fue recordado por el Papa a los obispos españoles en la visita ad limina de 1986. Ver Juan Pablo II a las Iglesias de España (PPC, Madrid 1987) 66. «En esto estriba “en la nueva síntesis (entre el Evangelio y la vida)” la novedad que hoy se exige a la evangelización» (Impulsar una nueva evangelización, n. 41).

 

[23]      Juan XXIII, Constitución apostólica de convocación del Concilio Vaticano II (25-12-1961), 2.

 

[24]      El propio Pablo VI redactó la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi tratando de infundir en los católicos un impulso nuevo «capaz de crear tiempos nuevos de evangelización» (EN 2).

 

[25]      «Las urgencias del momento, aun siendo graves, no pueden hacernos olvidar que la razón y el fundamento de la nueva evangelización se encuentran en el mismo Evangelio, como exigencia interna de un mensaje que nos ha sido entregado para bien de todo hombre y de todo el hombre» (Impulsar una nueva evangelización, n. 10).

 

[26]      Cf. GS 4. 54.

 

[27]      Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del CELAM en Haití, 1983. La novedad de la evangelización que, hoy, desea la Iglesia encierra dos aspectos: «La novedad de la situación reclama de nuevo una evangelización misionera y catecumenal. El desafío es tan radical que se necesita plantear la evangelización en términos totalmente nuevos».

 

[28]      «La respuesta de la Iglesia ha de asumir dos direcciones: hacia fuera, en primer lugar, esto es, hacia los no creyentes [...] y hacia dentro, en segundo lugar, aunque con no menor urgencia y hasta con mayor responsabilidad: hacia los propios creyentes para fortificar la fe de todos los bautizados y para personalizar esa misma fe, sostenida ayer por el ambiente social y sometida hoy a plurales desafíos culturales y sociales» (Impulsar una nueva evangelización, n. 10). El término «autoevangelización», empleado en la Relación final del Sínodo de 1985 (II B 2), indica que se trata una evangelización con bautizados. No se refiere a una acción autodidacta, que uno pudiera hacer a su manera, al margen de la comunidad cristiana.

 

[29]      TDV 10-26, los obispos españoles desarrollan el significado fundamental del mensaje de Jesús y de la Iglesia.

 

[30]      Discurso de Juan Pablo II en Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982.

 

[31]      Del conjunto de aspectos que caracterizan a la cultura contemporánea, la evangelización misionera ha de ser particularmente sensible al fenómeno de la pobreza. Cuando Juan Pablo II, en la encíclica Sollicitudo rei socialis, describe el «panorama del mundo contemporáneo» lo hace deteniendo su mirada en la miseria humana, en «la realidad de una multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria» (SRS 13).

 

[32]      Algunos de estos signos podrán ser: la solidaridad con todos los movimientos de lucha en favor del hombre, la disponibilidad y apertura al entorno social en que están enclavadas las comunidades cristianas, la atención al enfermo y al anciano en soledad, los centros de acogida a los vagabundos, el apoyo efectivo a los afectados por la droga... «Si la parroquia es la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres, ella vive y obra entonces profundamente injertada en la sociedad humana e íntimamente solidaria con sus aspiraciones y dramas» (ChL 27).

 

[33]      Los lugares más conocidos son: el mundo universitario, los debates o forums en los medios de comunicación o tribunas culturales, los encuentros entre intelectuales creyentes y agnósticos... «La Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de creación artística y de la reflexión humanista» (ChL 44).

 

[34]      Ya Pablo VI recalcó la necesidad de una evangelización interior a la Iglesia: «El Concilio Vaticano II ha recordado, y el Sínodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente, este tema de la Iglesia que se evangeliza, a través de una conversión y una renovación constantes, para evangelizar al mundo de manera creíble» (EN 15). Juan Pablo II también insiste en el mismo tema: «La Iglesia misma debe autoevangelizarse para responder a los desafíos del hombre de hoy» (Discurso al V Simposio de Obispos Europeos, 5-10-1982).

 

[35]      «Podemos afirmar que estas pruebas y estas tentaciones [...] no sólo interpelan al cristianismo y a la Iglesia desde fuera, como un desafío o reto que debe superar en la tarea evangelizadora, sino que son internos al cristianismo y a la Iglesia» (Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, El sacerdote y la educación, 22).

 

[36]      Éste fue un tema constantemente recordado por Juan Pablo II a los obispos españoles en la visita ad limina de 1986. Ver Juan Pablo II a las Iglesias de España (PPC, Madrid 1987) 26, 33, 46, 55, 66-67. También ha sido recogido en Anunciar a Jesucristo..., n. 35.

 

[37]      La catequesis de adultos en la comunidad cristiana reconoce, también, que se da una «amplia expectativa» (n. 17) en relación con la catequesis de adultos. En concreto señala que esta expectativa concierne a un lenguaje de fe más adecuado, a la creación de más espacios de acogida para los alejados de la Iglesia, a una más amplia variedad de modelos catequéticos, a una seria consideración de la religiosidad popular, a un esfuerzo más intenso por llegar a todos los adultos y a una mayor sensibilidad del clero y de las instituciones eclesiales respecto a la necesidad de la catequesis de adultos (ver CACC 17).

 

[38]      CACC señala como uno de los criterios de fondo para apoyar una catequesis válida y eficaz el siguiente: «una catequesis de adultos podrá realizarse en las comunidades individuales sólo dentro de un proyecto orgánico de pastoral del que refleja una parte distinta y cualificada» (n. 29).

 

[39]      El capítulo II de Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, está todo él dedicado a clarificar en qué consiste cada uno de los elementos que integran el proceso evangelizador.

 

[40]      «Ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla» (EN 17). Frecuentemente, por ejemplo, se reduce el concepto de evangelización al anuncio misionero del Evangelio a los no creyentes. «Sin embargo, no pasa de ser un aspecto» (EN 22). En La catequesis de la comunidad, n. 25, hemos analizado el concepto de evangelización propuesto por Evangelii nuntiandi. En el vocabulario final (p. 169) del citado documento la definimos así: «Se entiende por evangelización el proceso total mediante el cual la Iglesia, Pueblo de Dios, movida por el Espíritu: «anuncia al mundo el Evangelio del Reino de Dios, da testimonio entre los hombres de la nueva manera de ser y de vivir que él inaugura, educa en la fe a los que se convierten a él, celebra en la comunidad de los que creen en él “mediante los sacramentos” la presencia del Señor y el don del Espíritu, e impregna y transforma con su fuerza todo el orden temporal».

 

[41]      Se trata de «componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la Iglesia» (EN 24).

 

[42]      La gradualidad de la acción evangelizadora responde a la gradualidad del crecimiento de la fe: «La vida de fe admite varios grados. La fe, que es única, se encuentra con mayor o menor intensidad en los fieles» (DGC 30).

 

[43]      La acción pastoral, por tanto, es considerada en este documento en su sentido estricto. Como etapa de la evangelización es la que se dirige a los fieles de las comunidades cristianas ya iniciados en la fe. Sólo en ocasiones se la considera en su sentido amplio, como sinónimo del conjunto de la acción evangelizadora de la Iglesia. El contexto hará ver fácilmente cuándo se toma en este sentido.

 

[44]      El decreto Ad gentes describe muy bien la dinámica del proceso evangelizador: acción misionera (testimonio y presencia de la caridad) (AG 11-12) (primer anuncio del Evangelio y conversión) (AG 13); catecumenado e iniciación cristiana (AG 14); formación de la comunidad cristiana y apostolado (AG 15).

 

[45]      En La catequesis de la comunidad hemos descrito, también, estas tres etapas de la evangelización y en qué sentido son para nosotros un paradigma en el que inspirarnos (CC 27).

 

[46]      En La catequesis de la comunidad describimos así a la acción misionera: «Es la actividad por la que los cristianos, mediante el testimonio de su vida y el anuncio explícito, hacen presente el Evangelio y lo dan a conocer a los no creyentes» (CC Anexo, p. 170).

 

[47]      En Testigos del Dios vivo los obispos españoles explicitan el contenido fundamental de este anuncio (ver TDV 12-16).

 

[48]      «Estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira?» (EN 21).

 

[49]      Para el tema de los destinatarios del primer anuncio, ver EN 51: «Primer anuncio a los que están lejos» y EN 52: «Anuncio al mundo descristianizado».

 

[50]      Hay que destacar a este respecto el Congreso de Evangelización celebrado en Madrid (9-14 septiembre 1985), así como el de Parroquia Evangelizadora (11-13 noviembre 1988), ambos en cumplimiento del Plan de acción pastoral de la CEE.

 

[51]      Ésta es, entre otras, una razón muy importante para intensificar la catequesis de adultos. «Entre nosotros, un gran número de cristianos no participa activamente de la evangelización, lo cual muestra que no están suficientemente catequizados» (CC 47). No pocas veces habría que pararse a pensar en el contrasentido de esas comunidades parroquiales que «administran» el sacramento del Bautismo y no reflexionan en la responsabilidad misionera sobre su propio ámbito humano.

 

[52]      Entre los innumerables testimonios patrísticos sobre el anuncio del Evangelio por parte de cualquier cristiano destacamos este testimonio de Orígenes: «Aquéllos que desean saber la verdad vienen a la tienda del zapatero o a la botica del farmacéutico para aprender allí la vida perfecta» (Orígenes, Contra Celso, 3,55).

 

[53]      Catechesi tradendae lo expresa en estos términos: «La catequesis es uno de esos momentos, ¡y cuán señalado!, en el proceso total de la evangelización» (CT 18).

 

[54]      En La catequesis de la comunidad se describe a la catequesis de esta manera: «La catequesis es la etapa (o período intensivo) del proceso evangelizador en la que se capacita básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir el Evangelio del Reino al que han dado su adhesión» (CC 341).

 

[55]      «La catequesis es una tarea necesaria y primordial dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia. Sin ella la acción misionera no tendría continuidad ni llegaría a desplegar su fecundidad. Sin ella la actividad pastoral de la comunidad cristiana no tendría raíces y sería superficial y confusa» (CC 35).

 

[56]      El Directorio catequético general, con el mismo realismo pastoral, también asigna a la catequesis esta doble tarea: «La catequesis supone, de suyo, la adhesión global al Evangelio de Cristo, propuesto por la Iglesia. Pero con frecuencia se dirige a hombres que, aunque pertenezcan a la Iglesia, nunca dieron de hecho, una verdadera adhesión personal al mensaje de la revelación» (DGC 18). Este hecho es el que obliga a la catequesis a asumir tareas misioneras: «Cualquier forma de catequesis debe incluir también tareas que atañen a la evangelización (misionera)» (DGC 18).

 

[57]      La precatequesis es, en rigor, una acción misionera, ya que trata de suscitar la conversión. La incluimos aquí porque la institución catequizadora debe, normalmente, asumirla.

 

[58]      El Ritual de la iniciación cristiana de adultos define, precisamente, al proceso de formación catecumenal como «tiempo de búsqueda (investigationis) y de maduración (maturationis)» (RICA 6).

 

[59]      La catequesis se sitúa, en efecto, en el comienzo de la vida cristiana. El caminar del hombre hacia el Dios del Evangelio empieza por una inquietud o un interés suscitados por el anuncio evangélico. Normalmente el hombre necesita un tiempo para pasar de esa inquietud primera a la adhesión firme de abrazar el Evangelio y cambiar de vida. El primer anuncio y la precatequesis, respectivamente, acompañan al hombre en estos primeros pasos. Estamos en el ámbito de la acción misionera. Después, esa adhesión firme, «la fe y conversión iniciales», ha de ser alimentada, por medio de la catequesis, hasta convertirse en una adulta confesión de fe. Con ello la catequesis concluye su labor. Más tarde, la educación permanente en la fe, que propicia la acción pastoral de la comunidad cristiana, acompaña al cristiano, ya adulto en la fe, en su incesante caminar hacia la santidad. La Iglesia asigna, hoy, a la catequesis las funciones de propiciar la adhesión firme al Evangelio, esto es, la conversión, y la de preparar una viva y explícita confesión de fe.

 

[60]      Cf. n. 42 de este mismo capítulo.

 

[61]      Son aquéllos que «se encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles» (CT 44).

 

[62]      Son adultos movidos por la costumbre, faltos de una opción cristiana en profundidad: «El hecho de haber nacido en una familia o en un país de honda tradición cristiana no dispensa al creyente de hacer una opción libre por el Evangelio» (CC 42). El Directorio catequético general dice de ellos: «Ahora, más que de conservar sólo costumbres religiosas transmitidas, se trata de [...] obtener su re-conversión, de impartirles una profunda y madura educación en la fe» (DGC 6).

 

[63]      Se trata de un tipo nuevo de adulto, fruto «sin duda» del pluralismo ideológico reinante: «Es muy frecuente, también, entre nosotros el caso del adulto en el que, junto a rasgos de auténtica fe cristiana, aparecen «amalgamados con ella» creencias, valores, pautas de conducta, criterios de juicio... contrarios e incluso hostiles a la misma fe» (CC 98).

 

[64]      En el próximo capítulo precisaremos más estos dos acentos de la catequesis de adultos.

 

[65]      Veremos en su momento cómo la finalidad y las tareas de la catequesis de adultos buscan cubrir, precisamente, estas carencias.

 

[66]      La acción misionera, entre nosotros, deberá alcanzar a aquellos ámbitos humanos en los que la Iglesia está particularmente ausente: el mundo obrero, la emigración, el ámbito de la cultura y la universidad, amplios sectores rurales... La nueva evangelización (misionera, catequética y pastoral) debe llegar a esos ambientes. La catequesis deberá hacerse presente en los movimientos especializados de apostolado seglar que actúan en esos ámbitos: «Es fácil imaginar lo que supondría, para la propia renovación general de la catequesis española, una vigorosa acción catequética dentro de esos grupos apostólicos seglares a los que corresponde llevar a cabo una acción misionera en un mundo alejado de la Iglesia» (CC 53).

 

[67]      La educación en la fe es una tarea permanente que dura toda la vida. Es, por tanto, algo mucho más amplio y prolongado que esa primera formación básica que proporciona la catequesis: «La catequesis sólo es una forma peculiar de educar la fe. Tiene una función propia dentro de la amplia tarea de la educación de la fe. No debemos atribuirle, ni ella debe apropiarse, más campos y responsabilidades que el suyo propio» (CC 59).

 

[68]      En los conocidos «sumarios», el libro de los Hechos de los apóstoles nos describe la vida de las primitivas comunidades. Los cristianos «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a la oración» (Hch 2,42; cf. Hch 2,42-47. 4,32-37. 5,12-16).

 

[69]      «Un criterio, entre los más valiosos en el proceso de la catequesis de adultos, desdichadamente descuidado con frecuencia, es el representado por el compromiso de la comunidad que acoge y sostiene al adulto» (CACC 28).

 

[70]      En La catequesis de la comunidad hemos descrito así la acción pastoral: «A diferencia de la acción misionera y de la catecumenal, la acción pastoral es la que la Iglesia realiza con los fieles de la comunidad cristiana, comprende la acción litúrgica, el ministerio de la Palabra dirigido a la comunidad y la acción caritativa» (Anexo, p. 170).

 

[71]      Juan Pablo II habla de «la participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia-comunión» (ChL 18) y de «la corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia-misión» (ChL 32). Y añade: «La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa, a la vez, la fuente y el fruto de la misión. La comunión es misionera y la misión es para la comunión» (ChL 32).

 

[72]      «La formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin» (ChL 57).

 

[73]      La educación en la fe de las primeras edades se ha de ver como un proceso unitario y coherente: «Concebimos esta gran etapa formativa cristiana como un único proceso permanente de educación en la fe, en el que intervienen “en mutua interacción y complementariedad” varias acciones educativas» (CC 244).

 

[74]      El proceso de iniciación cristiana, cuando tiene su origen en el Bautismo de niños, adquiere características propias, distintas de la iniciación de los catecúmenos adultos: «Dada la venerable tradición de la Iglesia de dar el Bautismo a los niños, la iniciación cristiana entre nosotros hay que concebirla no tanto concentrada en un espacio limitado de tiempo, como sucede en el catecumenado de adultos, cuanto extendida a lo largo de las diferentes etapas del crecimiento del bautizado» (CC 104).

 

[75]      Las acciones educativas con las que se suscita y educa en la fe a niños, adolescentes y jóvenes son muy variadas: «La educación cristiana en la familia, los períodos intensivos de catequesis en la comunidad, la enseñanza religiosa escolar, la homilía dominical, la formación recibida en los movimientos, comunidades, grupos» (CC 244). La catequesis es elemento fundamental en esta educación, pero no único.

 

[76]      Al referirnos a la edad adulta se piensa en la etapa vital situada entre los veinticinco-sesenta y cinco años, aunque múltiples circunstancias hacen que muchos jóvenes, por las responsabilidades que han debido tomar, hayan accedido antes a dicha edad adulta.

 

[77]      Ya desde su XVIII Asamblea (julio 1973), el Episcopado español se planteó esta necesidad. Entre las líneas de acción que adoptó se señala: «Alentar la creación del catecumenado en las diócesis, no sólo para los adultos que se preparan al bautismo, sino para todos aquellos que no han tenido la debida iniciación cristiana» (Líneas de acción para la Conferencia Episcopal, n. 12).

 

[78]      «No es la catequesis de esta edad una preparación para la muerte, sino la preparación para una vida útil y digna, al servicio del bien común de la sociedad, incluso participando en la lucha por la justicia. En esta época, en efecto, se suele experimentar en propia carne la frágil justicia social de nuestro mundo, con sus frutos de soledad y marginación para el anciano» (CC 251).

 

[79]      «Nos preocupa seriamente la prioridad que se debe dar a los adultos en la acción catequética» (Mensaje de los obispos del sur de España a los catequistas, II).

 

[80]      «Es legítimo y obligado admitir que una comunidad no se puede decir acabadamente cristiana si carece de una catequesis orgánica de todos sus miembros, con ejercicio efectivo y cuidado, como opción central, de la catequesis de adultos» (CACC 25).

 

[81]      El Concilio abunda en esta misma razón: «Cada uno debe prepararse diligentemente para el apostolado, obligación que es más urgente en la edad adulta. Porque, con el paso de los años, el alma se abre mejor, y así puede cada uno descubrir con mayor exactitud los talentos con que Dios ha enriquecido su alma y ejercer con mayor eficacia los carismas que el Espíritu Santo le dio para bien de sus hermanos» (AA 30).

 

[82]      «Las aptitudes y disposiciones que alcanzan su perfección en la edad adulta, como la experiencia de la vida, la madurez de la personalidad [...] deben ser cultivadas e iluminadas por la palabra de Dios» (DGC 92).

 

[83]      «El desempeño de cargos en la vida social, las responsabilidades familiares, profesionales, civiles y políticas, piden de los adultos que perfeccionen su formación cristiana, de manera particular e idónea, en conformidad con la palabra de Dios» (DGC 92).

 

[84]      «El mundo en que los jóvenes están llamados a vivir y dar testimonio de la fe que la catequesis quiere ahondar y afianzar, está gobernado por los adultos: la fe de éstos debería igualmente ser iluminada, estimulada o renovada sin cesar con el fin de penetrar las realidades temporales de las que ellos son responsables» (CT 43).

 

[85]      En el marco de la XVIII Asamblea Plenaria del Episcopado Español (2-7 julio 1973), dedicada al tema de «La educación en la fe del pueblo cristiano», y del que fue ponente la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, ya se recalcaba esta razón: «Es tarea central y básica de la acción pastoral de la Iglesia la atención a la fe de los adultos. La educación de los niños y adolescentes tiende a hacer de ellos adultos en la fe y ha de contar necesariamente con la comunidad cristiana educativa adulta. A su vez, los adultos cristianos han de mostrar la madurez de su fe en su capacidad de diálogo responsable con las nuevas generaciones» (La educación en la fe del pueblo cristiano, n. 25).

 

[86]      «La referencia necesaria e inmediata de esta catequesis (con niños y adolescentes) es la comunidad cristiana adulta, de la que estos nuevos cristianos están llamados a formar parte. Cualquier otro planteamiento de la catequesis infantil sería parcial, reductivo y, por lo mismo, no tendría garantía de continuidad» (Mensaje de los obispos del sur de España a los catequistas, II).

[87]      Produjo gran eco entre nosotros la interpelación de Juan Pablo II en Granada (noviembre 1982): «Una minoría de edad cristiana y eclesial no puede soportar las embestidas de una sociedad crecientemente secularizada». El Directorio catequético general también tiene muy en cuenta los períodos críticos de la edad adulta (cf. DGC 92).

 

[88]      El individualismo del hombre moderno ha sido criticado por el Concilio: «La profunda y rápida transformación de la vida exige con suma urgencia que no haya nadie que, por despreocupación frente a la realidad o por pura inercia, se conforme con una ética meramente individualista» (GS 30).

 

[89]      El deseo de fraternidad humana brota de la dimensión social propia del hombre: «El hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (GS 12).

 

[90]      Juan Pablo II reclama una atención particular a los matrimonios jóvenes: «Para que la familia sea cada vez más una verdadera comunidad de amor es necesario que sus miembros sean ayudados y formados frente a los nuevos problemas que se presentan [...] Esto vale, sobre todo, para las familias jóvenes, las cuales, encontrándose en un contexto de nuevos valores y de nuevas responsabilidades, están más expuestas, especialmente en los primeros años de matrimonio, a eventuales dificultades» (Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio [FC] 69). «En la acción pastoral hacia las familias jóvenes la Iglesia deberá reservar una atención específica» (FC 69).

 

[91]      En La catequesis de la comunidad se insiste mucho en que sólo se puede vivir el Evangelio cuando se lo ha descubierto como si fuera un tesoro escondido: «Esto sólo es posible hacerlo con el que se ha visto cautivado por la novedad del Evangelio» (CC 45).

 

[92]      La aspiración del hombre hacia la trascendencia la describe así Juan Pablo II: «La conciencia de cada hombre, cuando tiene el coraje de afrontar los interrogantes más graves de la existencia humana, y en particular el del sentido de la vida, del sufrimiento y de la muerte, no puede dejar de hacer propia aquella palabra de verdad proclamada a voces por san Agustín: «Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (ChL 4).

 

[93]      Ya el Concilio indicó esta necesidad de comunicación para que el hombre se realice como persona: «A través del trato con los demás, de la reciprocidad de ayuda y del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación» (GS 25).

 

[94]      La facultad del adulto de relacionarse en profundidad con los demás ha sido recogida por el Directorio general de catequesis con estos términos: «Cuando el hombre llega a la edad adulta, normalmente se hace más capaz de comunión y de relaciones mutuas con los demás». «La catequesis [...] debe encender el deseo de establecer la comunión con cualquier hombre» (DGC 93). Es muy importante que la catequesis sepa educar este sentido comunitario, en unos momentos en los que la fuerza disgregadora del ambiente tiende a aislar al hombre: «En una sociedad donde la función educadora de la familia cristiana se ha debilitado notablemente y ha aumentado sobremanera la influencia disgregadora del ambiente, el creyente necesita sentirse realmente miembro de la gran Iglesia» (TDV 34). Se trata de saber suscitar «una vida eclesial y comunitaria intensa y estimulante» (TDV 34).

 

[95]      Los obispos del sur de España recuerdan la importancia de estos encuentros presacramentales para anunciar el Evangelio: «Son muchos los bautizados que solicitan de la Iglesia la recepción de sacramentos. En muchas de nuestras diócesis está establecido que a estas celebraciones precedan unas catequesis preparatorias. No pueden dejar de ser estos encuentros de catequesis ocasiones insustituibles para anunciar a Jesucristo de forma explícita a cuantos participan en ellos» (Mensaje a los catequistas, l b). Refiriéndose, en concreto, a los encuentros de preparación al matrimonio, Juan Pablo II afirma: «Una vez más se presenta en toda su urgencia la necesidad de una evangelización y catequesis prematrimonial y postmatrimonial puestas en práctica por toda la comunidad cristiana» (FC 68).

 

[96]      La catequesis de adultos debe estar muy vinculada a la celebración litúrgica: en nuestra acción catequética, los sacramentos se sitúan en el interior del proceso catequético «como hitos importantes del mismo, pero no necesariamente como meta final [...] En la catequesis de adultos, la celebración eucarística acompañará normalmente al proceso de catequización» (CC 104).

 

[97]      La catequesis de adultos ha de apoyarse en la responsabilidad educativa que el sacramento del matrimonio confiere a los padres: «El padre y la madre reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana en relación con los hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos» (ChL 62). La importancia de la familia en la nueva evangelización es incuestionable: «La futura evangelización depende en gran parte de la “Iglesia doméstica”. Esta misión apostólica de la familia está enraizada en el Bautismo y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual según el plan de Dios» (FC 52).

 

[98]      Homilía inaugural de su Pontificado (22-10-1978).

 

[99]      Entre las proposiciones que elaboraron los Padres sinodales, la n. 30 se refiere a la «Conveniencia de procesos catecumenales». En ella se afirma: «Poco a poco se toma conciencia de la necesidad de que, hoy, el proceso de catequización tenga inspiración catecumenal. Lo cual no significa necesariamente la institucionalización de tales procesos como catecumenado en sentido estricto» (cf. Actualidad catequética, n. 96, p. 99s). El Sínodo de 1977 afirmó que «el modelo de toda catequesis» es el catecumenado que culmina en el Bautismo. En efecto, según la tradición antigua, éste aparece como fuente de inspiración de toda forma de catequesis. Precisamente porque la catequesis de adultos trata de ser catequesis de la vida cristiana en su forma básica e integral, el proceso delineado por el catecumenado parece ser el más apropiado, y «aun sin considerarlo modelo exclusivo», se debería estimular en todas partes (CACC 66).

 

[100]    Pablo VI, en la audiencia general del 12 enero 1977, se expresaba así: «Cuando la sociedad era profundamente pagana (la preparación) precedía al Bautismo y se llamaba “catecumenado”. Pero en el ambiente social de hoy se necesita una iniciación en el estilo de vida propio del cristiano, posterior al Bautismo. He aquí la reaparición del término "catecumenado" que, ciertamente, no quiere invalidar la importancia de la vigente disciplina bautismal, sino que quiere aplicarla con un método de evangelización gradual e intensivo que recuerda y renueva, en cierta manera, el catecumenado de otros tiempos» (cf. L’Osservatore Romano, 16 enero 1977).

 

[101]    La Sagrada Congregación para el Culto Divino fue consultada sobre el alcance catequético y pastoral del c. IV del RICA. En su respuesta del 8 de marzo de 1973 afirma textualmente: «La situación psicológica de los católicos no catequizados puede ser similar a la de los catecúmenos. Por tanto, nada impide que su catequesis proceda según el mismo orden que la instrucción de los catecúmenos, teniendo, sin embargo, en cuenta que los sacramentos ya han sido recibidos». La Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, en La catequesis de la comunidad (CC 83-105), bajo el título «La inspiración catecumenal de la catequesis», ya hizo una aproximación al tema, refiriéndose a la acción catequética en general.

 

[102]    Juan Pablo II hace suya la Proposición II, que los Padres sinodales propusieron y que dice así, en lo que concierne a la catequesis: «Se recogerán grandes frutos pastorales si en las parroquias se instituye algo semejante a un catecumenado de catequesis postbautismal, la cual, con elementos tomados del Ritual de la iniciación cristiana de adultos, haga conocer las inmensas riquezas del bautismo ya recibido».

 

[103]    La distinta condición de los fieles cristianos y de los catecúmenos ha quedado recogida en el Código de Derecho Canónico, c. 204-205, a los que remitimos: aunque será un error interpretar esta distinción que hace el Código como una distinción meramente disciplinaria.

 

[104]    En la referida respuesta de la Sagrada Congregación para el Culto Divino se indica que «la catequesis se dirige y afecta al hombre entero; por eso puede ser muy útil si se ilustra y profundiza en ella mediante acciones litúrgicas». Hay que evitar, sin embargo, añade, aquellas acciones que son propias del no bautizado. Por ejemplo, «el rito con el que los adultos (bautizados) son recibidos en la comunidad» (RICA 300) debe distinguirse claramente del «rito por el que se agrega entre los catecúmenos a los que desean hacerse cristianos» (RICA 68). Se indican expresamente algunos ritos que no deben incluirse: el del «Effetha», la unción con el óleo de los catecúmenos, la unción del crisma, la imposición de la vestidura blanca y, por supuesto, el rito del agua. El adulto ya los recibió en su bautismo.

 

[105]    «Por todas estas razones, al referirnos a esos períodos de formación estrictamente catequética, preferimos hablar “aquí y ahora” de catequesis de inspiración catecumenal, más que de catecumenado en sentido estricto, expresión que conviene reservar para la institución oficial del catecumenado» (CC 105).

 

[106]    La catequesis de adultos en la comunidad cristiana incide en la misma opinión de no llamar catequesis de adultos a cualquier acción educativa que se realice con ellos: «Debe advertirse que no raras veces se tiene la impresión de una riqueza de iniciativas, pero dispersas o fragmentadas, que no corresponden a la identidad de la catequesis trazada hasta aquí» (CACC 59).

 

[107]    Catechesi tradendae describe las características de la catequesis al indicar que se trata de una formación «sistemática», «elemental», «completa» e «integral» de la fe (cf. CT 21).

 

[108]    «Esta formación cristiana “integral y fundamental” tiene como meta la confesión de fe» (CC 34). La catequesis de adultos en la comunidad cristiana define de modo similar a la catequesis de adultos, cuando dice: «A la luz de recientes documentos catequéticos de la Iglesia, se entiende la catequesis como un momento en el proceso total de evangelización. Y precisamente por lo que concierne a la catequesis de adultos, ella consiste en una primera profundización elemental, integral y sistemática de la fe recibida en el bautismo» (CACC 32).

 

[109]    La llamada de Dios a los hombres es un «llamamiento que dirige a cada uno» (CT 35): «En verdad, cada uno es llamado por su nombre, en la unicidad e irrepetibilidad de su historia personal, a aportar su propia contribución al advenimiento del reino de Dios» (ChL 56). «Esta acción de Dios es personal en cada catecúmeno, respetuosa del ritmo, peculiaridad e intensidad con que éste va respondiendo a la acción divina» (CC 109).

 

[110]    «Aunque estés aquí presente con el cuerpo, si estás ausente con la mente, no percibirás ninguna utilidad» (S. Cirilo de Jerusalén, Protocatequesis, 1).

 

[111]    «Debe ser una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita llegar a un fin preciso» (CT 21). «Esta formación orgánica y ordenada no puede quedar reducida a una simple serie de conferencias y de charlas» (DGC 96). «La apertura a la catequesis, iniciada por el bautismo, tiende no sólo a la catequesis ocasional, sino, sobre todo, a la catequesis sistemática: a lo que los Padres de la Iglesia llamaban “institución cristiana”» (Juan Pablo II, audiencia del 19 diciembre de 1984).

 

[112]    Una de las aportaciones mayores del Sínodo de 1977, sobre la catequesis, fue precisamente la insistencia en la necesidad de una catequesis orgánica. Esto «es lo que principalmente distingue a la catequesis de todas las demás formas de preimplicaciones pastorales: sentar la Palabra de Dios» (CT 21). Se trata, por tanto, de algo que afecta al carácter propio de la catequesis. «Insisto en la necesidad de una enseñanza orgánica y sistemática, dado que desde distintos sitios se intenta minimizar su importancia» (CT 21).

 

[113]    Hablando de la riqueza del acto catequético, el Directorio general de catequesis dice: «Cumple al mismo tiempo tareas de iniciación, de educación y de instrucción. Interesa en gran manera que la catequesis conserve esta riqueza de aspectos diversos, con tal que un aspecto no se separe de los demás con detrimento de ellos» (DGC 31).

 

[114]    «La catequesis es una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana» (CT 21). «La catequesis no consiste únicamente en enseñar la doctrina, sino en iniciar a toda la vida cristiana» (CT 33).

 

[115]    En La catequesis de la comunidad hemos analizado la diferencia entre el concepto pleno y el concepto restringido de catequesis (ver CC 78-81).

 

[116]    «Al hablar de la inspiración catecumenal de la catequesis nos referimos a que debe ser un proceso de iniciación cristiana integral» (Mensaje de los obispos del sur de España a los catequistas, II).

 

[117]    He aquí algunas «dicotomías» que una sana catequesis de adultos ha de saber integrar: adhesión de fe-conocimiento de fe; ortodoxia-ortopraxis de la fe (cf. CT 22); sentido comunitario y eclesial de la fe; la fe como don y como compromiso; compromiso eclesial y compromiso misionero... «En toda catequesis integral hay que unir siempre, de modo indisoluble, el conocimiento de la Palabra de Dios, la celebración de la fe en los sacramentos y la confesión de la fe en la vida cotidiana» (Sínodo 1977, Mensaje al Pueblo de Dios, 11).

 

[118]    En CC 97-100 hemos analizado este carácter fundamentador que tiene la catequesis: «La catequesis es un proceso de fundamentación» (CC 97). «La catequesis de adultos tratará siempre de fundamentar la fe cristiana, ya sea porque, en rigor, falte esa fundamentación, o porque sea inadecuada para la edad adulta, o porque sea necesario reactualizarla» (CC 100).

 

[119]    «La finalidad de la catequesis consiste en llevar al adulto por la senda de una educación básica e integral en la fe» (Juan Pablo II al Consejo Internacional para la Catequesis, el 29-10-88).

 

[120]    «La palabra genuinamente catequética transmite fundamentalmente los núcleos esenciales o sustancia vital del Evangelio» (Sínodo de 1977, Mensaje al Pueblo de Dios, n. 8). Se puede aplicar a los adultos necesitados de catequesis la expresión de la Carta a los Hebreos: «Necesitáis que alguien, de nuevo, os enseñe los primeros rudimentos de los oráculos divinos» (Heb 5,12). «Considera que la catequesis es como una especie de edificio que, si no se cava y se pone el fundamento, se perderá toda la primera labor efectuada» (S. Cirilo de Jerusalén, Protocatequesis, 10-11).

 

[121]    «Finalidad de la catequesis es también dar a los jóvenes catecúmenos aquellas certezas, sencillas pero sólidas, que les ayuden a buscar cada vez más y mejor el conocimiento del Señor» (CT 60).

 

[122]    Es bueno que lo común cristiano quede coloreado por el carisma «espiritual, teológico o pedagógico» de las diversas familias religiosas o de los diferentes carismas. Esto ha sido siempre tradicional en la Iglesia. Siempre ha habido un pluralismo legítimo en catequesis. Al fin y al cabo, el único Evangelio ha sido expresado en cuatro catequesis evangélicas diferentes.

 

[123]    Sobre el carácter temporal del proceso catequizador nos hemos expresado en CC 101. Entre otras cosas se dice que la catequesis «ha de limitarse en el tiempo por ser sólo iniciación».

 

[124]    Esta tendencia se dio también en el catecumenado antiguo, prolongando, por diversas razones, durante muchos años, la pertenencia al catecumenado, hasta el punto que era una de las razones por las que, en torno a Epifanía, acudía el obispo mismo a exhortar a la preparación inmediata al Bautismo.

 

[125]    Es la propia exhortación apostólica Catechesi tradendae la que llama a la catequesis «la escuela de la Iglesia» (CT 45).

 

[126]    A veces se utiliza la expresión «catequesis permanente». Esta expresión es verdadera si con ella queremos indicar que la fe ha de ser permanentemente educada o que la catequesis es una oferta permanente que hace la Iglesia a todos los cristianos necesitados de ella. También lo es cuando nos referimos a que la catequesis infantil o la de adolescentes no debe concluir con la recepción de la Eucaristía o de la Confirmación. Referida a adultos, la expresión «catequesis permanente» no es afortunada, pues podría darse a entender que un adulto debe estar en estado de catequesis constante, lo cual, «si observamos la praxis catecumenal de la Iglesia», no es cierto.

 

[127]    Acerca de la duración de un proceso catecumenal, el RICA afirma: «La formación pastoral de los catecúmenos se alargará cuanto sea necesario para que madure su conversión y su fe y, si fuere preciso, por varios años» (RICA 98). Las imágenes que utilizan los Santos Padres para hablar del catecumenado: «noviciado militar» (Tertuliano), «éxodo» (Orígenes) «gestación» (Clemente de Alejandría)... son imágenes que indican la necesidad de un tiempo prolongado. «Hace falta tiempo antes de ser admitido al Bautismo, porque es necesario que los cinco sentidos de nuestra alma sean espiritualizados» (Orígenes, Sobre la Pascua, 18). «Para una sólida formación catecumenal se necesita tiempo» (S. Clemente de Ale jandría, Strom., II 96).

 

[128]    «Los catecúmenos escucharán la Palabra durante tres años. No obstante, si alguno es celoso, no se juzgará el tiempo, sino que solamente será tomada en consideración la conducta» (S. Hipólito, Traditio apostolica, 16).

 

[129]    El mismo argumento sería válido para una catequesis con la tercera edad. Se trata de ayudar al cristiano a vivir, según el Evangelio, esta última gran etapa de la vida, asumiendo los compromisos cristianos más característicos de la referida etapa. Sería un error concebirla como una preparación para bien morir. Por eso, debería situarse, también, al comienzo de la tercera edad, entre los sesenta y cinco-setenta años.

 

[130]    Precisamente sobre esta parábola Juan Pablo II ha redactado su exhortación apostólica Christifideles laici, sobre los fieles laicos.

 

[131]    En el capítulo V se desarrollará este tema.

 

[132]    Todo lo concerniente a la figura del catequista de adultos será desarrollado en el capítulo IX. La originalidad de la relación del catequista con el catequizando, dentro del campo de lo que es una relación pedagógica, debe ser puesta muy de relieve. La grandeza de la tarea del catequista brota, entre otras cosas, de las características de esa relación.

 

[133]    «Todo lo que hace la Iglesia contribuye, de alguna manera, a educar la fe de los cristianos» (CC 57). «Toda actividad de la Iglesia tiene una dimensión catequética» (CT 49).

 

[134]    La relación de la catequesis con otras formas de educación en la fe la hemos desarrollado en CC 56-57.

 

[135]    La vinculación de la homilía con la catequesis ha sido muy bien expuesta por Catechesi tradendae: «Respetando lo específico y el ritmo propio de este cuadro (litúrgico), la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural» (CT 48).

 

[136]    Catechesi tradendae habla de «la necesaria diversidad de lugares de catequesis» (CT 67). Entre ellos están los movimientos de apostolado, «que conservan unos tiempos catequéticos» (CT 67). Ver también CT 70, dedicado al tema. Hablando de la catequesis en las diversas asociaciones de apostolado seglar, La catequesis de la comunidad dice: «Para que esta acción apostólica seglar sea verdadera vivencia de la fe eclesial, no podrán las mismas organizaciones prescindir de la dimensión catequética en sus planes de formación. Partiendo de la vida y de la misma dinámica del movimiento concreto tiene que irse, progresivamente, ayudando a los miembros a madurar en su fe e ir solidificando continuamente la propia síntesis de fe» (CC 281).

 

[137]    «Hay que tener en cuenta que esta cooperación es necesaria desde el comienzo, es decir, desde el momento en que se inician los estudios y planes de la organización del trabajo pastoral» (DGC 129).

 

[138]    «Mientras la catequesis, a través de la iniciación, enseñanza y educación en los fundamentos de la fe, tiene por objetivo la adhesión madura a la persona de Cristo (obsequium fidei), lo que pretende la teología es hacer crecer en la inteligencia, como tal, de la fe (intellectus fidei) (CC 73).

 

[139]    Éste es el aspecto en que se fija La catequesis de adultos en la comunidad cristiana para distinguir la formación catequética de la enseñanza teológica. En concreto, afirma que la catequesis «se distingue también de la instrucción religiosa formal (Formal Religious Education), que va más allá de los elementos basilares de la fe, con cursos más sistemáticos y especializados» (CACC 32).

 

[140]    Ya en la Asamblea XVIII del Episcopado Español (julio 1973), la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis se hacía eco de esta necesidad: «Sin un esfuerzo serio y responsable de toda la Iglesia española en un pensamiento teológico que esté en comunicación con la praxis pastoral y la nueva cultura, la crisis eclesial difícilmente tendrá una salida fecunda y en un mundo como el nuestro no podrán afrontarse los problemas del Ministerio de la Palabra y ni siquiera ser percibidos y planteados honradamente» (La educación en la fe del pueblo cristiano, n. 15).

 

[141]    El Código de Derecho Canónico nos recuerda la importancia de estas catequesis presacramentales: «Procure el párroco que se imparta una catequesis adecuada para la celebración de los sacramentos» (c. 771,1). El Directorio Catequético General recoge la importancia de este tema entre las formas particulares de catequesis de adultos: «La catequesis que hay que impartir con ocasión de los principales acontecimientos de la vida, como son el matrimonio, el Bautismo de los hijos, la Primera Comunión y Confirmación [...] Estos son los momentos en los que los hombres se sienten mayormente impelidos a buscar el verdadero sentido de la vida» (DGC 96).

 

[142]    «Esta catequesis ocasional, tan necesaria en nuestras comunidades, participa de la noción de catequesis porque «normalmente» tiene ella también una cierta sistematicidad, aunque se refiera sólo a un tema concreto» (CC 96). Entendemos que los organismos diocesanos de catequesis deben colaborar con otros secretariados (de Liturgia, de Pastoral Social, de Apostolado Seglar, de Pastoral Familiar...), en la elaboración y difusión de estas catequesis ocasionales, que han de ser ofrecidas a las comunidades cristianas. No es algo que deba asignársele, como exclusivamente propio, a los secretariados de catequesis, encargados más directamente de la promoción y coordinación de la catequesis orgánica.

 

[143]    En La catequesis de la comunidad (CC 106-139) se ha tratado de fundamentar la naturaleza de la catequesis en la concepción de la revelación y de la tradición expuestas en la constitución Dei Verbum, del Concilio Vaticano II. En concreto se afirma: «Es importante que, entre nosotros, la acción catequética se vea fecundada por la concepción conciliar de la tradición» (CC 136).

 

[144]    «Prelados y fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de fe recibida» (DV 10). «Todo el Pueblo santo de Dios conserva fielmente este depósito» (Cat III 105).

 

[145]    El carácter activo de la conservación del Evangelio en la Iglesia ha sido subrayado por el Concilio: «Esta tradición, que viene de los apóstoles, progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo, como quiera que crece la inteligencia lo mismo de las cosas que de las palabras transmitidas, ora por la contemplación y estudio de los creyentes que las meditan en su corazón, ora por la íntima inteligencia que experimentan las cosas espirituales, ora por la predicación de quienes, a par de la sucesión del episcopado, recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, que la Iglesia, en el correr de los siglos, tiende a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella se consumen las palabras de Dios» (DV 8).

 

[146]    «A fin de que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los apóstoles dejaron por sucesores suyos a los obispos, transmitiéndoles su propio cargo de magisterio» (DV 7). «La función de interpretar auténticamente la palabra de Dios, escrita o tradicional, sólo ha sido confiada al magisterio vivo de la Iglesia» (DV 10).

 

[147]    El Concilio Vaticano II expresa bellamente la carga afectiva implicada en la conservación viva del Evangelio: «La Iglesia custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo» (LG 64).

 

[148]    «La evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia» (EN 14).

 

[149]    «El Señor confía el Evangelio a la Iglesia no para esconderlo, sino para transmitirlo: «Yo recibí del Señor lo que os he transmitido» (1 Cor 11,23). Todo eso le ha sido confiado (a la Iglesia). Es ni más ni menos que el contenido del Evangelio y, por consiguiente, de la evangelización, que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo» (EN 15).

 

[150]    El Concilio define a la tradición como la entrega por parte de la Iglesia de todo lo que ella es: «La Iglesia en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que es, todo lo que cree» (DV 8). Este texto ha sido recogido también por DGC 13. Cat III define así la tradición: «La palabra tradición significa, en general, la acción de entregar o transmitir algo a alguien. La Iglesia designa con este término la entrega o transmisión a las generaciones cristianas de la revelación que Dios ha hecho de Sí mismo en Cristo, y que ella recibió de los Apóstoles» (cf. p. 101).

 

[151]    Cat III 101.

 

[152]    «El ministerio de la palabra no es una mera repetición de la doctrina del pasado, sino su reproducción fiel con una adaptación a problemas nuevos y una creciente inteligencia de ella» (DGC 13). «Para que la inteligencia de la revelación se haga cada vez más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones» (DV 5). «Dios sigue hablando sin intermisión con la esposa de su Hijo amado» (DV 8).

 

[153]    S. Agustín, De symbolo: sermo ad catechumenos, 212.

 

[154]    S. Pablo tenía plena conciencia de que al transmitir el Evangelio ejercía una función maternal: «He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús» (1 Co 4,15). «Te ruego en favor de mi hijo, Onésimo, a quien engendré entre cadenas» (Flm 10). (Ver también Ga 4,19; 1 Ts 2,11).

 

[155]    Los Santos Padres asimilan, frecuentemente, la formación catecumenal a una gestación de la Iglesia, que da a luz a sus hijos en la pila bautismal. Por ejemplo, S. Gregorio Magno dice: «Después de haber sido fecundada, concibiendo a sus hijos por el ministerio de la predicación, la Iglesia les hace crecer en su seno con sus enseñanzas» (ML 76,108). S. Agustín, por su parte, dice dirigiéndose a los catecúmenos: «Aunque todavía no hayáis nacido, habéis sido ya concebidos y vais a ser alumbrados en la fuente bautismal como en el seno de la Iglesia» (Sermones ad competentes, 56 IV 5).

 

[156]    Metodio de Olimpia, por ejemplo, apunta a esta acción maternal de los catequistas cuando educan en la fe a los cristianos más inmaduros: «Respecto a los que son todavía imperfectos (en la vida cristiana), son los más maduros los que les forman y les dan a luz como en una acción maternal» (Symposium, 111,8). El Concilio Vaticano II, en nuestros días, repite la misma idea: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno con el que es necesario estén animados todos los que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a regenerar a los hombres» (LG 65).

 

[157]    En Testigos del Dios vivo, los obispos españoles hemos constatado este debilitamiento del sentido eclesial: «No faltan cristianos y aun grupos o movimientos que por excesivo personalismo o por la influencia de una crítica permanente y sistemática llegan a perder o a debilitar excesivamente el afecto eclesial y la comunicación real con la Iglesia concreta de la que forman parte» (TDV 33).

 

[158]    La grandeza de la Iglesia es que, a pesar de sus limitaciones, ha sido siempre fiel al hecho de transmitir el Evangelio a lo largo de la historia: «Esto es lo que caracteriza más profundamente a la Iglesia: haber transmitido y ofrecido sin cesar, desde el tiempo de los Apóstoles y de generación en generación, la fe en Jesucristo y, por ella, la comunión de vida y amor con Dios a todos los hombres» (Cat III 104).

 

[159]    Sobre la necesidad de intensificar hoy, entre nosotros, el conocimiento y la estima de la Iglesia cabe recordar lo siguiente: «Es preciso que caigamos en la cuenta de la naturaleza esencialmente eclesial de nuestra fe personal, desarrollando el conocimiento y la estima de la Iglesia como fuente y matriz permanente de la fe» (TDV 32). Los criterios de eclesialidad para las asociaciones de fieles, que Juan Pablo II describe en Los fieles laicos, deben aplicarse, en su medida, a los grupos de catequesis de adultos. Estos criterios son los siguientes: «El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad», «La responsabilidad de confesar la fe católica», «El testimonio de una comunión firme y convencida con los pastores de la Iglesia», «La conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia», «El comprometerse en una presencia en la sociedad humana» (ChL 30).

 

[160]    «En nuestras circunstancias, la catequesis de adultos constituye una necesidad de primer orden» (CC 37). «No es excesivo afirmar que la existencia de auténticas catequesis de adultos es todavía una gran laguna en la pastoral de la Iglesia en España» (CC 38).

 

[161]    La importancia de la Iglesia particular ha sido puesta de relieve reiteradamente por Pablo VI: «La apertura a las riquezas de la Iglesia particular responde a una sensibilidad especial del hombre contemporáneo» (EN 62). «Una legítima atención a las Iglesias particulares no puede menos de enriquecer a la Iglesia. Es indispensable y urgente. Responde a las aspiraciones más profundas de los pueblos y de las comunidades humanas de hallar cada vez más su propia fisionomía» (EN 63).

 

[162]    Es conveniente recordar cómo define el Concilio a la diócesis: «La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación del presbiterio, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica» (Conc. Vat. II, Decr. Christus Dominus [CD] 11).

 

[163]    Teodoro de Mopsuestia, Homilías catequéticas, 15.

 

[164]    Christifideles laici, la exhortación de Juan Pablo II sobre los fieles laicos, está estructurada según esta doble dimensión de comunión y misión, íntimamente unidas: «La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí» (ChL 32).

 

[165]    La inculturación del Evangelio es tarea esencial de la Iglesia particular: «Las Iglesias particulares profundamente amalgamadas no sólo con las personas, sino también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo que distinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después, de anunciarlo en ese mismo lenguaje» (EN 63).

 

[166]    «La Iglesia [...] no disminuye el bien temporal de ningún pueblo, antes al contrario, fomenta y asume, y al asumirlas las purifica, fortalece y eleva todas las capacidades, riquezas y costumbres de los pueblos en lo que tienen de bueno» (LG 13). «Dichas Iglesias reciben de las costumbres y tradiciones, de la sabiduría y doctrina, de las artes e instituciones de sus pueblos, todo lo que puede servir para confesar la gloria del Creador, para ensalzar la gracia del Salvador y para ordenar debidamente la vida cristiana» (AG 22).

 

[167]    Se trata de «transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación» (EN 19).

 

[168]    Ver el capítulo II de este documento: «La catequesis de adultos dentro del proceso evangelizador».

 

[169]    «El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural» (EN 63). «La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su “lengua”, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea y no llega a su vida concreta» (EN 63).

 

[170]    Juan Pablo II, recogiendo las aportaciones del Sínodo sobre el laicado (1987), insiste en una formación que tenga muy en cuenta la cultura local: «En la labor formativa se deberá reservar una atención especial a la cultura local, según la explícita invitación de los Padres sinodales: «La formación de los cristianos tendrá máximamente en cuenta la cultura humana del lugar, que contribuye a la misma formación, y que ayudará a juzgar tanto el valor que se encierra en la cultura tradicional como aquel otro propuesto en la cultura moderna. Se preste también la debida atención a las diversas culturas que pueden coexistir en un mismo pueblo y en una misma nación» (ChL 63).

 

[171]    Las dificultades, a veces existentes, entre teólogos y pastores se obviarían con una mayor presencia de los obispos en la dirección de la acción catequética, de modo que se provocara una mayor reflexión del quehacer cristiano por parte del servicio teológico de la Iglesia particular.

 

[172]    El Concilio recomienda a los obispos la preocupación por la catequesis: «Vigilen para que se dé con diligente cuidado la formación catequética» (CD 14). «En el ejercicio de su deber de enseñar anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que descuella entre los principales de los obispos, llamándolos a la fe por la fortaleza del Espíritu o afianzándolos en la fe viva» (CD 12).

 

[173]    Pablo VI subraya muy bien el carácter eclesial de toda acción evangelizadora: «Ningún evangelizador es el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus Pastores» (EN 60).

 

[174]    La catequesis de adultos en la comunidad cristiana recomienda encarecidamente la organización de este Servicio diocesano de catequesis de adultos: «Dada la importancia y la complejidad, a un mismo tiempo, de la tarea, se recomienda que el obispo encargue a una o más personas para que dirijan y coordinen las diversas iniciativas de catequesis de adultos en la diócesis. Es útil recordar que, en algunos países, los laicos preparados prestan un válido servicio a nivel diocesano y parroquial como directores de la catequesis de adultos. Su contribución debe ser alentada y sostenida» (CACC 82).

 

[175]    «El término “inculturación”, además de ser un hermoso neologismo, expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación» (CT 53).

 

[176]    «La catequesis es un instrumento de inculturación, es decir, que desarrolla y, al mismo tiempo, ilumina desde dentro las formas de vida de aquéllos a quienes se dirige. La fe cristiana ha de encarnarse en las culturas por medio de la catequesis. La verdadera “encarnación” de la fe por medio de la catequesis supone no sólo el proceso de “dar”, sino también de “recibir”» (Sínodo 1977, sobre la catequesis, MPD 5).

 

[177]    «La catequesis, para mantenerse fiel a su carácter propio dentro del proceso total de la evangelización, ha de ser un servicio a la unidad de la confesión de fe» (CC 75).

 

[178]    «Esta variedad es requerida también, en un plano general, por el medio sociocultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética» (CT 51). Ya hemos indicado cómo hemos de avanzar en este pluralismo cultural de la catequesis.

 

[179]    En el capítulo segundo se han indicado, en esta línea, los diferentes tipos de destinatarios de la catequesis. Insistiremos en ello en el capítulo dedicado a la pedagogía. Esta diversidad de la catequesis, según la diferente madurez de fe y otras circunstancias personales, ha sido recordada por Juan Pablo II: «El grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación en la fe» (CT 51).

 

[180]    A propósito de los carismas, el Concilio manifiesta: «Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia» (LG 12). Y añade a quién corresponde juzgar de su autenticidad: «El juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1 Ts 5,12.19-21)» (LG 12).

 

[181]    Hablando de las dificultades de convergencia que, a veces, se dan entre algunas familias catecumenales, La catequesis de la comunidad afirma lo siguiente: «La acción catequética de una Iglesia diocesana, hoy, no puede quedar a merced del pluralismo teológico, contemplando cómo se establecen procesos formativos o itinerarios catecumenales basados en inspiraciones teológicas que no favorecen la convergencia en la necesaria unidad de la profesión de fe» (CC 76).

 

[182]    Estas Orientaciones pastorales quieren ayudar, precisamente, a conseguir este fin.

 

[183]    Recordemos también los entrañables textos del Nuevo Testamento, que hablan del espíritu de comunión propio de los discípulos de Cristo: «En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros» (Jn 13,35). «Tenían un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). «Habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Jn 10,16).

 

[184]    La comunidad cristiana es la realización histórica del don de la comunión, concedido por Dios: «La comunión, en efecto, se refiere a los bienes que surgen de la vida trinitaria y unen a todos los creyentes. Mientras que la comunidad es la realidad histórica y visible de la Iglesia, hecha de palabras, de signos, de estructuras, de iniciativas prácticas, de relaciones personales que brotan de la comunión» (CC 254).

 

[185]    Para una explicación más detallada de estos diferentes ámbitos comunitarios en que se puede realizar la catequesis de adultos, ver el apartado «La catequesis se realiza a través de diversos ámbitos comunitarios» (CC 267-282).

 

[186]    CC 268-271.

 

[187]    CC 281-282.

 

[188]    CC 281-282.

 

[189]    Juan Pablo II: Mensaje a los líderes de las comunidades de base del Brasil. Ver también Los fieles laicos, n. 61 y La catequesis de la comunidad, 277-280. De las comunidades eclesiales de base, Pablo VI dice, entre otras cosas: «Son destinatarias privilegiadas de la evangelización» (EN 58). «Nacen de la necesidad de vivir con más intensidad la vida de la Iglesia» (EN 58). «Se da en ellas la búsqueda de una dimensión más humana que difícilmente pueden ofrecer las comunidades eclesiales más grandes, sobre todo en las metrópolis urbanas» (EN 58).

 

[190]    Ya el Concilio había recordado esta responsabilidad común de la comunidad cristiana en la transmisión de la fe: «Esta iniciación cristiana durante el catecumenado no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles» (AG 14). Esta presencia activa de toda la comunidad cristiana respecto a los catecúmenos es igualmente necesaria cuando se trata de la catequesis de adultos con bautizados: «Como a los catecúmenos, también a estos adultos debe ofrecer la comunidad de los fieles su ayuda con caridad fraterna» (RICA 298).

 

[191]    El aspecto maternal de la comunidad cristiana ha sido muy bien recogido por el Concilio: «La comunidad eclesial ejerce [...] una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo» (PO 6).

 

[192]    El RICA (n. 41) enumera con detalle las diversas tareas que, a lo largo de la formación, debe realizar la comunidad con los catecúmenos. La catequesis de adultos con bautizados tiene derecho a esperar de la comunidad cristiana donde se realiza un apoyo análogo.

 

[193]    Es el propio Juan Pablo II quien, recogiendo el sentir sinodal, recomienda vivamente la renovación de las parroquias: «Los Padres sinodales han considerado atentamente la situación actual de muchas parroquias solicitando una decidida renovación [...] Para que todas estas parroquias sean verdaderamente comunidades cristianas, las autoridades locales deben favorecer: a) La adaptación de las estructuras parroquiales, con la amplia flexibilidad que concede el derecho canónico, sobre todo promoviendo la participación de los laicos en las responsabilidades pastorales; b) Las pequeñas comunidades eclesiales de base, también llamadas comunidades vivas, donde los fieles puedan comunicarse mutuamente la Palabra de Dios y manifestarse en el recíproco servicio y en el amor» (ChL 26).

 

[194]    El Concilio expresa la necesidad de una «educación en el espíritu de la comunidad» (PO 6); hablando de la importancia del grupo, el Directorio general de catequesis dice: «Tratándose de adultos, el grupo puede ser considerado hoy como la condición de una catequesis que se proponga fomentar el sentido de la corresponsabilidad cristiana» (DGC 76).

 

[195]    Otra pista posible para determinar las actitudes evangélicas básicas que configuran a una comunidad cristiana es el referirse al famoso himno al amor fraterno de S. Pablo, recogido en el capítulo XIII de la Primera carta a los corintios.

 

[196]    La catequesis de adultos en la comunidad cristiana, del Consejo Internacional para la Catequesis, señala «igualmente» las tres dimensiones de la finalidad de la catequesis: la conversión al Señor; la pertenencia a la comunidad cristiana; ser cristianos en el mundo (cf. CACC 36-38).

 

[197]    Recordemos que el propio Jesús veló por la autenticidad de la confesión de fe de sus discípulos: «No todo el que dice “¡Señor!” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21).

 

[198]    Obviamente no se pretende en este capítulo señalar todos los elementos que la catequesis de adultos debe integrar. Se recuerdan sólo algunos aspectos que se deben cuidar, hoy especialmente.

 

[199]    RICA, Observaciones generales, n. 3. Cat III nos recuerda también lo mismo: «La gran Tradición de la Iglesia ha llamado al Bautismo sacramento de la fe» (cf. p. 231).

 

[200]    Cf. RICA 220.

 

[201]    Recordemos, una vez más, que el catecumenado bautismal es el modelo en el que la catequesis de adultos debe inspirarse: «El modelo de toda la catequesis es el catecumenado bautismal, formación específica que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual» (MPD 8).

 

[202]    Cf. Cat III p. 87.

 

[203]    Es conocida la explicación de S. Agustín sobre el alcance del credere in Deum (creer en Dios) como distinto y más profundo que el mero credere Deum (creer que Dios existe) o el credere Deo (creer a Dios que nos revela algo). Sólo el credere in Deum expresa la entrega libre y total del hombre a Dios. Ver en S. Agustín, ln loannem, tract. 20,6; ln psalmum 77, n. 8. En el s. XIII, S. Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino se atendrán a esta triple acepción del «Creo» y la desarrollarán metódicamente. «He aquí la regla de nuestra fe: Dios Padre, no creado y Creador del universo; así es el primer artículo. El segundo artículo se refiere al Verbo de Dios, Cristo Nuestro Señor, que se hizo hombre como nosotros, y que aparecerá al fin de los tiempos para recapitular todas las cosas. El tercero se refiere al Espíritu Santo, gracias al cual los profetas profetizan y que al final ha descendido de una manera nueva sobre toda la humanidad» (S. Ireneo, Demostración de la predicación apostólica, 6-7).

 

[204]    La confesión de fe tiene así, al mismo tiempo, una dimensión doxológica, de alabanza y acción de gracias a Dios, y una dimensión martirial, de testimonio y confesión de fe ante los hombres. La Eucaristía y la Confirmación van a acentuar estas dimensiones ya incluidas en el Bautismo. En rigor, la meta de la catequesis, que es la confesión adulta de la fe, viene pedida por los tres sacramentos de la iniciación cristiana. «La catequesis, para educar al catecúmeno en el sentido de la nueva existencia recibida en el Bautismo, lo inicia en la profesión de la fe cristiana, en la que se expresa la razón de su esperanza y la raíz de su existir» (CC 164).

 

[205]    Es así, precisamente, como Pablo VI ha llamado al último símbolo oficial de la Iglesia: El Credo del pueblo de Dios.

[206]    Teodoro de Mopsuestia, en una de sus homilías catequéticas, concluye su explicación de la profesión de fe con las siguientes palabras: «Yo creo y soy bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dentro de una única, santa y católica Iglesia» (Décima homilía catequética, n. 19).

 

[207]    Éstos son los epítetos que utiliza S. Cipriano refiriéndose a la fe de la Iglesia. Cf. Epist 73, c. II. La fe de la Iglesia tuvo su primera expresión en la confesión de S. Pedro cerca de Cesarea de Filipo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». De ella dice Santo Tomás: «Oh feliz confesión, no dictada por la carne ni la sangre, sino revelada por el Padre celestial. Ella, en la tierra, es la que fundó la Iglesia» (En Catena super Matthaei Evangelium).

 

[208]    Tertuliano, por ejemplo, se expresa de esta forma: «Quien haya sido interrogado en la tierra y haya confesado se llevará con él las llaves del cielo [...] La persecución es el elemento indispensable de toda confesión [...] La persecución se consume en la confesión» (Scorpiace, c. 10).

 

[209]    CT insiste en esta idea: «La finalidad de la catequesis es la de ser un período de enseñanza y madurez, es decir, el tiempo en que el cristiano, habiendo aceptado por la fe la persona de Jesucristo como el solo Señor y habiéndose prestado una adhesión global con la sincera conversión del corazón, se esfuerza por conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto» (CT 20). El RICA, en el momento de la signación, cuando el catecúmeno recibe la señal de la cruz de Cristo, indica cómo el celebrante debe hacer esta recomendación al que empieza la formación catecumenal: «Aprende ahora a conocerle y seguirle» (RICA 83). Toda la finalidad de la catequesis se encierra en este objetivo. El propio Concilio ya lo había expresado lapidariamente al definir en qué consiste el catecumenado, «con el que los discípulos se unen a Cristo su Maestro» (AG 14). La finalidad de la catequesis de adultos es establecer esta unión, esta vinculación, del hombre con Jesucristo. El verbo que utiliza el Concilio, coniungere, apunta a la hondura de la vinculación que se pretende. Es análoga a la que une a los «cónyuges» en matrimonio.

 

[210]    Ésta es una afirmación reiterada en Dei Verbum: «Jesucristo es mediador y plenitud de toda la revelación» (DV 2). «Jesucristo lleva a plenitud toda la revelación» (DV 4). Es el propio Jesús el que muestra a los discípulos de Emaús que todas las Escrituras apuntan a Él como a su centro: «Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue mostrando cada una de las Escrituras que se referían a Él» (Lc 2,27).

 

[211]    S. Pedro, en su primer discurso, lo afirma claramente: «Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (2,36).

 

[212]    Fil 2,11: «Que toda lengua confiese que Jesucristo es Señor». Rm 10,9: «Si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo».

 

[213]    Cf. también Lc 4,18; 10,21...

 

[214]    «Con la resurrección de Jesucristo han comenzado ya los últimos tiempos anunciados por los profetas: en ella tuvo lugar la máxima efusión del Espíritu Santo» (Catecismo III p. 160).

 

[215]    Cf. S. Agustín, Serm. 268,2; PL 38,1232. S. Juan Crisóstomo, In Ep. hom., 9,3; PG 62,72. Dídimo Alef, De Trin. 2,1; PG 39,449.

 

[216]    S. Agustín incide en la misma idea: «Alegrémonos: hemos sido hechos no solamente cristianos, sino Cristo» (In Evang. Ioan. 21,8).

 

[217]    «No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (EN 22).

 

[218]    «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre» (Símbolo niceno-constantinopolitano). «Los Padres del Sínodo estuvieron bien inspirados cuando pidieron que se evite reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a una dimensión meramente terrestre, y que se le reconociera más bien como el Hijo de Dios, el mediador que nos da libre acceso al Padre en el Espíritu» (CT 29). «No basta predicar un seguimiento de Jesús, fijándose sólo en su vida terrena, considerándolo solamente como mero profeta y pretendiendo hacer de Él casi únicamente un reformador de la historia; Jesús muere, sin duda, a manos de los poderes injustos de este mundo. Pero esta muerte, interpretada desde la fe cristiana, es en último término la culminación de la entrega irrevocable que Dios hace de su Hijo al mundo para su salvación» (TDV 19). Ver también, en este mismo sentido, CC 171.

 

[219]    Éstas son, precisamente, las características que la Iglesia debe asumir para continuar la misión de Cristo: «Como esta misión continúa y desarrolla en el de curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia, a impulsos del Espíritu Santo, debe caminar por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación hasta la propia muerte» (AG 5).

 

[220]    Cf. Mt 14,23; Mc 1,35; Lc 5,16. 6,12. 9,18...

 

[221]    El ordinario de la misa cuida también este aspecto. La Iglesia desea que nuestra confianza en la protección de Dios, a lo largo de toda nuestra vida, se alimente y se mantenga «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». La verdad os hará libres reconoce, sin embargo, lo siguiente: «Se debe reconocer que últimamente se ha debilitado la conciencia cristiana de las realidades últimas» (VL 49).

 

[222]    En La catequesis de la comunidad hemos sintetizado las diferentes dimensiones de la vinculación a Cristo con estas palabras: «Esta iniciación en el seguimiento de Cristo implica adherirse a su persona, descubrir en profundidad su mensaje, adoptar su estilo de vida, celebrar su presencia en los sacramentos, reunirse “en su nombre” en una comunidad de discípulos, prepararse para participar en su envío misionero y esperar su venida gloriosa» (CC 124). Propiamente hablando, en una auténtica vinculación a Jesucristo se encierra toda la vida cristiana. La meta de la catequesis no es otra que lograr tal vinculación.

 

[223]    Jesús decía continuamente: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado» (Jn 7,16); «Yo vivo para el Padre» (Jn 6,57); «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4,34). Dios y su reinado son tan importantes para Jesús que «todo se convierte en lo demás» (EN 8).

 

[224]    «El nombre del Padre, por el mero hecho de llamarse así, ya nos trae a la memoria la noticia del Hijo, del mismo modo que el que nombra al Hijo piensa también, al mismo tiempo, en el Padre» (S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 7,6).

 

[225]    «La estructura de todo el contenido de la catequesis debe ser teocéntrico-trinitaria: por Cristo al Padre en el Espíritu» (DGC 41).

 

[226]    «La catequesis ha de desarrollar con cuidado el “oído” del catecúmeno para hacerle sensible a la acción de Dios en él. Es bueno que frecuentemente, en el silencio de un clima religioso, el cristiano sepa formular esta pregunta fundamental: “¡Señor!, ¿qué quieres que haga?, ¿qué me pides en este momento de mi vida?”» (CC 208).

 

[227]    «Sabemos de verdad quién es Dios al recordar, desde el fondo de nuestro corazón, sus actuaciones salvadoras en la historia de los hombres. Hasta tal punto esto es así que la Biblia designa a Dios con nombres vinculados a hombres históricos, a quienes eligió especialmente para establecer su Alianza con todos los hombres. Dios es llamado: «El Dios de Abraham, Isaac y Jacob». «El Dios que liberó a Israel de Egipto». El nombre principal de Dios para los cristianos es: «El Padre de nuestro Señor Jesucristo, que lo resucitó de entre los muertos» (Cat III p. 97).

 

[228]    Para un desarrollo de estos rasgos de Dios, ver la carta pastoral de los obispos de Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria: Creer hoy en el Dios de Jesucristo, 1986, III.

 

[229]    Ver CC 109 y 208.

 

[230]    «Es todavía frecuente entre nosotros emplear en la catequesis un lenguaje positivista que, al “objetivar” o “cosificar” el misterio de Dios, diluye el lenguaje simbólico en el que se nos ha comunicado la Revelación divina» (CC 116).

 

[231]    En La catequesis de la comunidad se afirma lo siguiente: «Los rasgos más “originales” de Dios con quien Jesús se relaciona como Hijo y con quien es “una sola cosa” (Jn 10,30), se abren paso a través de la conducta del Hijo del hombre: detrás de su presencia y de su hacer descubrimos quién y cómo es Dios» (CC 178). En concreto, en este texto se hace ver cómo la conducta de Jesús con los pecadores, su actitud de «no-violencia» ante los poderes de este mundo, su acercamiento a los marginados, su entrega en obediencia al Padre... dejan traslucir la idea que Jesús tenía de Dios, idea a la que la catequesis debe acercar (ver CC 178).

 

[232]    «Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo» (Plegaria eucarística III). «Reúne, Señor, a tu santa Iglesia en el reino que le tienes prometido» (Didaché). «Como mi Padre me envió, también Yo os envío» (Jn 20,21).

 

[233]    Es conveniente recordar la dimensión trinitaria subyacente al misterio de la Iglesia (LG 2-4). El Concilio concluye, así, su visión: «Así se manifiesta toda la Iglesia como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4). Esta conexión de la unidad de la Iglesia con la unidad de la Trinidad ha sido desarrollada por los Santos Padres. Ver: S. Cipriano, Deorat. dom. 23; PL 4,553. S. Agustín, Serm. 7 1,20,33; PL 38,463. S. Juan Damasceno, Adv. iconocl., 12; PG 96,1358.

 

[234]    «Todo proceso catequético, en cualquier edad y situación, debe suponer para quien lo hace una verdadera experiencia de Iglesia» (CC 253).

 

[235]    Sínodo extraordinario 1985, Relación final II C, 1.

 

[236]    Juan Pablo II, comentando la doctrina del Concilio sobre la eclesiología de comunión, afirma: «La realidad de la Iglesia comunión es entonces parte integrante, más aún representa el contenido central del misterio, o sea, del designio divino de salvación de la humanidad» (ChL 19).

 

[237]    La vinculación de la comunión y la misión ha sido expresada por Juan Pablo II con estas palabras: «La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera. En efecto, Jesús dice a sus discípulos: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino Yo os he elegido a vosotros, y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). «La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí» (ChL 32).

 

[238]    «Los pastores han de reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental en el bautismo y en la confirmación, y para muchos de ellos en el matrimonio» (ChL 23).

 

[239]    Ha sido S. Pablo quien mejor ha descrito este amor de Cristo a la Iglesia: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla [...] y presentársela a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).

 

[240]    Ver, en el capítulo V, lo que hemos dicho acerca de la dificultad de desarrollar el auténtico sentido eclesial.

 

[241]    Convendría meditar detenidamente este texto conciliar sobre la común dignidad de todos los miembros de la Iglesia: «Es común la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección; una sola salvación, una sola esperanza y una indivisa caridad [...] Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG 32).

 

[242]    Cuesta hacer descubrir a los adultos que la Jerarquía es buena noticia para la Iglesia, un don que Cristo le hace para servicio de la unidad, a fin de que «todos tiendan libre y ordenadamente a un mismo fin» (LG 18). A veces este descubrimiento es selectivo: hay quienes se presentan muy devotos del Papa, pero prescinden de su obispo local; o «se seleccionan las enseñanzas del Magisterio, acogiendo unas con entusiasmo y dejando otras en la sombra» (TDV 39).

 

[243]    En el texto paralelo de AG 5, que antes hemos evocado al hablar del camino del Siervo, aparecen también las cualidades que deben adornar a la Iglesia como continuadora de la misión de Cristo: la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí misma en el diálogo misionero con el mundo.

 

[244]    La Iglesia concibe su presencia en el mundo como un servicio: «No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (GS 3). El Sínodo de 1985 utiliza la expresión de «la diaconía a favor del mundo» (II, D, 6). Juan Pablo II afirma, por su parte, que «la Iglesia se hace sierva de los hombres» (ChL 36) y habla de la responsabilidad de «servir a la persona» y «servir a la sociedad» (ChL 39).

 

[245]    La Iglesia ha condensado su visión del hombre en el capítulo I de la constitución Gaudium et spes, bajo el título «La dignidad de la persona humana». Con este capítulo inicial el Concilio nos quiere indicar que toda la convivencia social ha de regirse por este carácter central de la persona humana. Ya Juan XXIII había manifestado la primacía de la persona humana con estas palabras: «Cada hombre en sí mismo es necesariamente el fundamento, la causa y el fin de todas las instituciones sociales» (MM 219). Juan Pablo II dice, por su parte: «La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres entre sí» (ChL 37). En La catequesis de la comunidad hemos tratado de clarificar este tema bajo el epígrafe «El hombre que se nos revela en Jesús» (cf. CC 180ss). A esas páginas nos remitimos. Los obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, en la carta pastoral En busca del verdadero rostro del hombre (1987), tratan la misma cuestión.

 

[246]    «Los cristianos son de carne y hueso, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero su manera de vivir supera la perfección que piden esas leyes (Epístola a Diogneto, 5,1-10).

 

[247]    «La vida teologal del cristiano tiene una dimensión social y aun política que nace de la fe en el Dios verdadero, creador y salvador del hombre y de la creación entera. Esta dimensión afecta al ejercicio de las virtudes cristianas o, lo que es lo mismo, al dinamismo entero de la vida cristiana» (CVP 60).

 

[248]    «Es frecuente la tentación de querer someter la propia fe y las enseñanzas de la Iglesia a interpretaciones ideológicas o incluso a las conveniencias de un partido o de un Gobierno en el terreno movedizo y cuestionable de los objetivos políticos. Los cristianos debemos conservar siempre una distancia crítica respecto de cualquier ideología o mediación socio-política» (CVP 78-79).

 

[249]    «Antes eras llamado catecúmeno u oyente: oyente de la esperanza sin verla, oyente de los misterios sin entenderlos, oyente de la Escritura sin saber su profundo sentido. En cambio, ahora, tus oídos no sólo perciben el sentido exterior, sino que llegan hasta oír un sonido dentro de ti, porque el Espíritu que mora en ti hace de tu corazón una cosa divina» (S. Cirilo de Jerusalén, Protocatequesis, 6).

 

[250]    Hablamos de tareas para conseguir la finalidad. Se podrían utilizar otras expresiones: objetivos específicos para conseguir el objetivo general; cauces o caminos para llegar a la meta; funciones o medios para conseguir el fin. Lo importante es descubrir que el fin de la catequesis es una experiencia que sólo se consigue a través de unos medios adecuados. El Código de Derecho Canónico, recogiendo la descripción que hace Christus Dominus, 14, de la catequesis, distingue muy bien entre el fin y los medios: «Es un deber [...] cuidar la catequesis del pueblo cristiano, para que la fe de los fieles, mediante la enseñanza de la doctrina y la práctica de la vida cristiana, se haga viva, explícita y operativa» (c. 773).

 

[251]    «La vida nueva [...] no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las bienaventuranzas y destinada a prolongarse y transfigurarse en el más allá» (CT 29).

 

[252]    S. Juan Crisóstomo también concibe el período del catecumenado como un entrenamiento. Dirigiéndose a los que van a ser bautizados les dice: «El período de tiempo anterior a vuestra iniciación fue un tiempo de entrenamiento, pero de ahora en adelante el campo de batalla está abierto y el combate ya ha comenzado» (II Cat. baut., PG 49,234).

 

[253]    El DGC también distingue la finalidad de la catequesis (DGC 21) de las funciones o tareas (manera) para desarrollarla (DGC 22-29).

 

[254]    El Concilio Vaticano II describe así las cuatro tareas que debe desarrollar la catequesis: «La formación catequética, ilumina y robustece la fe, anima la vida con el espíritu de Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alienta a la acción apostólica» (GE 4). El Código de Derecho Canónico, sintetizando las dimensiones de la formación catecumenal que el Concilio define en AG 14, indica también que la iniciación en el misterio de la salvación, «finalidad de dicha formación», se obtiene a través de cuatro tareas: «Por la enseñanza y el aprendizaje de la vida cristiana, los catecúmenos han de ser convenientemente iniciados en el misterio de la salvación, e introducidos a la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios y del apostolado» (Codex Iuris Canonici [CIC] 788,2). En La catequesis de la comunidad hemos indicado cómo «una catequesis inspirada en el modelo catecumenal es una iniciación en la realidad desbordante del misterio de Cristo» (CC 84), y enumeramos las cuatro dimensiones o tareas que canalizan dicha iniciación.

 

[255]    «No es suficiente que la catequesis sólo suscite una cierta experiencia religiosa, aunque ésta sea verdadera, sino que debe conducir a la percepción paulatina de toda la verdad del designio divino» (DGC 24). Si «por la fe el hombre entero se entrega libremente a Dios» (DV 5), esta entrega no sería completa si se excluyera la razón del hombre.

 

[256]    «El ministerio de la palabra no sólo recuerda la revelación de las maravillas de Dios hechas en el pasado y llevadas a su perfección en Cristo, sino que, al mismo tiempo, interpreta, a la luz de esta revelación, la vida de los hombres de nuestra época, los signos de los tiempos y las realidades de este mundo, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres» (DGC 11). «La revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio» (CT 22). En La catequesis de la comunidad se ha insistido también en este carácter sapiencial del conocimiento de la fe, que sepa dar sabor y significación vital a la vida del hombre (cf. CC 85).

 

[257]    Mantenemos todavía la advertencia que se hacía en La catequesis de la comunidad acerca del contenido de algunas catequesis de adultos: «Entre nosotros, la educación de la dimensión no ética o cognoscitiva de la fe deja, a menudo, bastante que desear. La pobreza doctrinal de muchas catequesis con jóvenes y adultos es considerable. Una cierta tendencia a acentuar casi exclusivamente lo vivencial brota, muchas veces, de una alergia anti-intelectualista «hoy en día muy arraigada», que desprecia o no tiene en cuenta lo que es un auténtico saber» (CC 86).

 

[258]    «Te enviamos una especie de memoria sobre los puntos capitales, de modo que puedas entender rápidamente todos los miembros del cuerpo de la verdad, y con este resumen poseas las pruebas de las cosas divinas» (S. Ireneo, Demostración de la predicación apostólica, 1).

 

[259]    Respecto al contenido de la catequesis, Juan Pablo II destaca en Catechesi tradendae varios puntos: «El primero se refiere a la integridad de dicho contenido. A fin de que la oblación de su fe sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la «palabra de la fe» (Rm 10,8) no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor» (CT 30).

 

[260]    La insistencia del Directorio Catequético General en la necesidad de que el contenido de la catequesis ilumine la vida del hombre es, como estamos viendo, muy grande: «El hombre maduro en la fe es capaz de reconocer en medio de las diversas circunstancias y encuentros con el prójimo la invitación de Dios que le llama a cumplir su designio salvador. Por consiguiente, pertenece a la catequesis destacar esta tarea, enseñando a los fieles a interpretar cristianamente las realidades humanas, sobre todo los signos de los tiempos, de tal manera que todos logren examinar e interpretar todo con íntegro criterio cristiano» (DGC 26).

 

[261]    «Todo lo que les expliquéis, explicádselo de tal manera que vuestro oyente, al escucharos, crea, creyendo, espere, y esperando, ame» (S. Agustín, Catec. IV 8).

 

[262]    En relación con este tema está el respeto a la jerarquía de verdades en la catequesis: «En el mensaje de la salvación existe cierta jerarquía de verdades (cf. UR 11), que la Iglesia siempre reconoció al confeccionar los símbolos o compendios de las verdades de la fe. Esta jerarquía no significa que algunas verdades pertenecen a la fe menos que otras, sino que algunas verdades se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por ellas. Tenga en cuenta la catequesis esta jerarquía de verdades en todos sus grados» (DGC 43). A veces, se dan malos entendidos sobre este concepto de la jerarquía de verdades, v. g., cuando se considera que hay unas verdades que hay que transmitir y hay otras que se pueden omitir o silenciar o, incluso, que puede resultar perjudicial darlas a conocer.

 

[263]    «La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios encomendado a la Iglesia, al que se adhiere todo el pueblo santo unido a sus pastores» (DV 10). «El primer lenguaje de la catequesis es la Escritura y el Símbolo. En esta línea, la catequesis es una auténtica introducción a la lectio divina, es decir, a la lectura de la Sagrada Escritura hecha “según el Espíritu” que habita en la Iglesia [...] El creyente asimila también aquellas expresiones de fe acuñadas por la reflexión viva de los cristianos durante siglos, y que son recogidas en Símbolos y en los principales documentos de la Iglesia» (Sínodo 1977, MPD 9).

 

[264]    «Durante siglos, un elemento importante de la catequesis era precisamente la traditio Symboli (o transmisión de compendio de la fe), seguida de la entrega de la oración dominical [...] «No habría que encontrar una utilización más concretamente adaptada (en la catequesis) para señalar esta etapa» (CT 28).

 

[265]    S. Cirilo de Jerusalén describe la importancia del Símbolo como resumen de las Escrituras: «Como no todos pueden conocer las Santas Escrituras, unos porque no saben leer, otros porque sus ocupaciones se lo impiden, para que ninguno perezca por ignorancia, hemos resumido en los pocos versículos del Símbolo el conjunto de las enseñanzas de la fe» (cf. Catecismo III 107).

 

[266]    Para facilitar la profundización en la explicación del Símbolo conviene consultar el Catecismo III de la CEE. En CC (capítulo IV) hemos descrito los «acentos y elementos que, desde nuestra responsabilidad episcopal, nos parecen necesarios hoy para salvaguardar la identidad de la catequesis» (CC 169). A esos números nos remitimos.

 

[267]    Egeria nos explica lo que se hacía en Jerusalén: «Comenzando por el Génesis, durante estos cuarenta días, el obispo recorre todas las Escrituras [...] Al final de cinco semanas (intensas) de instrucción los catecúmenos reciben el Símbolo» (Itinerario, 46).

 

[268]    «El objeto de la catequesis es el misterio y las obras de Dios, es decir, las obras que Dios hizo, hace y hará por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Todo esto está armoniosa y estrechamente ligado entre sí y constituye la economía de la salvación» (DGC 39). Ver también DGC 44, sobre el «carácter histórico del misterio de la salvación».

 

[269]    «Todos aquellos que están convencidos y creen verdaderamente las cosas que enseñamos y decimos y que aseguran vivir de esta manera son asociados a orar, mientras nosotros oramos y ayunamos con ellos» (S. Justino, I Apología, 61-66).

 

[270]    El Sínodo 1977 lo expresó así: «La catequesis es Palabra, Memoria y Testimonio» (MPD, 7).

 

[271]    La catequesis es cauce muy adecuado de educación litúrgica: «Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa» (SC 19).

 

[272]    «Iniciar al catecúmeno en la plegaria de los salmos, desarrollar en él la dimensión contemplativa de la experiencia cristiana [...] es imprescindible para la catequesis. Todo esto debe hacerse desde las actitudes religiosas que configuran el Padre nuestro, modelo de toda oración cristiana» (CC 90). En este sentido, «la entrega del Padre nuestro es una dimensión de la catequesis que ha de estar permanentemente presente a lo largo de todo el proceso» (CC 90). «En la oración dominical (los elegidos) descubren más profundamente el nuevo espíritu de hijos, gracias al cual llaman Padre a Dios» (RICA 25). «Os entregamos la oración del Padre nuestro para que sepáis a quién estáis orando y qué tenéis que pedir» (S. Agustín, Sermones, 56). «Esta oración os anima no solamente a aprender a pedir a vuestro Padre que está en los cielos lo que vosotros deseáis, sino a aprender también lo que vosotros debéis desear” (San Agustín, Sermones, 59).

 

[273]    «No podemos menos de alabar los esfuerzos realizados entre nosotros para tratar de conseguir que un proceso catequético se convierta en verdadera escuela de oración» (CC 90).

 

[274]    En diversos grupos cristianos se incorporan al aprendizaje de la oración individual y comunitaria diversos métodos orientales inspirados en otras religiones, como el «Zen», la «meditación trascendental», el «yoga»... En la línea de la declaración Nostra aetate, el Concilio Vaticano II, «la Iglesia nada rechaza de lo que, en estas religiones, hay de santo y verdadero» (n. 2). En todo caso, la catequesis de adultos habrá de cuidar de no perder nunca de vista la concepción cristiana de la oración, su lógica y sus exigencias. A este respecto, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado una Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana (1989), en la que subraya aspectos positivos y negativos de esta utilización de tradiciones orantes, procedentes de otras manifestaciones religiosas. Es importante, catequéticamente, tomar en cuenta las orientaciones contenidas en la referida carta.

 

[275]    «La catequesis debe ayudar a una participación activa, consciente y genuina en la liturgia de la Iglesia, no sólo aclarando el significado de los ritos, sino educando también el espíritu de los fieles para la oración, para la acción de gracias, para la penitencia, para la plegaria confiada, para el sentido comunitario, para la recta captación del significado de los símbolos, todo lo cual es necesario para que exista una verdadera vida litúrgica» (DGC 25).

 

[276]    «Si alguno no se ha corregido de sus malas costumbres y no se ha ejercitado en la virtud hasta hacérsele fácil, que no se haga bautizar» (S. Juan Crisóstomo, II Cat. baut., PG, 49, 234).

 

[277]    Juan Pablo II deduce de aquí la importancia de la formación moral en la catequesis: «De ahí la importancia que tienen en la catequesis las exigencias morales personales correspondientes al Evangelio y las actitudes cristianas ante la vida y ante el mundo. Nosotros las llamamos virtudes cristianas o evangélicas» (CT 29). La formación moral es más que conocer estas virtudes. Se trata de ejercitar en ellas lo que trae consigo «un cambio de sentimientos y costumbres, que debe manifestarse con sus consecuencias sociales» (AG 13). La verdad os haré libres subraya, también, la importancia de esta formación moral en la catequesis: «El tema de la moral ha de ocupar un puesto imprescindible en la catequesis» (VL 55).

 

[278]    La instrucción Libertad cristiana y liberación, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, precisa muy bien este sentido pleno que el Sermón del Monte da al Decálogo: «Las bienaventuranzas, a partir de la primera, la de los pobres, forman un todo que no puede separarse del conjunto del sermón de la montaña. Jesús, el nuevo Moisés, comenta en ellas el decálogo, la ley de la alianza, dándole su sentido pleno y definitivo» (n. 62). La instrucción pastoral La verdad os hará libres se expresa en estos términos: «Los mandamientos, sin diluirse sus exigencias, se desbordan ahora hacia las propuestas de las bienaventuranzas, de cuya dicha disfrutan ya en esta tierra quienes han acogido incondicionalmente el Reino de Dios presente en la persona de Jesús» (VL 45). S. Agustín considera que el Sermón del Monte es un modelo perfecto de la vida cristiana: «Cualquiera que con piedad y recogimiento considere el sermón que N.S. Jesucristo pronunció en el monte, opino que encontrará en él, por lo que atañe a la buena dirección de las costumbres, un método perfecto de vida cristiana [...] ya que se contienen en él todos los preceptos conducentes a la perfección de la vida cristiana» (Sermón del Monte, 1,1,3).

 

[279]    Pablo VI, en el Credo del Pueblo de Dios, incluye esta dimensión moral, propugnada por Jesús: «Nos dio su mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a los otros como Él nos amó. Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas evangélicas: a saber, ser pobres en espíritu y mansos, tolerar los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución por la justicia» (n. 12). De esta inclusión de la moral cristiana en el Credo, La catequesis de la comunidad dice lo siguiente: «El mandamiento del amor y las bienaventuranzas, introducidos por Pablo VI en la Solemnis Professio Fidei (Credo del Pueblo de Dios), supuso una verdadera innovación en la historia de las profesiones de fe al incluir, por primera vez, un apartado dedicado a la moral» (CC 230, nota 3).

 

[280]    «Es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino, sin convertirse en alguien que, a su vez, da testimonio y anuncia» (EN 24).

 

[281]    «Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y la misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo» (ChL 33).

[282]    Juan Pablo II, en la introducción de la exhortación apostólica sobre Los fieles laicos, recogiendo la reflexión del Sínodo de 1987 sobre el laico, nos recuerda dos tentaciones a las que los seglares cristianos no siempre han sabido sustraerse: «La tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas» (ChL 2).

 

[283]    Juan Pablo II señala campos concretos de compromiso social para los cristianos (cf. ChL 40-44). Los obispos españoles los han señalado, igualmente, en CVP 150-171. En La catequesis de la comunidad indicamos cómo la pastoral catequética y la pastoral social han de mantener una estrecha colaboración y sugerimos algunos aspectos en que puede concretarse esta colaboración (cf. CC 301).

 

[284]    «Ciertamente urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países o naciones» (ChL 34).

 

[285]    Podríamos poner el ejemplo del entrenamiento para una competición deportiva, que S. Pablo también utiliza en ocasiones. La preparación es única, aunque comporta aspectos diversos: ejercicios físicos, alimentación adecuada, el descanso necesario, la concentración psíquica... Las diversas tareas de la catequesis son parte del único entrenamiento en la vida cristiana.

 

[286]    Tomemos aquí el ejemplo de la vida. Cualquier ser vivo se alimenta básicamente de los cuatro elementos primarios: el agua, la tierra, el aire y el fuego. Basta que falte uno de ellos para estar condenado a morir. Si la iniciación a la vida cristiana careciera de alguno de sus elementos básicos se tornaría enferma.

 

[287]    El Directorio catequético general describe así las fuentes de la catequesis: «El contenido de las catequesis se encuentra en la palabra de Dios, escrita o transmitida por tradición, es comprendido más profundamente y desarrollado por el pueblo creyente, bajo la guía del Magisterio, se celebra en la liturgia, resplandece en la vida de la Iglesia, sobre todo en los justos y santos, y aparece también de algún modo en los genuinos valores morales que, por providencia de Dios, existen en la sociedad humana. Todas estas son las fuentes, principales o subsidiarias, de la catequesis» (DGC 45).

 

[288]    Orígenes, Hom. in Jos 4,1; ver Hom. in Num 26,4.

 

[289]    La gradualidad de la formación catecumenal, recordada por el Concilio, ha sido establecida claramente por la Iglesia en el Ritual de la iniciación cristiana de adultos: «Restáurese el catecumenado de adultos, distribuido en varias etapas (pluribus gradibus)» (SC 64). «Los catecúmenos y neófitos han de ser gradualmente (gradatim) educados para que conozcan y vivan la vida cristiana» (PO 6). «La iniciación de los catecúmenos se hace gradualmente» (RICA 4). «En este camino hay grados o etapas» (RICA 6). En rigor, los grados, de carácter celebrativo y puntual, son los «pasos» o «puertas» que dan acceso a las diversas etapas. En el catecumenado oficial de la Iglesia hay cuatro etapas y, entre ellas, tres grados (cf. RICA 6. 7).

 

[290]    Sobre el conjunto de la inspiración catecumenal de la catequesis de adultos ya nos hemos expresado en el capítulo III, apartado C. Aquí sólo desarrollamos lo que concierne a la gradualidad de la acción catequética.

 

[291]    En La catequesis de la comunidad se expresa así el carácter sacramental de la última etapa de la catequesis de adultos: «Procesos catequéticos de adultos podrán, con toda razón, concluirse o expresarse en la Vigilia Pascual de las comunidades cristianas con la profesión de fe y la renovación de los compromisos bautismales» (CC 96).

 

[292]    El Consejo Internacional para la Catequesis, en su reciente documento La catequesis de adultos en la comunidad cristiana, propone también tres etapas para la catequesis de adultos: «El precatecumenado, que pone al adulto ante el compromiso de la conversión mediante el primer anuncio o kerigma; el catecumenado, que introduce a los adultos en la fe católica en sus elementos fundamentales, en el Credo, en la celebración litúrgica, en la vida cristiana; la mistagogia, por la que el neófito profundiza la doctrina cristiana abriéndose a un desarrollo ulterior que complete la catequesis de base» (n. 67).

 

[293]    En la catequesis infantil, por ejemplo, siempre han existido diversos grados, según el nivel de la edad evolutiva en que se encontrase el niño. En este caso, el catecismo de primer grado es para los niños pequeños, el de segundo grado para los medianos y el de tercer grado para los niños mayores. Junto a esta acomodación a la edad, siempre necesaria, hoy se impone, dada la extensión del proceso de secularización en las familias, una catequesis infantil cualitativamente gradual, en la que se tenga en cuenta que muchos niños no reciben de sus padres el despertar religioso que favorezca la fe inicial que exige su bautismo. La catequesis de adultos es, en este caso, modelo inspirador de la catequesis infantil, a la que sugiere cuidar la precatequesis que supla, en la comunidad, lo que en la familia no se da. También lo es de la catequesis juvenil, ya que muchos jóvenes solicitan el sacramento de la Confirmación sin una fe inicial suficiente.

 

[294]    Una muestra de este doble respeto de la Iglesia a la persona del adulto y a las exigencias de la fe está en los diferentes nombres que la Iglesia utiliza para los que se encuentran en las diversas etapas del catecumenado bautismal. Se distingue muy bien entre el no cristiano, a quien se anuncia el Evangelio (RICA 9); el simpatizante (n. 12), que, aunque no crea todavía, está ya inclinado a la fe; el catecúmeno (n. 17-18), firmemente decidido a seguir a Jesús; el elegido o competente (n. 24), llamado para recibir el bautismo; el neófito (n. 37), recién nacido a la luz por el bautismo; el fiel cristiano (n. 39), maduro en la fe y miembro activo de la comunidad cristiana. La riqueza de esta terminología manifiesta la seriedad de ese proceso gradual, que la Iglesia desea para llegar a ser verdaderamente cristiano.

 

[295]    Cf. RICA 9s.

 

[296]    Traducimos directamente del latín: «tempus investigationis» (RICA 6.7).

 

[297]    El Ritual de la iniciación cristiana de adultos, al describir a los destinatarios, los define precisamente a partir de esta búsqueda: «El Ritual de la iniciación cristiana se destina a los adultos que, al oír el anuncio del misterio de Cristo, y bajo la acción del Espíritu Santo en sus corazones, consciente y libremente buscan al Dios vivo y emprenden el camino de la fe y de la conversión» (RICA 1).

 

[298]    La Iglesia ha considerado siempre que no sólo el crecimiento de la fe (augmentum fidei) es fruto de la gracia, sino que hasta el mismo inicio de la fe (initium fidei), «la inclinación misma a creer», también lo es (ver Concilio de Orange, can 5; Dz 375).

 

[299]    El RICA dice de los precatecúmenos: «Aunque todavía no crean plenamente muestran, sin embargo, alguna inclinación a la fe cristiana» (RICA 12).

 

[300]    S. Pablo en el Areópago de Atenas, por ejemplo, suscita la pregunta por el «Dios desconocido», al que los atenienses tienen dedicado un altar (ver Hch 17,16-31). S. Pedro, en cambio, ante los judíos, sabiendo que aceptan a Dios, trata de mostrar su acción al resucitar a Jesucristo, a quien ellos condenaron (ver Hch 2,22-36).

 

[301]    Dado que la precatequesis tiene como finalidad propiciar la conversión y esta decisión es libre, su duración es variable y no se puede determinar a priori. El RICA se expresa de esta forma: «Espérese a que los candidatos, según su disposición y condición, tengan el tiempo necesario para concebir la fe inicial y para dar los primeros indicios de su conversión» (RICA 50).

 

[302]    «Los cristianos, en cuanto les sea posible, comienzan a poner a prueba las almas de aquéllos que quieren ser sus auditores y tratan de formarlas en particular» (Orígenes, Contra Celso, III 51).

 

[303]    Estos rasgos de la conversión cristiana, descritos por el Concilio (ver AG 13), han sido comentados en CC 41. A menudo, la adhesión al Evangelio es descrita con dos expresiones conjuntas: «fe inicial» y «conversión inicial» (ver RICA 50. 68). Con ello se hace eco de la doble expresión empleada por Jesús ante el anuncio del Evangelio: «Convertíos (metanoia) y creed (pistis) en la Buena Nueva» (Mc 1,15). La fe iniciales, entonces, la acogida cordial de la acción divina y la conversión iniciales, el deseo moral del cambio de vida. Otros textos del Nuevo Testamento (Hch 3,19; 26,20) también utilizan dos expresiones: metanoia (conversión) y epistrofé (volver a). Apuntan, igualmente, a la dimensión moral y teologal de la adhesión al Evangelio. Cuando en los textos oficiales se utiliza sólo la expresión «conversión», para describir la adhesión al Evangelio, hay que entender que engloba tanto la dimensión teologal como la moral. Por ejemplo, hablando de la precatequesis, el RICA afirma: «El primer grado, etapa o escalón es cuando el catecúmeno se enfrenta con el problema de la conversión» (RICA 6). La importancia fundamental de la conversión en la vida cristiana ha sido puesta de relieve por La verdad os hará libres: «La conversión ha de estar en el primer plano de las preocupaciones y atenciones de la comunidad eclesial. La conversión personal sigue siendo piedra angular para el cristiano y para la comunidad eclesial» (VL 54).

 

[304]    La imagen de la Palabra de Dios fecundando la tierra de la experiencia humana ha sido recogida por el Concilio: «La semilla, que es la Palabra de Dios, al germinar en tierra buena, regada con el rocío celestial, absorbe la savia, la transforma y la asimila para dar al fin fruto abundante» (AG 22).

 

[305]    «La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que entre ellos hay, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida» (LG 16). «Esto vale no solamente para los cristianos, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible» (GS 22). «El Espíritu Santo llama a todos los hombres a Cristo por las semillas de la Palabra y la predicación del Evangelio» (AG 15).

 

[306]    En La catequesis de la comunidad se han recogido estas constantes que aparecen en el kerigma de los apóstoles, tal como es descrito en los Hechos y en otros escritos del Nuevo Testamento: «Hay en él unas constantes, inalterables al paso del tiempo, y que configuran toda la misión de la Iglesia, tales como el anuncio del reinado de Dios, el reconocimiento actual de Jesús como Señor, la aceptación del amor gratuito de Dios y de su juicio de misericordia, la conversión a la justicia del Evangelio, el don del Espíritu, el bautismo para el perdón de los pecados, el llamamiento a constituirnos en comunidad cristiana, la invitación a ser testigos “en medio del mundo” de la resurrección de Jesús» (CC 21).

 

[307]    La importancia de la experiencia humana en la catequesis ha sido subrayada por el Directorio General de Catequesis: «La catequesis debe preocuparse por orientar la atención de los hombres hacia sus experiencias de mayor importancia, tanto personales como sociales» (DGC 74).

 

[308]    En cuanto a la manera de denominar a esta primera etapa formativa, hemos utilizado la expresión «precatequesis» por analogía en el «precatecumenado». También podríamos referirnos a ella como al «primer grado de catequesis», por ser la primera etapa de la formación catequética. En otras ocasiones, se la ha denominado «catequesis misionera» porque tiene como objetivo la conversión (ver CC 50).

[309]    Las etapas del catecumenado bautismal son calificadas por el RICA como etapas de «búsqueda y maduración» (RICA 6. 7). Siendo el precatecumenado el tiempo de búsqueda, las tres etapas catecumenales restantes son etapas de maduración en la fe.

 

[310]    La catequesis como maduración en la fe es un tema reiterativo en el DGC. Ver por ejemplo: DGC 21: «La catequesis debe ser considerada como la forma de acción eclesial que conduce a la madurez de la fe tanto a las comunidades como a cada fiel».

 

[311]    Hablando de estas tareas, el RICA muestra cómo la Iglesia desea que, durante el catecumenado, los adultos «sean iluminados por la fe, dirijan su corazón a Dios y se promueva su participación en el misterio litúrgico, se impulse su actividad apostólica, y toda su vida se nutra según el espíritu de Cristo» (RICA 99). Con estas palabras, el RICA vuelve, así, a recordar los «cuatro caminos» de la formación catecumenal (n. 19).

 

[312]    La relación entre las dos etapas ha sido muy bien definida por Juan Pablo II en Catechesi tradendae: «Gracias a la catequesis, el kerigma evangélico “primer anuncio lleno de ardor que un día transformó al hombre y lo llevó a la decisión de entregarse a Jesucristo por la fe” se profundiza poco a poco, se desarrolla en sus corolarios implícitos, explicado mediante un discurso que va dirigido también a la razón, orientado hacia la práctica cristiana en la Iglesia y en el mundo» (CT 25).

 

[313]    Orígenes también recomienda no comenzar la catequesis propiamente dicha si no se dan las disposiciones previas requeridas: «Cuando estos oyentes han mostrado suficientemente los progresos en la voluntad de vivir bien son introducidos a la catequesis» (Orígenes, Contra Celso, 3,57).

 

[314]    «Se trata, por tanto, de que “el hombre entero (CT 20) se vea impregnado por la palabra de Dios, ya que la catequesis apunta al fondo del hombre» (CT 52). Como indica el Concilio Vaticano II, «es la persona del hombre la que hay que salvar, [...] el hombre concreto y total, con el cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad (GS 3)» (CC 131).

 

[315]    «El tiempo de la mistagogía está “señalado por la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad”» (RICA 7). «La índole y la fuerza propia de esta etapa procede de la experiencia personal y nueva de los sacramentos y de la comunidad» (RICA 40). «Tiempo de gozo y alegría espiritual es éste en el que nos encontramos. Han llegado los días de las bodas espirituales, objeto de nuestro anhelo y de nuestro amor» (S. Juan Crisóstomo, Catequesis bautismales, 1,1).

 

[316]    Haremos bien en asumir, entre nosotros, aplicándolo a la situación de unos adultos ya bautizados, el espíritu con el que los Santos Padres deseaban que se viviera esta etapa: «ha llegado el momento de hablaros de los misterios y de haceros conocer todo lo relativo a los sacramentos» (S. Ambrosio, De mysteriis, 1). «Ya hacia tiempo que deseaba, hermanos queridísimos e hijos de la Iglesia, tratar con vosotros de estos espirituales y celestiales misterios» (S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 19,1).

 

[317]    «Los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo» (RICA, Observaciones generales, 2). Los sacramentos del Bautismo y la Confirmación están estrechamente unidos, y es preciso captar esta vinculación: «Al enlazar ambos sacramentos se significa la unidad del misterio pascual, y el vínculo entre la misión del Hijo y la efusión del Espíritu Santo, y la conexión de ambos sacramentos, en los que desciende una y otra persona divina juntamente con el Padre sobre los bautizados» (RICA 34).

 

[318]    El Ritual de la iniciación cristiana de adultos, en sus «observaciones generales» (n. 3-6), desarrolla con sobriedad y profundidad los rasgos que definen la dignidad del Bautismo.

[319]    El RICA señala que los catecúmenos, «para que se impregnen sus mentes del sentido de Cristo Redentor», pueden ahondar en el Evangelio de la samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro, donde Cristo aparece como agua viva, como luz y como resurrección y vida (RICA 157).

 

[320]    «Nosotros encerramos en estos pocos versículos toda la enseñanza de la fe» (S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 5,12). «Se les explica frase por frase la doctrina encerrada en el Símbolo y en las Escrituras, primero literalmente, y luego su sentido espiritual» (Egeria, Itinerario, 46). «Éste es el Símbolo cuyo contenido ha sido enseñado con las Escrituras cuando erais catecúmenos, pero que bajo esta fórmula resumida os servirá, una vez fieles, para testimoniar vuestra fe y para progresar en ella» (S. Agustín, Sermones, 212,2).

 

[321]    «Desde las actitudes básicas que lo configuran (al Padre nuestro), la autenticidad de la iniciación catecumenal en la oración y celebración queda asegurada» (CC 231).

 

[322]    Tertuliano, De Paenitentia, VII 10.

 

[323]    Para la celebración del sacramento de la Reconciliación y su catequesis se debe consultar la instrucción pastoral Dejaos reconciliar con Dios, aprobada por la CEE (abril 1989).

 

[324]    Algunos grupos catequéticos realizan, en esta etapa final, una iniciación expresa a la revisión de vida, método formativo que, concluida la catequesis, puede guiar el compromiso evangelizador del adulto catequizado.

 

[325]    El Concilio ha recordado a los presbíteros cómo deben preocuparse por «formar una genuina comunidad cristiana» (PO 6). También ha subrayado la importancia de la Eucaristía para crear esos lazos comunitarios: «Ninguna comunidad se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 6). En la Eucaristía, los cristianos «manifiestan concretamente la unidad del Pueblo de Dios» (LG 11). El Espíritu comunitario que desea la Iglesia para el tiempo de la «mistagogia» es el que ha de inspirar esta última etapa de la catequesis: «La etapa de la “mistagogia” tiene gran importancia para que los neófitos, ayudados por los padrinos, traben relaciones más íntimas con los fieles y les enriquezcan con la renovada visión de las cosas y con un nuevo impulso» (RICA 39). «En tiempo de la “mistagogia” participen (los fieles) en las misas de los neófitos, abrácenlos con caridad, ayudándolos para que se sientan gozosos en la comunidad de los bautizados» (RICA 41).

 

[326]    En El Catequista y su formación ya se propone esta convicción: «De todos los elementos que integran la acción catequizadora de la Iglesia el más importante es, sin duda, el agente de esa acción: el catequista. Su presencia es insustituible» (CF Introducción).

 

[327]    «Hoy se espera mucho del talante y del auténtico espíritu cristiano del catequista, al mismo tiempo que se le urge a respetar al máximo la libertad y la “creatividad” de los catequizandos» (DGC 71).

 

[328]    La función del catequista como mediación de la acción del Espíritu Santo queda recogida en el Directorio Catequético General: «La catequesis (mediante la palabra unida a la vez al testimonio de la vida y a la plegaria) desempeña la función de disponer a los hombres a acoger la acción del Espíritu Santo y a convertirse más profundamente» (DGC 22). En La catequesis de la comunidad se afirma, igualmente, este carácter mediador del catequista: «El catequista sabe que la mejor catequesis no proporciona “por sí misma” directamente la fe, ya que ésta es un don de Dios al que responde libremente el hombre» (CC 207). El catequista debe, con su actitud de aprecio gratuito, ser signo del amor incondicional de Dios: «Es indudable que la actitud de aceptación incondicional del catequista respecto de cada catecúmeno constituirá un signo importante de esta gratuidad del amor de Dios» (CC 111).

[329]    La diversidad de ministerios es un dato claro en el Nuevo Testamento: «Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos. Y a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,4-8). «Todos tenemos dones diferentes, según la gracia que nos fue dada; ya sea la profecía, según la medida de la fe; ya sea el ministerio para servir; el que enseña en la enseñanza; el que exhorta para exhortar; el que da, con sencillez; quien preside, presida con solicitud; quien practica la misericordia, hágalo con alegría» (Rm 12,6-8). El Concilio ha recogido esta doctrina en una frase concisa: «Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión» (AA 2). En El catequista y su formación hemos expuesto un abanico de posibles servicios para las etapas misionera, catequética y pastoral del proceso evangelizador. Pueden ser útiles para ayudar a discernir la vocación de servicio de cada adulto) (ver CF 26).

 

[330]    «La figura del catequista aparece ya en los albores de la Iglesia: “Que el discípulo (katekoúmenos) haga partícipe en toda clase de bienes al que le instruye en la Palabra (katekón)” (Ga 6,6). El catequista, dotado del carisma de maestro, aparece como el educador básico de la fe» (CF 31).

 

[331]    Cf. CC 34.

 

[332]    Cf. CC 97-100.

 

[333]    Cf. CT 60. En El catequista y su formación hemos tratado de aclarar, con cierto detalle, esta tarea propia del catequista (cf. CF 31-33).

 

[334]    «Por ser la catequesis “una iniciación cristiana integral” (CT 21), el catequista es el maestro que inicia al cristiano en el misterio de Cristo (Ef 3,4). Trata, por ello, de “capacitar básicamente a los cristianos para entender, celebrar y vivir el Evangelio del Reino” (CC 34) o, lo que es lo mismo, procurará iniciarlos en todos los aspectos de la vida cristiana» (CF 31).

 

[335]    Juan Pablo II, dirigiéndose a los catequistas (Granada, 5-11-1982), les recuerda cómo son dispensadores del amor de Dios: «Si se trata de un encargo confiado a administradores, recordad esta expresión: “Dispensadores de la Revelación divina”. Y dado que esa Revelación arranca de la complacencia de Dios hacia los hombres, entonces, indirectamente, sois dispensadores de aquella complacencia, de aquel amor eterno».

 

[336]    Acerca del testimonio de una fe madura, Pablo VI afirma lo siguiente: «En el fondo, “no hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de transmitir a otro la propia experiencia de fe”» (EN 46).

 

[337]    Según la Didaché (XI, 3-6), los «apóstoles», o misioneros itinerantes, estaban destinados al ministerio con los de afuera. Tenían prohibido permanecer más de dos días en una comunidad, para evitar la tentación de instalarse en ella y claudicar de su misión.

 

[338]    «El pueblo de Dios siempre debe entender y mostrar que la iniciación de los adultos es cosa suya» (RICA 41). «La catequesis ha sido siempre, y seguirá siendo, una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable» (CT 16).

 

[339]    Es preciso «despertar en toda la Iglesia [...] una conciencia rica y operante de esta responsabilidad diferenciada, pero común» (CT 16). En El catequista y su formación se apunta la misma idea: «Aunque (los sacerdotes, religiosos y seglares) realizan conjuntamente la tarea de catequizar, cada uno aporta lo específico de su puesto en la Iglesia, ofreciendo así la palabra y el testimonio completos de la realidad eclesial» (CF 27).

 

[340]    «La catequesis es una tarea necesaria y primordial dentro de la misión evangelizadora de la Iglesia [...] Sin ella, prácticamente, no habría Iglesia y, hablando en general, no habría cristianos» (CC 35).

 

[341]    «Ningún evangelizador es el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus Pastores» (EN 60). «Los catequistas reciben del obispo, primer responsable de la catequesis y catequista por excelencia, la misión oficial o encargo para ejercer su tarea en nombre de la Iglesia y al servicio de su misión evangelizadora. Sólo así, es decir, cuando los catequistas reciben de la autoridad el encargo oficial para catequizar, puede decirse que actúan en nombre de la Iglesia» (CF 27).

 

[342]    Como ya hemos indicado en el capítulo V, la catequesis de adultos, en la tradición de la Iglesia, ha estado siempre ligada directamente al obispo: «La catequesis es una acción eclesial ligada muy directamente al obispo. Entendemos que éste ha de atender, con una solicitud especial, aquellas dimensiones de la evangelización más estrechamente relacionadas con la función maternal de la Iglesia particular. Este es el caso del primer anuncio del Evangelio, por el que el hombre nace a la fe, y el de la catequesis, por la que el cristiano recibe aquellos alimentos que fundamentan su vida cristiana» (CF 46). Juan Pablo II, en el mensaje que dirigió a los obispos durante su visita a España (31-10-1982) dijo lo siguiente: «El pueblo de Dios tiene necesidad de obispos bien conscientes de esta misión y asiduos en ella. Los creyentes, para progresar en su fe; los que dudan o se desorientan, para encontrar firmeza y seguridad; los que quizá se alejaron, para volver a vivir su adhesión al Señor».

 

[343]    Juan Pablo II ha insistido mucho en esta articulación: «Es importante que la catequesis de niños y jóvenes [...] y la catequesis de adultos no sean compartimentos estancos e incomunicados [...] Es menester propiciar su perfecta complementariedad» (CT 45).

 

[344]    Juan Pablo II pone de relieve este papel dinamizador de la catequesis: «El crecimiento interior de la Iglesia depende esencialmente de ella» (CT 13).

 

[345]    En El catequista y su formación hemos indicado algunas tareas que, en la acción catequética, competen al obispo. Entre ellas destaca: «Velar por la autenticidad de la transmisión del Evangelio en la catequesis, de forma que éste sea ofrecido en toda su integridad y pureza. En particular ha de velar por la unidad de la confesión de fe en su Iglesia» (CF 45).

 

[346]    En CF 40-42 se indican con más detalle las diversas tareas que el sacerdote ha de asumir en la catequesis.

 

[347]    La buena relación entre sacerdotes, religiosos/as y laicos es fundamental para la catequesis: «De ordinario, la catequesis de una comunidad dependerá de la presencia y acción del sacerdote. La catequesis queda seriamente dañada si el grupo de catequistas seglares y religiosos no reconoce el servicio específico del sacerdote en la comunidad. La acción catequética puede también fracasar si el sacerdote, por su parte, no reconoce el servicio de los laicos o si se inhibe frente a ellos» (CF 41). Estos problemas pueden obviarse con una buena formación catequética de los aspirantes al sacerdocio: «Siendo insustituible el papel del sacerdote en la comunidad, debe subrayarse fuertemente la necesidad de una sólida formación catequética de los candidatos al sacerdocio, en particular en lo que toca a la catequesis de adultos, aprendiendo a animar y a colaborar con los catequistas laicos» (CACC 83).

 

[348]    El Concilio ya reconoció esta ventaja proveniente del carácter secular del seglar: «Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se realiza dentro de las condiciones de la vida del mundo» (LG 35). «Precisamente por el carisma de su laicidad (los catequistas seglares) más que cualquier otro están en grado de encontrarse con los adultos como compañeros de vida, partícipes de las mismas tareas y problemas en la familia, en la sociedad, en la Iglesia, dotados en particular de una capacidad de importancia esencial, sobre todo en la catequesis de adultos: la inculturación de la fe» (CACC 75).

 

[349]    Estas razones, aunque importantes, son secundarias en relación con el carácter secular del bautizado: «Las demás razones: escasez de clero, eventual mejor preparación pedagógica, mayor disponibilidad de tiempo [...] aunque importantes, serán siempre secundarias» (CF 35).

 

[350]    «No sería completa una acción catequética que no descubriera a los cristianos la vida de la Iglesia en la profesión pública y en el ejercicio concreto de los consejos evangélicos. El testimonio de los religiosos, unido al testimonio de los seglares, muestra el rostro auténtico de una Iglesia que es, toda ella, signo del Reino de Dios» (CF 39). «La necesidad de que los religiosos participen en la tarea de la catequesis no procede de la escasez de los sacerdotes o de catequistas seglares, sino que radica en la naturaleza misma de la vocación religiosa» (CF 39).

 

[351]    «Bajo el punto de vista de sus cualidades humanas, el candidato debe gozar de una cierta madurez y equilibrio, particularmente con una capacidad para la relación y el diálogo y con la suficiente apertura al mundo. Habrá de saber trabajar en grupo y colaborar con otros catequistas y educadores» (CF 86).

 

[352]    Las cualidades humanas que deben rodear al catequista de adultos se describen, también, de esta manera: «Sus características serán la disponibilidad para escuchar y dialogar, estimular y serenar y la capacidad de tener relaciones, de trabajar en equipo y de construir juntos la comunidad [...] La ductilidad a las situaciones y el equilibrio humano suficiente se convierten, pues, en requisitos para poder ser catequista de adultos» (La catequesis de adultos en la comunidad cristiana, 73).

 

[353]    «El catequista de adultos [...] es una persona adulta en la fe y capaz de acompañar y animar un camino de crecimiento de otros adultos [...] Se le pide, por tanto, estabilidad y coherencia en su propia opción de fe y de pertenencia a la comunidad eclesial, y que madure como persona espiritual en la concreción de los compromisos, de modo que su testimonio personal sea su primera palabra a la que se una la competencia “profesional”, es decir, la capacidad de llevar un camino catequético con sus hermanos» (CACC 71).

 

[354]    «La propia experiencia cristiana del catequista desempeña una función decisiva en su tarea catequizadora [...] El testimonio de fe del catequista y su palabra evangelizadora forman una unidad estrecha en orden a la eficacia real de la catequesis. En el fondo del catequizando late la pregunta acerca de la autenticidad de la fe del catequista» (CF 61).

 

[355]    «El catequista ve configurada su identidad por su inserción en la comunidad eclesial. No es un evangelizador aislado, que actúa por libre. Es como un árbol arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana. Sólo desde esa vinculación su acción podrá producir fruto» (CF 72).

 

[356]    «Esta tarea se realizará mejor si se fomenta en el catequista la conciencia de pertenencia al grupo de catequistas, que ha de constituir en la comunidad cristiana un verdadero germen de vida eclesial. No pocos catequistas encuentran, de ordinario, en el grupo de catequistas “según su propia confesión” la realidad más profunda de la vida de la Iglesia y de su misión» (CF 73).

 

[357]    «El grupo, que en el desempeño de su tarea alcanza un buen nivel de funcionamiento, puede ofrecer a sus miembros no solamente ocasión de formación religiosa, sino también una magnífica experiencia de vida eclesial» (DGC 76).

 

[358]    Ya hemos indicado cómo Juan Pablo II advierte que una de las tentaciones de los fieles laicos, hoy, es «la dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político» (ChL 2).

[359]    Las XXIII Jornadas Nacionales de Directores Diocesanos de Catequesis, promovidas como las anteriores por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, han estado dedicadas precisamente al tema de la formación de los catequistas para una situación de misión. Recogemos aquí sus conclusiones (cf. Actualidad Catequética, n. 145, p. 93-95).

 

[360]    «La formación bíblico-teológica debe proporcionar al catequista un conocimiento orgánico del mensaje cristiano, articulado en torno al misterio central de la fe que es Jesucristo» (CF 110). En CF 111-113 hemos desarrollado los rasgos que debe asumir esta dimensión formativa tan importante.

 

[361]    «La primera y permanente exigencia de la formación es la de crecer en la fe» (CACC 78).

 

[362]    «El período formativo capacita al catequista “ante todo” para arraigarlo en la corriente de la tradición, sumergiéndole en la conciencia viva y actual que la Iglesia tiene del Evangelio, para poder “así” transmitirlo en su nombre» (CF 107).

 

[363]    «Hay que esforzarse por crear entre los catequistas un ambiente acogedor y sencillo que facilite la participación y lleve a una experiencia de comunión y diálogo. Sin llegar a confundir, en modo alguno, al grupo de catequistas con una comunidad cristiana estable, el clima formativo ha de estar impregnado de un sentido comunitario» (CF 123).

 

[364]    «Junto a la formación doctrinal, que cultiva en el catequista la fidelidad al mensaje evangélico, es igualmente necesaria la formación antropológica, para que pueda ser también fiel al hombre de hoy» (CF 115).

 

[365]    «El catequista de adultos tenderá a adquirir la capacidad de una lectura sapiencial de la vida y no sólo de explicar los textos; de dar, pues, una respuesta a problemas vitales y de actualidad, de ayudar a leer los signos de los tiempos y de interpretar críticamente los acontecimientos» (La catequesis de adultos en la comunidad cristiana, 73).

 

[366]    «Así como la formación catequética del aspirante al sacerdocio o del religioso debe quedar configurada por la vocación sacerdotal o religiosa en la Iglesia, la formación del catequista seglar no debe ser concebida como una condensación y reducción de la que aquéllos reciben como específico, sino que tiene también una pecularidad (secular)» (CF 96).

 

[367]    «Se tendrá en cuenta que la formación sea, al mismo tiempo, teórica y práctica, intelectual y espiritual» (CACC 79).

 

[368]    «Habrá que preguntarse si no es conveniente que, antes de catequizar a otros, el propio catequista pase por la experiencia de un proceso catequético en toda su plenitud. Muchos catequistas de jóvenes y adultos se preparan así, viviendo los mismos temas, la misma pedagogía, los mismos materiales que, a su vez, están impartiendo o van a impartir» (CF 114).

 

[369]    En El catequista y su formación hemos indicado unas cuantas pistas para la formación en estos grupos de preparación y revisión de la catequesis (cf. CF 139).

 

[370]    En algunas diócesis esta experiencia se inscribe en el marco más amplio de una Escuela de Agentes de Pastoral, con especialidades diversas: pastoral catequética, litúrgica, social, sanitaria, juvenil, educativa... A partir de un tronco formativo común, se cultivan las diferentes especialidades, una de las cuales puede ser la de la catequesis de adultos. Las ventajas de este sistema, por la coordinación que supone «entre otras cosas» con las diferentes acciones pastorales, son evidentes.

 

[371]    La expresión «condescendencia» (en griego «synkatábasis») fue empleada por S. Juan Crisóstomo en varios de sus escritos y ha sido recogida por el Concilio Vaticano II en DV 13.

[372]    Éste es, precisamente, el subtítulo de la encíclica Ecclesiam suam, publicada durante la realización del Concilio.

 

[373]    Estos rasgos, que definen el diálogo de salvación, son desarrollados por la encíclica Ecclesiam suam en los números 65-71.

 

[374]    Esta inspiración de la pedagogía catequética en la pedagogía divina la hemos tratado con cierto detalle en CC 206-220.

 

[375]    S. Juan así lo expresa en su carta: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo» (1 Jn 4,10).

 

[376]    «Es indudable que la referida actitud de aceptación incondicional del catequista respecto de cada catecúmeno constituirá un signo importante de esta gratuidad del amor de Dios» (CC 111).

 

[377]    «La catequesis desempeña la función de disponer a los hombres a acoger la acción del Espíritu Santo y a convertirse más profundamente» (DGC 22).

 

[378]    Cf. CC 208 el apartado titulado «Un clima de oración».

 

[379]    Cf CC 209. En particular es, hoy, especialmente importante interiorizar la experiencia del don del perdón (ver CC 211).

 

[380]    Cf. CC 214 el apartado titulado «Respeto al ritmo de cada catecúmeno».

 

[381]    «Entre el Evangelio y la experiencia humana hay un lazo indisoluble, ya que aquél se refiere al sentido último de la existencia para iluminarla, juzgarla y transfigurarla» (CC 222).

 

[382]    Cf. DGC 75 lo que se dice sobre «La actividad o creatividad que hay que despertar en los catequizandos».

 

[383]    «Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley toda la evangelización» (GS 44).

 

[384]    «Es todavía frecuente entre nosotros emplear en la catequesis un lenguaje positivista que, al “objetivar”, o “cosificar” el misterio de Dios, diluye el lenguaje simbólico en el que se nos ha comunicado la Revelación divina» (CC 116).

 

[385]    «Este método es conforme a la economía de la revelación y corresponde, además, a una de las más profundas instancias del espíritu humano, que es la de llegar al conocimiento de las cosas inteligibles por las cosas visibles» (DGC 72).

 

[386]    «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS 4).

 

[387]    «Si falta este testimonio nace en los oyentes el impedimento para aceptar la palabra de Dios» (DGC 35).

 

[388]    Cf. DV 25.

 

[389]    «La Revelación no está aislada de la vida ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio» (CT 22).

 

[390]    «La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que la Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia» (CT 27).

 

[391]    El DGC reconoce cómo en el movimiento catequético contemporáneo «se ha elaborado una metodología diferencial, por edades, condiciones sociales y grado de madurez psíquica de los catequizandos» (n. 70).

 

[392]    El DGC describe las características dinámicas de la edad adulta en torno a la dialéctica «comunión-soledad» (cf. n. 93).

 

[393]    No tratamos ahora de la reflexión que podría hacerse sobre las características de la juventud adulta (20-25), en muchos aspectos muy próxima a la del adulto joven.

 

[394]    Este término ha sido recogido por Juan Pablo II, quien afirma que «expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación» (CT 53).

 

[395]    Juan Pablo II llega a decir: «La formación de los cristianos tendrá máximamente en cuenta la cultura humana del lugar, que contribuye a la misma formación, y que ayudará a juzgar tanto el valor que se encierra en la cultura tradicional como aquel otro propuesto en la cultura moderna. Préstese también la debida atención a las diversas culturas que pueden coexistir en un mismo pueblo y en una misma nación» (ChL 63). En el capítulo V se ha desarrollado, con más detalle, esta diversidad cultural de la catequesis de adultos. También allí se recordó este mismo texto.

 

[396]    El DGC era muy consciente de que, al privilegiar la catequesis diferenciadora en función de las edades, podían quedar más en la sombra otras dimensiones requeridas por una adaptación más diversificada. Por eso dedica todo el número 77 del Directorio a enunciar el conjunto de las dimensiones que una pedagogía diferenciadora debe atender. Entre ellas hace referencia a la de los distintos medios sociales: «Si se consideran las situaciones socio-culturales en que viven los hombres, se tiene la catequesis según las diversas mentalidades (catequesis para obreros, para técnicos...)» (DGC 77).

 

[397]    Las diferentes manifestaciones de la religiosidad popular, presentes en tantos adultos catequizados, es un factor que debe ser asumido por una pedagogía diferenciadora: «Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo» (EN 48). «Otra cuestión de método concierne a la valorización, mediante la enseñanza catequética, de los elementos válidos de la piedad popular» (CT 54). «El sentido religioso popular es una ocasión o un punto de partida para anunciar la fe» (DGC 6).

 

[398]    «Toda enseñanza y toda verdadera comunicación humana requieren, en primer lugar, que se haga posible y se suscite una actividad interior en aquél a quien se dirigen» (DGC 75).

 

[399]    Alocución dirigida a la VI Sesión plenaria del Consejo Internacional para la Catequesis (29-10-88), sobre el tema de la catequesis de adultos.