DÍA DE LAS MIGRACIONES

EL CAMINO ES LA ACOGIDA
"Porque fui extranjero y me acogisteis"

Carta de los obispos 
de la Comisión Episcopal de Migraciones
25 de Septiembre de 2000


En este año 2000, en el que toda la Iglesia celebra el Gran Jubileo de la Encarnación de Jesucristo, muchos cristianos han peregrinado o están peregrinando a Tierra Santa, Roma o a otros lugares del mundo para vivir más profundamente este acontecimiento salvador y para participar de las gracias jubilares. También el Santo Padre, como uno más, ha peregrinado a la tierra de Jesús en un fecundo viaje que él mismo definió como "peregrinación personal y viaje espiritual del Obispo de Roma a los orígenes de nuestra fe". La peregrinación supone siempre ponerse en camino, salir de uno mismo y abrirse a lo nuevo. Es una ocasión especial para encontrarse con los hermanos y para vivir la experiencia y la cercanía de Dios. En esa marcha se agradece la hospitalidad, la mano tendida del otro y la acogida sincera, sobre todo cuando surge la dificultad.

Una de las características que definen el momento actual de la historia humana es la movilidad. El desarrollo científico-técnico ha hecho posible que podamos movernos con facilidad de un lugar a otro. Pero al mismo tiempo el sistema económico imperante, en el que prima el capital sobre las personas, obliga a muchos seres humanos a ponerse en camino, en angustiosa peregrinación, buscando medios para su subsistencia. Este sistema económico, unido a las condiciones demográficas y a las bajas tasas de natalidad de los países desarrollados, entre ellos España, hacen que los flujos migratorios sean una realidad en constante crecimiento hacia estos países.

La emigración es siempre una realidad con doble cara. El emigrante sale de su casa y de su tierra empujado por diversas razones y atraído por la firme esperanza de mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, se encuentra pronto con el dolor del desarraigo y con las dificultades para la integración en la nueva realidad, en la que espera ser acogido. En estas circunstancias cobra una importancia especial el reto evangélico "era extranjero y me acogísteis" (Mt. 25, 35). Como nos recuerda el Papa en su mensaje para la jornada mundial de las migraciones de este año: "en el marco de una movilidad humana que ha aumentado por doquier, esta invitación a la hospitalidad resulta actual y urgente". Los cristianos no podemos olvidar que somos seguidores de un Dios que, para ofrecer la salvación a la Humanidad, no dudó en salir de sí mismo y peregrinar al encuentro del hombre, experimentando en su carne la humillación del exilio y la necesidad de vivir como refugiado. Por eso Jesús sabe muy bien el significado de lo que dice, cuando proclama: "era extranjero y no me acogísteis" (Mt. 25, 43).

Vivimos un momento dulce en el desarrollo económico de nuestro país. Esto se debe en buena parte al esfuerzo y al trabajo ,de todos los españoles, pero también a la laboriosidad de muchos emigrantes que viven entre nosotros y que colaboran, codo con codo, en la construcción de una nueva sociedad. Los expertos nos dicen que el mercado laboral español necesita mano de obra debido a la tendencia de la actual tasa negativa de natalidad. En la actualidad ya se necesitan trabajadores extranjeros, pero se van a necesitar aún más en el futuro. Estaríamos traicionando lo más sagrado de la persona, si sólo quisiéramos mano de obra, olvidando que los que vienen a trabajar con nosotros son personas, con todos sus derechos. Por eso el camino es siempre la acogida.

Este camino nos llevará a la construcción conjunta de una sociedad en la que todos tengan cabida, evitando los enfrentamientos que no son propios de hermanos y que, antes o después, produce cualquier tipo de exclusión. En nuestro país tenemos una nueva ley de extranjería desde el mes de febrero. No es la ideal, pero supone un avance sobre la anterior de 1985, al reconocer a la persona inmigrante como sujeto de derechos. En estos momentos vuelve a debatirse en el Parlamento la reforma de esta ley de corta duración, esperamos que un tema de tanto calado como es la situación humana de los trabajadores inmigrantes y las repercusiones que su integración o exclusión puedan tener en nuestra sociedad, no se conviertan en arma de confrontación política y las fuerzas políticas sean capaces de consensuar una ley realmente integradora y respetuosa de los derechos de las personas inmigrantes. Además, en el mes de julio se cerró un proceso de regularización, mediante el cual muchos inmigrantes consiguieron legalizar su documentación, superando así la dramática situación en la que se encuentran tantos inmigrantes indocumentados. Estos, en muchos casos, lo han arriesgado todo empujados por su situación desesperada. Desde esta perspectiva podemos estar contentos ya que se ha avanzado en la acogida, que no es sólo expresión de solidaridad para con los pobres, sino una necesidad para el funcionamiento de nuestro sistema. Una vez más no debemos olvidar que el camino es la acogida.

En este sentido recordamos y pedimos a toda la comunidad cristiana, a las parroquias y a los demás grupos eclesiales, que abran sus puertas y que vivan el gozo de la acogida a los más desfavorecidos. El Santo Padre, en el mensaje del año pasado, nos decía que "la catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados, sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento de la dignidad personal de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus derechos inalienables". Nuestras parroquias son el espacio privilegiado para manifestar la catolicidad, tal como nos indica el Papa. Ellas son el lugar adecuado para hacer y para facilitar la integración, ya que están enclavadas en los barrios y zonas naturales donde malviven muchas veces los inmigrantes. Esta oportunidad nueva de vivir la catolicidad, unida a la diversidad de culturas y de valores que pueden aportar los inmigrantes, será una riqueza añadida.

A lo largo de este mensaje hemos reiterado que el camino es la acogida. Por tanto debemos estar dispuestos a abrir nuestro corazón a los valores de la diversidad y a desterrar de nuestra vida todo sentimiento racista o xenófobo. Ciertamente todos queremos vivir seguros ante una realidad que dominamos y sentimos recelo e incluso miedo ante una realidad nueva. Sin embargo, hemos de superar el egoísmo y la propia seguridad personal al contemplar el corazón del Padre, que se alegra y goza al ver convivir como hermanos a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación. Desde una actitud de verdadera caridad la experiencia se transforma y la diversidad ya no es una amenaza sino una riqueza.

El mismo Jesús ha querido dejar claro en el Evangelio que el juicio final ya empieza aquí, porque cada instante nos muestra la misteriosa presencia del Hijo del Hombre en la persona del pequeño y desamparado, que se cruza en el camino de nuestra vida. Él se identifica con los más abandonados, a quienes llama "mis humildes hermanos". Por eso el comportamiento que tengamos con estos pequeños es el mismo que tenemos ante Dios: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo... porque era extranjero y me acogísteis" (mt. 25, 34-35).

¡Feliz año Jubilar!

 

Los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones