Comunicado de la Comisión Episcopal de Pastoral Social para el DÍA DEL AMOR FRATERNO
en la festividad del Jueves Santo

Hermanos:

El Jueves Santo de este año del Gran Jubileo de la Encarnación nos recuerda, con una viveza especial, la presencia real de Jesucristo, de su Cuerpo, en medio de nosotros, "presente en todos los pueblos y en todos los hombres del orbe entero" (San Agustín), presente en su cuerpo, que es la Iglesia, presente en la Eucaristía, "tomad, esto es mi cuerpo", presente en los más pobres y humildes del mundo, "conmigo lo hicisteis" .

Con su presencia entre nosotros, toda la humanidad, en Él, está vuelta hacia el Padre; toda la Iglesia, con Él, está ya, en esperanza, en prenda y anticipo misteriosos, sentada "a la derecha del Padre", por obra del Espíritu Santo, por el poder del Amor; cada persona humana, con una humanidad como la suya, desde su Encarnación, está invisiblemente visitada por el amor del Padre, rodeada por la fraternal solidaridad del Hijo, acogida y defendida insospechadamente a la sombra del Espíritu.

Desde hace dos mil años, la humanidad de Cristo es un impulso inagotable de comunión, fraternidad, solidaridad, cercanía y compromiso con cada vida humana, con toda persona de cualquier lengua, raza, nación y religión; un impulso incomparable de libertad, de dignidad, de promoción humana, de divinización, palabra ésta tan querida de nuestros hermanos de la Iglesia Oriente, que los cristianos de Occidente no debemos olvidar. Más aún, la humanidad de Cristo no solo es un impulso inagotable e incomparable sino que en ella ya se ha realizado la plenitud a la que están llamados los que no rechazan su entrega en la cruz y la vida que nos es dada en su resurrección.

El Jueves Santo de este año, "intensamente eucarístico", nos vuelve a plantear, con renovada urgencia, el reto permanente, desde el principio, de hacer de la Eucaristía mesa de comunión y no de rivalidad, de acepción de personas, de autoafirmación sectorial, de exclusión. Que nadie pueda sentirse extranjero, ni extraño, olvidado y excluido de la mesa del Señor. El arduo trabajo por la justicia nace de las entrañas de la Eucaristía; se consolida y fortalece con este Pan y culmina sólo - con la fuerza del Espíritu Santo- cuando al otro, al marginado, al despreciado, al atribulado, se le invita a pasar a la cena - pasión muerte y resurrección- del Señor.

El Jueves Santo de este Año Jubilar, para que sea un año de verdadera conversión, tendremos que volver a contemplar con mirada limpia y renovada, las manos y los brazos y el cuerpo de Jesucristo, el Maestro y el Señor, abajándose a lavar los pies de los discípulos, en lección inolvidable, es decir, que no podemos olvidar. Todos comprendemos los que significa "ponerse a los pies del otro". Todos sabemos que las grandes causas, los ideales más hermosos, se realizan con gestos humildes, pequeños, a veces despreciados por el contexto sociocultural en que nos movemos, con trabajos poco espectaculares y, tantas veces, escondidos. No hay una verdadera conversión cuando no aprendemos u olvidamos este gesto del Maestro, que subraya no sólo cuál es el talante del discípulo, sino también la inmensa dignidad de los pequeños, los pobres, los que no saben, los que no entienden, los que no están limpios. El Evangelio deja de ser utopía cuando desciende de la cabeza al corazón y a las manos; el reino de Dios se hace presente cuando "lavamos los pies", cuando servimos a los pobres, cuando inclinamos y posponemos nuestro yo ante el misterio del tú. Cuando descubrimos que el gesto del Señor -"lavar los pies"- nos lleva a no rehuir la cruz como paso necesario para acoger la vida que nace de la Pascua, camino que nos abre a la vida eterna.

El Jueves Santo de este año 2000 es un día especialmente indicado para recordar las palabras solemnes del Papa Juan Pablo II en la Bula de proclamación del Año Jubilar: "No se ha de retardar el tiempo en que el pobre Lázaro pueda sentarse junto al rico para compartir el mismo banquete, sin verse obligado a alimentarse de lo que cae de la mesa" (Cf. Lc 16,19-31). La extrema pobreza es fuente de violencias, rencores y escándalos. Poner remedio a la misma es una obra de justicia y, por tanto, de paz" .

Finalmente, hermanos, en este Jueves Santo, en el año del Gran Jubileo de la Encarnación, desde la Comisión Episcopal de Pastoral Social, queremos mantener encendido el fuego de la antorcha, en esta carrera de la condonación de la Deuda Externa a las naciones más pobres de la tierra. Este fuego ha prendido en muchos sectores de la sociedad y se alza esta antorcha dentro y fuera de la Iglesia, aportando luz y esperanza a los más pobres. Queremos hacerlo, desde la solidaridad y caridad pastoral de la Iglesia, recordando estas palabras del Papa: "muchas naciones, especialmente las más pobres, se encuentran oprimidas por una deuda que ha adquirido tales proporciones que hace prácticamente imposible su pago. Resulta claro, por lo demás, que no se puede alcanzar un progreso real sin la colaboración efectiva entre los pueblos de toda lengua, raza, nación y religión. Se han de eliminar los atropellos que llevan al predominio de unos sobre otros: son un pecado y una injusticia... ¡Que este año de gracia toque el corazón de cuantos tienen en sus manos los destinos de los pueblos!" .

Todos los cristianos, con una vida más sobria, vigilante y atenta a los signos de los tiempos, cambiando nuestro modo de vivir y de ser, estamos llamados a ser testigos valientes y humildes del Reino que viene, y acrecentar así la esperanza de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Madrid, 30 de marzo de 2000