CATENA AUREA - SANTO TOMÁS DE AQUINO

15-20   -   21-23   -   24-27   -   28-29


01-02

"No queráis juzgar para que no seáis juzgados; pues con el juicio con que juzgareis, seréis juzgados: y con la medida con que midiereis se os medirá". (vv. 1-2)
 
San Agustín de sermone Domini, 2,18
Como es incierta la intención con que se procuran estos bienes temporales para el porvenir (pudiendo ser con corazón simple o doble), oportunamente añade en este lugar: "No queráis juzgar".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Hasta aquí expuso la consecuencia perteneciente a la limosna, y ahora va a exponer la relativa a la oración. Esta doctrina es, en cierto modo, parte de la oración, y para que el orden de la narración sea tal, después de decir: "Perdónanos nuestras deudas", añade: "No queráis juzgar, para que no seáis juzgados".

San Jerónimo
Mas si prohíbe juzgar, ¿cómo San Pablo juzga al incestuoso de Corinto ( 1Cor 5), y San Pedro acusa de mentira a Ananías y Sáfira ( Hch 4)?

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Algunos exponen este pasaje en el sentido de que Dios no prohíbe a los cristianos, por medio de este precepto, que corrijan a otros por benevolencia, sino que los cristianos desprecien a los cristianos por jactancia de su propia justicia, odiando y condenando a otros, muchas veces por solas sospechas, ejecutando su propio odio bajo las apariencias de piedad.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,2
Por eso no dijo: "No dejes descansar el pecado", sino más bien: "No juzgaréis", esto es, no seas amargo juez. Corrige, sí, pero no como enemigo que busca la venganza, sino como médico que brinda la medicina.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Para que unos cristianos no corrijan así a los otros, convienen las palabras que dicen: "No queráis juzgar". Pero si no los corrigen así, ¿acaso obtendrán el perdón de sus pecados, porque se ha dicho: "No seréis juzgados"? ¿Quién consigue la indulgencia del primer mal sólo por no añadirle otro después? Hemos dicho esto, pues, queriendo manifestar que aquí no se trata de no juzgar al prójimo que peca contra Dios, sino del que peca contra nosotros. El que no juzga al prójimo por el pecado cometido contra él, no es juzgado por Dios respecto de su pecado, sino que le perdona su deuda, como él perdonó.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,1
O de otro modo, no manda simplemente que no se juzguen todos los pecados, sino que hizo esta prohibición a aquellos que han cometido muchas culpas, y juzgan a los demás por defectos ligeros. Así como San Pablo no prohíbe juzgar sencillamente a los que pecan, sino que reprende a los discípulos que se permiten juzgar a sus maestros, enseñándoles que no debemos juzgar a los que sean más que nosotros.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
De otro modo, Dios prohíbe que se forme juicio acerca de sus disposiciones, porque así como los juicios entre los hombres se forman de cosas inciertas, así este juicio contra Dios se basa en la duda, lo cual rechaza enteramente de nosotros, para que se conserve mejor la certeza de la fe. Juzgar mal de las cosas de Dios no es un pecado como el juicio falso acerca de las demás cosas, sino que se hace principio de crimen.

San Agustín, de sermone Domini, 2,18
Creo que en este lugar no se manda otra cosa, a mi juicio, sino que tomemos en el mejor sentido aquellos hechos que no sabemos con qué intención se han cometido. Dios nos permite juzgar aquellas cosas que no pueden hacerse con buena intención, como las blasfemias, los estupros y otras cosas parecidas. Mas de los hechos medios, que pueden hacerse con buen o mal fin, temerario es el juicio, sobre todo para condenarlos. Dos cosas hay en las que debemos evitar el juicio temerario: cuando no tenemos seguridad del fin que se propuso el que hizo la cosa, o cuando no se sabe lo que será aquel que ahora aparece bueno o malo. No reprendamos aquellas cosas que no sepamos con qué fin han sido hechas, ni reprendamos de tal modo al que hace públicamente las cosas malas que desesperemos su enmienda. Puede movernos a ello lo que dice el Señor: "Pues con el juicio con que juzgareis seréis juzgados". Si nosotros juzgamos con juicio temerario, ¿habremos de ser juzgados por Dios del mismo modo? O si midiésemos con una medida mala, ¿Dios nos habrá de juzgar con otra de la misma clase? Yo creo que con el nombre de medida se significa el mismo juicio. Pero esto se ha dicho porque es necesario que la temeridad con que castigas a otro, a su vez te castigue, pues la iniquidad muchas veces no daña a aquel que sufre la injuria, mas es preciso que perjudique al que la hace.

San Agustín, de civitate Dei, 21, 11
Dicen algunos: "¿Cómo puede ser verdad lo que dice Jesucristo, que con la medida con que midamos seremos medidos, cuando El castiga un pecado temporal con el suplicio de un fuego eterno?" No consideran que se dice "la misma medida" no por la vicisitud del mal (esto es, que el que hizo lo malo sufra lo malo), aunque aquí pueda entenderse más propiamente de lo que el Señor hablaba en aquel momento, esto es, de los juicios y de las condenaciones. Por lo tanto, el que juzga y condena injustamente, si es juzgado y condenado justamente, es medido con la misma medida, aunque esto no sea lo que dio, pues hizo en juicio lo que es inicuo y sufre en juicio lo que es justo.

03-05

"¿Por qué, pues, ves la paja en el ojo de tu hermano, y no ves la viga en tu ojo? O ¿cómo dices a tu hermano: Hermano, deja, sacaré la paja de tu ojo, y se está viendo una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás de sacar la paja del ojo de tu hermano". (vv. 3-5)

San Agustín, de sermone Domini, 2,19
El Señor nos había amonestado sobre los juicios inicuos o temerarios que hacemos respecto de nuestros prójimos (especialmente a los que juzgan temerariamente, a quienes juzgan sin estar ciertos de la culpa que reprenden y lo hacen con suma facilidad, a los que se ocupan más bien en censurar y condenar a otros, cuando ellos son los primeros que necesitan corrección, cuya mala inclinación nace de la soberbia o de la envidia), y consiguientemente añade: "¿Por qué ves la paja en el ojo ajeno, y no ves la viga en el tuyo?".

San Jerónimo
Habla de los que desconociendo sus propios pecados mortales no disculpan la menor falta en sus prójimos. Reprende a aquellos que se escandalizan de la ira de sus hermanos, cuando ellos viven ennegrecidos por el odio.

San Agustín, de sermone Domini, 2,19
Tanta distancia hay de la paja a la viga, cuanta hay de la ira al odio: el odio es una ira inveterada. Muchas veces sucede que nos incomodamos con un hombre a quien deseamos corregir, pero que no lo odiamos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,2
Hay muchos que si viesen a un monje con un vestido de lujo o comiendo con abundancia, lo acusarían amargamente, siendo así que ellos roban todos los días y viven en continua crápula.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
O de otro modo, esto que aquí se dice, conviene a los maestros. Todo pecado se juzga grave o leve por la importancia de la persona que lo comete. Para un seglar un pecado leve es una paja, pero para un sacerdote el mismo pecado es una viga.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
De otra manera, se llama pecado contra el Espíritu Santo negar el poder infinito de Dios, y no admitir sustancia eterna en Cristo, por quien como Dios vino a ser hombre, el hombre, a su vez, viene a ser Dios. Por ello, cuanta diferencia hay entre la paja y la viga, otra tanta hay entre los pecados cometidos contra el Espíritu Santo y los demás pecados. Igual que sucede cuando los infieles censuran a otros los delitos de su cuerpo, y no ven en sí el peso de sus pecados que constantemente están cometiendo, dudando de las promesas del Señor, y cayendo la viga en sus ojos (como en la cima del alma). Prosigue: "¿Cómo dices a tu hermano, deja, sacaré la paja de tu ojo, y se está viendo una viga en el tuyo?".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Esto es, ¿cómo reprendes a tu hermano en pecado, cuando vives en el mismo pecado, si no es que tienes otros mayores?

San Agustín, de sermone Domini, 2,19
Cuando nos veamos precisados a reprender a otros, pensemos primero si alguna vez hemos cometido aquel pecado que vamos a reprender. Y si no lo hemos cometido, pensemos que somos hombres, y que hemos podido cometerlo. O si lo hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no lo cometamos, entonces toque la memoria la común fragilidad, para que la misericordia, no el odio, preceda a aquella corrección. Pero si nos halláramos con el mismo pecado no reprendamos, sino lloremos, movidos a la enmienda, con mutuos esfuerzos. Rara vez, y por gran necesidad, se han de hacer las reprensiones, en las cuales no debemos insistir por nuestro interés personal, sino para servir al Señor.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
De otro modo: "¿Cómo dices a tu hermano?", esto es, "¿con qué fin?" ¿Por caridad, para que se salve? No, porque antes te salvarías a ti mismo. ¿Quieres, pues, no sanar a otros, sino ocultar los actos malos con la buena doctrina, y buscar la alabanza de tu saber entre los hombres y no la recompensa que Dios concede al que edifica? Eres, pues, un hipócrita. Por esto se ha dicho: "Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo".

San Agustín, de sermone Domini, 2,19
El acusar los vicios es propio solamente de los buenos. Por lo cual, cuando hacen algo malo, imitan a los demás. Semejantes entonces a los hipócritas, ocultan en su persona lo que son, y manifiestan por fuera lo que no son.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,2
Y debe advertirse que cuando el Señor quiere mostrar algún gran pecado, empieza por la injuria, como cuando dice: "Siervo malo, te he perdonado toda tu deuda". Por lo mismo dice aquí: "Hipócrita, saca primero". Porque las cosas que son propias de uno, se conocen mejor que las que son propias de los demás, y se ven mejor las que son mayores que las que son menores, y uno se ama a sí mismo más que a su prójimo. Por esto manda el Señor que aquel que sea capaz de cometer muchos pecados, no sea juez severo de los pecados de otro (y especialmente si son pequeños). Lo que el Señor nos prohíbe no es la reprensión y corrección de las faltas de nuestros enemigos, sino el menosprecio u olvido de los propios pecados, cuando se reprenden los ajenos. Primero conviene que con sumo cuidado inspeccionemos nuestros defectos, y entonces pasemos a reprender los de los demás. Por ello sigue: "Y entonces verás de sacar la mota del ojo de tu hermano".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 19
Sacando de nuestro ojo la viga de la envidia y de la malicia y de la afectación, veremos de arrojar la paja del ojo de nuestros hermanos.

06

"No déis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las huellen con sus pies y volviéndose contra vosotros los perros os despedacen". (v. 6)
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 20
Como puede engañar a algunos el nombre de simplicidad (de que había hablado antes), para que se vea que tan malo es ocultar lo verdadero como publicar lo falso y lo malo, añade con toda oportunidad: "No déis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Había mandado el Señor, antes de ahora, amar a los enemigos y hacer bien a los que nos aborrecen y hacen mal; y para que los sacerdotes no piensen que también deben concederles las cosas divinas, les advirtió sobre esta idea, diciendo: "No déis lo santo a los perros", como si dijese: "Os he mandado amar a vuestros enemigos y hacer bien a los que os perjudican con vuestros bienes materiales". Pero no con vuestros bienes espirituales, porque vuestros enemigos son iguales a vosotros en cuanto a la naturaleza, no en cuanto a la fe. Dios concede los beneficios terrenos lo mismo a los dignos que a los indignos, pero no así las gracias espirituales.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,20
Debe saberse qué es lo que entiende el Señor por santo, por perros, por perlas y por puercos. Santo es lo que no es lícito corromper, de cuya infracción se considera culpable la voluntad, aun cuando aquello quede incorrupto. Perlas son todas las cosas espirituales de mayor estima. Aun cuando son una misma cosa lo santo y las perlas, sin embargo se llama santo lo que no debe corromperse, y perla lo que no debe despreciarse.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Santo es el bautismo, la gracia que se concede por medio del sagrado cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y otras del mismo orden. Los misterios de la verdad son las perlas, porque así como las perlas cuando están en las conchas se encuentran en lo profundo del mar, así los misterios divinos se encuentran en la profundidad del sentido de las Sagradas Escrituras.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.23,3
Para aquellos que son de buena intención y tienen entendimiento, las verdades reveladas aparecen con su propia dignidad, mientras que a aquellos que son incapaces les parecen más respetables cuando las ignoran.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,20
Son perros los que combaten la verdad, y consideramos como puercos a los que la menosprecian. Como los perros se arrojan para morder, y como destrozan lo que muerden no dejándolo entero como estaba antes, dijo: "No déis lo santo a los perros", porque en cuanto pueden, si está a su alcance, se esfuerzan en destruir la verdad. Los puercos, aunque no tienen tanto instinto de morder como los perros, andando por el fango todo lo ensucian, y por ello añade: "Ni echéis vuestras perlas ante los puercos".
 
Rábano
O bien los perros son aquellos que han vuelto a su vómito, y los puercos los que, aún no convertidos, se revuelcan en el cieno de los vicios (ver Prov 26,11; 2Pe 2,22).
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
El perro y el puerco son animales inmundos. El perro lo es en absoluto, porque no rumia ni tiene la uña hendida; mas el puerco lo es en parte, porque tiene la uña partida, pero no rumia. Por ello creo que, por los perros, deben entenderse los gentiles, enteramente inmundos, tanto por la fe como por sus actos. Los puercos representan a los herejes, porque parecen invocar el nombre de Dios. No debe, pues, darse lo santo a los perros, porque el bautismo y los demás sacramentos no deben darse sino a los que tienen fe. Además, los misterios de la fe, esto es, las margaritas, no deben darse sino a los que desean la verdad y viven con la inteligencia perfectamente subordinada. Si las arrojamos ante los puercos (esto es, a los que viven enlodados en las complacencias impuras de la vida), no comprenden su preciosidad, y las estiman como semejantes a las fábulas mundanas y las confunden con sus acciones impuras.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,20
Se dice que se pisa todo lo que se desprecia, y por ello añade el Señor: "No sea que las huellen con sus pies".
 
Glosa
Pero se dice: "No sea que", porque pueden reconocerse y separarse de su mala vida.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,20
En cuanto a lo que sigue: "Y revolviéndose contra vosotros os despedacen". No dice a las perlas, a éstas las pisan, y cuando se vuelven para oír algo más destrozan a quien arroja las perlas. No hallarás fácilmente a quien pueda agradarle que se le desprecien las cosas que ha encontrado a costa de gran trabajo. No veo cómo los que enseñan a tales hombres no se desgarran de indignación y despecho.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Los puercos no sólo pisotean con sus acciones carnales las perlas, sino que poco tiempo después de convertidos destrozan con la desobediencia a los que las presentan. Con frecuencia sucede que, alborotados, los calumnian, como si enseñasen dogmas nuevos. Los perros también, confundiendo las cosas santas con sus sentimientos, sus acciones y sus disputas, destrozan al predicador de la verdad.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 23,3
Y dijo con toda propiedad: "Volviéndose", porque fingen mansedumbre para aprender, y luego que han aprendido, se apartan.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17
Prohibió con toda prudencia arrojar las perlas ante los puercos. Y si esto dice respecto de los puercos, menos inmundos, ¿con cuánta más razón prohibirá que se arrojen a los perros, que son mucho peores? Tratándose de dar lo santo, no podemos decir lo mismo, porque con frecuencia damos la bendición a los cristianos que viven a manera de bestias, no porque merezcan recibirla, sino para que no se escandalicen más y se pierdan.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 20
Debe evitarse el descubrir algo a quien no pueda entenderlo, porque es mejor darle, buscar lo que no comprende, que exponerlo a profanar lo que se le ha revelado, o con el oído como el perro, o con el desprecio como el puerco. De que se pueda ocultar la verdad, no debe inferirse que es lícito mentir, porque el Señor, aun cuando no mintió, ocultó algunas veces la verdad, según las palabras de San Juan: "Tengo algunas cosas que deciros, que no podréis comprender ahora" ( Jn 16,12). Pero si alguno no comprende por su mezquindad o inmundicia, debemos limpiarlo, o con la palabra o con la obra, cuanto sea posible. Pero si resulta que el Señor dijo ciertas cosas que muchos de los que estaban presentes no recibieron (o porque las resistieron o porque las despreciaron), no debe juzgarse que arrojó lo santo a los perros, ni dejó caer sus perlas delante de los puercos. Dio a los que podían aprender y que estaban presentes, a quienes no convenía despreciar por la inmundicia de los otros. Y aun cuando los que le tentaban se desconcertasen con sus respuestas, otros que podían comprender oían cosas de gran utilidad en las contestaciones que el Salvador daba a los primeros. El que sabe, pues, responder a las cuestiones en asuntos pertenecientes a la salvación, debe hacerlo, a fin de no desalentar a aquellos que, al ver que no responde, pueden sospechar que la dificultad propuesta no tiene solución. No debe contestarse a las cuestiones inútiles o perjudiciales, sino explicar por qué no debe responderse a tales preguntas.

07-08

"Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá: pues todo el que pide, recibe; y el que busca, halla y al que llama, se le abrirá". (vv. 7-8)

San Jerónimo
Como el Salvador había prohibido antes pedir las cosas mundanas, manifiesta lo que debemos pedir, diciendo: "Pedid y se os dará".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,21
Habiendo mandado el Salvador que no se diese lo santo a los perros, ni se arrojasen las perlas delante de los puercos, pudo el que oía, conociendo su ignorancia, decir: ¿Cómo me prohíbes dar lo santo a los perros, cuando no veo que lo posea? Y por ello añade oportunamente diciendo: "Pedid y se os dará".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
El Salvador había dado ciertos preceptos a sus discípulos, respecto de la oración, diciéndoles: "No queráis juzgar". Y oportunamente añade después: "Pedid y se os dará", como si dijese: "Si observáis esta clemencia con vuestros enemigos, en todo lo que creáis cerrado para vosotros, llamad y se os abrirá". Pedid con oraciones, rogando de día y de noche, buscando con deseo y asiduidad. Porque aun cuando trabajéis sobre el sentido de las Sagradas Escrituras, no podréis alcanzar la verdadera ciencia sin la gracia del Señor, ni alcanzar la gracia si no la buscáis, porque no se conceden los dones de Dios a los que los menosprecian. Llamad por medio de la oración, de los ayunos y de las limosnas. Así como el que llama a una puerta, no llama sólo con la voz, sino también con la mano, así el que hace buenas obras, llama con buenas obras. Pero dirás: "Pido esto mismo, saber y obrar bien. ¿Cómo puedo hacerlo, pues, antes de recibirlo?". Pero haz lo que puedas para que así puedas hacer más, y guarda lo que sabes para que sepas más. Y más abajo, habiendo mandado antes (especialmente a los maestros) que amasen a sus enemigos, y prohibido después que arrojasen lo santo a los perros bajo el pretexto de caridad, ahora les da el buen consejo de pedir a Dios por ellos, que les será dado. Busquen a los que perecieron en los pecados y los hallarán. Llamen a los que están encerrados en los errores y Dios les abrirá, para que su palabra tenga ingreso en las almas de aquéllos. O de otro modo, como los preceptos arriba expuestos eran superiores a las fuerzas humanas, demuestra la posibilidad de su cumplimiento con el auxilio de la gracia de Dios, diciendo: "Pedid, y se os dará", para que lo que no puede hacerse por la humana debilidad, se cumpla por medio de la gracia divina. Habiendo Dios dotado a los demás animales de la velocidad en la carrera, o la rapidez en el vuelo, o de uñas, o de dientes, o de cuernos, sólo al hombre dispuso de tal forma, que su fortaleza no podía ser otra que el mismo Dios. Y esto lo hizo con el fin de que, obligado por la necesidad de su flaqueza, pida siempre a Dios cuanto pueda necesitar.
 
Glosa
Pedimos con la fe, buscamos con la esperanza y llamamos con la caridad. Primeramente debemos pedir para alcanzar, después buscar para encontrar, y luego de haber hallado, guardar lo que poseemos para poder entrar.
 
Remigio
O de otro modo, pedimos orando, buscamos viviendo bien y llamamos perseverando.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,21
La petición, pues, tiene por objeto impetrar la salud del alma, a fin de que podamos cumplir lo que está mandado. Mas el acto de buscar se refiere a la adquisición de la verdad, pues una vez que se ha encontrado la verdadera vida se llega a su posesión, la cual sólo se abre al que llama.
 
San Agustín, retractationes, 2,19
Aunque no sin trabajo, he creído oportuno exponer en qué se diferencian estas tres cosas, pero mucho mejor se reducen a la petición apremiante. Por esto, concluye después, diciendo: "Dará sus bienes a los que se los piden", y no añade: "A los que buscan y a los que llaman".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,4
En esto que añade: "Buscad y llamad", dio a entender que debe pedirse con mucha insistencia y con fuerza. El que busca separa de su imaginación todo lo demás y se fija sólo en aquello que busca. El que llama viene con ánimo vehemente y fervoroso.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
Como había dicho: "Pedid y recibiréis", para que los pecadores no dijesen oyendo esto: "El Señor invita a pedir a los dignos y no a nosotros que no lo somos", lo repite para recomendar a justos y pecadores la confianza en la misericordia de Dios. Por eso añade: "Todo el que pide recibe", esto es, ya sea justo, ya pecador, no dude al pedir, para que conste que no se desprecia a nadie, si no se duda del Señor al pedirle alguna gracia. No puede concebirse que Dios, cuando manda la gran obra de caridad de hacer bien a los enemigos, imponga a los hombres el deber de hacer lo que El no hace siendo bueno.
 
San Agustín, in Ioannem, 44,13
Luego el Señor escucha a los pecadores. Si no oyese a los pecadores, en vano se esforzaría el publicano, diciendo: "Señor, perdóname porque soy un pecador" ( Lc 18,13). Y por esta confesión mereció ser justificado.
 
San Agustín, sententia 212
Suplicando fielmente al Señor por las necesidades de esta vida, con misericordia nos oye unas veces y con misericordia nos desoye en otras. El médico sabe mejor que el enfermo lo que a éste le conviene. Si pide lo que el Señor desea y promete, se hará enteramente lo que pide, y recibirá la caridad lo que la verdad prepara.
 
San Agustín, ad Paulinum et Theresiam, epistola 31,1
Bueno es el Señor, quien no siempre nos concede lo que deseamos, para otorgarnos lo que querríamos más, si lo conociéramos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,21
La perseverancia es necesaria para alcanzar lo que deseamos.
 
San Agustín, sermones, 61,6
Cuando el Señor tarda en conceder lo que pedimos hace desear sus dones, pero no los niega. Las cosas que se desean por mucho tiempo se reciben con más gusto, mas las que se obtienen con facilidad cansan bien pronto. Pide, busca, insta. Pidiendo y buscando aumenta el deseo (o crece) para que recibas los dones con más gusto. El Señor te reserva lo que no quiere darte por lo pronto, para que aprendas a desear en gran manera las cosas grandes, por ello conviene orar siempre y no desmayar ( Lc 18,1).

09-11

"O ¿quién de vosotros es el hombre a quien si su hijo le pidiere pan le dará una piedra, o si le pidiere un pez le dará una serpiente? Pues si vosotros siendo malos sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará bienes a los que se los pidan?" (vv. 9-11)
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 21
Así como dijo antes, tratando de las aves del aire y de los lirios del campo para que la esperanza subiese de lo menor a lo mayor, así ahora, cuando dice: "O ¿quién es de vosotros el hombre?", etc.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
Para que alguno, considerando la diferencia que hay entre Dios y el hombre, y ponderando sus pecados, no desespere de alcanzar lo que pide y no deje de pedir. Por eso citó la semejanza de los padres y de los hijos, para que si desesperamos por nuestros pecados, esperemos en la bondad de nuestro Padre.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,4
Dos cosas son necesarias al que ora: pedir con fervor y pedir lo que conviene, esto es, cosas espirituales. Por eso Salomón obtuvo bien pronto lo que pedía, porque pidió lo que era conveniente.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
Bajo la semejanza de pan y de peces nos manifiesta el Señor qué es lo que debemos pedir. El pan es el Verbo, que nos da noticia del Padre. La piedra es toda mentira, que produce escándalo de ofensa al alma.
 
Remigio
Por pez podemos entender la palabra de Cristo, y por serpiente el diablo. O bien por pan se entiende la doctrina espiritual, y por piedra la ignorancia. Por pez puede entenderse también la gracia del bautismo y por serpiente la astucia del diablo o la infidelidad.
 
Rábano
O también el pan, que es alimento común, significa la caridad, sin la cual las demás virtudes nada valen. Pez significa la fe que brota de las aguas del bautismo y que vive en medio de las olas de esta vida que la agitan. San Lucas añade una tercera figura: el huevo, que es la esperanza del animal, y por ello significa esperanza. Opone a la caridad la piedra, esto es, la dureza del odio. A la fe la serpiente, esto es, el veneno de la perfidia. A la esperanza el escorpión, esto es, la desesperación, que pica por la espalda como este animal.
 
Remigio
Este es el sentido: no debe temerse que, si pedimos a Dios Padre pan, esto es, enseñanza o caridad, nos presente una piedra, esto es, que permita que nuestro corazón sea afligido o por la frialdad de los odios, o por la dureza de la inteligencia, o si pedimos la fe, permita que sucumbamos con el veneno de la infidelidad. De aquí se sigue: "Si, pues, vosotros siendo malo sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos", etc.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,5
Dijo esto, no humillando la naturaleza humana ni declarando malo a todo el género humano, sino, llamando malicia al amor de los padres de la tierra, a diferencia de su bondad, tal es la sobreabundancia de su amor hacia los hombres.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
En cuanto a la comparación de Dios (el único que puede llamarse bueno), todos parecen malos, como en comparación del sol toda luz es oscura.
 
San Jerónimo
O bien en la persona de los apóstoles se condena a todo el género humano, cuyo corazón está inclinado al mal desde la infancia, como se lee en el Génesis ( Gén 8,21). No debe extrañar que los hombres del mundo sean llamados malos, cuando también el Apóstol recuerda: "porque los días son malos" ( Ef 5,16).
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,21
Llama malos a los que aman este mundo y a los pecadores. He aquí que los bienes que dan, esto es, los temporales, son buenos para sus sentidos, puesto que los tienen por tales, y lo son también por su naturaleza, pero pertenecen a esta vida enferma.
 
San Agustín, sermones, 61,3
El bien que te hace bueno es Dios. El oro y la plata son un bien, no porque te hagan bueno, sino que con ellos puedes obrar el bien. Siendo, pues, malos y teniendo un Padre bueno, no siempre seamos malos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2,21
Si siendo nosotros malos sabemos dar lo que se nos pide, ¿cuánto más debe esperarse que Dios nos concederá los bienes que le pidamos?
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
Como el Señor no concede siempre todo lo que se le pide, sino sólo lo que es bueno, por eso añade oportunamente los bienes.
 
Glosa
De Dios sólo recibimos bienes, aunque muchas veces no los consideramos como tales, pues todo concurre al bien de sus amados.
Remigio
Y téngase en cuenta que donde San Mateo dice: "Dará los bienes", San Lucas dice: "Dará un buen espíritu" ( Lc 11,13). Pero en ello no debe verse contradicción alguna, porque todos los dones que el hombre recibe del Señor se le conceden por medio de la gracia del Espíritu Santo.

12

"Y así, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también con ellos: ésta es la ley y los Profetas". (v. 12)
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 22
En las buenas costumbres, que llevan a los hombres hasta la limpieza y simplicidad del corazón, se halla constituida cierta firmeza y valentía para marchar por el camino de la sabiduría. Y después de haber hablado mucho de ella, concluye el Señor diciendo: "Y así, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también con ellos". Nadie quiere que se le trate con doblez de corazón.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
O bien, a fin de hacer nuestra oración más santa, había mandado más arriba que no juzgásemos a los que nos habían ofendido, y habiéndose apartado del orden de su narración para introducir otros pensamientos en ella, vuelve ahora al precepto con que había empezado, y dice: "Todas las cosas que queráis", etcétera. Esto es, no sólo no debéis juzgar, sino todas las cosas que queráis que hagan con vosotros los demás hombres, hacedlas vosotros con ellos, y entonces podréis orar con fruto.
 
Glosa
El que distribuye todos los bienes espirituales, para que se puedan practicar las obras de caridad, es el Espíritu Santo. Por ello añade: "Todo lo que queráis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos", etc.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 24,5
Quiere demostrar que conviene a los hombres impetrar de lo alto el divino auxilio, y que el que de ellos depende se lo concedan mutuamente. Por eso, después de haber dicho: "Pedid, buscad, llamad", enseña claramente que los hombres deben ser solícitos para el bien de sus hermanos, y por lo mismo añade: "Todo lo que queráis", etc.
 
San Agustín, sermones, 61, 5
El Señor había prometido a los que le pidieren que les concedería sus bienes. Pero para que El conozca a sus mendigos, conozcamos nosotros los nuestros. Dejando de lado, pues, el apoyo en las riquezas que cada uno pueda tener, los que piden son iguales a aquellos a quienes piden. ¿Con qué cara pedirás a tu Dios si no reconoces a tu semejante? Por esto se dice en los Proverbios: "El que cierra su oído al clamor del pobre también él clamará y no será oído" ( Prov 21,13). Qué es lo que debemos conceder al prójimo cuando nos pide para que nosotros seamos oídos por Dios, podemos deducirlo de lo que nosotros queremos obtener de los demás, y por ello añade: "Todas las cosas que queráis", etc.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,5
No dijo simplemente: todas las cosas, sino que añadió: pues, como si dijese: "Si queréis ser oídos haced con aquellos, de quienes os he hablado, esto mismo". No dijo, pues: "Haz con tu prójimo todo lo que quieras que Dios haga contigo", para que no digas: "¿Cómo es posible esto?", sino que dice: "Todo lo que quieras que haga contigo tu compañero de esclavitud, esto mismo debes hacer con tu prójimo".
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 22
Algunos códices latinos añaden la palabra bienes, lo cual considero añadido como explicación de esta sentencia. Podía preguntarse si interpreta bien esta sentencia aquel que, deseando que otro le haga algún daño, se lo hace él primero, pero es ridículo pensar tal extravagancia. Debe entenderse, pues, que la sentencia es completa, aun cuando no se añade esto. En cuanto a lo que se dice: "Todo lo que queráis", no debe tomarse a la ligera y vulgarmente, sino en su sentido propio. La voluntad no es tal sino en las cosas buenas, pues en las malas se llama propiamente codicia, no voluntad. No porque las Sagradas Escrituras hablen siempre con este rigor de lenguaje, sino que allí donde tienen palabras enteramente propias, no permiten que se entiendan de otro modo.
 
San Cipriano, de oratione Domim, serm. 6
Habiendo venido el Verbo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, para todos, hizo un gran compendio de sus preceptos, cuando dijo: "Todo lo que queráis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros a ellos", y añadió: "Esta es la Ley y los Profetas".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
Porque cuanto han mandado la ley y los profetas en todos los tiempos, se encuentra compendiado en este sencillo precepto como innumerables ramas de un árbol en un solo tronco.
 
San Gregorio Magno, Moralia 10,6
El que piensa que debe hacer a otro lo que espera recibir de él, debe pensar en que por los males debe volver los bienes, y que éstos debe pagarlos con otros mejores.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,5
En lo que se demuestra también que conocemos perfectamente lo que es digno de todos los hombres y que no es posible excusarnos con la ignorancia.
 
San Agustín, de sermone Domini, 2, 22
Parece que este precepto pertenece al amor del prójimo y no al amor de Dios, puesto que en otro lugar dice que hay dos preceptos en los cuales están compendiados la ley y los profetas ( Mt 22). No habiendo añadido aquí: " Toda la ley " (lo cual añadió allí), reservó el lugar a otro precepto, cual es el del amor de Dios.
 
San Agustín, de Trinitate, 8,7
La Sagrada Escritura sólo recuerda el amor del prójimo cuando dice: "Todo lo que queráis", porque el que ama al prójimo es consiguiente que ame principalmente al mismo amor. Dios es el amor. Es lógico, por lo tanto, que ame principalmente a Dios.

13-14

San Agustín, de sermone Domini, 2, 23
Había exhortado el Señor antes a tener un corazón sencillo y limpio, en el que se busca a Dios, pero como esto es propio de pocos, ya empieza a hablar de buscar la sabiduría para cuya investigación y contemplación ha pasado la vista por todos los preceptos que anteceden, con lo que ya puede verse la áspera vía y la puerta estrecha. Por esto añade: "Entrad por la puerta estrecha".
 
Glosa
Aun cuando es difícil que hagas a otros lo que quieras que hagan contigo, con todo, así debe hacerse para entrar por la puerta estrecha.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18
Esta tercera consecuencia pertenece a la justicia del ayuno para que sea tal el orden de la narración: "Tú, cuando ayunas, unge tu cabeza" ( Mt 6,17), y después prosigue: "Entrad por la puerta estrecha". Tres son principalmente las pasiones naturales e íntimamente unidas a la carne. La primera es la de la comida y la bebida, después el amor del hombre a la mujer, y en tercer lugar el sueño. Y es más difícil separar de ellas nuestro cuerpo que de todas las otras. Así, la abstinencia de ninguna pasión santifica tanto al cuerpo como el que el hombre sea casto, ayune y sea perseverante en las vigilias. Luego por todas estas buenas acciones, y principalmente por el laboriosísimo ayuno, dice: "Entrad por la puerta estrecha". La puerta de perdición es el diablo, por la que se entra en el infierno. La puerta de la vida es Cristo, por la que se entra al Reino de los Cielos. Se dice que el diablo es la puerta ancha, no porque se extienda mucho su poder, sino por la dilatación de la soberbia desenfrenada. También se dice que la puerta estrecha es Cristo, no porque su poder sea limitado, sino recogido por causa de la humildad, porque El, que no cabe en todo el mundo, se encerró en las entrañas de una Virgen. El camino de perdición es toda iniquidad. Llámese ancho este camino porque no está sujeto a regla ni disciplina alguna, y los que andan por él siguen todo lo que les deleita. El camino de la vida eterna es toda justicia, y es estrecho por causas contrarias. Debe considerarse que el que no anda por el camino no puede llegar a la puerta, y el que no anda por el camino de la justicia es imposible que pueda conocer verdaderamente a Jesucristo. Del mismo modo no puede caer en manos del demonio mas que aquel que anda por el camino de los pecados.

San Gregorio, homiliae in Hiezechihelem prophetam, 17
Aunque la caridad sea ancha, sin embargo, no arranca a los hombres de la tierra, sino haciéndolos caminar por sendas arduas y estrechas. Y ciertamente que es bastante estrecho dejarlo todo, amar a uno solo, no ambicionar las cosas prósperas y no temer las adversas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,5
Mas como diga después: "Mi yugo es suave y mi carga ligera", ya indica cómo debe entenderse que el camino es estrecho y difícil, pero aquí se demuestra que ese camino es fácil y suave, puesto que es camino y puerta. Así como el otro, que es ancho y espacioso, también es camino y puerta, lo cual significa que no son lugares de mansión definitiva, sino de tránsito. El pensamiento de que han de pasar los trabajos y los sudores y que han de conducir a buen fin, esto es, a la vida eterna, es suficiente para consolar a aquellos que combaten. Si las tempestades son llevaderas para los navegantes y la heridas son dulces para los militares, por la esperanza de premios transitorios, con mucha más razón, cuando se sufre por el premio celestial y por la eterna recompensa, no habrá quien sienta la inminencia de los peligros. Y esto mismo, a saber, el llamar estrecho el camino, contribuye mucho a hacerlo suave, porque así nos prepara a la vigilancia y dirige nuestro deseo. Por otra parte, el que pelea en la brecha, al ver que el príncipe admira los trabajos de sus combates, se hace más intrépido. Para que no estemos tristes cuando nos acometen grandes aflicciones, se nos dice que, si bien el camino es estrecho, la ciudad es muy grande. No es aquí donde debemos esperar el reposo ni allí temer la tristeza. Al decir: "Porque son pocos los que la encuentran", manifiesta la desidia de muchos, y por eso advirtió a los que lo escuchaban que no atendiesen a las prosperidades de muchos, sino a los trabajos de los pocos.

San Jerónimo
Hablando en ese sentido de ambos caminos, dice que son muchos los que andan por el camino ancho y pocos los que andan por el estrecho. No buscamos el camino ancho ni necesitamos encontrarlo, porque se ofrece él espontáneamente, y es el camino de los que yerran. Mas el camino estrecho no lo encuentran todos, ni los que lo encuentran penetran en él inmediatamente. Muchos después de haber encontrado el camino de la verdad, cautivados por los placeres del mundo, se vuelven desde la mitad del camino.

15-20

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, y dentro son lobos rapaces: por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así todo árbol bueno lleva buenos frutos; y el mal árbol lleva malos frutos. No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos. Todo árbol que no lleva buen fruto, será cortado y metido en el fuego. Así, pues, por los frutos de ellos los conoceréis". (vv. 15-20)

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Había mandado el Señor a los apóstoles que no hiciesen sus limosnas, sus ayunos y sus oraciones delante de los hombres, como lo hacen los hipócritas. Y para darles a conocer que todas estas cosas pueden hacerse con hipocresía, les habla diciendo: "Guardaos de los falsos profetas".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 24
Habiendo dicho el Señor que son pocos los que encuentran el camino estrecho y la puerta angosta, para que los herejes, que se recomiendan muchas veces por su pequeño número, no se coloquen en nuestro lugar, añade en seguida: "Guardaos de los falsos profetas".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,6
Como se había dicho que la puerta es estrecha, y que son muchos los que pervierten la vía que a ella conduce, por eso inculcó: "Guardaos de los falsos profetas". Para despertar más su atención, les recordó con ese nombre a los que introdujeron el error entre sus padres, lo cual había sucedido también en medio de ellos.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Lo que se ha escrito: "La Ley y los Profetas hasta San Juan Bautista" ( Mt 11,13), es para significar que la profecía de Cristo no tendría lugar después de El. Aún hay profetas y los hubo, pero no que profeticen de Cristo, sino que interpretan lo que los antiguos profetas anunciaron de Cristo. Esto es, los maestros de las Iglesias. Y son profetas porque nadie puede interpretar el sentido de las profecías sino por medio del espíritu profético. Sabiendo, pues, el Señor que había de haber falsos doctores de diversas herejías, lo advirtió diciendo: "Guardaos de los falsos profetas". Como no eran manifiestos los futuros gentiles, sino escondidos bajo el nombre cristiano, no dijo: "Mirad", sino "Guardaos". Cuando la cosa es cierta se mira, esto es, se ve simplemente, pero cuando es incierta se observa, esto es, se examina con precaución. Dice además: "Guardaos", porque es una buena garantía de salvación saber de quién se ha de huir. No dice "Guardaos" como si el diablo pudiese introducir herejías (en la Iglesia) contra la voluntad de Dios, sino con la permisión de Dios, pues dado que no quiere tener siervos suyos sin discernimiento, permite la tentación. Y porque no quiere que sucumban por ignorancia, les advierte el peligro. Para que algún maestro hereje no diga que a ellos no los llamó profetas falsos, sino a los maestros de los gentiles y de los judíos, por eso añade: "Que vienen a vosotros con vestidos de ovejas". Las ovejas son los cristianos, mas el vestido de oveja es una especie de cristianismo y de religión fingida. Ninguna cosa hace tanto daño al bien como la ficción, porque lo malo que se oculta con apariencia de bueno. Mientras no se conoce, no se previene. Y para que aun no diga el hereje que habla de los verdaderos maestros, que también son pecadores, añade: "Y dentro son lobos rapaces". Los maestros católicos se llaman también siervos de la carne, porque son vencidos por ella, pero no lobos rapaces, porque no tienen el propósito de perder a los cristianos. Habla, pues, Jesucristo de los maestros herejes, que con intención toman el aspecto de cristianos para destrozarlos con la perversa mordedura de la seducción, y de quienes dice el Apóstol: "Sé que después de mi muerte, entrarán entre vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño" ( Hch 20,29).

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,6
Por lo que parece, muchas veces no sólo son llamados falsos profetas los herejes, sino también aquéllos cuya vida es corrupta, pero que la ocultan con el antifaz de la virtud, por lo cual dijo: "Los conoceréis por sus frutos". Entre los herejes puede muchas veces hallarse la vida, pero de ningún modo entre los que he dicho.

San Agustín, de sermone Domini, 2,24
Importa mucho averiguar la clase de frutos de que se trata aquí. Muchos se dejan engañar a la vista de los frutos que producen aquellos que llevan piel de oveja, y así resultan la presa de los lobos. Los frutos que los engañan son los ayunos, las limosnas y las oraciones que no tienen otro objeto que los hombres y agradar a aquellos a quienes estas obras parecen difíciles. Pues bien, éstos no son los frutos que pueden servirnos para reconocerlos, como se nos manda, porque todas estas cosas si se hacen con recta intención, en la verdad, son el vestido propio de las ovejas. Mas cuando se hacen con mal fin, y con el objeto de engañar, no aprovechan más que para encubrir a los lobos. Pero no deben las ovejas aborrecer su vestido porque con él se cubran muchas veces los lobos. Cuáles son los frutos con los que podremos conocer el árbol malo, no lo dice el Apóstol en su carta a los fieles de Galacia: "Manifiestas son las obras de la carne: ellas son la fornicación, la impureza" ( Gál 5,19), etc. Y cuáles son los frutos con los que podremos conocer el árbol bueno, lo expresa también el Apóstol diciendo en la misma carta: "Los frutos espirituales son la caridad, el gozo, la paz" ( Gál 5,22), etc.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
El fruto por donde se conoce al hombre es la confesión de su fe. El que, según Dios, emita la voz de la humildad y de la verdadera confesión, éste es una oveja. Pero el que, por el contrario, se deshace en blasfemias contra Dios, es un lobo.

San Jerónimo
Así pues, lo que se dice aquí de los falsos profetas (que ofrecen una cosa en su trato y en sus palabras, y demuestran otra en sus obras), debe entenderse especialmente de los herejes, que parecen cubrirse con la continencia y el ayuno como con un vestido de piedad, pero que interiormente tienen sus almas envenenadas, y engañan los corazones de sus hermanos sencillos.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 39
Pero por las obras puede deducirse si esa apariencia exterior lleva envuelta alguna ambición. Cuando empiecen a ser mortificados por algunas tentaciones, en el modo de evitarlas o de no consentirlas se verá el fin que se propusieron, o que intentaron proponerse, al encubrirse con este velo. Y entonces aparecerá si es lobo cubierto con piel de oveja, u oveja con su propia piel.

San Gregorio Magno, Moralia 31,11
El hipócrita hasta con la paz de la Iglesia se ve hostigado, por eso a nuestra vista aparece vestido con capa de religiosidad. Pero basta que se declare alguna persecución contra la fe, y al punto los feroces apetitos del lobo lo despojan del vestido de oveja, y, persiguiendo, demuestra cuán grande es su crueldad contra el bien.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,6
Fácilmente se descubre a los hipócritas. El camino por el que quieren andar es difícil. El hipócrita no es amigo del trabajo. Además, para que no se diga que es imposible conocer a estos tales, pone otro ejemplo el Salvador, tomado de las mismas cosas humanas, diciendo: "¿Por ventura cogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
La uva encierra en sí cierto misterio de Jesucristo. Así como el racimo suspende muchos granos pendientes de la cepa, así Jesucristo suspende de sí muchos fieles unidos al árbol de la Cruz. El higo representa la Iglesia, que contiene a muchos fieles con cierto dulce abrazo de caridad, así como el higo contiene muchos granillos encerrados en su piel. Hay en el higo estas señales de caridad en su dulzura, de unidad en la reunión de sus granos. La uva es el símbolo de la paciencia porque se la lleva al lagar, también lo es de alegría porque el vino alegra el corazón del hombre ( Sal 103), de pureza porque no está mezclada con agua, y de suavidad por la complacencia que produce. La espina y el abrojo por todas partes ofrecen puntas. Así, si examinamos los esclavos del diablo, por cualquier parte que los examinemos, los encontraremos cubiertos de iniquidades. No pueden, pues, estos espinos y estos abrojos producir frutos propios de la Iglesia. Demuestra a continuación que es universalmente verdadero lo que en particular había dicho bajo la semejanza del higo y de la vid, de los espinos y de los abrojos, cuando dice: "Así todo árbol bueno lleva buenos frutos; y todo árbol malo, lleva malos frutos".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 24
Debe evitarse en este lugar el error de aquéllos (de los maniqueos) que opinan que los dos árboles designan dos naturalezas, de las cuales la una es de Dios y la otra no. Debe decirse que esta figura de los dos árboles en nada los favorece, puesto que aquí no se trata de los árboles sino de los hombres, como podrá ver claramente el que considere los antecedentes y los consiguientes.

San Agustín, de civitate Dei, 12, 4-5
Las mismas naturalezas desagradan a los herejes mencionados, no considerándolas según su utilidad, como si la naturaleza considerada en sí misma no diese gloria a su Autor, sino por la comodidad o imcomodidad que nos produzca. Todas las naturalezas, por el mero hecho de existir y de tener su modo de ser propio, su especie y cierta paz suya consigo, son ciertamente buenas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,7
Para que alguno no diga que el árbol malo produce malos frutos, pero que también los produce buenos, y que por ello será difícil conocerlo a no ser gustando los dos frutos, añade: "No puede el árbol bueno llevar malos frutos, ni el árbol malo llevar buenos frutos".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 24
De aquí deducen los maniqueos que un alma no puede volverse buena, ni una buena en mala, como si se hubiese dicho: "No puede un árbol bueno convertirse en malo, ni un árbol malo volverse bueno". Lo que se ha dicho es: "No puede un árbol bueno producir malos frutos", ni lo contrario. El árbol es el mismo hombre. Los frutos son las acciones del hombre. No puede, por lo tanto, un hombre malo hacer obras buenas, ni uno bueno hacerlas malas. Luego si el malo quiere obrar bien, es preciso que primero se haga bueno. Mientras uno es malo, no puede hacer obras buenas. Puede suceder que lo que fue nieve no lo sea, mas no que la nieve sea caliente. Así puede suceder que el que fue malo no lo sea, pero no se podrá conseguir que el que es malo haga cosas buenas, pues aunque alguna vez es útil, esto no lo hace él, sino que se realiza en él, haciéndolo la divina Providencia.

Rábano
El hombre se considera como árbol bueno o malo, según que su voluntad sea buena o mala. Los frutos son sus acciones, que no pueden ser buenas cuando son producto de una mala voluntad, ni malas cuando lo son de una buena.

San Agustín, contra Iulianum 1, 13
Así como se sabe que de la mala voluntad no pueden brotar más que malas acciones (como sucede al árbol respecto de sus frutos), así, ¿de dónde dirás que procede la misma voluntad mala, sino porque la mala voluntad del ángel nace del ángel, como la del hombre nace del mismo hombre? ¿Qué eran estos dos, antes de que naciese en ellos la mala voluntad, sino una obra perfecta de Dios y una naturaleza digna de alabanza? He aquí por qué decimos que de lo bueno nace lo malo, pues no hay de dónde podría haber surgido sino es de lo bueno. Digo esto de la mala voluntad misma, pues ningún mal la precedió. No de las obras malas, porque ellas no nacen sino de una voluntad mala como de un árbol malo. Pero no proviene la mala voluntad de lo bueno -pues lo bueno ha sido hecho por el buen Dios- sino que proviene de la nada, no de Dios.

San Jerónimo
Preguntemos a los herejes, que admiten en sí mismos dos naturalezas contrarias si, según su modo de pensar, un árbol bueno no puede producir malos frutos, ¿cómo Moisés, árbol bueno, ha pecado junto a las aguas de la contradicción ( Núm 26,72), San Pedro negó al Señor en la pasión diciendo: "No conozco a ese hombre", y el suegro de Moisés, árbol malo que no creía en el Dios de Israel, le dio un buen consejo?

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,7
Como no había mandado castigar a los malos profetas, los amenaza con las penas que Dios suele aplicar, diciendo: "Todo árbol que no lleve buen fruto, será cortado y metido en el fuego". En estas palabras parece que designa a los judíos y por ello recuerda las palabras del Bautista, manifestándoles por medio de ellas la pena que les está preparada. Pues aquél había dicho esto mismo a los judíos cuando les hablaba del árbol cortado, recordándoles que sería arrojado al fuego eterno. Si alguno considera esto con atención, encontrará dos penas: una en el ser cortado y otra en el ser quemado. El que es quemado es también separado del reino, y por ello su pena es doble. Algunos sólo temen el infierno, pero yo digo que la pérdida de aquella gloria es mucho más dolorosa que la pena del infierno. ¿Qué mal (grande o pequeño) no experimentaría un padre por ver y tener consigo a su hijo amado? Consideremos esto respecto de aquella gloria. No hay hijo alguno tan grato para su padre como la adquisición de aquellos bienes, y el renunciarse para poder estar con Cristo. La pena del infierno es insufrible, es verdad, pero aun considerando diez mil infiernos, nada se podrá decir respecto a la pena que produce la pérdida del cielo y el ser aborrecido por Cristo.

Glosa
De la comparación mencionada deduce lo que ya antes había manifestado, diciendo: "Por los frutos de ellos los conoceréis".

21-23

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése entrará en el reino de los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿pues no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces yo les diré claramente: nunca os conocí. Apartaos de mí los que obráis la iniquidad". (vv. 21-23)

San Jerónimo
Así como había dicho antes que aun los que llevan el vestido de la buena vida no deben ser recibidos si hay maldad en sus enseñanzas, así ahora dice, por el contrario, que no debe oírse a los que, enseñando buena doctrina, la destruyen con sus malas obras. Una y otra cosa es necesaria a los que sirven al Señor: que las obras se prueben con las palabras y las palabras con las obras. Y por ello añade: "No todo el que me dice Señor, Señor", etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
En estas palabras parece que se dirige especialmente a los judíos, que ponen toda su atención en los dogmas. Por ello San Pablo los denuncia, diciéndoles en la segunda carta a los Romanos ( Rom 2,17): "Si, pues, te llamas judío y descansas en la ley", etc.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Como ya nos había enseñado a distinguir los verdaderos y los falsos profetas por sus frutos, ahora ya nos manifiesta de una manera terminante cuáles son los frutos por medio de los que se distinguen los maestros buenos y los malos.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Debemos cuidar de no ser engañados en el nombre de Cristo por los herejes, o por los que lo entienden mal, o por los que aman el mundo, y por ello dice: "No todo el que me dice: Señor, Señor", etc. Pero veamos cómo puede concordar con esta sentencia aquella otra del Apóstol: "Ninguno puede decir: Señor Jesús si no lo dice inspirado por el Espíritu Santo". No podemos decir que aquellos que no entran en el reino de los cielos tienen el Espíritu Santo, pero el Apóstol puso propiamente esta palabra ( 1Cor 12,3): dice, para dar a conocer la voluntad y el entendimiento del que habla. Habla con propiedad aquel que manifiesta su voluntad y su pensamiento por medio de la voz. El Señor puso aquí en general la palabra decir. Parece que también dice aquel que ni quiere ni entiende lo que dice.

San Jerónimo
Es costumbre en la Sagrada Escritura el tomar los dichos por los hechos, según cuya interpretación dice el Apóstol: "Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con los hechos" ( Tit 1,16).

Ambrosiaster, commentario de 1 Cor 12,3
Toda verdad, sea dicha por quien quiera, proviene del Espíritu Santo.

San Agustín, de sermone Domini, 2,25
No creamos que pertenece a aquellos frutos de que había hablado antes, si alguno dice a nuestro Señor: "Señor, Señor", y que por ello nos parezca que es árbol bueno, sino que aquellos frutos son cumplir el designio de Dios. Por ello sigue: "Sino el que hace la voluntad de Mi Padre", etc.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
El camino del reino de los cielos es la obediencia al designio de Dios, no el repetir su nombre.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Cuál sea el designio de Dios El mismo nos lo enseña: "Esta es la voluntad de Aquel que me envió, que todo el que ve a su Hijo y cree en El obtenga la vida eterna" ( Jn 6,40). La palabra creer afecta lo mismo a la confesión que a la acción. El que no confiesa o no vive, según la palabra de Jesucristo, no entrará en el Reino de los Cielos.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
No dijo: "El que hace mi voluntad", sino "la del Padre", porque, entre tanto, era conveniente decir esto para acomodarse a la ignorancia de aquéllos; mas ya por esto les insinuó ocultamente aquello: "No es otra la voluntad del Hijo que la del Padre".

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Aquello tiene por objeto evitar que seamos engañados, no sólo en el nombre de Cristo por aquellos que tienen el nombre mas no los hechos, sino también por ciertos prodigios y milagros que Dios opera por medio de ellos a causa de los infieles. Nos advierte así que no nos dejemos engañar con tales obras, creyendo que hay alguna sabiduría invisible allí donde vemos el milagro, por lo cual añade y dice: "Muchos me dirán en aquel día".

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
Ves cómo se introduce de una manera discreta; cuando ya hubo terminado su sermón, se presenta a sí mismo como juez. Que la pena afecta a los que pecan ya lo demostró antes, quién es el que castiga ya lo revela, diciendo: "Muchos me dirán en aquel día", etc.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
A saber, cuando venga en la majestad de su Padre, cuando ya nadie se atreverá a defenderse con palabrería ni con mentira ni a contradecir a la verdad, cuando hablen las acciones de cada cual, las bocas se cierren, ni uno intervendrá por otro, sino que cada uno temerá por sí. En aquel juicio no habrá testigos aduladores de los hombres, sino ángeles veraces y el juez, el Señor lleno de justicia. Por eso expresó propiamente las angustias de los hombres que temen y la voz de los que sufren, diciendo: "Señor, Señor". Decir una sola vez: "Señor", no bastaría a aquel a quien aprieta la necesidad del temor.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
Presumen para sí la gloria por la virtud de su palabra, la profecía de la doctrina, la expulsión de los demonios y otras obras por el estilo, y por ello se prometen el Reino de los Cielos, diciendo: "Pues no profetizamos en tu nombre", etc.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
Pero hay algunos que dicen que éstos lo dijeron mintiendo y que por eso no se han salvado, pero que no se atreverían a decir lo mismo en presencia del juez. Mas la misma pregunta y su misma respuesta manifiestan que ellos hicieron estas cosas. Como aquí eran admirables haciendo milagros en presencia de todos y allí se ven castigados, admirados dicen: "Señor, ¿pues no practicamos muchas virtudes en tu nombre?", etc. Algunos dicen que cuando hacían milagros no obraban mal, sino después. Pero no consta que esto sea lo que el Señor quería demostrar, a saber, que ni los milagros ni la fe valen algo cuando la vida no es buena, como dice San Pablo: "Si tuviese una fe tan firme que traspasase los montes de un lado a otro, pero no tuviese caridad, nada soy" ( 1Cor 13,2).

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Considera que dicen en el nombre y no en el espíritu. Profetizan en el nombre de Cristo, pero con el espíritu del diablo, como son los que adivinan, pero se distinguen así porque el diablo dice a veces las cosas falsas, mientras que el Espíritu Santo nunca. Se puede conceder que el diablo diga alguna vez alguna verdad, con el fin de hacer creer sus mentiras con alguna verdad rara. Arrojan los demonios en nombre de Cristo teniendo el espíritu del demonio, mas no los arrojan sino que aparentan que los arrojan, entendiéndose en realidad con los demonios. Hacen cosas admirables, esto es, milagros no útiles y necesarios, sino inútiles y faltos de significación.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Léase cuanto hicieron los magos de Egipto, en contraposición a los milagros de Moisés.

San Jerónimo
El profetizar, hacer cosas admirables y arrojar los demonios (aun cuando sea por virtud divina) no constituye mérito alguno en aquel que ejecuta tales cosas, sino que, o la invocación del nombre de Cristo hace esto, o se concede para condenación de aquellos que lo invocan, o para utilidad de los que ven u oyen tales prodigios. Para que ellos, aunque desprecien a los hombres que hacen tales signos, honren, sin embargo, a Dios, con cuya invocación tantos milagros se hacen. Saúl ( 1Sam 10), Balaán ( Núm 23) y Caifás ( Jn 11) vaticinaron; y según leemos en los Hechos de los Apostóles ( Hech 19), los hijos de Sceva arrojaban los demonios en la apariencia, y el apóstol Judas se dice que hizo también muchos prodigios entre los demás apóstoles, cuando ya había concebido la idea de ser traidor.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,1
Como no todos eran aptos para todo, y mientras unos tenían una vida pura y no tan grande fe, en otros sucedía lo contrario, el Señor convertía a los primeros por los últimos para que mostrasen mucho la fe. Evocaba a éstos por el inefable don de los milagros, para hacerlos mejores, y como les concedía esta gracia con gran abundancia, dicen, pues: "Hemos hecho muchos milagros". Mas como fueron ingratos con Aquel que así los honró, con razón siguen las siguientes palabras: "Y entonces yo les diré claramente nunca os conocí".

San Jerónimo
Con intención dijo: "Y entonces yo les diré claramente", lo cual había callado mucho tiempo antes.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Una gran paciencia precederá a esta gran cólera de Dios, que hará más justo el juicio y más merecido el castigo de los culpables. Debe tenerse en cuenta que Dios desconoce a los pecadores, porque se han hecho indignos de que los conozca; no porque no los conozca en absoluto, sino porque no los reconoce como cosa propia. Dios conoce a todos naturalmente, pero aparenta no conocer a éstos. Así como también parece que no conocen a Dios los que no le adoran dignamente.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, 24,1
Dice, pues, el Señor a éstos: "¿Acaso os conocí?" Como si, no solo no los conozca en el día del juicio, sino que tampoco los conocía cuando hacían milagros: a muchos tienen ya odio aquí y los separa antes de castigarlos.

San Jerónimo
Observa también lo que dice el Salvador: "Que nunca os he conocido". Esto lo dice contra algunos que afirman que los hombres se han conducido siempre como criaturas racionales.

San Gregorio Magno, Moralia, 20, 9
En esta sentencia se da a conocer que entre los hombres debe tenerse en gran veneración la humildad de la caridad y no las apariencias de las virtudes. Por esto la Iglesia aun en esta vida desprecia los milagros de los herejes, si es que hacen algunos, porque no reconoce en ellos cosa alguna de santidad. La prueba de la verdadera santidad no consiste en hacer cosas aparatosas, sino en amar al prójimo como a sí mismo. Acerca de Dios debemos tener los mejores sentimientos, acerca del prójimo debemos pensar mejor que de nosotros mismos.

San Agustín, contra adversarium legis et prophetarum libri, 2, 4
No puede creerse que Dios diga lo que llevamos dicho, refiriéndose a los santos profetas, como quieren los maniqueos. Esto lo dijo refiriéndose a aquellos que, después de predicado el Evangelio, hablan en nombre de El sin saber lo que dicen.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
Así se han gloriado a sí mismos los hipócritas, como si lo que hacían o decían procediese solamente de ellos y no lo hiciese todo la virtud de Dios invocada. Esta doctrina ilustra la lectura del Evangelio, y el nombre de Cristo atormenta allí a los demonios. En nuestra mano está la consecución de aquella eternidad bienaventurada. Pero es necesario que pongamos de nuestra parte algo, como puede ser el querer el bien, evitar lo malo, y que hagamos con más gusto lo que el Señor quiere, que aquello que nos agrada, para que así podamos alcanzar la gloria. Rechazando el Señor a aquéllos por las obras de iniquidad, les dice: "Separaos de mí todos los que obráis la iniquidad".

San Jerónimo
No dijo: "Los que habéis obrado la iniquidad", para que no pareciese que prescindía de la penitencia, sino: "Los que obráis", esto es, hasta este mismo momento en que ha llegado la hora del juicio. Pues aunque no tengáis ya facultades para pecar, conserváis el afecto del pecado.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Porque la muerte separa el alma del cuerpo, pero no cambia las disposiciones de aquélla.

24-27

"Pues todo aquél que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio que edificó su casa sobre la peña. Descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente en aquella casa, y no cayó porque estaba cimentada sobre piedra. Y todo el que oye estas mis palabras y no las cumple, semejante será a un hombre loco que edificó su casa sobre arena. Descendió lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente sobre aquella casa, y cayó y fue su ruina grande". (vv. 24-27)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,2
Como había de haber algunos que admirarían lo que había dicho Jesús, pero que no harían ostensible con obras esa admiración, previniéndoles, los aterra, diciendo: "Pues todo aquel que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio".

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 20
No dijo, pues: "Consideraré como un varón sabio a aquel que oye y hace", sino: "Será comparado a un varón sabio". Luego el que se compara es hombre ¿a quién se asemeja? A Cristo. Cristo, pues, es el varón sabio que ha edificado su casa (esto es, su Iglesia) sobre la piedra (esto es, sobre la firmeza de la fe). El hombre necio es el diablo que ha edificado su casa (esto es, todos los impíos) sobre arena (esto es, la inconstancia de la infidelidad), o sobre los hombres mundanos, que se llaman arena por la esterilidad, y como no están unidos entre sí, sino que están divididos por una multitud de opiniones, son innumerables. La lluvia es la enseñanza que riega al hombre, y las nubes son de donde sale la lluvia. Unos son encendidos por el Espíritu Santo, como los profetas y los apóstoles; otros son agitados por el espíritu del diablo, como son los herejes. Los vientos favorables son los espíritus de las diversas virtudes, o los ángeles, que obran de una manera invisible en los sentidos de los hombres y los inclinan a obrar el bien, y vientos perjudiciales son los espíritus inmundos. Los ríos benéficos son los evangelistas y los maestros del pueblo. Ríos malos son los hombres llenos del espíritu inmundo e instruidos en la palabra, como son los filósofos y los demás profesores de las ciencias humanas, de quienes brotan ríos de aguas pantanosas. A la Iglesia que Cristo fundó no la corrompe la lluvia de la enseñanza falaz, ni el hálito del demonio la empuja, ni la conmueven las corrientes de los ríos más violentos. No se opone a esto el que caigan en ello algunos de la Iglesia, pues no todos los que se llaman cristianos pertenecen a Cristo, sino que El conoce los que son suyos ( 2Tim 2,19). Pero la lluvia de la verdadera doctrina cae contra la casa que el diablo edificó. Soplan los vientos, esto es, las gracias espirituales o los ángeles; se hinchan los ríos, esto es, los cuatro evangelistas y los demás sabios; y así cae la casa, esto es, la gentilidad, para que se levante Cristo. Y su ruina ha sido grande. Disueltos los errores, convencidas las mentiras y destruidos los ídolos en todo el mundo. Es, pues, semejante a Cristo el que oye sus palabras y obra según ellas, esto es, el que edifica sobre fuerte roca, esto es, Cristo que es todo lo bueno para que sobre cualquier especie de bien que alguno edificare aparezca que ha edificado sobre Cristo. Como la Iglesia, una vez edificada por Cristo, no puede ser destruida, así el cristiano, que edifica sobre Cristo no puede ser derribado por ninguna adversidad, según las palabras del Apóstol a los Romanos ( Rom 8,35): "¿Quién, pues, nos separará de la caridad de Cristo?" Es semejante al diablo, el que oye las palabras del Señor, pero que no obra según ellas. Las palabras que se oyen y no se practican andan separadas y esparcidas, y por ello se asemejan a la arena. Arena es también toda malicia u otros bienes propios del mundo. Así como se destruye la casa del diablo, así todos los que viven fundados sobre la arena de la malicia son destruidos y caen, y la ruina es grande si uno ha sufrido algún detrimento en la fe, mayor que si hubiese fornicado o hubiese cometido algún homicidio, porque tiene el medio de levantarse por la penitencia como se levantó David.

Rábano
También puede entenderse por ruina grande lo que Jesucristo habrá de decir a aquellos que lo oyen y no obran: "Id al fuego eterno" ( Mt 25,41).

San Jerónimo
Toda predicación de los herejes se funda en arena movediza, que no puede hacerse compacta, y así se desmorona.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
También significa con las lluvias las seducciones de los blandos placeres, que se desprenden poco a poco por todas las rendijas (cuando éstas están abiertas) para humedecer la fe, después de las cuales llega el oleaje de los ríos (o torrentes), esto es, el empuje de los placeres más criminales, y de todas partes soplan los vientos con todo su furor, esto es, todo espíritu del poder diabólico entra en la lid.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Cuando la lluvia se pone como significando algún mal, se toma por la superstición nebulosa. Los rumores de los hombres se comparan a los vientos, el río a las concupiscencias de la carne, como que corren por la tierra. El que es inducido por las prosperidades es quebrantado por la adversidad, lo cual no teme el que tiene edificada su casa sobre piedra, esto es, el que no sólo escucha los preceptos del Señor, sino que también los practica. Mas se expone a peligro en todas estas cosas aquel que oye y no obra. Ninguno afirma en sí lo que percibe de Dios, ni lo oye, sino practicándolo. Debe considerarse que cuando dijo: "Y todo el que oye estas mis palabras", bien manifiesta que estas palabras comprenden todos los preceptos en que se funda toda la vida del cristiano, para que con razón los que quieran vivir según ella sean comparados a los que edifican sobre piedra.

28-29

Y sucedió que, cuando Jesús hubo terminado estos discursos, se maravillaban las gentes de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los Escribas y los Fariseos de ellos. (vv. 28-29)

Glosa
El evangelista, después de exponer la doctrina de Jesucristo, manifiesta los efectos de esta misma doctrina en la muchedumbre diciendo: "Y sucedió que cuando hubo terminado", etc.

Rábano
Esta terminación afecta a la perfección de las palabras y a la integridad del dogma. En cuanto a lo que dice: "Las turbas se admiraban", o representa a los infieles en la muchedumbre (que se admiraban, porque no creían las palabras del Salvador) o se refiere en general a todos aquellos que veneraban en El la excelencia de tanta sabiduría.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 20
El entendimiento del hombre, aplacado razonablemente, alaba; vencido, admira. Todo lo que no podemos alabar dignamente, suscita nuestra admiración. La admiración de aquéllos más bien pertenecía a la gloria de Jesucristo que a la fe de los que lo admiraban. Si hubiesen creído en Cristo, no se habrían admirado. Esto, pues lleva a admirar lo que está más allá del mero decir o hacer; y por eso no admiramos lo que Dios dice o hace, porque todo es menos que el poder de Dios. La muchedumbre era la que se admiraba, esto es, el pueblo sencillo, no los principales del pueblo, que no acostumbraban a oír por el deseo de aprender. El pueblo sencillo oía sencillamente, pero su silencio, si aquéllos hubiesen asistido se hubiese perturbado con sus contradicciones. Donde la ciencia es mayor, allí es más fuerte la malicia. El que se apresura a ser el primero, no se contenta con ser el segundo.

San Agustín, de consensum evangelistarum, 2, 19
De lo que aquí se dice, puede inferirse que la muchedumbre de que se trata es la de los discípulos, de entre los cuales eligió doce, a los que designó con el nombre de apóstoles, lo cual San Mateo pasó en silencio en este lugar de su evangelio, pero lo dice San Lucas. Parece que sólo para sus discípulos pronunció Jesús en el monte este discurso, del cual hace mención San Mateo, pero lo calla San Lucas. Después bajó al llano, y pronunció otro discurso semejante, del que habla San Lucas, y lo calla San Mateo. Aunque también puede suceder (como ya se ha dicho antes), que Jesús pronunciase un solo discurso, estando presentes los apóstoles y la muchedumbre, del que se ocupan San Mateo y San Lucas, de diverso modo, aunque bajo los mismos conceptos, y así se explica lo que se dice de la admiración de la muchedumbre.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 25,1
Indica la causa de esta admiración diciendo: "Estaba, pues, enseñando", etc. Si los escribas, viendo este poder por medio de los milagros, lo separaban de sí, ¿cuánto más se hubiesen escandalizado oyendo esas palabras, que por sí solas manifestaban ese poder? Pero la muchedumbre no sintió esta impresión. Cuando el alma es benévola fácilmente la persuaden los discursos de la verdad. Era tal el poder del que enseñaba, que convencía a muchos y llenaba de admiración a los demás. El placer que experimentaban oyéndole hacía que no lo dejasen, aun cuando callaba, y por eso lo siguieron bajando del monte. Lo que más los admiraba, era que en lo que decía no se apoyase en la autoridad de otro (como habían hecho Moisés y los profetas), sino que se mostraba siempre como quien tiene poder, apoyando en su palabra las leyes que daba: "Yo, pues, os digo" ( Mt 5,25).

San Jerónimo
Como Dios y Señor del mismo Moisés, añadía a la ley, que creía deficiente lo que le parecía, o cambiaba lo que creía oportuno cuando predicaba al pueblo, como hemos leído más arriba: "Se ha dicho a los antiguos; pero yo os digo" ( Mt 5,25). Los escribas sólo enseñaban lo que está escrito en Moisés y en los profetas.

San Gregorio Magno, Moralia 23,13
O bien, Jesucristo sólo ha podido hablar con verdadero poder, porque no había cometido falta alguna. Pero nosotros, como somos débiles, debemos consultar con nuestra debilidad lo que debemos decir a nuestros débiles hermanos.

San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
O medían el efecto de su poder con el valor de sus palabras.

San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Esto es lo que da a conocer en los Salmos ( Sal 2,6-7): "Obraré con confianza en ello: las palabras del Señor son palabras castas, oro probado por el fuego purificado siete veces", por cuyo número, he creído oportuno comparar estos siete preceptos con aquellas siete sentencias, que he puesto al principio de este discurso, cuando he tratado de las bienaventuranzas ( Mt 2,20). Sigue el mismo santo. El que uno se disguste con su hermano sin motivo alguno, o le diga raca, o lo llame necio, comete una gran soberbia. Contra ello hay un remedio, a saber, pedir perdón con ánimo humilde, para no inflarse con el espíritu de jactancia. "Bienaventurados, pues, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" ( Mt 2,22). Hace las paces con su contrario, esto es, presta obediencia a la palabra divina todo aquel que, al abrirse el testamento de su padre, no se inclina a emprender pleitos sino que accede a lo dispuesto, calmado por la piedad. "Bienaventurados, pues, los mansos, porque ellos poseerán la tierra" ( Mt 1,23). Todo aquel que sienta que las pasiones pecaminosas se levantan contra su voluntad recta, exclame: "Infeliz hombre de mí, ¿quién me librará de la muerte de este cuerpo?" ( Rom 7,24). Y llorando así, invoque el auxilio del divino consolador, porque está escrito: "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados" ( Mt 1,32). ¿Qué cosa más penosa puede imaginarse que, para vencer la costumbre de un vicio, cercenar todos los miembros que pueden impedir el Reino de los Cielos, sin quebrantarse de dolor; soportar en el matrimonio todo lo que no es la fornicación, por muy molesto que sea; decir la verdad, no apoyada en la abundancia de juramentos sino en la probidad de costumbres? ¿Mas quién se atreverá a hacer frente a tantos trabajos si no arde de amor de justicia, como encendido de hambre y sed de ella? "Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia, porque serán hartos" ( Mt 1,46). ¿Quién puede estar preparado a sufrir las injurias de los inferiores, a dar al que le pide, amar a los enemigos, hacer bien a los que le hacen mal, rogar por los que le persiguen si no es perfectamente misericordioso? "Bienaventurados, pues, los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" ( Mt 2,35). El limpio de corazón tiene puesta la vista en no hacer consistir el fin de sus buenas obras en la complacencia humana, y no se propone por ellas la adquisición de las cosas necesarias para la vida presente, ni condena temerariamente el proceder de los demás. Y cuanto manifiesta de otro, lo manifiesta con una intención tal que no tendría inconveniente en que de él se dijese lo mismo. "Bienaventurados, pues, los limpios de corazón" ( Mt 1,40), etc. Conviene entender por limpios de corazón, el modo estricto de encontrar el camino de la verdadera sabiduría, que obstruyen las decepciones de los hombres perversos. "Bienaventurados, pues, los pacíficos" ( Mt 2), etc. Ya se tenga en cuenta este orden, o ya cualquier otro, debemos obrar como el Señor nos dice, si queremos edificar sobre roca firme.