CATENA AUREA - SANTO TOMÁS DE AQUINO

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01-03

Y viendo Jesús a las turbas subió a un monte, y después de haberse sentado, se llegaron sus discípulos. Y abriendo su boca, los enseñaba, diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (vv. 1-3)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Todo artífice según su profesión, se alegra viendo las oportunidades para obrar: un carpintero, cuando ve un árbol bueno, desea cortarlo para emplearlo en obras de su oficio; y el sacerdote, cuando ve una iglesia llena, se alegra en su interior y se siente movido a enseñar. Así el Señor, viendo la muchedumbre se sintió movido a predicar. Por ello dice: "Viendo Jesús las turbas subió a un monte".
 
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,19
Aquí parece que quiso evitar el verse envuelto por la muchedumbre y por ello subió al monte para hablar a solas a sus discípulos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,1
En esto de predicar sobre un monte y en la soledad, y no en la ciudad ni en el foro, nos enseñó a no hacer nada por ostentación y a separarnos del tumulto, principalmente cuando conviene dialogar de cosas importantes.
 
Remigio
Debe saberse que Jesús tuvo tres sitios de refugio: la barca, el monte y el desierto, a los cuales se retiraba cuando se veía acosado por la muchedumbre.
 
San Jerónimo, in Matthaeum, 5
Creen algunos hermanos sencillos que nuestro Señor enseñó lo que sigue en el monte de los olivos, lo que de ningún modo es verdad. Tanto por los antecedentes y los consiguientes se demuestra el lugar, que creemos sea el Tabor o algún monte elevado.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Subió, pues, a un monte, primeramente para cumplir la profecía de Isaías que dice: "Sube tú sobre un monte" ( Is 40,9); después para manifestar que el que enseña la Palabra de Dios, lo mismo que el que la oye, deben constituirse en cumbre de virtudes. Ninguno puede estar en el valle y hablar a la vez desde el monte. Si estás sobre la tierra hablas de las cosas terrenas, pero si estuvieras en el cielo hablarías de las cosas celestiales. O de otro modo, subió al monte para manifestar que todo el que quiera conocer los misterios de la verdad debe subir al monte de la Iglesia, de quien el profeta dice: "El monte del Señor es un monte rico" ( Sal 67,16).
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Subió a un monte porque colocado en la cumbre de la majestad del Padre dio los preceptos celestiales de la vida.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,1
O subió al monte para significar que eran menores los preceptos divinos que fueron dados por Dios por medio de sus profetas al pueblo de los judíos, a quien convenía advertir por medio del temor, y que se dispensaron mayores gracias por medio del Hijo de Dios, cuyo pueblo era conveniente librar por medio de la caridad.
 
Prosigue: "Y después de haberse sentado se llegaron a El sus discípulos".
 
San Jerónimo
Por lo tanto, no habla de pie sino sentado, porque no podían entenderlo si hubiese estado rodeado de su inmensa majestad.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,1
Cuando uno se sienta para enseñar demuestra la dignidad de maestro. Se acercaron sus discípulos para que, oyendo sus divinas palabras, estuvieran más cerca de su cuerpo los que se acercaban con el espíritu por medio del cumplimiento de los preceptos divinos.
 
Rábano
Hablando en sentido místico, el acto de sentarse del Salvador representa su Encarnación, porque si Dios no se hubiese encarnado, el género humano no hubiese podido subir hasta El.
 
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,19
Llama la atención que San Mateo diga que este sermón tuvo lugar en el monte y estando sentado el Señor. San Lucas dice que lo predicó en un sitio campestre y de pie. En esto se manifiesta que San Mateo habla de un sermón y San Lucas de otro. ¿Qué importa el que Cristo repitiese alguna cosa que ya había dicho antes o hacer otra vez lo que ya había hecho? Aunque esto hubiese sucedido en alguna parte determinada del monte, se sabe que Jesucristo estuvo antes con sus discípulos cuando eligió doce de ellos. Después bajó, no del monte, sino de la misma cumbre del monte, a un lugar campestre, esto es, a alguna llanura del mismo monte en donde pudiesen caber muchos. Allí estuvo de pie hasta que la gente se reunió a su alrededor, y después, habiéndose sentado colocó cerca de sí a sus discípulos y en esta disposición dirigió la palabra lo mismo a sus discípulos que a la demás gente, pronunciando aquel sermón que refieren San Mateo y San Lucas con diversa forma pero igual en el fondo.
 
San Gregorio, Moralia, 1,4
Como Jesús había de expresar preceptos sublimes en el monte, se dice como introducción: "Y abriendo su boca los enseñaba", El, que poco tiempo antes había abierto la boca de los profetas.
 
Remigio
Donde se lea que Jesús abrió la boca, entiéndase que es que va a decir grandes cosas.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,1
Dice: "Abriendo su boca", para que esta misma detención advierta lo largo que ha de ser el sermón que se ha de pronunciar.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,1
Dice esto el evangelista para que sepas que enseñaba su verdad, unas veces abriendo su boca, y otras con la voz de sus obras.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,1
Si alguno medita de una manera piadosa y conveniente, encontrará en este sermón cuanto se refiere a las buenas costumbres y al modo perfecto de vivir cristianamente. Por ello concluye así el sermón: "Todo aquel que oye estas mis palabras y hace cuanto le digo, le compararé con un hombres sabio" ( Mt 7,24).
 
San Agustín, de civitate Dei, 19,1
Ninguna causa hay para el filosofar más que el fin bueno; por otra parte lo que hace a uno bienaventurado eso es un fin bueno. Por esto comienza por la beatitud diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,1
La presunción del espíritu representa el orgullo y la soberbia. Se dice vulgarmente que los soberbios tienen un espíritu grande y con toda propiedad, porque el espíritu se llama viento. ¿Quién ignora que a los soberbios se les llama inflados como si estuvieran llenos de viento? Por lo cual, aquí se entienden por pobres de espíritu los humildes que temen a Dios, esto es, los que no tienen espíritu que hincha.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,1-2
Aquí llama espíritu a la altivez y el orgullo. Cuando uno se humilla obligado por la necesidad no tiene mérito, por lo cual llama bienaventurados a aquellos que se humillan voluntariamente. Empieza cortando de raíz la soberbia y empieza así porque la soberbia fue la raíz y la fuente del mal en el mundo. Contra ella pone la humildad como un firme cimiento, porque una vez colocada ésta debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero si ésta no sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Por ello dice claramente: "Bienaventurados los pobres de espíritu" para manifestar así que son mendigos los que siempre escuchan a Dios. En el texto griego dice: Bienaventurados los mendigos y los pobres. Hay muchos que son humildes por naturaleza, no por la fe, porque no imploran la ayuda de Dios. Pero sólo son verdaderamente humildes los que lo son según la fe.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,1
O pobres de espíritu se pueden llamar también a los temerosos, a quienes tiemblan ante los juicios de Dios, como el mismo Dios lo dice por boca de Isaías. ¿Qué más hay que simplemente humildes? Pues humilde, aquí es ciertamente el sencillo, pero también el muy rico.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,2
Los soberbios apetecen los cosas de la tierra pero de los humildes es el Reino de los Cielos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Así como todos los vicios conducen al infierno, especialmente la soberbia, así todas las virtudes conducen al cielo, especialmente la humildad, porque es muy natural que sea ensalzado el que se humilla.
 
San Jerónimo
Bienaventurados los pobres de espíritu, esto es, los que por obra del Espíritu Santo se hacen pobres voluntariamente.
 
San Ambrosio, de officiis, 1,16
Aquí empieza la bienaventuranza en el juicio de Dios, donde es considerada la postración humana.
 
Glosa
A los pobres se ofrecen oportunamente en la vida presente las riquezas del cielo.

04

"Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra". (v. 4)
 
San Ambrosio, in Lucam, 5,54
Cuando me contentase con la simplicidad y me alejase del mal, me quedara aún el moderar mis costumbres. ¿De qué me aprovecharía carecer de los bienes de la tierra si no fuese manso? Con todo acierto continúa: "Bienaventurados los mansos".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,2
Mansos son aquellos que ceden a las exigencias injustas, no resisten el mal y vencen las malas acciones con las buenas.
 
San Ambrosio, in Lucam 5,54
Calma tu afecto para que no te enojes, y si alguna vez te alteras, no peques. Es muy laudable el moderar la alteración con la reflexión y no es una virtud menor dominar la ira que nunca airarse; porque cuando comúnmente esto es más manejable, lo otro es más valorado.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 2
Pelean los que no son mansos y se disputan las cosas temporales, pero siempre serán bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán una tierra de donde nadie los podrá arrojar. Aquella tierra de la que se dice en el salmo: "Mi riqueza está en la tierra de los vivos" ( Sal 140,6). Esto significa cierta estabilidad de la eterna herencia, donde el alma descansa por el buen afecto como en su propio lugar. Así como el cuerpo descansa en la tierra y de allí saca su alimento, la misma es el descanso y la vida de los santos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Pero la tierra aquí, como algunos dicen, todo el tiempo que se conserve en este estado es tierra de muertos porque está sujeta a la vanidad. Cuando queda libre de la corrupción entonces se convierte en tierra de vivos para que la hereden los mortales. He leído otro expositor que dice que la tierra, de este modo considerada, es como un cielo en el cual habrán de habitar los santos y se llama tierra de vivos. Esto puede considerarse como un cielo inferior puesto que se considera el cielo de arriba como superior. Otros dicen que nuestro cuerpo es tierra, y todo el tiempo que está sujeto a la muerte se llama tierra de muertos. Pero cuando está conforme con la gloria del cuerpo de Cristo se llama tierra de vivos.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
El Señor ofrece a los mansos la posesión de la tierra, esto es, de su cuerpo, aquel que El mismo tomó. Y como por la mansedumbre de nuestro corazón habita Jesucristo en nosotros, cuando esto sucede, también quedamos adornados con la gloria de su cuerpo.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 15,3
O de otro modo, Jesucristo mezcló aquí las cosas sensibles con las promesas espirituales. Puesto que se considera que quien es manso pierde todas sus cosas, le promete lo contrario diciendo: "Que poseerá sus cosas con perseverancia todo aquel que no sea soberbio; el que es de otro modo, pierde muchas veces su alma y la herencia paternal". Por lo que el profeta había dicho: "Los mansos heredarán la tierra" ( Sal 36) y formó su sermón con las palabras acostumbradas.
 
Glosa
Los mansos, que se poseyeron a sí mismos, poseerán la herencia del Padre en la vida futura. Y más es poseer que tener, puesto que muchas cosas que tenemos las perdemos al instante.

05

"Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". (v. 5)
 
San Ambrosio, in Lucam, 5,55
Cuando hagas esto, para que seas pobre y manso acuérdate que eres pecador y llora tus pecados. Por eso sigue: "Bienaventurados los que lloran". Con toda propiedad se aplica la tercera bienaventuranza al que llora sus pecados porque la Trinidad es quien perdona los pecados.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Se llaman llorantes, no los que se entristecen llorando la orfandad o las afrentas u otros daños, sino los que lloran sus pecados.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Y los que lloran sus pecados pueden llamarse en realidad bienaventurados, pero a medias. Más bienaventurados son aquellos que lloran los pecados ajenos, tales conviene que sean todos los maestros.
 
San Jerónimo
El luto del que se trata aquí no es por los muertos según la ley común de la naturaleza, sino por los que han muerto a causa del pecado y los vicios. Así lloró Samuel a Saúl ( 1Sam 16), y San Pablo a aquellos que después de sus actos de impureza necesitaban arrepentirse ( 2Cor 12,21).
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
El consuelo de los que lloran será el luto y los que lloran sus pecados se consolarán cuando obtengan el perdón.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,3
Y aun cuando sea suficiente disfrutar de su perdón, no termina la retribución en el perdón de los pecados, sino que los hace partícipes de muchos consuelos tanto para la vida presente como para la futura. El Señor da siempre retribuciones mayores que los trabajos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Y los que lloran los pecados ajenos también serán consolados, puesto que cuando conozcan en la otra vida la gran bondad de Dios, de cuyas manos nadie les podrá ya arrebatar, y comprendan que los que se perdieron no eran de Dios, se alegrarán de aquellos que habiendo dejado la aflicción han sido constituidos en herederos de la gloria.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 2
El luto es la tristeza que ocasiona la pérdida de personas queridas. Los convertidos a Dios pierden todo lo más querido que tienen en este mundo. No se gozan en aquellas cosas en que antes se alegraban y hasta que no posean el amor de la cosas eternas son heridos por alguna tristeza. Se consolarán en el Espíritu Santo, el cual con toda propiedad se llama Paráclito, lo que quiere decir consolador, porque enriquece con la eterna alegría a los que pierden la alegría temporal. Por lo tanto dice: "Puesto que ellos serán consolados".
 
Glosa
Por el luto se entiende también dos clases de compunción, a saber, por las miserias de esta vida y por el deseo de las cosas celestiales. Por esta causa la hija de Calef pidió el rocío del cielo y de la tierra. Esta clase de luto no la tiene sino el pobre y el manso, el cual como no ama al mundo porque lo considera pobre, apetece el cielo. Por esto se ofrece oportunamente a los que lloran el consuelo, para que el que se entristece en la vida presente goce en la vida futura. Es mayor la retribución del que llora que la del pobre y el manso. Más vale gozar en el Reino que tener y poseer. Tenemos muchas cosas a costa de dolores y las poseemos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,3
Obsérvese que propuso esta bienaventuranza con cierta intención. Y por ello no dijo: "Los que se entristecen" sino "los que lloran". Nos enseñó así la sabiduría más perfecta. Pues si los que lloran a los hijos u otros individuos que han perdido, por todo el tiempo de su dolor no desean la riqueza ni la gloria, ni se consumen por la envidia, ni se conmueven por las ofensas, ni son presas de alguna otra pasión, mucho más deben observar estas cosas los que lloran sus pecados, pues llorarlos cosa digna es.

06
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos". (v. 6)
 
San Ambrosio, in Lucam, 5,56
Después de llorar mis pecados empiezo a tener hambre y sed de justicia. Un enfermo cuando padece mucho no tiene hambre. Por ello sigue: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia".
 
San Jerónimo
No nos es suficiente el querer la justicia si no tenemos hambre de justicia. De modo que nunca nos consideremos bastante justificados con este ejemplo, sino que entendamos que siempre debemos tener hambre de las obras de justicia.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Toda obra buena que no hacen los hombres con un fin bueno es desagradable delante de Dios. Tiene hambre de justicia el que desea obrar según la justicia de Dios. Tiene sed de justicia el que desea adquirir su ciencia.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 15,4
Llama a la justicia, ya universal ya particular, contraria a la avaricia. Como más adelante hablará de la misericordia, nos dice antes cómo debemos compadecernos, no del robo ni de la avaricia. En esto, atribuye también a la justicia lo que es propio de la avaricia, a saber, el tener hambre y el tener sed.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Ofrece la bienaventuranza a los que tienen hambre y sed de justicia, manifestando que el perfecto conocimiento de Dios es el que constituye la avidez de los santos que no puede saciarse hasta que no habiten en el cielo. Y esto es lo que se expresa con aquellas palabras "porque ellos serán hartos".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
Con la prodigalidad del premio de Dios, porque siempre son mayores los premios de Dios que los deseos de los santos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 2
Serán también saciados en la vida presente de aquella comida de quien dice el Señor: "Mi comida es el hacer la voluntad de mi Padre" ( Jn 4,34), la cual es la justicia, y aquella agua, de la que todo el que bebiere: "se hará en él una fuente de agua que saltará hasta la vida eterna" ( Jn 4,14).
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Nuevamente instituyó un premio sensible: mientras que conseguir muchas riquezas es considerado avaricia, dice en este caso lo contrario, y más bien se vale de ello para la justicia: pues quien ama la justicia, posee todo con la mayor seguridad.

07

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". (v. 7)
 
Glosa
La justicia y la misericordia están tan unidas que la una sostiene a la otra. La justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia es disipación. Por ello después de la justicia habla de la misericordia diciendo: "Bienaventurados los misericordiosos".
 
Remigio
Se llama misericordioso el que tiene su corazón ocupado por la misericordia porque considera la desgracia de otro como propia y se duele del mal de otro como si fuera suyo.
 
San Jerónimo
Pero misericordia se entiende aquí no sólo la que se practica por medio de limosnas, sino la producida por el pecado del hermano, ayudándose así unos a otros a llevar la carga.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,2
Llama misericordiosos a los que socorren en las miserias porque así se les ofrece librarles de la miseria. Y por ello sigue: "Porque ellos alcanzarán misericordia".
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Tanto se complace Dios en nuestra bondad para con todos, que ofrece su misericordia sólo a los que son misericordiosos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Parece que la recompensa es igual pero en realidad es mucho mayor. La misericordia humana no puede compararse con la misericordia divina.
 
Glosa
Con razón, pues, se ofrece la misericordia a los misericordiosos para que reciban más de lo que han merecido. Y así como tiene más el que recibe más de lo que puede saciarle, que aquel que tiene solamente lo necesario para la saciedad, así es mayor la gloria de los misericordiosos que la de los precedentes.

08

"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". (v. 8)
 
San Ambrosio, in Lucam, 5,57
El que dispensa la misericordia la pierde si no se compadece con un corazón limpio, porque si busca la jactancia pierde todo el fruto. Por ello sigue: "Bienaventurados los limpios de corazón."
 
Glosa
Con toda oportunidad se coloca en el sexto lugar la limpieza de corazón, porque en el sexto día fue cuando el hombre fue creado a imagen de Dios, la cual se había oscurecido en el hombre por la culpa y se restaura por la gracia en los limpios de corazón. Con razón, pues, esta bienaventuranza se coloca aquí después de las otras, porque si aquéllas no preceden, el corazón limpio no puede subsistir en el hombre.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Aquí llama limpios a aquellos que poseen una virtud universal y desconocen la malicia alguna, o a aquellos que viven en la templanza o moderación, tan necesaria para poder ver a Dios, según aquella sentencia del Apóstol: "Estad en paz con todos, y tened santidad, sin la cual ninguno verá a Dios" ( Heb 12,14). Dado que muchos se compadecen en verdad, pero haciendo cosas impropias, mostrando que no es suficiente lo primero, a saber, compadecerse, añadió esto de la limpieza.
 
San Jerónimo
Como Dios es limpio sólo puede conocerse por el que es limpio de corazón. No puede ser templo de Dios el que no está completamente limpio, y esto es lo que se expresa cuando dice: "Porque ellos verán a Dios".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 9
El que obra y piensa en todo según la justicia, ve a Dios con su mente, porque la justicia es imagen de Dios. En efecto, Dios es justicia. Debe saberse, por lo tanto, que si alguno se aleja de las malas obras y practica las buenas ve a Dios según esto, poco o mucho, por poco tiempo o para siempre, según la posibilidad humana. En la vida futura, pues, los limpios de corazón verán a Dios cara a cara, no en espejo o enigma como aquí lo ven.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 2
Son necios todos aquellos que desean ver a Dios con los ojos exteriores, cuando sólo puede verse con el corazón, según está escrito en el libro de la Sabiduría: "Buscadlo por medio de la sencillez del corazón" ( Sab 1,1). Lo mismo es corazón sencillo que corazón limpio.
 
San Agustín, de civitate Dei, 22, 29
Si los ojos, aun los mismos espirituales en el cuerpo espiritual, podrán ver tanto cuanto pueden éstos que ahora tenemos, sin duda alguna por medio de ellos no podremos ver a Dios.
 
San Agustín, de Trinitate. 1, 8
Esta manera de ver es un premio de la fe por la cual se limpian los corazones. Como está escrito: "Limpiando con la fe los corazones de ellos" ( Hch 15,9). Esto se prueba principalmente por aquella sentencia: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios".
 
San Agustin, de Genesi ad litteram, 12, 25
Ninguno que vea a Dios vive en esta vida, en la cual se vive de una manera mortal y en estos sentidos corporales. Por lo que si alguno no ha salido de esta vida por medio de la muerte, o si no está totalmente separado del cuerpo, o si no vive enajenado de los sentidos corporales, no conocerá el premio, como dice el Apóstol, ( 2Cor 12,2) si se encuentra en el cuerpo o fuera del cuerpo, no puede ser conducido a aquella visión de Dios.
 
Glosa
Mayor premio tendrán éstos que los primeros, así como en la corte de un rey están más elevados los que le ven la cara que aquellos que sólo comen de sus tesoros.

09

"Bienaventurados los pacíficos, porque se llamarán hijos de Dios". (v. 9)

San Ambrosio, in Lucam, 5,58
Cuando tengas toda tu alma limpia de toda culpa, procura que no nazcan disensiones ni disputas por tu culpa. Empieza por tener paz en ti mismo y así podrás ofrecer la paz a los demás. Y de ahí prosigue: "Bienaventurados los pacíficos".
 
San Agustín, de civitate Dei, 19, 13
Es la paz la tranquilidad del orden y el orden es la disposición por medio de la cual se concede a cada uno su lugar, según que sean iguales o desiguales. Así como no hay alguno que no quiera alegrarse, tampoco hay ninguno que no quiera tener paz, como sucede cuando aquellos que quieren la guerra no buscan otra cosa que encontrar la gloriosa paz batallando.
 
San Jerónimo
Los pacíficos se llaman bienaventurados, porque primero tienen paz en su corazón y después procuran inculcarla en los hermanos en conflicto. ¿De qué te aprovechará el que otros estén en paz si en tu alma subsisten las guerras de todos los vicios?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 2
Son pacíficos en sí mismos aquéllos que, teniendo en paz todos los movimientos de su alma y sujetos a la razón, tienen dominadas las concupiscencias de la carne y se constituyen en Reino de Dios. En ellos, todas las cosas están tan ordenadas, que lo que hay en el hombre de mejor y más excelente domina a las demás aspiraciones rebeldes, que también tienen los animales. Y esto mismo que se distingue en el hombre (esto es, la inteligencia y la razón) se sujeta a lo superior, que es la misma verdad, el Hijo de Dios. Y no puede mandar a los inferiores quien no está subordinado a los superiores. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad.
 
San Agustín, in libro retractationum. 1, 19
Y no puede suceder en esta vida que le acontezca a alguno el que no sienta esa ley de los miembros que se opone en todo a la ley de la inteligencia. Esto es lo que hacen los pacíficos sujetando las concupiscencias de la carne para poder venir alguna vez a conseguir la paz completa.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
Se llaman pacíficos para otros, no sólo los que reconcilian los enemigos por medio de la paz sino también aquellos que olvidando las malas acciones aman la paz. Aquella paz es bienaventurada, la que subsiste en el corazón y no solamente en las palabras. Los que aman la paz son los hijos de la paz.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
La bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción. Y por ello se dice: "Porque serán llamados hijos de Dios". El padre de todos es solamente Dios, y no se puede entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz mutuamente por medio de la caridad fraterna.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Se llaman pacíficos los que no pelean ni se aborrecen mutuamente, sino que reúnen a los litigantes, éstos se llaman con propiedad hijos de Dios. Esta es la misión del Unigénito: reunir las cosas separadas y establecer la paz entre los que pelean contra sí mismos.
 
San Agustín, de sermone Domini,. 1, 2
La perfección está en la paz, donde no hay aversión. Se llaman pacíficos los hijos de Dios, porque nada se encuentra en ellos que se oponga a Dios, pues también los hijos deben parecerse a sus padres.
 
Glosa
Tienen una gran dignidad los pacíficos, así como el que se llama hijo del rey es el más alto en el palacio real. Esta bienaventuranza se coloca en el último lugar porque antiguamente el día sábado era el día de verdadero descanso y de verdadera paz, después de pasados los siete días anteriores.

10

"Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos". (v. 10)
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,4
Una vez explicada la bienaventuranza de los pacíficos, para que alguno no crea que es bueno buscar siempre la paz para sí, añade: "Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia". Esto es, por los valores, por la defensa de otro o por la religiosidad. Acostumbra ponerse la palabra justicia cuando se trata de cualquier virtud del alma.
 
San Agustín, de sermone Domini,. 1, 2
Una vez establecida y firmada interiormente la paz, aquel que ha de sufrir cualquier clase de persecuciones exteriores, de cualquier manera que sea atribulado exteriormente, dará mayor gloria a Dios.
 
San Jerónimo
Terminantemente añade: "Por la justicia". Muchos sufren persecución por sus culpas, pero éstos no son justos. A la vez téngase en cuenta que la octava bienaventuranza concluye con el martirio.
 
Pseudo-Crosóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 9
No dijo, pues: "Bienaventurados los que padecen persecución de los gentiles", para que no creas que sólo es bienaventurado el que padece persecución por no adorar los ídolos. Y por lo tanto el que sufre persecución de los herejes por no abandonar la verdad, es bienaventurado puesto que padece por la justicia. Además, si alguno de los poderosos, aun los que parecen cristianos, te persiguiese cuando le reprendas por sus pecados, si éste te persigue serás bienaventurado con San Juan Bautista. Si bien es verdad que los profetas fueron mártires, aun cuando fueron muertos por los suyos, no dudes que todo aquél que padece algo por la causa de Dios, aun cuando sea por los suyos, obtiene el premio del martirio. Por esto no especifica la Escritura las personas de los perseguidores, sino solamente la causa de la persecución, para que no te fijes en quién es el que te persigue, sino por qué te persigue.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Así cuenta en la última bienaventuranza a todos aquéllos que sufren todas las cosas por Jesucristo (quien se llama justicia), se reserva el Reino de los Cielos a éstos, porque en el desprecio de las cosas del mundo son verdaderos pobres de espíritu. Por ello dice: "Porque de ellos es el reino de los cielos".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 3
La octava bienaventuranza vuelve sobre la primera, porque la manifiesta y prueba consumada y perfecta. Así en la primera y en la octava es donde se nombra el Reino de los Cielos. Siete bienaventuranzas son las que perfeccionan, porque la octava clarifica y demuestra lo más perfecto, para que por estos grados se perfeccionen los demás, como se ofrecen en el principio.
 
San Ambrosio, in Lucam, 5,61
El primer Reino de los Cielos se ofrece a los santos en la disolución de su cuerpo y el segundo consiste en estar con Cristo después de la resurrección. Después de la resurrección empezarás a poseer la tierra, cuando hayas sido librado de la muerte, y en esta misma posesión encontrarás tu consuelo. El gozo sigue a la consolación y al gozo sigue la divina misericordia. El Señor llama a aquel de quien se apiada y éste, llamado así, ve al que lo llama. Y el que ve a Dios es recibido en el derecho de la divina generación. Finalmente, como hijo de Dios disfruta de las riquezas del Reino de los Cielos. Aquél, pues, empieza y éste queda satisfecho.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,5
No te admires, pues, si en cada una de estas bienaventuranzas no oyes la palabra reino, porque cuando dice "serán consolados", "alcanzarán misericordia" y otras cosas por el estilo, está insinuando de una manera oculta, el Reino de los Cielos. Esto es para que ya no esperes cosa alguna sensible, ni tampoco se considere como bienaventurado aquel que es coronado con las cosas que proceden de esta vida.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 4
Debemos fijarnos atentamente en el número de estas sentencias. En estos siete grados conviene observar la obra septiforme del Espíritu Santo que describe Isaías ( Is 11). Pero aquél empieza por lo más alto y éste por lo más bajo, porque allí se enseña que el Hijo de Dios habrá de bajar a lo más humilde, y aquí que el hombre, de lo más bajo habrá de elevarse hasta unirse con Dios. En estas cosas lo primero es el temor, que conviene a los hombres humildes, de quienes se dice: "Bienaventurados los pobres de espíritu", esto es, no los que saben las cosas elevadas, sino los que temen. La segunda es la piedad, que conviene a los mansos, porque el que busca piadosamente, honra, no reprende, no resiste, lo cual es hacerse manso. La tercera es la ciencia, que conviene a los que lloran, los que aprendieron por qué males han sido oprimidos, siendo así que pedían los bienes. La cuarta es la fortaleza, que conviene a los que tienen hambre y sed, porque deseando la alegría sufren por los verdaderos bienes, deseando separarse de los bienes terrenos. La quinta es el consejo y conviene a los misericordiosos, porque es el único remedio para librarse de tantos males, perdonar a unos y dar a otros. La sexta es el entendimiento y conviene a los limpios de corazón, los cuales, una vez limpio el ojo, pueden ver lo que el ojo no vio. La séptima es la sabiduría, que conviene a los pacíficos, en los cuales ninguna disposición es rebelde, sino que obedece al espíritu. Un solo premio que es el Reino de los Cielos se designa de varias maneras. En el primero (como convención), está colocado el Reino de los Cielos, que es el principio de la sabiduría perfecta. Como si dijera: "El principio de la sabiduría es el temor de Dios" ( Sal 110,10). A los mansos, se concede la herencia del reino de los cielos como testamento de un padre hacia los que le buscan con piedad. A los que lloran se les ofrece el consuelo como conociendo lo que han perdido, y en qué cosas han tomado parte. A los que tienen hambre se les ofrece la saciedad, como premio que alienta a trabajar por la eterna salvación. A los misericordiosos se les ofrece misericordia, porque usan del mejor consejo para que se les ofrezca lo que ellos ofrecen. A los limpios de corazón la facultad de ver a Dios como a los que tienen ojo limpio para entender las cosas eternas. Y a los pacíficos se les concede la semejanza de Dios. Todas estas cosas pueden cumplirse en esta vida, así como sabemos que se cumplieron con los Apóstoles, porque lo que se ofrece después de esta vida no puede explicarse con palabras.

11-12

"Bienaventurados sois cuando os maldijeren y os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros, mintiendo por mi causa. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón muy grande es en los cielos, pues así también persiguieron a los profetas, que fueron antes que vosotros". (vv. 11-12)
 
Rábano
Dirigía Jesús principalmente las anteriores sentencias. Empieza a hablar impulsando a los presentes, prediciéndoles las persecuciones que habían de sufrir por su nombre y diciendo: "Bienaventurados sois cuando os maldijeren los hombres y os persiguieren y dijeren todo mal contra vosotros".
 
San Agustín, de sermone Domini,. 1, 5
Conviene aclarar la importancia de lo que dice: "cuando os maldigan y digan todo mal", porque maldecir es decir lo malo. Pero otra cosa es la maledicencia, ya sea dicha con afrenta en presencia de aquel que se maldice, o bien cuando se hiere la fama de aquel que está ausente. Perseguir es como obligar por la fuerza o tender emboscadas por la violencia.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom. 9
Si, pues, es verdad que el que ofrece una copa de agua no pierde su premio, también lo es que el que sufre la injuria de una palabra leve no quedará privado del premio. Para que un maldecido sea bienaventurado, deben ocurrir dos cosas: que sea maldecido con mentira y por causa de Dios. De otro modo, si faltase una de estas cosas, no obtendrá el premio de la bienaventuranza. Y por ello dice: "Mintiendo por mí".
 
San Agustín, de sermone Domini,. 1, 5
Lo cual considero añadido por aquellos que quieren gloriarse de las persecuciones y de la fama de sus malas obras. Por ello dicen que Cristo les pertenece porque se habla mal de ellos. En cambio, cuando se habla bien, se conoce desde luego el error de aquéllos. Y si alguna vez se jactan de cosas falsas no puede decirse que sufren estas cosas por Cristo.
 
San Gregorio, homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9
¿Qué importa que los hombres nos deshonren si nuestra conciencia sola nos defiende? Sin embargo, así como no debemos instigar intencionadamente las lenguas de los que maldicen para que no perezcan, así debemos sufrir con ánimo tranquilo las que son instigadas por su propia malicia, para que nuestro mérito crezca. Por ello se dice aquí: "Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es muy grande en el Reino de los Cielos".
 
Glosa
Gozaos con la inteligencia y alegraos con el cuerpo, porque vuestro premio no sólo es grande como el de otros, sino abundante en los cielos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 5
No me refiero aquí a las partes superiores de este mundo visible a las que llamamos cielos, porque nuestro galardón no debe encontrarse en las cosas visibles, sino en los cielos espirituales donde habita la justicia sempiterna. Experimentan ya este premio los que gozan de bienes espirituales, pero se habrá de perfeccionar cuando concluya esta vida mortal.
 
San Jerónimo
Debemos gozarnos y alegrarnos porque se nos prepara un premio en el Reino de los Cielos, el cual no podrán conseguir los que siguen en la vanagloria.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom. 9
Cuanto más se alegra uno con las alabanzas de los hombres, tanto más se entristece con los vituperios; pero el que codicia la gloria de los cielos no teme los oprobios en la tierra.
 
San Gregorio, homiliae in Hiezechihelem prophetam, 9
Alguna vez, sin embargo, debemos refrenar a los maledicientes, no sea que mientras dicen cosas malas de nosotros, corrompan los corazones de aquellos inocentes que debían oírnos para obrar el bien.
 
Glosa
No sólo con el premio, sino también con el ejemplo exhorta Jesús a sus discípulos a tener paciencia, cuando añade: "Pues así también persiguieron a los Profetas que fueron antes que vosotros".
 
Remigio
El hombre atribulado recibe un buen consuelo cuando recuerda los sufrimientos de otros, de quienes recibe un ejemplo de paciencia, como si dijese: "Acordaos que vosotros sois discípulos de Aquel de quien ya lo fueron los Profetas".
 
San Juan Crisóstomo, in Matthaeum, hom, 15,5
Del mismo modo manifiesta la igualdad de su dignidad con la del Padre, como si dijese: "Así como persiguieron a aquéllos por mi Padre, así también os perseguirán a vosotros por mí". Cuando dice "los Profetas que fueron antes que vosotros", en esto indica que los Apóstoles han sido hechos profetas.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 5
Puso aquí la persecución de modo genérico, tanto en la maledicencia cuanto en la laceración de la buena fama.

13

"Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué se salará? No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres". (v. 13)
 
San Juan Crisóstomo, in Matthaeum, hom. 15,6
Cuando Jesús había dado a sus discípulos preceptos sublimes, para que no dijesen: "¿cómo podremos cumplirlos?" los calma con alabanzas, diciéndoles: "Vosotros sois la sal de la tierra". Demuestra así que les añade esto por necesidad, como si les dijese: "No os envío por vuestra vida, ni por una nación, sino por todo el mundo. Y si al herir el corazón humano, éste os injuria, alegraos". Ese es el efecto de la sal, morder lo que es de naturaleza laxo y lo reduce. Por ello, la maldición de otros no os dañará, sino que será testigo de vuestra virtud.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
Debemos ver aquí cuán apropiado es lo que se dice, cuando se compara el oficio de los Apóstoles con la naturaleza de la sal. Esta se aplica a todos los usos de los hombres, puesto que cuando se esparce sobre los cuerpos, les introduce la incorrupción y los hace aptos para percibir un buen sabor en los sentidos. Los Apóstoles son los predicadores de las cosas celestiales y son como los saladores de la eternidad. Con toda razón, pues, se les llama sal de la tierra, porque por la virtud de su predicación preservan los cuerpos salándolos para la eternidad.
 
Remigio
La sal también cambia de naturaleza por medio del agua, el ardor del sol y la violencia del viento. Así los varones apostólicos, por el agua del bautismo, por el ardor del amor y por el soplo del Espíritu Santo se transforman en una naturaleza espiritual. La sabiduría celestial, predicada por los Apóstoles, purifica las obras materiales, quita el mal olor y podredumbre de la mala conversación y el gusano de los malos pensamientos, a quien se refiere el profeta cuando dice: "El gusano de ellos no muere" ( Is 66,24).
 
Remigio
Los Apóstoles son sal de la tierra, esto es, de los hombres terrenos, que amando la tierra, se llaman tierra.
 
San Jerónimo
Los Apóstoles se llaman también sal de la tierra porque por ellos se condimenta el género humano.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Mattheus, hom 10
Cuando un sabio está adornado de todas las virtudes mencionadas, entonces se le considera como una sal perfecta y todo el pueblo se condimenta de él viéndolo y oyéndolo.
 
Remigio
Debe saberse que no se ofrecía a Dios ningún sacrificio en el Antiguo Testamento ( Lev 2) si primero no se condimentaba con sal, porque ninguno puede ofrecer un sacrificio que sea agradable a Dios si no se lo ofrece con el sabor de la sabiduría celestial.
 
San Hilarioin Matthaeum. 4
Pero como el hombre está sujeto a la conversión, por eso nos advierte que los Apóstoles, llamados sal de la tierra, persisten en la virtud de potestad que les ha sido dada, añadiendo: "Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?"

San Jerónimo
Esto es, si el doctor se equivoca, ¿por qué otro doctor será enmendado?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Y si vosotros, por quienes deben ser condimentados los pueblos, perdiéreis el Reino de los Cielos por miedo de las persecuciones temporales, ¿qué harán los hombres que debieron ser libres del error por vosotros? También dice "si la sal se desvaneciese", manifestando que deben considerarse como necios todos aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los bienes temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni arrebatados por los hombres.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
Si los maestros se vuelven necios, nada salan, y aun ellos mismos, habiendo perdido el sentido del saber recibido, no pueden vivificar lo corrompido, quedan inútiles. Por ello sigue: "No vale ya para nada, sino para ser echada fuera y pisada por los hombres".
 
San Jerónimo
El ejemplo está tomado de la agricultura. La sal es necesaria para condimento de las comidas y para secar las carnes, pero no tiene otro uso. Ciertamente leemos en las Escrituras ( Jue 9,45) que algunas ciudades sembradas de sal por los vencedores, quedaron inutilizadas para que en ellas no pudiese brotar germen alguno.
 
Glosa
Después que aquellos que son cabezas de otros faltan, no aprovechan para nada, sino para ser arrojados de su oficio de enseñar.
San Hilario in Matthaeum, 4
Separados de los oficios de la Iglesia, sean pisoteados por todos los que pasen.
 
San Agustín, de sermone Domini,, 1, 6
No es pisado por los hombres el que sufre persecuciones, sino aquel que se acobarda temiendo la persecución. No puede ser pisado sino el que está debajo, y no puede decirse que está debajo aquel que, aun cuando sufre muchas cosas en su cuerpo mientras dura esta vida, tiene su corazón fijo en el cielo.

14-16

"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que está puesta sobre un monte no se puede esconder. Ni encienden una antorcha y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. A este modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en los cielos". (vv. 14-16)
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Así como los maestros, por su buena predicación, son sal con la cual el pueblo se condimenta, así por la palabra de su doctrina son luz, con la que iluminan a los ignorantes. Primero se debe vivir bien y luego enseñar. Por lo tanto, después de llamar a los Apóstoles sal, los llama también luz, diciendo: "Vosotros sois la luz del mundo". La sal en su propio estado sostiene las cosas para que no se pudran, pero la luz conduce al perfeccionamiento ilustrando. Por lo cual los Apóstoles fueron llamados primero sal, a causa de los judíos y de los cristianos, por quienes Dios es conocido y a quienes éstos conservan en el conocimiento; y segundo luz, a causa de los gentiles, a quienes conducen a la luz de la verdadera ciencia.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Conviene, pues, comprender aquí por mundo, no al cielo y la tierra, sino a los hombres que están en el mundo, o a los que aman al mundo, para iluminar a los que los Apóstoles fueran enviados.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Es propio de la naturaleza de la luz el alumbrar por cualquier parte que se la lleve y que introducida en las casas mate las tinieblas, quedando sola la luz. Por lo tanto, el mundo, sin el conocimiento de Dios, estaba oscurecido con las tinieblas de la ignorancia. Mas por medio de los Apóstoles se le comunicó la luz de la verdadera ciencia, y así brilla el conocimiento de Dios y por cualquier parte que caminen, de su pobre humanidad brota la luz que disipa las tinieblas.

Remigio
Así como el sol dirige sus rayos, así el Señor, que es sol de justicia, dirigió sus Apóstoles para desterrar las tinieblas del género humano.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
Comprende cuán grandes son las cosas que les promete, cuando aquéllos, que eran desconocidos en su propio país, adquirieron tanta fama, que llegó ésta en poco tiempo hasta los confines de la tierra: ni las persecuciones que les había predicho pudieron ocultarlos, sino que más bien los hizo mucho más famosos.
 
San Jerónimo
Para que los apóstoles no se escondan por el miedo, sino que se presenten con toda libertad, les enseña la confianza en los resultados de su predicación, diciéndoles en seguida: "No puede esconderse una ciudad que está puesta sobre un monte".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 12
Por estas palabras les enseña también a cuidar con solicitud de su propia vida, como que ésta había de estar mirada constantemente por todos, así como la ciudad que está colocada sobre un monte, o como la luz que está luciendo sobre un candelero.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esta ciudad es la iglesia de los santos, de la que se dice: "Cosas admirables se han dicho de ti, ciudad de Dios" ( Sal 86,3). Sus ciudadanos son todos los fieles, de quienes el Apóstol dice a los Efesios: "Vosotros sois los conciudadanos de los santos" ( Ef 2,19). Esta ciudad, pues, está colocada sobre el monte, de quien dice Daniel: "La piedra arrancada sin esfuerzo de manos, se convirtió en un gran monte" ( Dn 2,34).
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Está colocada esta ciudad sobre un monte, esto es, sobre la gran justicia de Dios que representa ese monte, en el cual juzga el Señor.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
No puede, pues, esconderse una ciudad colocada sobre un monte. Aun cuando ella quiera, el monte que la tiene sobre sí, la hace visible a todos. Así los Apóstoles y los sacerdotes, que han sido establecidos en Cristo no pueden esconderse, aun cuando quieran, porque Jesucristo los manifiesta.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Llama ciudad a la carne que tomó, porque en ella, por la naturaleza del cuerpo que ha tomado, se contiene cierta congregación del género humano. Y nosotros, por la unión con su carne, resultamos los habitantes de esta ciudad. No puede esconderse, pues, porque colocada en la altura de la elevación de Dios, se ofrece a la contemplación de todos por medio de la admiración de sus obras.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Jesucristo demuestra con otra comparación por qué manifiesta a sus santos y no permite que se escondan, cuando dice: "No encienden una antorcha y la ponen debajo de un celemín, sino sobre el candelero".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 15,7
O por esto que dijo: "No puede esconderse una ciudad", demostró su virtud. En esto que añade: "No encienden la luz", nos induce a la libre predicación, como si dijese: "Yo, en verdad, he encendido la luz, y a vosotros corresponde tenerla encendida, no sólo por vosotros y por otros que serán iluminados, sino también por la gloria de Dios".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
La antorcha es la palabra divina, de la cual se dice en el salmo (118,5): "Tu palabra es la antorcha que guía mis pasos". Los que encienden la antorcha son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
¿Qué pensamos que significa lo que se ha dicho: "Y la ponen debajo del celemín"? ¿Que la ocultación de la antorcha se entienda como si dijese: Ninguno enciende la antorcha para ocultarla? ¿O significa algo más el celemín, como si poner la antorcha debajo de él fuese preferir las comodidades del cuerpo a la predicación de la verdad? Coloca, pues, la antorcha debajo del celemín todo aquel que oscurece y cubre la luz de la buena doctrina con las comodidades temporales. El celemín es muy buena figura de los bienes temporales, ya porque es una medida, y cada uno recibirá la retribución según el bien que hizo en el cuerpo, ya porque los bienes temporales que se hacen con el cuerpo tienen cierta medida de días, que significa el celemín. Mas las cosas eternas y espirituales no tienen tal limitación. Coloca la antorcha sobre el candelabro aquel que sujeta su cuerpo al ministerio de la palabra, para que la predicación de la verdad sea primero y las atenciones del cuerpo vengan después. La doctrina resplandece más cuando el cuerpo está reducido a la esclavitud en los momentos en que, por medio de las buenas obras y demás actos visibles, se da buen ejemplo a los demás.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
El celemín puede significar también los hombres mundanos, porque así como éste es vacío por la parte de arriba y cerrado por debajo, así todos los amantes del mundo son insensatos para las cosas espirituales y sabios en las terrenas. Y por lo tanto, son como un celemín que tiene escondida la palabra divina, cuando por alguna causa terrena no se atreven a hacer pública la palabra de Dios ni a predicar las verdades de la fe. El candelero es la Iglesia y todo sacerdote que anuncia la palabra de Dios.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
El Señor comparó a la sinagoga con el celemín que, recibiendo en su interior los frutos, los contenía en cierta medida de su limitada observancia.
 
San Ambrosio Super Lucam, Super his verbis
Por lo tanto, ninguno limite su fe a la medida de la ley, sino que se ciña a lo que enseña la Iglesia, en la cual brillan los siete dones del Espíritu Santo.
 
Beda
O bien es el mismo Jesucristo quien enciende la antorcha, el cual ha llenado con la llama de su divinidad la lámpara de tierra de nuestra naturaleza humana. No ha querido esconderla a los creyentes ni colocarla debajo del celemín, esto es, sujetarla a la medida de la ley ni limitarla a los términos de una sola nación. Llama candelero a la Iglesia, sobre la que ha colocado la antorcha, porque ha fijado en nuestras frentes la fe en su encarnación.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien, la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en la Iglesia. Y por lo tanto, dice: "Para que alumbre a todos los que están en la casa".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 6
Si alguno entiende por esta casa a la Iglesia, no hay en ello absurdo. Puede que esta casa sea el mundo, por lo que dice más arriba: "Vosotros sois la luz del mundo".
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Con esta luz enseña a los Apóstoles a resplandecer para que, de la admiración de sus obras resulte grande alabanza al Señor. De donde se sigue: "De tal modo ha de brillar vuestra luz delante de los hombres que vean nuestras buenas obras".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Esto es, cuando enseñéis iluminad de tal modo que, no sólo oigan vuestras palabras, sino que vean también vuestras buenas obras, con el objeto de que aquellos a quienes iluminéis con la palabra como luz, los condimentéis con el ejemplo, como sal. Dan gloria a Dios aquellos maestros que enseñan y obran bien, porque las disposiciones del Señor se manifiestan en las costumbres de sus ministros. Por ello sigue: "Y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 7
Si tan sólo hubiese dicho: "para que vean vuestras buenas obras", hubiese constituido su fin el ser vistos siendo alabados por los hombres, lo cual buscan los hipócritas; sino que añade: "y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" para que, por lo mismo que el hombre con las buenas obras agrada a los hombres, no constituyendo en eso su fin sino en dar alabanza a Dios, por lo tanto agrade a los hombres de modo que en ello sea glorificado Dios.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
No porque convenga buscar la gloria que dan los hombres (puesto que todo debe hacerse en honor de Dios), sino que, disimulando nuestra obra a aquellos entre quienes vivimos, brille para Dios.

17-19

"No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he venido a destruirlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo que el cielo y la tierra no pasarán, sin que se cumpla todo el contenido de la ley hasta una jota o un ápice. Por lo cual quien quebrantare uno de estos mandamientos muy pequeños y enseñare así a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas quien hiciere y enseñare, éste será llamado grande en el reino de los cielos". (vv. 17-19)
 
Glosa
Después que exhortó a los que le oían para que se preparasen a sufrir todas las cosas por la justicia y no escondiesen lo que habían de recibir, sino que aprendiesen con la misma benevolencia con que habían de enseñar a los demás, empezó enseñándoles todo lo que debían enseñar. Como si preguntaran: ¿Qué es esto que no quieres que se oculte, por lo que nos mandas sufrir todas las cosas? ¿Acaso habrás de decir alguna cosa fuera de lo que está consignado en la ley? Por lo tanto dice: "No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Dice esto por dos razones. Primero para invitar a sus discípulos a la imitación de su ejemplo con estas palabras, con el fin de que así como El cumplía toda ley, así también ellos procurasen cumplirla. Finalmente, había de suceder que los judíos le iban a calumniar como infractor de la ley. Por ello satisface a la calumnia antes de incurrir en ella.
 
Remigio
Para que no apareciese que Jesús había venido con el objeto sólo de predicar la ley -como los profetas habían hecho-, dijo dos cosas: Niega que hubiese venido a quebrantar la ley y asegura que ha venido a cumplirla. Por ello añade: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
Esta sentencia tiene dos sentidos. En efecto, cumplir la ley, o es añadir algo a lo que tiene de menos, o cumplir lo que tiene.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,2
Jesucristo llevó a su plenitud a los profetas cumpliendo todas las cosas que éstos habían dicho de El. Primero, la ley, no quebrantando ninguna prescripción legal. Segundo, justificando por la fe lo que la ley no podía hacer por medio de la letra.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 7
Finalmente, porque aun los que estaban constituidos en esta vida bajo la influencia de la gracia, encontraban grande dificultad en cumplir lo que estaba escrito en la ley: "No desearás" ( Ex 20,17). Cristo, constituido en sacerdote, nos alcanza el perdón por el sacrificio de su carne, cumpliendo también la ley para que lo que no podamos cumplir por nuestra debilidad, se cumpla por la perfección de Cristo, de cuya cabeza fuimos constituidos miembros. Y en el capítulo veintidos añade: Pienso que estas palabras: "No he venido a destruir la ley, sino a cumplirla" ( Ex 22-23), deben entenderse de aquellas adiciones que pertenecen a la exposición de las antiguas sentencias o a la vida en conformidad con ellas ( Mt 5). Así es como el Señor nos enseña que hasta el deseo inicuo de hacer daño al hermano pertenece al género de homicidio. Quiso el Señor más bien que nosotros no jurando no nos separásemos de la verdad, a que, jurando lo verdadero nos acercásemos al falso juramento ( Mt 17,1). Y vosotros, ¡oh maniqueos! ¿Por qué no recibís la ley y los profetas cuando Jesucristo asegura que no había venido a abrogarlos sino a cumplirlos? A esto responde el hereje Fausto: ¿Quién asegura que Jesús ha dicho esto? Mateo. ¿Cómo, pues, lo que San Juan no dice, que estuvo en el monte, lo escribe San Mateo ( Mt 17), quien siguió a Jesús después que bajó del monte? A esto responde San Agustín. Si ninguno dice verdad de Cristo, más que aquel que lo vio o que lo oyó, hoy ninguno diría verdad tratándose de El. ¿Por qué no pudo San Mateo oír de boca de San Juan ( Jn 21) cosas verdaderas de Cristo, cuando nosotros, nacidos después de tanto tiempo, podemos hablar cosas verdaderas de Cristo tomándolas del libro de San Juan? Por otra parte, no sólo el Evangelio de San Mateo, sino que también el de San Lucas y San Marcos tienen igual autoridad. A esto puede añadirse que aun el mismo Jesucristo pudo contar a San Mateo lo que había hecho antes de llamarlo. Decid claramente que no creéis en el Evangelio. Los que no creéis del Evangelio más que lo que queréis, creéis en vosotros más que en el Evangelio.
Añade Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 17, 4
Probemos que San Mateo no escribió esto, sino que lo escribió otro, no sé quién, pero en nombre suyo. ¿Qué dice, pues? Pasando Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos. ¿Y quién, escribiendo de sí mismo, dirá: vio a un hombre, y no más bien, me vio a mí? A lo cual contesta San Agustín: San Mateo escribió de sí como si hablara de otro, como San Juan hizo lo mismo diciendo: "Habiéndose vuelto San Pedro, vio a otro discípulo, a quien Jesús amaba". Se ve, pues, que ésta fue la costumbre de aquellos escritores cuando contaban las cosas que sucedían.
Insiste Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Por qué dice también en el mismo sermón, que no se creyese que había venido a destruir la ley, dando más bien a entender con eso que la destruía realmente? Pues de otro modo nunca los judíos hubieran sospechado tal cosa. A lo cual contesta San Agustín: esto es muy pobre, pues no negamos que para los judíos que no entendían, Cristo fuese un destructor de la ley y los profetas.
Otra vez Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 17,2
¿Para qué esto cuando la ley y los profetas no necesitan cumplimiento, puesto que se dice en el Deuteronomio: "Observarás estos preceptos que te ordeno, y no añadirás nada a ellos, ni disminuirás?" ( Dt 12,32). A lo que contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 17,6
No entiende Fausto lo que quiere decir cumplir la ley, cuando cree que esto debe entenderse de la adición de palabras. La plenitud de la ley es la caridad, la que concedió nuestro Señor enviando a los fieles el Espíritu Santo. Se cumple, pues, la ley, o cuando se practica lo que manda, o cuando se manifiestan las cosas que están profetizadas.
Sigue Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,1
Cuando confesamos que Jesucristo ha formado el Nuevo Testamento, ¿qué otra cosa decimos sino que a la vez había destruido el Antiguo? A lo cual contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,4
En el Antiguo Testamento estaba prefigurado cuanto había de suceder. Sus figuras habían de ser suprimidas por las mismas obras que Jesucristo practicaba, con el objeto de que la ley y los profetas se cumpliesen, toda vez que en ellas está escrito, que habría de formarse un Nuevo Testamento.
Añade Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 18, 2
Si Jesucristo dijo esto, o lo dijo significando otra cosa, o -lo que no es de creer- lo dijo mintiendo, o en absoluto no lo dijo -pero que Jesucristo mintiese nadie puede asegurarlo- y que por esto dijese otra cosa, o en realidad que no dijese nada; me persuado, pues, contra la necesidad de este capítulo, y la fe de los maniqueos me confirma en ello, de que las cosas que en un principio se leen como escritas respecto del Salvador, no todas pueden creerse. Hay mucha cizaña que cierto sembrador colocó en casi todas las escrituras, como divagando en perjuicio de la buena semilla. A lo cual contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,7
el maniqueo ha enseñado una perversidad impía para que aceptes del Evangelio, lo que tu herejía no te impida que aceptes, sin embargo para que lo que te impida aceptar no lo aceptes. Nosotros, según nos enseña el Apóstol en la carta primera a los de Galacia (1,9), guardamos una piadosa prudencia, y por ello anatematizamos a todo aquel que nos enseñe algo contrario a lo que de los Apóstoles hemos recibido. Nuestro Señor nos dice también por San Mateo que debemos entender por cizaña, no el que se mezclen algunas falsedades en las verdaderas escrituras -como tú interpretas- sino los hombres que son hijos del espíritu maligno.
Añade Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 18, 3
Cuando un judío te arguya porque no observas los preceptos de la ley y de los profetas, que Jesucristo dijo no había venido a abrogar sino a cumplir, te verás obligado a confesarte, o como subyugado a la falsa superstición, o a decir que el capítulo es falso, o a negar que tú seas verdadero discípulo de Cristo. A lo que contesta San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 18,7
Los católicos nada tienen que temer de ese capítulo -como si no cumpliesen la ley y los profetas-, porque tienen la caridad de Dios y del prójimo, preceptos en los cuales están resumidos toda la ley y los profetas. Y todo lo que allí está profetizado por los acontecimientos, las ceremonias y las palabras figuradas lo reconocen cumplido en Jesucristo y en la Iglesia. De donde se deduce que ni estamos sometidos a la superstición, ni negamos la veracidad de este capítulo, ni que somos discípulos de Cristo.
 
San Agustín, contra Faustum, 19,16
El que dice que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aquellos sacramentos de la ley y de los profetas hubiesen continuado celebrándose entre los cristianos, éste puede también decir que: si Jesucristo no hubiese abrogado la ley y los profetas, aún subsistiría anunciado que habría de nacer, padecer y resucitar. Pero más bien que abrogarlos, los ha cumplido, puesto que ya no se promete que nacerá, padecerá y resucitará. Porque aquellas profecías se referían a una persona que ya existió, anunciándose que ya ha nacido, padecido y resucitado. Estos misterios son admitidos por los cristianos y podemos decir que estas profecías ya se han realizado. Se comprende, desde luego, cuán grande sea el error en que viven todos aquellos que creen que, cuando se han mudado las señales y los sacramentos han resultado nuevas las cosas que entre los profetas se anunciaron como futuras y el Evangelio prueba que ya se han cumplido.
Sigue Fausto:
 
San Agustín, contra Faustum, 19,1
Debe averiguarse si Jesucristo dijo esto y por qué lo dijo. Si lo dijo con el objeto de no despertar el furor de los judíos que, viendo sus cosas santas confundidas por Jesucristo, no creían oportuno oírle; o bien para persuadirnos a que aceptásemos el yugo de la ley, nosotros que debíamos creer entre los gentiles.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 2
Si no fue éste el motivo que le impulsó a hablar así, debe ser el que ya he dicho, y ni en ello ha mentido. Hay tres clases de leyes: una de los hebreos, que San Pablo en su carta a los romanos apellida de pecado y de muerte; otra de los gentiles, a la cual llama natural, diciendo a los romanos: "Los gentiles practican naturalmente lo que manda la ley" ( Rom 2,14); y otra de verdad, acerca de la cual dijo también a los romanos: "La ley es espíritu de vida", etc ( Rom 8,2). Igualmente los profetas: los hay de los judíos, muy conocidos; de los gentiles, de quienes dice San Pablo a Tito: "Uno de sus profetas ha dicho"; y de la verdad, de quienes dice Jesucristo por medio de San Mateo: "Os envío profetas y sabios" ( Mt 23,24). (l. 19, c. 3) Y en verdad, si hubiese manifestado las observancias de los hebreos respecto de su cumplimiento, no hubiese resultado la duda acerca de que había dicho esto refiriéndose a la ley de los judíos y de los profetas. En ello sólo refiere los preceptos más antiguos -esto es, no matarás, no fornicarás-, que en otro tiempo fueron promulgados por Enoc y Set y los demás judíos, ¿a quién no parece que esto lo dijo El refiriéndose a la ley y a los profetas? En lo que parece que mencionó ciertas cosas de los judíos, las arrancó casi de raíz, mandando lo contrario, como es esto que dice: "Ojo por ojo, diente por diente" ( Ex 21,24). A lo que dice San Agustín:
 
San Agustín, contra Faustum, 19,7
Manifiesto es, qué ley y qué profetas no vino Cristo a derogar sino a cumplir la misma ley que promulgó Moisés. Jesucristo no cumplió solamente, como dice Fausto, los preceptos trasmitidos por los justos antiguos, antes de la ley de Moisés, ni derogó los que eran propios de la ley de los judíos (19,17), como éste: "No matarás" ( Ex 20,13). Nosotros, pues, decimos que estas cosas estuvieron bien mandadas en su tiempo y que ahora no han sido aprobadas por Jesucristo, sino cumplidas como se expresa en los demás preceptos. Tampoco entienden esto los que continúan viviendo en aquella perversidad para obligar a los gentiles a judaizar, como son los herejes que se llaman nazarenos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Para que no se crea que todas las cosas que habían de suceder desde el principio hasta el fin, no eran antes conocidas por Dios, fueron vaticinadas en la ley de una manera mística. Por ello dice: No puede suceder que pasen el cielo y la tierra, hasta que todas las cosas que han sido vaticinadas en la ley se cumplan en realidad y esto es lo que dice: "En verdad os digo, que hasta que no pasen el cielo y la tierra, ni una jota, ni un ápice perecerán de cuanto está mandado en la ley, mientras todas estas cosas no se verifiquen".
 
Remigio
La palabra amén es un modismo hebreo y en latín quiere decir verdaderamente, fielmente, así sea. Por dos razones usa Jesucristo de esta palabra. Ya por la dureza de aquellos que eran tardos para creer, ya por los que habían creído, con el objeto de que comprendiesen mejor las palabras que siguen.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
Por esto que dice: "Hasta que no pasen el cielo y la tierra", manifiesta que éstos, a pesar de su grandeza -como nosotros creemos-, habrán de desaparecer.
 
Remigio
Subsistirán esencialmente, pero se renovarán.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
Por estas palabras que añade: "Una jota o un ápice no perecerá de la ley", no debe entenderse otra cosa más que una expresión terminante de la perfección que se demuestra por medio de las Sagradas Letras, entre las cuales la jota es la menor de todas porque consta de un solo trazo, y el ápice es el punto que se pone sobre la jota. Con estas palabras manifiesta que en la ley hasta las cosas más pequeñas pueden invitarnos al cumplimiento de ella.
 
Rábano
Con intención puso la jota griega y no el ioth hebreo, porque la jota en el griego es la décima letra, y el número diez expresa el decálogo cuyo ápice y perfección es el Evangelio.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Si el hombre ingenuo se avergüenza cuando se le descubre en alguna mentira y el hombre sabio cuando no cumple su palabra, ¿cómo las palabras divinas podrán subsistir sin un fin y carecer de cumplimiento? De donde concluye: "El que quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños y enseñare así a los hombres, será considerado como pequeño en el Reino de los Cielos". Creo que el mismo Dios responde claramente esto, mostrando cuáles son los mandamientos más pequeños, diciendo: "Si alguno quebrantare uno de estos mandamientos más pequeños", esto es, de la manera que habré de decir.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,3-4
No dijo, pues, esto refiriéndose a las leyes antiguas, sino a las que El había de dar, a las cuales llama pequeñas, aun cuando sean grandes. Así como muchas veces había hablado de sí con humildad, también ahora habla humildemente de sus preceptos. O de otro modo:
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 10
Los mandatos de Moisés son fáciles de ejecutar: no matarás, no adulterarás. La misma magnitud de estos crímenes hace rechazar el deseo de cometerlos. Por lo tanto, en la remuneración son pequeños pero en el pecado son grandes. Los mandamientos de Cristo -esto es, no te enfurezcas, no tengas deseos-, en la ejecución son difíciles, pero en el premio son grandes, aun cuando sean pequeños en el pecado. Por lo tanto, Jesucristo dictó estos mandamientos: "No te enfurezcas, no desees". Luego aquellos que cometen pecados leves son los más pequeños en el Reino de Dios. Esto es, el que se enfurezca y no cometa pecado grande, puede considerarse como libre de la pena -esto es, de la eterna condenación-, pero tampoco puede estar en la gloria que consiguen aquellos que cumplen aun estos preceptos más pequeños.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: aquellos preceptos que están en la ley se llaman pequeños, pero aquéllos que Jesucristo había de dictar eran grandes. Los menores mandamientos se significan por una jota o por un ápice. Aquel, pues, que los viola y enseña a otros a quebrantarlos, se llamará pequeño en el Reino de los Cielos. Y acaso tampoco pueda entrar en el Reino de los Cielos, porque allí no pueden entrar sino los grandes.
 
Glosa
Quebrantar es no hacer lo que rectamente entiende uno que debe hacer, o no entender lo que ha dañado, o disminuir la integridad de la adición hecha por Jesucristo.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Cuando oigas pequeño en el Reino de los Cielos, debes creer que en ello no se significa otra cosa que el suplicio y el infierno. Reino suele llamarse no sólo la utilidad del Reino, sino el tiempo de su resurrección y la venida de Jesucristo.
 
San Gregorio, homiliae in Evangelia. 12
También debe entenderse por Reino de los Cielos la Iglesia, en la que el sabio que quebranta un mandamiento se llama pequeño, porque aquél cuya vida no es buena no puede esperar otra cosa que el menosprecio de su predicación.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
O llama pequeños los sucesos de la pasión y muerte del Señor, la que si alguno no confiesa -considerándola vergonzosa- será pequeño -esto es, el último y casi nulo-, pero al que la confiesa se le promete la gloria de una gran vocación en el cielo. De donde sigue: "El que hiciere, pues, y enseñare, se llamará grande en el Reino de los Cielos".
 
San Jerónimo
Reprende en esto a los fariseos que despreciando los mandatos del Señor, daban la preferencia a sus propias tradiciones, porque no les aprovecha la doctrina que enseñan al pueblo si prescinden de lo más pequeño que está mandado en la ley. Podemos entender esto de otra manera, creyendo que la instrucción del que enseña, aun cuando incurra en un defecto pequeño, le hace caer del punto más elevado; y no le aprovecha enseñar la justicia, que él mismo destruye, aun con la culpa más leve. La bienaventuranza es perfecta cuando se ejecuta lo que se predica.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 8
O de otro modo: el que quebrantare aquellas cosas pequeñas (a saber, los preceptos de la ley) y enseñare así a los demás, será llamado pequeño; pero el que practica la ley aún en lo más insignificante y enseña así a los demás, no debe considerarse como grande, sino no tan pequeño como aquél que la quebranta, pues para que sea grande debe practicar y enseñar lo que Jesucristo enseña.

20-22

"Porque os digo en verdad, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás: pues el que matare, reo será en el juicio. Mas yo os digo, que todo aquél que se enoja con su hermano, reo será en el juicio. Y quien dijere a su hermano raca, reo será en el concilio. Y quien dijere insensato, reo será en el infierno". (vv. 20-22)
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Con tan magnífico exordio empezó a plenificar la obra de la ley antigua y a anunciar a sus Apóstoles que no les será posible la entrada en el Reino de los Cielos si no aventajan a los fariseos en justicia. Esto es lo que manifiesta cuando dice: "Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor", etc.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Llama justicia aquí a la virtud universal. Entiéndase en esto el aumento de la gracia. A sus discípulos los consideraba todavía como ignorantes, pero quiere que sean mejores que los maestros en el Antiguo Testamento. No llamó inicuos a los escribas y a los fariseos porque no negó que tenían justicia. Considera también que con estas cosas confirma el Antiguo Testamento delante de sus Apóstoles, comparándolo con el Nuevo, resultando el más y el menos dentro del mismo género. La justicia de los escribas y los fariseos son los mandamientos de Moisés. Los cumplimientos de aquellos mandatos son los preceptos de Jesucristo. Esto es, pues, lo que dice: Si alguno, además de los preceptos de la ley, no cumple estos preceptos míos, que ellos consideraban como pequeños, no entrará en el Reino de los Cielos; puesto que aquellos preceptos libran de la pena (debida a los transgresores de la ley), mas no llevan al Reino de los Cielos, pero éstos libran de la pena y llevan al cielo. Siendo una misma cosa quebrantar los preceptos pequeños y no cumplirlos, ¿por qué dice arriba, del que los quebranta, que se llamará pequeño en el reino de Dios, y ahora dice del que no los cumple, que no entrará en el Reino de los Cielos? Pero entiende que ser pequeño en el Reino, es lo mismo que no entrar en él y que estar en el Reino no es reinar con Cristo, sino vivir en el pueblo de Cristo. Como si dijese del que no cumple que estará entre los cristianos, pero que será un cristiano pequeño, y que el que entra en el Reino, participa del Reino con Jesucristo. Por lo tanto, éste que no entra en el Reino de los Cielos, no tendrá gloria con Jesucristo. Sin embargo, estará en el Reino de los Cielos, esto es, en el número de aquéllos sobre quienes reina Jesucristo, que es el rey de los cielos.
 
San Agustín, de civitate Dei, 20,9
O como dice en otro lugar: "Si vuestra justicia no fuese mayor que la de los escribas y de los fariseos", esto es, de aquéllos que no practican lo que enseñan porque de ellos ya ha dicho San Mateo: "Dicen y no hacen" ( Mt 23,3). Como si dijese: si no abundase vuestra justicia de modo que no quebrantéis, sino más bien hagáis lo que enseñáis, no entraréis en el Reino de los Cielos. Antes se entendía el Reino de los Cielos donde están ambos: el que no practica lo que enseña y el que lo practica, pero el primero se llama pequeño y el segundo grande, por lo que se entiende como Reino de los Cielos a la Iglesia presente. Aquí, se entiende el Reino de los Cielos donde entra aquel que cumpla la ley. Esta es la Iglesia tal y como será en la otra vida.

San Agustín, contra Faustum, 19, 30
Este nombre de Reino de los Cielos, que con tanto interés nombra nuestro Señor, no sé si alguno lo habrá encontrado escrito en los libros del Antiguo Testamento. Propiamente hablando pertenece a la revelación del Nuevo Testamento, porque se reservaba nombrarlo a los labios de Aquel a quien prefiguraba el Antiguo Testamento para regir y gobernar a sus siervos. Este fin, al cual deben referirse los preceptos, estaba oculto en el Antiguo Testamento, aunque ajustados a él vivían los santos que veían su revelación futura.
 
Glosa
O esto que dice: "si no abundare", debe referirse a la inteligencia de los escribas y fariseos, no al contenido del Antiguo Testamento.
 
San Agustín, contra Faustum, 19, 28
Casi todo lo que el Señor aconsejó o mandó precedido de estas palabras ( Mt 19,23): "Yo, pues, os digo", se encuentra en aquellos libros antiguos. Pero como no comprendían que el homicidio era otra cosa más que la destrucción de un cuerpo humano, el Señor les manifestó que todo movimiento malo que pueda contribuir a hacer daño al prójimo, debe considerarse como homicidio. Por esto añade: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No matarás".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Queriendo Jesucristo manifestar que el mismo Dios que habló en la ley es el que ahora manda en la gracia, pone a la cabeza de sus preceptos aquel que en la ley antigua se ponía el primero; esto es, antes de los prohibitivos contra el prójimo.
 
San Agustín, de civitate Dei, 1, 21
El precepto: "No matarás", no expresa, como opinan los maniqueos, la prohibición de arrancar una caña o matar un animal sin razón, puesto que por ordenación justísima del Creador, su vida y su muerte están sometidas a nuestras necesidades. Por ello debemos entender, que todo lo dicho se refiere al hombre: No matarás a otro, ni tampoco a ti, pues el que se mata, no hace otra cosa que matar a un hombre. De ningún modo obraron contra este mandamiento los que por orden de Dios hicieron la guerra. Ni tampoco cometen crimen aquellos que, ejerciendo la autoridad legítima, castigan a los criminales por razones justas. A Abraham, no solamente no se le consideró como culpable de crueldad, sino que más bien se le alaba con el nombre de piadoso, cuando quiso matar a su hijo por obedecer a Dios. Se exceptúan aquí aquellos a quienes Dios manda matar por mandamiento expreso, o por cumplir con la ley, o por librar a otra persona. No mata aquél que obedece al que manda, como aquellos que prestan su ayuda al que ejerce la justicia; tampoco debe considerarse como homicida a Sansón, que sucumbió bajo las ruinas con todos sus enemigos, porque el mismo Espíritu que por medio de él hacía milagros, había sido quien le había dado esta orden, aunque de una manera oculta.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,5
Por esto que dice: "Se ha dicho a los antiguos", manifiesta que hacía ya mucho tiempo que conocían este precepto. Dice esto, pues, para mover a los oyentes tardos a preceptos más altos. Así como si un maestro dice a su alumno perezoso animándolo al estudio: "has pasado mucho tiempo en deletrear". Por eso añade: "Mas yo os digo, que todo aquel que se enoje con su hermano, obligado será a juicio". En lo que debemos comprender la potestad del legislador. Ninguno de los antiguos había hablado así, sino de esta manera: "Esto dice el Señor". Porque aquéllos, como siervos, anunciaban las cosas que eran del Señor, pero éste, como Hijo, anuncia las cosas que son de su Padre y suyas a la vez; aquéllos predicaban a sus compañeros de servidumbre y éste dictaba leyes a sus subordinados.
 
San Agustín, de civitate Dei, 9,4
Dos son los pareceres de los filósofos acerca de las pasiones del alma. Los estoicos creen que las pasiones son impropias del hombre sabio; pero los peripatéticos creen que los hombres sabios pueden tener pasiones, pero moderadas y sujetas a la razón, sí como cuando se ejerce la misericordia de modo que se conserve la justicia
 
San Agustín, de civitate Dei, 4,5
En la doctrina cristiana no se indaga principalmente si un alma piadosa puede encolerizarse o entristecerse sino el origen de donde proceden esas impresiones.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
El que se encolerice sin causa, será culpable. Pues si la ira no existiera, ni la doctrina aprovecharía, ni los tribunales estarían constituidos, ni los crímenes se castigarían. Así, el que no se enfurece cuando hay causa para ello, peca. La paciencia imprudente fomenta los vicios, aumenta la negligencia e invita a obrar el mal, no sólo a los malos sino también a los buenos.
 
San Jerónimo
En algunos códices se añade: "Sin causa". Sin embargo, en las cosas verdaderas no hay duda y la cólera se prohíbe totalmente. Si se nos manda rogar por los que nos persiguen ( Mt 5,44), queda suprimida toda ocasión de enfurecerse. No debemos incomodarnos sin causa, porque la ira del hombre no opera la justicia de Dios ( Stgo 1,20).
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Sin embargo, la ira con causa no es ira, sino juicio, pues la cólera propiamente dicha es la alteración de una pasión. El que se enfada con causa, su ira no es de pasión, y por lo tanto juzga, no se irrita.
 
San Agustín, In libro retractationum, 1, 19
También debemos fijarnos en lo que significa enfurecerse con su hermano, puesto que no se enfurece con su hermano aquel que se enfurece por la culpa de su hermano. El que se enfurece con su hermano y no con su pecado, se enfurece sin causa.
 
San Agustín, de civitate Dei, 14, 9
Nadie que tenga su juicio cabal, podrá decir que se enfurece aquel que se incomoda con su hermano para que se corrija. Estos movimientos, que provienen del amor del bien y de la santa caridad, no pueden llamarse vicios, puesto que están en armonía con la recta razón.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Yo creo que Jesucristo no habla aquí de la ira carnal, sino de la ira espiritual. La carne no puede obedecer sin conturbarse. Cuando el hombre se enfurece y no quiere hacer aquello que la ira le impulsa, su carne se enfurece, pero su alma queda en paz.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 9
Así, pues, en este primer mandamiento se trata de una cosa sola: la ira. En el segundo se trata de dos: la ira y la voz que la expresa, como se dice en estos términos: "Y el que dijere a su hermano raca, obligado será en el concilio". Algunos han querido tomar del griego la significación de esta palabra, creyendo que la palabra raca quiere decir andrajoso, puesto que en griego la palabra racos quiere decir andrajoso. Es más probable que sea una voz sin significado alguno, pero manifestando la alteración de un alma indignada. Los gramáticos llaman a estas voces interjecciones, como cuando se dice por uno que padece: "¡Ay!"
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16,7
También la palabra raca puede ser una palabra de desprecio o de ultraje, como cuando nosotros decimos, o a los criados, o a los que son más jóvenes que nosotros: "Marcha tú, dile tú". Y así, los que conocen la lengua siríaca, ponen la palabra raca en lugar de tú. El Señor, pues, quiso arrancar hasta los defectos más pequeños, y por ello nos manda que nos respetemos mutuamente.
 
San Jerónimo
O bien raca es una palabra hebrea y quiere decir vano o hueco, a quien no podemos llamar con la injuria vulgar, sin cerebro. Y con intención añade: "El que dijere a su hermano": nuestro hermano, pues, no puede ser otro que aquel que tiene un mismo padre que nosotros.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
No es propio llamar hombre vacío a aquel que tiene en sí al Espíritu Santo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,9
En tercer lugar, se significan tres cosas: la ira, la voz que significa la ira y la expresión del vituperio. Por ello sigue: "Y quien dijere insensato, quedará sujeto al fuego del infierno". Hay gradación en estos pecados. Primero, cuando uno se enfurece y retiene el movimiento concebido en el corazón y si esfuerza la voz sin significación precisa, pero que por su fuerza es signo de la emoción, hay un grado más que en la cólera que calla. Pero aun es más si expresa una palabra ciertamente injuriosa.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Así como ninguno que tiene el Espíritu Santo puede llamarse vacío, así ninguno que conoce a Jesucristo puede llamarse fatuo. Pero si la palabra raca significa vacío en cuanto al sentido de la palabra, lo mismo quiere decir fatuo que raca. Se diferencia, sin embargo, en cuanto al fin que se propone el que dice esta palabra. Raca era una palabra vulgar entre los judíos, la cual pronunciaban, no por ira ni por odio, sino por algún movimiento vano. La decían, pues, más bien como para expresar confianza que injuria. Pero si no se dice por causa de rabia, ¿qué clase de pecado es? Porque se dice con el deseo de disputa, no de edificación; si, pues, no debemos decir aun las buenas palabras sino para edificar a los demás, ¿cuánto más aquello que en sí ya es malo por naturaleza?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,9
Fijémonos ahora en las tres clases de pena: el juicio, el Sanedrín y el fuego eterno, grados con los cuales subimos de lo más leve a lo más grave; pues en el juicio aun hay lugar a defenderse. Al Sanedrín pertenece la pronunciación de la sentencia, cuando los jueces convienen entre sí en la clase de castigo que haya de aplicarse, y en el fuego eterno ya se expresa claramente la condenación y la pena del culpable. De donde se ve cuán grande es la diferencia que hay entre la justicia de Jesucristo y la de los fariseos. Entre éstos la muerte de otro hace reo de juicio, y Aquél lo hace reo de juicio por la ira, de cuyas tres cosas ésta es la más leve.
 
Rábano
El Señor llama aquí infierno al tormento del infierno, cuyo nombre creen que lo tomó de un valle consagrado a los ídolos, y que está cerca de Jerusalén, lleno en otro tiempo de cadáveres, que, según leemos en el libro de los Reyes, Josías profanó.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,8
Es la primera vez que pronuncia el nombre de infierno después que antes había hablado del Reino de los Cielos, manifestando que El nos da éste por su amor, el otro por nuestra desidia. A muchos les parece demasiado fuerte eso de padecer por una sola palabra una pena tan grande, por lo que algunos dicen: "Que esto se expresa de una manera hiperbólica". Pero me temo que, interpretando mal estas palabras, suframos allí el último suplicio. No creas que esto es duro, porque la mayor parte de las penas y de los pecados proceden de las palabras. Las palabras insignificantes inducen muchas veces al homicidio y han destruido ciudades enteras. No consideres como cosa pequeña el llamar a tu hermano necio, puesto que le quitas la prudencia y el entendimiento, por los cuales somos hombres y nos diferenciamos de los animales
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O será reo del Sanedrín, esto es, no pertenecerá al concilio de aquéllos que se reunieron contra Jesucristo, como interpretan los Apóstoles en sus cánones.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien el que trata como vacío al que está lleno del Espíritu Santo, se hace reo ante el concilio de los santos, como si hubiere de pagar la ofensa hecha al Espíritu Santo, con la reprensión de jueces santos.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 9
Alguno me preguntará: ¿con qué suplicio más grave se castiga el homicidio, si la injuria ya se castiga con el fuego del infierno? Obliga a comprender que hay varios infiernos.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.16
El juicio y el Sanedrín son penas que se padecen en esta vida, y el fuego del infierno es la pena que se padece en la otra; por ello pone el juicio de la ira, para manifestar que no es posible que el hombre viva absolutamente sin pasiones, pero que le es posible enfrentarlas y por lo tanto, no la fijó una pena determinada, para que no apareciese que la prohibía totalmente. El Sanedrín lo cita ahora como juicio de los judíos, para que no se crea que innova en todo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 9
En estas tres sentencias debe observarse que hay palabras que se sobreentienden, exceptuada la primera, que tiene todas las palabras: "El que se enfurece, dijo, contra su hermano" (sin causa, según algunos); en la segunda, cuando dice: "Pero el que dijese a su hermano raca " (se entiende sin causa), y en la tercera, cuando dice: "Pero el que dijese fatuo", da a entender dos cosas: a su hermano y sin causa. Y esto es con lo que se defiende aquel dicho del Apóstol, que llama necios a los de Galacia, a quienes también denomina hermanos. No hace, pues, esto sin causa.

23-24

"Por tanto, si fueses a ofrecer tu ofrenda al altar y allí te acordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven a ofrecer tu ofrenda". (vv. 23-24)
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 10
Si no es lícito enfurecerse contra su hermano ni decirle raca ni necio, mucho menos debemos tener ninguna animadversión que pueda degenerar en odio, y por esto añade: "Por tanto, si fueres a ofrecer tu ofrenda al altar y allí recordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti".
 
San Jerónimo
No dijo si tú tienes algo contra tu hermano, sino si tu hermano tiene algo contra ti, como imponiéndote con más dureza la necesidad de reconciliarte.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 10
Entonces él tiene algo contra nosotros, si le hemos ofendido en algo; pero nosotros tenemos algo en contra de él, si él nos ha ofendido, en cuyo caso no es necesario procurar su reconciliación. No pedirás el perdón a aquel que te hace alguna ofensa, sino que lo que haces es perdonarlo. Como deseas que Dios te perdone, perdona tú también a tu hermano.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Pero si aquél te ofendiere y fueses el primero en pedirle el perdón, adquirirás un gran mérito.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,9
Pero si alguno no procura reconciliarse con él por amor al prójimo, lo induce a esto para que sus buenos oficios no queden incompletos, especialmente si se verifican en un lugar sagrado. Por esto añade: "Deja allí tu ofrenda delante del altar y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano".
 
San Gregorio, hom 1
El Señor no quiere recibir el sacrificio de los que están enemistados. De aquí podéis conocer cuán grande sea el mal de la enemistad, por lo cual se rechaza aun aquello, en virtud de lo cual se perdona la culpa.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Ve aquí la gran misericordia de Dios, que da preferencia a las utilidades de los hombres sobre su honor, más bien quiere la unión de los fieles que sus ofrendas. Cuando los hombres fieles tienen alguna disensión entre sí, no recibe ninguna ofrenda de ellos, ni oye ninguna de sus oraciones, mientras dura la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo fiel de dos que son enemigos entre sí, y por ello, Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí. Y nosotros no guardamos la fe a Dios si amamos a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos. Aquel que ofende primero, debe ser el que pida la reconciliación. Has ofendido con el pensamiento, debes reconciliarte por medio del pensamiento; has ofendido con palabras, con palabras debes reconciliarte; has ofendido con obras, con obras debes reconciliarte. Todo pecado, del mismo modo que se comete, debe hacerse por él penitencia.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Una vez obtenida la paz humana manda volver a la divina, para pasar de la caridad de los hombres a la de Dios, y por ello sigue: "Y entonces ven a ofrecer tu ofrenda".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 10
Si lo que aquí se dice se toma al pie de la letra, acaso crea alguno que esto conviene hacerlo así, no puede dilatarse la reconciliación por mucho tiempo si el hermano está presente, puesto que se nos manda dejar la ofrenda delante del altar; mas si está ausente y (lo que puede suceder también) al otro lado del mar, es un absurdo el creer que debe dejar su ofrenda delante del altar y recorrer las tierras y los mares antes de ofrecerla al Señor. Por ello se nos manda recogernos en el interior y pensar espiritualmente, para que pueda entenderse aquello que se dice, sin incurrir en absurdos. Por altar debemos entender, espiritualmente hablando, la fe. La ofrenda que ofrecemos al Señor, ya sea por medio de la enseñanza, ya por medio de la oración, o ya por cualquier otro concepto, no puede ser aceptable delante de Dios si no va adornada con la fe. Si, pues, hemos ofendido a nuestro hermano en alguna cosa, debemos ir a reconciliarnos con él, no con los pies del cuerpo, sino con los movimientos del alma, prostrándonos ante el hermano con afectos de humildad, en presencia de Aquel a quien vamos a ofrecer. Y así, como si estuviese presente, podremos calmarlo, no con ánimo afectado, sino pidiéndole perdón y al volver, esto es, renovando la intención de lo que habíamos empezado a hacer, ofreceremos nuestra ofrenda.

25-26

"Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez y el juez te entregue al ministro, y seas echado en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante". (vv. 25-26)
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
El Señor quiere que no pasemos ningún tiempo sin acudir a El, con la intención de perdonar. Por ello nos mandó reconciliarnos con nuestro enemigo en el camino de la vida, no sea que al tiempo de la muerte nos vayamos sin terminar la paz comenzada. Por ello dice: "Acomódate luego con tu contrario mientras que estás con él en el camino, no sea que tu contrario te entregue al juez".
 
San Jerónimo
Como no tenemos en los códices latinos la palabra consentiens, en los griegos se ha escrito eunoon, que quiere decir benigno o benévolo.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 11
Si pensamos quién sea nuestro contrario, con quien se nos manda ser benévolos, deberemos creer que es, o el diablo, o el hombre, o la carne, o Dios, o su ley. El diablo no me parece que sea aquel con quien se nos manda ser benévolos o estar en amistad. Donde hay benevolencia allí hay amistad, y nadie puede mandarnos que tengamos amistad con el diablo. Ni tampoco conviene estar conforme con él, puesto que hemos renunciado a su trato y le hemos declarado la guerra. Ni tampoco debemos consentir con él, porque el haber estado conformes con él alguna vez, ha hecho que caigamos en tantas miserias.
 
San Jerónimo
Algunos dicen que manda el Salvador que seamos benévolos con el demonio para que no le hagamos sufrir por culpa nuestra, porque hay quien dice que debe ser atormentado por nosotros cuando consentimos en sus tentaciones. Otros dicen, con más precaución, que nosotros en el bautismo hacemos una especie de pacto con el demonio, renunciando a él; pero si respetamos este pacto, nos hacemos benévolos y conformes con nuestro enemigo, y no seremos encerrados en la cárcel
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
No veo cómo interpretar esto: nosotros somos entregados por el hombre al juez, cuando comprendo que Jesucristo es el juez ante cuyo tribunal todos habremos de presentarnos, según dice el Apóstol. ¿Cómo habrá de ser entregado a un juez aquel que, como nosotros, habrá de comparecer también ante el juez Supremo? Y también si alguno daña a otro hombre matándolo, no tendrá tiempo de reconciliarse con él en el camino, esto es, en esta vida, ni podrá obtener el perdón por la penitencia. Tampoco comprendo cómo se nos podría estar mandando estar acordes con la carne, en cuyas supersticiones, si consentimos, nos hacemos más pecadores. Los que la someten a la servidumbre, no están de acuerdo con ella, sino que la obligan a que se someta.
 
San Jerónimo
¿Cómo puede meterse la carne en la cárcel, si no está de acuerdo con el alma, siendo así que el alma y el cuerpo han de ser aprisionados juntamente, y el cuerpo no puede hacer nada si el alma no le obliga?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Acaso lo que se nos manda es estar unidos a Dios, de quien nos hemos separado pecando, y que desde entonces resulta nuestro adversario resistiéndonos, según estas palabras: "Dios resiste a los soberbios". Todo aquél, pues, que no se reconciliare con Dios en esta vida por medio de la muerte de su Hijo, será entregado por El al juez, esto es, al Hijo, a quien el Padre ha dado todo juicio. ¿Mas cómo puede decirse rectamente que el hombre se halla en el camino con Dios, sino porque Dios está en todas partes? Y si no se quiere decir que Dios, presente en todas partes, esté con los impíos, así como no decimos que los ciegos estén con la luz que los baña. Sólo resta aquí que comprendamos como adversario al precepto de Dios, opuesto a los que quieren pecar, y que nos ha sido dado en esta vida para que nos dirija en el camino. Una vez conocido, debemos asentir a él prontamente (leyendo, oyendo, asintiendo a su autoridad suprema), no aborreciéndole, porque es opuesto a nuestros pecados, sino amándolo porque nos corrige. No desechándolo por oscuro, sino orando para comprenderlo.
 
San Jerónimo
Mas, de los antecedentes aparece que Dios nos exhorta a la caridad fraterna, puesto que dice más arriba: "Ve a reconciliarte con tu hermano".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Se apresura el Señor a reconciliarnos con nuestros hermanos en esta vida, sabiendo cuán peligroso es que un enemigo muera sin reconciliarse. Si, siendo enemigos, os presenta la muerte ante el juez, éste os entregará a Cristo, el cual os convencerá de reos en su juicio. Os entregará al juez, por más que antes os haya suplicado la reconciliación. Pues el que ruega antes al enemigo, lo hace reo delante de Dios.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
O bien vuestro adversario os entregará al juez, porque vuestra ira, que permanece sobre él, es la prueba de vuestra enemistad.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Entiendo que ese juez es Cristo, porque "el Padre dio todo juicio al Hijo" ( Mt 4,11). Por ese ministro entiendo el ángel: "Y los Angeles, dice, le servirán". Y, en efecto, creemos que vendrá a juzgar con sus ángeles, por lo cual añade: "El juez te entregará al ministro".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O al ministro, esto es, al ángel cruel de las penas, el cual os sepultará en la cárcel de fuego, y así es como sigue: "Y serás metido en la cárcel".
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Entiendo por cárcel las penas de las tinieblas, y para que ninguno desprecie esta cárcel, añade: "En verdad te digo que no saldrás de esa cárcel hasta que no pagues el último cuadrante".
 
San Jerónimo
Cuadrante es una moneda que vale dos minutas, lo cual equivale a decir: no saldrás de la cárcel mientras no hayas expiado hasta los pecados más pequeños.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,11
Esta expresión se pone aquí para significar que nada se deja sin castigo. Así como decimos de una cosa, exigida con rigor, que se la ha exprimido hasta lo último. O se significan, con el nombre de novísimo cuadrante, los pecados terrenos, puesto que la tierra es el cuarto ( novísimo o último) de los elementos. La palabra pagar significa la pena eterna, y la manera de expresarse hasta que, debe tomarse en el mismo sentido que esta otra frase: "Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies" ( Sal 109,1). Es claro que su reino no terminará cuando someta a sus enemigos y así debe entenderse aquí: "No saldrás de ahí hasta que no pagues el último cuadrante", como si dijera que nunca saldrá de allí, porque pagará siempre el último cuadrante mientras duren las penas eternas, debidas a los pecados de su vida.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Si haces las paces en esta vida, puedes recibir la remisión aun de las faltas más graves. Pero una vez condenado y metido en la cárcel, no sólo te exigirán suplicios por los pecados graves, sino también de una palabra ociosa, lo que puede entenderse por cuadrante.
 
San Hilario in Matthaeum, hom. can
Como la caridad cubre multitud de pecados, pagaremos hasta el último cuadrante, si con el precio de ella no redimimos nuestros pecados.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
También se pueden llamar cárceles a las angustias de este mundo, las cuales permite Dios muchas veces a los que pecan.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 16,11
O se trata aquí de los jueces de este mundo, del camino que conduce a este juicio y de esta cárcel. Esto para fijarnos en las cosas de la eternidad por medio de las temporales que tenemos a la vista y que de ordinario nos mueven más. En este sentido dice San Pablo: "Si obrares mal, teme la potestad; pues no sin causa lleva ceñida la espada" ( Rom 13,4).

27-28

"Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Y yo os digo que todo aquel que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio en su corazón con ella". (vv. 27-28)
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.17,1
Después que el Señor terminó el primer mandamiento a saber: "No matarás", procede con orden a hablar del segundo. Oísteis que fue dicho a los antiguos: "No adulterarás".
 
San Agustín, sermones, 9,3
Esto es, no irás a buscar otra mujer que la tuya. Si exiges de tu mujer esto, ¿no querrás pagarle del mismo modo cuando debes darle ejemplo con tus virtudes? Es muy necio el que el hombre diga que esto no se puede hacer. Lo que hace la mujer, ¿no podrá hacerlo el hombre? No quieras decir: No tengo mujer y por lo tanto voy a buscar a una mujer pública y por ello no quebranto este precepto, puesto que dice: "No adulterarás". Ya has conocido lo que vales, el precio que Cristo pagó por ti: ya sabes qué comes y qué bebes, y también a quién comes y a quién bebes. Sepárate, pues, de las fornicaciones. Cuando corrompes la imagen de Dios (que eres tú), por las fornicaciones y por las complacencias carnales, el mismo Dios también (que sabe lo que te es útil), te manda esto para que no se destruya su templo, que tú has empezado a ser.
 
San Agustín, contra Faustum,19, 23
Pero como los fariseos creían que el sólo trato corporal e ilícito con una mujer se llamaba adulterio, el Señor les manifestó que tal concupiscencia no era otra cosa, diciéndoles: "Pues yo os digo que todo aquél que pusiese los ojos en una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella". Lo que la ley manda es: "No desearás la mujer de tu prójimo" ( Ex 20,17), esto les parecía a los judíos que debía entenderse sólo de la acción de quitar la mujer a otro y no del trato carnal.
 
San Jerónimo
Entre la pasión y el deseo hay la diferencia de que la pasión se considera como vicio, y el deseo aun cuando tiene la misma culpa del vicio, sin embargo, no se considera como crimen. Luego aquel que viese una mujer y observase que su alma se perturba, éste debe considerarse como herido por el deseo. Si consintiese, pasa del deseo a la pasión, y para éste, no sólo hay voluntad de pecar, sino también ocasión. Todo aquél que viese una mujer con ánimo de pecar con ella (esto es, si la mira de tal modo que la desee y se prepare para obrar el mal), éste ya puede decirse con verdad que ha pecado en su corazón.

San Agustín, de sermone Domini, 1, 12
Tres circunstancias concurren para que se cometa un pecado: la sugestión, la complacencia y el consentimiento. La sugestión se verifica por medio de la memoria, esto es, por los sentidos del cuerpo, en cuyo goce, si alguno se deleita, ha incurrido en delectación ilícita, que debe refrenar. Si ha habido consentimiento, entonces hay pecado completo. La complacencia, sin embargo, antes del consentimiento, o es nula o muy leve. Consentir con ella es pecado cuando es ilícita; pero si se lleva a la práctica, parece que entonces se sacia y se apaga la concupiscencia. Después, cuando la sugestión se repite, la complacencia es mayor, más no lo es tanto como aquella que viene a constituir un hábito, que difícilmente se puede vencer.
 
San Gregorio, Moralia, 21, 2
Todo aquel que mira exteriormente de una manera incauta, generalmente incurre en la delectación de pecado, y obligado por los deseos, empieza a querer lo que antes no quiso. Es muy grande la fuerza con que la carne obliga a caer, y, una vez obligada por medio de los ojos, se forma el deseo en el corazón, que apenas puede ya extinguirse con la ayuda de una gran batalla. Debemos, pues, vigilarnos, porque no debe verse aquello que no es lícito desear. Para que la inteligencia pueda conservarse libre de todo mal pensamiento, deben apartarse los ojos de toda mirada lasciva, porque son como los ladrones que nos arrastran a la culpa.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,2
Si quieres con frecuencia fijar los ojos en las caras hermosas, serás atrapado por completo, aunque acaso puedas contenerte por dos o tres veces, porque esto no está fuera de la humana naturaleza. Pero el que una vez enciende la llama en su corazón (después de vista una mujer), aun cuando no vea sus formas, retiene en sí el recuerdo de las acciones torpes, de cuya representación muchas veces pasa a la obra. Pero si alguna, adornándose demasiado, atrae los ojos de los hombres hacia sí, aun cuando no haga pecar a ninguno, ella padecerá el fuego eterno, porque forma el veneno, aun cuando no encuentre ninguno que lo beba. Lo que dice a los hombres, esto mismo dice a las mujeres, lo que se dice a la cabeza, también se dice al cuerpo.

29-30

"Y si tu ojo derecho te sirve de escándalo, sácalo y échalo de ti. Porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo sea arrojado al fuego del infierno. Y si tu mano derecha te sirve de escándalo, córtala y échala de ti, porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo vaya al fuego del infierno". (vv. 29-30)

Glosa
Después que Jesucristo enseñó a evitar el pecado de la lujuria, porque no sólo debe evitarse este pecado en sí, sino que también deben evitarse las ocasiones de los pecados, nos dice que no sólo en la práctica, sino también en el corazón, conviene evitar las ocasiones de los pecados, diciendo: "Si tu ojo derecho te escandaliza".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Si según el profeta ( Sal 37,4), no hay nada que no esté herido por el pecado en nuestra carne, debemos cortarnos cuantos miembros tenemos para que la pena de éstos pague la malicia de la carne. Pero veamos si así puede entenderse del ojo corporal y de la mano.
Así como todo hombre, cuando se convierte a Dios, está muerto al pecado, así el ojo, cuando deja de mirar mal, se separa del pecado, pero ni aun así está conforme. Si el ojo derecho te escandaliza, ¿el izquierdo qué hace? ¿Acaso contradice al derecho para que se conserve inocente?
 
San Jerónimo
En el ojo derecho, y en la mano derecha, se insinúa el afecto a los hermanos, la mujer, los hijos, los parientes y amigos, los cuales, si alguna vez resulta que nos son impedimento para conocer la verdad, debemos separarlos de nosotros.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 13
Del mismo modo que se entiende la contemplación en el ojo, así debe entenderse con toda propiedad la acción en la mano. Por ojo entendemos un amigo muy querido. Y esto suele decirse por aquellos que quieren expresar su cariño, diciendo: "Lo quiero como a las niñas de mis ojos". Conviene entender aquí por ojo un amigo consejero, porque el ojo nos enseña el camino. En cuanto a lo que se añade, el ojo derecho, acaso vale para aumentar la fuerza del cariño. Siempre temen los hombres mucho más el perder el ojo derecho. Por lo mismo que es ojo derecho se entiende que es su consejero respecto de las cosas divinas. El ojo izquierdo es el consejero de las cosas mundanas. Y así éste es el sentir: "Cualquiera que sea la cosa que tú quieras, como si fuera tu ojo derecho, si te escandaliza (esto es, si te sirve de impedimento para conseguir la vida eterna), arrójalo y sepáralo de ti". Acerca del izquierdo, cuando te escandalice, es inútil el decir que tampoco debes perdonarlo. La mano derecha se considera como un auxiliar estimado para las buenas obras, y la izquierda como un auxiliar de las cosas necesarias para esta vida y para el cuerpo.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
O de otro modo: nuestro Señor Jesucristo quiere que nos preservemos no sólo del peligro de pecar, sino que también las personas cercanas a nosotros, eviten el hacer algo malo. Como si teniendo tú algún amigo, le consideras como tu ojo derecho, y cuando cuida de tus cosas le consideras como tu propia mano; mas si supieras que hacía alguna cosa mala, lo arrojarías lejos de ti, porque te escandaliza; pues no sólo daremos cuenta de nuestros pecados, sino también de los de nuestros prójimos que podamos evitar.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
Hay un grado de inocencia que llega a ser muy elevado: se nos aconseja no sólo carecer de nuestros propios vicios, sino también de no incurrir en ellos exteriormente.
 
San Jerónimo
O de otro modo: Como antes había hablado de la concupiscencia de la mujer, llamó ahora pensamiento y sensación al ojo que se fija en diversas cosas. Por la mano derecha y por las demás partes del cuerpo se designan los principios de la voluntad y del afecto.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Este ojo de carne es el espejo del ojo interior. El cuerpo tiene su sentido, que es el ojo izquierdo, y el apetito es la mano izquierda. Las acciones del alma se llaman derechas, porque el alma ha sido creada con el libre albedrío y bajo la ley de la justicia, para que vea y obre bien. El cuerpo no tiene libre albedrío, está bajo la ley del pecado y se le llama mano izquierda. No manda nuestro Señor cortar el sentido o el apetito de la carne. Podemos contener el deseo de la carne con tal que no hagamos lo que la carne desea; mas no podemos arrancarla para que no desee. Cuando a propósito queremos una cosa mala y pensamos en ella, entonces el sentido derecho y la voluntad derecha nos escandalizan, y por lo tanto se nos manda cortar estas cosas, lo cual podemos hacer por medio del libre albedrío. O de otro modo: toda cosa buena que nos escandaliza, o a cualquier otro, debe ser separada de aquellos a quienes escandaliza. Así como si yo visito alguna mujer por causa de la fe, este motivo es bueno y se llama ojo derecho; pero si visitándola con frecuencia caigo en deseo de ella, o si los que lo ven se escandalizan, entonces mi ojo derecho me escandaliza, y lo que es bueno sirve de escándalo. El ojo derecho es una mirada con buen fin, esto es, una buena intención. La mano derecha es una buena voluntad.
 
Glosa
Tu ojo derecho es también la vida contemplativa, que escandaliza cuando caes en desidia o en arrogancia, o cuando no podemos por debilidad nuestra contemplar las cosas santas. La mano derecha es una buena obra, o la vida activa, la cual escandaliza cuando se desordena con la frecuencia de las cosas mundanas y el tedio de la ocupación. Si alguno no adelanta en la vida contemplativa, no descuide la activa y así no agostará en el ocio la dulzura de la vida interior.
 
Remigio
Nuestro Señor Jesucristo manifiesta por qué debe arrojarse el ojo derecho y cuándo debe cortarse la mano derecha, cuando dice: "Porque te conviene perder uno de tus miembros, etc".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Como somos los unos miembros de los otros, mejor es que nos salvemos sin uno de estos miembros, que queriendo conservarlos, ellos y nosotros perezcamos. O mejor es que nos salvemos sin un respeto o sin una obra buena, que no hacer toda las obras buenas, pereciendo con ellas.

31-32

"También fue dicho: Cualquiera que repudiare su mujer, déle carta de repudio. Mas yo os digo que el que repudiare a su mujer, a no ser por causa de fornicación, la hace ser adúltera. Y el que tomare la repudiada, adultera". (vv. 31-32)
 
Glosa
Había enseñado el Señor antes, que no debe desearse la mujer del prójimo. Ahora enseña, como consecuencia, que no debe dejarse la propia, diciendo: "También fue dicho a los antiguos: cualquiera que repudiase a su mujer, déle carta de repudio".
 
San Jerónimo
Más abajo nuestro Salvador explica mejor este pasaje, esto es, que Moisés mandó dar el acta de divorcio por la dureza de corazón de los maridos, no concediendo el divorcio, sino impidiendo el homicidio.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Cuando Moisés sacó a los hijos de Israel de Egipto, por su descendencia eran israelitas, pero por sus costumbres eran egipcios. De aquí, que habían aprendido, en las costumbres de los gentiles, que el marido aborreciese a su mujer, y como no se le permitía dejarla, estaba dispuesto a matarla o mortificarla constantemente. Por eso Moisés mandó dar el acta de divorcio, no porque era bueno, sino porque era el remedio de un mal mayor.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
Pero nuestro Señor, conciliando la equidad para con todos, mandó que ella principalmente sea la que procure la paz del matrimonio. Y por esto añade: "Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer", etc.
 
San Agustín, contra Faustum,19, 26
Lo que aquí manda el Señor de no despedir a la mujer, no es contrario a lo que manda la ley, como decía el maniqueo, ni tampoco dice esto la ley: "El que quiera dimita a su mujer" (a lo cual sería contrario no despedirla), sino que como no quería que la mujer fuese repudiada por el marido, puso ese obstáculo del acta, que podía detener a un espíritu precipitado. Entonces, sobre todo, que entre los hebreos (como dicen) sólo los escribas tenían el privilegio de escribir en su idioma, porque tenían una sabiduría superior. La ley mandaba que viniesen a éstos todos aquellos a quienes mandó dar el acta de divorcio si despedían a su mujer. Estos escribas procuraban persuadir a los consortes, de una manera pacífica, a que tuviesen concordia entre sí y no escribían el acta sino cuando no acogían su consejo y se perdía toda esperanza de conciliación. Así como, pues, no cumplió la ley primordial por esta adición de palabras, tampoco destruyó la de Moisés oponiéndole una contraria (como el maniqueo decía), sino que de tal modo recomendó todo el contenido de la ley de los hebreos, que todo lo que hablase además de su persona valiese, o para buscar mejor aclaración (si algo oscuro se encontraba en ella) o que aprovechase para cumplirla mejor.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 14
El que buscó medio de detener el divorcio, manifestó claramente que no quería la disensión ni aun entre los hombres más endurecidos. El Señor para confirmar esto mismo, esto es, que no se repudie fácilmente, exceptúa sólo la causa de fornicación, diciendo: "A no ser por causa de fornicación". Manda, pues, que se sufran todas las demás molestias, si acaso existieren, llevándolas con paciencia en beneficio de la paz conyugal.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Si debemos llevar con paciencia las malas acciones de los extraños, puesto que dice el Apóstol: "Llevad mutuamente vuestras cargas" ( Gál 6,2), ¿cuánto más las molestias de las mujeres? El hombre cristiano no sólo no debe pecar, sino que también debe evitar a otros la ocasión de obrar mal. De lo contrario, la culpa de otro vendría a constituir un pecado de éste, puesto que había sido la causa de que se cometiese el crimen. El que despidiendo pues, a su mujer, dio ocasión a adulterios, que ella adultere con otro, y otro con ella, éste sería condenado por causa de este adulterio. Por ello dice que el que repudia a su mujer, la obliga a que adultere.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 14
También dice más adelante que adultera aquel hombre que se case con la repudiada por otro, aun cuando sea por medio del acta de divorcio. Y por esto añade: "Y el que tomase la repudiada, comete adulterio".
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.17,4
Y no puede decirse que su propio marido la ha repudiado, puesto que ésta, aun después de repudiada, continúa siendo mujer del que la repudió.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1,14
El Apóstol señala los límites de este precepto, diciendo que debe observarse por todo el tiempo que viva el marido, pero muerto éste se le concede licencia a la mujer para casarse. Y si no se le concede permiso para casarse con otro, mientras vive el marido, de quien se ha separado, mucho menos le es permitido cometer pecados ilícitos o estupros con cualquier otro. El que sin despedir a su mujer, vive con ella, no carnal sino espiritualmente, no va contra este precepto, pues los matrimonios de aquellos que viven en continencia por mutuo consentimiento, son más felices. Aquí nace una cuestión: siendo así que nuestro Señor permite repudiar a la mujer por causa de fornicación, conviene saber qué clase de fornicación sea ésta. Si debemos creer que esta fornicación se refiere a aquellos que cometen estupros, o si, como dicen las escrituras, que suelen llamar fornicación a todo pecado ilícito ( 1Cor 7), como es la idolatría, la avaricia, o cualquier otra transgresión de la ley, cometida por concupiscencia ilícita. Pero si es permitido, según el Apóstol, el repudiar a la mujer infiel, aun cuando sería mejor no repudiarla, sin embargo, no es lícito, según el precepto del Señor, el que se repudie a la mujer, sino por causa de fornicación. La infidelidad es una fornicación. Y si la infidelidad es también fornicación, y la idolatría infidelidad, y la avaricia idolatría, no debe dudarse que la avaricia es también fornicación. Y en este caso ¿quién podrá separar fácilmente cualquier concupiscencia ilícita de la fornicación, si la avaricia es fornicación también?
 
San Agustín, in libro retractationum, 1, 19
No quiero, sin embargo, creer que esta cuestión suscitada por nosotros en asunto tan difícil, satisfaga al lector. No todo pecado puede llamarse fornicación espiritual, ni tampoco Dios castiga a todo el que peca, puesto que todos los días oye a sus santos, que dicen: "Perdónanos nuestras deudas" ( Mt 6,12). Sin embargo, pierde a todo el que se hace reo de fornicación respecto de El. ¿Es lícito el divorcio por una fornicación de esta clase? Oscura es la cuestión, pero no hay duda ninguna respecto de la fornicación que profana el cuerpo.
 
San Agustín, de diuersis quaestionibus octoginta tribus, q. ultima
Si alguno dice que el Señor sólo considera la fornicación como causa suficiente para repudiar a la mujer, aquella fornicación que se comete por medio de concubinato ilícito, puede decirse que el Señor se refería a uno y a otro fiel, diciendo que a ninguno es lícito separarse del otro a no ser por causa de fornicación.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 16
No se trata aquí solamente de repudiar a la mujer adúltera. El que la despide lo hace, no sólo porque ella cometía la fornicación, sino porque era causa de fornicación para él mismo; la repudiaría por causa de fornicación no sólo de ella sino también suya; de ella, porque fornica, y suya, para que no fornique.
 
San Agustín, de fide et operibus, 16
Con igual razón, la repudiará, si ella dice a su marido: "No continuaré siendo mujer tuya, si no me enriqueces con el robo", o si se deleitase con alguna otra cualidad criminal que notase en su marido. Entonces, aquel a quien la mujer dice cualquier cosa de éstas, si es un verdadero penitente, cortará aquel miembro que la escandaliza.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 16
Ninguna cosa hay más fea que dejar a la mujer por causa de fornicación, cuando el marido puede convencerse de que también él es fornicador. Entonces sucede aquí lo que dice San Pablo a los fieles de Roma: "Te condenas a ti mismo en aquello que juzgas a otro" ( Rom 2,1). Y en cuanto a lo que dice Jesucristo: "Y el que tomare la repudiada comete adulterio", puede comprenderse que así como adultera el que se casa con ella, así también peca aquella con quien se casó. Se manda por el Apóstol que ella siga sin casarse o que se reconcilie con su marido, pero si se separa de su marido, dijo el Apóstol que siguiera sin casarse. Mucho interesa saber si es ella la que repudia o si es la repudiada. Si es ella la que se separa de su marido y se casa con otro, parece que se separa de su primer marido por el deseo de contraer nuevo matrimonio (lo cual debe considerarse como un pensamiento de adulterio), pero si es ella repudiada por el marido no puede averiguarse ciertamente cómo se explica que, verificándose la unión por mutuo consentimiento, uno de ellos sea el que adultere y no el otro. A esto debe añadirse que si adultera aquel que se casa con otra que ha sido repudiada por su marido, ella es la que le hace adúltero, lo que prohíbe el Señor aquí.

33-37

"Además oísteis que fue dicho a los antiguos: No perjurarás; mas cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo, que de ningún modo juréis: ni por el cielo, porque es el trono de Dios: ni por la tierra, porque es la peana de sus pies: ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey: ni jures por tu cabeza, porque no puedes hacer un cabello blanco o negro. Mas vuestro hablar sea, sí, sí, no, no. Porque lo que excede de esto, de mal procede". (vv. 33-37)
 
Glosa
Nuestro Señor había enseñado antes que no debe hacerse injuria alguna a nuestro prójimo, prohibiendo la ira como el homicidio, la concupiscencia como el adulterio, y el abandono de la mujer como el acta del divorcio. Ahora, como consecuencia, enseña que debe evitarse toda injuria contra el Señor, puesto que prohíbe como malo, no sólo el perjurio, sino también el juramento como ocasión de algún mal. Y por ello dice: "Además oísteis que fue dicho a los antiguos: No perjurarás". Se dice en el Levítico: "No perjurarás en mi nombre" ( Lv 19,12) y para que las creaturas no se hiciesen dioses a su gusto, mandó que todo juramento se atribuya a Dios, y no se haga por las creaturas. De donde añade: "Dedicarás tus juramentos al Señor; esto es, si sucediese el que jurases, jurarás por el Creador, y no por la criatura". De donde se dice en el Deuteronomio: "Temerás al Señor tu Dios, y jurarás por su nombre" ( Dt 6,13).
 
San Jerónimo
Esto fue concedido entonces a los hombres en la ley, como a niños, porque así como ofrecían víctimas al Señor, para que no las inmolasen a los ídolos, así también se les permitía jurar por Dios. No porque hiciesen con esto alguna cosa buena, sino porque sería mejor ofrecer esto al Señor que a los demonios.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super Matthaeum, hom. 12
No jura ninguno frecuentemente sin incurrir alguna vez en juramento falso. Así como aquel que tiene costumbre de hablar mucho, algunas veces habla cosas inoportunas.
 
San Agustín, contra Faustum 19, 23
Como el jurar en falso es un pecado grave y ninguno está más lejos de incurrir en él que aquel que no acostumbra a jurar, aun cuando sea con verdad, quiso más el Señor que, no jurando, no nos separásemos de la verdad, que, jurando lo verdadero, nos expusiésemos al juramento falso. Por esto añade: "Pero yo os digo que de ningún modo juréis".
 
San Agustín, de sermone Domini,. 1, 17
En esto confirma la justicia de los fariseos, que es no jurar en falso. No puede ser perjuro el que no jura. Pero como jura todo aquel que trae a Dios por testigo, debe examinarse si aparece que el Apóstol dijo algo contra este precepto, porque él juró muchas veces de este modo, cuando dice a los Gálatas: "Lo que os escribo, lo escribo delante de Dios, quien sabe que no miento" ( Gál 1,20). Y escribiendo a los Romanos: "El Señor me sirve de testigo, a quien sirvo en mi espíritu" ( Rom 1,9). Puede que alguno diga que sólo está prohibido el juramento, en el cual se dice algo por cuya virtud se jura, y que éste: "El Señor me sirve de testigo", no es juramento, sino que sería preciso decir: "Por Dios". Es ridículo creer esto así, pero también es menester saber que el Apóstol juró de esta manera, diciendo a los fieles de Corinto: "Hermanos, todos los días muero por vuestra gloria" ( 1Cor 15,31). Lo que para que nadie crea que suena como si dijese: "Vuestra gloria me hace morir todos los días", las versiones griegas creen que lo que está escrito no puede decirse por otro que por el que jura.
 
San Agustín, de mendacio, 15
Pero no pudiendo entender muchas veces el sentido de las palabras, en las acciones de los santos comprendemos muchas veces cómo deba entenderse lo que fácilmente puede traducirse en otro sentido, cuando no puede confirmarse con ejemplos. El Apóstol juró en sus cartas, y así manifiesta cómo debe entenderse lo que el Señor dijo: "Os digo, pues, que no juréis en absoluto", no sea que, jurando, vengáis a adquirir el hábito de jurar, porque de la facilidad de jurar se pasa a la costumbre, y de la costumbre al falso juramento. Así es que no se halla que jurase sino escribiendo, en cuya acción la consideración es más distinguida y no tiene lengua que se precipite. Sin embargo, el Señor dice en absoluto que no se debe jurar. No concedió, pues, esa licencia a los que escribiesen. Como no es lícito decir que San Pablo es reo de un precepto quebrantado, especialmente en sus cartas escritas para la salvación de los hombres, preciso es comprender que aquel adverbio, de ningún modo, está puesto para que, cuanto te sea posible no lo desees, o como si fuese un bien con cierta delectación, no apetezcamos el juramento.
 
San Agustín, contra Faustum 19, 23
En las Escrituras, como hay mayor detenimiento, se encuentra que el Apóstol jura en algunos sitios, para que no haya quien crea que se peca jurando con verdad, y además para que comprenda mejor que los corazones de la humana fragilidad pueden conservarse libres de pecado no jurando y preservándose del perjurio.
 
San Jerónimo
Ultimamente considera que el Salvador no prohibió jurar por Dios, sino por el cielo y la tierra, por Jerusalén y por tu cabeza. Se conoce que los judíos tuvieron siempre la pésima costumbre de jurar por los elementos. El que jura, o venera o ama a aquél por quien jura. Los judíos, pues, jurando por los ángeles, y por la ciudad de Jerusalén, y por el templo, y por los elementos, tributaban a estas creaturas los honores de Dios, estando mandado en la ley que no juremos sino por Dios nuestro Señor.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 17
O por lo mismo se añade: "Ni por el cielo", etcétera, porque los judíos no creían que estaban obligados por el juramento cuando juraban por estas cosas, como si dijese: "Cuando juras por el cielo y por la tierra no creas que por ello dejas de estar obligado al Señor en todo lo que has jurado, porque te convencerás de que has jurado por El, cuando consideres que su trono es el cielo y su escabel la tierra". Lo cual no se dice aquí como si Dios tuviese miembros colocados en el cielo y en la tierra (como cuando nosotros nos sentamos), sino que aquel asiento de Dios representa el juicio de Dios. Y como tiene una gran parte de su gloria en el universo material de este mundo, se dice que está en el cielo, porque allí se ve de una manera más evidente la fuerza divina de su excelente hermosura. Se dice que tiene la tierra por escabel, porque hace llegar sus órdenes hasta los más pequeños sitios de todos los confines del mundo ( 1Cor 2,15). Hablando espiritualmente, designa con el nombre de cielo a todas las almas santas, y de tierra al pecador, porque el hombre espiritual juzga todas las cosas. Se ha dicho, pues, a la parte pecadora: "Eres tierra y a la tierra irás" ( Gén 3,19). Y el que quiso permanecer en la ley, se colocó bajo la ley, y por lo tanto, oportunamente dice que la tierra "es escabel de sus pies". Prosigue: "Ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey". Lo cual es mejor que decir "Mi ciudad", comprendiéndose que esto es lo que dijo. Y como El mismo es Dios, debe jurar por Dios aquel que jura por Jerusalén. Prosigue: "Ni jurarás por tu cabeza". ¿Qué es lo que puede corresponder a cualquiera con más propiedad que su propia cabeza? Pero ¿cómo diremos que es nuestra, cuando no tenemos poder para hacer que un cabello blanco se vuelva negro? Por ello dice: "No puedes hacer un cabello blanco ni uno negro". Luego cualquiera que jura por su cabeza, parece que ha jurado por Dios, y lo mismo se entiende respecto de lo demás.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,5
Observad que ensalza Cristo los elementos de este mundo, no por su propia naturaleza, sino por la relación que tienen con Dios, para quitar toda ocasión de idolatría.
 
Rábano
El que prohibió jurar, nos enseñó cómo debe hablarse, diciendo: "Mas vuestro hablar sea, sí, sí; no, no". Esto es, para lo que es, basta decir es, y para lo que no es, basta decir no es. Puede que aquí se diga dos veces es, es, no, no, para significar que lo que afirmas con la boca debes probarlo con las obras y lo que niegas con las palabras no lo confirmes con las obras.
 
San Hilario in Matthaeum, 4
O de otro modo: no es necesario jurar a los que viven en la sencillez de la fe, porque para ellos lo que es verdad lo es, y lo que no es verdad no lo es, y por esto las palabras y las obras de ellos siempre son verdaderas.
 
San Jerónimo
La verdad evangélica no necesita de juramentos puesto que toda palabra fiel es un juramento.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 17
El que cree que no debe jurarse en obsequio de las cosas buenas, sino en el de las necesarias, modérese cuanto pueda para que no jure sino cuando haya verdadera necesidad. Como cuando vea que hay hombres malos para creer lo que es necesario creer y que no creen si no se asegura por medio de juramentos. Esto es bueno y apetecible lo que aquí se dice: "Mas vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí procede del mal". Esto es, si te ves obligado a jurar, sabe que esto proviene de la necesidad, que nace de la maldad de aquellos a quienes deseas persuadir de algo, cuya necesidad se llama también maldad, y por ello no dijo: "Lo que excede de esto es un mal" (tú no haces nada malo, puesto que empleas bien el juramento para que persuadas a otro de lo que quieres persuadirle para su utilidad), pero el mal viene de aquél, por cuya debilidad te ves precisado a jurar.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 17,6
Proviene de lo malo, esto es, de la debilidad de aquellos a quienes la ley permite jurar. Así Jesucristo no dice que la antigua ley es del demonio, sino que de la imperfección antigua conduce a la nueva, más abundante.

38-42

"Habéis oído que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo que no resistáis al mal: antes, si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra; y a aquel que quiera ponerte pleito y tomarte la túnica, déjale también la capa; y al que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él dos mil más: da al que te pidiere; y al que quiera pedirte prestado, no le vuelvas la espalda". (vv. 38-42)
 
Glosa
Como antes había enseñado el Señor que no debe hacerse injuria al prójimo ni irreverencia a Dios, ahora, como consecuencia, enseña cómo debe portarse el cristiano con los que le hacen alguna injuria. Por ello dice: "Habéis oído que fue dicho: ojo por ojo y diente por diente".
 
San Agustín contra Faustum, 19, 25
Esto se ha mandado, en verdad, para refrenar las furias de los odios que suelen nacer mutuamente y para moderar los ánimos alterados. ¿Quién se contenta fácilmente con una reparación equivalente a la injuria? ¿No vemos muchas veces que los hombres, ofendidos levemente, intentan matar, tienen sed de sangre y no se sacian de hacer daño a sus enemigos? A este hombre, deseoso de venganza inmoderada e injusta, la ley, estableciendo un modo justo de obrar, le impone la pena del Talión. Esto es, que reciba el mismo castigo que pueda equivaler a la injusticia que cometió. Lo cual no fomenta el furor, sino que le establece sus límites. No para que se vuelva a emprender lo que ya estaba olvidado, sino para que no se extienda más aquello que empezó a arder. Se impuso este resarcimiento justo a aquel que sufrió la injuria. Lo que se debe, aunque es generoso perdonarlo, se puede reclamar con justicia. Y así, cuando falte aquél que inmoderadamente quiere ser vengado, no faltará el que justamente apetece la vindicación. Está más exento de pecado aquel que no proyecta vengarse bajo ningún concepto, y por eso añade: "Mas yo os digo que no resistáis al mal". Podía yo también decir así: se dijo a los antiguos: "No te vengarás injustamente", pero yo os digo: "No os venguéis", lo cual es el cumplimiento de la ley. Por esas palabras se puede entender una adición a la ley hecha por Jesucristo. Es más natural pensar que afiance la ley, esto es, que prohiba en absoluto la venganza para de ese modo estar más ciertos de no pasar de los límites de la venganza, no vengándonos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
La ley no podía subsistir sin este precepto, porque si, según el mandato de la ley, debemos volver a todos mal por mal, todos nos volveríamos malos ya que abundan los perseguidores. Si, según el precepto de Jesucristo, no ponemos oposición a lo malo, y si los malos no se calman, los buenos continuarán siendo buenos.
 
San Jerónimo
Nuestro Señor, quitando la ocasión, evita las causas de los pecados. Con la ley se enmienda la culpa, pero aquí se evitan los pecados en sus principios.
 
Glosa
También puede decirse que nuestro Señor dijo esto, añadiendo algo a la justicia de la ley antigua.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
La justicia de los fariseos, que consiste en no traspasar los límites de la venganza, es una justicia inferior. Es principio de la paz, pero la paz perfecta quita toda venganza desde su principio. Así entre lo primero, que es un exceso de la ley (que consiste en devolver más mal que se ha recibido) y la perfección que el Señor manda a sus discípulos (que consiste en no devolver mal por mal), hay un término medio: devolver sólo el mal que se ha recibido, por lo cual se ha de pasar de la suma discordia a la suma concordia. El que causa primero el mal, éste es el que se separa principalmente de la justicia. El que no ofende a nadie al principio pero después de ofendido lesiona más, se separa algún tanto de la suma iniquidad. Y el que devuelve cuanto ha recibido ya concede algo. Es muy justo que el que ofendió primero sea más lesionado. Nuestro Señor Jesucristo que había venido a cumplir la ley, perfeccionó esta justicia empezada, no severa, sino misericordiosa. Nos enseñó que deben conocerse los dos grados que existen entre la justicia antigua y la nueva. Porque hay quien no devuelve tanto, sino menos, y de aquí procede el que no se recompense en manera alguna, lo cual parece poco al Señor, si no estás preparado para hacer aún más. Por lo que no dice, no devolver mal por mal, sino no resistir contra lo malo, para que de este modo, no sólo no devuelvas el mal que se te ha hecho, sino que además no te resistas a que se te cause otro mal. Esto es precisamente lo que se expone de una manera bien clara cuando se dice: "Pero si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra". Que esto pertenece a la verdadera misericordia, lo sienten especialmente aquellos que sirven a los que aman mucho, o a los niños, o a los frenéticos, que tanto padecen con frecuencia, y que, si el bien de los pacientes lo exige, se prestan aún a sufrir más. Enseña, pues, el Señor, como médico de las almas, el que sus discípulos procuren ante todo la salvación de aquéllos, para cuyo bien eran enviados, y que sufriesen con ánimo tranquilo todas sus debilidades. Toda iniquidad, pues, nace de la imbecilidad de alma, porque nada hay más inocente que una persona perfeccionada en la virtud.
 
San Agustín, de mendacio, 15
Todas las cosas verificadas por los santos en el Nuevo Testamento sirven para ejemplificar los preceptos que se dan en las Sagradas Escrituras, como cuando leemos en el Evangelio de San Lucas ( Lc 6,29): "Has recibido una bofetada, prepara la otra mejilla". Ningún otro ejemplo más excelente de paciencia encontramos que el de nuestro Señor. Cuando El recibió la bofetada, si bien no dijo aquí tienes la otra, sino que dijo, según San Juan ( Jn 18,23): "Si he hablado mal, da testimonio de lo malo; pero si he hablado bien, ¿por qué me hieres?", manifiesta que debe ofrecerse aquella disposición en el corazón.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
Nuestro Señor estuvo preparado, no sólo a permitir que le hiriesen en la otra mejilla por la salvación de todos, sino a ser crucificado en todo su cuerpo. Puede preguntarse qué es lo que entiende por mejilla derecha. Siendo la cara aquello por lo cual somos conocidos, ser herido en la cara, según el Apóstol, equivale a ser despreciado y desdeñado. Pero como la cara no puede decirse que sea derecha ni izquierda, y como la nobleza puede ser una respecto a Dios y otra respecto al mundo, así se distinguen la mejilla derecha de la izquierda, a fin de que cualquier discípulo de Cristo que sea despreciado por ser cristiano, esté preparado a muchos más desprecios si es que tiene honores de este mundo. Todas las cosas en las que sufrimos alguna contrariedad, se dividen en dos clases. Una de ellas es lo que no puede restituirse, y otra lo que sí puede restituirse. En aquello que no puede restituirse está el consuelo de la venganza. Pero, ¿de qué aprovecha el que una vez herido, vuelvas tú a herir? ¿Acaso puede restituirse el daño que se recibe en el cuerpo? Pero el alma orgullosa desea tales reparos.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
¿Acaso cuando tú te vengas de otro, evitas el que él te vuelva a herir? Antes por el contrario, le instigas para que te hiera, porque la ira no se reforma con la ira, sino que más bien se enciende.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
De aquí que el Señor enseña que mejor debe sufrirse la debilidad de otro, que calmar la propia con el castigo ajeno. Sin embargo, aquí no se prohíbe aquella conducta que puede aprovechar para corregir a otros. Con todo, ella pertenece a la caridad, y no impide aquel propósito en que cada uno está preparado para recibir muchas cosas de aquel a quien quiere corregir. Se requiere, sin embargo, que a aquel que castigue, se le haya concedido poder en el orden de las cosas, y que castigue sólo en aquella forma con que un padre castiga a un hijo pequeño, a quien no puede aborrecer. Algunos hombres santos han castigado algunas veces con la muerte ciertos pecados, con el objeto de que sirviese de escarmiento a los que viven y sirviese de castigo a aquellos a quienes imponían la pena de muerte. No para que la misma muerte les dañase, sino para que no creciese el pecado si vivían. De aquí es que Elías mató a muchos, de quien habiendo aprendido sus discípulos, el Señor reprendió en ellos, no el ejemplo del profeta sino la ignorancia en el modo de castigar, advirtiendo que ellos no deseaban el castigo por el deseo de corregir, sino por el odio. Pero después que les enseñó a amar al prójimo, infundiéndoles el Espíritu Santo, no faltaron tales venganzas. Con las palabras de San Pedro, Ananías y su mujer cayeron sin sentido ( Hch 5), y San Pablo Apóstol entregó un hombre a Satanás para perdición de la carne ( 1Cor 5). Y por esto ciertos hombres, ignorando con qué fin lo hicieron, se levantan contra las venganzas corporales que se encuentran en el Antiguo Testamento.
 
San Agustín, epístolas, 185,5
¿Quién, estando cuerdo, dice a los reyes: "No os importa que uno quiera ser religioso o sacrílego"? ¿Puede decírseles también: "No os importa que en vuestro reino sea uno púdico o impúdico"? Mucho mejor es enseñar a los hombres a adorar a Dios, que obligarlos con la pena. No obstante, a muchos aprovechó (lo que probamos por la experiencia), sufrir primero el dolor y el temor para después enseñar a otros, o lo que es lo mismo, que practicaran lo que ya habían aprendido por las palabras. Así como son mejores aquellos a quienes mueve el amor, así hay muchos a quienes corrige el temor. Aprendan en el Apóstol San Pablo que Jesucristo primero padeció y después enseñó.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
Comprendan los cristianos que en esta clase de injurias que buscan repararse con el castigo, los cristianos observarán tal moderación que una vez recibida la injuria, no nazca el odio, y el alma esté preparada para sufrir mayores cosas. Ni desprecien la corrección, de la cual pueden servirse, o bien por medio del consejo, o por medio de la autoridad.
 
San Jerónimo
Según algunos intérpretes místicos, una vez herida nuestra mejilla derecha, no se nos manda presentar la izquierda, sino la otra: esto es, la otra derecha, el justo no tiene mejilla izquierda. Si un hereje nos hiere en alguna disputa, y quisiere herir nuestra fe, que representa la derecha, ofrézcasele otro testimonio de las Sagradas Escrituras.
 
San Agustín, de sermone Domini, 20
Hay otro género de injurias, que en absoluto pueden restituirse, el cual tiene dos especies: una que pertenece al dinero y la otra a las obras. De la primera de estas dos especies, dice el Salvador: "Y aquél que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa". Luego, así como bajo la forma de una bofetada en la mejilla derecha, representa todas las injurias que no pueden repararse sin castigo, así bajo la del vestido, coloca las que pueden serlo sin castigo. Y todo esto también se entiende que está mandado con toda oportunidad, como preparación del alma y no como ostentación de la buena obra. Y lo que se dice del vestido debe hacerse respecto de las demás cosas, que al menos temporalmente llamamos nuestras. Si se nos dice esto respecto de las más necesarias, ¿cuánto más convendrá despreciar las cosas superfluas? Y esto es lo que el mismo Jesucristo significa cuando dice: "Y a aquel que quiera ponerte pleito". Todas estas cosas se entiende respecto de cuanto en el juicio pueda disputarse respecto de nosotros. Pero acerca de si esto debe entenderse respecto de los siervos, hay sus opiniones. No debe el cristiano tener un criado en la misma forma que tiene un caballo. Aun cuando pueda suceder que se venda el caballo en más precio que el siervo. Pero si el siervo es tratado mejor por ti que por aquel que desea llevárselo, no sé quién se atreverá a decir que debes despreciarlo como al vestido.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Es indigno que un fiel comparezca en juicio ante un juez infiel. Y si el fiel es seglar, y aquel que debiera tenerte veneración por la dignidad de la fe, te juzga por la necesidad de la causa, perderás la dignidad de cristiano por las cosas del mundo. Además, todo juicio irrita el corazón y subleva las pasiones. Y si te ves atacado con fraude y dinero, e imitas ese ejemplo, te apartas de tu primer consejo.
 
San Agustín, Enchiridion, 78
Por ello el Señor prohíbe que sus fieles tomen parte en juicio alguno por cosas mundanas. Sin embargo, como el Apóstol permite que tales juicios se terminen en la Iglesia entre hermanos (siendo también los jueces hermanos) y lo prohíbe terminantemente fuera de la Iglesia ( 1Cor 6), en ello se manifiesta que esto sólo se concede a los débiles, por condescendencia.
 
San Gregorio Magno, Moralia, 31, 13
Sin embargo, mientras en algunos casos debemos tolerar que nos roben las cosas temporales, en otros, guardando la caridad, debemos impedirlo, no sólo por nuestro interés, sino también para evitar que los ladrones se pierdan. Más debemos temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas. Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
La tercera clase de estas injurias, que pertenece a las obras, es un compuesto de las dos primeras, y es susceptible de reparación con venganza y sin venganza. Pues el que fuerza a un hombre y lo obliga a ayudarlo en lo malo contra la voluntad de aquél, puede expiar su maldad y abonar lo que se obró por él. En esta clase de injurias enseña el Señor al alma cristiana a que sea muy sufrida y preparada a padecer mucho más. Y por esto añade: "Y el que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él otros dos mil más". Y en esto nos indica que no debemos hacerlo tanto con los pies, cuanto estar preparados para hacerlo con el alma.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.18,3
Angariar, pues, significa traer injustamente hacia sí y maltratar sin razón.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
En este sentido debe entenderse lo que está escrito: "Ve con él otros dos mil pasos más", como queriendo nuestro Señor con ellos completar el número tres, con cuyo número se significa la perfección; para que siempre tenga presente, el que así obra, que cumple perfectamente lo justo. Por lo que explicó este precepto con tres ejemplos, y en este tercero, que es simple, añadió dos, para que se completase el tercero. O quiso expresar con eso que en sus preceptos se sube de lo tolerable a lo más difícil. Así es que primero manda presentar la otra mejilla, cuando fuese herida la derecha, a fin de que estés preparado a tolerar menos de lo que ya has sufrido. Después, al que quiere quitar la túnica, manda que se le entregue también la capa, o el vestido, según otra versión, lo cual parece ser lo mismo o no mucho más. En tercer lugar, dice que a los mil pasos deben añadirse otros dos mil, lo cual completa el doble. Pero como es poco no hacer daño a otro, si no se agrega algún beneficio, añade: "Da al que te pidiere".
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Las riquezas no son nuestras sino de Dios. Dios quiso que nosotros fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no los dueños.
 
San Jerónimo
Pero si interpretamos esto como refiriéndose a las limosnas, esto no puede decirse respecto de muchos pobres, porque aun los ricos, si dieren constantemente, no podrían dar siempre.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
Dice, pues: "Da a todo el que pida", pero no todas las cosas al que pida, indicando que debe darse lo que se pueda justa y buenamente. ¿Qué se diría si alguno pidiese dinero con el que se propusiera oprimir a un inocente? ¿Qué se diría si pidiese un estupro? Debe darse, pues, lo que no puede hacer daño ni a ti ni a otro. Cuando niegues lo que se te pide, debes indicar la razón para que se vaya satisfecho, y alguna vez, mejor es corregir que dar al que pide injustamente.
 
San Agustín, ad vinventium, epístola 93,2
Tiene más utilidad quitar el pan al que tiene hambre si desprecia la justicia, seguro de que no le faltará la comida, que dividir el pan del hambriento si es que terminará seducido por la fuerza de la injusticia.
 
San Jerónimo
Puede entenderse esto también del dinero de la doctrina que nunca falta, sino que cuanto más se da, tanto más se duplica.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
En cuanto a aquello que dice: "Y al que te quiera pedir prestado no vuelvas la espalda", debe referirse al alma; pues Dios ama al que da con gusto ( 2Cor 9,7). Así es que realmente el que da presta, aunque el que recibe no pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han dado los caritativos. Si no se quiere considerar como prestamista sino aquel que recibe intereses, debe entenderse que Dios comprendió estas dos maneras de prestar: porque o damos, o prestamos al que nos lo ha de devolver, y en ambos casos debemos aplicarnos esta exhortación: "No le vuelvas la espalda"; esto es, no quites la voluntad por lo mismo, como si Dios no hubiese de pagar cuando el hombre no paga. Cuando hagas esto por obedecer a Dios, ten entendido que no lo haces infructuosamente.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Luego Jesucristo nos manda dar prestado, pero no con usura porque el que da así, no da sino que roba, desata un vínculo y liga con muchos, no da por la justicia de Dios sino por propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio de la usura es parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del áspid corrompe todos los miembros de una manera oculta, así la usura convierte todos los bienes en deudas.
 
San Agustín, ad Marcellinum, epístola 138,2
Objetan algunos que esta doctrina de Cristo es contraria a las costumbres de los pueblos. Ellos dicen, ¿quién permitirá que algo le sea quitado por un enemigo? ¿O no se rebelará contra los saqueos a que el derecho de la guerra ha sometido las provincias romanas? A lo cual se responde: estos preceptos de paciencia deben retenerse siempre en el fondo del corazón como preparación del alma, y la benevolencia, que nos inclina a no dar mal por mal, debe tener un asiento permanente en la voluntad. Deben hacerse muchos beneficios, aun a aquellos que no los quieran recibir, con una energía llena de dulzura, que los someta; y por esto, cuando los gobiernos de la tierra cumplen con los preceptos divinos, las mismas guerras tienen su bondad, y su objeto no es otro que favorecer a los vencidos con el pacto social de la piedad y de la justicia. Ultimamente se vence a quien le asista la licencia del mal, porque no hay nada más infeliz que la felicidad de los que pecan, con la cual se alimenta la impunidad penal y la mala voluntad se robustece como enemigo interior.

43-48

"Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen. Y rogad por los que os persiguen y os calumnian: Para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos. El cual hace nacer su sol sobre buenos y malos: y llueve sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludarais solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen esto mismo los gentiles? Sed, pues, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto". (vv. 43-48)
 
Glosa
Había enseñado el Señor antes, que no debemos ofrecer resistencia al que nos hace alguna injuria, sino que debemos estar preparados para dispensarle muchos beneficios; pero ahora enseña que deben dispensarse afectos de caridad y obras de benevolencia a los que nos ofenden con cualquier injuria. Y así como lo primero es el complemento de la ley de justicia, así esto último es el complemento de la ley de la caridad, que, según el Apóstol, es la plenitud de la ley. Por eso dice el Señor: "Oísteis que se ha dicho: "Amarás a tu prójimo".
 
San Agustín, de doctrina christiana, 1, 30
El Señor no exceptuó hombre alguno para amar al prójimo, demostrándolo en la parábola del que se encontró medio muerto, llamando prójimo al que fue misericordioso para con él, para que comprendiésemos que prójimo es todo aquel a quien se debe prestar socorro si lo necesita. Y que a ninguno debe negarse este auxilio, ¿quién lo duda, diciendo el Señor: "Haced bien a los que os aborrecen"?
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 21
Se comprende que había cierto grado de caridad en la justicia de los fariseos y la que pertenecía a la ley antigua, porque hay quienes aborrecen aun a aquellos que los aman. Sube, pues, un grado más aquel que ama al prójimo, aunque aborrezca a su enemigo. Para designar esto se añade: "Y aborrecerás a tu enemigo". Frase que no es un precepto, sino una condescendencia con la debilidad.
 
San Agustín, contra Faustum,19, 24
Yo pregunto ahora a los maniqueos el por qué debe considerarse como propio de la ley de Moisés lo que solamente fue dicho para los antiguos: "Aborrecerás a tu enemigo". ¿Acaso San Pablo no dijo que algunos hombres eran aborrecibles para Dios? Debe también preguntarse cómo se entiende que con el ejemplo de Dios (para quien dijo San Pablo que algunos hombres eran aborrecibles) deben odiarse los enemigos, y que además con el ejemplo de Dios, que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos y que enseña a amar a los enemigos. Esta regla debe entenderse en este sentido: que aborrezcamos al enemigo por lo malo que en él pueda encontrarse (esto es, la iniquidad), y que amemos al amigo por lo que en él se encuentra de bueno (esto es, la racionalidad de una criatura racional). Oído, pero no comprendido, lo que se había dicho a los antiguos: "Aborrecerás a tu enemigo", eran conducidos los hombres al aborrecimiento del hombre, cuando no debieron aborrecer sino su vicio. A éstos, pues, corrige el Señor, cuando añade: "Yo os digo: Amad a vuestros enemigos". Como que ya había dicho (5,17): "No he venido a quebrantar la ley, sino a cumplirla". Mandando también que amemos a los enemigos nos obliga a comprender cómo podemos a un mismo hombre, ya aborrecerlo por la culpa, y ya amarlo por naturaleza.
 
Glosa
Pero debe tenerse en cuenta que en todo el discurso de la ley no estaba escrito: "Tendrás odio a tu enemigo", sino que esto se dice en cuanto a una tradición de los escribas, a quienes les pareció que esto debía añadirse porque el Señor mandó a los hijos de Israel que persiguiesen a sus enemigos, ( Lev 26) y borrasen a Amalec de la faz de la tierra ( Ex 17).
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Como aquello que se ha dicho: "No desearás", no se ha dicho respecto a la carne, sino al alma. Así en este lugar la carne no puede amar a su enemigo pero el alma sí puede amarle, porque el amor o el odio carnal se encuentra en los sentidos y los del alma en el entendimiento. Cuando, pues, somos dañados por alguno, y aun cuando sentimos odio, sin embargo, no queremos ponerlo en ejecución. Conozcamos que nuestra carne aborrece al enemigo, pero que nuestra alma lo quiere.
 
San Gregorio Magno, Moralia 22, 11
Guardamos verdaderamente el amor al enemigo, cuando ni su felicidad nos abate ni su ruina nos alegra. No se ama a aquel a quien no se quiere ver mejor, y el que se alegra de la ruina de otro, lo persigue en la fortuna con sus malos deseos. Suele muchas veces suceder, que, aun cuando no se pierda la caridad, la ruina del enemigo nos alegre y su exaltación nos entristezca, aun cuando no estemos manchados con la culpa de la envidia. Como sucede cuando, cayendo él, creemos que algunos podrán levantarse perfectamente, y que, progresando puede oprimir a muchos injustamente. Pero respecto a esto debe procederse con mucha discreción para no dejarnos llevar de nuestros propios resentimientos, bajo el pretexto falaz de la utilidad ajena. Conviene pensar también, qué es lo que debemos a la ruina del pecador y a la justicia del que castiga, pues cuando el Todopoderoso castiga a un perverso, debemos alegrarnos de la justicia del juez y compadecernos de la miseria del que perece.
 
Glosa
Los enemigos de la Iglesia, la combaten de tres modos: con el odio, las palabras y la mortificación de su cuerpo. La Iglesia, por el contrario los ama, y por eso sigue: "Amad a vuestros enemigos". Hace bien, y por lo tanto añade: "Haced bien a los que os aborrecen". Ora, por lo cual prosigue: "Y rogad por los que os persiguen y os calumnian".
 
San Jerónimo
Muchos, midiendo los preceptos de Dios con su debilidad y no con la gracia o fuerza de los santos, dicen que son imposibles las cosas preceptuadas, y que basta para la virtud no aborrecer a los enemigos, porque, el amarlos, es más de lo que puede soportar la naturaleza humana. Pero debe tenerse en cuenta que Jesucristo no manda cosas imposibles, sino perfectas. Como lo que hizo David con Saúl y Absalón, también lo que hizo el mártir San Esteban, quien rogó por los que le apedrearon y ( Hch 7) San Pablo, que quiso ser anatematizado en lugar de sus perseguidores ( Rom 9). Esto nos enseñó el Señor, y lo hizo también diciendo: "Padre, perdónalos" ( Lev 23,24).
 
San Agustín, Enchiridion, 73
Pero estas cosas son propias únicamente de los hijos perfectos de Dios. Es a donde debe tender todo fiel y dirigir a este fin su alma, rogando a Dios y luchando consigo mismo. Sin embargo, este bien tan grande no pertenece a tantos como creemos oír cuando se dice en la oración: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores" ( Mt 6,12).
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 21
Aquí nace una cuestión, puesto que mientras que se nos exhorta por el precepto del Señor a rogar por los enemigos, otros textos de la Sagrada Escritura parece que lo contrarían, porque en los profetas se encuentran muchas imprecaciones respecto de los enemigos. Como aquel texto que dice: "Queden sus hijos huérfanos" ( Sal 108,9). Pero debe tenerse en cuenta que los profetas suelen predecir las cosas futuras en forma de imprecación. Mas estas palabras de San Juan son todavía más expresivas ( 1Jn 1,5-16): "Hay un pecado que lleva a la muerte; a nadie digo que ore por él". Por lo anterior, demuestra claramente que hay algunos hermanos por quienes no se nos manda orar, diciendo: "Si alguno sabe que peca su hermano, etc." Siendo así que el Señor nos manda rogar también por los que nos persiguen. Y esta cuestión no puede resolverse si no confesamos que hay algunos pecados en nuestros hermanos que son más graves que la persecución de los enemigos, pues San Esteban ruega por aquellos que lo apedrean, porque todavía no habían creído en Jesucristo ( Hch 7). Y el Apóstol San Pablo no ruega por Alejandro, porque era hermano y había pecado por envidia combatiendo la fraternidad ( 2Tim 4,14). Sin embargo, debemos confesar que no orar por alguno, no es orar contra él. ¿Pero qué diremos de aquéllos, contra quienes sabemos que han orado los santos, no para su enmienda, porque esa oración la habían hecho ya antes, sino para su última condenación? No queremos hablar de la oración que hace el profeta contra el que ha de entregar a su maestro (porque aquella predicción de las cosas futuras no fue un deseo de condenación), sino de la oración que los santos mártires hacen en el Apocalipsis para pedir venganza de su sangre ( Ap 6,10). Pues bien, esta oración no debe admirarnos, porque ¿quién osará afirmar que se dirigía contra los mismos perseguidores, y no contra el reino del pecado? Nadie. La venganza de los mártires es sincera y está llena de justicia y de misericordia, puesto que pedían que se destruyese el imperio del pecado, que en su reinado tantas cosas habían sufrido. Se destruye el imperio del pecado, parte con la enmienda de los hombres y parte con la condenación de los que perseveran en el pecado. ¿No te parece que San Pablo vengó en sí mismo a San Esteban, cuando dice: "Castigo a mi cuerpo y lo reduzco a la servidumbre"? ( 1Cor 9,27)
 
San Agustín, de quaestionibus novi et veteri testamentorum, g. 68
También puede entenderse esto diciendo que las almas de los mártires, pidiendo ser vengados, obran como la sangre de Abel que clamaba desde la tierra, no por la voz sino por la razón ( Gén 4). Así como se dice que una obra alaba al artífice que la ha hecho por lo mismo que agrada al que la ve. Por lo demás los santos no son tan impacientes que urjan se haga cuanto antes lo que habrá de acontecer en el tiempo prefijado.
 
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 18,4
Considera cuántos grados sube, y en qué estado de virtud nos coloca. El primer grado consiste en no empezar injuriando; el segundo, no vengarse en una cosa igual; el tercero, no hacer al que ultraja daño alguno; el cuarto, exponerse asimismo a tolerar las malas acciones; el quinto, conceder más (o al menos prestarse a cosas peores) lo que apetece a aquel que hizo el mal; el sexto, no tener odio a aquel que no obra bien; el séptimo, amarlo; el octavo, hacerle bien; y el noveno, orar por él. Y como este precepto es grande, añade un gran premio, esto es, ser semejantes al mismo Dios. Y por ello dice: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos".
 
San Jerónimo
Si alguno, cumpliendo con los preceptos de Dios, se hace hijo de Dios, no podrá decirse que se hace hijo por naturaleza (éste de quien se habla), sino por su voluntad.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 23
Según esta regla, debe entenderse lo que aquí se dice por las palabras de San Juan: "Les dio potestad para convertirse en hijos de Dios" ( Jn 1,12): Uno sólo es hijo de Dios por naturaleza, pero nosotros nos hacemos hijos de Dios por el poder que hemos recibido, en cuanto cumplimos las cosas que El nos manda. Y además, no dice: "Haced estas cosas, porque sois hijos", sino: "Haced estas cosas, para que seáis hijos". Cuando nos llama para esto, nos da su propio ejemplo, diciéndonos: "El que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos y llueve sobre los justos y sobre los injustos".
Por la palabra sol puede entenderse, no precisamente éste que vemos, sino aquel de quien se dice por Malaquías: "Para vosotros que teméis el nombre del Señor saldrá el sol de justicia" ( Mal 4,2), y por lluvia el riego de la divina gracia, porque Jesucristo apareció para los buenos y para los malos, y a todos evangelizó.
 
San Hilario, in Matthaeum, 4
O bien es en el bautismo y en el sacramento del Espíritu donde da el sol y la lluvia.
 
San Agustín, de sermone Domini, 1, 23
También puede entenderse este sol visible y esta lluvia con la que nacen los frutos, porque los malvados se lamentan en el libro de la Sabiduría: "El sol no ha nacido para nosotros" ( Sab 5,6), y de la lluvia espiritual se dice por Isaías: "Mandaré a mis nubes que no lluevan sobre la tierra" ( Is 5,6). Pero ya se entienda lo uno, ya lo otro, es obra de la bondad de Dios que se nos manda imitar. No dice solamente: "Que hace salir el sol", sino que añade: "El suyo", esto es, el que El hizo, para enseñarnos a qué generosidad nos obliga su precepto, puesto que no hemos creado nuestros dones sino que los recibimos todos de su magnanimidad.
 
San Agustín, ad Vincentium, epístola 93,2
Pero así como alabamos estos dones suyos, así también debemos pensar en las correcciones que impondrá a los que El ama. Porque no todo el que perdona es amigo; más vale amar con severidad, que engañar con dulzura.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Con toda intención dijo: "No sobre los justos, sino sobre los justos y los injustos", porque Dios concede todos sus dones, no por los hombres, sino por los santos. Así como cuando reprende, lo hace por los pecadores; pero en los beneficios no separa a los pecadores de los justos, para que no desesperen. Ni tampoco distingue a los justos de los pecadores en los males, para que no se gloríen, especialmente cuando los bienes no aprovechan a los malos, quienes, viviendo mal, los reciben para perjuicio suyo. Y los males tampoco perjudican a los buenos, sino que más bien les aprovechan para adquirir mayor mérito.
 
San Agustín, de civitate Dei, 1, 8
El bueno no se enorgullece con los bienes temporales ni se aflige por los males, pero el malo es castigado por las desgracias de este mundo, porque se corrompe con la felicidad temporal. Por esta razón Jesucristo quiso que estos bienes o males temporales fuesen comunes a unos y a otros, para que ni apetecieren con avidez los bienes que deben considerarse como males, ni se eviten torpemente los males con que hasta los buenos son afligidos.
 
Glosa
Amar al que nos ama es propio de la naturaleza humana, pero amar al enemigo es propio de la caridad. Por ello sigue: "Si amáis a aquellos que os aman, ¿qué premio recibiréis?" (esto es en el cielo), como si dijese: "Ningún premio" ( Mt 6,12): de esto, pues, se dice: "Ya habéis recibido vuestro premio". Sin embargo, conviene hacer estas cosas y no omitir aquéllas.
 
Rábano
Si los pecadores quieren amar a los que los aman por naturaleza, con mayor razón, debéis recibir en el seno del más grande amor, aun a aquellos que no os aman, y de aquí sigue: "¿No hacen esto también los publicanos?" esto es, los que cobran impuestos o los que se dedican a los negocios públicos en el mundo o a las ganancias.
 
Glosa
Pero si solamente rogáis por aquellos que están unidos con vosotros por alguna afinidad, ¿qué tiene de particular el bien que vosotros dispensáis respecto del de los infieles? De donde sigue: "Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué cosa de particular hacéis?" El saludo es cierta especie de oración. ¿No hacen esto también los gentiles?
 
Rábano
Esto es, los gentiles, (porque ethnicos en griego quiere decir gente en latín), quienes son tales cuales fueron engendrados, a saber, bajo el pecado.
 
Remigio
Como la perfección del amor no puede ir más allá del amor de los enemigos, por ello, después que nuestro Señor mandó amar a nuestros enemigos, añadió: "Sed perfectos vosotros como es perfecto vuestro Padre celestial". El es perfecto porque es omnipotente y el hombre lo será ayudado por el mismo Omnipotente. La palabra como expresa alguna vez en las Sagradas Escrituras la igualdad y la verdad, como en este pasaje ( Jn 1,17): "Estaré contigo como he estado con Moisés". Otras veces significa una semejanza, como aquí.
 
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Así como los hijos carnales se parecen a sus padres en algún signo del cuerpo, así los hijos espirituales se parecen a Dios en la santidad.