3 VOLVER A NACER


 

LECTURA CONTINUADA

Puesta en común sobre Jn 2,1-4,42

En los doce primeros capítulos del evangelio de Juan, el autor del libro nos presenta hechos prodigiosos de Jesús a los que llama señales o signos. Estos signos van acompañados de largos discursos y diálogos de Jesús con diversas personas, que explican su sentido. Todos estos signos, discursos y diálogos sirven para revelar el misterio de Jesús.

Para preparar este encuentro hemos leído Jn 2,1-4,42 haciéndonos las siguientes preguntas: ¿Qué signo hace Jesús? ¿De qué tratan los diálogos que siguen a este signo?

Vamos a compartir ahora lo que hemos descubierto en esta lectura, poniendo en común las aportaciones de todos los miembros del grupo.

 

GUÍA DE LECTURA

"El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios"

Antes de comenzar buscamos Jn 3,1-12

> Ambientación

En la sesión anterior leímos el prólogo de Juan, en el que se anuncian algunos temas que el autor del libro desarrollará después. Nos acercamos a un himno que celebra y expresa la fe de la comunidad de Juan. Este canto proclama que la Palabra se hace hombre en Jesús para revelarnos la vida de Dios y su relación con los hombres y mujeres. La Palabra crea la vida e irrumpe en nuestra historia.

Hoy veremos cómo para acoger su Palabra hay que renacer del agua y del Espíritu. Si creemos en su Palabra veremos el reino de Dios, si vivimos el encuentro personal con la Palabra aceptaremos entrar en un proceso de conversión.

> Miramos nuestra vida

Estamos metidos generalmente en una vida rutinaria en la que no hay muchos cambios. De vez en cuando nos encontramos con alguna persona que "nos despierta", que es capaz de modificar nuestra manera de pensar y de vivir.

- ¿Has tenido alguna vez algún encuentro que te haya "despertado", que te haya ayudado a ver tu vida de otra forma?

> Escuchamos la Palabra de Dios

Acabamos de hablar de encuentros que han transformado nuestra vida, de encuentros que han producido un cambio de rumbo en nuestra existencia. Nicodemo buscó un encuentro con Jesús. Vamos a fijarnos en lo que Jesús quiso decir a ese maestro judío que buscaba luz para el camino de su vida.

• Antes de escuchar la Palabra de Dios preparamos nuestro interior para recibirla, guardando unos instantes de silencio.

-Un miembro del grupo proclama lentamente Jn 3,1-12.

-Cada uno vuelve a leerlo consultando las notas de su Biblia. Finalmente, todos juntos tratamos de responder a las siguientes preguntas:

> Volvemos sobre nuestra vida

Al leer este pasaje del diálogo de Jesús con Nicodemo vemos con más claridad que hay encuentros que pueden transformar nuestras vidas, abrirlas a una dimensión nueva. Nos preguntamos:

> Oramos

Vamos a convertir en oración todo lo que hemos medita-do y dialogado en torno al pasaje del encuentro de Jesús con Nicodemo.

-Volvemos a leer Jn 3,1-12 en un clima de oración.

-Tras unos momentos de oración personal, en los que presentamos a Dios nuestros sentimientos y compromisos ante la lectura de su Palabra, oramos juntos sobre lo que ha despertado en nosotros el encuentro de Nicodemo con Jesús.

-Terminamos cantando juntos: "Nacer y renacer del agua y del Espíritu", o bien "Hay que nacer del agua".


PARA PROFUNDIZAR

Discípulos de Jesús

Jesús llamó a hombres y mujeres a ser sus discípulos, entró en diálogo con ellos y a través de ellos, con nosotros. Aquellos primeros seguidores de Jesús, y nosotros ahora, somos invitados a tener un encuentro personal con Él. Esto es lo más característico de la fe cristiana. No se llega a ser discípulo por la aceptación de unas verdades; la fe de los cristianos no consiste en "creer que existe algo" sino en abrirse profundamente a una relación personal con Dios, que se nos comunica y que sale a nuestro encuentro a través de Jesús.

La vocación de los discípulos

El relato de Juan sobre la vocación de los primeros seguidores es bastante más largo que el de los otros evangelios. En él se cuentan las circunstancias de la llamada y se describe el encuentro de una forma muy personal:

"Jesús les preguntó: ¿qué buscáis?

Ellos contestaron: Maestro, ¿dónde vives?

Él les respondió: venid y lo veréis" (Jn 1,38-39).

Este diálogo de Jesús sigue convocando a muchos hombres y mujeres a seguirle y continúa despertando vocaciones incondicionales al servicio del Reino.

Jesús invita a los discípulos y nos invita a nosotros a compartir con Él una casa y una vida. Sus seguidores le llaman "Maestro" y se muestran dispuestos a aceptar sus enseñanzas y su estilo de vida, desde una fuerte vinculación personal con Él, que es fruto de ese encuentro. No es el hombreo la mujer quien decide ser discípulo de Jesús, sino que Él elige a los que quiere (Jn 15,16). La llamada parte exclusivamente de Jesús.

El seguimiento

La respuesta a la llamada de Jesús se concreta en el seguimiento. Tras el encuentro con el Maestro los discípulos dejan todo y se van con Él porque han descubierto algo por lo que vale la pena entregar toda la vida.

Seguir a Jesús es entregarse permanentemente a su persona; es ser discípulo suyo, estando siempre en movimiento como el Maestro: "si alguien quiere servirme, que me siga" (Jn 12,26). Seguir a Jesús es recorrer un camino (Jn 14,4-6), es seguir el mismo camino de Jesús, caminar hacia la misma meta: llegar al Padre (Jn 14,6). Jesús mismo se define como camino; para recorrerlo hemos de pasar por su estilo de vida, hemos de asimilarnos a Él.

Los discípulos se mantienen fieles a la palabra del Señor (Jn 8,31) y por ello serán odiados por los que viven según los criterios del mundo: "si el mundo os odia, recordad que primero me odió a mí" (Jn 15,18).

Los que han vivido en la intimidad del Maestro, querrán acompañarle hasta el final, querrán seguirle hasta la muerte (Jn 11,16) y gozarán siempre de su compañía: "una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo" (Jn 14,3).

El discípulo amado

El cuarto evangelio nos presenta un discípulo excepcional: el discípulo al que Jesús amaba.

Esta expresión no aparece hasta el capítulo 13: "uno de los discípulos, el que Jesús tanto quería, estaba recostado sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23). La cercanía e intimidad que había entre Jesús y el discípulo que Él tanto quería le convierten en intermediario entre el Maestro y Pedro (Jn 13,21-26). Después del prendimiento de Jesús, es el único varón que le sigue de cerca, e introduce posterior-mente a Pedro en el atrio (Jn 18,15-16). El discípulo a quien Jesús amaba toma el lugar que ocupaba Jesús en la vida de su madre: "Jesús dijo a su madre: mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dijo al discípulo: ahí tienes a tu madre" (Jn 19,26-27). Es el discípulo amado el que llega antes al sepulcro, cede el paso a Pedro, luego entra y es él el primero en creer a la vista de los signos (Jn 20,2-8).

Finalmente, después de la pesca abundante (Jn 21,7), es el único en reconocerlo y señalar su presencia a Pedro y a sus compañeros.

Este discípulo tiene una experiencia muy particular de Jesús porque se sabe el elegido, el amado. No tiene nombre propio, es quizá el discípulo que llama Jesús desde el comienzo del evangelio (Jn 1,35-40), el que aparece tantas veces sin ser nombrado, y al que se nombra en relación a Jesús: el discípulo al que Jesús amaba. Esta relación especial hace que el autor del cuarto evangelio nos lo presente como el discípulo ideal. El discípulo ideal para las primeras comunidades de Juan es el que participa de la intimidad del Señor, recibiendo y aceptando su amor; es el que sigue a Jesús hasta la cruz y por ello puede dar testimonio de lo que "ve".

Hacernos discípulos de Jesús significa, también para nosotros hoy, estar atentos a su llamada. Significa convertirnos en testigos de esta vocación a la que hemos sido convocados. Ser discípulos no equivale a vivir según un "código moral" sino a tener un encuentro y una fuerte experiencia personal de Aquel que nos llama a seguirle.