Benedicto XVI: María y el sacerdote
Intervención en la audiencia general del 12 de agosto
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 17 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI el 12 de agosto durante la audiencia general que concedió a los peregrinos en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
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Queridos hermanos y hermanas:
Es inminente la celebración de la solemnidad de la Asunción de la santísima
Virgen, el sábado próximo, y estamos en el contexto del Año sacerdotal; por eso
deseo hablar del nexo entre la Virgen y el sacerdocio. Es un nexo profundamente
enraizado en el misterio de la Encarnación. Cuando Dios decidió hacerse hombre
en su Hijo, necesitaba el "sí" libre de una criatura suya. Dios no actúa contra
nuestra libertad. Y sucede algo realmente extraordinario: Dios se hace
dependiente de la libertad, del "sí" de una criatura suya; espera este "sí". San
Bernardo de Claraval, en una de sus homilías, explicó de modo dramático este
momento decisivo de la historia universal, donde el cielo, la tierra y Dios
mismo esperan lo que dirá esta criatura.
El "sí" de María es, por consiguiente, la puerta por la que Dios pudo entrar en
el mundo, hacerse hombre. Así María está real y profundamente involucrada en el
misterio de la Encarnación, de nuestra salvación. Y la Encarnación, el hacerse
hombre del Hijo, desde el inicio estaba orientada al don de sí mismo, a
entregarse con mucho amor en la cruz a fin de convertirse en pan para la vida
del mundo. De este modo sacrificio, sacerdocio y Encarnación van unidos, y María
se encuentra en el centro de este misterio.
Pasemos ahora a la cruz. Jesús, antes de morir, ve a su Madre al pie de la cruz
y ve al hijo amado; y este hijo amado ciertamente es una persona, un individuo
muy importante; pero es más: es un ejemplo, una prefiguración de todos los
discípulos amados, de todas las personas llamadas por el Señor a ser "discípulo
amado" y, en consecuencia, de modo particular también de los sacerdotes.
Jesús dice a María: "Madre, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). Es una
especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del
discípulo. Pero también dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn
19, 27). El Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan, el hijo
predilecto, acogió a la madre María "en su casa". Así dice la traducción
italiana, pero el texto griego es mucho más profundo, mucho más rico. Podríamos
traducir: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, "eis tà ìdia", en
la profundidad de su ser.
Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la propia
existencia -no es algo exterior- y en todo lo que constituye el horizonte del
propio apostolado. Me parece que se comprende, por lo tanto, que la peculiar
relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es la fuente
primaria, el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada uno de
ellos. De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por
ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque
también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar,
testimoniar y dar a Cristo al mundo. Por su identificación y conformación
sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe
sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre.
El Concilio Vaticano II invita a los sacerdotes a contemplar a María como el
modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como "Madre del sumo y
eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio de los presbíteros en su
ministerio". Y los presbíteros -prosigue el Concilio- "han de venerarla y amarla
con devoción y culto filial" (cf. Presbyterorum ordinis, 18).
El santo cura de Ars, en quien pensamos de modo particular este año, solía
repetir: "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos
herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa Madre" (B. Nodet,
Il pensiero e l'anima del Curato d'Ars, Turín 1967, p. 305). Esto vale
para todo cristiano, para todos nosotros, pero de modo especial para los
sacerdotes.
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que María haga a todos los sacerdotes,
en todos los problemas del mundo de hoy, conformes a la imagen de su Hijo Jesús,
dispensadores del tesoro inestimable de su amor de Pastor bueno.
¡María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros!