Benedicto XVI presenta a Clemente
de Alejandría
Intervención en la audiencia general de este miércoles
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 18 abril 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este
miércoles dedicada a presentar la figura del padre apostólico Clemente de
Alejandría.
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Queridos hermanos y hermanas:
Después del tiempo de las fiestas, volvemos a las catequesis normales, a pesar
de que visiblemente la plaza está todavía de fiesta. Con las catequesis
volvemos, como decía, al tema comenzado antes. Habíamos hablado de los doce
apóstoles, luego de los discípulos de los apóstoles, ahora de las grandes
personalidades de la Iglesia naciente, de la Iglesia antigua. La última vez
habíamos hablado de san Ireneo de Lyon, hoy hablamos de Clemente de Alejandría,
un gran teólogo que nace probablemente en Atenas, en torno a la mitad del siglo
II. De Atenas heredó un agudo interés por la filosofía, que haría de él uno de
los alféreces del diálogo entre fe y razón en la tradición cristiana. Cuando
todavía era joven, llegó a Alejandría, la «ciudad símbolo» de ese fecundo cruce
entre diferentes culturas que caracterizó la edad helenista. Fue discípulo de
Panteno, hasta sucederle en la dirección de la escuela catequística. Numerosas
fuentes atestiguan que fue ordenado presbítero. Durante la persecución de
202-203 abandonó Alejandría para refugiarse en Cesarea, en Capadocia, donde
falleció hacia el año 215.
Las obras más importantes que nos quedan de él son tres: el «Protréptico», el
«Pedagogo», y los «Stromata». Si bien parece que no era la intención originaria
del autor, estos escritos constituyen una auténtica trilogía, destinada a
acompañar eficazmente la maduración espiritual del cristiano.
El «Protréptico», como dice la palabra misma, es una «exhortación» dirigida a
quien comienza y busca el camino de la fe. Es más, el «Protréptico» coincide con
una Persona: el Hijo de Dios, Jesucristo, que se convierte en «exhortador» de
los hombres para que emprendan con decisión el camino hacia la Verdad. El mismo
Jesucristo se convierte después en «Pedagogo», es decir, en «educador» de
aquellos que, en virtud del Bautismo, se han convertido en hijos de Dios. El
mismo Jesucristo, por último, es también «didascalo», es decir, «maestro», que
propone las enseñanzas más profundas. Éstas se recogen en la tercera obra de
Clemente, los «Stromata», palabra griega que significa: «tapicerías». Se trata
de una composición que no es sistemática, sino que afronta diferentes
argumentos, fruto directo de la enseñanza habitual de Clemente.
En su conjunto, la catequesis de Clemente acompaña paso a paso el camino del
catecúmeno y del bautizado para que, con las dos «alas» de la fe y de la razón,
llegue a un conocimiento de la Verdad, que es Jesucristo, el Verbo de Dios. Sólo
el conocimiento de la persona que es la verdad es la «auténtica gnosis», la
expresión griega que quiere decir «conocimiento», «inteligencia». Es el edificio
construido por la razón bajo el impulso de un principio sobrenatural. La misma
fe constituye la auténtica filosofía, es decir, la auténtica conversión al
camino que hay que tomar en la vida. Por tanto, la auténtica «gnosis» es un
desarrollo de la fe, suscitado por Jesucristo en el alma unida a Él. Clemente
define después dos niveles de la vida cristiana.
Primer nivel: los cristianos creyentes que viven la fe de una manera común,
aunque esté siempre abierta a los horizontes de la santidad. Luego está el
segundo nivel: los «gnósticos», es decir, los que ya llevan una vida de
perfección espiritual; en todo caso, el cristiano tiene que comenzar por la base
común de la fe y a través de un camino de búsqueda debe dejarse guiar por Cristo
y de este modo llegar al conocimiento de la Verdad y de las verdades que
conforman el contenido de la fe. Este conocimiento, nos dice Clemente, se
convierte para el alma en una realidad viva: no es sólo una teoría, es una
fuerza de vida, es una unión de amor transformante. El conocimiento de Cristo no
es sólo pensamiento, sino que es amor que abre los ojos, transforma al hombre y
crea comunión con el «Logos», con el Verbo divino que es verdad y vida. En esta
comunión, que es el perfecto conocimiento y es amor, el perfecto cristiano
alcanza la contemplación, la unificación con Dios.
Clemente retoma finalmente la doctrina, según al cual, el fin último del hombre
consiste en ser semejante a Dios. Hemos sido creados a imagen y semejanza de
Dios, pero esto es también un desafío, un camino; de hecho, el objetivo de la
vida, el destino último consiste verdaderamente en hacerse semejantes a Dios.
Esto es posible gracias a la connaturalidad con Él, que el hombre ha recibido en
el momento de la creación, motivo por el cual de por sí ya es imagen de Dios.
Esta connaturalidad permite conocer las realidades divinas a las que el hombre
adhiere ante todo por la fe y, a través de la vivencia de la fe, de la práctica
de las virtudes, puede crecer hasta llegar a la contemplación de Dios. De este
modo, en el camino de la perfección, Clemente da la misma importancia al
requisito moral que al intelectual. Los dos van juntos porque no es posible
conocer sin vivir y no se puede vivir sin conocer. No es posible asemejarse a
Dios y contemplarle simplemente con el conocimiento racional: para lograr este
objetivo se necesita una vida según el «Logos», una vida según la verdad. Y, por
tanto, las buenas obras tienen que acompañar el conocimiento intelectual, como
la sombra acompaña al cuerpo.
Hay dos virtudes que adornan particularmente al alma del «auténtico gnóstico».
La primera es la libertad de las pasiones («apátheia»); la otra, es el amor, la
verdadera pasión, que asegura la unión íntima con Dios. El amor da la paz
perfecta, y hace que el «auténtico gnóstico» sea capaz de afrontar los
sacrificios más grandes, incluso el sacrificio supremo en el seguimiento de
Cristo, y le hace subir de nivel hasta llegar a la cumbre de las virtudes. De
este modo, el ideal ético de la filosofía antigua, es decir, la liberación de
las pasiones, vuelve a ser redefinido por Clemente y conjugado con el amor, en
el proceso incesante que lleva a asemejarse a Dios.
De esta manera, el pensador de Alejandría propició la segunda gran oportunidad
de diálogo entre el anuncio cristiano y la filosofía griega. Sabemos que san
Pablo en el Areópago de Atenas, donde Clemente nació, había hecho el primer
intento de diálogo con la filosofía friega, y en buena parte había fracasado,
pues le dijeron: «Otra vez te escucharemos». Ahora Clemente, retoma este
diálogo, y lo ennoblece al máximo en la tradición filosófica griega. Como
escribió mi venerado predecesor Juan Pablo II en la encíclica
«Fides et ratio», Clemente de Alejandría llega a interpretar la filosofía
como «una instrucción propedéutica a la fe cristiana (n. 38). Y, de hecho,
Clemente llegó a afirmar que Dios habría dado la filosofía a los griegos «como
un Testamento propio para ellos» («Stromata» 6, 8, 67, 1). Para él la tradición
filosófica griega, casi como sucede con la Ley para los judíos, es el ámbito de
«revelación», son dos corrientes que en definitiva se dirigen hacia el mismo «Logos».
Clemente sigue marcando con decisión el camino de quien quiere «dar razón» de su
fe en Jesucristo. Puede servir de ejemplo a los cristianos, a los catequistas y
a los teólogos de nuestro tiempo a los que Juan Pablo II, en la misma encíclica,
exhortaba «a recuperar y subrayar más la dimensión metafísica de la verdad para
entrar así en diálogo crítico y exigente con el pensamiento filosófico
contemporáneo».
Concluyamos con una de las expresiones de la famosa «oración a Cristo “Logos”»,
con la que Clemente concluye su «Pedagogo». Su súplica dice así: «Muéstrate
propicio a tus hijos»; «concédenos vivir en tu paz, mudarnos a tu ciudad,
atravesar sin quedar sumergidos en las corrientes del pecado, ser transportados
con serenidad por el Espíritu Santo por la Sabiduría inefable: nosotros, que de
día y de noche, hasta el último día elevamos un canto de acción de gracias al
único Padre, … al Hijo pedagogo y maestro, junto al Espíritu Santo. ¡Amén!"
(Pedagogo 3, 12, 101).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus
palabras en español:]
Queridos hermanos y hermanas:
El Padre apostólico, Clemente de Alejandría, en sus obras ofrece al cristiano un
camino para su madurez espiritual: es el mismo Cristo quien acompaña, educa y
propone las enseñanzas más profundas. Así, el bautizado, con actitud de búsqueda
y guiado por la divina gracia, puede llegar a conocer las verdades de nuestra
fe. Este conocimiento es una forma de comunión, una unión de amor con el «Logos»,
con el Verbo encarnado.
El hombre, según Clemente, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede
alcanzarlo sólo por medio de la razón, sino que son necesarias también las
virtudes, especialmente dos: la libertad frente a las pasiones y el amor, que
asegura la unión íntima con Dios y su contemplación. De este modo se conjuga el
ideal ético de la filosofía griega con el mensaje cristiano, considerándola como
ámbito de revelación del «Logos», lo cual permite al hombre alcanzar las
«semillas» de la verdad. Viendo, además, la relación íntima que hay entre la
sabiduría teológica y el saber filosófico, puede servir de ejemplo a los
cristianos que hoy quieren también «dar razón» de su propia fe en Jesucristo.
Saludo con afecto a los visitantes de lengua española. En especial, a los
peregrinos venezolanos de Mérida con su Arzobispo Mons. Baltazar Porras Cardozo;
a los grupos parroquiales de España y Venezuela, así como a los profesores y
estudiantes españoles. Saludo igualmente a los demás peregrinos venidos de
Argentina, Colombia, Puerto Rico y México. En este tiempo pascual reafirmemos
nuestra fe en Cristo resucitado, que ha dado su vida por cada uno de nosotros, y
seamos con nuestras obras testigos de su amor entre los demás. ¡Muchas gracias
por vuestra visita!
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