Capítulo IV
MISIÓN ES COSA DE TODA LA IGLESIA


El Papa dice en la Redemptoris missio: «La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento profético, que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre "Buena Nueva". La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres» (n. 11). Es un hermoso texto. Nada hay en él de insistente y menos aún de presión, ni siquiera una conciencia segura de su victoria de que lo conseguiremos con solo que nos esforzamos en ello y toquemos los tambores en la forma correspondiente. Pero sí que hay en él una firme convicción de que el mensaje de Jesús vale para todos los hombres, de que es la respuesta a la nunca acallada pregunta sobre Dios, de que nosotros tenemos en Jesucristo la esperanza de que nuestra vida, aunque dura para alguno que otro, encontrará su plenitud en la resurrección de Jesucristo. Es un mensaje profético que vale la pena seguir anunciando; un mensaje absolutamente seguro que descansa en el corazón del Padre.


1. LA IGLESIA EN SU CONJUNTO ES MISIONERA

Quien lea el texto antes citado (RM 11) apenas se le ocurrirá preguntar qué se entiende aquí por «Iglesia». Son todos los que se sienten tocados por el anuncio de Cristo, que creen en su amor, que tienen esperanza y que quieren trasmitirla a otros. Así se sigue diciendo en el mismo parágrafo: «La Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres». La esencia del ser cristiano prohíbe limitar la tarea misionera sólo a los misioneros enviados para una primera evangelización o a la jerarquía o al clero o a las iglesias locales de los así llamados países de misión. Cuando el Sanedrín quiso prohibir a los apóstoles Pedro y Juan «hablar a nadie en este nombre» (Hch 4, 17), se opusieron con vehemencia a esta impertinencia. Pero no lo basaron en la misión recibida del Resucitado, sino en su «experiencia cristiana»: «Nos es imposible callar sobre lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20).

La última razón para el carácter misionero de la Iglesia (en conjunto) es su origen trinitario: en aquel «amor fontal» de Dios Padre (cfr. AG 2), en su Hijo unigénito, que «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo» (Credo), en el Espíritu Santo, presente en el misterio pascual como persona divina, «como el que debe continuar la obra salvífica, basada en el sacrificio de la cruz» (RM 21) 1. Los textos más hermosos de las nuevas encíclicas sobre misiones son los referentes a Cristo y al Espíritu Santo. Es Jesucristo el que, por medio de su encarnación y como el Señor glorificado, ha puesto los fundamentos de la misión; la pregunta «,por qué misión?» el único que la puede contestar es Jesús (RM 11). Es el Espíritu Santo el que «sigue siendo el protagonista trascendente de la realización de esta obra en el espíritu del hombre y en la historia del mundo» (RM 21). Los Hechos de los Apóstoles son un testimonio grandioso de la manera cómo actúa el Espíritu Santo en la misión: en la conversión de Cornelio, en el primer concilio apostólico, en la elección de países y pueblos. La presencia del Señor, asegurada a los apóstoles, es su presencia «en espíritu». El acontecimiento de Pentecostés transformó a los apóstoles en testigos y profetas: «...infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu Ies da la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad» (RM 24). Se razona bien cuando en la edición alemana de la encíclica se añade el siguiente párrafo interlineal: «El Espíritu hace de toda la Iglesia una Iglesia misionera» (antes del n. 26ss.). Cuando el Vaticano II pone a la Iglesia como esencialmente misionera (AG 2) y la traducción alemana interpreta este «ser misionera» como «enviada al mundo», su razón teológica se funda en las misiones trinitarias, prácticamente en las experiencias de las jóvenes iglesias.

1. Citado según la encíclica Doniinum et vivificantem de 18-5-1986, en AAS 78 (1986) 857.


2. LA PARTE
MISIONERA DE LOS LAICOS

El Vaticano II explica sin decir ni si ni cuándo: «Todos los fieles, como miembros de Cristo vivo, incorporados y configurados con Él por el bautismo, la confirmación y la Eucaristía, tienen el deber de cooperar a la expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud» (AG 36; cfr. RM 11). Y es lógico. El que está incorporado en Cristo, está conformado con El, es decir, participa de su dignidad, pero también de su tarea.

Fue Pío XII quien, en su encíclica Evangelii nuntiandi (AAS 43, 1951, 497-528), con ocasión de la historia de las iglesias y de las misiones, expuso lo que significan los laicos para las misiones. En el tiempo de los apóstoles, nombra a Apolo, Lidia, Aquila, Priscila y Filemón. Cita a Flp 4, 3, cuando Clemente y otros colaboradores son alabados porque «sus nombres están en el libro de la vida». Da cuenta de los funcionarios, soldados y gente privada, que a lo largo de las vías del Imperio, expandieron la doctrina cristiana. Si el Evangelio fue conocido en el primer siglo de cristianismo en todas las más importantes ciudades del Imperio Romano. eso hay que agradecérselo a los «cientos de miles» de fieles cristianos, quienes «llenos de ardiente entusiasmo, allanaron el camino a la verdad del Evangelio, a favor de la expansión de esta nueva religión, tan pronto como recibieron la fe cristiana». San Justino, Minucio Félix, Arístides, el cónsul Acilio Glaber, el patricio Flavio Clemente, san Tarsicio y «casi innumerables santos mártires de ambos sexos» fueron apóstoles. En la Edad Media se refiere el Papa a los «príncipes y princesas, pero también a gentes sencillas de artesanos y honradas mujeres», que se esforzaron con todas sus fuerzas en dar a conocer el mensaje de Jesús. Nombra a la santa virgen Genoveva, la reina longobarda Teodolinda, al rey Recaredo, en España, y a otros muchos con sus propios nombres. «En todos los tiempos, la Iglesia católica ha conseguido nuevas metas para la religión y llevado a los pueblos, en su aspecto social, a un mayor bienestar, no sólo gracias al trabajo infatigable del clero, sino también a la colaboración y contribución de los laicos» 2. La expresión «colaboración y contribución» de los laicos no hay que forzarla, pues la mayor parte de estos «laicos» nombrados actuaron sencillamente movidos por su responsabilidad cristiana, porque eran cristianos y porque sabían que al ser cristiano pertenece el testimonio; no porque el clero buscase su «contribución» o quisiese «colaborar» en

2. S. E. Marmy/l. Auf der Mauer, Gehet hin in alle Welt, n. 61 (AAS 43, 1951, 5lOss.).

una tarea que propiamente tenía que hacerla el clero. El Papa se refiere, a continuación, a aspectos concretos, en los que les reconoce su especial competencia: la escuela, la prensa, la asistencia sanitaria, la cuestión social.

El Vaticano II pidió a los laicos su colaboración en la «obra de evangelización de la Iglesia» y que fueran «testigos como instrumentos vivos de la evangelización». A los laicos en los países de misión, les decía: «Quieran los laicos, ya sean extranjeros o indígenas, dar clases en las escuelas de los países de misión, ocuparse de las cuestiones mundanas, ayudar en la vida parroquial y diocesana, así como organizar y fomentar las diversas formas del apostolado seglar, para que los fieles de las jóvenes iglesias puedan cargar sobre sus hombros, tan pronto como sea posible, la responsabilidad que les corresponde en la vida eclesial» (AG 41).

El escrito postsinodal Christifideles laici del papa Juan Pablo II, del 30 de diciembre de 1988 3, colocó el apostolado de los laicos sobre un amplio fundamento, al crear el concepto de comunión misionera. Partiendo de la imagen bíblica de la vid y los sarmientos, subrayaba: «Dar fruto es una exigencia esencial de la vida cristiana y eclesial. El que no da fruto no permanece en la comunión» (n. 32). Comunión –sigue diciendo más adelante– genera comunión y se configura «esencialmente como comunión misionera». Comunión y misión estarían profundamente relacionadas entre sí, de tal manera «que la comunión es, al mismo tiempo, fuente y fruto de la misión: la comunión es misionera, y la misión, comunión» (Ibidem). «Misión» se entiende aquí en el sentido de «hasta los confines del mundo». Nunca se había dicho esto más claramente: «Los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo» (n. 33). De forma inequívoca dice el Papa: «Cada discípulo es llamado en primera persona; ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16)», (Ibidem); y está, claro, pensando en los laicos.

La encíclica RM se apoya también sobre este fundamento cuando dice que todos los laicos son misioneros por el bautismo (RM 71s.). Si la Iglesia quiere hacer justicia a todos los problemas y tareas del presente, también del presente misionero, tiene que convencerse de que no es una mera iglesia clerical, sino una iglesia como «communio missionaria», tal y

3. AAS 81 (1989) 393-521; en el texto, citado según la edición alemana de la Librería Editrice Vaticana.

como la entendió el Sínodo de obispos romano de 1987, y que el Papa la hizo propia. Trazó una definitiva línea final a los temores surgidos de las discusiones del tiempo de la Reforma y que habían hecho muy precavida a la iglesia católica 4.


3. LA COMUNIDAD COMO COMUNIDAD MISIONERA

Cunde en ciertos lugares la tendencia a usar en sentido amplio y analógico la expresión «comunidad misionera», haciendo así propaganda. Se esperan ventajas de ello, pues la «Didajé» para los propios miembros debería tener algo del «kerigma» para los «pueblos»: la celebración de la Eucaristía, como realización plena de la comunidad, debería ser más vital y más cercana a la vida; la praxis del amor fraterno debería ser un «testimonio claro de la llegada del Reino de Dios» 5. En nuestro contexto se trata de mostrar que la comunidad debe tener unos ojos y oídos bien abiertos hacia los que están «fuera», esto es, para aquellos que aún no conocen el mensaje de Jesús o que, por circunstancias personales o ambientales, han renegado; lo que quiere decir de nuevo hacia la missio ad gentes, hacia la misión «propiamente dicha», hacia la «misión universal».

En este sentido, el Sínodo General de los Obispos en la RFA (1975) estuvo ocupado con el tema. Dijo:

«La comunidad cristiana es "en su raíz misionera". Por ello, el párroco, como presidente de la comunidad y colaborador del obispo con el Consejo parroquial es responsable de la participación de la parroquia en la misión universal de la iglesia. El Consejo parroquial hace suya esta tarea en su ámbito propio. Los párrocos con espíritu misionero y los Consejos parroquiales son la mejor preparación de las comunidades misioneras» 6.

De forma concreta, el Sínodo vio las siguientes posibilidades para activar una comunidad misionera:

— El vicio religioso, la predicación, la acción comunitaria, la formación continuada y los trabajos públicos tienen que organizarse de mane-

  1. Bibliografía: F. Hengsbach, Das Konzilsdekret über das Laienapostolat (1967); P. Bruno, Anche / cristiaui sonn /ornen: la dimensione laicale della missione della Chi esa (1983); Conseil Pont. pour les Laics, Le róle des (ornes doras la rie et da ns la mission de l'Église en Asie (1984); A. Scarin, Volan tariato internaziona/e: una teo/ogia, una spiritua/itó (1986). Una completa bibliografía sobre los laicos y su servicio en la Iglesia se encuentra en Enclosure with Sedas Bulletin 87/n. 4 (15-4-1987).

  2. F: H. Kochanek. Theologie einer missionarischen Gemeinde. Studien zu einer praktisch-theologischen Handlungstheorie (Nettetal 1990) 75.

  3. Gemeinsame Synode der Bistümer in der Bundesrepublik Deutschland. Beschlüsse der Vollrersanun/mng, Edición oficial completa 1: Freiburg u.a. (1978) 840 (10.1.1).

ra que la comunidad se haga consciente desde la fe de su responsabilidad universal.

Propiamente, todos son uno en ella: católicos, protestantes, ortodoxos. Una comunidad n o está ahí para sí misma, por mucho que se preocupe de servir a Dios, de alabarlo y de adorarlo. Sólo se puede amar a Dios si en este amor incluyo a los demás, los pobres, los enfermos, los sin-derecho... G. F. Vicedom escribía hace ya 30 años con gran convencimiento:

«Misión es un rasgo esencial de la comunidad. Por ello, todo debería dirigirse en ella a ofrecer la salvación a quienes nada saben de ella o no quieren saber. En la comunidad hay que misionar. La misión pertenece a las funciones esenciales que ponen de manifiesto su ser en Cristo» 9.

  1. Ibide,n.

  2. Die missionarische Pfarrei (1981) 96.

  3. Die missionareische Dimension der Gemeinde, fase. 7 de la serie Missionarische Gemeinde (1963) 52.

Hoy, cuando la misión y las situaciones misioneras se han convertido en un hecho intercontinental, se hace especialmente urgente esta recomendación.

Lo que aquí se dice de la comunidad, vale también, en una medida mayor aún, para las diócesis. Recordemos las claras palabras de AG:

«Todos los Obispos, como miembros del cuerpo episcopal, sucesor del Colegio de los Apóstoles, están consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo. A ellos afecta primaria e inmediatamente, con Pedro y bajo la autoridad de Pedro, el mandato de Cristo de predicar el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15)».

De aquí resultan exigencias muy concretas:

«El Obispo deberá suscitar en su pueblo, sobre todo entre los enfermos y oprimidos por las calamidades, almas que ofrezcan a dios oraciones y penitencias con generosidad de corazón por la evangelización del mundo; fomentar gustosos las vocaciones de los jóvenes y de los clérigos a los Institutos misioneros, complaciéndose de que Dios elija algunos para que se consagren a la actividad misional de la Iglesia; exhortar y aconsejar a las congregaciones diocesanas para que asuman su parte en las misiones; promover entre sus fieles las obras de Institutos misioneros, de manera especial las obras pontificias misionales» (Ibidem).


4. ÓRDENES, SOCIEDADES MISIONERAS, HERMANDADES

Desde los comienzos de la Iglesia, los monjes fueron misioneros. Las sociedades ascéticas de la Iglesia primitiva, las colonias de ermitaños, el cenobio de un Paconio, los monasterios de Basilio y otros fueron centros de difusión del cristianismo. Benito es como el padre de Occidente. Winfrido Bonifacio fue educado en la regla de san Benito. Los monjes irlandeses-escoceses, los cistercienses, los trinitarios, después, los dominicos. franciscanos, carmelitas y agustinos hicieron mucho a favor de las misiones universales. Los jesuitas fueron, desde su fundación, una congregación pionera. Muchas de las modernas órdenes o congregaciones consideran la misión como su principal objetivo: así, los misioneros de Picpus, los oblatos de la Inmaculada Virgen María, los maristas, los espirituales, los padres blancos, los misioneros del Corazón de Jesús, los misioneros de Sheut, los misioneros de Styler (SDV) y otros más. Han surgido comunidades del clero secular que se comprometen totalmente con las misiones. Incluso comunidades de hermanas han tenido el valor de ir a misiones: las benedictinas, monjas cistercienses, clarisas, carmelitas, dominicas, hermanas de la visitación, redentoristas, camaldulenses y muchas más comunidades misioneras. Es exacto lo que dijeron los obispos en el concilio Vaticano II: «Los institutos religiosos de vida contemplativa u activa han tenido y tienen hasta ahora la mayor participación en la evangelización del mundo» (AG 40).

Subrayemos de forma especial la dimensión espiritual de las órdenes contemplativas. El abad general de los cistercienses declaró en el congreso monástico panafricano de 1979 en Abidjan lo siguiente: «Yo he podido ver con alegra cómo se afianza una comunidad monástica como comunidad de oración. Ésta es, sin duda, su función principal y la mayor participación que la Iglesia puede realizar en África» 10. En el discurso de clausura de este congreso se dijo: «Nuestras comunidades son comunidades de oración; es lo que quieren ser, sobre todo» 11. Los obispos asiáticos escribían así: «Nos acercamos a nuestros hermanos y hermanas de las comunidades contemplativas y a todos aquellos que dedican su vida al amor orante y al sacrificio. Fortalecemos de nuevo nuestro aprecio por su vocación, tan valiosa para la Iglesia. Aquí experimentamos la fe y la esperanza, que con ellos participamos, para que su vida llena de sacrificio pueda ser, como de hecho lo es, fructífera para los hermanos, por encima de todo cálculo humano» 12. Teresa de Jesús pedía a sus monjas que salvaran almas muriendo por ellas 13. El papa Juan Pablo II dijo en su segundo viaje africano a los representantes de vida contemplativa (15-2-1982): «La Iglesia misma atestigua vuestra vocación, porque está convencida de que el fruto apostólico es un don de Dios» 14. La esperanza está puesta en que desde 1965-1980 han sido erigidos en total 150 nuevos monasterios contemplativos en las jóvenes iglesias. A mediados de 1981 había en las jóvenes iglesias 74 monasterios benedictinos con 1438 monjes; 19 monasterios trapenses, con 397 monjes; 256 monasterios de carmelitas descalzas con 3.580 hermanas; 200 monasterios de clarisas con por lo menos 2.000 hermanas; 92 monasterios de dominicas con 1.432 hermanas 15.

  1. Cita, según IFD 18-2-1984, n. 3377, ND 78.

  2. Ibidem.

  3. FABC Papeis, n. 12, e.p. 11.

  4. Cita, según Omnis Terra, 1982, 477s.

  5. Cita, según IFD, l.c., 73.

  6. Ibídem, ND 76. Bibliografía: S. Frank, «Das beschauliche Kloster im Missionsland», en ZMR 46 (1962) 92-102, C. P. Tholens, «Monastische Initiativen im Lichte des Zweiten Vatikanischen Konzils», en ZMR 49 (1965) 156-160; A. Furioli, «The Missionary Ideal in St. John and Teresia of Jesús». en Omni.s Terra 1982, 476-482; «La preghiera, forza del nostro impegno missionario», en Mondo e missione. 1984, 79-81; «Für das beschauliche Leben in den Missionsländern», en Internationaler Eidesdienst, 18-2-1984, n. 337, ND 73-79; G. Dinh Due Doa, La sposa sul monte. In contributo dell'Asia per una chiesa contemplativa e missionaria (1986).

K. Rennstich y H. Rzepkowski han hecho notar de manera concisa evoluciones paralelas en las iglesias protestantes 16. Con ocasión con la fundación de la Congregación de Propaganda, recordaba J. v. Weltz a los luteranos que la misión es cosa de la Iglesia. G. W. Leibniz propuso, apoyándose en la misión jesuítica, una «Societas Pacidiana», que se dedicaría totalmente al «bienestar de la humanidad». La misión de Basilea (1815) recogió este pensamiento en su programa, pero envió también «misioneros» como «difusores de una civilización del bienestar y como propagadores del Evangelio de la paz». Metas parecidas se propuso la Misión de Hernzannsburger (1849); según el ejemplo de los monjes irlandeses y escoceses quisieron vivir en África como una comunidad cristiana, sirviendo su conducta ejemplar de «predicación viva». Ya antes habían surgido, bajo la influencia de William Carey (1761-1834) la Baptist Missionary Society (1793) y la London Missionary Society (1795), y otras más, como la Church Missionary Society de los anglicanos (1799), y antes, la Deutsche Christentumsgesellschaft (1780); poco después, la ya nombrada Sociedad Misionera de Basilea, la Sociedad Misionera de Berlín (1800), la Sociedad Misionera Renana (1828), la Sociedad Misionera de la Alemania del Norte (1836), la Sociedad Misionera de Goßner (1836) y otras. El interés misionero, pero también la moda de hacer uniones del siglo XIX, hicieron surgir este tipo de sociedades. Pero como por sus orígenes (formas de piedad, relaciones eclesiales) manifestaban muchas diferencias, se unieron, para colaborar así mejor, en el congreso de la Deutsche Evangelische Mission. Algunas de estas sociedades se obligaron a cumplir los «tres mandamientos evangélicos»: los Portadores de Cristo (Christusträger), La Hermandad de Cristo (Christusbruderschaft), la Comunidad del Casteller Ring (Communität Casteller Ring), la Hermandad de Jesús (Jesus-Bruderschaft), pero, sobre todo, la generalmente bien conocida Comunidad de Taizé. Algunas de ellas propusieron, en sus estatutos, como obligatoria la tarea misionera 17.

  1. Véanse las palabras clave: Hermandades evangélicas, Comnidades, Órdenes; Monacato; Sociedades misioneras, en K. Müller/Th. Studemmeier (eds.), Lexikon missionstheologischer Grundbegriffe.

  2. Bibliografía sobre este tema: S. Kasbauer, Die Teilnahme der Frauenwelt arm Missionswerk. Eine missiontheoretische Studie (1928); A. Freitag, Die missionierenden Orden und Missionsgenrehrschcrften und das Missionspersonal (1962): A. Yannoulatos, Monks and Mission in the Eastern Cluueh during the Fourth Cerrturv, en IRM 58 (1969) 208-226; L. López-Gay, El monasticismo no-cristiano y la « Vida Religiosa» cristiana, en Evangelizzazione e Culture (1976), vol. 1, 4211-434; F. Renner, Was trägt die Ordensspiritualität zur Missionsspiritualität bei?, en H. Rzepkowski (ed.). Allen alles werden (St. Aaugustin 1978) 101-116.


5. OBRAS DE AYUDA A LAS MISIONES

Es natural que las órdenes y las sociedades misioneras o, en general, los misioneros, se sientan obligados a ayudar a la patria que los ha enviado. Así surgieron revistas y publicaciones para el mantenimiento de la obra misionera. Se buscaba mantener despierto el interés por la misión mediante la palabra hablada y conseguir ayuda económica. Se llamaba a la oración por las misiones. Se realizaban encuentros de oración trimestrales o mensuales. Se organizaban, con actuaciones regulares, conferencias o semanas misioneras. Surgieron casi innumerables sociedades y asociaciones: Uniones misioneras académicas, Sociedades misioneras teológicas, sociedades misioneras de maestros, la Missionskreuzzug der Jugend, la Missionsvereinung katholischer Frauen und Jungfrauen (Katharina Schynse), la Ayuda misionera alemana evangélica, las obras benéficas de 1as órdenes y de las terceras órdenes; en nuestros días, la obra benéfica episcopal Misereor, la Arbeitsgemeinschft für Entwicklungshilfe (Ageh), la Internationale Arbeitsgemeinschaft für sozio-ökonomische Entwicklung (Cidse), la Bischöfliche Aktion Adveniat, la obra Brot für die Welt, la Evangelische Zentralstelle für Entwicklungshilfe, la obra Brüderlich Teilen – Gemeinsam Handeln, etc. Dignas de mención son también aquí las «obras» en la misma misión: escuelas profesionales, talleres, escuelas industriales, imprentas, tejares, telares, sindicatos agrícolas, etc., todas ellas nacidas al servicio del desarrollo del hombre, pero que también preservaban de la prepotencia, el sometimiento, la esclavización, el abuso del alcohol, el tráfico de armas, etc. 18.

Mención especial merecen las obras asistenciales que en la primera mitad del siglo XIX surgieron en Francia y que, a lo largo del tiempo, evolucionaron hasta convertirse en importantes instituciones misioneras internacionales («Obras misioneras papales»). Marie-Pauline Jaricot (1799-1862), conocida por su actividad social (fundadora de las Obra de Reparación del Corazón de Jesús, con trabajadoras y asistentas domésticas, del Rosario vivo, y de la Casa Lorette para las Hijas de María), tuvo esta práctica idea: «Pequeñas aportaciones, pero de muchos; una oración diaria por las misiones pero hecha por millones». Consiguió así, con la colaboración de gente que pensaba como ella y con infatigable trabajo, organizar ayudas económicas para las misiones y oraciones misioneras, y

18. Un resumen muy pormenorizado nos lo ofrece H. Rzeptowski, Missionswerke, en K. MüIler/Th. Sundenmeier (eds.), Lexikon missionstheologischer Grundbegriffe, 314-323 (con bibliografía).

conseguir que otros sectores se unieran a la causa. El día oficial de la inauguración de esta unión misionera a nivel internacional fue el 3 de mayo de 1822. Los miembros se comprometieron a rezar diariamente un Padrenuestro y un Ave Maria por las misiones y a ofrecer por las mismas un «salario» semanalmente. Ya en 1825 pasó la fundación a Bélgica, en 1827 a Saboya y el Piamonte, Alemania, Austria y Suiza, en 1830 a Holanda, en 1833 a Inglaterra, en1837 a Portugal, en 1839 a España y en 1840 a USA. En Alemania continuó existiendo esta unión como «Unión de san Francisco Javier», llamada en Baviera «Unión misionera de san Luis», en Austria, «Fundación de san Leopoldo». La revista de la unión Annales de la Propagation de la Foi (desde 1824) apareció muy pronto publicada en casi todas las lenguas de Europa. Los Papas no se cansaron de recomendar la obra. El 3 de mayo de 1922, el papa Pío XI trasladó la sede central de Lyon a Roma, haciendo de la unión una obra papal con una dirección internacional. La «Unión de San Francisco Javier», la «Unión misionera de San Luis» y la «Fundación de San Leopoldo» (Aquisgrán, Munich y Viena) se unieron a la Obra papal para la propagación de la fe de carácter internacional.

M.-P. Jaricot se encontraba también en la Obra Misionera Papal para los niños (1843), creada por el obispo de Nancy, Ch. de Forbin-Janson. En principio era una comunidad de oración y de ofrendas para los niños chinos, pero se transformó en una obra para la redención de los esclavos africanos, y desde 1855 está al servicio de todos los niños de las misiones en general. En 1922 se convirtió en una obra «papal». La sede central permaneció en Paris.

También es papal la Obra de San Pedro para la formación y fomento del clero indígena. Sus fundadoras son Estefanía Bigrad-Cottin y su hija Juana (1889 en Caen). La dirección se trasladó a Friburgo (Suiza) tras la promulgación de los estatutos franceses de la congregación, pasando a las misioneras franciscanas de Maria. El cardenal van Rossum trasladó a Roma (1920) la sede central y en 1922 se convirtió en obra papal.

La Unión papal misionera del clero es una congregación misionera para el sacerdotes diocesanos, religiosos y seminaristas y tiene sus fundadores en P. Mann Pime yen el obispo G. M. Conforti de Parma (1916). Surgió animada por la unión misionera sacerdotal organizada desde 1912 por J. Schmidlin. En 1937 se le dieron nuevos estatutos generales y en 1956 se convirtió en obra «papal» Su objetivo es despertar el interés misionero en el clero, para animar así a todo el pueblo católico a favor de las misiones.

La Obra papal para las vocaciones sacerdotales fue creada por el papa Pío XII el 4 de noviembre de 1941 haciéndola obligatoria parta la Iglesia universal. Tuvo su origen en diversas obras diocesanas de Alemania de fomento de las vocaciones sacerdotales, que en el año 1926 se reunieron formando la obra interdiocesana: «Frauenhilfswerk für Priester-berufe», que en 1939 fue eliminada por el nacionalsocialismo, aunque, después de la guerra, fue refundada e incorporada, finalmente, a la obra papal para las vocaciones sacerdotales'.


6. ¿QUÉ DICE «REDEMPTORIS MISSIO» A NUESTRO TEMA?

No hay apenas otro documento fuera de RM que destaque la urgencia de la «missio ad gentes» y la colaboración de todos los miembros la Iglesia, hablando de esto último en un capítulo propio: «La colaboración en la actividad misionera» (cooperación misionera). Se pide, en primer lugar, oraciones, ofrendas y testimonio de vida. Se dirige a los enfermos para que ofrezcan sus dolores por las misiones (78). Se recomiendan el fomento y el apoyo a las misiones (79). A los jóvenes, que se decidan a ser misioneros, se les promete: «Tendrán ante sí una vida fascinante y percibirán una auténtica satisfacción al predicar a sus hermanos y hermanas la Buena Nueva, conduciéndolos al camino de la salvación» (80). Se advierte la necesidad de ayudas financieras: «Todo lo que hemos recibido de Dios: tanto la vida como los bienes materiales, no nos ha sido dado en propiedad, sino para nuestro uso» (81). Se advierte sobre las posibilidades misioneras del turismo internacional, del intercambio internacional de vocaciones, de la colaboración en organizaciones internacionales: «Hay una dependencia creciente entre los pueblos y esto nos pone ante el reto de dar un testimonio cristiano y de una evangelización» (82). Sobre la formación de una conciencia misionera se dice: «La idea de misión puede significar una gran ayuda para la nueva evangelización de los pueblos cristianos». «El testimonio de los misioneros mantiene su fuerza atractiva incluso para los que están lejos y para los no creyentes» (83). A las obras papales misioneras se les recuerda su responsabilidad especial y se recomienda que se las ayude (84).

Un deseo urgente del Papa es la solidaridad internacional del dar y del recibir. «Yo pido a todas las iglesias y a todos los obispos, sacerdotes, re-

19. S. G. Zampetti, Le Pontifrcie Opere Missionarie, en Sacrae Congregationis de Propaganda Fide Memoria Rerum, vol. 111, 2 (1976) 413-449 (con bibliografía y listado de los documentos eclesiales más importantes).

ligiosos y fieles que se abran a la universalidad de la Iglesia, olvidándose de toda suerte de particularismos, exclusivismos y autosatisfacciones» (85). A las iglesias antiguas les advierte que no sean egoístas en el cuidado por la «nueva evangelización» y que no frenen el compromiso de sus fieles por las misiones: «Si damos libremente de los nuestro, recibiremos; jóvenes iglesias, muchas de las cuales experimentan un florecimiento admirable en vocaciones, están hoy en disposición de enviar sacerdotes, religiosos y religiosas a las viejas iglesias» (ibidem). A las iglesias jóvenes se les advierte que no se cierren ni se aíslen preocupadas por su propia identidad: «A estas iglesia les digo: No os aisléis, aceptad los misioneros y las ayudas de otras iglesias... Precisamente por los problemas que os agobian, debéis estar en unión continua con vuestro hermanos y hermanas en la fe» (ibidem).

Al final, en las manifestaciones sobre la solidaridad generosa y universal, expresa el Papa su inquebrantable optimismo que le anima de cara al futuro:

«En la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo. En efecto, tanto en el mundo no cristiano como en el de antigua tradición cristiana, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer. Hoy se manifiesta una nueva convergencia de los pueblos hacia estos valores: el rechazo de la violencia y de la guerra; el respeto de la persona humana y de sus derechos; el deseo de libertad, de justicia y de fraternidad; la tendencia a superar los racismos y nacionalismos; el afianzamiento de la dignidad y la valoración de la mujer» (86).

Y advierte también:

«No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios» (ibidem).