QUINTA PARTE

LÍNEAS DIRECTIVAS PARA UNA TEOLOGÍA
DE LAS RELIGIONES


Con la tarea teológica del estudio de las grandes religiones no cristianas como trasfondo, necesitamos ahora una evaluación sistemática y una búsqueda de sentido. Esto debe seguirse por medio de tesis. En cada una de ellas se considerará un aspecto importante para una «Teología de las Religiones» y se fundamentará a continuación. Tanto como se diferencia el acceso dialogado a las diferentes religiones en particular, tan poco se puede prescindir de los aspectos distintivos que resumen el carácter de este diálogo teológico.


1. EL HORIZONTE INDISPENSABLE

La actividad teológica con otras religiones se sigue en el horizonte de la propia fe cristiana y refiriéndola a ella. En este sentido se distingue una teología de las religiones de otras posibles tareas con las religiones de la humanidad. Pero también toda otra clase de tarea tiene sus determinadas condiciones, bajo las que se relaciona con esas religiones y trata de comprenderlas. El que, por ejemplo, elige considerar las religiones como objeto de su estudio con la mirada del sociólogo, aporta necesaria y comprensiblemente un modelo determinado de comprensión con respecto a esos materiales de estudio. Su interés de-termina lo que le interesa observar en ellos.

Lo interesante de este modo de investigación es, como consecuencia, que de las respectivas religiones se verá lo que es importante desde un punto de vista social. Si fuese de otro modo no se llegaría a los resultados de la tarea a la cual están dedicados los sociólogos. Solamente bajo un uso estricto del método de la ciencia correspondiente, el resultado podrá ser el que debe ser en este caso. Nadie podría llamar la atención al sociólogo por actuar así y no de otro modo. Nadie exigiría de él que se comportase durante su trabajo como si no existiese para él este motivo que dirige su investigación. Tampoco se podría justificar la objeción de que aquí se sacarían eclécticamente datos de una religión que se comentarían, dejando lo demás a un lado. El sociólogo tendrá a la vista no las cosas aisladas, sino el conjunto de una religión. Esa totalidad, sin embargo, empuja hacia la cuestión y hacia el horizonte de comprensión de que se trata en esta ciencia y del que solamente debe tratar. Algo parecido se diría de la actividad con las religiones en las demás disciplinas científicas.

La teología no es ninguna excepción en esto. Solamente hay que ver, que en ella, a diferencia de otros esfuerzos científicos acerca de las religiones, se supone un propio horizonte de interpretación y de comprensión. Como el psicólogo, por ejemplo, no puede renunciar a estructuras profundas psicológicas y categorías analíticas, cuando se dedica a los fenómenos religiosos, así tampoco el teólogo cristiano puede dejar de ver que él, en su trato con otra religión, está determinado por la verdad de fe que profesa. No aparece como un simple buscador religioso, al que le interesa solamente encontrar la verdad última por medio de un paseo discursivo por el mundo de las religiones. Tampoco el método de comparar, escoger y valorar lo escogido y lo visto es el suyo. Al pasar por las cámaras de los tesoros de las diferentes religiones no busca las piedras preciosas, que se muestran finalmente como la valiosa pulsera de joyas, en el sentido de un soporte «ecuménico», interreligioso.

Esto nos lo muestran justamente los ejemplos sobresalientes en las religiones no cristianas de la actualidad, en las cuales sus representantes creían haber encontrado de este modo la unidad de las religiones en una especie de causa común.

La profesión de fe, por ejemplo, de un Mahatma Gandhi de una sola verdad de toda las religiones era posible, porque correspondía al pensamiento hindú advaita. Según él, la vivencia religiosa profunda está donde el hombre ha dejado trás de sí los contenidos históricos concretos de la revelación. El camino conduce desde las manifestaciones del Uno absoluto, en sus diferentes figuras de dioses, confesiones y contenidos de fe, hasta el Absoluto indecible (brahman). Con lo cual no conduce a una unidad en las religiones, sino al centro de la religiosidad india. Siempre que se busca un común denominador para lo que distingue a las religiones, existe la tentación de hacer desaparecer sus formas históricas de aparición y someterlas a un principio común. Esto vale también para el intento de elevar la experiencia mística en 1as diferentes religiones al rango de una realidad común extensiva a todas ellas. También esta supuesta comunidad está entonces determinada respectivamente por la idea fundamental que pertenece a la religión en cuyo seno se alberga.


2. PERCIBIR LOS FENÓMENOS RELIGIOSOS

El reto que se alza aquí, como condición para el diálogo teológico con las otras religiones, parece estar en primer lugar en contra de lo que hemos dicho hasta ahora. La entrada a otra religión trazada de antemano en el horizonte de comprensión y vida propios, no cierra de ninguna manera la comprensión de sus fenómenos. En primer lugar, libera el camino hacia las cosas mismas. Esto ocurre al permitir tener el encuentro en la única dimensión que conserva su carácter religioso. Lo que trata, por ejemplo, de la esencia y el secreto de una oración, se desarrolla en primer lugar cuando la propia práctica y experiencia de oración facilita el lenguaje común sobre ello en el diálogo. Solamente el esfuerzo existencial en la propia religión abre a la búsqueda razonable también de los «fenómenos» de otra religión.

El método fenomenológico exige justamente un roce libre de prejuicios con las formas en las religiones. Prejuicios aparecen allí cuando un fenómeno que se presenta como religioso, es interpretado como no religioso. Este es el caso, cuando fuera de y sin la propia experiencia religiosa se expresa una visión e interpretación extraña a la cuestión.

A qué conclusiones puede llevar una tal manera de ver, lo ha mostrado una relación con las formas de aparición de las religiones supuestamente «ilustrada», o también una puramente historico-crítica. La pérdida de comprensión de la verdad del lenguaje mítico en las religiones es un ejemplo destacado de esto. Con la estrecha medida de una interpretación técnico-material de la realidad, cada afirmación religiosa se convertiría, en analogía con la experiencia y mentalidad humana, en una fantasía inventada de cuento de hadas.

La comprensión del lenguaje simbólico religioso y de los modos de pensar metafísicos decaen en la medida en que el hombre mismo no vive más en la realidad del culto con esos contenidos. Solamente en la ejecución y en la participación en el acontecer sacro se desarrolla el carácter de misterio, propio de este acontecer 209.

Un ejemplo claro de este contexto son en la actualidad las muchas figuras de Jesús. Más allá de la fe de la Iglesia y fuera de la propia relación con la fe, quieren ser el bosquejo de la figura verdadera del auténtico Jesús de Nazaret. Pero de hecho yerran en su objetivo. Aislada de la corriente de la tradición de la fe y alejada de la actual presencia de Cristo en el misterio de su Iglesia, la figura de Cristo se derrite goteando hacia una construcción del propio «espíritu de los hombres» (A. Schweitzer) y su capacidad de conceptualizar.

La interpretación no religiosa no solamente se distancia de su objeto de conocimiento. Conduce al alejamiento de él. Deja tras de sí un fenómeno distorsionado. Éste permanece indefenso ante cualesquiera interpretaciones extrañas. Lleva en sí más que claramente las huellas de la trama y los matices de la intervención arreligiosa inoportuna y secularizante. La antigua fórmula, sólo se pueden comparar cosas iguales, sirve también, en este caso, para la comprensión teológica de los fenómenos religiosos en otras religiones.

Lo mismo es actual para el diálogo del interlocutor no cristiano con el cristianismo. En tanto en cuanto él esté habituado, por ejemplo, a su

209. E.H. Schillebeeckx indica la conexión efectiva de la comprensión del símbolo con la realización de la vida religiosa: «Sobre todo en la vida religiosa, en las relaciones personales con Dios, el simbolismo juega un papel importante, porque las vivencias religiosas internas se dan en un plano transcendente que nosotros no alcanzamos a expresar con conceptos propios. El hombre religioso se acerca así a las cosas de su vida cotidiana, que de este modo se convierten en campo de expresión de sus más altas experiencias religiosas.

... El "culto externo" es así expresión del "culto interior a Dios" y crea al mismo tiempo la posibilidad de vivir plenamente y completamente lo interior... Las figuras simbólicas, con las que se expresa lo religioso, son también, según su estructura básica, las mismas en casi todas las religiones. C.G. Jung las llama los "arquetipos humanos primarios" de la actividad religiosa en la creación de símbolos. Son los "sacramentos naturales", de los que habla con frecuencia santo Tomás» (Chistus SacratnentderGottesbegegnung, Mainz 1960, 75-76).

culto sacrifical o en su obligación de orar, tendrá la posibilidad, bajo otras condiciones muy distintas a las de cualquier otro, de entender el misterio del sacrificio eucarístico o de la oración cristiana. No lo verá bajo un aspecto que le facilita «desde fuera» la visión de un detalle, que corresponde a su casual horizonte personal. Así, no se puede tratar solamente de qué papel juegan los cristianos en un estado como la China maoísta. Bajo ese criterio ideológico formas esenciales del cristianismo en China tienen que ser consideradas no sólo como superfluas, sino como reliquias contradictorias y anacrónicas. Lo mismo vale para las tradicionales disputas con las religiones tradicionales de China, como el Taoísmo, el Confucionismo y el Budismo. Tampoco éstas pueden ser sometidas a juicios que corresponden a una interpretación ideológica antirreligiosa o secularizada.

Con los ejemplos extremos se puede aclarar qué papel juega el propio punto de partida religioso también para la comprensión de otra religión. Si no se quiere llegar a un catálogo de juicios con criterios extraños, es necesario «dar la palabra» al propio sentimiento religioso. La propia fe no es por eso ningún impedimento, como se opina a veces, sino ante todo el presupuesto requerido para el diálogo teológico con los hombres de otra religión Ella facilita la «comunicación» adecuada. Ella protege el fenómeno religioso desconocido de ser empujado hacia un terreno que es extraño a su carácter religioso y, a través de ello, distorsionarlo. Por eso, en este terreno de comunicación, nos relacionamos con las condiciones que tienen que ver con la percepción «libre de prejuicios» de los fenómenos religiosos.


3. LAS HUELLAS DE ENCUENTROS ANTERIORES

El encuentro y el debate con las tradiciones occidentales y su historia espiritual, especialmente con la ideología cristiana, ha dejado su sedimento en las otras religiones. Los más importantes entre sus reformadores y sus pensadores principales han conocido la cultura europea cristiana y los contenidos de esta fe. No solamente en la casa de un hombre como Mahatma Gandhi estaba el Nuevo Testamento junto a la Bhagavadgitá. Encontramos los sedimentos de estos debates entre los representantes del nuevo Budismo en Sri Lanka, como entre los importantes pensadores de la escuela budista de Kyoto en Japón. Esta recepción y asimilación de cultura cristiana y de impulsos espirituales y éticos corrió pareja con los rápidos cambios políticos y sociales en los diversos países. En muchos aspectos la propia religión tradicional no estaba en situación de responder válidamente a las exigencias que surgían y a los retos sociales.

Los órdenes populares válidos que funcionaban, tenían su fundamento y su obligatoriedad en su relación con la correspondiente religión del país. El sistema indio del Varna estabilizaba las situaciones existentes como una compacta estructura de orden, basada en el parentesco y la ascendencia. Así era inevitable que con el desarrollo de las nuevas formas de estado que sobrepasaban los conceptos étnicos, con una constitución democrática; pero, sobre todo, con el creciente papel del individuo como una persona que dispone de sí misma, la tensión con la propia religión recibida se hiciera mayor. Las costumbres fundamentadas religiosamente de quemar a las viudas y del matrimonio de los niños fueron el desencadenante para la reforma del hinduismo –como vimos en otro contexto– en Ram Mohan Roy (1772-1833). La comparación con la ética cristiana y el concepto de hombre que la fundamenta, los hizo aparecer como «inconvenientes» y desarrollos equivocados de la propia religión original 210. El «carácter de sal» del Evangelio (Mt 5, 13) opera aquí de un modo latente. El camino no conduce a la comunión con la Iglesia, sino a una nueva comprensión, cambiada, de las propias fuentes religiosas. Los antiguos textos son interpretados de nuevo a la luz y con la ayuda de las reglas y las orientaciones de los valores occidentales que surgen del cristianismo.

El marco y el potencial para el encuentro y reconciliación de las tradiciones se busca de su parte dentro de la propia tradición; receptividad y apertura aparecen por su parte como puntos de apoyo de la autoafirmación. El encuentro con lo extraño, con el otro... aparece

210. «Conceptos y modelos filosóficos occidentales-cristianos están ya presentes en la forma interpretar de Rammohans y se adentran profundamente en su autocomprensión. Su programa de la vuelta reformadora a la pureza de las fuentes, su universalidad, su concepto de Dios, su estilo de interpretación, etc., son puntos marcados fundamentalmente por el encuentro con el pensamiento europeo» (W. Halbfass, Indien und Europa, Basel 1981, 234).

ahora como desafío positivo y como posibilidad para la conservación y actualización de un potencial propio del hinduismo 211. Esta nueva interpretación y también reinterpretación de la tradición propia por parte del movimiento de reforma religiosa no está libre de oposición por parte de los conservadores de la tradición. Para ellos la unidad de las tradiciones religiosas y la unidad social (En el caso de India: la fe hindú y la sociedad hindú) son inseparables. Las consecuencias son con frecuencia fuertes tensiones y discusiones trágicas en el seno de estas comunidades religiosas 212.

Junto a esto, el alejamiento de la religión de los padres aumenta. Donde los reformadores no consiguen del modo dicho tender puentes hacia el presente rápidamente cambiante, son rodeados de ideología y actividad secular. Las religiones se ven amenazadas de perder su relevancia en la situación actual. Aparece una separación entre intimidad religiosa y la práctica política, social y económica, que se inclina hacia otros puntos de vista. En el caso de la India, es característico el cambio entre el reformador Gandhi y su pragmático y secular sucesor Nehru 213.


4. CONSECUENCIAS DEL CAMBIO

Lo que sigue es característico para el encuentro de estos movimientos de reforma con el cristianismo. Éstos están, por decirlo así, y en relación con ciertos contenidos del mensaje cristiano, ya «a la defensiva de antemano». El diálogo teológico se hace más difícil de esta manera. Éste se puede relacionar ciertamente con los elementos de la religión extraña ya conocidos y naturalizados en el interior de la correspondiente religión. Pero tienen que ser ante todo y en primer lugar, reconducidos al contexto adecuado que les pertenece dentro de la fe cristia-

  1. Ver más arriba, p. 243**.

  2. El asesinato de Ganhdi por un fiel hindú ortodoxo fue una expresión crasa de este conflicto. Su asesino Ghose pretendió haber actuado en defensa de la verdadera fe hindú. Para él, la unidad querida por Ganhdi con los mahometanos significaba una traición al principio de identidad de fe hindú y de sociedad hindú.

  3. O. Waack, Verantwortung und Hoffinung. Jawaharlal Nehrus säkularer Humanismus und der christliche Glaube, Gütersloh 1976, 200ss.: «Der säkulare Staat».

na, a la cual pertenecen originariamente, y en la cual reciben su pleno sentido. Mientras fluyan en el encuentro bajo un sello budista, hindú o islámico, no son todavía utilizables para el propio diálogo. Un ejemplo claro para este nuevo carácter ambivalente del diálogo, son las interpretaciones de Jesús que hacen las religiones extrañas al cristianismo.

Para la tarea teológica con las religiones cambiadas del dicho modo son importantes dos consecuencias de este desarrollo. Tratamos con interlocutores para los cuales el anuncio cristiano ha perdido el carácter de algo extraño y nuevo. Están no solamente convencidos de conocer ya su contenido. A ello se une también el hecho de que, al estar ciertos conceptos cristianos naturalizados en su religión, se imaginan haber encontrado la llave de la comprensión del credo cristiano de un modo apropiado. El horizonte de interpretación del pensamiento cristiano y del contenido de esa fe, que se abre en el ámbito de su propia religión, aparece para ellos como el más completo. Hay que conocer los criterios de este horizonte, también para una valoración y apreciación de los elementos cristianos. Sólo de este modo les aparecerán éstos puestos fuera de las fronteras que, para ellos, suponían el espíritu de la ley judeo-occidental.

Un ejemplo de eso es la comprensión del tiempo en las religiones orientales. La historia bíblica de la salvación es incluida en la imagen cíclica del mundo con sus cambios interminables y repetitivos de las edades del mundo. Con esta relativización del único y singular hecho de la Encarnación, pierden también el comienzo de la creación y el fin de los tiempos su singularidad. Por el contrario, aparecen como una época entre otras muchas innumerables.

La comprensión de la Encarnación como una de las manifestaciones del más alto absoluto (Brahman) corresponde entonces a la interpretación de Jesús como un avatára. Con lo cual se le convierte en una de las formas cambiantes del transcurrir de los tiempos del mundo, que están sujetas al mundo indio de los dioses. Incluso cuando se le reconoce, en la época actual que nos toca vivir a nosotros, el más alto significado y una dignidad incomparable en comparación con los fundadores de otras religiones; este acontecimiento continúa siendo uno más entre los incalculables que han ocurrido y los que todavía van a tener lugar.


5. NUEVA CONCIENCIA DEL ENVÍO

A la universal inclusión de los contenidos cristianos en las imágenes religiosas extrañas de mundo y hombre, se une un elemento misionero hasta ahora no conocido como tal. La fórmula «Asia misiona en Occidente» 214 (G. Vicedom) remite a un nuevo estado de cosas.

Religiones orientales, que en su historia estaban determinadas por su origen, pertenencia étnica e identidad cultural, se ofrecen como un nuevo sentido y una nueva sabiduría de la vida, también para los hombres en los países occidentales de origen marcadamente cristiano. Se trata no solamente de influjo en el terreno espiritual y literario en relación con grupos de simpatizantes. Muchas de ellas han constituido organizaciones de miembros que trabajan en todo el mundo. Sus misivas se propagan con ayuda de los modernos medios de comunicación social. En las sociedades, asociaciones culturales y reuniones locales se practica, junto a información y enseñanza y conferencias de los contenidos religiosos de las religiones de que se trate, sobre todo su ejecución práctica en forma de actos de culto y de observancia. Muchos de estos movimientos llevan la denominación inglesa de «missions» en relación con su nombre 2t5.

Con este desarrollo están la teología y la Iglesia ante una nueva tarea. En la pastoral de la Iglesia se trata de preparar a los hombres ante esas nuevas actividades misioneras de estos grupos religiosos extranjeros. Para poder darles el saber necesario y el bagaje espiritual de conocimientos, hace falta la reflexión teológica para esta tarea. Para ello hay que tener conciencia especialmente de lo siguiente:

  1. En este contexto hay que remitir a diversas investigaciones de G. Vicedom, Die Weltreligionen im Angriff auf die Christenheit, München 1956; Die Mission der Weltreligionen, München 1959.

  2. Así ya desde su constitución legal en el año 1909 la sociedad de misión Ramakrishna. Ya en 1897 su fundador Vivekananda propaga, a su vuelta del Parlamento Mundial de las Religiones de Chicago (1893), festejado entusiásticamente por una gran multitud de gente en Madrás: «¿Dónde estan los hombres, que están dispuestos a ofrecer todo, para que este anuncio sea oído en todos los rincones de la tierra?... ¡El mundo los anhela; sin ellos desaparecerá el mundo. Todo el mundo occidental está sentado sobre un volcán, que puede estallar mañana... Tenemos que salir, tenemos que conquistar el mundo con nuestra espiritualidad y filosofía... La nuestra es la única religión verdadera... Solamente el Vedanta y únicamente el Vedanta puede ser la religión universal de la humanidad!» (citado por H.P. Müller, Die Ramakrishna- Bewegung. Studien zu ihrer Entstehung, Verbreitung und Gestalt, Gütersloh 1986, 95).

La nueva pretensión universal de estos movimientos misioneros hay que reconducirla a la moderna extensión de sus tradicionales feudos y ámbitos. A través del encuentro y del influjo del anuncio y de la misión de la Iglesia, que se dirige a todos los hombres, se dibuja en esas religiones no solamente una autocomprensión universal, sino una praxis correspondiente a ella. Desafiados por el anuncio cristiano universal, reaccionaron los representantes de las religiones orientales por medio de reformas, interpretaciones nuevas y contraplanes misioneros.

Además, la interpretación del cristianismo está determinado por dos aspectos: la definitiva actualidad del acontecimiento de Cristo es desnudada de su singularidad histórica, y colocada dentro del cuadro temporal cíclico de las religiones orientales. Simultáneamente se regionaliza posteriormente su vigencia. Así también se la coloca en las condiciones históricas de sus orígenes, en la esfera cultural judía, griega y romana. Aparece así como una expresión específica para estas esferas culturales de la verdad más completa y más general contenida en la propia religión. La revelación cristiana es reducida así a un ámbito parcial de otra religión que la completa y la supera.

Por eso, en el encuentro misionero con los hombres de estas religiones, el mensaje cristiano tiene que ser comprendido por otra religión, ante todo, a partir de esta posición integral. Mientras sea considerada bajo el signo de lo extranjero, desaparece el fundamento de su mediación misionera. Su validez para todos los hombres está en la singularidad del acontecimiento de Cristo. Cuando éste es interpretado con la condición impuesta por otra religión y está sometido a su propia comprensión, pierde su ser y con ello su validez. Esta consiste justamente en que, en relación con este fundamento de salvación, todas las demás religiones y otras vías y conocimientos religiosos muestran su carácter provisional y preparatorio.

Ante los cambios que atraviesan estas religiones, una teología de las religiones estará fundada en éste su destino final. Estos cambios han sido provocados por el encuentro con la verdad cristiana y su actuación en la historia. El hecho de que ésta aparezca después ante ellas cambiada y renovada como una parte de su propia verdad, no justifica en absoluto su exigencia universal ante esta verdad. Para el teólogo queda la misión de investigar estas relaciones, no solamente en el sentido de un desarrollo interreligioso y su condición histórica. Le obliga la interpretación de estas circunstancias. Solamente por medio de ellas puede quedar claro, que el único fundamento posible de una oferta universal de salvación, para toda la humanidad, está apoyada en el misterio de la Encarnación. Por su Encarnación, Dios ha suprimido las barreras que están impuestas en la historia de la humanidad, también a las religiones, a causa de costumbres, lenguas y culturas 216.

La unidad del género humano, establecida ya en su destino de creado, se realiza por medio de Jesucristo 217.


6. UN MUNDO Y SUS PRESUPUESTOS

El encuentro teológico con otras religiones se realiza en una situación mundial común cambiada. Consta de una realidad actual que relaciona las tareas, necesidades y problemas que están ante los hombres de diversas religiones y naciones, que están relacionados entre sí y que se parecen mutuamente cada vez más. Se puede hablar de una relación global, en la que los intereses y objetivos de la humanidad están unidos unos con otros. Lo que ocurre hoy en una región de la tierra, no permanece sin efecto en las otras partes del mundo.

Pero este deseado y necesario proceso de acercamiento de los pueblos y los estados se perturba siempre por diversas oposiciones. Estas proceden de conflictos marcados por la historia, faltas de reconciliación étnicas, o intereses propios mal entendidos. Con no poca fre-

  1. La constatación de que este «carácter de barreras» vale para todas las otras religiones, en consideración del origen e identidad étnico-cultural, necesita con respecto al carácter de excepción del Budismo y del Islam, de una aclaración. Hasta qué punto el Budismo, según su origen, cumple con los criterios de una «religión», se discute entre Ios investigadores. En su forma original hinayánítica se abstiene de toda forma de metafísica y de adoración de Dios. Su camino de ocho senderos para la autoliberación del hombre y su reflexión teórico-sistemática aparecen como válidos en todas partes, en los escritos budistas. Pero su realización permanece reservada -como intentamos explicar en el capítulo sobre el Budismo- a unos pocos. El Budismo no conoce en su mensaje el «para todos».

    El mismo Islam representa ya, como una religión poscristiana, aquel tipo de religión que sin el ideal del carácter de validez universal del acontecimiento de Cristo, habría permanecido detenida como incumbencia de sólo sus seguidores arábigos. El hecho de que el cristianismo en su historia también estuvo siempre sometido a fronteras étnico-culturales, no cambia nada en su ser singular como nueva creación de la unidad perdida, que el género humano tenía por creación.

  2. Ga 3, 28ss.

cuencia los Estados recién creados en el tercer mundo están ante diferencias que amenazan su existencia. Estos conflictos fueron alentados hasta hace poco por el influjo de ideologías extrañas a ellos, como el marxismo y el de los poderes políticos influidos por él. Hoy acompañan a este proceso los gravámenes de los diversos desarrollos económicos y técnicos. Las tiranteces de la relación este-oeste están liberadas de esta tensión.

La horquilla del desarrollo económico e industrial entre las llamadas naciones industrializadas y los países agrarios del tercer mundo amenaza con separarlos más y más. Las ayudas financieras, que llegan a los estados subdesarrollados por medio de los programas de ayuda al desarrollo amenazan no pocas veces con convertirse en mecanismo de reparto. A esto hay que añadir las deudas crecientes, que una parte de estas ayudas constituyen.

Las modernas condiciones de vida en las aglomeraciones urbanas llevan a una despoblación de los territorios de colonias humanas originariamente campesinas. Alrededor de los centros urbanos se forman cinturones de miseria de una población separada de sus relaciones sociales originales. A través de esto surgen dentro de estos Estados nuevas diferencias sociales.

Así se da una mezcla de las más variadas situaciones de intereses, que no pocas veces dan lugar a movimientos revolucionarios y a conflictos semejantes a guerras civiles. Las enemistades étnicas tradicionales pueden estar unidas a contrastes sociales ideológicos de los partidos políticos. Conflictos, que antiguamente se resolvían por medio de las hostilidades tribales tradicionales, se convierten en la actualidad en guerras de exterminio, a través de las modernas armas y técnicas de lucha 218.

La Iglesia está llamada a ser un signo de paz entre los hombres, ante la escalada y el desarrollo de los campos de conflicto y la tirantez

218. «El demonio no nos retiene más en su maldición por medio del fetichismo y la magia. Ha encontrado algo mucho mejor para "poseer" hombres: esas grandes estructuras colectivas, con cuya ayuda él equivoca el recto uso del mundo, por el cual los hombres están llamados en Cristo a dar un sentido a su vida en la apertura de la fe, de la comunidad fraternal y del servicio» (Y. Congar, Auser der Kirche kein Heil. Wahrheit und Dimension des Heils [Fuera de la Iglesia no hay salvación. Verdad y dimensión de la salvación] Essen 1961, 153).

de las tensiones. Por su propia existencia entre los pueblos y por su mensaje, ella da testimonio de que «la paz, que sobrepasa todo entendimiento» (Flp 4, 7), como don de Dios, es la condición indispensable de la disposición a la paz entre los hombres. Con la confesión de fe en Jesucristo, «que es nuestra paz», (Ef 2, 14) nos recuerda que el mismo hombre tiene que estar dispuesto a la paz con la ayuda de Dios, para poder vivir en paz con otros hombres. En este signo y en su existencia testimonial está la contribución de los cristianos a la paz, puesto que ellos se deben a la humanidad, por encima de todas las medidas que tienen que ser tomadas en caso de peligros y conflictos contra la paz.

Por eso la Iglesia se puede constituir en portavoz y anfitriona también para los defensores de otras religiones, cuando se trata de recordar estos presupuestos a la humanidad. Junto con ellos, ella puede testimoniar las raíces metafísicas que calman el ansia de paz de la humanidad, «la paz eterna» (I. Kant) que ella no es capaz de prestar con sus propias fuerzas.

Con la invitación del papa Juan Pablo II a los representantes de las diversas religiones en Asís, para un testimonio común de paz en el año 1986, la Iglesia lo ha expresado. La crítica a ese encuentro de oración ha malentendido su carácter y por eso ha sido mal interpretado 219. En la oración común no se trataba de borrar las diferencias que hay entre la oración en nombre de Jesucristo y las formas de adoración en otras religiones. Por eso no se realizó ninguna oración común ni liturgias en estos encuentros. El papa Juan Pablo II había invitado a los representantes de las diversas religiones mucho más, en una situación, en la que la paz en los pueblos y entre ellos estaba amenazada de muchas maneras, o incluso rota, para testimoniar que el ansia de paz remite a una dimensión religiosa 220.

  1. Así, entre otros: J. Dörman, Der theologische Weg cles Papstes zum Weltgebetstag der Re/ionen in Assisi; en Theologisches, 1988, Columna 325ss.: en «Assisi int Kontinuum»; en SAKA Romisch-katholische Monatsblätter, n. 10, octubre 1989, 203; además: H. Bürkle, Das Modell «Assisi 1986» und der interreligiöse Dialog; en Forum Katholische Theologie, Cuaderno 1989, 117-127.

  2. Así, en la alocución del Papa, en el encuentro de oración ante la Basílica de San Francisco de Asís, el 27 de octubre de 1986: «Por eso subrayamos y reconocemos, que nuestra vida futura y la paz dependen siempre del regalo de Dios a nosotros» (L'Osservatore Romano, 31-10-1986. 1).

En cuanto de esta manera se expone la paz como don con su carácter de gracia, no se busca un común denominador en las religiones. El Papa ha aclarado muchas veces dónde tiene la paz su fundamento y sus presupuestos para él y para todos los hombres cristianos. «Sí, solamente en Cristo pueden ser salvados todos los hombres. "En ningún otro se puede encontrar la salvación. Pues no se nos ha dado a nosotros los hombre ningún otro nombre bajo el cielo por el que podamos ser salvados" (Hch 4, 12). Pero, puesto que desde el principio de la historia todos están ordenados a Cristo (Lumen gentium, n. 16), cada uno que sigue fielmente la llamada de Dios –cuando lo conoce– tiene parte en la salvación operada por Cristo» 221.

Con lo cual la posibilidad de convocar a hombres de otras religiones con sus oraciones y meditaciones por la paz en el mundo, se fundamenta cristológicamente con claridad. El rezar y meditar en las otras religiones descubre al cristiano su significado a la luz de las promesas de Dios cumplidas. Aquí nos encontramos al mismo tiempo con una determinación de las relaciones entre la coordinación y el discernimiento. Para la verdadera comprensión del encuentro de Asís es este «al mismo tiempo» de importancia.

Además aparecen aquí importantes indicaciones para la determinación del papel de la fe cristiana en el diálogo con gente de otras religiones ante un reto común en la actualidad. La afirmación del credo «sólo en Cristo» diferencia históricamente lo todavía provisional de su fin último. Explica dónde tiene su fundamento oculto todo el llorar y el rezar humano, que para la fe cristiana está a la mano. En este último destino en el Cristo elevado a la gloria, también las posturas y las experiencias piadosas de los hombres en las religiones de los pueblos, tienen su significado específico para el cristiano. Ante una situación mundial, en la que el mero hablar de paz de la gente sólo oculta la falta de paz, son capaces de hacer entrever algo. La fe que sabe de la enemistad, entre hombre y Dios y por eso también entre hombre y hombre, superada en Cristo, es capaz con su profunda clarividencia de decidir la importancia que corresponde a los modos de actuar religio-

221. Juan Pablo II, el 22-10-1986 en su audiencia general antes del encuentro de oración en Asís (cfr. o.c., en nota 220, p. 2).

sos en las religiones extrañas para nosotros ante la búsqueda de paz en el mundo. El «sólo en Cristo» no apaga esta valoración, sino que la hace muy posible. Puesto que sólo la fe puede ver en que dirección miran los orantes de otras religiones. Por eso, el «sólo en Cristo» no es una forma exclusiva, que deja hundirse a todas las formas y esperanzas religiosas fuera del cristianismo en el gris indefinible de una provisionalidad sin transcendencia histórica 222.


7. EL DIÁLOGO EN VARIAS DIMENSIONES

El diálogo teológico con las religiones no cristianas exige una modo de encuentro de forma pluridimensional. No se sigue de ningún modo solamente al nivel de un discurso teórico, en el cual se discuten mutuamente contenidos de fe y opiniones de maestros. Correponde mucho más a la esencia de las diversas religiones, que se manifiestan en la plena amplitud de la capacidad humana de expresión. Esto vale no solamente para los pueblos de las religiones llamadas naturales. También en las religiones llamadas superiores, como por ejemplo el budismo o el sintoismo, se necesita para la comprensión de aquello que distingue a esa religión no solamente el conocimiento de sus escrituras santas. Esto está más bien al servicio de la práctica de esa religión. Para esa comprensión son de mucha importancia sus lugares santos y la piedad que se desarrolla en ellos. En el ángulo de la observación y para la percepción de esa religión, está la totalidad de la participación corporal-espiritual. La participación del cuerpo tiene también su importancia, así como las formas de vivencia internas que se realizan en el profundo terreno del alma. Nosotros tomamos esta totalidad del encuentro teológico con otras religiones en el concepto de del diálogo pluridimensional.

222. «Aquellos que sin culpa no le pertenecen (nota: a la Iglesia), pueden, sin embargo, recibir en el encuentro con las verdades que dan el impulso para revelarles su más profundo interior, un gérmen de la fe y del amor santo» (Y. Cungar, Außer der Kirche kein Heil, p. 154, [Fuera de la Iglesia no hay salvación]).


7.1 La comprensión como percepción

La comprensión de otra religión exige la disposición de percibirla en toda la riqueza de sus facetas, con las que se expresa a los hombres que le pertenecen. Eso es extremadamente difícil, porque procesos religiosos esenciales de ella se substraen a las simples miradas y a las observaciones directas.

Estamos ante una especial problemática hermenéutica. Como observadores, nosotros mismos no estamos incorporados en el terreno único en el cual se transmite la experiencia de esos contenidos religiosos. También el observador atento tiene aquí que ser consciente del status de su distancia. El mero estar presente no puede cambiar nada en estos hechos. La entrada en el círculo interno que facilitaría la percepción del acontecimiento religiosos extraño, permanece prohibida. Sólo se podría superar al precio de perder la propia identidad cristiana. Pero incluso este cambio está descartado; pues sería el fin natural del diálogo. Se volvería un «monólogo» religioso bajo un signo religioso extraño.

Por eso, esta distancia tiene que ser tomada no solamente como una delimitación de nuestra comprensión de otra religión con la que hay que conformarse. En ella están los presupuestos para el necesario «en frente», desde el que solamente puede seguirse el encuentro con perceptividad por nuestra parte.

Sólo cuando se es consciente de esto, está excluida la equivocación entre los que van al encuentro mutuo: los pasos que llevan del mero conocimiento de circunstancias evidentes y de los contenidos en la doctrina de una religión, a la percepción de sus dimensiones ocultas, no significan todavía la supresión de la tal distancia, que permanece.

Para ilustrar nuestra cuestión sobre la relación del conocer y la percepción compresiva, nos servirá el ejemplo del camino en el ZEN. En las obras de Kakichi Kadowakis, la metáfora del «camino» se convierte en la llave decisiva para el diálogo cristiano-budista. El camino es, en ambas religiones, el que hay que andar no solamente por uno que sabe. «El camino es, por eso, no una fuerza que nos atrae desde lejos hacia sí, sino que se revela como una fuerza que nos da confianza, presente en nuestro interior, y que nos acompaña durante la marcha. Esa confianza no es, sin embargo, la de las cosas de nuestra vida diaria, como comer, dormir, vestido y vivienda, sino que se muestra más bien como una fuerza motriz absolutamente intensa en nuestro interior. Por eso, el camino no puede ser objeto de nuestros esfuerzos intelectuales, reconocido como tal. Se trata mucho más de que cuando nos hemos decidido seriamente a buscar el camino, podemos experimentarlo como una fuerza subjetiva en nuestro interior 223.

La auténtica distancia consiste en que la misma metáfora del «camino», poseído por Jesucristo de modo personal: «Yo soy el camino» (Jn 14, 6), significa en el ZEN, por el contrario, el deshacerse de toda personalidad en uno mismo 224.

Sin embargo, remite el diálogo a una dimensión en ambas religiones, que priva del mero conocimiento mutuo. Necesita de la percepción del centro de gravedad que se busca, para poder penetrar en lo nuclear de la otra religión.

«Por eso, el "ojo" de una teología del camino será, no ya la fe iluminada por la razón, sino un corazón que hace propia la gran exigencia de Cristo de salvar a toda la humanidad, de tal modo que conforme lo más profundo de su propio ser» 225.

Por eso, al acercamiento teológico a otra religión pertenecen también justamente aquellos ámbitos, que se substraen a actos cognitivos de entendimiento y análisis comprensibles. Es decir, los conocimientos ganados en la pluridimensionalidad de una religión tienen que ser llevados después al concepto. Pero la misma abstracción conceptual se sigue solamente después del descubrimiento intuitivo y compren-

  1. Erleuchtung auf den Weg. Zur Theologie eles Weges (Luz en el camino. Sobre la teología del camino), München 1993, 55.

  2. La «referencia personal» a que remite Heinrich Dumoulin en el Zen, se refiere a la relación entre maestro y discípulo. «Al observador sensible le salen al encuentro por todas partes en el Zen signos cifrados de transcendencia y referencia personal, sea de fuertes personalidades religiosas (como los maestros del Zen Dogen y Hakuin), para descubrir sus mas recónditos secretos, o al esforzarse en leer relatos informativos actuales sobre las vivencias y odiseas de discípulos del Zen, así como la simbología cerrada del arte Zen» (Welt und Selbst in der östlichen Meditation; en Interpretation der Welt, homenaje a Romano Guardini, Würzburg 1965, 494).

  3. Cfr. o.c., en nota 224, p. 56.

sivo de los fenómenos, que están en la base de la formación de los conceptos.

El leguaje de la iconografía es algo propio ante la comunicación verbal. No solamente en las religiones de los pueblos en estado natural, se actualiza el mundo de los espíritus y de las ánimas en la danza sacral de un enmascarado. La vivencia de la representación india del culto significa para los participantes, la cercanía inmediata de las historias de dioses transmitidas en el mito.

Para la verdadera percepción, como presupuesto para la comprensión teológica de otra religión, hay que tener en cuenta la relación integral entre hombre y comunidad sagrada. También allí, donde parece tratarse de un acto individual de religión, está mezclado el corpus invisibile, que pertenece a todos los miembros. Esto es valido no solamente para la unidad transcedente en tiempo y espacio de vivos y de ánimas en las religiones tribales. También allí, como en ciertas tradiciones hindúes, donde nosotros nos relacionamos claramente sólo con el individuo en su realización meditativa, sin ninguna conexión con la comunidad, existe un contexto oculto más amplio. Esto vale para el Yogi aún en mayor medida. Las fuerzas que nacen de él no proceden de él mismo. Están ganadas de un campo cósmico de fuerzas, que el hombre tiene que abrir integralmente en todo el esfuerzo de concentración de cada yoga.

Aquí podemos remitir solamente a éste y otros ejemplos. Con ellos se trata de aclarar lo que queremos decir cuando afirmamos: los conocimientos necesarios para la interpretación teológica de otra religión suponen la observación y la percepción. Esto incluye todas las dimensiones de una religión, que están en la base de sus manifestaciones 226.

El teólogo es consciente con tal esfuerzo tanto de las profundidades como de los secretos que pertenecen al misterio de Cristo en la Iglesia. No se mueve en el diálogo desde su religión de la Escritura

226. Aquí es válido en general lo que constata H. Dumoulin en relación con las religiones de Oriente: «La idea cristiana de hombre totalmente desarrollada contiene la respuesta a las exigencias del hombre oriental en cuanto a totalidad y unidad. Estas exigencias no están limitadas dentro de lo cósmico, sino que tienden, como todas las exigencias humanas profundas, a lo que está más allá del mundo visible, a la transcendencia y la perfección personal» (cfr. o.c., en nota 224).

hacia los diversos terrenos de la experiencia y modos de expresión de otra religión. Basado en su pertenencia al Cuerpo místico de Cristo (Ef 5, 32) y al nuevo «dinamismo» que facilita la vida (1 Co 4, 20) también conoce los grandes contextos de su religión. Estos no pertenecen solamente a las connotaciones de tiempo y espacio que delimitan la pertenecia a la Iglesia en la tierra y en el cielo.

También las fuerzas y poderes del cosmos están al servicio de Cristo como cabeza suprema de su cuerpo místico (Ef 1, 21). Las dimensiones de esta realidad oculta que se abre al creyente, son el presupuesto para la inprescindible percepción que penetra en otras religiones en materia teológica.


7.2 Comprender desde el centro

Para el acceso teológico a otra religión aparece como demasiado fácil lo que es común o comparable. No raramente se representa de este modo la cabeza de puente que sirve de encuentro para la comprensión de otra religión, como desarrollo pleno de ésta. En una tal mezcla de horizontes aparecen rápidamente rasgos particulares de una religión como partes centrales de ésta. Pretenden comprender totalmente lo esencial por medio de la adaptación a la propia categoría de interpretación.


7.2.1 El ejemplo de la mística

Como ejemplo de esto nos ayudará el intento de fijar, con ayuda de la mística, el punto común que sostiene las religiones. Este intento se emprende especialmente por los defensores del moderno hinduismo en relación con el cristianismo.Para ello se engarza con un concepto general de «mística» la experiencia religiosa central hindú del ótman individual con lo profundo del ser del brahman. Esto predispone entonces a agregar las demás religiones a este concepto del hinduismo. Todas ellas llevan en sí un elemento místico, se dice. De hecho nos tropezamos en casi todas las demás religiones con esto.

Sin embargo, las religiones se diferencian precisamente en aquello que pertenece a su núcleo esencial. Solamente cuando se hace abstracción de esas sus especiales vías de salvación, se puede hablar de mística en general. El ideal taoista chino del no hacer nada (wu-wei), de la armonía con el fondo del ser del Tao, es de otra clase que la piedad india bhakti, en la cual el piadoso se sabe uno con la deidad que adora. Es distinta, por otra parte, la superación del ego en el camino budista del Nirvana. También la piedad sufita del Islam está determinada por una profunda experiencia mística de Dios. «Aquí se experimenta la divinidad como «el ser más alla de todo ser», a veces incluso como «no ser», puesto que no puede ser descrito por ninguna categoría de pensamiento finito; la divinidad es infinita, sin tiempo, sin espacio, es existencia absoluta, es la única verdad» 227.

Cuanto más se compara los modos místicos de piedad en las diversas religiones, menos se puede concluir de ello que exista una base común a todas las religiones. Para cada místico es válido que su experiencia indecible con palabras y conceptos nace en el contexto de una religión concreta. Le pertenece a él. Está en relación con él. Todos los intentos de ver en la religión mística una «meta-religión», en la cual encuentran su más alta unidad las religiones concretas, olvida este hecho 228. Así ocurre, cuando S. Radhakrishnan, partiendo de la piedad advaíta, incorpora de ese modo todas las experiencias místicas en otras religiones al propio «volverse uno» (hacerse uno) de átman y de brahman. «Todas las religiones se fundamentan en la experiencia personal de los videntes, en su inmediata conciencia de una presencia espiritual infinita de otro mundo y dentro de este mundo de cambio y de tiempo» 229. Es el intento de ver en los místicos de todas las religiones una nueva «unidad del espíritu» más alla de todas las diferencias de las religiones. Pero, en el fondo, se eleva la vivencia central de la identidad upanishádica («Tat tvam asi = Yo lo soy») para que sea la medida de otras religiones. Todas ellas aparecen como variantes de aquello que el hinduismo conoce en su particular

  1. A. Schimmel, Mystische Dimensionen im Islam, München 1992 18.

  2. Esto se ve claro simplemente en la distinción de los dos tipos principales de mística, que se han tratado de diferenciar como «mística del infinito» y «mística de la personalidad». El primer tipo esta expresado con la mayor claridad en el sistema de Plotino y en las Upanischades védicas, sobre todo en la filosofía de Shankaras advaita... En la así llamada: mística de la personalidad, por el contrario, la relación entre hombre y Dios se ve como relación entre criatura y Creador; como la posición de un servidor en la presencia de su señor» (cfr. o.c., en nota 227, pp.18-19).

  3. Erneuerung des Glaubens aus denn Geist, Frankfurt 1959, 95.

modo de ser. «La universalidad de los grandes hechos de la experiencia religiosa, el alto grado de su similitud bajo los diversos presupuestos de raza y tiempo dan fe de la unidad duradera del espíritu central. Los defensores de esta fe son los ciudadanos del mundo no nacido, que todavía descansa en el seno materno del tiempo. Pertenecen a un movimiento mundial; su templo no es la capilla de una secta, sino un imponente panteón 230.

A la revelación cristiana se le quita su singularidad en tales ensanches de mística religiosa extraña en el sentido de una religiosidad humana general 231. Se la reinterpreta como una de las muchas variantes en las cuales se puede encontrar de nuevo la experiencia mística hindú. La interpretación de los textos bíblicos se realiza entonces según estos «principios hermenéuticos». El mismo Jesus aparece entonces como un místico según la tradición india samnyásín. Lo que no se puede incorporar a esta forma de piedad, le parece a S. Radhakrishnan algo que hay que integrar en la piedad legal judía. Lo mismo piensa del credo de la Iglesia y de su desarrollo dogmático.

El ejemplo del hinduismo moderno muestra por qué el intento, con ayuda de una experiencia piadosa determinada, no puede lograr determinar la unidad de las religiones. Permanece un intento, apelando a un elemento determinado en las religiones (p. ej. la mística), de integrar los fenómenos de todas las otras religiones. El indio S. Radhakrishnan explica así el cristianismo, interpretado bajo este aspecto, como un fruto del espíritu indio 232.

La exigencia de ir al encuentro de otras religiones desde el centro de una religión y no con interpretaciones generales, y por eso abstrac-

  1. Cfr. o.c., en nota 229, p. 310.

  2. Del mismo modo, J.A. Cuttat constata, apelando a H. de Lubac, lo esencial que hay que distinguir en relación con la fiesta budista de la inmersión. «El dónde respira el vidente es "lo absoluto de tantos místicos de lo cual el Budismo nos muestra el ejemplo más perfecto"; la "salvación" budista es el misticismo implacablemente llevado a su final "mysticisme pur" (de Lubac), es, visto desde Cristo, aquel intento absolutamente humano, descrito con maestría por Guardini, de "hundirse en la inmediatez de lo religioso", que en el Oeste y en el Este atribula el "fondo del alma" y aquí como allí representa la otra cara de otro intento, a saber, "hundirse en la inmediatez de la naturaleza"» (Buddhistische und christliche Innerlichkeit..., 457).

  3. «Hay fundamento para considerar el elemento místico en el Oeste como aportación india» (cfr. o.c., p. 307). «Quizás el cristianismo pueda..., hoy encontrar su renacimiento en la herencia india» (p. 318).

tas, tiene también consecuencias para una teología cristiana de las religiones. El fundamento y el centro de la fe de la revelación cristiana está en el acontecimiento de la encarnación, que ha encontrado su más plena expresión en el misterio trinitario de Dios. Todo diálogo auténtico con hombres de otra religión tiene, por eso, que partir de este centro. Pueden aparecer fenómenos concretos del cristianismo, que son comparables a otros en otras religiones y que entonces se sitúan del todo en el primer plano del diálogo. A éstos les corresponde una importancia maeútica en el proceso de esforzarse en comprenderse mutuamente entre los participantes en el diálogo. Se puede comparar el proceso de la comprensión con el lenguaje. Comunicable es sólo lo que está ya instalado en el vocabulario del oyente, cuando aquello que se le comunica le amplía el concepto ya conocido y le enriquece con un nuevo contenido. Cuando el respectivo elemento comparable de otra religión no es extraído de su contexto, al que pertenece, o sea, de su centro, se verá que se presupone otro marco de relación, a pesar de todo intento de parangón. Lo que era en principio parecido gana de nuevo su carácter propio y el distintivo esencial que le caracteriza. Queremos explicar esto otra vez con ejemplos concretos de este proceso.


7.2.2 Más allá de la muerte

Las ánimas son no solamente evocadas en recuerdo piadoso por el que pertenece a una religión tribal. El se siente además a sí mismo unido en comunión con ellas. La vida del individuo y la de su estirpe está esencialmente determinada por ellas. Este corpus mysticum de interdependencia entre vivos y muertos con sus oraciones, sacrificios y modos rituales de comportamiento mutuo se considera plenamente por los teólogos africanos como una categoría especial de interpretación para el ser místico de la Iglesia. También ésta conoce el contexto más allá del tiempo y del espacio, que encierra a las generaciones. Sin embargo, la vuelta de los muertos como se conoce en estas religiones, como se atestigua y como se caracteriza en estas comunidades, depende de otros fundamentos muy distintos. Los muertos son experimentados como aquellos que vuelven a la vida temporal y al lugar que los honra. El culto corresponde a los modos de trato que se tuvo con ellos en la vida anterior. Su nueva presencia como espíritus y potentados es una repetición.

La nueva realidad pascual de Jesucristo, de la que la Iglesia vive, está más allá de la frontera de muerte y temporalidad. En sus celebraciones sacramentales, los muertos no participan como «venidos de nuevo». La comunión mantenida con ellos es la que se comunica por el Cristo resucitado y elevado a Dios. Como miembros de su cuerpo de resurrección ellos están unidos a los vivos, no sólo en la temporalidad, «para toda la eternidad». Lo que existe y se experimenta de comunión en el tiempo de modo místico, tiene su fundamento en una realidad más allá de tiempo y espacio. La «politeuma en ouranois» designa una vida que el Hijo de Dios resucitado y elevado ha preparado para los suyos «más allá» de esta frontera de la muerte.

Lo comparable y lo no comparable está aquí muy cerca uno de otro. Hablar de la comunión con aquellos que estaban antes de nosotros en la vida, no es extraño para un miembro de esas religiones. Pero que la comunión de los que han muerto y resucitado con Cristo 233, rompe los moldes de las fronteras temporales y espaciales de esta vida y que, por eso, conoce una «nueva serie de ánimas» que no están atadas a los lazos naturales de sangre, en eso está lo nuevo y distinto de esta realidad.

Hay también otros ejemplos en los que aparece claramente que la interpretación de un contenido comparable de otra religión, tiene que ser tomado de su «centro». Sólo entonces recibe lo particular el carácter que le pertenece. Si la interpretación falla es por el intento de usar el propio modo demasiado rápido de entender.


7.2.3 Compasión y amor al prójimo

En encuentros actuales con miembros del budismo se destaca preferentemente entre otras cosas la postura de la compasión. «Karuna» se considera en el budismo como una de las posturas fundamentales, que caracterizan a Ios hombres en su camino de Buda. Nace del con-

233. Las afirmaciones del Nuevo Testamento caracterizan claramente esa nueva y distinta realidad fundada en el acontecimiento de Cristo: la existencia del cristiano es participación en la resurrección de Cristo, que ha atravesado la muerte: «Bautizados en la muerte de Cristo» (Rm 6, 3); «sepultados por el bautismo en la muerte» y «vivamos una vida nueva» (v. 4).

vencimiento de la fugacidad de la vida, en los factores que determinan la existencia. Cuanto más se adentra el hombre en el camino de la iluminación, mejor comprende esta dependencia de otros seres. Según su naturaleza, es la mirada «compasiva» hacia aquellos que se dejan apresar por el matorral de la vida y no son capaces de soltarse de él.

Al sentimiento de compasión universal con todas 1as existencias que todavía no se pueden liberar, corresponde aquella otra postura interior de «Metta». Se ha traducido, adaptándolo al concepto cristiano con la palabra «amor». Pero, Caritas en este sentido pleno del Evangelio no es precisemente ese «Metta». Karuna y Metta son expresión de una distancia interior hacia todo lo que determina esta vida.

Más que el amor activo hacia el prójimo, corresponde por eso al budista la postura de huida o de evitar el problema del otro, que a la vista de la suerte de los otros le llevaría a nueva dependencia, para él incurable. Amor, en el sentido de la Metta, significa volver los ojos hacia los otros compasivamente 234. Se realiza allí donde se ayuda a otros deparándoles la descripción del camino que lleva a la liberación de sí mismo. No servicio caritativo como en la parábola del que ayuda, del que hace activamente su «prójimo» del que cayó en manos de los ladrones, es aquí el cumplimiento del mandato del amor 235. La

  1. En las nuevas interpretaciones este concepto se convierte en criterio para la autenticidad de la relación de amor. «La compasión defiende el amor y la alegría común por encima de la felicidad temporal, que se experimenta y se da a otros, para no olvidar esto: ... La compasión no tolera que el amor y la alegría común se encierren ante el amplio mundo que está fuera de su propio terreno... La compasión obliga continuamente a que el amor esanche su círculo... La compasión protege la serenidad, todavía no madurada totalmente, de caer en la indiferencia, la defiende de cerrase egoísticamente en sí misma..., la conduce siempre de nuevo al campo de batalla del mundo, para probarla allí, para templarla, para acerarla» (Nayanaponika en, Buddhistische Monadsblätter 1980, cuaderno 5, p. 111 s., citado por Klaus-Joseph Notz, Der Buddhismus in Deutschland in seinen Selbsdarställungen. Eine religionswissenschaftlige Untersuchung zur religiösen Akkulturationsproblematik, FrankfurdM. 1984, 254).

  2. El gran investigador del Budismo Hermann Oldenberg ha aclarado en este contexto la diferencia entre budismo y cristianismo: «Al querer acercar el budismo al cristianismo, se ha puesto como núcleo de la piadosa moralidad del budista el amor misericordioso a todos los seres. Hay algo de verdad en ello. Pero no hay que olvidar la diferencia interior de ambas potencias morales. El lenguaje del budismo no tiene una palabra para la poesía del amor cristiano de que trata el himno del amor de Pablo, del amor, que es mayor que la fe y la esperanza; si alguien hablase con lenguas de hombres o de ángeles, sería como bronce que resuena o como un címbalo que retiñe. Y así, las realidades en las que aquella poesía ha adquirido carne y sangre dentro del mundo cristiano, no tienen nada comparable en la historia del budismo. Se puede decir que el amor, como se presenta en la moralidad budista, de modo parecido y flotando entre lo positivo y lo negativo, se acerca al amor cristiano sin que se toque con él; como la felicidad del Nirvana, distinta fundamentalmente de la bienaventuranza cristiana, como vimos, fluctúa sin embargo de un lado a otro en cierto modo» (Buddha-Sein Leben, seine Lehre, seine Gemeinde, Stuttgart 1959 13, 306s.).

medida permanece el progreso en la enseñanza del buda. Compasión y amor se relacionan con los que están atrasados en el camino de la salvación. La entrega no consiste en la ayuda en las circunstancias, ni siquiera en su cambio. Sino que trata del progreso, la distancia y el alejamiento interior de esas circunstancias. En eso se nota la bondad de un boddihisattva en el budismo maháyána. De esto trata la calidad de un buda autorealizado. La bondad reparte de lo que siempre de nuevo facilita la existencia amordazada del hombre: separación de la dependencia culpable de uno mismo.

En las interpretaciones modernas de esas dos posiciones fundamentales del budismo se muestra un cambio notable de significado. Se basa en la referencia a la situación social cambiada y en el apoyo en los valores cristianos fundamentales «compasión» y «amor» con un nuevo significado. En primer plano están la voluntad activa de organización y la responsabilidad social 236.

Pero, esa nueva obligación de la relación responsable hacia el otro y de la postura activa de ayuda en las exigencias de las relaciones existenciales no permanece aislada en el terreno de la ética social. Se vuelve de nuevo motivo, para convertirse en presupuestos religiosos budistas que pueden facilitar tales cosas en la práctica 237. La nueva inclinación hacia las tareas y las obligaciones del amor al prójimo, aunque parezca estar muy cerca de una ética social cristiana, es a la vez indicación de una vuelta al modo budista de la salvación. Incluso ahí permanece algo específico. No tenemos ningún derecho, por su cercanía a la ética cristiana, a valorarlo como base de la unidad de am-

  1. «El motivo más alto que puede aportar la ética occidental, es el altruismo, que a pesar de su meta de desinterés personal, sin embargo está inseparablemente entretejido con la forma más sutil del deseo mundano... Este modo de ver occidental se ha difundido por el mundo entero. Hoy han empezado, incluso budistas, a unirse a éI y han empezado a dejar ver en su fe budista signos apologéticos de esta actitud» (N. Sein Nyo 'fin zit, en G. Rothermundt, Buddhismus fiir die moderne Welt, Stturgart 1979, p. 103s.). Todavía está más claro el cambio en la comprensión de la postura fundamental budista en W. Rahula, Der Buddhismus griindet sich auf den Dienst am Anderen (cfr. o.c., en nota 235, pp. 169-234).

  2. Un ejemplo que corresponde al intento de interpretar de nuevo la tradición budista con la vista puesta en los intereses sociales actuales se encuentra en la obra religioso-filosófica del reformador budista ceilandés K.N. Jayatilleke. «A Jayatilleke no le es suficiente la negación radical del "significado salvador de las castas". Donde el buda se contentaba con la "democratización de la salvación", allí defiende él la democratización de la sociedad como exigencia budista. Él quiere ver la idea de igualdad fundamentada en la religión, también realizada plenamente en el ámbito secular, en el nombre de la religión» (G. Rothermundt, Buddhismus .für die moderne Welt. Die n'ligionsphilosophie K.N. Jayatilleke, Stuttgart 1979, 108).

bas religiones. En medio de todas las adaptaciones a los cambios de vida, permanece como enseñanza budista.

Su interpretación referida a la actualidad la eleva hasta el rango de una nueva autocompresión general 238. El budismo pretende, precisamente en las ideas de sus modernistas, ser la fuente de estos valores. Los parecidos que se ven entre el budismo y el cristianismo, se separan de nuevo en la singularidad del «centro» religioso de cada uno 239.


8. TENDIENDO PUENTES HERMENÉUTICOS SIN SINOPSIS

Hay dos reglas para la comprensión teológica de otra religión. Ambas son igualmente necesarias. Pero ambas están en tensión mutua. 1. El proceso de acercamiento perceptivo hay que aplicarlo allí donde se dan presupuestos de comprensión. Tal elección del método de acceso no es uno cualquiera. 2. Representa un primer enfoque. Por medio de él se abre un contexto de mayor comprensión. En él aparecen solamente aquellos fenómenos y contenidos de una religión que a primera vista se sustraen al primer intento de acceso elegido. En teología se ha hablado, pensando en la elección del «punto de contacto», de «acomodación». Hoy es lo normal el concepto del esfuerzo de «inculturación». Se ha ejercido crítica sobre estos conceptos, porque pasan por equívocos. En el fondo se trata de la necesidad de descubrir aquellos terrenos de interpretación, que facilitan al teólogo cristiano la percepción de lo extraño basado en sus presupuestos. Él

  1. Keiji Nishitani, el importante filósofo de la escuela budista de Kyoto, ve el fundamento para el verdadero amor al prójimo en la unidad de todos los seres. «Todos los seres están aquí en el más profundo fundamento de su propio ser, así como son en ellos mismos; y solamente en ese su más profundo fundamento se puede decir, que todo eso es "uno". Por eso, esta postura, en la cual uno ama a su prójimo como a sí mismo y con ello se encuentra en los demás, se facilita solamente donde el uno mismo está en la nada de uno mismo, sobre el fundamento misterioso de todo lo demás y al mismo tiempo todo lo demás está en esta nada sobre el fundamento más propio de uno mismo» (Was ist Religion?, Frankfurt/M. 1982, 416s.). La diferencia con la visión cristiana del hombre está aquí en la negación de la personalidad el hombre y con ello del valor de su unicidad. El yo no encuentra aquí en el tú su sentido querido por Dios y su realización. Ambas cosas tienen que disolverse en la sima sin nombre de su desaparición. «La persona es un fenómeno tras del cual no hay nada, que puede aparecerse. Tras la persona no hay nada absolutamente, es decir, allí detrás está el nada absoluto» (p. 132).

  2. Esto aparece claramente en un pensador budista, en el diálogo con el cristianismo, como el japonés Keiji Nishitani.

no «se adapta» simplemente. Permanece consciente en tales acercamientos a lo que le es extraño y que él quiere distinguir, darse cuenta de esas cosas con mayor profundidad. En el terreno del acercamiento sintoniza suficientemente –y esto toca a nuestra segunda regla– con otros fenómenos, que no se dejan valorar del mismo modo. El círculo hermenéutico en el que el teólogo cristiano se mueve desde ahora está lleno de blocajes. En el camino que falta por andar se trata de incluirlos paso a paso, partiendo del éxito obtenido desde el comienzo en la interpretación. Contra más lejos le lleve ese camino, será consciente más claramente de que se mueve en él como un extraño.

Identificaciones precipitadas perturban este proceso de percepción. Al esfuerzo de acercarse con comprensión se le ofrecen paralelismos bienvenidos. Paso a paso se siente uno sobre terreno más conocido y descubre lo ya familiar de un modo todavía más inusual. Las deseadas identificaciones desfiguran la mirada del teólogo para lo esencial y verdadero. En lugar de aquello que se debe conocer lo primero y que se trata de interpretar teológicamente, lo que aparece en una mirada general prematura está lleno de extrañeza. Un comienzo de percepción lleno de comprensión, pero cuidadoso, no permite una intervención impaciente en la totalidad. Yves Congar ha remitido al hecho de que, en vez de una contemplación meramente comparativa de las religiones, como se desarrolló en el siglo XIX, hoy ha comenzado el intento de una nueva visión unitaria: «,No tienen todas ellas mucho en común? ¿No son todas ellas buenas cuando se las practica obedientemente?» El «comparacionismo» aflora hoy menos que entonces, pero los problemas llegan a los hombres de otros modos. Se viaja. Las ceremonias extrañas aparecen en nuestras pantallas. Tiene lugar una gran mezcolanza de las poblaciones, y el mundo se ha hecho más pequeño. La gente está más cercana a la «veracidad» que a la verdad; espíritu y juicio son inestables. Se prefiere lo vivido a lo tradicional. En resumen: a nuestro tiempo se le ha dado dudar de nuevo del cristianismo ante las otras «religiones» 240.

240. Y. Congar, Außer der Kirche kein Heil, p. 38-39.

Quien entra en el círculo hermenéutico del conocimiento de otra religión con una fórmula de unidad, se ha desposeído no solamente de su legitimación teológica. Él somete además esa religión extranjera a un principio de interpretación que le es extraño. Pero esto ocurre incluso donde las religiones concretas y vividas son sometidas a un postulado artificial de un principio de unidad 241.


9. ACLARACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN

En el encuentro con los contenidos de otras religiones se afina y se profundiza en el conocimiento de la propia fe. La comprensión y la experiencia de aquéllas depende siempre también de los presupuestos especiales de un tiempo y de sus circunstancias. Al correr de la historia de la Iglesia y de su teología cambian los presupuestos bajo los cuales la verdad cristiana se abre a los hombres.

El magisterio de la Iglesia tiene aquí la tarea de recordar la totalidad de la doctrina cristiana y de protegerla de mutaciones de intereses unilaterales en la actualidad. Esto es tanto más necesario, cuanto que no sólo cada época, sino cada desarrollo regional distinto pone su acento propio y especial en la propagación de la fe.

La toma de contacto teológico con los temas de otras religiones suministra a su modo una contribución a esto. Entonces aparecen las especiales peculiaridades de una religión extranjera. Pero al mismo tiempo, toma la palabra, desde lo profundo y ancho de la verdad cristiana revelada, lo que quizás en la propia situación no habría sido ne-

241. Éste es el caso en algunos de los modernos esquemas de una teología de las religiones, que ponen la exigencia en un punto de partida llamado interreligioso o intercultural, al elevar la autocomprensión de una religión como determinación de la unidad de las religiones. Como por ejemplo, cuando J. Hick se eleva a una «última realidad transcendente», que se refleja en todos los dirigentes espirituales de la humanidad. Entre ellos encuentra también su puesto la figura de Jesús. —Sobre esto: J. Hick (editor), Wurde Gott Mensch? (¿Se hizo Dios hombre?) Der Mytos vom fleischgewordenen Gott (EI mito del Dios hecho hombre), Gütersloh 1979, 175-194. A este círculo de teólogos de la religión obligados a un «pluralismo» religioso pertenecen los esquemas con bosquejos de diferentes acentos, como los de L. Swidler, Toward a universal Theology of religión, New York 1987 y W.C. Smith, Towards a World Tehology, London 1981. Un juicio crítico de tales visiones generales pluralísticas de las religiones ha sido emprendido desde la visión católica por M. Seckler, Theologie der Religionen mit Fragezeichen; en Theologische Quartalschrift 166 (1986), 164-184.

cesario expresar. Además, en el tesoro de la fe de la Iglesia está a disposición todo lo necesario para dar respuesta a todas y cada una de aquellas cuestiones actuales. Pero un patrimonio de revelación puede haberse vuelto recesivo. Ha retrocedido ante otras cuestiones al correr del tiempo. Ahora en el encuentro con otra religión vuelve a ganar en «actualidad».

La objeción de que la teología está a menudo demasiado impregnada de «europeísmo», encuentra de este modo su consideración y su necesaria corrección. Una teología de las religiones se siente motivada a entrar en terrenos temáticos que en el horizonte de los propios intereses, quizás en una situación espiritual alemana o española, no son actuales sin más. En todas las relaciones de la globalización de las problemáticas, que hoy tocan a la humanidad como totalidad, permanecen fijos los perfiles especiales que en la actualidad son propios de una determinada religión y cultura, a causa de la historia de su origen. Tener que entrar en ellos significa teológicamente, ensanchar el catálogo de temas en relación con lo propio y familiar. Precisamente por eso, se dirige la atención hacia lo nuevo y en contextos dirigidos a lo profundo de la verdad cristiana total, que en el terreno propio a nuestro alrededor no podían estar examinados. Aprender a descubrir lo propio en lo extraño y entenderlo de nuevo, esa regla válida para cada encuentro con otros, vale también para la cuestión teológica acerca de otras religiones. Como ilustración nos servirá también aquí un ejemplo.


10. OBRA CURATIVA

En la tradición bíblica y en la historia de la Iglesia encontramos un relación íntima entre la fe en la salvación y la actuación de sanación. Los hombres en el Nuevo Testamento que encuentran a Jesús experimentan su poder en el consuelo del perdón y en el don de la curación. En el testimonio de los textos bíblicos son acciones con sentido de señales por las que se conoce la llegada del poder de Dios. Aunque esta relación de salvación y curación es entendida mal por los hombres, Jesús se mantiene firme en esa línea.

La acción curativa con los hombres corresponde al misterio de la Encarnación. En ella se ve inmensamente que la salvación de los hombres ordenada por Dios en Jesucristo tiene que ver con su humanidad por todos los lados y de todas las maneras. Se inicia aquí, no una idea, no un método o la apertura de una «senda» que todavía hay que andar. La nueva vida y la verdadera existencia del hombre en Cristo le ciñe en una totalidad corporal-espiritual. El Adán creado por Dios en su totalidad, es renovado como tal por Cristo. El desarrollo de la curación medicinal en la historia de Occidente es consecuencia y expresión de este nuevo destino del hombre en Jesucristo.

Que la Palabra se hizo carne en Jesucristo y se adentró en la figura de nuestra humanidad significó al mismo tiempo una comprensión encarnatoria de la salvación. Se dedica a todo el hombre en su totalidad de cuerpo y alma. De esta manera, el cuerpo se «santifica» de un modo no conocido hasta ese momento. El consejo apostólico sobre la importancia del cuerpo para los renacidos en Cristo, indica su conservación en este estado para no ser destruido si cae en la antigua existencia: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6, 19ss.).

La preciosidad de la vida humana transformada por medio de Jesucristo es, por eso, la fundamentación definitiva, también para el servicio de curación y asistencia en el terreno de todo lo corporal. El servicio del samaritano al que para él era «el prójimo» (Lc 10, 33-37), es la imagen típica de dedicación al hombre enfermo. La indicación de Jesús «Haz tú lo mismo» (v. 37) no es un imperativo independiente de todo. Es la consecuencia de la renovación del hombre realizada por Jesucristo y en El. La salvación en Él comprende por eso la preocupación por el hombre que se ha vuelto su «prójimo», justamente también en su necesidad corporal. Así como el amor tiene sus raíces en la entrega amorosa del Hijo a la voluntad del Padre, así mismo se sigue la preocupación por el cuerpo del prójimo de la corporalidad del acontecimiento de Cristo.

De esto resulta un exámen científico de las posibilidades de curación y sus presupuestos, jamás desarrollado anteriormente de este modo en la historia de la humanidad.

Se encontró con el destino de criatura del hombre, de abrirse a la naturaleza y su orden, sirviéndose de sus leyes para el bien del hombre 242. Esta libertad dada a él por Dios en Cristo en la investigación y la utilización de todo lo creado ya no está hoy en la conciencia de muchos. Aún menos se agradece en la historia de la investigación del mundo occidental a esta comprensión del hombre fundada en la Biblia y su aplicación en favor de la humanidad. El arte médico tiene en esto su participación definitiva.

Este contexto original de salvación y curación tiene un significado muy grande en los signos curativos de Jesús. Con su acción poderosa de curación remite el Señor a la necesaria curación total de todo el hombre en cuerpo y alma. Que se les dé a los ciegos de nuevo la luz del día, les remite a la necesidad de dejarse iluminar por Jesús con la luz de la fe, que reconoce su poder de salvación para todos los hombres.

Salud recuperada y restablecimiento de la relación con Dios deteriorada por el pecado se pertenecen mutuamente. El samaritano curado de lepra en el Evangelio (Lc 17, 16) encuentra en la fe su salvación eterna («Tu fe te ha curado», v. 19). Partiendo de la ayuda temporal y parcial de cada acto de curación nace el don y su aceptación de la ayuda completa de Dios al hombre.

En el trabajo dedicado a las otras religiones nos encontramos intensamente con ese contexto originario de salvación religiosa y curaciones corporales. En las religiones autóctonas de África, Asia y America Latina la curación es una función integral en el cuadro de las acciones cúlticas y rituales. Su ejercicio pertenece a determinados «ministros» dentro de la comunidad respectiva. Hay para ellos diversas denominaciones en el idioma de cada pueblo. Éstas dejan entender qué tipo de acento recae en la actuación del curandero dentro de la religión tribal. Sus conocimientos y usos de las medicinas que actúan en los dolores y enfermedades concretos justifica su denominación como

242. El poder dado al hombre en Gn I, 26 sobre todo lo creado, tiene su presupuesto en lasimilitudo Dei. No arbitrariamente, sino participando en el trabajo creador de Dios puede el hombre, según la comprensión bíblica, percibir la posición que le distingue de todas las otras criaturas. Su destino de criatura y su restauración en el acontecimiento de Cristo, que crea de nuevo, son el fundamento de su libertad en relación con el mundo creado y la naturaleza.

«hombres de la medicina». Pero su auténtico significado está en su función de culto. Saben investigar las causas de una enfermedad o de un achaque con la ayuda de medios especiales. Para ello son consultados por ellos «los poderes más altos», los espíritus y las ánimas. Por eso jamás comprenden la ayuda que dan a los enfermos únicamente como una terapia somática. «También es obligación de los hombres de la medicina, poner el trabajo manual en manos de las brujas, descubrir hechizos, quitar maldiciones, así como tener bajo control a los espíritus y las almas de los muertos. Tienen acceso a las fuerzas de la naturaleza y a otra ciencia que los demás apenas conocen o desconocen totalmente... Los hombres de la medicina simbolizan la esperanza de la sociedad a tener salud, protección y seguridad ante fuerzas malignas, suerte y bienestar. También son responsables de la limpieza ritual, cuando alguien se tropieza con algo malo, o cuando se hace impuro 243.

En los abundantes movimientos africanos de sectas, de las llamadas «iglesias independientes», las curaciones en los cultos son de importancia capital. En las comunidades llamadas de tipo «sionista» 244, la figura del fundador o «profeta» dispone de dotes especiales de curación. Las curaciones realizadas por él sirven precisamente como prueba de su poder. Aquí, así como también en otros aspectos, la función cristiana primitiva del curador ha sido recuperada y se ha unido a la experiencia de la curación por la fe.

La separación del servico sacerdotal y del servicio médico al hombre, como se ha realizado cada vez más claramente en el cristianismo de occidente, no encuentra ninguna aceptación en el trasfondo de las religiones tradicionales de estos pueblos. La práctica curadora antecristiana y la de fuera del cristianismo reaccionan con ataques contra la separación del servicio médico del contexto de la renovación psíquico-espirirual del hombre que sufre. «En el África Negra la gente unen el papel del médico al del sacerdote». Se espera de él no solamente el bienestar del alma, sino ante todo la salud total que también,

  1. J.S. Mbiti, Afrikanische Religion und Weltanschauung, Berlin/New York 1974, 215.

  2. B. Sundkler, Bantupropheten in Südafrika, Stuttgart 1964, diferencia en su estudio fundamental sobre este movimiento entre los llamados tipos «etiópicos» y los llamados «sionísticos». El primero representa el tipo de secta sacerdotal-jerárquica en supuesto apoyo a la Iglesia etiópica, el segundo recurre más el elemento profético-carismático en el jefe de las correspondientes comunidades.

naturalmente, se extiende al bienestar del cuerpo. Los hombres del África Negra pueden comprender bien, por eso, las dimensiones curativas de la Unción de los Enfermos que, según la comprensión católica, puede contribuir a obtener de nuevo las fuerzas físicas» 245.

La integración del hombre en las relaciones naturales-cósmicas y en su dependencia de ellas se expresa en las tradiciones medicinales, como se han desarrollado en las grandes religiones orientales. En general se puede decir: en la observancia de las leyes sobrenaturales está determinada la salvación y la desgracia y con ello la salud y la enfermedad del hombre. La inclusión de las fuerzas del cosmos es al mismo tiempo ambas cosas: terapia y experiencia de salvación. «Un yogui se consideraba siempre en la India como mahásiddha, como posesor de fuerzas ocultas, como "hechicero"... La India no ha podido olvidar nunca que el hombre en ciertas circunstancias puede llegar a ser "hombre-dios". No se ha podido someter a la constitución humana actual que consta de sufrimiento, impotencia e inseguridad. Ha creído siempre que hay hombres-dioses, hechiceros, puesto que tenía siempre ante sí el ejemplo de los Yoguis» 246.

Cuando M. Gandhi se volvía durante toda su vida contra la ayuda de la medicina occidental, hablaba desde el corazón de un creyente hindú. Un tratamiento exclusivamente somático de una dolencia no era aceptable para él. Tenía que ser el motivo de poner en movimiento en el hombre las fuerzas curativas invisibles del bramán. Ascética y profundización del yoga eran, junto a las materias naturales de curación, caminos insustituibles de terapia 247.

  1. B. Bujo, Heilende Gemeinschaft; en Im Blickpunkt. Mitteilungen der Kirchlichen Arbeitstelle fiir Fernstudien 9/94, p. 3.

  2. M. Eliade, Yoga-Unsterblichkeit und Freiheit, Zürich 1960, 97s.

  3. «La mortificación de la carne es necesaria cuando la carne se rebela contra uno» (M.K. Gandhi, Diet and Diet reforni, Ahmedabad 1949, 87). El rechazo de Gandhi, incomprensible para nosotros, contra el arte occidental de curar tiene su fundamento en que él ve en ello una desconfianza hacia los, para él, santos convencimientos hindúes. «La ciencia occidental de la medicina representa el ser concentrado de la magia negra... Estudiar la medicina europea significa por eso profundizar en nuestra esclavitud... Los médicos europeos son los más escandalosos de todos; al servicio de una preocupación equivocada por el cuerpo matan cada año miles de animales... Por eso, la salvación de la India está en que olvide lo que ha aprendido del occidente durante los últimos cincuenta años» (citado por O. Wolff, Mahatma und Christus, Berlin 1955, 122s.).

Como un ejemplo más nos referimos a la amplia cultura china tradicional de la curación. Tiene su raíz más profunda en la visión taoísta del mundo.

El Tao del mundo repercute en sus cinco rotaciones en el cuerpo humano, con la ayuda especial de la técnica de la respiración. En un sistema interfuncional en cada tiempo estos influjos cósmicos influencian las partes concretas del cuerpo y su salud en relaciones fijas.

De tales circunstancias de influjo entre el macrocosmos y el microcosmos humano se producen efectos fijos en las diferentes partes del cuerpo humano y su salud, resultando las necesarias determinaciones de la enfermedad. Están en un influjo que repugna al Tao y pueden ser determinadas hasta en el órgano concreto del cuerpo humano con precisión. Correspondiendo a esto, las amplias enciclopedias de medicina daban información sobre las prescripciones de los tratamientos y dietas que podían alejar estos males. El Tao se considera como la fuente de la vida. Ser llevado a la concordancia armónica con él significa para el hombre chino felicidad y, en caso de enfermedad, curación 248. Las mismas relaciones con las leyes cósmicas tienen vigencia para los diversos ejercicios corporales para mantener la salud. La técnica de respiración y la gimnasia de curación. La amplia práctica médica china también tiene sus raíces en conexión activa con su sistema taoista. Las substancias que favorecen la vida se encuentran en muchas plantas y árboles, en los cuales de modo especial se han reunido las fuerzas curativas que surgen del Tao (Sen y Jang). La ciencia terapeútica se sitúa en China en el contexto de las leyes del sistema religioso del taoísmo.

Por eso también, la enfermedad concreta es siempre consecuencia de un contexto general perturbado. Tratarlo simplemente como algo parcial significaría, según la comprensión china, una terapia de síntomas, a todas luces insuficiente. Solamente teniendo en cuenta el trasfondo religioso taoista es posible el tratamiento eficaz y con ello la curación.

También en el budismo tibetano encontramos una unidad entre la actuación cúltico-ritual y la de sanación. Como allí, y provenientes de

248. «La enseñanza de las enfermedades y el conocimiento de la curación en China (han) surgido directamente del suelo universalista» (J.J.M. de Groot, Universismus. Die Grundlagen der Religion und Ethik Chinas, des Staatswesens und der Wissenschaften Chinas, Berlin 1918, 121s.)

la religión antebudista Bon, las prácticas chamanistas con sus usos y sus enseñanzas mistéricas han encontrado en la ciencia médica del Tibet su posterior desarrollo y el cuño típico del lamaísmo.

Los ejemplos de las religiones citados aquí proponen a la teología cristiana una doble cuestión. Lo primero, significan un recuerdo del gran contexto, en el que también la sanación medicinal está iluminada por la luz de la necesidad de salvación del hombre. Lo segundo, aclaran dónde está fundamentado el carácter especial y distinto de la ciencia médica y de la investigación occidentales.

Según la comprensión cristiana cada acto de curación médica permanece como un tal condicionado y parcial. No sólo la especialización en disciplinas de la ciencia médica, se pregunta siempre de nuevo por el contexto más amplio y complementario del acto singular de curación. La curación como tal permanece –incluso cuando se logra– como algo provisional y limitado. Es un acto, que muestra por sí mismo la necesidad de la ayuda plena y absoluta que necesita el hombre, y que nosotros relacionamos con el concepto de salud. Solamente bajo el horizonte de esta salud total, que el hombre necesita, la ayuda médica mantiene su sentido real. A la luz de la ayuda inaugurada por Jesucristo, completa y permanente, consigue cada acto de curación su especial dignidad y su validez. Se libera de la falsa esperanza de tener que garantizar más de lo que puede según su propia limitación y provisionalidad. Solamente así conserva su carácter de signo y su función de remisión. En eso conserva algo del carácter de signo de las curaciones testimoniadas en la Sagrada Escritura. El regalo de la curación del hombre, también cuando se produce por medio de la intervención lograda por el médico, permanece una señal de aquello que, como salvación proporcionada por Dios, encierra en sí todas las dimensiones de la curación del hombre. Que cada acto concreto de curación despierta la cuestión de la salvación total del hombre, puede de nuevo llamar la atención en una actividad teológica con las religiones 249.

249. «Por eso lleva la cuestión de la curación en sentido amplio, en cuanto incluye la cuestión de la salvación, más allá de la curación del individuo a la pregunta de la salvación universal más allá de tiempo y espacio. Lleva a la cuestión del "Reino de Dios" y de la "Vida Eterna". Sólo la salvación universal es salvación total más allá de todo lo ambiguo y fragmentario» (P. Tillich, Systematische Theologie, tomo III, Stuttgart 1966, 323).

Pero al mismo tiempo, aparece la diferencia esencial de las religiones. Del espíritu del cristianismo podría surgir una comprensión de la curación médica, que ya no es una variante de los ritos religiosos de curación, como la encontramos en las religiones. Sin perjuicio de las curaciones milagrosas y extraordinarias que siempre han tenido lugar en la historia de la Iglesia, la medicina se desarrolló como una ciencia de curación independiente.

Hay que decir lo mismo de las otras dos religiones monoteístas, el Judaísmo y el Islam. Comparten las condiciones que se dan en la distinción esencial entre creador y creado. Las leyes de los poderes cósmicos no determinan, como en las grandes religiones del Oriente las condiciones de la existencia humana. La ayuda curativa significa, por eso, el uso de los conocimientos y habilidades empleados bajo la propia responsabilidad ética para la terapia del prójimo. Esta no se mueve en el terreno único de la competencia de los sanadores religiosos autorizados y sus conocimientos ocultos. En vez de la integración ritual en las fuerzas cósmicas divinas (Brahmán, Tao) se ha pasado al trato de curación libre con los hombres que sufren.

Este ejemplo de la relación entre la salvación y la curación debería habernos ayudado a la ampliación y a la profundización del horizonte teológico de interpretación en el encuentro con otras religiones.


11. DISCRECIÓN DE ESPÍRITUS

11.1 El criterio amor

Entre los dones del Espíritu Santo (pneumatika) se cuenta, según la primera carta a los corintios (cap. 12, 10), el don del discernimiento de espíritus (diakrisis pneumaton). ¿De qué espíritus se trata aquí? ¿Por qué se nombra esta capacidad entre las otras eminentes «manifestaciones del espíritu» (v. 7)? Entre ellos se cuenta la mediación de sabiduría y ciencia, fe en el mismo Espíritu, carisma de curaciones y profecía. Evidentemente, sólo en la fuerza del Espíritu Santo es posible distinguir las expresiones de otros «espíritus» del mismo Espíritu de Dios.

En los mismos fenómenos pueden manifestarse otros espíritus confundiendo: Experiencias visionarias, éxtaxis fuera de sí, glosolalia o acciones milagrosas; de todo eso saben contar también los testigos del Nuevo Testamento. La unidad de la Iglesia era ya desafiada a través de la práctica de los diferentes carismas, y así el problema se agudiza todavía más respecto a los espíritus extraños. La 1 Carta a los Corintios tiene relación con la primera cuestión. La multitud de dones espirituales plantea la cuestión de la unidad de la Iglesia. El Apóstol responde: «Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (12, 11). A Él corresponde la diversidad de los miembros en el único cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. La unidad del cuerpo no es cuestionada por la diversidad de sus partes. Al contrario: con ella se confirma la vitalidad del organismo en el Corpus Christi mysticum y en su cooperación en la interdependencia y unidad (12, 12-31a). Aquí está el único criterio para la autenticidad de un don espiritual. Solamente cuando surge de la unidad de los miembros, se puede comprender como un auténtico «carisma». Pero esto se muestra en que no se alza sobre los otros o se separa de ellos (12, 21ss.). En la medida de la unidad del cuerpo se decide también lo que le pertenece en la diversidad diferencial.

El segundo criterio, y para el Apóstol aún más importante, para la autenticidad de los dones espirituales es el «Ágape»: «Y aún os voy a mostrar un camino más excelente» (12, 31). El «Ágape» es la legitimación más inmediata de la participación en Cristo. «Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo» (F1p 2, 5), es la expresión de lo que el siguiente himno reconoce con la vista puesta én la entrega desinteresada de Cristo (Flp 2, 5-11). El Ágape es el principio que opera en sus creyentes, y que los conforma con Él. Este homoios auto (1 Jn 3, 2) es en su pefección futura todavía esperada con ansia, y como tal, la esperanza viva de los cristianos. Pero en la medida del amor se muestra ya ahora la autenticidad de la participación en el Espíritu de Jesucristo. Es la conditio sine qua non para los otros dones. Donde falta se desgajan los dones espirituales de su origen en el Espíritu de Cristo y se convierten en emancipados. Comienzan a «polemizar», a «vanagloriarse» y se «hichan», «excitan a la ira» y no se alegran más con la verdad (1 Co 13, 4ss.).

El don de «conocimiento» otorgado en el Espíritu de Cristo responde al criterio del amor. Es la medida de la autenticidad del conocimiento. Por eso, le corresponde también la primacía en el encuentro teológico con personas de otras religiones. Sin él, el diálogo con defensores de esas religiones se queda en mero discurso intelectual, un repaso superficial de intereses diferentes («Bronce que suena», «zímbalo que retiñe». 1 Co 13, 1). El amor no envidia al diálogo el tiempo que necesita como diálogo «interior», como perfeccionamiento vital y como cambio existencial («La caridad es paciente». v. 4).

En ese «camino más excelente» (12, 31) el teólogo no se comporta como en cosa propia. El modo y manera como se expresa deja entrever en él el tua res agitur. La calidad de los dones espirituales (carismas) se transparenta incluso en su propio anuncio. El mismo Dios quiere ser interlocutor en ese diálogo. Por eso no puede degenerar en hostilidad de puntos de vista, ni en el querer tener la razón («Todo lo excusa». «Todo lo cree». «Todo lo espera». «Todo lo soporta», v. 7). Nada se deja sin decir. Pero también lo dicho es aceptado por un último, profundo sí, que no oculta lo necesario para la diferenciación. Esa «alegría con la verdad» (v. 6) brilla entonces como una anticipación de aquella esperanza definitiva, que es la causa de ella siempre de nuevo: La alegría de que Dios «será todo en todos» (1 Co 15, 28).

Ambos criterios de autenticidad para el Espíritu dependen íntimamente uno de otro. El Ágape es el indicio de que se vive y se actúa en la unidad del cuerpo de Cristo. Donde falta se cuestiona la función integral de los efectos espirituales de la unidad del cuerpo de Cristo 250.


11.2 El espíritu y los espíritus

El don espiritual para el «discernimiento de espíritus» (diakrisis pneumaton-1 Co 12, 10) tiene sus significado en relación con fenómenos que se pueden confundir con los dones espirituales de la Iglesia. Éste es el caso en cuanto a manifestaciones y fenómenos en otras

250. «Tenemos que convertirnos en hermanos de los hombres en el mismo momento en que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad, incluso el servicio. Tenemos que recordar todo esto y esforzarnos por ponerlo en obra, según el ejemplo y el mandato que Cristo nos dejó (cfr. Jn 13, 14-17)», Ecclesiam Suam, p. 32 (de la versión alemana).

religiones. Como, de hecho, fenómenos generales de las religiones muestran cosas comparables y no poco frecuentemente anfibologías.

Como ya hemos visto en otro contexto, también en otras religiones se encuentran experiencias místicas. La especial intimidad, la subida del alma a lo que está sobre la consciencia, fenómenos extraordinarios de acompañamiento. Todo esto y muchas más cosas es común al místico en las religiones a menudo de un modo sorprendente. Sin embargo, no es la misma experiencia religiosa. El místico cristiano experimenta de la misma manera algo diferente a lo que consigue el yagui con sus especiales métodos de profundización samádhi. Por otra parte, el que sigue la senda de ocho caminos del buda experimenta algo distinto en su gradual vaciamiento propio en el camino hacia el nirvana.

Los Hechos de los Apóstoles nos dan dos ejemplos claros de las necesidad de la discreción de espíritus. La curación del paralítico en Listra por medio del apóstol Pablo (Hch 14, 8-18) es contestada por los testigos oculares en el marco de su experiencia religiosa anterior: «Los dioses han bajado hasta nosotros en figura de hombre» (v. 11). Esta curación milagrosa permanece ambivalente. No es percibida como expresión de lo nuevo por antonomasia, como signo de la presencia todopoderosa del Espíritu de Jesucristo. Los poderes de la curación son atribuidas a los dioses Zeus y Hermes. El pueblo de Listra cree estar ante ellos en la figura de los que realizan el milagro, los apóstoles Bernabé y Pablo. Por eso el sacerdote del templo de Zeus se siente motivado a ofrecerles los sacrificios que muestran veneración a estos dioses.

El desempeño del carisma de la curación en este caso, no es suficiente para garantizar la claridad del origen de su «espíritu». La diferenciación tiene que ser efectuada a posteriori. Es realizada al citar el nombre del creador de este poder («... que abandonéis estas cosas vanas y os volváis al Dios vivo que hizo el cielo y la tierra, ...», v. 15).

El discernimiento de espíritus tiene que acompañar necesariamente a la apreciación de un fenómeno religioso. Su constatación como tal no hace todavía innecesaria la pregunta inicial. Lo comparable, incluso los fenómenos iguales, no son un indicio. La diferenciación tiene que ser llevada a cabo. Tan sólo el testimonio del acontecimiento de Cristo y del Espíritu que proviene de Él, deja aparecer el reconocimiento claro a partir del ambiguo efecto del espíritu: «Os traemos el Evangelio» (v. 15) 251.

La interpretación de la picadura de vívora, que le ocurre al apóstol Pablo en Malta, es un segundo ejemplo para nuestro tema del discernimiento de espíritus. Ambos, el incidente como tal, y también la curación del Apóstol, caen ante todo cerca de la interpretación extraña del contexto: la diosa de la venganza se sirve del animal venenoso para enviar a la muerte al presunto asesino. Que esto no ocurra, deja aparecer al superviviente como superior a la diosa de la venganza. Él mismo debe ser una divinidad superior. A la curación milagrosa corresponde la necesidad del discernimiento de espíritus sobre la fuerza que la motiva. No ya el milagro en sí mismo, legitima sin duda la nueva y diferente realidad religiosa.

Si es Dios o demonio, el hombre no se encuentra por sí mismo en situación de diferenciarlo. Necesita la gracia del don de la diakrisis pneumaton. Sólo ella clarifica lo que sigue siendo ambivalente en el fenómeno de una visión religiosa. Tal poder de distinción pertenece por otra parte, como vimos de la mano de 1 Co 12 y 13, en el contexto de la Iglesia y del ágape.

El acceso teológico a los hombres de otras religiones y a la comprensión de esas mismas religiones está relacionado con ambas cosas. Cuando lo percibido no debe quedar confuso, el diálogo teológico tiene que tomar su fuerza y su medida de la fuente de la pertenencia a Cristo. Es un diálogo de la Iglesia. La mirada atenta a los fenómenos en las religiones es insuficiente para el acceso a la comprensión teológica. Su contenido específico, su dimensión espiritual se decide sólo con el don «interior» de la discreción. Pero ésta es fruto del Espíritu Santo. Solamente El da el necesario enfoque para darse a otras religiones. Sin Él lo que aparece emparentado permanece confuso. No deja divisar lo esencial: su pertenencia a otro contexto religioso original y su importancia. El teólogo debería deshacerse de la condición

251. «Esta diferenciación no significa separación. Ni es indiferencia, ni miedo, ni desprecio. Cuando la Iglesia pone de relieve la diferencia que se da entre ella y la humanidad, no se pone ella misma contra la humanidad, sino que se une a ella», Ecclesiam Suam, p. 26 (edición alemana).

absolutamente necesaria, que le facilita el diálogo de las religiones. Su acceso a las religiones exige la percepción según el Espíritu (kata pneuma). Sólo ésta otorga la mirada al interior de aquello que en la percepción externa permanece ambiguo y confuso.

 

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