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LA DIMENSIÓN CÓSMICA DE LA VIDA EN CRISTO

 

NOTA PRELIMINAR

890 Un texto del siglo II describe de este modo la dimensión cósmica de la vida cristiana:

Los cristianos... habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros... Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes... Los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos... Tal es el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él 1.

Esta cita nos demuestra cómo ya desde el comienzo se sintió en la Iglesia ese difícil equilibrio en las relaciones de los cristianos con el mundo, en el que no tienen una «morada permanente», pero en cuya vida tienen que participar como el fermento en la masa: «lo que el alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» 2. La conciencia cristiana de nuestros tiempos se siente agudamente sensibilizada ante este problema, cuya dificultad consiste en la necesidad de mantener varias afirmaciones opuestas, cada una de las cuales se convierte automáticamente en falsa, cuando se afirma por sí sola de una manera absoluta.

BIBLIOGRAFÍA

891 Quizás no haya ningún tema teológico que provoque en nuestros días una producción literaria tan abundante, como el que se refiere a las relaciones del cristiano con el mundo. Aquí vamos a indicar únicamente algunas de las obras, que consideramos más útiles para el estudio privado. En cuanto a la bibliografía sobre la constitución Gaudium et spes, cf. P. ARATO, en Archivium historiae pontificiae 4 (1966) 594-595, 5 (1967) 623-628, 6 (1968) 689-692, y también La Chiesa e il mondo contemporaneo nel Vaticano II. Torino 1966, y el comentario de LTK, Das Zweite Vatikanische Konzil, 3. Freiburg 1968 (para el c. 3, cf. A. AUER, 377-397). Para la literatura sobre Teilhard de Chardin, tan relacionada con nuestro tema cf. L. PóLG.íR, Internationale Teilhard-Bibliographie 1955-1965. Freiburg 1965; re. cordemos además R. GIBELLINI, La discussione su Teilhard de Chardin. Brescia 1968 y la traducción de las obras de Teilhard, especial-mente El medio divino. Taurus, Madrid 1965.

892 Estudios bíblicos

P. BENOIT, Nous gemissons attendant la délivrance de notre corps: RSR 39 (1951) 267-280 (Exégése et théologie, 2. Paris 1961, 41-52); L. BOUVET, L'ascése dans saint Paul. Lyon 1936; F. M. BRAUN, Le «monde» bon et mauvais de l'évangile johannique: La vie spirituelle 88 (1953) 580-598, 89 (1953) 15-29; CH. DUQUOC, Eschatologie et réalités terrestres: Lumiére et Vie 9 (1960) 4-22; H. FLENDER, Das Verstiindnis der Welt bei Paulus, Markus und Lukas: Kerygma und Dogma 14 (1968) 1-27; A. GELIN, Los pobres de Yavé. Nova 'Terra, Barcelona 1963; J. M. GONZÁLEZ Ruiz, Dimensiones cósmicas de la soteriología paulina: Gravitación escatológica del cosmos en el N.T.: XIV Semana bíblica española. Madrid 1954, 103-128; G. HIERZENBERGER, Weltbewertung bei Paulus nach 1 Kor 7,29-31. Düsseldorf 1967; J. LEBRETON, La doctrine du renoncement dans le N.T.: NRT 65 (1938) 385-412; S. LI GASSE, La révélation aux «nepioi»: RB 67 (1960) 321-348; J. LEVIE, Les valeurs humaines dans la théologie de saint Paul: Bibl 40 (1959) 800-814; R. SCHNACKENBURG, Die Kirche in der Welt:' Biblische Zeitschrift 11 (1967) 1-20; W. SCHRAGE, Die Stellung zur Welt bei Paulus, Epiktet und in der Apokalyptik. Ein Beitrig zu 1 Kor 7,29-31: Zeitschrift für Theologie und Kirche 61 (1964) 125-154; A. VIARD, Exspectatio creaturae: RB 59 (1952) 337-354; R. ViLKL, Christ und Welt nach dem Neuen Testament. Würzburg 1961.

893 La reflexión eclesial en el pasado

Z. ALSZEGHY, Ein Verteidiger der Welt predigt Weltverachtung: Geist und Leben 35 (1962) 197-207; ID., Fuite du monde: DSAM 5 Dimensión cósmica de la vida en Cristo 577 (1964) 1575-1606; L. J. BATAILLON - J. P. JOSSUA, Le mépris du monde: RSPT 51 (1967) 23-38; G. BORNKAMM, Christus und die Welt in der urchristlichen Botschaft: Zeitschrift für Theologie und Kirche 47 (1950) 212-226; R. BULTOT, Spirituels et théologiens devant l'homme et le monde: RT 64 (1964) 517-548; R. GRJ GOIRE, Introduction á une étude théologique du «mépris du monde»: Studia monastica 8 (1966) 313-328; F..LAllARI, 11 «contemptus mundi» nella scuola di S. Vittore. Napoli 1965; H. I. MARROU - A. M. LA BONNARDII;RE, Le dogme de la résurrection des corps et la théologie des valeurs humaines selon l'enseignement de saint Augustin: REA 12 (1966) 111-136; H. R. SCHLETTE, Die Nichtigkeit des Welt. Der philosophische Horizont des Hugo von St. Viktor. München 1961.

894 La reflexión contemporánea

J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano. Herder, Barcelona 1969; ID., Tecnopolis e cristianesimo: La civiltá cattolica 120 (1969/2) 533-548;'A. AUER,- Welto f f ener Christ. Düsseldorf 1960; ID., L'evoluzione della concezione cristiana del mondo, en Orizzonti attuali della teologia, 1. Roma 1966, 285-335; D. DUBARLE, Optimisme devant ce monde, Paris 1949; CH. DUQUOC, L'Église et le progrés. Paris 1964; M. FLICK, Costruttori del mondo e pellegrini nel mondo: La civiltá cattolica 116 (1965/1) 218-227; ID., L'attivitá umana nell'universo: La costituzione pastorale sulla chiesa nel mondo cotitemporaneo. Torino 1966, 581-631; J. M. GONZÁLEZ Ruiz, El cristianismo no es un humanismo. Fontanella, Barcelona 31968; J. GREMILLION, La chiesa nel mondo contemporaneo: un appello olla teología: La teologia dopo il Vaticano II. Brescia 1967, 653-686; F. HOUTART, Pro-poste per _un futuro sviluppo dottrinale: La teologia dopo il Vaticano II. Brescia 1967, 687-696; ID., L'Église et le monde. Paris 1967; J. .METZ (ed.), Weltverstándnis im Glauben. Mainz 1965; ID., Teología del mundo. Sígueme, Salamanca 1970; G. PHILIPS, Pour un christianisme adulte. Tournai 1962; K. RAHHNER, Uber die theologische Problematik der «Neuen Erde»: Schriften zur Theologie, 8. Einsiedeln 1967, 580-592; ID., Immanente und transzendente Vollendung der Welt: ibid., 593-609; ID., Zur theologischen Problematik einer Pastoralkonstitution: ibid., 613-636; ID., Theologische Reflexionen zur Sákularisation: ibid., 637-666; ID., Christlicher Humanismus: ibid., 239-259; ID., Experiment Mensch: ibid., 260-286; M. REDING, Karl Marx und die Theologie der Welt heute: -Trierer Theologische Zeitschrift 77 (1968) 216-231; P. R. RÍ•.GAMEY, Pauvreté chrétienne et construction du monde. París 1967; E. SCI-IILLEBEECKX, Dios y el hombre. Sígueme, Salamanca 21969; ID., El magisterio y el mundo político: Concilium 36 (1968) 404-427; ID., Fede cristiana ed aspettative terrene: La chiesa nel mondo contemporaneo. Brescia 1966, 103-138; La séparation du monde. Paris 1961; G. THILS, Teología de las realidades terrenas. DDB, Buenos Aires 1948; K. V. TRUIILAR, Antinomias de la vida espiritual. Razón yfe, Madrid 1964; ID., Fuga del mondo e coscienza cristiana oggi. Francavilla 1966. Para ulteriores investigaciones, cf. M. FLICK - Z. ALSZEGHY, Metodología per una teologia dello svilupo. Brescia 1970.

SEPARACION DE ESTE MUNDO

895 En el Antiguo Testamento surge con frecuencia el tema del justo que sale de su tierra, de su patria y de la casa de su padre (cf. Gén 12,1), porque no quiere seguir a los dioses adorados en aquel ambiente (Jdt 5,7) y quiere verse libre del castigo que los amenaza (cf. Gén 19,12-17; 2 Pe 2,7-8). Constituye una forma fija de la predicación profética la invitación a semejante separación: «Salid de en medio de ella (de Babilonia), pueblo mío, que cada cual salve su vida del ardor de la ira de Yavé» (Jer 51,45) 3. Más aún, esta separación se convierte en la forma característica de vida del pueblo escogido que, como .consecuencia de su alianza teocrática con Yavé, es «un pueblo que vive aparte; no es computado entre las naciones» (Núm 23,9), y vive como huésped y forastero (Lev 25,23-24; cf. Sal 39,13).

896 La comunidad del Nuevo Testamento ha sido plenamente consciente de que vivía en semejante situación. El ambiente en que se encuentra «este mundo», es un contexto sociológico y religioso que tiene como príncipe a Satanás (Jn 12,31; 14,30; 16,11; 2 Cor 4,4), y al que el Señor recrimina por causa de sus escándalos (Mt 18,7). Este mundo odia a Cristo y a sus discípulos (Jn 7,7; 15,18), porque no son suyos (Jn 17,14). En él todo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos; y soberbia de la vida (1 Jn 2,15-16). A «este mundo» pertenecen no sólo los hombres que quieren vivir autónomos de Dios, sino también el mundo material que ellos han «humanizado», y cuyos recursos sirven a sus malvados fines (Rom 8,19-22). Cuando Satanás muestra a Cristo todos los reinos de la tierra, cuya posesión se atribuye al decir que puede disponer de ellos a su gusto (Lc 4,5-6), no es completamente mentiroso; la verdad es que, desde el comienzo de la historia, el pecado reina en el mundo (Rom 5,12-21).

897 El hombre inserto en Cristo no pertenece ya a este mundo (cf. Gál 4,3; Ef 2,2; Ef 2,12). Cristo les advierte a sus discípulos:

Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo (Jn 15,19).

Jesucristo se entregó a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos de este perverso mundo según la voluntad de nuestro Dios y Padre (Gál 1,4; cf. Col. 1,13).

Al romperse con la inserción en Cristo nuestra solidaridad con el mundo, cuya figura pasa (1 Cor 7,31), los cristianos nos hemos convertido en primicias del mundo venidero (cf. Sant 1,18). Esto no significa solamente que el cristiano no tiene que conformarse con la manera de pensar y de vivir de este mundo, colocado bajo la señal del pecado (Rom 12, 2), sino que tiene que portarse como forastero y peregrino «aquí abajo» (1 Pe 2,11). La situación del cristiano en el mundo está determinada por la presencia en él de un nuevo principio de vida, por el que la tendencia a la prosperidad terrena no es ya la fuerza dominante: por eso el cristiano está «muerto al pecado» (Rom 6,2; 6,11; *Ef 2,1.5). El ciudadano del mundo es el «hombre viejo», el hombre animal y carnal; pero, dado que el cristiano, gracias al espíritu que en él habita, ha crucificado al «hombre viejo» con sus pasiones y sus deseos (Gál 5,14; Rom 6,6), está actualmente «crucificado para el mundo» y el mundo está crucificado para él (Gál 6,14) : o lo que es lo mismo, entre el mundo y el cristiano ha tenido lugar una escisión: cada uno de ellos es insensible al principio vital del otro, está muerto para el otro, y la orientación de uno resulta insensata para el otro. En este sentido se ha dicho que Cristo no ha traído la paz a la tierra, sino más bien una espada que divide al hombre de sus seres más queridos (Mt 10,34-36; Lc 12,51-53).

898 Según la enseñanza de la Escritura, por consiguiente, el
cristiano a pesar de estar unido a toda la humanidad por el vínculo de la caridad, no es sin embargo solidario incondicionalmente de ella y de las diversas comunidades. La verdad es que en el mundo está presente el pecado, a causa del cual la vida comunitaria «sufre con frecuencia desviaciones contrarias a su debida ordenación» (GS 11). El cristiano no puede ser solidario del mundo, ya que el mundo rechaza la vocación divina y está señalado por el pecado. El hombre en Cristo está penetrado por la misericordia de Dios para con los pecadores, pero no puede menos de condenar sus pecados. Por esta misma razón, las tendencias que predominan en el mundo concreto no son sin más para el cristiano criterios de verdad y de valor. Efectivamente, en el mundo obra no so-lamente el Espíritu de Dios, sino también el «misterio de la iniquidad (2 Tes 2,7). Por eso, el cristiano tiene que examinarlo todo de vez en cuando, para conservar únicamente lo que es bueno (1 Tes
5,21):

Procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos de los cuales participa juntamente con sus-contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios (GS 11).

De esta forma, no correrá el riesgo de apagar el Espíritu (1 Tes 5,19), ni de dejarse engañar por «discursos seductores», inspirados en «tradiciones humanas» y no en Cristo (Col 2,4-8; Ef 4,17-25).

LA HUIDA DEL MUNDO

899 El hombre en Cristo no tiene que separarse solamente de los hombres en la medida en que éstos .viven bajo el signo del pecado. Se ve además llevado por el Espíritu, que en él habita, a huir del mundo creado por Dios, no como si no pu-diera aceptar el juicio del creador («Vio Dios todo cúanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien»: Gén 1,31), sino porque sabe que él mismo no es suficientemente bueno. En efecto, a pesar de estar insertado en Cristo, no ha logra-do todavía eliminar de sí toda división (cf. n. 328-365). La misma perfección del universo puede ser para él una «trampa», una «tentación». Por consiguiente, es necesario también «huir del mundo» y defenderse del hechizo de esos valores reales, pero secundarios, que ejercen cierta seducción sobre el hombre todavía débil y que corre el peligro de hacerse insensible a la llamada del valor absoluto.

900 En los sinópticos se afirma que «las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias» pueden sofocar la palabra de Dios y hacerla estéril en el alma (Mc 4,2-20). Efectivamente, «un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos» (Mt 19,23); por el contrario, los que están privados de bienes terrenos, los humildes, los pobres, son bienaventurados (Lc 6,20), ya que el mesías considera que su misión característica consiste en ocuparse de ellos (Lc 4,18; 7,22). En todas estas palabras no hay solamente un «consuelo» para los pobres, sino además una invitación a escoger la mejor parte y hacerse «pobre», huyendo de los valores terrenos. Es ciertamente imposible buscar igualmente a Dios y a Mammón; el discípulo de Jesús tiene que buscar ante todo el reino de Dios y su justicia (Mt 6,24-33; Lc 12,32-34). Por eso, es meritorio abandonar por Jesús y su evangelio la casa, los hermanos y hermanas, etc. (Mc 10,29-30). El que quiera ser perfecto, tiene que vender todo cuanto posee y dar su precio a los pobres (Mt 19,21). Lucas enuncia una exigencia todavía más universal: para ser discípulo de Jesús hay que renunciar a todo lo que se posee (Lc 14,33; cf. 12,33).

901 En los escritos de Pablo se profundiza en el trasfondo teórico de esta actitud. La perfección no consiste en la «hui-da» (Rom 14,17; 1 Tim 4,8) y el cristiano no puede ni debe «salir de este mundo» (1 Cor 5,10). «Todo es puro» (Rom 14,20) y por eso mismo no hay que prohibir ni el matrimonio, ni comida alguna; hay que servirse de los bienes de la tierra, bendiciendo a Dios (1 Tim 4,3-4). Pero los que «quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias insensatas y perniciosas que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Tim 6,9); por el contrario, la renuncia al mundo facilita «el trato asiduo con el Señor, sin división» (1 Cor 7,35). Por eso, vale la invitación: «Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas» (1 Tim 6,11).

902 Esta exigencia del «desprecio», más aún, de huida del mundo», encuentra un largo eco en la literatura patrística, que desarrolla estos temas en su paréntesis moral, y que re-coge, para confirmar esta exigencia evangélica, una rica argumentación de origen neoplatónico y estoico 4. Es especial-mente el monaquismo de los siglos rv al vi el que desarrolla. esta invitación a la huida» para preservarse del peligro de faltar al compromiso del amor a Dios. En este contexto, los escritos de los Padres capadocios, de Ambrosio, de Agustín, etc., muestran ejemplos interesantes de trasposición de la filosofía antigua, cuyos pensamientos son purificados de su contexto original dualista y puestos al servicio del tema evangélico del «seguimiento de Cristo» 5. La edad media continúa esta tradición: ve en la renuncia a los bienes no-necesarios el aspecto negativo de la entrega que se le debe a Dios, al prójimo y al propio bien. No cabe duda de que en la rica literatura medieval sobre la «huida» se encuentran también obras contagiadas de una morbosa misantropía; pero estas anomalías no pueden hacer que el tema de la fuga mundi no tenga que reconocerse como una invitación, que la Iglesia ha considerado durante muchos siglos como genuinamente evangélica 6.

LA CONSTRUCCION DEL MUNDO

La construcción del «templo espiritual»

903 El contraste entre los cristianos y el mundo podría exasperarse hasta el punto de llegar a una oposición irreductible, de tipo maniqueo. Pues bien, no es ésa precisamente la actitud hacia la que se ve dirigido el hombre en Cristo por el Espíritu que mora en él.

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al inundo, sino para que el.mundo se salve por él (]n 3,16-17).

Después de su resurrección, Cristo, al aparecerse a sus discípulos, les dijo que había recibido del Padre todo poder en el cielo v en la tierra; por eso, los discípulos tenían que ir a todo el mundo, a predicar el evangelio a toda criatura (Mt 28,18; Mc 16,15). El mundo ha quedado liberado de su tirano, gracias a la pasión y a la resurrección de Cristo (Jn 12,31); el dios de este siglo (2 Cor 4,4) ha sido derro; tado con la victoria de Jesús sobre la muerte (Hebr 2,14). Jesús es verdaderamente el «salvador del mundo» (Jn 4,42). Por consiguiente, el cristiano, solidario de su Cabeza, es también solidario de todos los demás hombres y tiene que buscar la salvación de todos, ya que Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4). De esta forma se va construyendo progresivamente ese «templo espiritual», que tiene a Cristo como piedra fundamental y del que todos los hombres han de convertirse en piedras vivas (cf. 1 Pe 2,4-6).

904 Esta solidaridad con el salvador del mundo tiene un efecto favorable sobre todo el universo material. La «palingenesia» universal que Jesús anuncia (Mt 19,28; Hech 3,21) dará también su última perfección al cosmos, que tiene su vértice en el hombre. Efectivamente, todas las cosas, «lo que está en los cielos y lo que está en la tierra», todo ha quedado reconciliado con Dios, mediante la sangre de Cristo (Ef 1,10; Col 1,16.20). Según la opinión que actualmente predomina entre los exegetas, la Escritura predice que los «cielos nuevos v la tierra nueva», anunciados para el final de los tiempos (2 Pe 3,13; Apoc 21,1) no serán fruto de una nueva creación propiamente dicha, sino más bien la trasformación gloriosa del mundo actual. Por eso el cristiano, mientras vive v difunde la vida en Cristo (2 Cor 2,15-16), colabora en col-mar las esperanzas de todo lo creado, que sufre una especie de dolores de parto en la espera de su glorifiación escatológica (Rom 8,22-24). Esta es la primera misión que el hombre inserto en Cristo tiene ante el mundo: la de comprometerse por la salvación de los demás hombres, a fin de que algún día todo el universo quede sujeto a Cristo y de esta forma Dios sea todo en todos (1 Cor 15,26-28).

La construcción de la ciudad terrena

905 Hasta el siglo xx, el pensamiento cristiano había reflexionado casi exclusivamente en la misión del cristiano en la construcción del «templo espiritual». Actualmente, sin embargo, la situación en que se encuentra la humanidad exige una reflexión ulterior. El cristiano se encuentra frente a un hecho histórico nuevo: la humanización del mundo material y la automanipulación del hombre mismo han entrado en una nueva fase. Este proceso es en sí mismo tan antiguo como la humanidad, y tuvo sus comienzos en los tiempos prehistóricos con los primeros instrumentos rudimentarios, las primeras chozas y los primeros cultivos de la tierra. Pero actualmente el progreso de las ciencias y de las técnicas ha alcanzado resultados incomparablemente superiores a los del pasado; y además, el desarrollo de los medios de comunicación ha unificado a la humanidad, de tal manera que la tras-formación del mundo no se reduce ya a unos cuantos esfuerzos individuales, sino que es objeto de una actividad colectiva y estructurada. Se puede hablar, por consiguiente, de un salto cualitativo en la historia de la humanidad. Esta realidad nueva, técnica y cultural, ha determinado una toma de posición ética colectiva. Un número creciente de personas se va dando cada vez más cuenta de que hay partes bastante notables de la humanidad que no participan de -los beneficios del progreso, en donde están frustradas las mismas exigencias fundamentales del desarrollo humano; además, semejante condición no se debe a una necesidad fatal, sino que puede ser eliminada, al menos parcialmente. Por eso, en la conciencia colectiva surge una llamada a fin de que todos se comprometan en la realización de las condiciones requeridas para un desarrollo total de las virtualidades de cualquier hombre.

906 El problema dogmático consiste en saber si el cristiano tiene que tomar parte en la construcción de esa ciudad terrena, precisamente en virtud del Espíritu de Cristo que lo impulsa a un progreso hacia Cristo 7. La cuestión tiene un interés particular bajo el punto de vista metodológico. En efecto, la Escritura no conoce el fenómeno del progreso, tal como se conoce en el mundo contemporáneo; y resulta contrario a toda sana hermenéutica interrogar a un texto sobre la realidad que no pertenece al contexto cultural en que se ha escrito dicho texto. Por esa misma razón, las reglas de conducta respecto al mundo, que se trazaron en la edad patrística y en la edad media, no pueden utilizarse sin sentido crítico en la resolución de nuestro problema. Por otra parte, sería absurdo pensar que la palabra de Dios no contiene normas, según las cuales el cristiano pueda conocer las exigencias dinámicas de su nuevo ser, en la situación concreta del mundo actual.

907 El camino hacia la solución pasa a través de lo que hemos llamado en otro sitio «la imagen objetiva», conocida por medio de una síntesis entre diversas afirmaciones reveladas 8. Pues bien, al analizar la «imagen objetiva» de las relaciones entre Dios y la realidad creada, podemos vislumbrar cuáles son las exigencias del Espíritu respecto a la nueva realidad en que está inmerso el hombre en Cristo. Podemos poner de relieve la relación intrínseca entre la vida en Cristo y la colaboración por el progreso técnico y cultural del mundo, partiendo de tres puntos de vista:

    1. el amor al prójimo;

    2. la adhesión a Dios creador;'

    3. la misión de construir nuestra propia existencia como imagen de Dios.

908 El amor al prójimo

En primer lugar, hemos de reconocer que los actos de misericordia tienen indudablemente un valor cristiano. El que da de comer al hambriento, viste al desnudo, etc., ayuda al mismo Jesucristo (Mt 25,31-46). Estas acciones son comprendidas muchas veces como una limosna, como cesión de una parte de los bienes que ya se poseían. Ciertamente, la primitiva comunidad cristiana difícilmente podría ejercitar de otro modo la caridad para con el prójimo. Pero, si es posible darles de comer a los hambrientos y vestir a los desnudos aumentando y perfeccionando la producción, no se ve por qué semejante actividad técnica no pueda dirigirse al servicio de Cristo, que se identifica con los hombres que tienen necesidad de todas esas cosas.

La adhesión a Dios creador

909 Además, la palabra de Dios atestigua que el Señor se complace en la realidad creada (Gén 1,31), no solamente porque dicha realidad es un medio para desarrollar lo sagrado, sino en sí misma, en su «secularidad profana», como les gusta decir a algunos teólogos 9. La concepción de que el mundo carece de valor en sí mismo, está muy lejos de la visión cristiana. Dios ama a todos los seres y no aborrece nada -de cuanto ha hecho : el Señor, que ama la vida, se complace en todas las cosas, porque son suyas (Sab 11,25-26). Esta complacencia divina se hace más comprensible si recordamos que la creación no es un hecho realizado una vez para siempre: Dios continúa obrando (Jn 5,17) y enviando des-de el cielo la lluvia y las estaciones fructíferas, y abundancia de alimentos y alegrías para nuestros corazones (Hech 14,17; cf. Mt 5,45).

910 Por consiguiente, si el hombre en Cristo vive en comunión con el Padre, no puede menos de amar también al mundo, complaciéndose en él, queriendo su existencia y su des-arrollo, aun prescindiendo de la utilidad que se pueda sacar del mismo. El Espíritu de Cristo impulsa a los justos a que cooperen con el creador. Por eso, es absolutamente in-conciliable con la imagen cristiana de las relaciones entre Dios y el mundo la idea de que la construcción del mundo material, el progreso técnico y cultural, es algo pecaminoso, que excita los celos de Dios: en el contexto de la revelación cristiana resulta quimérico el dicho de Esquilo: «Aprende a respetar el señorío de Júpiter, a desistir del demasiado amor a los hombres» 10.

La imagen de Dios

911 La contradicción interna de la figura de un hombre, animado por el «Espíritu creador», que se quede indiferente frente al fenómeno del progreso, resulta más evidente si pensamos en la idea cristiana del hombre, hecho a imagen de Dios, o lo que es lo mismo, puesto como lugarteniente de Dios en el mundo creado (n. 120-) Lá humanidad ha recibido de Dios la misión de someter la tierra, y sigue conservándola después del pecado (Gén 1,27; 9,2-3; Sab 9,2-3). La restitución de la imagen de Dios, que se efectúa por me-dio de Cristo (c. 15) lleva también consigo la restitución de la misión y de la capacidad de consagrarse al progreso humano. Efectivamente, la gracia, sin conferir competencias técnicas para la construcción de la «ciudad terrena», nos concede sin embargo fuerzas para explotar nuestros propios talentos, no para que nos sirvamos de los demás, sino para servirles a ellos.

912 Estas tres consideraciones que hemos hecho nos permiten aplicar algunas de las advertencias del Nuevo Testamento, extendiéndolas al actual fenómeno del progreso humano. Pablo reprende con seriedad a aquellos que, huyendo de la vida de trabajo, se encierran en un mundo de fantasmagorías pseudoreligiosas (2 Tes 3,10-1?); en sus cartas pastorales, el incumplimiento de los deberes familiares de cada día se considera como una forma de apostasía (1 Tim 5,8), y los apóstoles obligan a la comunidad a que rece por la prosperidad del imperio romano y sus instituciones (1 Tim 2,2; 1 Pe 2,13). Pues bien, por aquellas mismas razones que impedían a los cristianos de los tiempos apostólicos evadirse de los cuadros de la vida familiar, social y política del mundo en que vivían, también hoy, que se abren nuevas posibilidades para el progreso de la humanidad, en el que cada uno tiene su función, el cristiano tiene que sensibilizarse ante la dimensión cósmi ca y dinámica del Espíritu que ha recibido.

LA UNIDAD DEL PAPEL CÓSMICO DEL CRISTIANO

913 Los diversos aspectos del papel cósmico del cristiano (peregrino en el mundo y constructor del mundo) suponen indudablemente una tensión. Actualmente, la teología intenta captar la unidad sintética de estos aspectos tan opuestos. La constitución Gaudium et spes es una expresión sintomática de la situación actuaL del pensamiento cristiano a este propósito sin pretender resolver todos los problemas, este documento conciliar delimita las cuestiones, recoge los principios y determina de este modo un punto de partida para ulteriores investigaciones 11.

914 El problema queda indicado en GS 33. Lo plantea el fenómeno del progreso humano, científico y técnico, que se ha convertido en una empresa colectiva de todo el género humano. De este fenómeno surge la pregunta de cuál es el valor al que está ordenado dicho progreso, como a un fin que le da todo su sentido. El concilio va profundizando progresivamente en el significado de este problema, considerándolo no sólo de una manera abstracta, en el orden esencial, sino también existencialmente, en su relación con el pecado que ha entrado en el mundo y con el orden escatológico que modifica el horizonte de todo fenómeno humano. En efecto, se-ría totalmente distinta la valoración del progreso si sa protagonista fuese una humanidad no herida por el pecado, o una humanidad privada de una perspectiva escatológica (cf. especialmente GS 37 y 39). Resulta importante advertir que el planteamiento conciliar del problema es bastante realista: se refiere no solamente a aquellos que realizan las grandes etapas del progreso humano (los grandes pensadores, inventores y organizadores), sino también a los que se dedican a los «quehaceres más ordinarios», para procurarse el sustento propio y el de su familia, contribuyendo de esta forma a realizar el plan providencial de Dios (GS 34).

915 El principio de solución lo encuentra el concilio sobre todo en los «designios de Dios» (GS 34), en la consideración del «plan providencial de Dios en la historia» (GS 34), en «los designios y voluntad divinos» (GS 35), en la «voluntad del creador» (GS 36), es decir, concretamente, en la «gloria de Dios», para la que ha sido creado el mundo (GS 43). El trasfondo doctrinal de la reflexión conciliar está constituido, por tanto, por el dogma del Vaticano I, según el cual Dios creó al mundo, libremente, para su gloria (c. 2 y 3). Sin embargo, la constitución Gaudium et spes completa la doctrina del Vaticano I, poniendo más de relieve cómo el plan de Dios creador mira a Cristo, en el que han sido crea-das todas las cosas, tendiendo a «recapitularlo todo en Cristo» (GS 45). Al ser Cristo la fuente de vida, el ejemplar del hombre nuevo (GS 22), su modelo en la actividad por los demás (GS 32) y alfa y omega de todo (GS 45), el fenómeno del progreso recibe de su presencia en el mundo crea-do un nuevo sentido: en efecto, el progreso se revela como ejecución de los designios concretos del amor divino, que crea y desarrolla el mundo, para la realización del Cristo total. De esta forma, la cosmogénesis recibe en la enseñanza conciliar su último sentido, en función de la Cristogénesis (cf. especialmente GS 45).

916 En torno al principio fundamental (la gloria de Dios en Cristo, fin de la creación), se van cristalizando algunas normas más concretas, para resolver la antinomia del papel cristiano en el mundo. La primera norma es la de la autonomía legítima de las realidades terrenas. Toda la realidad creada, incluso la natural, y hasta la infrahumana, «están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias» (GS 36): según el concilio, «todas las cosas que constituyen el orden temporal..., no son solamente medios para el fin último del hombre, sino que tienen, además, un valor propio puesto por Dios en ellas» (AA 7).

917 Sin embargo, esta norma necesita el complemento de una segunda. Existe un orden entre los bienes creados, y por con-siguiente, en la actitud humana frente a los diversos valores (GS 35). Semejante orden está determinado por el he-cho de que «la actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre» (GS 35). Puesto que el hombre es «centro y cima» del universo, «todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre» (GS 12); el mismo «universo material... alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del creador» (GS 14). Dios ha destinado lá tierra al servicio del hombre (GS 69); por eso, la función cósmica del cristiano no supone una sumisión del hombre a unas leyes impersonales y a una realidad infrahumana (GS 64), sino que consiste en hacer al mundo más conforme con la eminente dignidad del hombre (GS 91).

918 Si tenemos en cuenta la diversidad dentro de la función antropocéntrica de los diversos valores, podremos determinar entre ellos cierta jerarquía. «El hombre vale más por lo que que es que por lo que tiene» (GS 35). Por eso, en la actividad humana hav que preferir el perfeccionamiento del hombre a la producción de valores infrahumanos, y en la perfección del hombre es más importante el reino de Dios y la salvación escatológica del hombre (GS 45), anticipada ya en esta tierra en la justicia y la santidad de los que están en Cristo Jesús (GS 39; cf. LG 36), que los demás aspectos de la dignidad humana. Por tanto, hay que distinguir con cuidado el progreso terreno de la humanidad del desarrollo del reino de Dios (GS 39), aun cuando el progreso tenga una gran importancia para el reino, cuya perfección anticipa de alguna manera, y con el que nos volveremos a encontrar, esencialmente, en la misma perfección escatológica (GS 39).

919 Naturalmente, de estos principios no se puede deducir automáticamente la solución de los problemas prácticos e individuales, como es, por ejemplo, el de la vocación concreta de una persona determinada, en una determinada situación (GS 33). En efecto, en la comunidad eclesial, junto a aquellos que se consagran «al servicio temporal de los hombres», preparando de este modo «el material del reino de los cielos», habrá también siempre otros, llamados «a dar testimonio manifiesto del anhelo de la morada celestial y a mantenerlo vivo en la familia humana» (GS 38). De este modo, no solamente es el trabajo el que tiene valor para el progre-so total, sino. también el sufrimiento de los enfermos., la humillación de los frustrados, el sacrificio de aquellos que renuncian libremente a sus compromisos terrenos, «para que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en el Se-ñor y se ordene a él, no sea que trabajen en vano quienes la edifican» (LG 46). La misión que cada uno de los hombres tiene que abrazar, podrá descubrirse en esa «unidad práctica» de la vida, que se realiza en el recogimiento y en la oración, considerando cada iniciativa a la luz de la voluntad de Dios y en el misterio de Cristo (PO 14).

920 La relación justa entre los diversos órdenes autónomos de valores se lleva a cabo en la tensión entre la «concupiscencia» y la «gracia», como resultado de muchos esfuerzos y fatigas de la libertad humana:

A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pe-lea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo (GS 37).

La verdad es que el progreso real exige el cumplimiento del precepto de la caridad, venciendo la soberbia y el amor desordenado a sí mismo (GS 37).

La dificultad de esta lucha en el esfuerzo hacia el progreso genuino se hace más manifiesta, si se tiene en cuenta que no sólo la realidad natural del hombre, la «carne», sino también el complejo seductor del pecado que reina en la humanidad, el «mundo», arrastran al hombre hacia un desequilibrio en el orden querido de los valores. En este sentido habla el concilio de «la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia» (GS 38).

921 La insistencia en la misión del cristiano de construir la ciudad terrena no está, por tanto, en oposición con la predicación de la separación y de la huida del mundo, predicación que señala en el camino de la cruz la «via regia» hacia la santidad 12. Al insistir en nuestro compromiso por el progreso, la Iglesia no niega la necesidad de la cruz, sino que la especifica. En efecto, la separación y la huida del mundo para la mayor parte de los cristianos, en las circunstancias actuales, lleva consigo, no ya el abandono de su participación di-recta en los esfuerzos colectivos por el progreso, sino su aceptación con espíritu evangélico. Por consiguiente, cuando el hombre en Cristo acepta la dimensión cósmica de su nueva vida, no se sustrae a la kénosis que proclama el Nuevo Testamento (Flp 2,5-11; Lc 9,23), sirio que realiza una nueva forma de participar en la cruz dolorosa y victoriosa de Cristo.

922 Temas de estudio

En la literatura sobre la dimensión cósmica de la vida en Cristo, abundan los escritos de escaso valor metodológico, que proceden a través de generalizaciones apresuradas, y se basan en una falsa es-tima de ciertas. opiniones difundidas entre la sociedad contemporánea, identificadas a priori como «signos de los tiempos». En el estudio privado recomendamos que se proceda en dos direcciones: la primera es el estudio analítico de las fuentes, y la segunda el examen crítico de las monografías recientes. Damos algunos ejemplos:

923 Estudio de la sagrada Escritura

1. Analizar exegéticamente los siguientes textos: Lc 9,23; 14,27; Jn 3,16-17; 1 Jn 2,15-17; 1 Cor 3,22; Sant 4,4; examinar bajo el punto de vista hermenéutico en qué sentido hay que interpretar dichos textos a la luz de circunstancias particulares, y en qué sentido contienen orientaciones válidas para cualquier situación; finalmente, reflexionar, desde el punto de vista especulativo, cómo se puede deducir de estos textos complementarios una norma total para la dimensión cósmica de la vida en Cristo.

2. Examinar los textos bíblicos en que basa san Cipriano (Testimonia 3,11: CSEL 3, 122-125) su doctrina sobre la actitud cristiana frente al mundo (Ex 12,11; Eclo 1,14; Is 55,6-7; Mt 6,26-34; 8,20; Lc 9,62; 12,35-37; 14,33; 1 Cor 5,7-8; 6,19-20; 7,29-30; 15, 47-48 F1p 2,21; 3,19-20; Gál 6,14; Ef 4,22-24; Col 2,20; 3,1-2; 2 Tim 2,4-5 1 Pe 2,11-12; 1 Jn 2,6.15-17) y preguntarse si estos textos se refieren, y en qué manera, a nuestro problema, y cómo• podría completarse esta lista.

924 Estudios patrísticos

3. Analizar el opúsculo de SAN AMBROSIO, De fuga saeculi (PL 14, 569-597) y determinar cuáles son las razones por las que san Ambrosio exige una «huida» del mundo incluso en los laicos (suciedad del mundo, corrupción del cuerpo, peligro de pecado, obstáculo para la contemplación, imitación de Cristo, valor apostólico de la huida, etc.).

4. Leer la carta de san Agustín a Hilario (Ep 157: PL 33, 686-693) o bien a Proba (Ep. 130: PL 33, 493-507) y reconstruir el comportamiento que aconseja san Agustín a dos laicos respecto al mundo.

5. Reconstruir la doctrina de san jerónimo sobre la postura del laico respecto al mundo, tomando como base la carta consolatoria a Julián (Ep 118: PL 22, 960-966).

925 Estudios de espiritualidad

6. Valorar las razones por las que, según Hugo de san Víctor, el cristiano no tiene que apreciar la Actividad humana (opera hominis): PL 176, 703-721.

7. Examinar cuál es el valor de las consideraciones teológicas contenidas en el opúsculo de SAN LORENZO GIUSTINIANI, De contemptu mundi, c. 17-20: Opera. Basilea 1560, 793-804.

8. Estudiar la doctrina de san Juan de la Cruz sobre las realidades terrenas, siguiendo el libro de R. Mosis, Der Mensch und die Dirige nach Johannes vom Kreuz. Würzburg 1964, 130-179.

926 Discusiones contemporáneas

9. Darse cuenta de cuáles son los diversos tipos de posiciones teológicas respecto a los valores terrenos, según A. Z. SEKitAND, Evolution téchnique et théologies. Paris 1965, 21-104.

10. Examinar el planteamiento de la confrontación entre cristianismo y marxismo en G. GIRARDI, Marxismo y cristianismo. Tau-rus, Madrid 1968, 111-187.

927 La reflexión sobre la dimensión cósmica de la vida en Cristo tiene importantes repercusiones en toda la antropología teológica. Colocada en un tajo del mundo en construcción, la realidad humana aparece mucho menos fija, más evolutiva; los elementos materiales del fenómeno humano parecen cada vez menos «accidentales» (en el sentido no escolástico de la palabra). Lo que es verdaderamente importante en la realidad humana es su estructura dinámica. Esta reflexión nos permite recoger uno de los temas del Tratado primero. Al hablar de la imagen de Dios, observábamos que las diversidades individuales y colectivas de la humanidad tienen un valor específico. La estructura de las diversidades queridas por Dios constituye efectivamente una imagen cualitativa-mente nueva, ya que las perfecciones complementarias de las criaturas realizan una imagen del Verbo creador, que no se encuentra en ninguna de esas imágenes individuales que son las personas particulares. Pues bien, eso que reconocíamos en. un esquema espacial (respecto a las diversas realidades, colocadas una al lado de las otras), resulta también verdad en un esquema temporal (respecto a las diversas fases del des-arrollo del fenómeno humano). El hecho mismo de que el universo vaya cambiando, supone un progreso hacia Cristo, aunque quizás las formas sucesivas del mundo y del hombre no sean siempre más perfectas que las anteriores. Esto vale no solamente en el plano inmanente respecto a las diversas civilizaciones, etc., sino también bajo el punto de vista trascendente respecto a la relación filial con el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, es decir, a la vida sobrenatural, que se vivirá de forma distinta en cada una de las diversas situaciones históricas.
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1 Carta a Diogneto, 5-6: Padres apostólicos, BAC, Madrid 1965, 850-852.

2 Ibid.

3 Cf. R. BACH, Dei Aufforderung zur Flucht und zum Kampf im alttestamentliche1n Prophetenspruch. Neukirchen 1962.

4 Cf. para la documentación, Z. ALSZEGHY, Fuite du monde: DSAM 5, 1588-1593.

5 Documentación en DSAM 5, 1593-1599.

6 Sobre la edad media, cf. documentación en DSAM 5, 1600-1605.

7 Cf. M. FL1cK, L'attivitá umana ndl'c:niverso: La chiesa e il mondo contemporaneo nel Vaticano II. Torino 1966, 581-631; ID., Ri f lessioni metodologiche per una teología del progresso: La civil tá cattolica 120 (1969/1) 119-128.

8 Cf. nuestra obra El desarrollo del dogma católico. Sígueme, Salamanca 1969, 65-87.

9 Cf. algunos de los artículos editados por J. METZ, o. C. en el n. 894.

10 ESQUILO, Prometeo encadenado, prólogo.

11 Cf. las apreciaciones de R. Tucci, Introduzione storico-dottrinale alla Costituzione Pastorale «Gaudium et Spes»: La chiesa e il mondo contemporaneo nel. Vaticano II. Torino 1967, 134.

12 Imitación de Cristo, 1. 2, c. 12.