Y tú serás llamado Cefas
Escrito por Luis Fernando Pérez (CiDe)
Nunca podrá entenderse la importancia de la figura del Obispo de Roma, sucesor del apóstol Pedro, sin previamente entender quién fue aquel hombre llamado Simón, hijo de Jonás, y cuál fue el papel que nuestro Señor Jesucristo quiso que desempeñara en su Iglesia. En el evangelio de Juan leemos cómo transcurrió el primer encuentro entre Jesús y Simón:
Jn 1,40-42
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y
habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos
hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole
Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere
decir, Pedro).
A simple vista nadie diría que aquellas primeras palabras de Jesús a Pedro tuvieran más importancia que la de establecer una mera toma de contacto entre ambos pero, sin duda, en ellas nos encontramos con un elemento esencial para saber quién fue el apóstol. Efectivamente, Cristo anuncia a Simón que tendrá un nuevo nombre por el que será conocido: Cefas (Pedro). ¿Porqué dicho cambio?. En el Antiguo Testamento quizás encontremos la respuesta:
Gen 17,3-5
Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él, diciendo: He aquí
mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes. Y no se llamará más
tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre
de muchedumbre de gentes.
Gen 32,27-28
Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. Y el varón le
dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y
con los hombres, y has vencido.
Gen 35, 10-12
Y le dijo Dios: Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino
Israel será tu nombre; y llamó su nombre Israel. También le dijo Dios: Yo soy el
Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y conjunto de naciones
procederán de ti, y reyes saldrán de tus lomos. La tierra que he dado a Abraham
y a Isaac, la daré a ti, y a tu descendencia después de ti daré la tierra.
Cada vez que Dios cambia el nombre
de alguien, lo hace por un motivo muy concreto. Al establecer el pacto con Abram,
que significa “padre enaltecido”, le renombra como Abraham, que significa “padre
de una multitud numerosa”. Dicho cambio de nombre está totalmente relacionado
con el propio pacto que Dios establece con el patriarca. Igual ocurre con Jacob,
a quien un personaje misterioso con el que había luchado le advierte que su
nombre pasará a ser el de Israel, que significa “Dios lucha” o “él lucha con
Dios”, lo cual queda confirmado por el propio Señor en el momento en que
confirma en él el pacto que ya había hecho antes con su abuelo Abraham.
Existen otros ejemplos veterotestamentarios en los que podemos comprobar que el
nombre de una persona podía estar íntimamente relacionado con alguna
circunstancia de su vida. No en vano, cuando el ángel del Señor anuncia a José
que el fruto del vientre de María es engendrado por el Espíritu Santo, al mismo
tiempo le dice que el niño debía de llamarse Jesús, que significa Yavé salva,
porque dicho nombre definía perfectamente la misión del Señor que había de nacer
del seno de la Virgen María.
Con todos estos antecedentes, no podemos ignorar el hecho de que Jesús, al darle
un nuevo nombre a Simón la primera vez que se encuentra con él, está mostrando
una cualidad esencial del propio Simón.
Pero más que hablar nosotros,
dejemos que sea el propio Señor el que nos diga quién es Pedro y cuáles son los
elementos distintivos de su ministerio.
Analicemos versículo por versículo Mateo 16,13-20:
13-14 Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo,
preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del
Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías,
o alguno de los profetas.
Jesús sabía que había multitud de especulaciones acerca de su identidad,
realidad que era igualmente conocida por sus discípulos. En medio de tanta
confusión, el Señor les hace una pregunta muy interesante:
15 El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Notemos que no les pregunta “¿quién soy yo?”, sino “¿quiénes decís que soy yo?”.
No siempre lo que creemos acerca de alguien coincide con lo que es realmente ese
alguien. Y tanto más es así cuando ese alguien es el propio Dios.
Hoy estamos en una situación similar a la de aquellos tiempos. Los hombres
especulan mucho acerca de la verdadera identidad de Cristo. Unos dicen que es
sólo un buen maestro. Otros que un iluminado que fracasó. Aquellos creen que fue
un gurú palestino. Los de más allá opinan que fue un extraterrestre. Y muchos
directamente le ignoran. Pero, de nuevo, lo verdaderamente importante es que
nosotros, los que somos sus discípulos, podamos responder a la pregunta “¿quién
decís que soy yo?”. El que aquellos que no conocen de verdad a Cristo se
equivoquen sobre su verdadera identidad es hasta cierto punto normal. Pero
nosotros no podemos equivocarnos. Pedro no se equivocó.
17 Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo
del Dios viviente.
Punto y final a todas las especulaciones. Jesús es el Mesías,
el Hijo del Dios viviente. Pedro lo ha dicho, el caso está cerrado. Pedro habla
en nombre de todos ya que a todos era dirigida la pregunta. En Pedro está la
respuesta de la Iglesia a la pregunta más importante que Jesús pueda hacer. La
pregunta sobre su verdadera identidad.
¿De dónde sacó Pedro su respuesta? ¿de su capacidad intelectual? ¿de su
potencial humano para entender la verdad sobre Jesús?. No, sino más bien:
18 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón,
hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en
los cielos.
Simón supo, y la Iglesia con él, quién es Jesús por revelación
directa de Dios Padre. No le fue revelado por otros hombres, sino por Dios.
Ya sabemos quién es Jesús. Es Jesús el Mesías, es decir, Jesucristo (Mesías =
Cristo).
Ahora escuchemos bien quién es verdaderamente ese tal Simón, hijo de Jonás:
19 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca
edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Pensemos por un momento en el contexto en que el Señor dice
esas palabras. Simón acaba de declarar quién es Jesús. Y toca ahora que Jesús
nos diga quién es el apóstol. Ya no le llama Simón sino Pedro. Simón le había
dicho a Jesús “tú eres Cristo” y Cristo le responde a Simón “y tú eres Pedro”.
Ni podemos separar el nombre Cristo, y lo que significa, de Jesús, ni podemos
separar el nombre de Pedro, y lo que significa, de la persona de Simón. Jesús el
Mesías y Simón la piedra. Y es justo en ese contexto en el que Cristo dice “y
sobre esta roca (piedra) edificaré mi Iglesia”. ¿Quién es el Cristo? Jesús;
Jesucristo. ¿Quién es la roca o piedra sobre la que Jesús edifica su Iglesia? ¿a
quién se le da el nombre de piedra? A Simón; Pedro.
Mucho, demasiado, se ha especulado sobre si la roca es el propio Pedro o es su
declaración sobre Cristo. Pero en el contexto vemos que se está hablando de
personas, no de ideas. Se trata de saber quién es Jesús y de saber quién dice
Jesús que Simón es. Y una vez establecido quién es Jesús y quién es Pedro, Jesús
edifica su Iglesia. Y ni la Iglesia se edifica sin la verdad acerca de Cristo,
declarada por Pedro, ni la Iglesia se edifica sin la verdad acerca de Pedro,
declarada por Cristo. Y es esa Iglesia, la verdadera, la que conoce y confiesa
quién es Cristo y quién es Pedro, aquella sobre quien no prevalecerán las
puertas del Hades.