LA VOCACIÓN LAICAL EN LA

COMUNIÓN DE LA IGLESIA

Gonzalo Fernández

 

 http://www.cmfapostolado.org/recursos/areasapostol/laicos/Laicosconprisa/2%20VocacionLaicalGonzalo.htm

 

A. CONTENIDO

 

0. Introducción: Tres tesis para abrir boca.

1. La Iglesia es un acontecimiento.

2. A través de instrumentos históricos.

3. La Iglesia existe para anunciar el Evangelio al mundo.

 

0. Introducción: Tres tesis para abrir boca

 

0.1. La vocación laical sólo se ilumina desde la vocación de la Iglesia

 

La búsqueda de la propia identidad señala el tránsito de la infancia a la madurez, no sólo en el proceso de configuración personal, sino también en el desarrollo de la fe. A medida que ésta madura, el creyente se interroga sobre su sentido y consecuencias: ¿En qué consiste creer? ¿Qué significa, en definitiva, ser cristiano? Y cuando descubre que la fe personal está indisolublemente ligada a la fe de la Iglesia, que no hay un "yo creo" al margen de un "nosotros creemos", entonces las preguntas adquieren una mayor especificidad carismática: ¿Qué es ser cristiano desde mi condición de laico, de ministro ordenado o de religioso? ¿Cómo vivir el seguimiento del único Señor en situaciones personales diferentes? Ninguna de ellas puede ser respondida aisladamente, sino desde una comprensión sinfónica de la Iglesia como comunidad carismática[1].

 

Si durante siglos -como se analiza en el folleto primero- ha prevalecido, más bien, una concepción piramidal[2], parece lógico que la diversidad se entendiera en clave de subordinación y no de comunión. Esto explica la poca densidad eclesial concedida a los carismas laicales a lo largo de la historia. De ahí que para recuperar su significado sea preciso reinterpretar de nuevo la comprensión de la Iglesia. Este es el camino abierto por el Vaticano II y desarrollado por las numerosas experiencias y reflexiones de los últimos veinte años[3]. Sin una comprensión de la Iglesia más ajustada al NT se corre el peligro de plantear la vocación como un asunto de estrategia y no como algo esencial.

0.2. La Iglesia es antes una experiencia móvil que una estructura fija

 

A la pregunta ¿qué es la Iglesia? se le han dado respuestas muy diversas. Para algunos, su carácter multisecular y su permanencia a pesar de los numerosos conflictos vividos es motivo de admiración. Para otros, esto mismo constituye su punto débil, ya que tal permanencia sólo ha sido posible a costa de traicionar su origen y adaptarlo una y otra vez a las cambiantes situaciones.

 

En cualquier caso, quien quisiera comprender con profundidad lo que la Iglesia es no podría contentarse con estudiar sus estructuras organizativas -tal como las presenta, por ejemplo, el Código de Derecho Canónico-, ni sus actividades culturales o asistenciales, ni siquiera la lista completa de todos sus miembros.

 

La Iglesia puede aparecer, a los ojos del sociólogo y del hombre de la calle, como una entidad multinacional, extraordinariamente numerosa y jerarquizada, que desarrolla unas actividades específicas y que, por su voluntad e incluso contra ella, ejerce una vasta influencia en la sociedad humana.

 

Pero esto no basta para dar razón suficiente de su naturaleza. La Iglesia se constituye, sobre todo, a partir de la fe de su componentes. Y, aunque esta fe implica la aceptación de unos contenidos objetivos (dogmas, ritos, normas) y la inserción en una comunidad visible, es una experiencia inalienable) que no puede encerrarse en los estrechos límites de un esquema jurídico o sociológico.

 

La Iglesia, antes que una estructura fija destinada a repetir una y otra vez, a lo largo de la historia, un contenido invariable, es una experiencia que surge constantemente en el tiempo. Allí donde se proclama la fe en Jesucristo y encuentra acogida, no sólo como opción personal sino como actitud compartida, allí se está produciendo el nacimiento de la Iglesia. Y este es, cabalmente, el aspecto más original y, al mismo tiempo, el menos perceptible.

 

0.3. El modelo "comunión" explica en qué consiste la unidad y la diversidad

 

Si la Iglesia nació -y sigue naciendo- por la comunión que el Espíritu crea entre todos los que se adhieren libremente a Jesucristo, entonces no hay posible separación entre la fe en Cristo y la pertenencia a la Iglesia, tal y como algunos proponen en la actualidad.

 

El texto del NT que mejor resume esta concepción comunional es el prólogo de la primera carta de Juan[4]. En él aparecen en síntesis todos los elementos que a continuación serán estudiados:

 

 

Sólo después de profundizar en este fundamento -que garantiza la esencial igualdad/unidad de todos los creyentes- es posible iluminar el sentido de la diversidad, de las peculiaridades carismáticas y, más concretamente, el de los carismas laicales[5].

 

1. La Iglesia es un acontecimiento

 

Si no queremos anclarnos en una comprensión estática y meramente societaria de lo que la Iglesia es, tenemos que afirmar que, antes de nada, es un acontecimiento; es decir, algo que sucede en el decurso de la historia. No como el resultado del sentimiento de algunos o fruto de generación espontánea, sino como una creación del Espíritu en continuidad con un acontecimiento originario: la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Para que la Iglesia acontezca no basta sólo el deseo comunional de un grupo de admiradores de Jesús, sino su vinculación expresa a través de la acción del Espíritu, con el acontecimiento de Jesucristo. Donde hay Espíritu está Cristo.

 

La Iglesia nace siempre a partir de este anuncio (dimensión cristológica), se constituye como signo e instrumento del Reino (dimensión teológica) y crea una comunión esencial de los creyentes entre sí y de éstos con Dios por la fuerza del Espíritu (dimensión pneumatológica) La Iglesia, es, en definitiva, por extraño que resulte afirmarlo, un icono de la Trinidad[6], en medio del mundo. Y ésta es su originalidad, el rasgo que la distingue netamente de cualquier otra asociación humana.

 

1.1. Que arranca del anuncio de Jesucristo

 

La palabra de la nace la fe -y, por lo tanto, la Iglesia- es la narración de una historia a primera vista normal: "Os hablo de Jesús el Nazareno", aunque marcada por algunos signos extraordinarios en su desarrollo: "El hombre que Dios acreditó entre vosotros, realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis", y absolutamente desconcertante en su final: "Vosotros lo matasteis clavándolo en una cruz", pero "Dios lo resucitó" (Hch 2,24) y "todos nosotros somos testigos" (Hch 2,32).

 

Este esquema narrativo del nacimiento de la Iglesia, propio de Lucas, aparece expuesto por Pablo dentro de un marco más teológico: "Os recuerdo ahora, hermanos, el evangelio que os prediqué, ese que aceptasteis, ese en que os mantenéis, ese que os está salvando... Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido: que el Mesías murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras". (1 Cor 15,1-5). Este es el centro: "Si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco" (1 Cor 15,14-15)[7].

 

La Iglesia es, pues, la comunidad que se forma en torno al anuncio desconcertante de que Jesús el Nazareno (sujeto histórico) ha resucitado y ha llegado a ser Señor (predicado teológico). En cuanto comunidad que se remite a una persona y a un mensaje se parece a cualquier otro grupo humano: todos tienen un fundador y unos fines. En cuanto comunidad que se constituye por la fe en un Dios bueno que interviene en la historia para salvar a los hombres, se asimila a todos los grupos religiosos que existen. Sin embargo, en cuanto comunidad que afirma que la persona fundadora vive, la Iglesia se constituye en algo insólito y original. Esto significa que existe:

 

 

La Iglesia existe en torno a un Viviente que, por la fuerza del Espíritu, llega a ser "contemporáneo de todos los hombres" (K. Barth). Se trata de una comunidad que no tiene en sí misma la raíz de su existencia. Nace de un acontecimiento que la precede. Por eso la Iglesia debe hacer memoria. Pero no se trata de un acontecimiento recluido en el pasado sino abierto al presente y al futuro. El Resucitado es origen, es camino y es meta. Por eso la Iglesia debe vivir en la espera. Y, en cualquier caso, no como si se tratase de una propuesta más, sino como el único camino para la salvación del hombre[8].

 

1.2. Se inserta en el proyecto salvífico del Padre

 

Afirmar que la Iglesia nace de la experiencia del Resucitado por la fuerza del Espíritu (esto es Pentecostés) tiene el peligro de convertirla en algo puramente espiritual al margen de la historia. De ahí la importancia de interpretar la resurrección de Jesús en conexión con su vida histórica y con el núcleo de su mensaje: el Reino de Dios[9]. Este es el rasgo más destacado por los evangelios sinópticos[10], y sin duda, suficientemente estudiado en otras ocasiones.

 

Sin entrar ahora en detalles, se puede presentar el Reino de Dios como el proyecto en el que Dios es todo en todos, la reconciliación de la realidad entera con su origen y su destino[11]. Su novedad está sintetizada en las bienaventuranzas.

 

Ahora bien, ¿qué relación existe entre el Reino de Dios y la Iglesia? ¿Se identifican sin más, como parece indicar cierta eclesiología triunfalista? ¿Se excluyen mutuamente, como sugieren todos los que contraponen el proyecto de Jesús y los fines de la Iglesia? La respuesta, siguiendo el mensaje del NT y especialmente el transmitido por las "parábolas del Reino"[12], requiere algunas matizaciones:

 

 

 

La Iglesia es un símbolo y un instrumento del Reino de Dios, pero no se confunde con él. Cualquier identificación fácil: "Aquí está" o "Allá está" (Lc 17,23) supondría identificar el don de Dios con las parciales realizaciones históricas que el hombre puede llevar a cabo. (* Ver dibujo en el folleto).

 

1.3. Y crea comunión por la fuerza del Espíritu

 

Con frecuencia, para asegurar la unidad de los creyentes en torno a la Iglesia, se utilizan los medios usados por cualquier grupo humano: fuerte jerarquización, predomino de lo general sobre lo particular, vigilancia de las doctrinas y las costumbres. Todos estos medios, aun siendo alguna vez necesarios, no garantizan por sí solos la unidad. La cohesión lograda no sería de ninguna manera la comunión cristiana.

 

En la Iglesia la comunión es un fruto del Espíritu de Dios. Es -por decirlo brevemente- el efecto producido por la fe en Jesucristo. Cuando los creyentes reconocen a Jesús como Señor se establece entre ellos una vinculación de fe -que el bautismo rubrica- más radical que cualquier otro nexo jurídico o sociológico. Esta vinculación/comunión, aunque se expresa a través de cauces humanos, tiene su origen en el Espíritu que la suscita y la mantiene. En cuanto obra de dios, participa de su propia comunión. Por eso se puede hablar de la Iglesia -como ya se ha mostrado- "icono de la Trinidad".

 

La comunión es, en definitiva, el fruto del anuncio: "Lo que hemos visto y oído... os lo anunciamos para que entréis en comunión con nosotros". El anuncio es la comunicación de una experiencia que determina absolutamente la vid del creyente hasta el punto de convertirlo en una nueva criatura (Jn 1.12) y considerar todo lo demás como secundario (Filip 3,7-12). Quien acoge este anuncio no es alguien que "aprende" algo (como si se tratase de un contenido teórico) sino alguien que revive la misma experiencia que le es comunicada. Entre "emisor" y "receptor" se produce una especie de ósmosis espiritual. La comunicación se hace comunión. Ésta, pues, no tiene un carácter abstracto. Es un encuentro entre personas concretas. No se puede pensar una comunión por medio de valores objetivos, sino a través de la relación interpersonal. Y sólo cuando ésta se da se puede hablar de la "necesidad" de la Iglesia en el proceso de la fe. Cuando se advierten solamente rasgos institucionales, ¿cómo fundamentar tan necesidad?[13].

 

La comunión entre los creyentes, nacida del anuncio, es también comunión con Dios y con Jesucristo, no sólo en el plano histórico-sociológico (como se relaciona una asociación con el fundador), sino en el plano mistérico (Jesucristo no es un fundador difunto sino el Señor viviente). Por eso, no tiene sentido fundar la comunión sobre puros contenidos, teniendo en cuenta, además, que el "contenido" central es precisamente que el Señor ha resucitado y sigue vivo.

 

 

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

1. ¿Qué signos muestran la pervivencia actual del modelo piramidal de la Iglesia? ¿Qué signos muestran, por el contrario, una concepción comunional?

2. ¿Es lo mismo la "comunión" (en el sentido expuesto en el folleto) que la "democracia" (en el sentido en el que habitualmente se entiende)? ¿Cómo comprender el sentido de la jerarquía desde el modelo "comunión"?

 

2. A través de instrumentos históricos

 

Como ya se ha indicado repetidamente, la Iglesia es antes un acontecimiento que una estructura. Una vez examinado lo más original (la comunión que brota del anuncio) es lícito preguntarse: ¿Qué instrumentos garantizan un fundamento objetivo? ¿Qué instrumentos garantizan la comunión? ¿Qué instrumentos garantizan el aspecto interpersonal? Los apartados siguientes pretenden responder a estas preguntas:

 

2.1. Un instrumento objetivo: la Escritura

 

La comunión de los creyentes en la Iglesia nace de la comunicación de la experiencia de Cristo. Pero, ¿de qué Cristo se trata? No del que aparece en las experiencias singulares, siempre expuestas a muchas deformaciones, sino del Cristo que el apóstol "ha oído, visto con sus propios ojos, contemplado y tocado con sus manos", del Cristo anunciado por los apóstoles testigos.

 

La experiencia apostólica se ha condensado, aunque no de manera exhaustiva, en el Nuevo Testamento. Éste, que se convierte en norma para la Iglesia, es, en cierto sentido, un fruto de ella misma. Y, unido al Antiguo, constituye la referencia objetiva de la Iglesia de todos los tiempos. Donde hay Iglesia verdadera, la Escritura es el principio discernidor de toda experiencia personal o comunitaria. La comunión nace y vive de la Palabra.

 

2.2. Un instrumento comunional: los sacramentos

 

La comunión de los creyentes entre sí y de todos con Dios se expresa necesariamente a través de símbolos. En el orden más visible, donde hay comunión se da comunicación de bienes. Así se atestigua en los sumarios de los Hechos de los Apóstoles[14]. Por eso, donde la Iglesia se reduce a relaciones externas y burocráticas y no vive el compartir -si bien en niveles diversos- no hay propiamente Iglesia.

 

En el conjunto de símbolos, los sacramentos se presentan como explicitaciones de lo que la Iglesia es: "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (Lumen Gentium, 1). En este sentido, expresan y celebran la comunión que se da entre todos los creyentes, y la construyen históricamente. No son, pues, ritos separados de hechos, sino símbolos de realidades que se verifican[15] -se deben verificar- en la vida ordinaria. Donde hay comunión, hay experiencias celebrativas de esa comunión. Donde hay expresiones (sacramentos), la comunión se refuerza y se pone de manifiesto su verdadero origen (el Espíritu de Jesucristo), y no sólo el esfuerzo humano por construirla.

 

2.3. Un instrumento interpersonal: carismas y ministerios

 

El texto de 1 Jn, que guía nuestra reflexión sobre la Iglesia, insiste mucho en el hecho objetivo sobre el que ésta se funda: "lo visto y lo oído", pero subraya también el carácter personal: "lo que nosotros hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión (es decir, seáis Iglesia) con nosotros".

 

La Iglesia no nace de un anuncio anónimo del evangelio. Jesús no ha escrito un libro de contenidos doctrinales y organizativos sino que ha puesto en marcha una comunidad de personas. Los evangelios son fruto de esta comunidad. Antes que la palabra escrita existen las personas. Ellas son la verdadera palabra viviente. Lo escrito no es sino la expresión de una experiencia personal.

 

Desde la esencial igualdad de todos los creyentes -nacida de una misma fe y un mismo bautismo-[16], se entiende la diversidad carismática y ministerial. Este aspecto será tratado detenidamente en el folleto tercero.

 

Los carismas y ministerios, lejos de atentar contra la comunión, son los instrumentos privilegiados del aspecto interpersonal de esta comunión. Este es el camino para recuperar eclesiológicamente la vocación laical.

 

3. La Iglesias existe para anunciar el evangelio al mundo

 

3.1. La comunión es misión

 

La Iglesia, en cuanto sacramento de Cristo, vive en la historia su misma suerte, reactualiza su muerte y su resurrección. Así como la existencia de Cristo fue pro-existencia (es decir, vida al servicio de los demás), también la comunión de la Iglesia está necesariamente al servicio de la misión. Es una fuerza centrífuga que, saliendo de sí (muerte) se descubre a sí misma (resurrección).

 

Este dinamismo es el que debe presidir las relaciones de la Iglesia con el mundo y el que puede iluminar el sentido más profundo de los carismas laicales, a los que corresponde "tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales". (Lumen Gentiun, 31). Sabiendo, no obstante, que la mundanidad (es decir, el hecho de vivir la fe en el mundo) afecta a toda la Iglesia y no sólo a alguno de sus miembros.

 

 

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

¿Pueden existir carismas sin referencia a la PALABRA y a los sacramentos? ¿Cómo se relacionan entre sí los diversos "instrumentos" que construyen la comunión? ¿Qué sucede, por ejemplo, cuando se quiere potenciar la vocación laical (carisma) al margen de la Escritura y de los sacramentos?

 

3.2. La misión va más alla del mundo

 

Pablo subraya mucho en sus cartas la discontinuidad de los cristianos con este mundo. En el nuevo orden de cosas, la condición mundana ha pasado. Nosotros hemos muerto con Cristo y estamos sepultados con Él (cf Rm 6,4-11). Y lo mismo se anuncia en el cuarto evangelio: "Si el mundo os odia, sabed que primero me ha odiado a mi. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo que le pertenece, pero no sois del mundo: yo os he elegido del mundo y por eso el mundo os odia" (Jn 1,18).

 

Ser Iglesia significa situarse en contraposición al mundo, entendido éste, no como realidad creada, sino como sistema de vida basado en el pecado[17]. La Iglesia debe renunciar a los falsos valores que se oponen a las bienaventuranzas. La cruz sigue siendo el principio crítico que desenmascara cualquier dios falso, cualquier ideología que no busque la libertad del hombre. La cruz es para la Iglesia, no un dispositivo formal que recuerda un hecho del pasado, sino una actitud permanente, una forma de ser y de situarse ante la realidad.

 

El encuentro de Jesús con Pilato es la imagen más dramática del contraste entre evangelio y mundo[18]. Lo que Jesús vivió e norma para sus seguidores. Participar de la suerte de Cristo significa renunciar a cualquier poder humano, aun cuando las situaciones concretas sean sumamente complejas. Y con frecuencia lo son. Cuando la Iglesia se convierte en un fenómeno sociológico imponente constituye, de hecho, lo quiera o no, un poder. De ahí la tendencia de los poderes mundanos a combatirla o a instrumentalizarla. Ambas situaciones representan una tentación para la Iglesia. Por eso, dado que no puede ignorar el poder que tiene, sólo le queda una salida airosa y evangélica: emplearlo al servicio de los más pobres[19]. Y, en la forma suprema, el martirio. Una Iglesia sin mártires es una Iglesia mundanizada.

 

3.3. Pero se realiza en este mundo

 

La resurrección de Jesús ha inaugurado ya el Reino de Dios y es una primicia de lo que toda la realidad está llamada a ser, incluido el mundo[20]. La resurrección no es patrimonio exclusivo de la Iglesia. La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30) describe perfectamente esta situación. Por eso la Iglesia, en relación con el mundo, tiene una doble actitud: de oposición, rechazo y crítica y, al mismo tiempo, de búsqueda, aprecio y comunión. En cualquier caso, el criterio discernidor no deben ser sus intereses, sino el bien del hombre.

 

El recuerdo de la historia es suficientemente elocuente. Las relaciones Iglesia-mundo han sido casi siempre difíciles y ambiguas[21] y esta es una de las razones por las que muchos creyentes experimentan una gran desafección. Cuando ésta se produce es bueno recordar que:

 

"Existe una verdad de Dios que no tiene sombras: es la verdad del Padre que nos llama, del Espíritu que nos impulsa y del Cristo que nos liga a sí. Y existe luego la verdad del hombre, llena de sombras. Entonces nuestra Iglesia nos parece una cosa pobre, el entusiasmo del mensaje gozoso demasiado debilucho, la misma comunión es a veces formal y enrarecida, y la fuerza de choque con el mundo a todas luces insignificantes. Y, sin embargo, donde dos o tres se encuentran en torno a Cristo, aunque estén un poco fuera de juego y sean pecadores, el hecho de la comunión se cumple. Parece algo modesto y frágil, a veces da la impresión incluso de que se asienta en la nada y que está destinada a la esterilidad. La Iglesia, por el contrario, siempre puede sorprender, porque su Señor no es un cadáver, es el Viviente. Existe una virtualidad secreta en toda comunidad cristiana y un dinamismo sutil y escondido: de un momento a otro puede aparecer el Resucitado y su Espíritu puede suscitar el coraje suficiente para realizar un anuncio vigoroso" (S. Dianich).

 

 

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO

Si ser Iglesia "más allá del mundo" significa, sobre todo, opción por los pobres y el martirio, ¿cómo juzgar las actitudes de repulsa hacia lo mundano (política, arte, juego...) que, con frecuencia, se dan entre los cristianos?

 

 

B. PARA COMPLETAR

 

ESTRADA, J.A. El concepto de Iglesia desde el Vaticano I a nuestros días (Madrid 1985).

LEGAUT, M. Creer en la Iglesia del futuro (Santander 1978).

 

 

 

C. OPERACIONES

 

  1. 1.    ¿Dónde encuentras signos concretos (en tu parroquia, comunidad, diócesis, etc.) que nos indiquen que vamos caminando hacia esta nueva dimensión?

     

  2. 2.    Dificultades reales que se encuentran para llevar adelante este modelo de Iglesia.