Autor: Javier Rodríguez .
Publicado originalmente en NUEVO PENTECOSTÉS, núm. 60
www.rcc-es.com Fuente: www.e-cristians.net
Vivir en el espíritu para cantar en el espíritu
"Quien ha aprendido a amar la Vida Nueva sabe cantar el cántico nuevo. De manera que el cántico nuevo nos hace pensar en la Vida Nueva. Hombre nuevo cántico nuevo, testamento nuevo... todo pertenece al mismo y único Reino".
"Quien ha aprendido a amar la Vida Nueva sabe cantar el cántico nuevo. De
manera que el cántico nuevo nos hace pensar en la Vida Nueva. Hombre nuevo
cántico nuevo, testamento nuevo... todo pertenece al mismo y único Reino" (San
Agustín).
El cristiano que busca sinceramente conocer el lugar que la música debe ocupar
en su propia vida, tiene en la Palabra de Dios una norma general que se puede
aplicar a cualquier ámbito de su existencia: "Hacedlo todo para la Gloria de
Dios" (1 Cor 10, 31).
Quien haya aceptado a Jesús como su Señor y Salvador, ya no es autónomo o
autónoma para fijarse su propia ley, ya que ahora está "bajo la ley de Cristo
Jesús" (1 Cor 9, 2 l). Y Jesús buscaba siempre lo que era agradable a Dios y
servía para darle mayor gloria (Jn 7,18; 8, 29, 8 49; 17, 4).
"Porque ninguno de nosotros vive para si mismo y ninguno muere para si mismo"
(Rm 14, 7). "Cristo murió para que los que viven ya no vivan para sí, sin o
para Aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5, 15). "Para que en todo
sea glorificado Dios por medio de Jesucristo"(1 Pe 4, 1 l).
Si hemos nacido de nuevo del agua y del Espíritu, desearemos hacer todas las
cosas, también la música, para gloria de Dios. Todas mis cosas están bajo la
mirada, de mi Padre; soy su hijo y vivo en función a Él. La música que
aceptamos escuchar, la que componemos, la que cantamos o tocamos solos o con
otras personas debe contribuir a glorificar a Dios.
Hacer algo para la Gloria de Dios significa que deseamos que Él reciba todo el
Honor y la Alabanza de nuestra acción y que sea mejor conocido, amado y
servido. Por tanto, renunciamos a nuestra propia gloria personal.
El mundo de la música, como toda actividad artística, ha sido desviada hacia
la glorificación del hombre. Una de las metas reconocida o no de los artistas
es la de hacerse un nombre. Y Jesús dice con respecto a esto: "más entre
vosotros, no será así" (M at 20.26).
En una oración común o en cualquier celebración litúrgica es inconcebible que
músicos o cantores sean protagonistas. La música es ofrecida a Dios igual que
las oraciones. No nos reunimos en el nombre del Señor para disfrutar de la
música o para apreciar su calidad.
"Todas las cosas me están permitidas, pero no me dejaré dominar por ninguna".
Incluso las mejores cosas pueden convertirse en un peligro para mi libertad si
se convierten en imprescindibles para mi bienestar, si no puedo vivir sin
ellas. Hoy en día la música se ha convertido para muchos en una droga de la
que les sería muy difícil prescindir. La música es un medio maravilloso por el
cual Dios puede damos Paz, Alegría, Fuerzas.... pero siempre seguirá siendo un
medio, como los alimentos o las medicinas, en las manos de Dios.
No es de la música por si misma de quien espero estos beneficios, sino de mi
Padre que me ama. Debo evitar, por tanto, dedicarles más tiempo, fuerzas o rec
eptividad de lo que el Señor me muestra como conveniente para no depender de
ella. Para muchos "melómanos" la música se ha convertido en un sucedáneo de la
religión. Tienen necesidad de ella para tranquilizarse o animarse. Esperan de
ella lo que nosotros esperamos de Dios: Consuelo, transformación interior,
comunión con los otros...
La música es una sierva de Dios; si no ocupa su lugar, se hace un ídolo, un
falso Dios. Hacer música para la Gloria de Dios es contribuir a que Dios sea
conocido, tal como verdaderamente es, por el mayor número de personas.
Glorificar "El Nombre de Dios" (Jn 17,18) es manifestar y hacer reconocer sus
cualidades: Su Majestad, Su Gracia, Su Ternura Su Belleza. La música glorifica
a Dios cuando refleja estas cualidades y las evoca en el interior de los
oyentes. "Una música para la Gloria de dios -dice Küen- es una música de Paz,
en el sentido de Shalóm: Plenitud, Realización, Felicidad".
Pablo, justo después de haber hablado del canto , dice: "y todo lo que hagáis,
sea de palabra o de obra, hacedlo en el Nombre del Señor Jesús" (Col, 3, 17).
Hacer una cosa en el nombre de alguien, es hacerlo tal como él lo habría
hecho, representando su personalidad, su naturaleza, hacerlo con su amor y su
autoridad. Una música hecha en el Nombre del Señor Jesús debe reflejar su
persona, su Fuerza, y su Dulzura, su Verdad y su Pureza, su Amor y su Poder, y
también su Celo, su Pasión por el Padre, su indignación ante el mal. Una
música de esta clase podrá tener, según los momentos, fuertes sonoridades,
acentos peculiares, diferentes estilos, pero no se complacerá en excitar ni en
condicionar. No será de carácter caótico o exagerado, sino que transmitirá la
serenidad y el equilibrio que nacen del triunfo de Dios sobre toda división o
destrucción.
En el Antiguo Testamento, los músicos del templo eran levitas sometidos a las
mismas obligaciones que sus hermanos. No tenían ningún privilegio ni
patrimonio; Dios m ismo era su heredad (Num 18,29; Dt 10,9). Algo semejante ha
de suceder con quienes son llamados a servir al Señor a través de la música y
el canto. Un ministerio de música es como un ministerio de intercesión o de
predicación: un servicio al Señor en la Comunidad. Significa, de algún modo,
una consagración a Dios.
La Comunidad -a través de sus responsables- tiene que mantener una exigencia.
espiritual y de coherencia de vida para todos los que forman parte de un
ministerio de música. "Solamente los músicos que viven de una manera ejemplar
deberían ser utilizados en la Iglesia"; dijo una vez alguien con experiencia
en el asunto.
Quienes sirven al Señor en este ministerio han de amar más a Dios y a su
Palabra que a la música. Deben tener una visión de la música y el canto desde
la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia. Han de tener paciencia,
equilibrio emocional, capacidad de sometimiento y de trabajo en equipo;
entusiasmo y celo, compensados con sensatez y buen humor. En la base de todo
esto: humildad. Sólo con una vida de oración diaria y de entrega real se puede
servir al Señor.