Una costumbre de los primeros cristianos: el
Retiro espiritual
“Retiros los hacían ya los primeros cristianos. Después de la Ascensión de
Cristo al Cielo encontramos a los Apóstoles y a un grupo numeroso de fieles
reunidos dentro del Cenáculo, en compañía de la Virgen Santísima, esperando la
efusión del Paráclito que Jesús les había prometido. Allí los halla el Espíritu
Santo perseverantes unanimiter in oratione (Hch 1, 14), metidos en la oración.
De igual modo se comportaron aquellas almas que en la primitiva cristiandad, sin
apartarse de la vida de los otros, se entregaban a Dios en sus casas; y los
anacoretas que marchaban a los desiertos, para dedicarse en soledad al trato con
Dios... ¡y al trabajo! (...). Todos los cristianos que se han preocupado
sinceramente por su alma, han hecho de un modo u otro sus retiros. Porque se
trata de una práctica cristiana”. (San Josemaría Escrivá)
Esta práctica espiritual es algo común en la Iglesia desde los primeros siglos:
siempre que una persona buscaba prepararse para una misión, o, simplemente,
notaba la urgencia de corresponder con mayor entrega a los toques de la gracia,
procuraba intensificar su trato con el Señor.
Ya en el comienzo de su Pontificado, Benedicto XVI recomendó los días de retiro
espiritual, particularmente los que se hacen en completo silencio (Discurso a un
grupo de Obispos en visita ad limina, 26-XI-2005). Y en el tradicional Mensaje
para la Cuaresma de este año 2011, refiriéndose al Evangelio del segundo
domingo, el de la Transfiguración del Señor, insiste: es la invitación a
alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él
quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de
nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cfr. Hb 4, 12) y fortalece
la voluntad de seguir al Señor.
Un poco de historia
Retiro es la traducción del la tín recessus, que significa apartarse, retirarse.
Cuando este aislamiento tiene un fin religioso, un motivo sobrenatural, hablamos
propiamente de retiros espirituales.
La idea de retirarse, para tratar de hablar más íntimamente con Dios y hacer
oración, es inherente a la naturaleza humana. Algunas veces, las más, este
retiro consistirá en el recogimiento interior necesario para
facilitar ese diálogo del alma con Dios.
En la Sagrada Escritura se hallan abundantes testimonios de esos retiros del
hombre para ir a un encuentro personal más directo con Dios. Tampoco hay que
olvidar el papel que juega el desierto en la vida de Israel, como pueblo
escogido de Dios.
Moisés, los Profetas y San Juan Bautista constituyen un precedente en el que se
inspiraron los primeros Padres del desierto: San Atanasio, en la Vida de San
Antonio, cita a Elías como modelo de los solitarios.
Jesucristo mismo, «lleno del Espíritu, partió del Jordán y fue conducido por el
Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días» (Lc 4,1-2). Después de la
Ascensión de Cristo encontramos a los Apóstoles y a un grupo numeroso de fieles
reunidos dentro del Cenáculo, en compañía de la Virgen Santísima, esperando la
efusión del Paráclito que Jesús les había prometido.
Los primeros cristianos
La famosa frase de Cicerón «numquam minus solus quam cum solus sum» (nunca estoy
menos solo que cuando estoy solo) adquirió carta de naturaleza en toda la
literatura espiritual cristiana desde San Ambrosio: él la transcribió dándole un
sentido profundamente cristiano.
Al final del siglo IV, dentro de las instituciones que más han progresado -los
eremitas, en Egipto; los cenobitas, ya sean de San Antonio, de San Pacomio o de
San Basilio-, a pesar de notorias diferencias, existe un ideal común: el
servicio exclusivo de Dios y la separación del mundo; el aislamiento y el
silencio; la penitencia corporal y la reglamentación de la oración, ju nto con
la lectura espiritual y la recitación de los salmos.
Culmina esta etapa con la aparición de la figura egregia de San Agustín y, más
concretamente, con las Confesiones, que constituyen de hecho una valiosa guía
para introducirnos en el mundo del retiro espiritual.
En los siglos sucesivos, la vida monástica, introducida ya en el Occidente
europeo, va a adquirir un desarrollo extraordinario, hasta llegar a la época de
San Bernardo. Se generaliza, como práctica entre los monjes, la costumbre de
dedicarse durante unos días y por entero a la vida de piedad, después de haber
hecho la profesión religiosa; y, en este sentido, puede hablarse con rigor de un
retiro espiritual. Pero la expresión retiros o ejercicios espirituales no ha
adquirido todavía carta de ciudadanía.
Ejercitar el alma
En el siglo XII, G. de Saint-Thierry, emplea muchas veces la expresión
spiritualia exercitia (ejercicios espirituales), contraponiéndola a los e
xercitia corporalia; para San Bernardo nuestra santificación toda es realmente
un ejercicio espiritual.
Los autores cristianos de los primeros siglos comenzaron por usar la palabra
exercitium en su sentido genérico, haciendo referencia a la lucha ascética
necesaria para contrarrestar la inclinación al pecado y, en algún caso concreto,
a la virtud indispensable para hacer frente al martirio.
En la segunda mitad del s. XIII, San Buenaventura recomienda el mentale
exercitium sobre uno mismo, sobre la vanidad del mundo, sobre los novísimos y
sobre la gloria; aconseja la meditación de la Pasión de Jesucristo y recomienda
el cambio de vida, la huida del pecado, la contrición, la confesión frecuente,
la meditación, el examen de conciencia, etc.
Vivir la vida de Cristo
En el siglo XIV aparece una obra de especial interés, las Meditationes vitae
Christi, de Caulis. Los exercitia comprenden la meditación y la contemplación,
el examen de concien cia y, en general, el tema central de la oración debe ser
la vida de Cristo.
El beato Enrique Suso hace un gran esfuerzo para difundir la devotio, recluida
en el convento, a todos los cristianos, enseñando los caminos de perfección. En
la célebre Vita Iesu Christi, de L. de Sajonia, se recomienda meterse dentro en
la contemplación de los pasajes evangélicos, haciéndose presente y así meditar
la vida de Jesucristo.
Ya en el siglo XV, J. Gerson nos ofrece un intento
de sistematización de los exercitia spiritualia y aconseja a las personas
devotas que hagan estas prácticas bajo la guía de un director que conozca la
Sagrada Escritura, que sea piadoso y discreto, que no le falte experiencia;
recomienda algunos temas para la oración y expone un método, que no se debe
imponer nunca.
La espiritualidad de los siglos XIV y XV se hace cada vez más cristocéntrica,
con una gran preferencia por la Humanidad de Jesucristo, sobre todo por la
Pasión.
En la España del siglo XV, el abad de Montserrat García Ximénez de Cisneros dio,
con su Ejercitatorio, un paso decisivo en la sistematización de los ejercicios
espirituales; propuso un método claro, preciso, orgánico y completo para hacer
ejercicios espirituales de acuerdo con un plan perfectamente programado dedicado
a la conciencia, a la vida contemplativa, a la identificación con la voluntad
de Dios y a la necesida d de la perseverancia. Esta obra tuvo mucha influencia
en San Ignacio de Loyola, quien fue, en 1522, recién convertido, al monasterio
de Montserrat.
San Ignacio dividió los ejercicios espirituales en cuatro semanas, de la misma
forma que el Ejercitatorio, si bien los temas de las meditaciones no están
distribuidos de la misma forma. Los ejercicios espirituales ignacianos, sin
embargo, se distinguen porque tienen un fin específico: la elección de estado,
que es la espina dorsal del sistema, el punto hacia el cual todo converge; y no
hay ninguna duda de que este método ha supuesto un medio muy eficaz para que
muchas personas se decidan a servir a Dios.
Juan Pablo II recordó la importancia de los retiros espirituales con estas
palabras: "Quisiera reavivar vuestra llama apostólica estimulándoos en tres
puntos que me parecen muy importantes. Evangelizad vuestra propia vida;
continuad siempre en estado de conversión [...]. Dedicad algún tiempo al retiro
y a la revisió n de la vida."
Fuente: F. VIVES UNZÚE. (GER)
BIBL.: J. LECLERCQ, A. RAYEZ, P. DEBONGNIE, Exercices spirituels, en DSAM
4,1902-1933; P. POURRAT, La Spiritualité Chrétienne, III, París 1947; GARCÍA
XIMÉNEZ DE CISNEROS, Ejercitatorio de la vida espiritual, Madrid 1957; G. M.
COLOMBÁS, un reformador benedictino, García Ximénez de Cisneros, Montserrat
1955; S. IGNACIO DE LOYOLA, Exercicios spirituales. Autógrafo español, 10 ed.
Madrid 1962; lo, Exercitia spiritualia Sancti Ignatii de Loyola et eorum
Directoria (ed. crítica de A. C'ODINA), Madrid 1919; I. IPARRAGuiRRE, Historia
de los ejercicios de S. Ignacio, 2 vol. Bilbao 1946-1955.