La verdadera tolerancia y el misterio de la persona

Giorgio Vittadini
Fuente: www.paginasDigital.es

 

Nueva York 2001, París 2015: la misma consternación, la misma sensación de injusticia, la misma angustiosa inseguridad. Dos millones de personas han salido a la calle blandiendo banderas de todo tipo, también en países islámicos, animándose mutuamente. Por otro lado, en la misma ciudad, cincuenta jefes de Estado de todo el mundo se han manifestado solos, ellos también asustados y divididos, a pesar de la certeza que deberían haber comunicado.

¿Por qué ha pasado lo que ha pasado en París? ¿Por qué no sabemos responder, ni siquiera los cristianos? El motivo es sencillo, aunque también disruptivo: se nos ha olvidado en qué se apoya la tolerancia que Occidente abandera estos días. Hay un dato que precede incluso a la religión: ningún hombre puede decir “yo sé quién es Dios”. La vida y la persona son un misterio hacia el que tienden pero que no está en nuestras manos: esta es la verdadera religiosidad. El hombre está ante un misterio que no posee, que solo puede, humildemente y nunca de manera definitiva, aprender a reconocer en la realidad.

La verdadera tolerancia nace de la conciencia de que el misterio de la persona vale más incluso que la religión. Toda persona es el corazón de este misterio inviolable, toda vida es única e irrepetible, y vale más que el universo. En eso consiste la verdadera religiosidad cuando no se convierte en ideología. Por eso no tiene razón Angelo Panebianco cuando dice en el Corriere della Sera que si los terroristas islámico matan “en nombre de Dios”, los europeos no lo hacen solo porque ya nadie en Europa cree en Dios. Como Umberto Eco, él también sobreentiende que todos los males y violencias de hombre tienen como causa la religión. Sin embargo, pretender poseer la voluntad de Dios es la raíz del terrorismo, y de cualquier violencia que exista en la historia. Incluso cuando ese dios no es el de las religiones, sino el ídolo de las ideologías, del estalinismo, del nazismo, de tantos nacionalismos colonialistas por los que se han cometido los genocidios más atroces. En la historia del cristianismo tampoco han faltado estas caídas, de hecho Juan Pablo II pidió perdón públicamente por los pecados de los cristianos.

Afirmar, como hizo el Vaticano II, que no se puede imponer la conversión significa poner las premisas de un pluralismo que no es laicista ni nihilista. Por lo demás, se pueden ejemplos de amistad entre musulmanes y cristianos que no faltan en la experiencia cotidiana de muchos. Gente que, movida por el deseo común de bien y de responder a su necesidad de encontrar un destino bueno, viven, se ayudan y trabajan juntos. Esto sucede en la vida cotidiana y en los momentos más dramáticos: lo hemos visto en los días de la revuelta en la plaza Tahir de Egipto, donde jóvenes cristianos dieron la vida por jóvenes musulmanes y viceversa. Lo vemos en iniciativas de solidaridad y ayuda como en centros de apoyo escolar donde libremente se ayuda a chavales de distintos credos religiosos.

Estos hechos muestran que existen caminos no solo de convivencia sino también de amistad y que el respeto al otro, que fundamenta también la libertad de expresión, es algo por lo que verdaderamente vale la pena manifestarse.