Taller de Autoestima Soy mujer, valgo y me quiero

Psic. Mónica Robles Santamarína

Revista Acción Femenina, México,
nov. 2009/ Año 76 / 938

Objetivos

·        Conocer cómo la autoestima influye directamente en nuestras relaciones con otras personas.

·        Identificar en nuestras propias relaciones interpersonales si existen actitudes que demuestren un nivel bajo de autoestima y aprender a cambiarlas por actitudes que nos lleven a tener relaciones sanas y constructivas.

1.  Partir de la experiencia y revivirla

A continuación se le pedirá a cada una de las participantes del taller que, en silencio, complete el siguiente enunciado.

Se pedirá que cada quien, en una hoja, escriba todo lo que se le venga a la mente al escucharla. Posteriormente, se comentarán las reflexiones de todas las participantes en voz alta.         

“Lo que más me gusta de mí misma es...”

2.  Contenido del tema

Durante las pasadas dos sesiones de este taller hemos comenzado a trabajar con nosotras mismas. Hemos podido aprender a conocer a nuestro yo interno, a ese yo que, aunque no sea perfecto, siempre será perfectible. Lo anterior quiere decir que siempre podrá ser mejor, que siempre van a existir áreas de nuestra persona (física, intelectual, social, espiritual, de relaciones interpersonales...) en las cuales podremos trabajar. El proceso que hemos iniciado de autoconocimiento y estima, va a implicar siempre realizar un compromiso con nosotras mismas de reconocer estas áreas de oportunidad que cada una tenemos y de trabajar para convertirlas en una realidad.

Ahora, como última parte de este taller, hablaremos de las repercusiones que tiene el convertirnos en mujeres que se valoran y respetan en sus relaciones interpersonales. Como

seres humanos somos sociales por naturaleza. Todo el tiempo estamos en contacto con otras personas, en una relación de interdependencia. Necesitamos siempre del otro” para poder alcanzar esas mejoras interiores y exteriores de las cuales hablamos previamente. Las relaciones humanas son necesarias, pero invariablemente son complicadas. El tipo y forma de relaciones que tenemos, siempre irán de la mano del proceso de autoestima. Las personas autoestimadas son capaces de establecer relaciones interpersonales sanas, asertivas y productivas. Una persona que no puede encontrar su propio valor, tendrá dificultades para encontrar valor en el otro, por lo que establecerá relaciones, interpersonales basadas en el utilitarismo y la conveniencia que serán invariablemente poco sanas y dañinas para los involucrados.

AUTOESTIMA Y FAMILIA

La familia es el campo de entrenamiento de la autoestima. Pensemos ahora en un niño a los pocos meses de nacer. Ese niño viene al mundo como un pizarrón en blanco con la capacidad de convertirse en lo que sea, de alcanzar las metas que se proponga. Para lograrlo es necesario que dentro de su familia se le proporcionen bases firmes. En ese núcleo familiar el niño aprenderá a verse a sí mismo, a apreciarse a él y a los demás. Ahí, el niño aprenderá a relacionarse con otros, a comunicarse y a establecer vínculos emocionales con los demás. Si esas bases son adecuadas, el niño podrá salir después al mundo y establecer relaciones sanas con el exterior. Por el contrario, si no aprende a establecer sanas relaciones en casa, será muy difícil que las establezca fuera de ella.

LA FAMILIA CON AUTOESTIMA

En las familias con autoestima vamos a encontrar siempre una adecuada comunicación.

Sus miembros pueden expresarse sin miedo a encontrar rechazo, incomprensión o ignorancia por parte del otro. En estas familias se permite la expresión de sentimientos, sin ser obstaculizada por la vergüenza o el ridículo. La expresión de emociones negativas también es permitida, siempre y cuando se haga adecuadamente, y con el propósito de encontrar soluciones y no de una manera hiriente e irresponsable.

Otra característica de la familia con autoestima es la manera en la que se establecen y se siguen las reglas. Los límites siempre serán necesarios en una relación familiar. La única manera para que los hijos aprendan a autolimitarse adecuadamente es estableciendo las reglas correctas en casa. Tanto la excesiva rigidez, como la falta de límites dañan a nuestros hijos. Es importante delimitar las reglas en casa y ser constantes en su aplicación por el bien de la construcción del autoconcepto y autoestima de ellos.

Por otra parte, las familias valorizadas tienen un sistema de valores coherente y conocido por todos sus miembros. También tienen objetivos en común, y que, para su cumplimiento, es necesario el trabajo en conjunto de todos y cada uno de sus miembros.

 

ACTITUDES DE LOS PADRES SIN AUTOESTIMA HACIA SUS HIJOS

Los padres que no tienen adecuada autoestima se vuelven en primer lugar excesivamente protectores de sus hijos. Tratan de controlar todas sus decisiones y actos debido a la desconfianza que sienten hacia ellos mismos y las personas que los rodean. Estos padres tienden a comparar a sus hijos entre ellos y con otras personas (“mira a tu hermano, él sí lo puede hacer... “). Por otra parte, condicionan el afecto y apoyo a la obtención de tareas y al logro de objetivos previamente establecidos por ellos. Estas actitudes traen consigo la crianza de hijos desconfiados en sus propias capacidades y con baja autoestima.

AUTOESTIMA Y RELACIONES DE PAREJA

El buen funcionamiento de cualquier relación de pareja está íntimamente relacionado con la autoestima de los miembros que la conforman. Recordemos los comportamientos que denotan una baja autoestima de los que hablamos la sesión pasada (indiferencia, desconfianza, irresponsabilidad, incoherencia, inexpresividad, dependencia, inconstancia y rigidez). Ahora, pensemos qué tipo de relación de pareja pueden establecer las personas que tienen estas actitudes.

LA PAREJA SIN AUTOESTIMA

Cuando uno o ambos miembros de la pareja vive sin autoestima, la pareja:

v     Tiene malos patrones de comunicación. No expresa lo que debe hacer, ni de la manera en que debe hacerlo.

v     No da cabida a la expresión emocional. La vergüenza o el miedo a la reacción del otro bloquea la expresión de ideas y emociones.

v     Ignora las necesidades reales del otro a nivel físico, intelectual, espiritual, social y emocional.

v     No se compromete con la relación por completo. El miedo a perder al otro y la desconfianza minan cualquier relación de pareja.

v     Carece de proyectos comunes. Cada miembro busca el crecimiento personal por separado.

v     Se vuelve dependiente en todos los aspectos.   Muchas   ocasiones   la   persona, sin autoestima piensa que encontrará en el otro aquello que supone le falta. Si esa persona no es capaz de respetarse y quererse a sí misma, su pareja difícilmente lo hará.

 

AUTOESTIMA Y OTRAS RELACIONES INTERPERSONALES

Como mencionamos anteriormente, toda relación interpersonal se ve afectada de manera positiva o negativa por el nivel de autoestima de los involucrados. Si no somos capaces de apreciar a nuestro yo interno, será muy difícil que apreciemos a los demás.

Las personas con baja autoestima tienden a ser “utilitaristas” en sus relaciones interpersonales. Ser utilitarista significa ver a los demás como instrumentos para alcanzar fines determinados, es decir, utilizarlos según nuestra conveniencia. Las relaciones interpersonales nunca deben de ser  medios sino,  por el  contrario,  ser fines en sí mismas. Actitudes como el despotismo, la ridiculización o minimización de las cualidades de los demás, la timidez o incluso la excesiva necesidad por estar con otras personas todo el tiempo y la incapacidad para estar solo indican una baja autoestima.

Aquí creemos conveniente que nos preguntemos que tipo de amiga, hermana o compañera de trabajo somos cada una de nosotras. ¿Somos utilitaristas en nuestras relaciones interpersonales? ¿Creemos en la filosofía de lograr lo que nos proponemos, sin importar a quién lastimemos en el proceso? ¿Tenemos relaciones interpersonales sanas, interdependientes y orientadas hacia el crecimiento? El mostrar preocupación genuina por el otro es un signo de que también existe un interés real por nosotras mismas.

AUTOESTIMA Y TRABAJO

La autoestima también es importante para que logremos los objetivos de cada una de nosotras en lo relacionado con nuestra ocupación, oficio o profesión. Una persona que se conoce y quiere a sí misma puede ponerse objetivos definidos y puede luchar correctamente por alcanzarlos, sabiendo ser perseverante y cumpliendo siempre con lo prometido. Trabaja con iniciativa, creatividad y responsabilidad. Además, también tiene claro cuál es su vocación, lo que la ayuda a disfrutar mayormente las actividades que realice. Por otra parte sabe establecer relaciones armónicas con los demás, lo que hace que el ambiente laboral sea más agradable y productivo.

Por otro lado una persona con baja autoestima depende todo el tiempo de los demás para realizar cualquier actividad. Huye de todo tipo de responsabilidad, culpando siempre a los otros de los errores cometidos. Además, al ignorar su verdadera vocación, vive confundido y dudoso de lo que hace y nunca es capaz de disfrutarlo.

PARA CONCLUIR

A lo largo de este taller nos hemos embarcado en un proceso de autodescubrimiento y respeto de nosotras mismas. Es importante recalcar, a manera de conclusión, que el vivir como seres valorizados es un proceso de aprendizaje que no acaba nunca, un proceso que requiere trabajo constante y de todos los días. Es un proceso que afecta invariablemente todos los aspectos de nuestra vida, todas nuestras relaciones

Cuando el grano de trigo muere podemos pensar en la semejanza de un final de una carrera de estudios: “Llegué al final, ya soy médico”. O como decía Jesús: “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que se niega a sí mismo en este mundo, la guardará para una vida eterna.” (Jn 12, 24-25).

LAS DOS LÍNEAS DE LA EXISTENCIA

El hombre nace, crece, se desarrolla, madura, envejece y muere. Comienza la vida con un enorme potencial dinámico que, sin embargo, se va desgastando en la medida que envejece: es la línea biológica que se caracteriza por una pérdida progresiva e irreversible del material energético. La muerte biológica no viene de fuera, sino de dentro, coincide con la vida: el ser humano va muriendo a plazos hasta que esta vida se ve vacía de energía vital. Es la curva biológica del hombre exterior.

Pero el ser humano no se agota en esa determinación, existe en él otra línea de vida: la personal.

Esta curva camina de un modo inverso: comienza pequeña, como un germen y va creciendo indefinidamente. El ser humano comienza a crecer en su interior: florece la inteligencia, los valores, se perfila la voluntad, se plantea ideales, abre su corazón al encuentro con el tú y con Dios, y con el mundo. Si la línea biológica va decreciendo sucesivamente hasta acabar en la muerte; esta segunda línea puede crecer indefinidamente hasta que acabe de nacer nuevamente.

El cuerpo ya no será una barrera que nos separa de Dios y de los demás sino la expresión radical de nuestra comunicación con las cosas y la totalidad.

Todas las situaciones pueden servir para ese crecimiento de la línea personal: las crisis que purifican y que hacen amar más la vida, los fracasos profesionales asumidos como una lección para la vida, los desastres morales que desenmascaran nuestra condición humana, las enfermedades que nos ayudan a mirar la verdadera realidad de nuestro cuerpo, etc. Lo importante consiste en que en esas situaciones se logre penetrar en el misterio de la vida, en que se logre construir un yo y una persona responsable que se ha fraguado en el desafío de las situaciones.

La vida biológica se habrá ido consumiendo día a día, pero dentro de la persona se habrá ido modelando otro tipo de vida, la de la persona y de la interioridad consciente que no se consume con la vida biológica. En ese sentido es muy importante cuidar y favorecer un aprendizaje y un cuidado de ambas líneas de crecimiento en la educación de las nuevas generaciones.

El ser humano es la unidad de estas dos líneas existenciales: la biológica y la personal. El ser humano, por un lado se centra sobre sí, aferrándose a la vida biológica, a esto la tradición le llamó cuerpo; y por otro, se descentra de sí y busca un tú y un encuentro con la diversidad de realidades; es a lo que se llamó alma. Pero no se trata de dos partes, sino de dos dimensiones de la sola persona.

Cuerpo es el ser humano entero en cuanto es limitado, preso de la estrechez de la situación material. Alma es el hombre entero en la medida en que posee una dimensión que se proyecta hacia el infinito, en la medida en que es un ser insaciable hacia la realización plena. Así pues, somos una unidad en que el cuerpo material comparte la existencia con mi parte personal, y mi parte personal comparte su existencia con la parte corporal.

LA MUERTE

Con este modo de entender al ser humano, la muerte no la debemos entender como la separación del cuerpo y del alma, ya que no hay nada que separar. Cuerpo y alma no son dos cosas paralelas, aunque puedan ser distintas; la muerte es más bien un momento divisorio entre un tipo de corporalidad limitado, biológico, restringido a un fragmento del mundo, y otro tipo de corporeidad en relación a lo material ilimitado, abierto, correspondiente a un nuevo modo de ser cuando el hombre entra en la eternidad. La muerte es el corte entre el modo de ser temporal y el modo de ser eterno en que entra el hombre. Al morir, el hombre-alma no pierde su corporeidad, sino que tiene otro tipo de relación más radical y universal, ya no se relacionara sólo con unos objetos, sino con la totalidad del cosmos, de los espacios y de los tiempos.

Pero para llegar a eso, el hombre ha de pasar por una crisis semejante a la del nacimiento: se vuelve más débil, va perdiendo la respiración, agoniza y es como arrancado de este mundo; pero sabe que va a irrumpir en un mundo más vasto que el que acaba de dejar y que su capacidad de relacionarse se extenderá hasta el infinito.

Entendida así la muerte, podemos ver que es en ella donde se da la posibilidad de ser totalmente, en la plenitud del dinamismo oculto dentro de su ser. Todas las relaciones limitadas e imperfectas ahora serán liberadas. El ser humano llega a su plenitud: la inteligencia que en este mundo vivía en una sed insaciable alcanzará la plenitud de la luz; la voluntad que se mostraba indomable y obstaculizada y condicionada, despertará a su verdadera autenticidad: podrá vivir la bondad radical y el amor que fecunda toda la realidad; la relación con el mundo, sentida como algo oscuro, ahora será transparente; el cuerpo ya no será una barrera que nos separa de Dios y de los demás sino la expresión radical de nuestra comunicación con las cosas y la totalidad.

En ese sentido, sería una maldición para el hombre vivir eternamente en esta vida biológica.

EL HOMBRE RESUCITA AL MORIR

Si la muerte es el momento de la total plenificación de nuestras posibilidades humanas, entonces podemos entender que con ella tiene lugar la resurrección. En este sentido, tanto san Pablo como san Juan presentan la resurrección en el ser humano como algo que ya va aconteciendo ahora, y la muerte sólo le confiere su plenitud, porque el mismo Espíritu que resucitó a Jesús, dará también vida a nuestros cuerpos mortales. Pero esta resurrección al morir aún no será plena, sino hasta que también el cosmos sea glorificado y surja también el mundo nuevo.

Existe, con todo, una muerte que no es floración ni transfiguración. Es la segunda muerte de aquellos que se concentraron en sí mismos y se negaron a la apertura de la luz. La muerte es entonces la desvelación plena de las tendencias malvadas que el hombre haya alimentado y dejado imperar en su vida. Con esto queda claro que la muerte no sólo es una línea divisoria entre el tiempo y la eternidad, sino también una decisión radical y definitiva respecto a la realización plena o a la absoluta frustración humana.

 

Hay alegría de ser santo y justo; pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.

Gabriela Mistral