Sin Dios, sin moral y a lo loco

La Razón
Manuel Garrido López es psicólogo-pedagogo

El mundo está mal. Es una realidad que nadie contradice. A pesar de que el mundo ha mejorado mucho en su aspecto material, en cambio, en lo que no hemos avanzado, al contrario, ha sido en el aspecto moral. Hoy son muchos los que creen que la moral tradicional no se adecúa a la realidad social que se está construyendo con una escala de valores distinta a la de otros tiempos. Con razón Jean F. Revel dice «que no es la verdad sino la mentira la que parece mover nuestro tiempo». Vivimos en un tiempo en el que se oye hablar mucho de opiniones y poco de verdades. El mundo moderno ofrece un sentido del hombre sin Dios, al margen de Dios. Por eso, hoy son muchos los hombres que caminan por este mundo sin fe, sin moral y sin Dios. Quizás, en la mentalidad de algunos hombres sigue viva la creencia propagada por Nietzsche de que Dios ha muerto y que el superhombre representa los nuevos valores y la nueva moral. Entonces, ¿qué es lo que vale hoy? Lo que me agrada. El único imperativo categórico es: Haz lo que quieras. ¿Vive feliz! Ése era el pensamiento de Dostoievsky: «Si Dios no existe, todo está permitido», cualquier cosa es moralmente válida. «El mayor pecado de nuestro tiempo, según Pablo VI, es precisamente haber perdido el sentido de pecado».

Si Dios ha muerto la religión no interesa a nadie, es algo que pertenece al pasado y, por lo tanto, algo superado y olvidado. Para muchos resulta raro que haya personas que sigan yendo a misa, que reciban la Eucaristía, cuando eso ya no se lleva. ¿Comamos, bebamos y disfrutemos toda clase de placeres! «Lo que te pide el cuerpo es verdad dice F. Umbral, no lo traiciones nunca». La vida es para vivirla sin atenerse a normas ni principios. Dios ha muerto, no existe el pecado ni el infierno. Quizás por eso a la hora de divertirnos solemos celebrar con mucho ruido los acontecimientos sociales y políticos para impedir escuchar la voz de Dios, que es cosa del pasado.

La televisión, las modas, las canciones, el cine, son mensajeros de sexo, placer, engaño, celos, pasión. ¿Qué mensaje llevan a los jóvenes a películas como: «Las edades de Lulú»; «Cómo ser mujer y no morir en el intento»; «Instinto básico», ...? No olvidemos que los jóvenes beben en el cine y en la televisión las ideas básicas sobre la vida. Por eso, Luis María Anson dice: «Los púlpitos de este siglo serán la televisión». Obras como «Inés desabrochada», de Antonio Gala, atacan con irreverencias y mofas a la Eucaristía, a la Iglesia y a los Sacramentos. Hoy son muchos los que presumen de ser libres, sin ataduras ni frenos. La disciplina sin libertad es tiranía, pero la libertad sin disciplina es caos. La verdadera libertad consiste en el dominio absoluto de sí mismo, decía Montaigne.

Se quiere vivir en una auténtica anarquía moral y todo lo que sea respetar unas normas éticas se considera represión. Es represión enseñar a los jóvenes la práctica de la continencia, el dominio de sí mismo o el respeto a los demás. Y es que muchos hombres de hoy no quieren saber nada de Dios ni de moral. Se están convirtiendo en unos seres desvergonzados que cada día se van alejando más de las normas morales, éticas y sociales, haciendo del subjetivismo y de sus intereses personales el patrón de referencia. El hombre de hoy, según Jean Guitton, huye de los grandes temas (la muerte, el sufrimiento, la espiritualidad, el sentido trascendente) y se refugia en temas banales (el fútbol y mucha salsa rosa), porque le tiene miedo a la espiritualidad. «El ruido de la vida actual nos dice Enrique Rojas no deja espacio para escuchar y descubrir la imagen de Dios». Vivimos en una sociedad de consumo donde lo superfluo se convierte en necesario. Y en esta sociedad consumista se organiza la vida para poder vivir sin Dios, pero no sin las cosas. Parece que acabar con los monopolios, decía Cicerón, tiene sus ventajas. Ahora somos más normales con varios dioses que antes con un solo. Hemos creado nuestro propio dios a nuestro gusto. Se cree en un dios que no compromete. La religiosidad, a veces, para manifestarse se vale de fiestas y de folclore. ¿Qué significa la Semana Santa para muchas personas? Una fiesta. Se contemplan imágenes, se aplaude y se lanzan vivas. Sí, pero no olvidemos que las procesiones no justifican nuestra fe. «No todo el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial». Vivas y aplausos, pero sin olvidar que el Señor puede decirnos: «Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí». Hace falta un compromiso serio con nuestra fe. A veces pasa lo mismo con la figura del Papa. Muchos se entusiasman con su figura, pero se desentienden de sus enseñanzas cuando no están de acuerdo con su mentalidad y ambiente social. ¿Vivas al Papa! De acuerdo, pero sin olvidar su doctrina sobre el aborto, el divorcio, las parejas de hecho, etcétera.

Si Dios no existe, ¿por qué se blasfema? ¿Por qué se pisotea su Santo Nombre? ¿Por qué se injuria a la Santísima Virgen? ¿Por qué se dicen palabras mal sonantes y ofensivas contra la Hostia? Si ofendemos a Dios, en el fondo estamos proclamando su existencia, porque no se habla de lo que no existe. ¿No será más bien que lo que se pretende es borrar a Dios de la faz de la tierra?

Hoy nos encontramos con una sociedad en permanente crisis. Por eso predomina lo efímero y transitorio frente a lo estable y duradero. «El pluralismo, la carencia de ideologías sólidas, la debilidad de las creencias, la inseguridad y el relativismo moral son para E. Gervilla algunas de las razones que explican y justifican la permanente crisis». Pero la crisis mayor, la más radical y profunda que se está padeciendo hoy, es la quiebra de la persona humana. Y no podemos olvidar el daño moral que con nuestras actitudes frente a Dios estamos haciendo a nuestros hijos. Los jóvenes según J. Kerkofs han tomado buena nota de los aspectos negativos de nuestro mundo actual: la carrera de armamentos, el paro, la multiplicación de los divorcios, el vacío espiritual generalizado y los grandes interrogantes a propósito del sentido de la vida hacen que buena parte de ellos se refugie en el individualismo y en las experiencias inmediatas (la obsesión por tanta revista pornográfica, por tanta película erótica; por el ambiente de alta tensión sexual que se respira en las calles y que hacen que el sexo se convierta en una droga que cada día pide más). Una juventud eufórica por el alcohol, alucinada por la droga, extenuada por el cansancio y embotada por una música machacona y ruidosa es una juventud estrellada y despeñada. La muerte de los jóvenes se está convirtiendo en una tragedia casi diaria.

A veces nos refugiamos en las leyes que hacen los hombres para justificar nuestra actitud. Y tiene que quedar claro que los hombres podrán hacer leyes justas e injustas, pero esas leyes, que tienen fuerza legal, no tienen carácter definitivo en el orden ético o moral. Una cosa no es buena o mala porque lo permita la ley. Las cosas serán buenas o malas independientemente de la ley civil que las permita o las prohíba. Así, el adulterio será una ofensa a Dios, lo mismo que el aborto, aunque la ley civil lo despenalice. Los principios morales son eternos. No pueden cambiar con el tiempo. Los hombres hacen leyes, pero por encima de las leyes de los hombres está la Ley de Dios.

¿Es rentable vivir a lo loco? Pensemos seriamente en lo que es el hombre. El hombre es un animal racional, pero cuando pierde la racionalidad se convierte en la peor de las fieras. La Historia es testigo de las atrocidades que el hombre ha cometido: guerras, armas nucleares, hornos crematorios, etc. Para Amando de Miguel: «La desorganización social, la pérdida de valores morales y de referentes religiosos, frente a la aparición de valores hedonistas, propician la aparición de la violencia». El vandalismo se está introduciendo en la convivencia entre los hombres. «La telebasura según García Gasco, arzobispo de Valencia es una perversión moral y un atentado a la dignidad humana». Hoy se atenta impunemente contra la inocencia de los niños, contra la vida o la honra de las personas, contra los sentimientos religiosos. Antes el sexo era un tabú pero ahora tenemos sexo hasta en la sopa. Las injusticias, las desigualdades excesivas en el orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, amenazan la paz. No estamos acostumbrados a vivir entre odios y violencia. El vandalismo se está introduciendo dentro del papel normal de los jóvenes. La violencia, ciega y brutal, se está convirtiendo en el clima habitual de la vida en muchos países. Las bombas y las armas no matan; es el hombre, que usa las bombas y las armas, el que mata.

Primero ha matado su conciencia; después mata al otro. «Y la solución a los grandes problemas de la humanidad según la madre Teresa de Calcuta no está en los cañones ni en las ametralladoras, sino en el amor y en la comprensión». En su última visita a España, decía Juan Pablo II a los jóvenes: «¿De qué es capaz la humanidad sin interioridad? Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad».

Martin L. King decía: «O aprendemos a vivir como hermanos o pereceremos todos juntos, víctimas de nuestra locura». El hombre de hoy, su destino temporal y eterno, su dignidad, está en peligro, porque la humanidad está atravesando un momento particularmente difícil de su historia. Este mundo que se obstina en negar a Dios, porque no existe o porque ha muerto, resulta que no puede vivir sin Dios. Se entiende que el hombre sin Dios no puede comprenderse a sí mismo ni realizarse.