Autor: Alfonso Aguiló
Fuente: interrogantes
Sexo y Sentimientos: ¿Es necesario Aprender?
Es una lástima que muchos limiten la educación sexual a la información sobre el funcionamiento de la fisiología o la higiene de la sexualidad. Son cosas indudablemente necesarias, pero no las más importantes, y además son cosas que casi todos hoy saben ya
El amor y el sexo
El amor es la realización más completa de las
posibilidades del ser humano. Es lo más íntimo y más grande, donde encuentra
la plenitud de su ser, lo único que puede absorberle por entero.
Y el placer que se deriva de su expresión en el amor
conyugal, es quizá el más intenso de los placeres corporales, y también
quizá el que más absorbe.
El entusiasmo que produce un enamoramiento limpio y
sincero saca al hombre o a la mujer de sí mismos para entregarse y vivir en
y para el otro: es el entusiasmo mayor que tienen en su vida la mayoría de
los seres humanos.
Cuando el placer y el amor se unen a la entrega
mutua, es posible entonces alcanzar un alto grado de felicidad y de placer.
En cambio –como ha escrito Mikel Gotzon Santamaría–, cuando prima la
búsqueda del simple placer físico, ese placer tiende a convertirse en algo
momentáneo y fugitivo, que deja un poso de insatisfa cción. Porque la
satisfacción sexual es en realidad solo una parte, y quizá la más pequeña,
de la alegría de la entrega sexual con alma y cuerpo propia de la entrega
total del amor conyugal.
—Pero no siempre es fácil distinguir lo que es
cariño de lo que es hambre de placer.
A veces es muy claro. Otras, no tanto. En cualquier
caso, en la medida en que se reduzca a simple hambre de placer, se está
usando a la otra persona. Y eso no puede ser bueno para ninguno de los dos.
Cuando se usa a otra persona, no se la ama, ni siquiera se la respeta,
porque se utiliza y se rebaja su intimidad personal.
El terreno sexual ofrece, más que otros, ocasiones
de servirse de las personas como de un objeto, aunque sea inconscientemente.
La dimensión sexual del amor hace que este pueda inclinarse con cierta
facilidad a la búsqueda del placer en sí mismo, a una utilización sexual que
siempre rebaja a la persona, pues afecta a su más profunda intimidad.
Al ser el sexo expresión de nuestra capacidad de
amar, toda referencia sexual llega hasta lo más hondo, al núcleo más íntimo,
e implica a la totalidad de la persona. Y precisamente por poseer tan gran
valor y dignidad, su corrupción es particularmente perniciosa. Cada uno hace
de su amor lo que hace de su sexualidad.
Aprender a amar
El hombre, para ser feliz, ha de encontrar respuesta
a las grandes cuestiones de la vida. Entre esas cuestiones que afectan al
hombre de todo tiempo y lugar, que apelan a su corazón, que es donde se
desarrolla la más esencial trama de su historia, está, incuestionablemente,
la sexualidad.
Por eso es preciso encontrar respuesta a preguntas
capitales como: ¿qué debo hacer para educar mi sexualidad, para ser dueño de
ella?, pues el cuerpo de la otra persona se presenta a la vez como reflejo
de esa persona y también como ocasión para dar rienda suelta a un deseo de
autosatisfacción egoísta.
—¿Consideras ent onces la sexualidad un asunto muy
importante?
El gobierno más importante es el de uno mismo. Y si
una persona no adquiere el necesario dominio sobre su sexualidad, vive con
un tirano dentro.
La sexualidad es un impulso genérico entre cualquier
macho y cualquier hembra. El amor entre un hombre y una mujer, en cambio,
busca la máxima individualización.
Y para que el cuerpo sea expresión e instrumento de
ese amor individualizado, es necesario dominar el cuerpo de modo que no
quede subyugado por el placer inmediato y egoísta, sino que actúe al
servicio del amor.
Porque, si no se educa bien la propia afectividad,
es fácil que, en el momento en que tendría que brotar un amor limpio, se
imponga la fuerza del egoísmo sexual. En el momento en que la sexualidad
deja de estar bajo control, comienza su tiranía. Chesterton decía que pensar
en una desinhibición sexual simpática y desdramatizada, en la que el sexo se
convierte en un pasatiempo hermoso e inofensivo como un árbol o una flor,
sería una fantasía utópica o un triste desconocimiento de la naturaleza y la
psicología humanas.
Un cierto “entrenamiento”
Solo las personas pueden participar en el amor. Si
una persona permite que su mente, sus hábitos y sus actitudes se impregnen
de deseos sexuales no encaminados a un amor pleno, advertirá que poco a poco
se va deteriorando su capacidad de querer de verdad. Está permitiendo que se
pierda uno de los tesoros más preciados que todo hombre puede poseer.
Si no se esfuerza en rectificar ese error, el
egoísmo se hará cada vez más dueño de su imaginación, de su memoria, de sus
sentimientos, de sus deseos. Y su mente irá empapándose de un modo egoísta
de vivir el sexo.
Tenderá a ver al otro de un modo interesado.
Apreciará sobre todo los valores sensuales o sexuales de esa persona, y se
fijará mucho menos su inteligencia, sus virtudes, su carácter o sus
sentimientos. El señuelo del placer erótico antes de tiempo suele ocultar la
necesidad de crear una amistad profunda y limpia.
Además, una relación basada en una atracción casi
solo sensual, tiende a ser fluctuante por su propia naturaleza, y es fácil
que al poco tiempo –al devaluarse ese atractivo– aquello acabe en decepción,
o incluso en una reacción emotiva de signo contrario, de antipatía y
desafecto.
—¿Y consideras difícil de rectificar ese deterioro
en el modo de ver el sexo?
Depende de lo profundo que sea el deterioro. Y,
sobre todo, de si es firme o no la decisión de superarlo. Lo fundamental es
reconocer sinceramente la necesidad de dar ese cambio, y decidirse de verdad
a darlo. Es como un reto: hay que purificar, llenar de luz la imaginación,
de limpidez la memoria, de claridad los sentimientos, los deseos.
Es –en otro ámbito mucho más serio– como entrenarse
para recuperar la frescura y la agilidad después de haber perdido la buena
forma física.
< br />—¿Y no suena un poco artificial eso de
“entrenarse”? ¿No basta con tener las ideas claras?
En el amor, como sucede en la destreza en cualquier
deporte, o en la mayoría de las habilidades profesionales, o en tantas otras
cosas, si no hay suficiente práctica y entrenamiento, las cosas salen mal.
Para aprender a leer, a escribir, a bailar, a
cantar, o incluso a comer, hace falta proponérselo, seguir un cierto
aprendizaje y adquirir un hábito positivo. Si no, se hace de manera tosca y
ruda. Para expresar bien cualquier cosa con un poco de gracia conviene
entrenarse, cultivarse un poco. Cuando una persona no lo hace, le resulta
difícil expresar lo que desea. Siente la frustración de no poder comunicar
lo que tiene dentro, de no poder realizar sus ilusiones. Y eso sucede tanto
al expresarse verbalmente como al expresar el amor. Si no educamos nuestra
capacidad de amar y de entregarnos por entero, en lugar de expresar amor nos
comportaremos de forma ruda, como su cede a quien no sabe hablar o no sabe
comer.
Cultivarse así es un modo de aproximarse a lo que
uno entiende que debe llegar a ser. Con ese esfuerzo de automodelado
personal, de autoeducación, el hombre se hace más humano, se personaliza un
poco más a sí mismo.
Educar la sexualidad
Es una lástima que muchos limiten la educación
sexual a la información sobre el funcionamiento de la fisiología o la
higiene de la sexualidad. Son cosas indudablemente necesarias, pero no las
más importantes, y además son cosas que casi todos hoy saben ya de sobra.
En cambio, el autodominio de la apetencia sexual, y
por tanto, de la imaginación, del deseo, de la mirada, es una parte
fundamental de la educación de la sexualidad a la que pocos dan la
importancia que tiene.
—¿Y por qué le das tanta importancia?
Si no se logra esa educación de los impulsos, la
sexualidad, como cualquier otra apetencia corporal, actuará a nivel simpl
emente biológico, y entonces será fácilmente presa del egoísmo típico de
cualquier apetencia corporal no educada. La sexualidad se expresará de forma
parecida a como bebe o come o se expresa una persona que apenas ha recibido
educación.
Necesitamos una mirada y una imaginación entrenadas
en considerar a las personas como tales, no como objetos de apetencia
sexual. Por eso, cuando en la infancia o la adolescencia se introduce a las
personas a un ambiente de frecuente incitación sexual, se comete un grave
daño contra la afectividad de esas personas, un atentado contra su inocencia
y su buena fe.
—¿No exageras un poco?
Aunque suene quizá un poco fuerte, pienso que no
exagero, porque todo eso tiene algo como de ensañamiento con un inocente.
Romper en esos chicos y chicas el vínculo entre sexo y amor es una forma
perversa de quebrantar su honestidad y su sencillez, tan necesarias en esa
etapa de la vida. Los primeros movimientos e inclinaciones sexuales, cuando
aún no están corrompidos, tienen un trasfondo de entusiasmo de amor puro de
juventud. Irrumpir en ellos con la mano grosera de la sobreexcitación sexual
daña torpemente la relación entre chicas y chicos. En palabras de Jordi
Serra, “no se les maltrata atándolos con una cadena, pero se les esclaviza
sumergiéndoles en un mundo irreal”.
Tihamer Toth decía que la castidad es la piedra de
toque de la educación de la juventud. Por la intensidad y vehemencia del
instinto sexual, esta virtud es de las que mejor manifiesta el esfuerzo
personal contra el vicio. Quizá por eso la historia es testigo de que el
respeto a la mujer siempre ha sido un índice muy revelador de la cultura y
la salud espiritual de un pueblo.
Autodominio sobre la imaginación y los deseos
Igual que el uso inadecuado del alcohol conduce al
alcoholismo, el uso inadecuado del sexo provoca también una dependencia y
una sobreexcitación habitual que reducen la capacidad de ama r.
Y de manera semejante a como el paladar puede
estragarse por el exceso de sabores fuertes o picantes, el gusto sexual
estragado por lo erótico se hace cada vez más insensible, más ofuscado para
percibir la belleza, menos capaz de sentimientos nobles y más ávido de
sensaciones artificiosas, que con facilidad conducen a desviaciones extrañas
o a aburrimientos mayúsculos.
Sobrealimentar el instinto sexual lleva a un
funcionamiento anárquico de la imaginación y de los deseos. Cuando una
persona adquiere el hábito de dejarse arrastrar por los ojos, o por sus
fantasías sexuales, su mente tendrá una carga de erotismo que disparará sus
instintos y le dificultará conducir a buen puerto su capacidad de amar.
—¿Y no hay otra solución que reprimirse?
Pienso que no es tanto cuestión de reprimir ese
impulso como de encauzar bien los sentimientos. Basta que la voluntad se
oponga y se distancie de los estímulos que resultan negativos para la propia
af ectividad.
Es preciso frenar los arranques inoportunos de la
imaginación y del deseo, para así ir educando esas potencias, de manera que
sirvan adecuadamente a nuestra capacidad de amar. Entender esto es decisivo
para captar el sentido de ese sabio precepto cristiano que dice “no
consentirás pensamientos ni deseos impuros”.
Quien se esfuerza en esa línea, poco a poco
aprenderá a convivir con su propio cuerpo y con el de los demás, y los
tratará conforme a la dignidad que poseen. Gozará de los frutos de haber
adquirido la libertad de disponer de sí y de poder entregarse a otro. Vivirá
con la alegría profunda de quien disfruta de una espontaneidad madura y
profunda, en la que el corazón gobierna a los instintos.