Autor: German Sánchez Griese

 

Seguir a Cristo, el Cristo del Evangelio

 

La esencia de la consagración debe llevar a la religiosa a buscar en cada momento el vivir de cara a Cristo, buscando identificar su actuar, su sentir y su pensar con el actuar, el sentir y el pensar de Cristo.

 

El objetivo de la vida consagrada y la dinámica de los Ejercicios espirituales.
Con placer observamos como la mayoría de las congregaciones religiosas femeninas han hecho parte de su modus vivendi el acudir cada año a los Ejercicios espirituales. Como un medio de renovación se han hecho eco de las propuestas del Magisterio de la Iglesia cuando dice: “La formación continua es un proceso global de renovación que abarca todos los aspectos de la persona del religioso y el conjunto del instituto mismo. Se debe realizar teniendo en cuenta el hecho de que sus diversos aspectos son inseparables y se influencian mutuamente en la vida de cada religioso y de cada comunidad. Son dignos de considerar los siguientes aspectos: la vida según el Espíritu o espiritualidad: ésta debe tener la primacía porque incluye la profundización en la fe y en el sentido de la profesión religiosa. Se deben privilegiar los ejercicios espirituales anuales y los tiempos de reanimación espiritual bajo diversas formas.” 1

Siendo también la vida del Espíritu una de las prioridades buscada y aconsejada por el Concilio Vaticano II ,2 nos damos cuenta que esta vida del espíritu viene a concretizarse para las personas consagradas en un seguimiento más cercano a Jesucristo. La vida del espíritu no es otra cosa que la vida de Dios en el alma de la persona y esta vida de Dios es la vida de Jesucristo. Vivir según el espíritu, en contrapartida a vivir según la carne de acuerdo al lenguaje paulino, no viene a ser sino vivir el espíritu de Jesucristo. Para la persona consagrada este esfuerzo por hacer propia la vida de Cristo tiene su culmen en lo que dice Juan Pablo II: “Desde el momento que el fin de la vida consagrada consiste en la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación, a esto se debe orientar ante todo la formación. Se trata de un itinerario de progresiva asimilac ión de los sentimientos de Cristo hacia el Padre.” 3 Es por tanto necesario que la persona consagrada sea consciente del itinerario que debe recorrer a lo largo de su vida. No son por tanto los trabajos, las funciones que desarrolla lo que dará fundamento a su vida de mujer consagrada. No son las satisfacciones personales, los logros individuales o comunitarios, ni siquiera las obras de evangelización que pondrá en pie las que darán un sentido a su vivir como mujer consagrada. Es más bien su identificación con Cristo, la que la hará feliz y la que la permitirá realizarse como mujer y sobretodo como mujer consagrada. En contra de las infiltraciones que se han dado en la vida religiosa femenina de un mal entendido feminismo en dónde sólo cuenta el trabajo humano y la relación con Dios queda escondida en un segundo plano o dejado al libre albedrío de cada mujer consagrada, la esencia de la consagración debe llevar a la religiosa a buscar en cada momento el vivir de car a a Cristo, buscando identificar su actuar, su sentir y su pensar con el actuar, el sentir y el pensar de Cristo.

Para ello debe privilegiar en todo momento las circunstancias que más puedan ayudarle a conocer, amar e identificarse con Cristo. La vida le ofrece una maravillosa oportunidad para lograr esta identificación, ya que “la formación permanente, tanto para los Institutos de vida apostólica como para los de vida contemplativa, es una exigencia intrínseca de la consagración religiosa. El proceso formativo, como se ha dicho, no se reduce a la fase inicial, puesto que, por la limitación humana, la persona consagrada no podrá jamás suponer que ha completado la gestación de aquel hombre nuevo que experimenta dentro de sí, ni de poseer en cada circunstancia de la vida los mismos sentimientos de Cristo. La formación inicial, por tanto, debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto la disponibilidad para dejarse formar cada uno de los días de su vida.” < sup>4

Para que la mujer consagrada pueda tener la disponibilidad de dejarse formar por Cristo en cada una de las circunstancias que la vida le propone, es necesario que exista un conocimiento y una identificación con Cristo, previa a dicha formación permanente. Nadie puede lanzarse a la aventura de su propia formación, si antes no conoce la meta a la cual debe llegar. La meta en este caso, lo hemos dicho, es configurarse, con Cristo, vivir la misma vida de Cristo.

Este vivir la vida de Cristo requiere de un doble movimiento que debe darse a lo largo de la vida: el conocer a Cristo y el hacer la experiencia de Cristo todos los días de la vida. Este vivir la vida de Cristo no se reduce por tanto a un momento en la formación inicial, ni a un momento a lo largo de la vida. Es la suma de todos los momentos en los que la persona consagrada se esfuerza por configurarse con Cristo, tratando de asemejarse a Él, esto es, tratando de vivir su misma vida y de t ener sus mismos sentimientos. Para ello bien podemos subrayar dos momentos en los que se dará esta identificación con Cristo, el del conocimiento y el de la experiencia. Hablaremos por tanto de la importancia que tienen los Ejercicios espirituales para lograr este conocimiento y esta experiencia de Cristo.

Conocer el Cristo del evangelio y conocer el Cristo del carisma.

Conocer
Sin el conocimiento de Cristo no es posible que la persona consagrada pueda seguirlo más de cerca, ya que nadie sigue a quien no conoce. No en vano Jesús, frente a la pregunta del San Juan, “Señor, ¿en dónde habitas?”, le responde “Venid y veréis”. No es por tanto un seguimiento a ciegas, sino un seguimiento de quien ha conocido y se ha enamorado de Cristo. Benedicto XVI nos dice al respecto que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” 5La consecuencia lógica es que la persona consagrada deba conocer a Cristo.

Pero conocer a Cristo no es tan sólo saber quién es, qué hizo o que hace por nosotros. Esto sería un conocimiento sapiencial. El mismo tipo de conocimiento que puede tener una persona que abre un libro y se entera de algunos datos científicos sobre la persona de Cristo, pero este conocimiento no transforma su vida. Nos referimos más bien a un conocimiento cordial, del corazón que logra revolucionar y transformar toda la vida de la persona que conoce a Cristo. Es un conocimiento que se acerca más a un saber sapiencial que a unconocimiento teórico. Este saber sapiencial no es un sentimiento, ni una experiencia mística, sino un saber que engloba a toda la persona. Es necesario, sí comprender, conocer con la mente y con la inteligencia la persona de Cristo. Es un primer paso para adquirir el saber sapiencial, pero no basta. Del com prender, del conocimiento teórico, es decir, del comprender con la sola facultad de la inteligencia el misterio de Cristo, se debe pasar a comprender el misterio de Cristo con todas las facultades del hombre, es decir con su libertad y con su afectividad. No hablamos por tanto de un conocimiento subjetivo del individuo, sino un conocimiento objetivo que el individuo hace suyo.

Es un conocimiento objetivo en la medida que el objeto que se quiere conocer, esto es, el misterio de Cristo, además de que puede ser entendido por la mente, la inteligencia, puede penetrar objetivamente las otras facultades del hombre, su afectividad y su libertad. Es necesario el primer paso, esto es, comprender con la mente el misterio de Cristo. Si Él se ha revelado a nosotros es porque sabe que encontrará en nosotros unos interlocutores adecuados, que podrán comprender desde el intelecto su mensaje, lo que Él quiere decirnos. Esta es una primera etapa del conocimiento que la mujer consagrada está llamada a realizar. Captar con su mente lo que Cristo quiere decirle. Hoy en la vida consagrada, desgraciadamente, queremos resolver muchas cosas desde el intelecto racional, es decir, desde nuestra capacidad de pensar racionalmente, pero con datos humanos. Hemos dejado abandonado a Cristo en la capilla, en la sacristía de nuestros conventos y Él ya no es la medida, el punto de referencia. Nos fijamos más en la eficacia de las obras, en la gestión de nuestros quehaceres, en la administración de la comunidad, pero por esta falta de conocimiento racional de Cristo, vivimos y actuamos como si Él no existiera 6. Lo arrinconamos en la que creemos que es la parte espiritual de nuestra vida, cuando en realidad lo único que hacemos es reducirlo a un dato, a un objeto de admirar y adorar, pero que no penetra, que no logra informar nuestras vidas.

El verdadero conocimiento teórico debe ser capaz de informar el pensamiento de las religiosas en forma tal que logren tener siempre como punto de referencia a Jesucristo en todas sus decisiones. De nada sirve conocer académicamente quien es Cristo, si la religiosa no utiliza este conocimiento para hacer que su vida se conforme cada vez más a la persona de Cristo, haciendo que las decisiones en su apostolado, los criterios con los que vive la vida fraterna en comunidad, en pocas palabras, los principios rectores de su vida, sean siempre aquellos que le vienen dictados por Jesucristo.

De este conocimiento teórico se debe pasar a un conocimiento sapiencial en donde la persona de Cristo pasa de ser solamente el objeto que se quiere conocer, al objeto que se quiere vivir. “L’uomo non è solo implicato con la propria intelligenza, ma anche con la propria libertà, la propria coscienza, il proprio amore, il proprio desiderio, il senso globale della propria vita, la propria sensibilità.” 7 Si ya habíamos dicho que el conocimiento teóri co debe penetrar el intelecto de la mujer consagrada para que Cristo se haga punto de referencia de su saber humano, ahora al pasar al conocimiento sapiencial permite que Cristo penetre la facultad de la libertad y de la afectividad de a mujer consagrada.

Se pasa de un comprender a un enamoramiento. De un entender a un obedecer. Todas las facultades de la mujer consagrada se dirigen hacia Cristo. Se da por tanto una unificación. Lo que primero es aceptar con el intelecto, se cambia en una transformación del corazón y de la afectividad. El conocimiento ya no es meramente una aprehensión del objeto llamado Jesucristo, por parte del sujeto llamado mujer consagrada. Ahora es el objeto que comienza a transformarse en el objeto, es decir en Cristo, gracias a una puesta en marcha de todas las facultades de la mujer consagrada. Comprende para amar y ama para donarse. Tal podría ser el silogismo que resume perfectamente lo que queremos expresar con el pasaje del conoc imiento teórico al conocimiento sapiencial.


Conocer el Cristo del Evangelio
El misterio de Cristo es el objeto que la mujer consagrada debe conocer. Este conocimiento de Cristo puede llevarse a cabo de distintas maneras. Pero si quiere llegar al conocimiento sapiencial deberá partir del presupuesto que este conocimiento se debe llevar en forma personal. Como hemos dicho que no se trata de un mero conocimiento académico en el que la mente aprehende el dato de Cristo, sino un conocimiento sapiencial en el que participan todas las facultades de la mujer consagrada, es necesario, sí un estudio académico, el conocer objetivamente a Cristo, pero será luego necesario pasarlo al corazón (voluntad) y a los afectos (sentimientos). Conviene por tanto que el conocimiento de Cristo se centre en datos certeros y objetivos. Si Dios ha querido revelar al hombre el misterio de Cristo, es porque sabe que el hombre tiene la capacidad de acerc arse con su intelecto a este misterio. Este misterio se ha revelado gracias a la Biblia, la tradición y el Magisterio de la Iglesia. Por lo tanto, la mujer consagrada hará muy bien en aferrar su estudio de Cristo en estas tres columnas.

El Cristo de los evangelios se nos presenta como la forma más segura y cierta para conocer a Cristo. Ahí los evangelistas, inspirados por el Espíritu nos han dejado la persona y las obras de Cristo. Como testigos privilegiados, personalmente o por fuentes seguras, nos permiten acercarnos con la ciencia y con la fe a la persona de Cristo.

El evangelio nos presenta la figura de Cristo en toda su realidad desde el punto de vista histórico. Toda la vida de Cristo y sus acciones, además de estar bien documentada, puede ser contrastada perfectamente por fuentes históricas ajenas al Evangelio. Hablamos por tanto de una persona cierta, que existió y vivió en un tiempo muy bien definido.

El evangelio nos da también un trazado perfecto desde el momento de su concepción hasta la resurrección y ascensión a los Cielos. Y nos lo presentan obrando milagros, viviendo entre su gente y los discípulos y enseñando, a través de sus predicaciones y sus admirables parábolas.

Siendo por tanto el evangelio un punto de referencia seguro para conocer la persona de Cristo en toda su integridad, los ejercicios espirituales deben aprovecharse para ahondar este conocimiento de Cristo. San Ignacio de Loyola suele repetir incesantemente en la semana de los ejercicios espirituales dedicada al conocimiento de Cristo, la importancia de pedir insistentemente a Dios la gracia de conocer más íntimamente a Cristo, para que conociéndole le amemos y amándole le podamos seguir. La forma para conocer al Cristo de los evangelios en los ejercicios espirituales, tal y como nos la presenta San Ignacio es a través de la meditación, especialmente a través de la contemplación. Toda esa semana de los ejercicios espirituales está dedic ada a la contemplación de los misterios de la vida de Jesucristo, desde el misterio de la Encarnación, hasta la subida a Jerusalén. Las escenas de la pasión, muerte y resurrección corresponden a otro bloque con otra dinámica. Retomando el discurso del conocimiento de Cristo, es muy conveniente que la mujer consagrada antes de entrar a los ejercicios, conozca la forma de hacer oración a través de la contemplación, y en la medida de lo posible, que se haya ejercitado previamente en ella, con el fin de aprovechar al máximo estas meditaciones de los misterios de la vida de Cristo.

Partamos de las distintas definiciones que existen de contemplación. Existe aquella contemplación que es producto del intelecto humano, en donde el hombre alcanza el objeto de la contemplación mediante el uso de sus facultades. Se puede contemplar un paisaje y quedamos admirados de su belleza. Así, hemos alcanzado el objeto contemplado, la belleza, a través de nuestras facultades, el sentido de la vi sta, el oído y la reflexión que sobre esas imágenes y sonidos hayamos hecho en nuestra mente. Puede darse también una contemplación intelectual en donde la mente contempla y llega a su objetivo, el estudio de una materia, un problema matemático y se alcance la contemplación mediante la aplicación de las facultades mentales. Podemos hablar también de una contemplación desde el punto de vista espiritual en donde el objeto puede ser una escena del evangelio, los ejemplos de la vida de Cristo. La mente contempla y se apodera de dichos objetos, pero siempre a través de sus facultades.

Si hiciéramos un resumen diríamos que la contemplación natural es ver un objeto con admiración. Esta contemplación natural puede ser sensitiva, imaginativa o intelectual, dependiendo del objeto que contemplemos.

La contemplación mística es otra cosa. Se trata de un don de Dios en donde el hombre participa poco o nada. Lo explicaremos mejor, al describir los distintos tipos de contemplac ión mística que pueden darse: adquirida o infusa. Para dar una definición, nos ayudaremos de Tanquerey, en la inteligencia que los diferentes términos que él utiliza pueden ser comparables a los de diferentes autores místicos8 . “La palabra contemplación indica, en sentido propio, un acto simple de vista intelectual, abstrayendo los diversos elementos afectivos o imaginativos que la acompañan; pero cuando el objeto contemplado es bello y amable, el acto se asocia a la admiración y al amor. Por extensión se llama contemplación a la oración que tiene como cualidad especial el predominio de esta mirada simple. En donde no es necesario que este acto dure todo el tiempo de la oración. Basta que sea frecuente y acompañado de afectos. La oración contemplativa se distingue de la oración discursiva porque excluye la multiplicidad de los largos razonamientos. Y a diferencia de la oración afectiva, la contemplación excluye la multiplicidad de actos que cualifican la oración af ectiva. Se puede definir la contemplación (mística) como una mirada simple y afectuosa a Dios y a las cosas divinas.” 9

Todavía Tanquerey hace una división entre oración contemplativa adquirida, infusa y mixta. Adquirida será aquella oración en la que predomina un solo afecto, un solo acto de la voluntad. Podemos decir por tanto que es una oración afectiva simplificada, en dónde las facultades del hombre siguen trabajando pero vienen ayudadas por la gracia para mantener la simplicidad de los afectos y la unidad de los mismos.

La contemplación mística infusa es aquella en la que la visión que se tiene del objeto contemplado no depende de las facultades del hombre, sino que es una gracia de Dios y más concretamente del Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo el que permite tener esta única visión de unidad. Es por tanto fruto de una acción especial del Espíritu Santo sobre el alma.

Existe también lo que Tanquerey llama contemplación místi ca mixta y lo que Charles André Bernard llama “pedazos de la contemplación”. Son momentos que Dios concede al alma de contemplación infusa. No se prolongan por mucho tiempo y se alternan con la contemplación adquirida.

Considerados estos conceptos que tratan de explicar lo que es la contemplación mística, conviene señalar su diferencia con la contemplación de carácter oriental, especialmente en un momento en que la sociedad occidental, “que quiere el máximo, lo quiere rápido y lo quiere sin esfuerzo” 10 busca una satisfacción a sus ansias de infinito. La contemplación de corte oriental, cualquiera que ella sea, pretende vaciar al hombre de sí mismo para ponerse en sintonía con el universo. Es el no sentir, el no querer, el no gustar, para estar en sintonía con la creación. Crear el vacío, un estado de nirvana que reporta paz y tranquilidad. “Algunos métodos orientales (…) no dudan en colocar el absoluto sin imágenes ni conceptos, propios de la teoría budi sta, sobre el mismo nivel de la majestad de Dios, revelada en Cristo, que se eleva más allá de toda realidad finita y, para tal fin, utilizan una <<teología negativa="" />> que trasciende toda afirmación sobre Dios (…) Para ello proponen abandonar no sólo la meditación de las obras salvíficas que el Dios de la antigua y de la nueva alianza ha llevado a cabo en la historia, sino incluso la misma idea de Dios uno y trino, que es amor, a favor de una inmersión <>. ”11

Lejos de ser un aniquilamiento del ser, la contemplación mística cristiana busca vaciarse de sí misma, para alcanzar un mayor amor de Dios. Podemos decir con Furioli que el hombre de oración se ha venido preparando a través de un largo camino. Mediante la mortificación controla los instintos desordenados de las pasiones, las inclinaciones de la sensibilidad, con la lectura, la meditación y la oración rectifica su camino en la voluntad de Dios, sus deseos y sus aspiraciones se van haciendo cada vez más perfectas para buscar sólo a Dios. Este es un movimiento que muchos lo han identificado como un momento en que el alma quiere desasirse de todo lo creado para buscar sólo a Dios. “Buscar a Dios consiste en el tender con todas las fuerzas para tener a Dios, la vida de Dios en nosotros y a dar siempre un mayor impulso, un mayor desarrollo a esta vida.” 12

Sin embargo, el alma comienza a ser consciente que Dios es mayor que ella. Aunque paradójicamente busca amar a Dios, se da cuenta que no puede hacerlo por sí sola. Se da cuenta que Dios es mayor que sus solas fuerzas, que su amor es más grande que el Amor y que sola no puede lograr nada, más que pecado y miseria. Es en estos momentos cuando Dios concede a esta alma la gracia especial de poderlo contemplar. “Dios envía su Espíritu a fin que cumpla en el hombre una nueva acción de amor, y el Espíritu Santo, más allá de las virtudes teologales infusas, infunde una gracia <>, -es un gesto del Espíritu, no del esfuerzo del hombre- que suscita en el hombre un acto de amor infuso y de fe viva, penetrante. Y el hombre bajo esta nueva inspiración, contempla, ama y goza en una nueva luz los misterios de la fe y penetra, con una nueva fuerza e intuición superior, en el corazón del Padre.” 13

“La diferencia parece ser muy sutil, pero es muy profunda. Ese estado de conciencia en el que quien medita trata de llegar a la divinización de sí mismo, es muy distinto al abandono de sí que hace el cristiano en la oración contemplativa, en la cual el alma se abre y se entrega a Dios que habita en el interior del hombre -somos "templos vivos del Espíritu Santo" (1a.Cor.3, 16) -si nos encontramos en estado de gracia. (…) Las experiencias místicas provocadas a través de la meditación pagana oriental o de la “metafísica” nada tienen que ver con el estado de unión con el Dios Uno y Trino: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo de la Contemplación Cristiana, en la cual el Dios Vivo y Verdadero va haciendo en el alma del orante su trabajo de alfarero para ir moldeándola según Su Voluntad (cfr. Jer.18, 1-6). Realmente ¿a qué nos llevan los métodos de “meditación” pagana? A centrarlo todo en el “yo”. ¿Qué nos dice la mal llamada “metafísica”? Tu mente es “dios”, tú puedes lograr todo lo que quieras, basta que lo desees, con tu mente lo puedes todo. Esta es la contemplación que el hombre tiene, fruto no de su esfuerzo, de su vida de gracia, de su oración, sino que es una gracia que recibe de Dios, a través del Espíritu Santo. Una contemplación que no busca la quietud del ser, como la contemplación oriental, sino que es producida por Dios para colmar las ansias de amor del hombre. Podemos por tanto decir que mientras la contemplación oriental es fruto de la acción del hombre para llegar a una pasividad total, la contemplación mística cristiana es dada por Dio s a quien quiere amarlo con todo el alma, con todo el corazón, con todo el ser. ” 14

Contrariamente a lo que podemos pensar, la contemplación mística no es el ver apariciones de ángeles o tener el privilegio de ver a Jesucristo en esta tierra. Hemos dicho que es el poder contemplar, amar y gozar con una nueva luz los misterios de la fe. Si quisiéramos señalar sus características principales podríamos decir que la contemplación mística no es de orden natural, por lo que depende enteramente de la gracia que Dios quiera dar al hombre. “Es un conocimiento simple y afectuoso de Dios y de sus obras, fruto no de la actividad humana ayudada de la gracia, sino de una especial inspiración del Espíritu Santo.” 15Es luz y fuerza divina que ilumina y mueve en el hombre los dones del Espíritu, particularmente aquellos del intelecto y de la sabiduría para que el alma pueda conocer en forma experimental a Dios y sus obras. Una imagen muy utilizada para expresar el concepto de la contemplación es la utilizada por Santa Teresa de Lisieux 16en el que decía que la tensión a la perfección puede asemejarse a loos esfuerzos, vanos, que hace un niño para subir el primer escalón de una larga escalera. La mamá se enternece de esos esfuerzos y en un abrir y cerrar de ojos carga al niño en sus brazos y lo lleva al final de la escalera. De esta manera podemos representar la contemplación mística como la acción de Dios de llevar al alma hasta el final de la escalera.

Podemos añadir lo mencionado por el Catecismo de la Iglesia católica: “La contemplación es también tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre concede que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones y que quedemos arraigados y comentados en el amor.” 17 De esta forma, la mujer consagrada que quiera aprovechar adecuadament e los Ejercicios espirituales ignacianos en la semana dedicada a la contemplación de los misterios de Cristo, hará muy bien en prepararse las semanas anteriores en esta forma de hacer oración mediante la aplicación de sus sentidos a un solo afecto de frente a un misterio de la vida de Crsito.


Conocer el Cristo del carisma
La mujer consagrada, la religiosa de una congregación posee un corazón de mujer sumamente delicado, capaz de expresar no solo ternura y amor, sino una grande capacidad de entrega y donación. Por el propio carisma y por el mismo corazón femenino, esta donación no se hace a un Cristo en forma general sino que se hace a un Cristo muy específico, con unas cualidades muy personales.

Si hemos dicho que nadie puede amar lo que no conoce, es lógico que el amor requiera de un conocimiento profundo del amado, para ser capaz de la más grande entrega. Y si este conocimiento no debe ser del todo académico, sino eminentemente vivenc ial para poder llevar a cabo la experiencia espiritual de Cristo, sacamos como conclusión lógica la necesidad que la religiosa tiene de conocer este Cristo en forma específica.

Por un lado ella puede aplicar sus sentidos y su espíritu para conocer e identificarse con los aspectos del Cristo que más le puedan atraer. Hay personalidades que se ven atraídas por la ternura de Cristo en la curación de los enfermos, o por su audacia ante la predicación de las parábolas. Hay quienes quedan prendadas del sacrificio y sufrimiento en la Cruz y en la Pasión, de tal forma que van acercándose a Cristo en base a esas cualidades de las cuales se sienten más atraídas.

Sin quitar nada a esta preferencia personal que sin lugar a dudas puede venir claramente inspirada por Dios en base a las dotes naturales de cada persona y a lo que Él mismo puede suscitar en la mujer consagrada para el mismo beneficio de ella, no debemos olvidar que las personas consagradas lo son e n base a un carisma específico, es decir, en base a una “experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” 18Esta experiencia del Espíritu, no es otra cosa sino “vivir la vida de Cristo al estilo del Fundador.” 19

El vivir la vida de Cristo al estilo del Fundador comporta ya una experiencia espiritual. No se trata simplemente de una elucubración o de un camino descubierto por una persona, sino de una experiencia del espíritu, vivida por el Fundador y con la capacidad de transmitirla a unos discípulos para que éstos a su vez pudieran profundizarla, custodiarla, desarrollarla y transmitirla a las nuevas generaciones. Por lo tanto la mujer consagrada debe estudiar en primer lugar esta experiencia del espíritu para descubrir cuál es el Cristo que debe seguir. Conviene por tanto que antes de los Ejercicios espirituales haya ya identificado esta experiencia del espíritu con el fin de que la pueda tener presente en el momento de los Ejercicios, y más específicamente en el momento de la contemplación de los misterios de Cristo.

Si bien es cierto que los evangelios encierran el Cristo del Fundador, también es cierto que Dios ha querido donar al Fundador una visión muy especial de Cristo. Hay hombres y mujeres que se han sentido atraídos por inspiración divina por el Cristo maestro, el Cristo que cura, el Cristo que va de un pueblo a otro, el Cristo que contempla a su Padre, el Cristo que ora. Cada faceta de este Cristo representará por tanto una forma muy especial de seguir a Cristo. No es lo mismo el seguimiento de Cristo de quien ha contemplado y se ha embelesado por el Cristo que cura al sordomudo y gime desde su interior ¡Effatá!, o el que lo ha visto curando y vendando las heridas del que cayó en manos de ladrones, o el Cristo que pasa la noche en oración, intercediendo por la humanidad ante su Padre. Es el mismo Cristo, pero bajo distintos ángulos.

Debemos comenzar por entender que el carisma comporta una experiencia del espíritu en la que Dios permite al Fundador contemplar desde un nuevo alguno la figura de Cristo. Aquí se encuentra la novedad de cada carisma. Esta nueva figura de Cristo tiene su gestación en el interior del Fundador, cuando después de innumerables vicisitudes, que podemos llamar experiencia del espíritu 20, descubre una faceta de Cristo que resuelve todas las aspiraciones de su espíritu. “Lo Spirito Santo, in un particolare momento della storia della Chiesa e per rispondere a particolari necessità dei fedeli, getta, per così dire, una luce nuova sul mistero di Cristo: da tale luce viene illuminato tutto il mistero cristiano (dato che esso non può mai essere frammentato), ma secondo una particolare p rospettiva unificante.” 21 Y más adelante, refiriéndose a esta misma dimesnión cristológica del carisma el P. Fabio Ciardi dirá: “Lo Spirito introduce il fondatore in una particolare penetrazione del mistero di Cristo e della sua parola. Penetrazione di tipo sapienziale, che è adesione di tutto l’essere all’insondabile mistero di Cristo colto in un suo determinato aspetto, in una angolatura propria, secondo una percezione particolare. Di qui l’origine e il nucleo fondamentale della spiritualità dell’istituto.” 22

Si la consagración, como hemos venido repitiendo en forma insistente, es el seguimiento más cercano de Cristo, 23este Cristo se presenta para cada familia religiosa con tintes diversos y específicos. Cada persona consagrada, cada instituto religioso debe hacer la hermenéutica de este Cristo, es decir, debe identificar con precisión cuáles son los elementos más característicos de este Cristo, si quiere en verdad fundamentar su propia espiritualidad. No es lo mismo seguir el Cristo orante de las órdenes contemplativas, que el Cristo que cura enfermos, enseña a los ignorantes o conforta a los viajeros, de las órdenes de vida activa.

Uno de los primeros pasos que debe hacer la persona consagrada antes de iniciar los ejercicios espirituales es saber exactamente cuál es el Cristo que experimentó el Fundador. Puede ayudarse para ello de los escritos del Fundador, pero sobre todo, conociendo las actitudes de vida del Fundador que le permitieron hacer dicha experiencia del espíritu. No se trata de hacer un estudio académico para detectar el Cristo que vivió el Fundador, sino un estudio vivencial para saber cuál es el Cristo que movió al Fundador a poner en pie la obra por él iniciada. La investigación no consiste en saber cuántas veces hablaba del Cristo crucificado, del Cristo que se inclinaba a vendar las heridas de los enfermos, sino en descubrir el Cristo que el Fundado r veía en el mundo, en las necesidades. El misterio de Cristo experimentado por el Fundador no se reduce a una experiencia personal que se encierra en una contemplación de un aspecto de la vida de Cristo o de una o varias de sus cualidades. El misterio de Cristo para el Fundador baja a la realidad, a tocar con mano las necesidades de los hombres. Y es ahí, en las necesidades de los hombres, en donde los Fundadores han visto con mayor claridad y han experimentado con más fuerza el Cristo que Dios les ha permitido ver en una forma muy especial.

No es el Cristo que se contempla simplemente en un pasaje evangélico, sino que el Cristo de dicho pasaje evangélico se encarna en alguna necesidad específica que Dios le ha presentado al Fundador, bajo una humanidad muy concreta. No es por tanto el Cristo sencillamente de la Eucaristía, sino que es el Cristo de la Eucaristía que se hace presente en una humanidad doliente y fracturada por el pecado. No es tan sólo el Cristo en e l misterio de la encarnación, sino que es el Cristo de la encarnación que se hace presente en los hombres y mujeres que mueren espiritualmente por falta de Cristo.


Seguir el Cristo del evangelio y del carisma en los Ejercicios espirituales
Una vez que la mujer consagrada ha identificado esta experiencia del espíritu en el Fundador, debe disponerse a hacer la experiencia espiritual personal sobre la huella de la experiencia espiritual del Fundador. Recordemos que en esta etapa de los ejercicios espirituales la mujer consagrada tiene el tiempo a disposición para contemplar a este Cristo, pero que la contemplación no debe terminar en un afecto improductivo. La petición que sugiere San Ignacio en esta etapa es la de pedir al Señor una contemplación profunda de su vida, de su misterio, en forma tal que el alma quede tan fuertemente enamorada que se lance a seguirlo en cualquier circunstancia de la vida. Pasar de la contemplación al seguimiento de Cristo debe ser desenlace lógico de esta etapa de los Ejercicios espirituales.

La contemplación de la visión específica de Cristo que Dios ha concedido a cada Fundador, presentada a cada una de sus discípulos espirituales comporta no sólo el seguimiento sino también un tipo de seguimiento muy específico, podríamos decir que se genera una escuela completa de cómo seguir a Cristo. La contemplación de Cristo genera grandes deseos de seguirlo. El Fundador es aquel que ha sido capaz de ver a Cristo en todas las cosas y dicha visión lo lleva a seguirlo. El alma, después de haber hecho la experiencia espiritual de Cristo, es decir, después de haber experimentado el Cristo del evangelio presentado por el Fundador, se siente impelida a seguirlo. Pero es la visión específica de Cristo que Dios ha concedido a cada Fundador quien impone el dinamismo de la secuela. No es lo mismo seguir a Cristo en las grandes ciudades, entre los centros financieros y los hombres que toman las decisiones políticas, que seguirlo entre los niños de kinder. Serán las virtudes más características de la visión específica de Cristo que Dios ha concedido a cada Fundador las que vayan indicando el camino para seguirlo. Es algo que el mismo Magisterio de la Iglesia ha venido insistiendo y que recoge formidablemente Juan Pablo II en la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: “El fundamento evangélico de la vida consagrada se debe buscar en la especial relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos, invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia existencia al servicio de esta causa, dejando todo e imitando de cerca su forma de vida. Tal existencia « cristiforme », propuesta a tantos bautizados a lo largo de la historia, es posible sólo desde una especial vocación y gracias a un don peculiar del Espíritu. (…)Este especial « seguimiento de Cristo », en cuyo origen está siempre la iniciativa del Padre, tiene pues una connotación esencialmente cristológica y pneumatológica, manifestando así de modo particularmente vivo el carácter trinitario de la vida cristiana, de la que anticipa de alguna manera la realización escatológica a la que tiende toda la Iglesia.” 24

Al hablar de una forma de vida cristiforme estamos hablando de un seguimiento de la persona de Cristo que irá configurando a la mujer consagrada de una forma muy especial. No todas las religiosas quedan configuradas de la misma manera a lo largo de toda su vida. Respetando su propia personalidad, el carisma confiere a cada familia religiosa una manera muy especial de relacionarse con el mundo y con las realidades espirituales. Es con la vida como se sigue a Cristo y su seguimiento va configurando la persona en forma específica. La mujer consagrada tendrá que descubrir en primer lugar cuál es el tipo específico del Cristo que la llama. Est udiarlo con la mente y con el corazón, comenzar a amarlo, para pasar después de esta contemplación a la acción, es decir a un seguimiento muy específico. Las coordenadas de este seguimiento se encontrarán inscritas en las huellas dejadas por el Fundador sobre la forma en que la religiosa hará vida en su propia vida, la vida de Cristo. Estamos hablando ya de un elemento esencial de la espiritualidad propia de cada familia religiosa.

Esta forma de seguir a Cristo puede darle a la mujer consagrada una gran seguridad frente al dulce veneno de la mentalidad secularizada que de alguna manera se insidia en este aspecto al proponer formas alternativas del seguimiento de Cristo, más de acuerdo con una mentalidad mundana que con una mentalidad espiritual. No se trata de caer en los extremos. Ni caer en el error de seguir a Cristo en una forma tan impersonal que no tenga ninguna incidencia en la vida de hombres y mujeres, ni tampoco el seguir a Cristo en una forma que pudiera asemejarse a la de un activista social o a la de un defensor de los derechos humanos. Por mucho tiempo, y a raíz de ciertas interpretaciones erróneas del Concilio Vaticano II, se ha querido ver la labor de la Iglesia empeñada únicamente en el campo social, cuando se ha dejado quizás una de las prioridades más importantes de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que es el hambre y sed que tienen de espiritualidad.

La mujer consagrada al contemplar 25 el Cristo del evangelio que le propone su carisma y al encontrar también un estilo perfectamente definido de cómo seguirlo, estará dando los pasos seguros para fundamentar una espiritualidad propia, fuerte, sólida y asegurada a las raíces. Es éste quizás el deseo de los padres conciliares cuando instaban hace más de 40 años a las religiosas: “Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los Institutos.” 26

Un medio mediante el cual la mujer consagrada puede ayudarse para identificar esta visión específica de Cristo que Dios ha concedido a cada Fundador, será el estudio de la vida de aquellas hermanas en religión que la Iglesia ha declarado siervas de Dios, beatas, santas o mártires. Todas estas mujeres han alcanzado un grado de perfección en la secuela de Cristo, y sin duda alguna que se han ayudado del conocimiento de esta visión específica de Cristo que Dios ha sugerido a cada Fundador. Por ello, como fuente de inspiración para delinear el Cristo que dejó el Fundador, la mujer consagrada hará muy bien en estudiar la vida de estas mujeres, viendo la forma en que vivieron su relación personal con Cristo. No serán indiferentes por tanto, las expresiones con las que se refiere a Cristo, pues todas ellas refl ejan de alguna manera el conocimiento experiencial, esto es la experiencia del espíritu de un Cristo muy específico, delineado y trazado, y a su vez vivido por el Fundador.

Otro medio en esta misma dirección lo podrá encontrar en el estudio de las primeras mujeres que se reunieron en torno al Fundador para dar origen a la obra que Dios suscitó en la mente del Fundador y que tomó forma como una experiencia del espíritu. Las primeras mujeres que se pusieron en marcha con generosidad son plasmadas, por utilizar una imagen fuerte pero válida, por el mismo hombre o mujer que las fundó. Estamos por tanto hablando de una paternidad o maternidad espiritual y por una docilidad de mente y voluntad que hacen propios los valores que quiere transmitir el Fundador a partir de la experiencia del espíritu. Es por tanto esta primera comunidad, el ejemplo primero de la vivencia y transmisión del carisma, en donde la figura del Cristo que ellas han percibido a partir de las enseñanzas del Fundador es materia de no poca trascendencia para captar lo específico de este Cristo.

Conocemos muy bien el valor que tiene, ya sea el carisma, porque es inspirado por el Espíritu como regalo de la Iglesia, ya sea el Fundador por ser el medio a través del cual Dios se sirve para hacer llegar esta nueva visión y misión del Evangelio, para un momento muy particular de la Historia. Sin embargo se ha olvidado, o no se ha tenido tiempo de estudiar a fondo en este tiempo, la labor que para la historia de un Instituto han tenido las mujeres que formaron parte de la primera comunidad formada por el Fundador.

Podemos decir que el carisma del fundador 27 no llega a convertirse en carisma de fundación mientras no nazca la primera comunidad de mujeres consagradas 28. De ahí que pueda hablarse perfectamente de una maternidad o paternidad espiritual que une al Fundador con las primeras mujeres consagradas y de ahí se s eguirá una serie de eslabones que no se interrumpen hasta llegar a nuestros días. La forma de esta maternidad o paternidad espiritual estará enmarcada por las cualidades del Fundador, pero también por las cualidades de las cofundadoras, ya que el proceso pedagógico de inculcar un carisma no es un proceso unilateral, sino que viene condicionado, hasta cierto punto, por la receptividad de las mujeres que hacen de primer receptáculo al carisma. Y una de estas formas de percibir el carisma es el Cristo que ha querido transmitir el Fundador.

Conviene establecer las líneas de estudio de esta primera comunidad de cofundadoras, ya que su ejemplo puede servir para quienes, investidos de autoridad en el gobierno o en la formación, deben llevar a cabo la ardua tarea de la fidelidad dinámica al carisma originario. Estas mujeres fueron capaces de conocer, asimilar y transmitir un carisma novedoso para su tiempo. Las mujeres que son sus herederas espirituales pueden recurrir a el las para reproducir en sí mismas los mismos rasgos característicos del Cristo que les fue transmitido por el Fundador.

Este buscar y seguir en una forma muy característica el Cristo del Fundador, es uno de los fundamentos de la espiritualidad del Instituto o de la Congregación y que servirá de fundamento para la vida espiritual de todas las religiosas, ya que la vida consagrada empieza y tiene su razón de ser desde el momento en que se escucha y se sigue la llamada de Cristo. El drama de algunas personas consagradas comienza cuando no saben con exactitud cuál es el Cristo que están siguiendo. El carácter cristológico del carisma dará unas connotaciones muy específicas a la espiritualidad del Instituto.

Una de las consecuencias más clara del seguimiento de las cualidades más específicas de Cristo que presentó el Fundador se reflejará en el carácter apostólico del Instituto o congregación religiosa. La contemplación de la visión específica de Cristo que Dios h a concedido a cada Fundador no puede dejar inertes a las personas consagradas, ya que entonces dicha contemplación sería meramente un acto de egoísmo o una mala contemplación. Ver a Cristo y querer hacer algo por Él en los hombres es un mismo movimiento, el mismo que permitió al Fundador volcarse en cuerpo y alma para dar forma al Instituto o Congregación religiosa, conformando de esta manera un tipo muy específico de apostolado y de mujeres que se dedicaran a dichas obras. No se trata de las obras en cuanto que pueden cambiar con el tiempo de acuerdo a las necesidades emergentes, sino del la experiencia del espíritu que debe animar dichas obras, a lo largo del espacio y del tiempo. Por ello, este seguimiento específico Cristo, dará origen a una espiritualidad del apostolado muy característica en cada Instituto. 29

Y por último, el seguimiento de Cristo permitirá a la mujer consagrada vivir una ascesis en forma muy específica. El término ascesis causa miedo y resquemor en la mentalidad secularizada de nuestros días. 30 Tal parecería que se opone a aquella libertad de espíritu que el Concilio había venido a traer. Libertad entendida, nuevamente bajo la visión de la mentalidad secularizada como una capacidad de hacer cualquier cosa para seguir a Cristo. Sin embargo se olvida que Cristo mismo ha dejado establecidas unas formas muy específicas para quien quiera seguirlo y que la verdadera libertad está precisamente en aceptar plenamente estas condiciones impuestas por Él. De esta forma la ascesis 31será la libertad de los hijos de Dios que escogen unos medios adecuados para seguir a Cristo. Pero como hemos venido diciendo, este seguimiento de Cristo se realiza en cada Instituto bajo una propia especificidad, existirán medios de ascesis apropiados para cada carisma.


NOTAS

1 Congregación para los Institutos de vida cons agrada y sociedades de vida apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos religiosos, 2.2.1990, n. 68.
2 “Ordenándose ante todo la vida religiosa a que sus miembros sigan a Cristo y se unan a Dios por la profesión de los consejos evangélicos, habrá que tener muy en cuenta que aun las mejores adaptaciones a las necesidades de nuestros tiempos no surtirían efecto alguno si no estuvieren animadas por una renovación espiritual, a la que, incluso al promover las obras externas, se ha de dar siempre el primer lugar.”Concilio Vaticano II, Decreto Pefectae caritatis, n. 2e, 28.10.1965.
3 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, 25.3.1996, n. 65.
4 Ibídem., n. 69.
5 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n.1.
6 Lo h dicho ya Juan Pablo II a Europa, pero bien pudiera extenderse a las religiosas que han dejado que Cri sto informe y penetre toda su existencia: “La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 9.
7 Giovanni Moioli, L’esperienza spirituale, lezioni introduttive, Edizioni Glossa, Milano 1994, p. 52.
8 La diferencia de los términos entre los santos y los estudiosos puede prestarse a grandes dificultades en la comprensión de estos conceptos. Conviene siempre hacer un estudio cuidadoso de lo que cada autor entiende por contemplación y por contemplación mística.
9 Adolfo Tanquerey, Compendio di Teologia Ascetica e Mistica, Lib. III, Observaciones.
10 Susanna Tamara, Non vedo l’ora che l’uomo cammini, Edizioni San Paolo, Milano, 1997, p. 52.
11 Joseph Ratzinger, Lettera su alcuni aspetti della meditazione cristiana –Orationis formas, 15.10.1989, n. 12.
12 M. Ildegarde Cavitza, o.s.b., Abbazia delle Benedettine S. Maria di Rosano, Firenze, 1992, p. 61.
13 Anotino Furioli, op.cit., p. 201.
14 Oración cristiana, Diferencias entre el llamado misticismo oriental y la mística cristiana.
15 R. GArrigou-LAgrange, Les trois âges de la vie intèrieur, p. III, c. XXXI, 415.
16 Santa Teresa de Lisieux, Conseils et Souvenirs, 261 ; Manuscrits, 232.
17 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia católica, 11.10.1992 n. 2714.
18 Sagrada Congregación para los religiosos e Institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n. 11.
19 German Sánchez Griese, Spiritualità e carisma, la traccia vivente dei fondatori, Ed. Cantagalli, Siena 2008, p. 96.
20 Para una mayor profundización de estos movimientos de l alma, recomiendo mi libro El despertar del carisma, Ediciones Paulinas, Lima 2008.
21 Antonio Maria Sicari, Gli antichi carismi nella Chiesa, Per una nuova collocazione, Editoriale Jaca Book, Milano 2002, p. 29.
22 Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Ermeneutica del carisma dei fondatori, Città Nuova editrice, Roma 1996, p. 108.
23 Son innumerables las citas en el Magisterio de la Iglesia que hablan del seguimiento de Cristo como norma suprema de las personas consagradas. Reportamos dos de ellas que nos parecen las más significativas. La primera de ellas por ser una de las fórmulas iniciales con las que e Magisterio comenzaba a desarrollar el argumento y la segunda de ellas porque así la recoge el Código de Derecho canónico. “Por los votos, el religioso dedica con gozo toda su vida al servicio de Dios, considerando el seguimiento de Cristo « como la única cosa necesaria » (PC 5) y buscando a Dios, y solo a El, por encima de todo. Dos razones fundamentan esta oblación: la primera el deseo de liberarse de los obstáculos que podrían impedir a la persona amar a Dios ardientemente y adorarle con perfección (cf ET 7); la segunda, el deseo de ser consagrado de forma más total al servicio de Dios (cf LG 44). LOS votos mismos «manifiestan el inquebrantable vínculo que existe entre Cristo y su esposa la Iglesia. Cuanto más fuertes y estables sean estos vínculos, más perfecta será la consagración religiosa del cristiano» (LG 44). Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 14. “Los religiosos deben considerar el seguimiento de Cristo propuesto en el Evangelio y expresado en las Constituciones de sus institutos como suprema regla de vida” CDC 662.
24 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.2006, n. 14.
25 Entendemos un tipo de contemplación esp iritual que lleve a la mujer consagrada a interiorizar ese Cristo y a verlo como parte integrante de todo su ser: “Ció suppone che l’attenzione non si fissi sulla superficie, aspetto esterno dei fenomeni, neanche sul loro significato razionale, logico, ma la mente umana cerchi di penetrare fino al loro senso spirituale. Come descriverlo? Tutto ciò che esiste è stato creato con la parola di Dio, i contemplativi sono quelli che riescono a comprenderla. Si pone però la domanda: con quale facoltà umana essa è raggiungibile? Non con i sensi esterni, neanche on la sola ragione speculativa, ma con il cuore puro ‘che vede Dio’ (Mt. 5, 8)” Tomás Spildik, Contemplazione, in La Mistica parola per parola a cura di Luigi Borriello, Maria R. del Genio e Tomás Spildik, Ancora Editrice, Milano 2007, p. 114.
26 Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 28.10.1965, n. 2b.
27 La Teología de la vida consagrada ha desarrollado a lo largo de estos año s una serie de términos que han querido profundizar en el fenómeno espiritual. Se habla así del carisma de fundador, del carisma del fundador, carisma del Instituto (o Congregación) y de carisma fundacional. El carisma de fundador es aquel don del Espíritu que permite poner en pie una obra, una institución, junto con su espiritualidad y su idiosincrasia muy particular. Son precisamente esta espiritualidad, esta idiosincrasia particular, las que junto con una vivencia del evangelio en forma específica y única conforman lo que bien podría llamarse el carisma del fundador. Pueden darse caso que exista el carisma del fundador, pero que no se dé, en la misma persona el carisma de fundador. Así vemos en la historia casos de hombres o mujeres que reciben de Dios la inspiración de una espiritualidad, pero no la de poner en pie una obra, un Instituto religioso o una Congregación. Se habla en ese caso del carisma del fundador, pero no del carisma de fundador. Es necesario que se de el carisma de fundador y el carisma fundacional, pues la recepción del carisma está supeditado, en cierta manera, a la recepción por un grupo de personas. Puede darse el carisma de fundador, pero si no encuentra respuesta en un grupo de hombres o mujeres, no se dará el carisma fundacional. Por último debe anotarse que el carisma del Instituto llega a identificarse con el carisma del fundador.
28 Antonio Romano, The Charism of the Founders, St. Pauls, UK, 1994, pp. 129-161.
29 El Magisterio de la Iglesia lo ha establecido de la siguiente manera: “La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es necesario por lo mismo que en las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la identidad de cada Instituto sea asegurada de tal manera que pueda evitarse el peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la Iglesia de manera vaga y ambigua.” Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n.11.
30 Vale la pena reportar en este espacio lo que el Magisterio entiende por ascesis, con el fin de comprender su valor positivo en el seguimiento de Cristo: “La disciplina y el silencio, necesarios para la oración, nos recuerdan que la consagración por los votos religiosos exige un cierto ascetismo « que abarca todo el ser» (ET 46). La respuesta de Cristo, de pobreza, castidad y obediencia, le condujo a la soledad del desierto, al dolor de la contradicción y al abandono de la cruz. La consagración del religioso se adentra por ese mismo camino, no puede ser un reflejo de la consagración de Cristo, si su vida no lleva consigo la abnegación. La vida religiosa misma es una expresión permanente, pública y visible, d e conversión cristiana. Exige el abandono de todas las cosas y el tomar la propia cruz para seguir a Cristo con la vida entera. Lo cual lleva como consecuencia la ascética necesaria para vivir en pobreza de espíritu y de hecho, para amar como Cristo ama, para someter la propia voluntad, por Dios, a la voluntad de otro que le representa, aunque imperfectamente. Exige el don de sí mismo, sin el cual no es posible vivir ni una vida comunitaria auténtica, ni una misión fructuosa La afirmación de Jesús que el grano de trigo necesita caer en tierra y morir si ha de dar fruto, tiene una aplicación particular para el religioso a causa de la naturaleza pública de sus votos. Es cierto que muchas penitencias del día de hoy se hallan en los hechos mismos de la vida y deben ser aceptadas allí. Sin embargo, es cierto que los religiosos, si no construyen su vida sobre « una austeridad alegre y bien equilibrada » (ET 30) y una renuncia decidida y concreta, arriesgan la pérdida de la libertad espirit ual, necesaria para vivir los consejos. En efecto, sin esa austeridad y renuncia, su misma consagración puede verse en peligro. Por eso, no puede darse un testimonio público de Cristo, pobre, casto y obediente, sin ascética. Aún más, por la profesión de los consejos por medio de los votos, los religiosos se obligan a adoptar todos los medios necesarios para ahondar y promover lo que han prometido, y esto significa una elección voluntaria de la cruz, que ha de ser « como lo fue para Cristo, la más grande prueba de amor» (ET 29).” Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n. 31.

31 “Si parla più frequentemente di impegno e di essere per gli altri, che di combattimento spirituale. Dimenticando, anche qui, che se la dimensione esterna e l’impegno per il fratello sono necessari, non possono però assorbire ed escludere la dimensione interiore. È difficile così evitare il rischio di ridurre la drammaticità dell’esistenza cristiana ad una vicenda vissuta prevalentemente sullo scenario della storia, certo ugualmente severa e impegnativa, ma di tipo prevalentemente o esclusivamente secolare, ridotta alle dimensioni quasi unicamente umane. Cos`si appanna in alcuni religiosi la coscienza di essere testimoni dell’Assoluto, nella sequela di Cristo, venuto per fare la volontà del Padre e non solo per aiutare gli uomini a risolvere i loro problemi. È un punto questo che indebolirà la vita religiosa dal di dentro e che la esporrà quasi indifesa alle sfide della società secolare.” Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e di speranza, Il cammino della vita consacrata dal Vaticano II ad oggi, Àncora editirice, Roma 2005, pp. 45, 46.