Un ''sacerdocio'' que sólo la mujer puede ejercer: la vocación a la maternidad


Antoni Carol i Hostench
 

A pesar de todo lo dicho en los anteriores capítulos, no faltan objeciones como la siguiente: "A fin de cuentas, a la mujer se le sigue negando la posibilidad de escoger ser sacerdote-ministro y, para colmo, se afirma con seguridad que todos en la Iglesia, mujeres y varones, somos iguales ante Dios y tenemos la misma dignidad". Como ya se ha dicho antes, aclarar los términos ayuda a entender el problema que se plantea. "Igualdad" no significa "uniformidad", es decir, la igualdad esencial de dignidad que tenemos todas las personas no implica que todos debamos tener el mismo sexo o la misma estatura.

La igualdad esencial entre mujeres y hombres, en el plano espiritual, se manifiesta en que todos estamos igualmente llamados al sacerdocio común o bautismal, la condición básica del cristiano. Pero, puestos a ser distintos, vale la pena descubrir la grandeza de esta diversidad (que es complementaria) y sacar provecho de ella, en lugar de problematizarla. En definitiva, la cuestión es que la constitución corporal varonil posibilita al varón la vocación al sacerdocio ministerial, pero le impide la maternidad (en todo caso, puede vivirla participando de la maternidad de la esposa). En cambio, la constitución corporal femenina posibilita a la mujer la vocación a la maternidad (per se, es una vocación, ¡nunca un peso!), pero le impide la vocación al sacerdocio ministerial (por una razón propia de la esencia sacramental, ya examinada).

Sacerdocio ministerial y maternidad son, evidentemente, "cosas" muy distintas. Se podría decir que el sacerdocio ministerial, a fin de cuentas, es -por los motivos que se quiera- más importante que la maternidad, y que lo más importante ha quedado reservado sólo para los varones. Aparte de que lo radicalmente importante de cara a la edificación del Reino de los Cielos es la santidad (asunto más ligado al sacerdocio común o bautismal que al ministerial), resulta que aquí se aplica mejor que nunca el dicho de que "las comparaciones siempre son odiosas". Ciertamente es de una grandísima dignidad el sacerdocio ministerial (es una nueva y radical configuración con Cristo Sacerdote, con diferencia no de grado, sino esencial con respecto al sacerdocio común), pero también es de una inmensísima dignidad el ser madre, experiencia sin igual.

Pero lo más interesante es caer en la cuenta de que la maternidad cumple con la razón (definición) de sacerdocio: ¡es un "sacerdocio" inmenso y muy peculiar, sólo posible para la mujer llamada por Dios para ello! Veámoslo con detenimiento. Hemos dicho que el sacerdocio es una mediación -"hacer de puente"- entre Dios y los hombres. Por su parte, la maternidad también es una mediación; es "un hacer de puente" entre Dios y el origen de la vida de los hombres (cf. CASTILLA Y CORTÁZAR, B., La persona y su "estructura familiar", en Estudios sobre la Encíclica "Centesimus annus", AEDOS-Unión Editorial, Madrid 1992, p. 225). Es una mediación radical (arranca desde el mismo origen de la vida); profundísima (debe llegar hasta Dios mediante la adecuada educación y crecimiento en la fe de los hijos); apasionante (vale la pena toda una vida para vivirla), psicológicamente hablando, desbordante de riqueza (se pone en juego la donación de todo el ser de la madre), llena de belleza (requiere mucho amor y éste siempre es bello), exigente (lo pide todo y no es una vocación de segunda clase) y sacrificada (hasta el punto dar y arriesgar físicamente la vida).

Y, si el sacerdocio ministerial debe ser eso, un ministerio, una "esclavitud" al servicio de los otros -"el sacerdocio ministerial no es expresión de domino, sino de servicio" (JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo , 25.III.1995, nº 7)-, la verdad es que la maternidad bien realizada no es menos ministerio, ni menos servicio, ni menos "esclavitud". Por lo demás, si bien la administración de los sacramentos es muy importante para mantener en la vida sobrenatural a los fieles, ¿quién puede negar el papel decisivo que juega una madre frente al difícil reto de hacer a sus hijos nacer y perseverar en la fe? Probablemente, no nos equivocaríamos si, como medida de la entrega y de sacrificio de un sacerdote ministro, aconsejáramos -por lo menos- la misma entrega y sacrificio de una madre generosa.

En fin, lo definitivo al término de esta vida es el grado de santidad con el que nos presentemos ante Dios y que hayamos "contagiado" a todos cuantos nos rodean y, para esto, lo decisivo es el sacerdocio bautismal. Otra cuestión es si la vocación cristiana de cada uno se concreta en un ministerio sacerdotal, o en un "ministerio maternal" o en la misma renuncia a la maternidad por amor al Reino de Dios. Suele decirse que la Virgen María, a tales efectos, viviendo con verdadera solicitud su sacerdocio común (lo cual le llevó a ser Esclava del Señor) ha sido más eficaz que todos los sacerdotes juntos de la historia de la Iglesia con sus respectivos sacerdocios ministeriales. Una vez más, es una cuestión más de santidad que de funciones.