LA ROCA FIRME DE LA FE.

 

Hoy es necesario cimentar la fe cristiana en un testimonio válido que sea capaz de convertirse en la auténtica "roca angular".

La auténtica fe cristiana se debe fundamentar en la experiencia pascual de Jesús de Nazaret, vivida y testimoniada por unos testigos válidos, que puedan dar soporte estructural a una continuidad legítima entre nosotros y el mismo Jesús.

La experiencia pascual de Jesús de Nazaret, el Cristo, se convierte en la Buena Noticia para el hombre que busca el auténtico rostro del Dios Vivo. Es el Kerigma que debe fundamentar toda la fe cristiana como su esencia más legítima y más autentica.

La Resurrección de Jesús se levanta como alternativa ante el dolor y el sufrimiento del mundo. De hecho, para el cristiano, la última respuesta es el Sí definitivo de Dios al inocente maltratrado por el accidente de tráfico, la enfermedad, la injusticia, la tortura, el cáncer, la guerra.... y a las víctimas de los "verdugos de turno", auténticos aliados de la muerte y la desgracia.

La Resurrección de Jesús se levanta como la experiencia última del crucificado. Desde esa experiencia definitiva lanzamos la esperanza de que participaremos de esa misma Resurrección y afirmamos la permanencia de la identidad personal del hombre, más allá de la sepultura; al tiempo que se cuestionan posibles alternativas al final trágico del hombre como la reencarnación o la comunión plena "energética" con el aire.

Sólo la Resurrección da a la muerte de Jesús un auténtico enfoque que hace a este personaje de un pequeño país en una época oscura de la historia se convierta en la personificación del Esperado de los tiempos, capaz de aunar en su personalidad la esencia de lo divino y lo humano al mismo tiempo.

Sólo la Resurrección da al crucificado legitimidad para elevarse como el auténtico portavoz de todos los profetas, encarnando en su persona toda la plenitud de la Palabra divina.

Sólo la Resurrección de Jesús se impone como gracia para descubrir que el Nazareno es el reflejo del auténtico rostro de Dios en medio de esta historia cargada de sombra-luz, de bien-mal, de gracia-pecado, de ley-misericordia...

En definitiva, cimentar la fe cristiana en la esencia del Cristianismo, es decir, en el kerigma, es el reto fundamentar en esta época de la NUEVA EVANGELIZACION.

 

EL TRIUNFO DE UN FRACASADO.

La Resurrección no es algo original del Cristianismo en cuanto acontecimiento escatológico de la creencia religiosa.

            Lo genuino del Cristianismo será la Resurrección de Jesús no al final de los tiempos, sino “ en un momento histórico”. Todos los escritos del Nuevo Testamento proclaman sin ambigüedad que el crucificado vive y se ha manifestado vivo a los apóstoles.

            En los escritos neotestamentarios hay dos conceptos que se usan para expresar esta experiencia de Jesús: la resurrección (1 Tes 4,14; 1 Cor 15,3-5) y la exaltación (Flp 2,5-11; 1 Cor 12,3; 1 Tes 3,16). La Resurrección acentúa la continuidad entre el Jesús terrenal y celestial, ya que las dimensiones que subraya será la temporalidad (antes y después). La exaltación subraya la distinción entre la vida de “antes” y de “después”, siendo las dimensiones arriba-abajo las que sobresalen.

            Ciertamente ninguno de los evangelios describe la resurrección de Jesús. Afirman que el crucificado se les ha manifestado vivo. Por esta razón, es acertada la siguiente afirmación: “El Cristianismo vive de una presencia, no de una nostalgia”.

            Verdaderamente los evangelios no describen el acontecimiento mismo y subrayan la transformación interna y externa de los mismos discípulos. Aquellos hombres, que la muerte de Jesús los deja sumidos en la desesperación y la tristeza, empiezan a anunciar con gran alegría y valentía la Resurrección de Jesús, poniendo en riesgo sus propias vidas. De hecho, casi todos los apóstoles prefirieron morir antes que renunciar a esa experiencia.

            Ahora bien, “esta seguridad pascual sin garantías”(Schweizer), es afirmada, a los ojos del Nuevo Testamento, no solamente como una transformación en los mismos apóstoles y una experiencia subjetiva en los seguidores del Maestro, sino algo que ocurrió realmente en el mismo Jesús.

            Todos los escritos que hablan de las apariciones subrayan una transformación en el mismo Jesús. Al principio, ninguno de los apóstoles reconocen al “resucitado” y él se les impone a pesar de sus resistencias, recelos, dudas y sospechas.

           

A decir verdad, a ninguno de los apóstoles les fue fácil convencerse de este acontecimiento y el Resucitado les complicó la vida a estos hombres, que la mayoría murieron martirizados por mantenerse en sintonía y en presencia del Maestro, sufriendo incluso violencia y persecución. Y en medio de las dificultades siempre apelaron a la experiencia pascual fundante de Jesús de Nazaret.  Por esta razón, carece de fundamento la tesis de Reimarus que afirmaba la resurrección de Jesús como un invento de los mismos apóstoles para soportar el fracaso del crucificado.

La Resurrección de Jesús es el punto central del anuncio de la fe cristiana, la que provoca que el predicador del Reino sea predicado y anunciado como la respuesta definitiva a la vida del hombre.

La Resurrección de Jesús afirma con rotundidad la presencia permanente y salvífica de Jesucristo en la historia, llevando a su plenitud todas las esperanzas y profecías del Antiguo Testamento.

Sin duda alguna, la respuesta cristiana al problema del mal y a la pregunta del sufrimiento es la Resurrección. Dios, de la misma manera que ha salido en busca de su Hijo injustamente tratado, saldrá en busca de los justos dándole la vida definitiva.