Y el pecado aparece... Religión y medio ambiente

Por Gilberto Hernández García

¿Tienen razón los ecologistas New Age al culpar al cristianismo de alentar la destrucción de la naturaleza?

 

fuente: www.elobservadorenlinea.com

 

El documento de Santo Domingo dice que la creación es obra de la palabra del Señor y la presencia del Espíritu, que desde el comienzo, aleteaba sobre todo lo que fue creado (cfr. Gn 1,2). Ésta fue la primera alianza de Dios con nosotros. Los cristianos no miran el universo solamente como naturaleza considerada en sí misma, sino como creación y primer don del amor del Señor por nosotros.

 

En efecto, la Revelación nos enseña que cuando Dios creó al hombre lo colocó en el jardín del Edén para que lo cuidara y lo labrara (cfr. Gn 2, 15) e hiciera uso de él, señalando unos límites que recordaran siempre al hombre que Dios es el Señor y el Creador, y de Él es la Tierra y todo lo que ella contiene, y que el hombre la puede usar no como dueño absoluto, sino como administrador

 

El mensaje parece claro, pero la realidad que vivimos habla de una malinterpretación de los textos referentes a la creación y al señorío del hombre. La creciente destrucción de la Tierra lleva a muchos a la búsqueda de los culpables.

 

En ese tenor se levanta la acusación de que el cristianismo  justifica nuestra despiadada explotación de los recursos medio-ambientales, ya que, indican, alienta la dominación del hombre sobre el resto de la creación, concibe a la naturaleza como «caída», y considera la salvación espiritual como lo único verdaderamente importante. Así las cosas, ¿tiene el cristianismo algo positivo y original que decir acerca del mundo de la naturaleza?

 

Los versículos del conflicto

 

No hay necesidad de ir más allá del final del primer capítulo de la Biblia para encontrar el texto que algunos consideran como la raíz de la arrogancia y la indiferencia humanas frente al mundo de la naturaleza:

 

«Dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que mande a los peces del mar y a las aves del cielo, a las bestias, a las fieras salvajes, y a los reptiles que se arrastran por el suelo’» (Gn 1, 26).

 

El mensaje de este conocido versículo puede prestarse a confusión. Aparece el hombre como señor de todo lo que asoma a sus ojos, ya que Dios le da la prerrogativa de hacer lo que le apetezca con el resto de la creación, que única y exclusivamente existe para satisfacer sus deseos y para que la use en su propio beneficio.

 

 Las interpretaciones más recientes del relato de la creación superan la lectura literalista que pretendía leer en él una narración más o menos histórica. Nos hace ver cómo, en un ambiente politeísta que divinizaba distintos aspectos de la naturaleza, el autor sagrado lleva a reconocer el carácter trascendental de Dios como creador. Al mismo tiempo, la misión co-creadora de la pareja humana en el doble mandato: «sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla» (Gn 1,28).

 

Los ecologistas románticos, habitantes de los grandes países superdesarrollados, lanzan contra este mandato una doble crítica: el someter la Tierra lleva a su destrucción, y la fecundidad humana conduce a la sobrepoblación, alentada por las actuales doctrinas naturalistas del Vaticano.

 

Pero, ¿es la explotación de la naturaleza el verdadero contenido del privilegio concedido por Dios al hombre en el relato bíblico de la creación?

 

Hay dos relatos bíblicos de la creación. El relato Yahvista (cfr. Gn 2, 4b-25) no menciona el dominio del hombre sobre el resto de la creación. La imagen que se ofrece de las relaciones del hombre con la naturaleza tiene que ver más con el compañerismo y la administración que con la explotación. Al hombre se le confía la misión de dominar sobre el resto de la Tierra; eso también se consigna en el otro relato, en Gn 1, 26, pero se repite y se refuerza en Gn 1, 28, donde se encomienda al hombre que «pueble la Tierra y la someta».

 

Según Ian Bradley, la lectura de ambos relatos de la creación, lejos de querer subrayar el antropocentrismo a ultranza, «relata el absoluto señorío de Dios sobre la totalidad del cosmos. Lo esencial de la narración es afirmar que es Dios, sólo Él, quien manda; que su poder creador es el que somete las fuerzas del caos y sustenta el ser del mundo; que todo lo que existe le pertenece».

 

El primer relato da claridad en el sentido de que el hombre no es único objeto del interés y solicitud de Dios, pues todo lo que Dios hizo «vio que era bueno», y al entrar el hombre y la mujer a escena los califica como «muy buenos», pero no como detentadores del derecho de hacer lo que les plazca con el resto de las cosas creadas.

 

Sentido de unidad

 

En general, el Antiguo Testamento pone de relieve la unidad de los seres humanos con el resto de las criaturas vivientes. En el hebreo antiguo no hay una palabra que corresponda a nuestro término naturaleza, por la sencilla razón de que para los israelitas no es concebible un mundo natural separado de los seres  humanos.

 

 Este sentido de unidad entre hombre y creación es un correctivo en la idea de que el hombre ha sido puesto en el mundo para dominar la naturaleza a su antojo arbitrario; además supera la otra idea de que la naturaleza pura es superior al hombre y podría prescindir de él. Esto lo expresa muy bien la palabra hebrea Adam, derivado de Adama, que significa tierra. Así, en el relato de la creación de Gn 2, esta vinculación toma fuerza cuando describe a Dios creando al hombre del polvo de la tierra.

 

Y el pecado aparece...

 

Ahora bien, cuando nos referimos a la explotación de la Tierra hacemos referencia sobre todo al afán de lucro desmedido que no mira a la naturaleza como sustento del hombre, sino como un elemento servil que puede usarse sin mayor consideración. De ahí que adquiera la dimensión de pecado en cuanto atenta y desequilibra el plan amoroso de Dios.

 

En efecto, Dios, el Padre de todos, es ofendido en este abuso realizado en la persona de sus hijos.

 

 Y en perspectiva cristocéntrica podemos recordar: «Tuve hambre y no me diste de comer»; incluso me arrebataron el alimento que la naturaleza debía producir y el que yo había ganado con mi propio trabajo.

 

Pero así como el pecado tiene repercusiones sobre la humanidad y la naturaleza, también el reinado de Dios implica una reconciliación en ambos ámbitos. Pablo nos habla de una recapitulación de todo el universo, en Jesucristo (cfr. Ef 1, 10-22), y también nos anima a creer que toda la creación espera también ser liberada del destino de muerte que pesa sobre ella. (cfr. Rm 8, 18-22).

 

Podemos concluir que, desde una perspectiva cristiana, la liberación del hombre y de la naturaleza van estrechamente unidas, aunque con una superioridad de parte del hombre.

 

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Acción Católica Mexicana Diócesis de Querétaro
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