Reinhold Niebuhr
y el realismo político de san Agustín
Gianni Dessì
Escribe Luigi Giussani en Teología protestante americana: «En Niebuhr las características principales del discurso teológico protestante americano emergen en una nueva y equilibrada síntesis. Puso significativamente en tela de juicio el mito de América como lugar donde se manifiesta el Reino de Dios, que en varios modos y tonos había sugestionado el espíritu de toda la historia americana»
La periodista Barbara Spinelli, en su artículo “Bush y el destino manifiesto” (La Stampa, 9 de marzo de 2003), contrapone la religiosidad apocalíptica –el elemento que le da a esta guerra el carácter de ineluctable– de la que Bush es intérprete, con el realismo cristiano, presente desde siempre en la cultura religiosa y política de los Estados Unidos. El exponente más conocido de esta segunda postura, recordado por Spinelli, es Reinhold Niebuhr, el pensador religioso más influyente en la cultura americana del siglo XX. En Italia se sabe poco de este pastor protestante, que se impuso a la atención de la opinión pública americana con el libro Hombre moral y sociedad inmoral (1932). En esta obra, Niebuhr, refiriéndose a san Agustín, afirmaba que la ciudad terrena estaba inevitablemente marcada por el enfrentamiento entre intereses contrapuestos, que el hecho de pretender resolver definitivamente dicha complejidad desembocaba en una “mala religión” y en una “mala política”.
Como ha escrito Luigi Giussani, que en los años sesenta dedicó varios
escritos a su figura, «en Niebuhr las características principales del discurso
teológico protestante americano emergen en una nueva y equilibrada síntesis.
Puso significativamente en tela de juicio el mito de América como lugar donde
se manifiesta el Reino de Dios, que en varios modos y tonos había sugestionado
el espíritu de toda la historia americana»1. Niebuhr se confrontó
explícitamente con este elemento tan complejo, cuyo origen está precisamente
en la función decisiva que la religiosidad ha desempeñado desde el principio
en la historia americana. En un libro de 1958, Pious and Secular America,
analizó profundamente ese nudo partiendo de esta constatación: «en el siglo XX,
somos, al mismo tiempo, la más religiosa y la más secularizada de las naciones
occidentales»2.
Los presupuestos de este análisis son, sin embargo, anteriores. En 1953,
tras pasar de una postura políticamente cercana al socialismo a una
decididamente crítica del comunismo, publicó El realismo político de
Agustín. Se trata de un largo ensayo en el que el teólogo protestante se
confrontó con el santo católico, reconociéndole en sustancia una importancia
decisiva en su aventura intelectual. En una entrevista autobiográfica de 1956,
Niebuhr afirmaba: «Me sorprende, en un examen retrospectivo, notar lo tarde
que comencé el estudio detenido de Agustín. Lo cual es aún más sorprendente,
si se tiene en cuenta que el pensamiento de ese teólogo iba a responder a
muchas preguntas que aún no había resuelto y liberarme por fin de la noción
que la fe cristiana era de algún modo idéntica al idealismo moral del siglo
pasado»3.
El ensayo sobre san Agustín comienza tratando de definir el realismo en
política: la propuesta de Niebuhr es que en el campo de la política «realismo
denota la disposición a tomar en consideración todos los factores que en una
situación política y social se oponen a las normas establecidas, especialmente
los factores de interés personal y de poder». En este sentido san Agustín «es,
por reconocimiento universal, el primer gran realista de la historia
occidental»4. Él, subraya Niebuhr, tuvo muy en cuenta las tensiones
y los conflictos que caracterizan toda comunidad humana. Lo que le permitió
este enfoque fue la concepción de la naturaleza humana propia de la tradición
bíblica y del cristianismo.
Niebuhr recuerda que «esta diferencia entre el punto de vista de Agustín y el de los filósofos clásicos se encuentra en la concepción bíblica, antes que en la racional, que Agustín tenía de la subjetividad humana, con la consiguiente concepción de que la sede del mal se encuentra en el yo»5. El mal como consecuencia del uso erróneo de la libertad, es decir, como consecuencia del pecado original, hizo, según Niebuhr, que san Agustín comprendiera la realidad de la política en su carácter factible. El pensador protestante comparte por entero la descripción agustinana de la ciudad terrena, marcada por contraposiciones imposibles de resolver, desgarrada por intereses contrastantes, incapaz de conseguir una auténtica justicia y una paz duradera. Niebuhr escribe que «comparadas con el realismo cristiano, basado en la interpretación de Agustín de la fe bíblica, un gran número de teorías sociales y psicológicas modernas, que se consideran antiplatónicas o incluso antiaristotélicas y que tienen en mucha estima su pretendido realismo, en realidad no son más realistas que las formulaciones de los filósofos clásicos»6.
Nuestro autor subraya, sin embargo, otro aspecto del realismo
agustiniano, vinculado a la idea de que la ciudad de Dios, en este mundo, está
ligada y mezclada a la terrena durante todo el tiempo de su peregrinación. Se
trata del hecho de que el realismo de san Agustín no es un realismo que pueda
llevar a la aprobación incondicional del poder. Partiendo de las distintas
posturas de Lutero y Hobbes, unidas por una consideración pesimista de la
naturaleza humana y por el deseo de evitar que la sociedad caiga en el
conflicto perenne y la anarquía, Niebuhr escribe que el «realismo pesimista
condujo tanto a Hobbes como a Lutero a una incalificable aprobación del estado
de poder: pero esto sólo porque no fueron bastantes realistas»7.
Los dos trataron de evitar el peligro de la anarquía, pero «se equivocaron al
no percibir el peligro de la tiranía en el egoísmo del los gobernantes. Por
eso ocultaron la necesidad consiguiente de poner controles a la voluntad de
los gobernantes»8.
En fin, Niebuhr critica ese realismo político que en nombre de la
corrupción o maldad de la naturaleza humana afirma la necesidad del poder,
pero no considera que los hombres que tienen el poder estén marcados por la
misma corrupción o maldad que todos los demás. La exigencia de controlar el
poder, y la opción de Niebuhr por la democracia, nacen precisamente de este
realismo radical, que considera que lo que une a todos los hombres es la misma
capacidad de bien y de mal. El control del poder es desde luego un instrumento
para frenar la tendencia al despotismo. Por otra parte, una sociedad
continuamente en vilo entre el despotismo y la anarquía, derivada de la
presión de los distintos grupos sobre los que tienen el poder, lleva a la
fuerza a una consideración cínica de la política. Agustín, sin embargo,
permite superar este callejón sin salida. Él comprendió que «el egoísmo es
universal, pero no es natural en el sentido de que no es conforme a la
naturaleza del hombre… El realismo se vuelve moralmente cínico o nihilista
cuando afirma que una característica universal de la conducta humana debe
también considerarse normativa»9.
Concluyendo esta sintética reconstrucción de las enseñanzas que Niebuhr
supo sacar de san Agustín, quisiéramos recordar por lo menos tres aspectos de
su visión que nos parecen dignos de atención.
El primero es el antiperfectismo, es decir, el ser conscientes de la
inevitablemente imperfecta aproximación al bien de cualquier régimen político.
Niebuhr criticó con fuerza la pretensión de América de ser el país elegido por
Dios para realizar su reino en la tierra.
El segundo aspecto se refiere al control necesario que se ha de ejercer sobre cualquier poder, que Niebuhr explicó en su crítica al pesimismo político de Hobbes y Lutero, que él consideraba no suficientemente radical, porque se abstiene de expresarse también sobre los que tienen el poder. Niebuhr afirmó la presencia del pecado, de la afirmación desordenada del hombre, en todos los niveles de la experiencia humana.
El último aspecto, que resume los anteriores, es el que Christopher
Lasch, en un interesante capítulo dedicado a Niebuhr, describe hablando «de la
disciplina moral contra el resentimiento»10. Se trata en sustancia
de la afirmación práctica de que el pecado no actúa solamente en los demás,
sino también en nosotros mismos. Ser conscientes de esto impide juzgar como
inmorales posturas distintas de las nuestras, contraponiendo las nuestras como
morales. La afirmación de la propia superioridad moral como justificación de
una concreta opción práctico-política, la condena del mal exclusivamente en
los demás, desconoce la naturaleza real del hombre después del pecado
original. Esta dinámica conduce como dice Niebuhr a la «santificación de la
propia posición»11, confiriendo una aureola sacra a concretos y
específicos intereses, que se arrogan una pretensión de universalidad. Es una
dinámica que produce violencia porque niega la presencia de la misma
naturaleza humana en nosotros y en los demás, y lleva a tratar a los que
sostienen opciones prácticas distintas de las nuestras como al mal mismo.
Notas
1 L. Giussani, Teologia protestante americana, La
Scuola Cattolica, Venegono Inferiore, 1969, p. 141.
2 R. Niebuhr, Pious and Secular America, Scribners,
Nueva York, 1958, p. 1
3 R. Niebuhr, Una teologia per la prassi, Queriniana,
Brescia, 1977, p. 55.
4 R. Niebuhr, Il realismo politico di Agostino, en G.
Dessì. Niebuhr. Antropologia cristiana e democrazia, Studium, Roma,
1993, págs. 77-78.
5 Ibídem, p. 79.
6 Ibídem, p. 82.
7 Ibídem, p. 85.
8 Ibídem.
9 Ibídem, p. 88.
10 C. Lasch, Il paradiso in terra. Il progresso e la sua
critica, Feltrinelli, Milán, 1992, p. 356.
11 Este tema está presente continuamente en los escritos de
Niebuhr. Véase entre muchos pasajes el rechazo «de dar sanción moral a los
propios intereses» que expresa en The Children of Light and The Children of
Darkness, Scribners, Nueva York, 1944, p. 16.