REFLEXIONEMOS

PARA EDUCAR MEJOR

 

 

Josep M. Andrés y Roser Gallart

Carles Ariza y Margarita Montobbio

Iñaki Echevarria y Cristina Manresa

Joaquim Fernández y Rosa Monreal

Josep M. Lozano y Pilar París (coordinadora del grupo)

Albert Terradellas y Elena Ricart

Josep M. Rambla, sj.

 

 

 

ÍNDICE

Presentación

1. Cómo educamos el consumo

2. Los padres y los celos de los hijos

3. Cómo educamos la fe de nuestros hijos

 

 

Un grupo de padres preocupados por la educación de sus hijos empezó a reunirse. De la puesta en común de sus experiencias, sus preocupaciones y sus dificultades a la hora de plantear su educación se han elaborado estas "Reflexiones".

Esta colección, "Reflexionemos para educar mejor" pretende facilitar a los padres elementos que favorezcan y dinamicen el diálogo entre ellos y con otros padres sobre cuestiones educativas de manera que pueda ayudarles en el camino de crecimiento de sus hijos.

PRESENTACIÓN

Las líneas que encabezan esta publicación muestran con toda claridad su origen y su finalidad: una experiencia vivida de educación de los hijos, una reflexión sobre esta experiencia y el ofrecimiento de un servicio a personas que puedan hallarse en situaciones parecidas a las de las parejas que han realizado este trabajo.

Uno podría preguntarse el por qué de esta serie que ahora empieza dentro de la colección AYUDAR de EIDES. Responder a esta cuestión iluminará más la identidad de esta Escuela Ignaciana y, al mismo tiempo, enmarcará mejor la naturaleza de este triple estudio que ahora presentamos.

Al fundar EIDES, declaramos que no queríamos limitarnos al estudio de los escritos de San Ignacio, sino que pretendíamos estudiar y exponer el legado ignaciano como medio para profundizar en la espiritualidad, entendida como una vida cristiana consciente y profunda. De acuerdo con este propósito, por un lado contribuimos al estudio de los textos ignacianos a través de seminarios y cursos. Por otro, también mediante cursos y seminarios, potenciamos el conocimiento de la espiritualidad cristiana inspirándonos en el carisma ignaciano. Porque el carisma que refleja la obra de Ignacio es una excelente pedagogía para una vida cristiana consciente, creativa y profunda en medio de la sociedad. De ahí, una serie de temas muy propios de la espiritualidad ignaciana: la experiencia de Dios en la vida ordinaria, discernimiento espiritual, vida laica, mística de las realidades terrenales, pedagogía de la elección de vida, etc. Muchos de los estudios o cursos de EIDES acaban convirtiéndose en publicaciones como estos cuadernos AYUDAR.

Los materiales, cuya publicación iniciamos ahora, pertenecen a esta espiritualidad y tradición ignacianas. El tema de los trabajos es una de las realidades más centrales del mensaje ignaciano: la formación de la persona, la educación humana iluminada por Cristo. Además, la metodología que ha motivado estos trabajos guarda un profundo parecido con la pedagogía ignaciana, expresada en los Ejercicios Espirituales y confirmada por el modo de hacer de Ignacio y de la tradición ignaciana posterior: experiencia-reflexión-acción.

En efecto, las parejas que se han reunido para preparar estas páginas han partido de su experiencia familiar de educación de los hijos, que ha sido su materia de reflexión personal y compartida. Finalmente, han pensado, como en otras circunstancias similares de EIDES, en comunicar a otras personas esta práctica espontánea, pero elaborada por la reflexión y el diálogo. Así pues, es nuestro deseo que estos papeles ayuden a otros a vivir experiencias, inéditas, por supuesto, de educación de los hijos. Ojalá el proceso de experiencias se alargase como una cadena que, a través de nuevas elaboraciones, dieran continuidad al servicio en un campo como la educación de los hijos, en el cual, todo esfuerzo y creatividad siempre se quedan cortos.

EIDES agradece, pues, la dedicación generosa e ilusionada de las parejas que han hecho posible esta publicación. Nos complace reconocer de manera especial la labor paciente y eficaz de Pilar París, que ha asumido la coordinación del grupo y del trabajo realizado.

EIDES

(ESCOLA IGNASIANA D'ESPIRITUALITAT)

1. COMO EDUCAMOS EL CONSUMO

1. SITUACIONES DE VIDA

Inicialmente, proponemos recordar algunos hechos de la vida diaria:

... la fuerza de las marcas comerciales (el diseño, el color, la asociación al hecho televisivo...);

... los productos de alimentación fáciles "pensados" para los niños, al margen de los problemas nutritivos (dulces y golosinas, productos de pastelería, cereales...);

... el calzado deportivo (que sea de marca, como el que llevan los demás...);

... el dinero para gastar ( en excursiones, salidas, o, sencillamente, en el día a día...);

... los juguetes y los juegos "de la televisión" (de cara a regalos, para Reyes...);

... el consumo del tiempo, las nuevas tecnologías y el "quemar" etapas (el ordenador y los videojuegos, la "moto", la "discoteca"...).

2. DE QUÉ HABLAMOS

Parece importante distinguir entre consumo y consumismo.

El consumo

Es una actividad que proporciona una relación con infinidad de objetos. Supone un elemento de participación en el intercambio social y conlleva un grado de decisión por parte del individuo respecto de la adquisición de dichos objetos y del modo de hacerlo.

El consumismo

Se entiende como el fenómeno generado por la actividad de consumir. Todo el mundo reconoce que el consumo, básicamente a través de la publicidad, tiene una gran fuerza absorbente y arrastra a las personas a una sucesión de actos encadenados, especialmente por lo que se refiere a la creación de nuevas necesidades: se da una cierta "carrera" de consumo.

Cuando hablamos de una sociedad consumista, nos referimos a aquella en la que existe un auténtico mercado generador de nuevas necesidades y, por lo tanto, de nuevos objetos o productos de consumo. Hace alusión, además, a dimensiones fundamentales de la vida humana: la satisfacción de necesidades, la expresión de deseos.

Es posible hablar de perversidad en el consumo cuando existe una manipulación de los consumidores y, por lo tanto, la intencionalidad de interferir en la libertad de los compradores por parte de los que generan los productos. Es uno de los riesgos del mercado de libre competencia.

 

3. CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES

Es necesario un enfoque positivo y crítico

Aprender a consumir bien, manteniendo criterios propios

... consumir bien

La visión negativa del consumo está bastante generalizada. Faltan experiencias positivas del hecho de "consumir"; en este aspecto, la dimensión educativa de la familia es muy importante.

Se puede hablar de una relación positiva con los objetos, de un auténtico placer de consumir, en tanto que seamos capaces de disfrutar de las cualidades de las cosas, de la satisfacción de estrenarlas, utilizarlas y aprovecharlas. Son auténticos valores positivos para un consumo creativo en la vida diaria.

... mantener los criterios propios

Ante un mercado agresivo que genera corrientes de opinión vacías de crítica, conviene dar recursos para generar personas con capacidad crítica. Más que crear un estilo "contracorriente" de las tendencias consumistas de nuestro entorno social, parece mejor hablar de situarnos en la corriente, manteniendo nuestra personalidad y utilizando nuestra capacidad de discernir.

La diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario

Hay un consumo ordinario y un consumo extraordinario, unas necesidades más básicas y otras más superfluas.

... no todo es posible

Habría que interrogarse sobre si he de hacer todo lo que puedo hacer. La carrera del consumo tiende a presentarlo todo como potencialmente posible. Se invita al consumidor a aspirar siempre a más. Existe una cierta idea entre nuestros niños y adolescentes de que es posible hacerlo todo y, por lo tanto, también todo se puede comprar, todo se puede consumir. No obstante, hay que discernir continuamente y aprender dónde están los límites.

... no todo es igual

Un aspecto negativo del fenómeno socializador de los medios de comunicación es la uniformidad en lo que se refiere a los productos de consumo: todo parece tener el mismo valor (coches, viviendas, perfumes, productos de alimentación, juguetes...). Habría que recuperar, en cuanto al consumo, la dimensión de lo extraordinario. Existen diferencias entre los objetos, existen diferentes valores en las cosas y hay que reivindicarlo.

... no todo es igualmente necesario

Con demasiada frecuencia se presenta en nuestro entorno un estereotipo de conducta paterna: "que al niño ( a mi hijo) no le falte nada". Aunque se trate de un tópico, valdría la pena preguntarse si lo que expresa es aceptable y por qué. Si pensamos que no les ha de faltar nada ¿qué significa esto en la práctica? Porque no todo es realmente necesario.

La denuncia de las situaciones en las que el consumo cuestiona otros valores

Con harta frecuencia, determinadas actitudes de consumo limitan valores como la creatividad, la personalización, la autenticidad o el esfuerzo. A veces, obstaculizan el desarrollo y la conservación de capacidades como la imaginación, la comunicación, la protección del medio ambiente, la salud y la alimentación o el hecho de cuidar el cuerpo.

... la creatividad y la personalización

Ejemplo de ello son las fiestas prefabricadas que últimamente se han puesto de moda en nuestro contexto. Anulan la creatividad, se ofrece a los niños un espacio propio sin las normas habituales de convivencia, todo está previamente dispuesto por un protocolo de funcionamiento. Ni el adulto, ni el niño que invita a los demás han de hacer esfuerzo creativo ni comunicativo frente a sus invitados; se limitan a contratar unos servicios.

... la autenticidad y el esfuerzo

Cuesta aceptar y apreciar aquello que oculta el valor alternativo: el bocadillo hecho en casa por uno mismo en lugar del prefabricado o envasado, al estricto servicio de la comodidad.

... el freno al desarrollo de otras capacidades

Un ejemplo: el consumo televisivo o el consumo de las nuevas tecnologías, centrado en el bombardeo de imágenes (video-cónsolas), con unos "valores" añadidos (como la violencia de determinados dibujos animados televisivos que normalizan actitudes y reacciones emocionales asociadas a personajes atractivos para los niños, introducidas a través de la repetición de imágenes). En este aspecto, hay que reconocer como temas colaterales al del consumo la utilización del dinero, de la televisión, la distribución del tiempo libre...

... la salud y la correcta alimentación

En la actualidad, se promueve un determinado tipo de cuerpo ideal que lleva, especialmente a adolescentes y jóvenes, a conductas radicales como la adopción de dietas de adelgazamiento para parecerse al modelo, con todo lo que esto conlleva (el peligro, entre otros, de la anorexia y de la bulimia).

Otra cuestión, en relación con el consumo alimentario es la penetración de hábitos cómodos procedentes de otras culturas, como las comidas rápidas, que suponen la transgresión de las dietas autóctonas, mucho más saludables.

... la protección del medio ambiente

A pesar de que existe un paradójico crecimiento de sensibilidad respecto de los valores ecológicos, la dinámica consumista comporta a menudo una importante reducción de los recursos energéticos y ambientales de cara a futuras generaciones. Por ejemplo, el derroche de agua (en la ducha, al lavarse) o de energía (luces encendidas en toda la casa).

... el sentido del dolor

En ocasiones, en el consumo de medicamentos aparece un nuevo elemento como la búsqueda

de un producto mágico que suprima el dolor y la realidad de la enfermedad.

Las primeras actitudes frente al consumo se viven en la familia

Por este motivo, cada vez es más importante un testimonio positivo desde la familia y una educación que ofrezca recursos críticos, enseñando a discernir en la compra y valoración de los objetos.

... la actitud de los padres ante el consumo propio

Se consume en función de un modelo implícito de gastos que se tiene. En este sentido, es importantísima la actitud de los padres en lo que se refiere a su propio consumo: qué se hace en casa, cómo se gasta, cómo se compra...

... ofrecer criterios como recurso

Una buena educación del consumo ha de ofrecer recursos para hacer frente a los estímulos que incitan a consumir sin criterio.

Podría ser positivo, por ejemplo, hablar con los niños sobre la publicidad de productos dirigidos a ellos, una vez tienen dicho producto.

4. POSIBLES RESPUESTAS DE LOS PADRES

Conformar una línea de actuación frente al consumo

... que respete el valor de los objetos

La cuestión del contenido de la compra es importante: el valor implícito en aquello que consumimos. Una vez más, no todo tiene el mismo valor, no en términos de coste, sino de importancia, de conveniencia, de utilidad... Muchas veces, la adquisición de un objeto supone desprenderse de otro. Si todavía puede ser útil a alguien, darlo en lugar de tirarlo puede ser muy educativo para los pequeños de la casa.

... con un criterio de necesidad

Tendría que haber en toda compra un criterio de necesidad y de uso. Hay que diferenciar entre lo que es necesario (para todo el mundo), lo que es conveniente (según el trabajo, el oficio, los estudios, las aficiones de cada uno...) y lo que es superfluo. Compramos lo que es necesario, si bien hay que aceptar la subjetividad de lo que realmente "es necesario o no lo es".

En cualquier caso, hay que favorecer una actitud crítica en la consideración de cada necesidad. Un criterio comparativo podría ser también de respeto por los que tienen menos.

... aceptando unos límites

Tal como se ha comentado en los criterios educativos, hay que poner límites al consumo. No todo es posible: cada familia tiene una capacidad adquisitiva y tendría que existir una voluntad de austeridad y de solidaridad frente a la distribución injusta de la riqueza en nuestra sociedad.

... al servicio de unos valores evangélicos

No se puede renunciar al valor de compartir, que es claramente evangélico, desde una perspectiva cristiana. Para ello, los comportamientos en el seno del hogar, entre todos los miembros de la familia, son fundamentales.

... con conciencia de la responsabilidad sobre los bienes que poseemos

Es importante crear conciencia de la responsabilidad de los gastos. Ser críticos ante el consumo, incluso después de haber comprado, para reconocer, en su caso, que se ha hecho una mala compra. También de los errores se aprende.

Cuidar el entorno familiar y las buenas alternativas

... un espacio para elaborar y dialogar decisiones

Se trata de fomentar un cierto sentido común administrador. Por ello entendemos un espacio en la relación familiar en el que se puedan verbalizar las actitudes de consumo familiar y en donde los hijos puedan elaborar los motivos de sus respuestas o decisiones. Asimismo, en relación con los espacios televisivos como grandes difusores de necesidades para el consumo entre pequeños y mayores, parece conveniente entrar en diálogo con los hijos, tal vez mirando juntos algunos programas y presentar, activamente si es necesario, una línea de valores.

... aprovechar los lugares y actividades donde no exista la presión social para consumir

El contacto con la naturaleza en las salidas a la montaña o la participación en campamentos o colonias posibilita la experiencia de situaciones diferentes, alternativas, donde es posible vivir de manera más sencilla, con menos necesidades... Esto puede ser de gran ayuda para relativizar después muchas de las necesidades que aparecen en la vida cotidiana de la ciudad.

El consumo doméstico

... la elección y la distribución de los gastos

Sería aconsejable revisar periódicamente cómo y en qué se gasta el dinero en casa. A menudo se descubre que lo que se niega a los hijos no tiene un mismo tratamiento cuando se trata de aficiones de los padres. La participación y comunicación de este estilo es útil para la formación de los hijos y ayuda a los padres a la autocrítica.

... la administración del presupuesto familiar

Una actitud educativa positiva sería la de enseñar y trabajar con los hijos la distribución del dinero y cómo se realiza la administración del presupuesto familiar, en la línea del estilo que hemos comentado antes. Lo que está claro es que la educación para el consumo exige dedicación y mantener una línea coherente a lo largo del tiempo.

 

 

La dimensión social del consumo

... el factor de solidaridad con los que tienen menos capacidad adquisitiva

También en el tema del consumo sería bueno tener una visión amplia del mundo. Existen niños que tienen otras necesidades (en el tercero y cuarto mundo). Conviene tener presentes las carencias de los países pobres y distantes de nuestra realidad, para reforzar la solidaridad con los que padecen de forma más cruda la injusticia estructural en el ámbito universal... En este aspecto, se podría entablar también un diálogo familiar sobre cuál es nuestra aportación del presupuesto familiar en concepto de solidaridad, ayuda a la Iglesia, colaboración con el tercer y cuarto mundo, etc.

5. CUESTIONARIO

— ¿Cuáles son algunos de los factores que explican que nuestra sociedad sea típicamente consumista?

— ¿Creéis que existe un consumo positivo? Pensad algunas situaciones cotidianas que podrían serlo.

— Pensad ahora en factores concretos que nos afectan ,a nosotros y a nuestros hijos, de cara a un consumo excesivo o más allá de lo realmente necesario.

— ¿Es posible encontrar momentos en casa para hablar con los hijos sobre los hábitos del consumo?

— El estilo crítico que con frecuencia tenemos que adoptar ¿puede ser asumido por nuestros hijos?

— ¿Qué pensamos de nuestros hábitos consumidores? ¿Estamos satisfechos de ellos? ¿Pueden mejorar? ¿De qué manera?

— ¿Creemos en los valores alternativos que pueden dar sentido al consumo (placer de estrenar y conservar, austeridad, solidaridad, compartir)?¿Existe un diálogo en casa sobre los gastos y el presupuesto familiar?

— Pensad ejemplos concretos de objetos o gastos necesarios, convenientes y superfluos, nuestros y de los hijos.

— Resumiendo, ¿qué rasgos podría tener un consumo positivo en la familia?

2. LOS PADRES Y... LOS CELOS DE LOS HIJOS

1. SITUACIONES DE VIDA

"... hace unos días que ha vuelto a hacerse pipí en la cama y quiere tomar el biberón y comer papillas."

"... habla como un niño pequeño y no para de hacer bobadas para llamar la atención."

"... ¡está tan enmadrada! Si no es su madre la que le da de comer, no come, y aún así, no tiene mucha hambre."

"... ¡Tan alegre que era! Últimamente está como triste y ha perdido la ilusión por los juegos y por los juguetes."

"... en la escuela no participa como antes y parece que pega a los niños, especialmente si son más pequeños."

"... siempre dice que a ella no la queremos y que sólo hacemos caso a su hermano."

"... no puedes dejarlos solos, porque a la mínima ya se han enganchado y se están pegando."

"... se despierta por la noche y tiene pesadillas, le da miedo quedarse solo y la oscuridad..."

"... se queja todo el día de que queremos más al otro que a ella, no sé cómo puede decir esto si todo lo que hacemos por uno lo hacemos por el otro, si compramos un regalo para él, compramos otro para ella..."

"... siempre quiere hacer lo que hace la hermana mayor, quiere ir con sus amigas, utilizar sus juguetes; y cuando le dices que no, se enfada y empieza a recitar todos los privilegios y ventajas que, según ella, tiene su hermana..."

"... ¿celos? En absoluto; al contrario, se la quiere con locura, siempre estaría a su lado, la quiere bañar, darle el biberón... si le dejases le haría de mamá."

"... siempre me las cargo yo. A Juan (el hermano más pequeño) nunca le decís nada."

"... yo no pinto nada en esta casa. Con mis hermanos ya os basta."

2. DE QUÉ HABLAMOS

"Los celos –como dice el Dr. Víctor Hernández en el libro ¿Qué son los celos?– son un conjunto de sentimientos relacionados con una situación de rivalidad en la cual la persona siente amenazada la posesión de alguna cosa psicológicamente esencial para conservar la confianza y la seguridad en sí misma; de manera especial, el amor de los padres, de la pareja o de los hijos, o sea, de las personas afectivamente más cercanas."

Los celos son en sí un estado afectivo normal que todos, pequeños y mayores, hemos experimentado en algún momento de nuestra vida. Y aunque sean motivo de sufrimiento, si no son excesivos y pueden elaborarse mentalmente, también pueden ayudar a desarrollar y enriquecer la personalidad.

Suelen manifestarse en forma de hostilidad, tristeza, decaimiento, sentimientos de humillación, aislamiento, actitudes reivindicativas, comportamientos regresivos, demanda exagerada de cosas materiales, etc.

Hay que diferenciar entre celos y envidia, sentimientos que pueden confundirse fácilmente, ya que en ambos se produce básicamente el mismo conflicto, el deseo de poseer alguna cosa.

Los celos

En el caso de los celos, se está celoso de lo que se posee y del rival que amenaza esta posesión. Suelen estar relacionados con el amor y el miedo a perder este amor (ej.: mi hermano me quitará el amor de mis padres). Como hemos dicho, predominan los sentimientos de tristeza, aislamiento, humillación.

La envidia

En la envidia, en cambio, se desea aquello que no se posee y se envidia al otro precisamente porque lo tiene. El objeto deseado suele estar relacionado con bienes y cosas materiales y puede llegarse a situaciones en las que se prefiere destruir lo que se envidia antes que contemplar cómo lo disfruta otro. Los sentimientos que se asocian a la envidia son, como en los celos, tristeza, humillación con una preponderancia considerable del odio, sentimiento que la hace, de algún modo, más destructiva.

3.SITUACIONES QUE FAVORECEN LA APARICIÓN DE LOS CELOS

Los celos se manifiestan en diferentes periodos de la vida de cualquier niño, especialmente en aquellas situaciones en que puede vivir los acontecimientos como una pérdida parcial del amor de los padres o que lo hacen sentirse menos seguro de sí mismo.

Algunas de estas situaciones pueden ser:

El nacimiento de un hermano

La llegada de un hermano supone una serie de cambios en la vida de la familia. El recién nacido necesita atenciones y mucha dedicación por parte de los padres, especialmente de la madre. Este hecho que, como adultos vemos tan lógico y natural, no se vive de la misma forma por parte de los niños que sienten que la nueva situación amenaza la seguridad que tenían hasta entonces y pone en peligro el amor de los padres ("puede que ahora, como ya tienen otro niño, ya no me quieran a mi"). Así pues, el hermano pequeño despierta sentimientos contradictorios en el niño: por un lado lo espera con más o menos ilusión y quiere quererlo, y por otra lo vive como un rival que puede usurparle el afecto de sus padres y los privilegios que tenía hasta el momento.

La entrada en la escuela

El inicio de la escolaridad es también para el niño un momento que puede resultar conflictivo. Por un lado, vive la ilusión que representa ser mayor y aprender; por otro, tiene que enfrentarse a una situación nueva y desconocida y tiene que dejar, en parte, la seguridad y la protección de su hogar. Esta situación puede complicarse si coincide con el nacimiento de un hermano, ya que al niño no le gusta nada que el pequeño se quede en casa disfrutando de la compañía de la madre.

En ocasiones, los celos pueden trasladarse a la situación escolar, donde rivaliza con los compañeros por el cariño de la maestra.

La ausencia prolongada de los padres

A veces, se dan situaciones en las que, por diferentes motivos –la hospitalización de un hijo o de un familiar, un viaje largo...– los padres se ausentan durante un tiempo. Ello comporta cambios en los hábitos de cada día que, si no han podido hablarse y trabajarse con los hijos, pueden generar sentimientos de inseguridad y de pérdida.

El exceso de avisos y de control de los padres sobre un hijo

En determinadas etapas del desarrollo se puede crear más presión sobre un hijo que sobre los demás. La adolescencia suele ser una época propicia a este tipo de situaciones, especialmente cuando hay hermanos más pequeños que están en un momento más tranquilo en relación con los padres.

4. CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES

La forma en que los padres se sientan afectados por los celos de los hijos depende, en gran parte, de su madurez personal y de cómo ellos han podido, o no, elaborar sus vivencias y experiencias de celos. Los celos de los hijos, a veces, pueden despertar fuertes sentimientos de malestar y de inquietud dado que remiten a los padres a situaciones vividas por ellos mismos y que no han sido elaboradas; en este caso, se les hace muy difícil poder tolerarlos. Otras veces, la situación es diferente y, aunque se remueven sentimientos, los padres pueden entender lo que está sucediendo y ayudar a sus hijos.

Las actitudes que pueden darse son las siguientes:

Aceptar los celos, con serenidad y comprensión, como un hecho natural en determinadas situaciones, y ayudar a los hijos a que ellos los comprendan y acepten. Si los hijos se sienten aceptados tal como son (con celos y todo), no tendrán miedo a expresar sus sentimientos y deseos, tanto si son positivos como si no (ganas de pegar, rabia, enfado...). La expresión de estos sentimientos brindará a los padres la posibilidad de hablar de ellos y será el primer paso para poder ir superando los celos. Para que esto pueda suceder es necesario, sin embargo, que previamente los padres hayan podido aceptar y superar las propias experiencias de celos.

Negar los celos, como una forma de protegerse del sufrimiento que comportan. En este caso, los padres tienden a exigir a los hijos que no sean celosos y no les ayudan a asumir sus sentimientos ("eres malo, los niños buenos no dicen estas cosas" "¿qué es esto de pegar? los hermanos no tienen que pelearse"). Ello puede llevar al niño a ocultar sus sentimientos y es posible, entonces, que los celos se manifiesten a través de síntomas de tipo físico -malestar, dificultades para dormir, poca hambre...- en torno a los cuales empezarán a girar las preocupaciones de los padres, sin que se llegue a abordar el problema de fondo.

Incrementar y perpetuar los celos, con actitudes agresivas y hostiles ante el niño celoso que provoca constantemente, riñéndolo, poniéndolo en evidencia delante de la familia o los amigos, comparándolo, echándole siempre las culpas... Estas actitudes irán deteriorando su autoestima y la confianza en sí mismo y fomentarán los celos.

5. POSIBLES RESPUESTAS DE LOS PADRES

Cuando nos encontramos con manifestaciones de conflictos por celos de los hijos es importante que los padres busquen momentos de diálogo y reflexión para poder analizar conjuntamente lo que está pasando y cuál ha de ser su respuesta o actitud ante esta situación. Hay que tener en cuenta que cada familia ha de encontrar su manera y su respuesta de acuerdo con su realidad y la forma de ser de cada niño.

a) Sin embargo, hay una serie de actitudes que deberían evitarse, porque no cabe duda de que no ayudarán al hijo a comprender y elaborar sus sentimientos de celos:

— Negar la existencia de los celos.

— Establecer privilegios entre los hermanos.

— Hacer comparaciones o comentarios destacando "qué bien hace las cosas "uno de ellos o "qué mal las hace" el otro. Si los padres reprochan constantemente al niño su manera de ser, si no valoran sus cualidades y valores y sólo tienen ojos para sus defectos, fallos u omisiones, estarán formando a un niño débil, inseguro, con una imagen pobre de sí mismo y con muchas dificultades para ir construyendo su identidad.

— Evitar por sistema las peleas entre hermanos, puesto que, siempre que no se llegue a una agresión desmesurada o a la violencia física, es positivo que ellos aprendan a solucionar sus propios conflictos. A menudo, el hecho de evitar las discusiones y peleas tiene más que ver con las dificultades de los padres para tolerarlas que con la gravedad de la situación en sí.

— Dar siempre la culpa "al mismo" cuando se producen peleas entre los hermanos.

— Colocarlos en situaciones imprevistas y ante hechos consumados que les impliquen emocionalmente, sin haberles informado previamente (el inicio de la escuela, la hospitalización de algún miembro de la familia o del propio niño, el cambio de habitación, la visita al médico...).

— Responsabilizar a un hijo de la mala conducta del otro y/o exigirle al mayor que se ocupe habitualmente del pequeño.

— Tener como padres o como pareja una actitud desconfiada y celosa.

b) por otro lado, hay otras actitudes que reconfortarán al hijo y le serán de gran ayuda:

— Aceptar los celos.

— Dedicar tiempo a hablar con los hijos y a escucharlos, procurando comprender sus sentimientos y así poder ayudarlos con serenidad, madurez y afecto. Hay que hacer un esfuerzo por encontrar estos espacios, que el ritmo de vida actual no facilita.

— Tratar de manera diferenciada a cada hijo. Ayudarlos a descubrir y desarrollar sus posibilidades e intereses. Atender a las necesidades propias de cada uno, sin establecer privilegios.

— Ayudar al niño a sentirse bien consigo mismo. Si se siente valorado y convencido de su valor, se sentirá menos amenazado por los privilegios de otros y, por lo tanto, menos celoso.

— No alarmarse excesivamente ante los signos de regresión, ni centrar demasiado la atención en ellos, ya que, al hacerlo, sólo se consigue reforzarlos. No hay que olvidar que todo proceso de crecimiento implica avances y retrocesos.

— Informar y dar explicaciones a los hijos sobre aquellos hechos que pueden generar cambios importantes en su vida y, siempre que sea posible, darles tiempo para que puedan hacerse a la idea, en la medida de sus posibilidades.

— Favorecer un ambiente familiar tranquilo, en el que las personas importen más que las cosas y se valoren y respeten unas a otras.

— Reflexionar sobre las propias conductas con respecto a los hijos y abordar de forma madura los sentimientos que despiertan cada uno de ellos.

— Si vemos que los celos provocan un sufrimiento excesivo en el hijo, tal vez será conveniente buscar la ayuda de un especialista, que, en este caso, sería el psicólogo.

6. CUESTIONARIO

— Los celos entre hermanos son un estado afectivo natural que, de uno u otro modo, se da en todos los niños. ¿Cómo pensamos que se manifiestan en nuestros hijos?

— ¿Recordamos alguna ocasión en la que los celos de nuestros hijos nos preocuparon? ¿Qué sucedió? ¿Cómo reaccionamos?

— Procurar tratar a todos los hijos de la misma forma (todo lo que hacemos o damos a uno,lo hacemos o damos también al otro...), ¿creemos que ayuda a evitar los celos o más bien los favorece? ¿Por qué?

— ¿Constatar que nuestros hijos son celosos nos hace sentir que no actuamos bien como padres? ¿Qué sentimientos nos suscita?

— ¿Buscamos momentos para plantearnos nuestras actitudes y nuestra respuesta ante los conflictos de celos de nuestros hijos?

3. CÓMO EDUCAMOS LA FE DE NUESTROS HIJOS

1. SITUACIONES DE VIDA

"He apuntado al niño a la catequesis, ahora ya va a segundo... además, ¡no le hará ningún daño!... Nosotros, a veces vamos a misa."

"Nosotros no bautizamos a la niña porque no creemos, pero ahora nos lo ha pedido porque muchos niños de su clase están bautizados y me parece que la bautizaremos por Pascua."

"Mi hijo se ha emperrado en montar el belén en Navidad, pero nosotros no creemos y no sé que tenemos que hacer."

"¿A qué curso va tu hija? Está acabando cuarto, ¿no? ¿Ya debe haber hecho la primera comunión?"

"Estoy preocupada: nosotros somos creyentes, querría apuntar los niños a catequesis, pero no lo veo claro. En la catequesis de la parroquia hay más abuelas que madres, no sé qué hacer, ni a dónde ir."

"Los niños van a catequesis, pero no les gusta, dicen que no entienden lo que les explican de Jesús."

"A veces, mi hija te hace una preguntas sobre Dios, que no sabes qué contestarle: ¡Te quedas tan cortado!"

"Nosotros formamos parte de una comunidad de la parroquia. ¡Estamos muy contentos! Como somos un grupo muy unido, los niños también van contentos a la catequesis. Tenemos un lugar donde compartir y expresar la fe."

2. DE QUÉ HABLAMOS

A menudo, la fe y la educación de la fe son temas que preocupan a los padres que, de uno u otro modo, se consideran creyentes o preocupados por el hecho religioso. Para cada persona, la fe es fruto de una herencia, de una transmisión, de una educación, de una doctrina, de una experiencia, de un maestro, de una vivencia, de una comunidad, de una oración, de un ritual. En la trayectoria de cada persona pueden estar presentes algunos de estos elementos u otros. Por ello, la fe y la educación de la fe se pueden abordar desde diferentes puntos de vista y de partida, porque va más allá de una cuestión de concepto.

Cuando hablamos de este tema con otros padres, constatamos que existen realidades muy diversas: niños que van a catequesis y niños que no, niños que van a escuelas religiosas y niños que no, familias que van a misa el domingo y familias que no, que van a la parroquia o a otros sitios , familias que están en una comunidad y otras que pertenecen a algún grupo, movimiento o a ninguno... Pero todos tenemos en común la voluntad y la preocupación por el mensaje de Jesús., las ganas de ser receptores del mensaje de Cristo y el convencimiento de que la vida de los cristianos está enmarcada por Jesús, por la confianza en Dios-Padre.

Por lo tanto, la primera cuestión que creemos que debemos plantearnos como padre o madre es preguntarnos ¿qué lugar ocupa la fe en mi vida? Es importante partir de la respuesta que cada uno da desde su realidad concreta.

Y, tal vez la segunda pregunta sería ¿Hacia dónde camino o querría caminar con mi fe?

No obstante, estas preguntas no puede afrontarlas cada uno por su cuenta. Conviene que la pareja hable de ellas, que se vayan compartiendo porque, igual que cada persona, cada pareja ha de ir elaborando sus propias respuestas. Cada pareja ha de ir respondiendo a la pregunta: ¿Qué lugar ocupa la fe en nuestra vida?

En un segundo momento, tal vez iría bien hablar con la pareja sobre qué queremos decir cuando hablamos de educar la fe de nuestros hijos y ver qué y cómo nos planteamos esta educación. Las posibilidades y los recursos que cada uno tiene son diversos, como diversas son las ofertas de la propia comunidad eclesial.

Lo que pretendemos, pues, con este texto, no es tanto hacer una reflexión sobre la fe, sino ayudar a situar qué papel desempeña la fe en nuestras vidas y en la de nuestros hijos, qué espacio le dedicamos y cómo podemos realizar esta transmisión.

3. CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES

a) El contexto social e ideológico ha cambiado y está cambiando y, en consecuencia, también el contexto eclesial. Estos cambios nos obligan a replantearnos las formas de transmisión y de expresión de la fe.

• Se dice que vamos hacia una sociedad cuya especificidad y normalidad estará en el cambio continuo, en el vivir el momento, el presente.

• Se dice que las relaciones sociales están dejando de basarse en una estructura más o menos jerárquica, para pasar a ser, cada vez más, interdependientes, intercomunicadas e interrelacionadas.

• Se dice que las relaciones entre las personas y las instituciones son, pues, más plurales y segmentadas, en ausencia de un sistema ideológico, cultural o religioso que homogeneice y organice a la sociedad y a la iglesia.

En definitiva, que vivimos en una sociedad en la que no sabemos mucho hacia dónde vamos, pero sí que sabemos que vamos deprisa y con prisas, en la que no hay espacio para la reflexión y para la maduración. Y es muy importante que nos planteemos cómo trabajar la calidad humana de las personas en esta nueva realidad.

En este contexto, los padres cristianos tenemos que ayudar a crecer la fe de nuestros hijos e hijas. Una fe que deseamos transmitir, pero que vemos que no podemos hacerlo de la misma manera como la recibimos. Constatamos un cambio importante en el entorno, en virtud del cual nuestra posición, respecto a la de nuestros padres, es más difícil. Nos exige una respuesta más personal y más pensada individualmente por que ni existe la presión social, ni el contexto implícito y explícito que llevaba a tener unas actitudes y unos hábitos religiosos de manera más automática, porque eran también fruto del comportamiento social. No podemos decir (o esperar) que "la Iglesia nos lo resuelva". Nosotros somos la Iglesia. Y esto significa que nosotros también tenemos que poner en juego nuestra colaboración, nuestra creatividad, nuestra iniciativa para posibilitar la experiencia religiosa de nuestros niños y jóvenes, adultos del siglo XXI.

b) La experiencia de relación con Dios también cambia. Dios no es alguien que nos soluciona los problemas, que dice lo que tenemos que hacer y cómo, sino que su presencia, su acompañamiento está en nosotros desde el silencio, desde la capacidad, por nuestra parte, de captar su presencia en toda la Realidad. Esto exige pocas palabras. Exige creatividad e iniciativa. Exige crear espacio para el silencio, para la oración, para la experiencia comunitaria y para la expresión litúrgica. Este camino nos lleva a ser personas con capacidad para dar respuesta a los retos que la vida presenta a cada uno. Una respuesta solidaria, comprometida y responsable con la humanidad, con aquellas personas más cercanas y no tan cercanas.

4. QUÉ QUIERE DECIR EDUCAR LA FE

Educar no es fácil y cuando nos planteamos educar en la fe, el asunto todavía se complica más. Pero también depende de la perspectiva que adoptemos.

Cuando los padres queremos educar a nuestros hijos en el seguimiento de Jesús, quizás tengamos una cierta ventaja porque partimos de una orientación de fondo que nos permite hacer un planteamiento educativo sobre qué queremos transmitir a nuestros hijos. Pero los padres sabemos por experiencia que, a menudo, aquello que hacemos y vivimos es más referencia para nuestros hijos que aquello que les decimos y, por lo tanto, es importante mirar cómo vivimos: aquí tiene un gran peso la coherencia. En definitiva, educamos por lo que somos, no por lo que decimos. Por ello, tenemos que procurar que se vaya poniendo de manifiesto nuestra orientación de fondo. Aunque a veces tengamos que reconocer que las situaciones en que nos hallamos parecen frágiles o contradictorias.

Esto también significa que todo lo que vive el niño en casa está impregnado de un estilo y de una manera de hacer, lo que incluye unos valores que favorecen el propio crecimiento personal, el respeto a los demás y la apertura a lo trascendente.

Es cierto que una cosa es una declaración de principios y otra cómo se va haciendo todo esto en el día a día . No podemos caer en la tentación de buscar recetas que funcionen de manera mágica. Las referencias y la experiencia tienen que estar dentro de cada uno, porque las referencias externas en el ámbito religioso son cada vez más escasas y, seguramente, menos susceptibles de generalización. Se está produciendo un cambio profundo y la iglesia de nuestros hijos, cuando sean adultos, será fruto de la iglesia que hayamos sido capaces de construir.

El gran reto que tenemos como padres es plantearnos seriamente qué queremos transmitir a nuestros hijos, qué es lo que consideramos irrenunciable para que lleguen a ser personas en el sentido pleno de la palabra, personas que sean portadoras de amor, del amor que Jesús nos enseñó.

Si decimos que queremos educar en el seguimiento de Jesús,–seguimiento personal y creativo y no una simple imitación o repetición de la vida de Jesús–, significa que, por un lado, nuestra vida como padres también quiere estar orientada y ser vivida desde esta perspectiva y que quiere responder a una voluntad de transformación humanizadora de nuestra realidad concreta y cercana. Significa que nosotros, los padres, somos un referente cristiano para nuestros hijos.

5. POSIBLES RESPUESTAS DE LOS PADRES

Como padres con voluntad de hacer camino siguiendo a Jesús, tendríamos que empezar a plantearnos:

• cómo humanizamos la realidad de cada día,

• cómo convertimos la tecnología, cada vez más presente, en herramienta al servicio de las personas.

• cómo utilizamos –y al servicio de quién– todas las posibilidades de tiempo y de recursos personales que tenemos a nuestra disposición.

Tenemos que ayudar a nuestros hijos a distinguir la ficción de la realidad y educarlos para que su percepción de la realidad no sea plana, como en la televisión y en los ordenadores. Enseñarles que la realidad es algo más que el presente inmediato y que, para llegar a alguna parte, se ha de hacer camino y el camino se hace caminando. Es necesario un proceso.

Los padres tenemos otro gran espacio en el que podemos educar y ayudar a crecer: Nos referimos a todo el ámbito de la creatividad, la gratuidad, la responsabilidad, la acogida, las relaciones personales, la sensibilidad, la corporalidad, el silencio, el respeto a uno mismo y a los demás...Tenemos la gran responsabilidad (que no podemos delegar simplemente en la escuela, en la catequesis, en el esplai, en el grupo, en la parroquia...) de que este conjunto de valores se viva a fondo en casa, con seriedad, con coherencia y con compromiso.

La experiencia religiosa permite ir experimentando un crecimiento de vida interior, es decir, permite colocar a nuestros hijos en situación de que cada uno:

• tome conciencia de sí mismo: poniéndolo en contacto con su cuerpo, con sus sentimientos, con su afectividad, con su agresividad, con su capacidad de acogida,

• tome conciencia de su relación:

con los otros: la solidaridad, la disponibilidad, saber escuchar, saber compartir...

con Dios: la oración, el silencio, estar abierto y atento a su presencia...

con la naturaleza: de manera que toda esta experiencia genere recursos y situaciones positivas de respuesta al entorno.

Este puede ser un gran legado que dejar a nuestros hijos. Más que grandes palabras y grandes sermones, lo que se ha vivido es una referencia que nos acompaña siempre, a mayores y pequeños. Es un camino que dura toda la vida y que, sin duda, nos humaniza.

Tendríamos que enseñarles a tener los ojos, los oídos, el olfato, la sensibilidad muy atentos y abiertos. Dios nos habla a través de las cosas, a través de los demás y a través de las situaciones de cada día. Este aprender a estar atentos y abiertos puede ayudar a ir avanzando en el conocimiento de las necesidades y de la realidad de los demás y en el conocimiento de las expectativas y deseos propios, y a fortalecer nuestra relación con Dios.

Aprovechar cualquier relación cotidiana para ver qué nos aporta, que mensaje lleva oculto, qué tiene de positivo o negativo, es un aprendizaje de acercamiento al camino de Dios, tal como Jesús nos enseñó.

 

6. CÓMO PODEMOS AYUDAR

La fe es un don. No podemos tener garantías de que nuestros hijos tendrán fe, ni forzarlos a tenerla. Lo que sí podemos hacer es favorecer un entorno que sea propicio para que puedan recibir este don y educar en ellos la sensibilidad para que lo puedan acoger. Existen una serie de aspectos que favorecen la apertura a lo transcendente. Es difícil vivir la experiencia de un Dios amoroso para quien no ha vivido en su vida personal este amor. Es difícil abrirse a la vida del Espíritu si uno vive sólo en un contexto materialista o racionalista: una persona no dará importancia al sentido que tienen las cosas que hace, si no la han educado en la capacidad de reflexión y de interiorización. Es difícil sentirse atraído por los valores del Evangelio si uno no vive en un contexto que los haga naturales para la persona, etc. Por ello, todo lo que se haga para asegurar estos elementos previos facilitará que la semilla de la fe crezca y se desarrolle.

La vida familiar está llena de momentos significativos que pueden estimular y hacer presente la experiencia cristiana. Situaciones que nos permiten trabajar:

• la confianza en Dios y en los otros.

• la honestidad

• la verdad

• el perdón

• no hacer trampas

• ponerse en el lugar del otro.

Aprender a dar gracias por lo que hemos recibido y por lo que recibimos cada día. Aprender a pensar en los demás

• porque están enfermos

• porque han recibido una buena noticia

• porque les ha pasado algo

• en la gente que está cerca y en la que está lejos.

Un paso más es encontrar momentos de oración personal o en familia, momentos de bendecir la mesa. El hecho de ir a misa. participar en las celebraciones de la comunidad, seguir los ciclos litúrgicos con todo su simbolismo, especialmente Navidad y Pascua, nos ayuda a encontrar el sentido de celebrar y compartir. Tenemos que encontrar espacios eclesiales a la medida de los niños, donde se sientan a gusto.

Sí que podemos compartir la formación religiosa de la catequesis o de la escuela. Pero no podemos pretender que nadie nos sustituya en lo que se refiere a la experiencia religiosa y la expresión litúrgica. Nuestros hijos han de ver en nosotros signos de esta voluntad de seguimiento de Jesús, de esta voluntad de formar comunidad, han de vernos rezar, han de vernos participar en las celebraciones, han de vernos comprometidos.

Por otro lado, los niños, a medida que crecen, van exigiendo más respuestas y más explicaciones que , a menudo, nos resultan difíciles. El diálogo con otros padres, la asistencia a charlas y la lectura de algún libro, además del propio camino de fe, nos puede ayudar a encontrar las respuestas adecuadas para nuestro hijo.

7. CUESTIONARIO

— ¿Qué lugar ocupa la fe en nuestra vida?

— Intentamos vivir la experiencia religiosa unida a nuestra vida o la vivimos como una cosa desvinculada de la misma?

— Si creemos que el camino de Jesús es un camino que nos lleva al amor ¿cómo vamos trabajándolo cada día?

— ¿Qué es la Iglesia para nosotros?

— La actitud que tenemos con cada miembro de la familia y con las demás personas de nuestro entorno próximo o no tan próximo ¿es de respeto, de acogida, de escucha, de intentar dar respuesta a sus necesidades y demandas?

— ¿Cómo nos planteamos la vida comunitaria y el compromiso con los demás?

— En el caso de que uno de los integrantes de la pareja no sea creyente ¿cómo decidimos todo lo que hace referencia a la educación religiosa y a la educación de la fe?

— ¿Cómo nos implicamos como padre y madre en la educación y en la transmisión de la fe?

— ¿Cuáles son los aspectos de fe que compartimos con nuestros hijos? ¿Creemos que vale la pena compartir la fe con nuestros hijos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Rezamos con ellos? ¿Vamos a misa juntos? ¿Qué les decimos sobre la obligación de ir a misa? ¿Nos han visto rezar en casa?

— Como padres creyentes ¿dónde ponemos el acento: en las celebraciones, en las misas, en la oración, en saber cosas de Jesús...?

— ¿Por qué llevamos a nuestro hijo/a a catequesis, o a una escuela religiosa, o a la parroquia?

— ¿Cuándo y cómo nos planteamos que haga la comunión?

 

 

 

 

 

 

EL TIEMPO LIBRE

LA AUTORIDAD

LA MUERTE

 

"Reflexionemos para educar mejor"

 

 

Josep M. Andrés y Roser Gallart

Carles Ariza y Margarita Montobbio

Iñaki Echebarria y Cristina Manresa

Joaquim Fernández-Díaz y Rosa Monreal

Josep M. Lozano y Pilar París (Coordinadora del grupo)

Josep M. Rambla, sj.

 

 

 

 

Índice:

1. El tiempo libre y las actividades extraescolares

2. La autoridad con los hijos, hoy

3. Cuando los hijos nos preguntan sobre la muerte

 

 

 

 

Un grupo de padres empezó a reunirse, preocupados por la educación de sus hijos. De la puesta en común de sus experiencias, de sus preocupaciones y de sus dificultades a la hora de plantearse su educación se han elaborado estas "Reflexiones".

Esta colección, "Reflexionemos para educar mejor", querría facilitar a los padres algunos elementos que favorezcan y dinamicen el diálogo entre ellos y/o con otros padres sobre cuestiones educativas, para que puedan ser útiles en el camino de ayudar a crecer a sus hijos.

Este es el segundo cuaderno de la colección "Reflexionemos para educar mejor" que publica EIDES. Con esta publicación se consolida el trabajo iniciado por este grupo de padres hace casi cuatro años.

En el primer cuaderno se tratan los temas siguientes:

— Cómo educamos el consumo

— Los padres y los celos de los hijos

— Cómo educamos la fe de nuestros hijos

Nuestro deseo más sincero es que estos papeles ayuden a otros padres, del mismo modo que han permitido al grupo que ha preparado estos materiales compartir y madurar juntos los retos educativos que los propios hijos van planteando.

 

 

1. EL TIEMPO LIBRE Y LAS ACTIVIDADES EXTRAESCOLARES

1. SITUACIONES DE VIDA

"Ahora mi hijo me sale con que no quiere ir a las clases de flauta travesera porque dice que se aburre. Con lo que me cuesta y el tiempo que pierdo llevándolo y yendo a buscarlo".

"En la escuela les ponen demasiados deberes; no se dan cuenta de que con el inglés, el baloncesto y el solfeo, los pobres ya tienen suficiente. Y, claro, ¡no vamos a llevarnos los libros a la torre...!"

"Se pasan el día enganchados a la tele: cuando no ponen algo que les interesa se sientan delante de l ordenador con los videojuegos. No hay forma de que cojan un libro."

"Tienen que empezar la música de pequeños; si no, después ya es demasiado tarde para aprender un instrumento. Es lo que me pasó a mí."

"Hoy en día, sin inglés no se puede ir a ninguna parte. Te lo piden para todo. Y con el de la escuela no basta."

"La niña ya tiene cinco años. No sé si tendría que apuntarla a una actividad extraescolar..."

"No sé que les ha cogido ahora que no quieren ir al grupo de tiempo libre. Y el caso es que, cuando van, se divierten. No sé si hago bien obligándoles a ir."

2. DE QUÉ HABLAMOS

No nos referimos al tiempo de vacaciones, tema que merecería un tratamiento aparte, ni a la forma de ocupar el fin de semana. Entendemos por tiempo libre aquel que se vive al margen de la jornada laboral o escolar. Y aunque en el marco de la profesión o en la escuela encontramos también convivencia, formación, etc., podríamos describir el tiempo libre como:

Un tiempo de convivencia: puesto que permite dedicar ratos más largos a aquellas personas con las que nos sentimos más a gusto: familia (padres, abuelos, primos, etc.), amigos, compañeros de aficiones, etc. Y con ellos, podemos escuchar música, pasear, charlar, ir de excursión...

Un tiempo formativo/educativo: puesto que permite realizar actividades para profundizar en conocimientos, habilidades, etc.(idiomas, informática, mecanografía, música, pintura...). Algunas pueden estar muy relacionadas con la preparación que se pretende adquirir para el futuro; pero esto no tendría que ser lo prioritario, porque en el tiempo libre se buscan más bien actividades alternativas o que rompan con la actividad cotidiana.

Un tiempo para disfrutar: para pasárnoslo bien con aquello que nos gusta, que proyecta nuestros ideales o intereses, que desarrolla nuestra personalidad (coleccionar, leer, pintar, jugar).

Un tiempo de descanso: aunque haya actividad, ésta tiene que ser suficientemente relajada, proporcionada y/o diferente de la habitual; y tiene que permitir tiempo de reposo suficiente (el cuerpo necesita descansar, hay que dormir suficientes horas, no podemos ir empalmando una actividad tras otra sin parar).

Un tiempo flexible: que permita relativizar o cambiar ritmos y que evite trasladar más allá del trabajo o de la escuela las prisas, las obligaciones ineludibles, los nervios, etc... Esto no significa que, en determinadas actividades, no se necesite una cierta disciplina o un cierto orden. Pero, en general, ha de permitir espacios para no hacer nada, para sentarse, pasear, hacer cosas que no exijan planificación: el tiempo libre es libre.

Normalmente, la parte más exigente de la vida del niño está en la escuela. Pero no tenemos que pensar que la formación sólo se recibe en la escuela. Hay otros aspectos de la persona que pueden trabajarse a través de las actividades realizadas fuera del horario escolar. Cada ámbito, escolar y extraescolar, es un ámbito de aprendizaje y no podemos olvidarlo. Hay muchas experiencias que los chicos y chicas van teniendo y aprendizajes que van adquiriendo a través de las actividades fuera de la escuela y que constituyen un bagaje muy importante que no se improvisa en cuatro días:

• crecimiento de la autonomía propia

• experiencias de convivencia

• educación de la sensibilidad

• actitudes de solidaridad

• crecimiento de la capacidad de iniciativa y de la creatividad

• actitudes de compromiso, de tolerancia, de apertura

• capacidad de trabajar en equipo, de compartir

• cultivo de aficiones

• respeto a la naturaleza, etc.

Los grupos de tiempo libre, los grupos de "scouts", las asociaciones juveniles, las agrupaciones deportivas, etc., pueden ser también escuelas de formación importantísimas. No son simplemente el recurso de los padres para entretener o tener ocupados a los hijos. La convivencia en un grupo puede brindar un contexto adecuado para la maduración y la formación de los chicos y las chicas. Cuando llegan a edades difíciles, como la adolescencia, habrán desarrollado unas raíces que, en la mayoría de los casos, podrían ayudar a superar los problemas que se planteen. Y, más adelante, todo esto tal vez contribuya a conformar a la persona adulta.

3. CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES

Con frecuencia,las actividades de los hijos comportan para los padres una dedicación importante de tiempo (acompañarlos o recogerlos, estar con ellos mientras realizan la actividad, etc.) Todo ello exige una buena planificación. También hay que tener en cuenta que algunas de las actividades que se eligen pensando que ocuparán un par de horas pueden, a lo largo de todo un curso, ir exigiendo nuevos espacios (competiciones, partidos en sábado, exhibiciones, concursos...) y tal vez la familia no está dispuesta a asumirlas. Antes de comprometerse, vale la pena valorarlo.

También podría ser interesante encontrar actividades que permitan, de manera habitual o esporádica, que los padres pasen ratos con los hijos, o actividades que realicen padres e hijos conjuntamente y les permitan un tiempo de convivencia que, de otro modo, les costaría encontrar.

Cuando se planifican las actividades fuera del horario escolar para niños y niñas, no ha de buscarse lo más cómodo (por horarios, desplazamientos, etc.) o lo que hagan sus compañeros de la escuela. Con demasiada frecuencia, se eligen las actividades en función de precios y de su adecuación a los horarios de los padres, y no en base a lo que es realmente bueno para los hijos o porque se adecuan a sus intereses.

Sea como fuere, en ocasiones los padres se ven obligados ineludiblemente a implicar a los chicos y chicas en alguna actividad, como cuando los hijos tienen las vacaciones y los padres no (Navidad, mes de Julio, etc.). Sin sentirse culpables por esta situación que les viene impuesta, tienen que procurar encontrar la mejor actividad teniendo en cuenta la opinión de los hijos, sus gustos, etc.

Lógicamente, las posibilidades económicas, el lugar donde se vive, los horarios, pueden condicionar mucho la elección de actividades para el tiempo libre. Pero, aun teniendo en cuenta todo esto, hoy en día el abanico de ofertas es amplio y se adapta a muchas posibilidades; y además, este abanico tiende a crecer.

4. CÓMO PODEMOS AYUDAR

Tiempo libre no es sinónimos de no hacer nada. Pero tampoco significa un tiempo ocupado hasta el límite. Intentado complementar lo que se ha dicho más arriba, podríamos sugerir algunos elementos para que cada uno elabore sus criterios de elección de las actividades extraescolares de los hijos.

Adecuación a la propia personalidad e intereses

No hay que obligarlos a realizar una actividad que no les guste; ellos tienen algo que decir a la hora de elegir la actividad. Conviene dialogar con ellos para ayudarlos en la elección, orientar su decisión sin limitar sus preferencias, valorar el compromiso que supone vincularse a una determinada actividad, etc. No es fácil, porque no se trata de hacer las cosas simplemente porque el niño o la niña lo desea ni porque los padres ya lo han decidido, sino de buscar un cierto equilibrio.

Tampoco tenemos que intentar que los hijos hagan lo mismo que hicieron sus padres o lo que les habría gustado hacer en su niñez y no pudieron. Ni se trata de que todos los hermanos hagan lo mismo o pasen por las mismas experiencias. Tenemos que saber encontrar para cada uno lo que le conviene o aquello por lo que siente especial inclinación; tienen que ser actividades que estén de acuerdo con los gustos, aficiones y manera de ser de la persona. Cuando establecemos la obligación de realizar una actividad como deber, sin que haya sido libremente asumida o aceptada, estamos convirtiendo esta actividad en trabajo y no permitimos el ocio (ocio tiene que ver con algo libre); y cuando imponemos esta obligación a otra persona no permitimos que sea ella misma y podemos generar frustración y desgana.

Ruptura con respecto a la actividad habitual

Ya sea en razón del ambiente, de lugar, de las personas, respecto de la actividad laboral o escolar. Es una cuestión de higiene y nos permite abrirnos a otras relaciones o posibilidades, conseguir un mayor enriquecimiento. No es que sea malo practicar un deporte en la misma escuela o realizar una actividad con los compañeros de trabajo, pero si nunca existe una posibilidad de salir del ambiente de siempre, al final puede resultar contraproducente.

Complementariedad

Respecto del tipo de actividad que llevamos a cabo habitualmente,

— puesto que la actividad escolar es muy sedentaria, será bueno buscar ejercicio (por ej.: es muy convenientes que los niños hagan deporte o que participen en algún grupo excursionista);

— si es muy intelectual, tal vez nos convenga una actividad manual (manualidades, maquetismo, juegos de habilidad...);

— si se trata de alguien a quien le cuesta entablar relaciones, podría ser interesante que formase parte de un grupo que lleve a cabo actividades diversas (teatro, expresión, plástica...) y que desarrollo vínculos de comunicación con un grupo,

— si un niño es muy inquieto, podría ser interesante que practicase regularmente una actividad que le permita "descargarse" mediante el movimiento, y, al mismo tiempo, le obligue a seguir una normas y unas pautas de disciplina corporal,

En todo caso, tenemos que respetar las características y habilidades de cada niño/a y no obligarles a hacer lo que no les agrada. Debemos tener en cuenta su forma de ser y sus inclinaciones. En definitiva, intentar encontrar un cierto equilibrio.

Otras consideraciones

Importancia de la continuidad. Es natural que niños y niñas deseen probar cosas nuevas y cambiar a menudo de actividad, pero no hemos de propiciar que se conviertan en personas caprichosas o empiecen una actividad nueva cada quince días. Es importante que sean conscientes del valor de comprometerse con un grupo o con una institución o con unos compañeros y que sepan mantener el compromiso incluso en momentos de cansancio o de desilusión; que sepan acabar lo que empiezan. Tiene que haber un equilibrio entre la estabilidad y la variedad.

Cuidado con el exceso de actividad. Hay que potenciar la motivación y el deseo de aprender, pero sin saturar. Debemos dejar que tengan algo de tiempo desocupado; para jugar y soñar. Un exceso de actividades extraescolares puede producir el efecto contrario al que pretendemos y generar una ansiedad y una tensión emocional que perturben la atención, o provoquen la disminución del rendimiento escolar a causa de la fatiga. Y, al contrario, la ausencia de todo tipo de actividad hará que los niños y niñas dejen de desarrollar una parte importante de su persona.

Ayudar a despertar la creatividad. En ocasiones nos encontramos con niños y niñas que muestran falta de interés por cualquier actividad, pasividad, todo les aburre. Muchas veces, esto es fruto de un mundo interior empobrecido. Es importante educar la creatividad, la imaginación; enseñarlos a disfrutar de las pequeñas cosas, de la paz de estar consigo mismos, del silencio... Todo esto no se improvisa, exige estar por ellos, acompañarlos, compartir nuestros sentimientos, gustos, etc.

Iniciación progresiva. Cuando los hijos son pequeños convendría que no hubiese prisas por que iniciase una actividad extraescolar. Es importante que los niños jueguen, que inviten a casa a algún amigo o que vayan invitados a casa de otros; que los padres también jueguen con ellos. Ya llegará el momento de empezar una iniciación deportiva o cualquier otra actividad formativa: lo propio de los niños es jugar, Y, si es posible, en compañía. Por ello, en el caso de familias con un único hijo, es muy importante el contacto con otros niños, ya sean compañeros de la escuela, vecinos, familiares próximos, etc.

5. CUESTIONARIO

1. ¿Qué actividades extraescolares realizan nuestros hijos? ¿Qué criterios hemos utilizado para elegirlas?

2. ¿Qué papel tienen los hijos en la elección de dichas actividades?

3. ¿Qué comportan las actividades extraescolares para la vida familiar?

4. ¿De qué manera nuestras ocupaciones o actividades condicionan las de los hijos?

5. ¿Consideramos que el ritmo de actividades extraescolares que realizan es equilibrado? ¿Por qué?

6. ¿Hablamos con los hijos de las actividades extraescolares? ¿De qué modo tenemos en cuenta lo que nos transmiten?

2. LA AUTORIDAD CON LOS HIJOS, HOY

1. SITUACIONES DE VIDA

"Jorge siempre hace lo que quiere. Siempre tiene la última palabra. No sé qué pintamos nosotros" (La madre al padre).

"Parece mentira, pero cuando yo digo que nuestro hijo ha de hacer algo, tú siempre te pones de su lado y no hay modo de ponernos de acuerdo. Total, que el niño hace lo que quiere" (El padre a la madre).

"Por mucho que tú lo digas, no pienso ponerme esta falda. Quiero los vaqueros..." (Mercedes, 8 años).

"No entiendo nada. Ahora parece que en la escuela ya no se preocupan de educar a los niños y niñas. Mi nieto habla de cualquier manera con sus profesores y profesoras. No hay aquel respeto que había antes..." (Abuelo de 65 años que ejerce de canguro permanente).

"No quiero a Sergio en clase hasta que no pida disculpas, cumpla el castigo y sus padres hayan hablado conmigo" (Ana, profesora de 5º de Primaria).

"De acuerdo, me tratas como un amigo, pero no olvides que soy tu padre" (Al hijo de 15 años).

"Esto es lo que piensas tú que me conviene. Y como eres mi padre, crees que no te puedes equivocar" (Hija de 13 años a su padre).

2. DE QUÉ HABLAMOS

Una de las definiciones de "Autoridad" es "el poder de mandar, de dirigir. Cualidad del que sabe hacer que le obedezcan". Aquí hablamos de la autoridad de los padres y de las personas (abuelos, parientes, profesorado...) que intervienen en el proceso madurativo y educativo de los niños y adolescentes que permite orientar la educación de los hijos y también hablamos del respeto de los hijos hacia los padres y los educadores. No nos ocuparemos, por tanto, de otros aspectos de la autoridad en otros campos de la actividad social.

No hablamos del autoritarismo que implica la sumisión incondicional a la autoridad que se practica a veces por parte de los padres en casa y que no permite el crecimiento y la realización como persona del que obedece. La educación y el crecimiento personal de los hijos necesita un clima de seguridad (que proviene de una autoridad bien entendida), de confianza y de libertad.

La autoridad bien ejercida en la familia general seguridad, puesto que proporciona a los hijos unos puntos de referencia claros y confianza en las indicaciones de los padres. La auténtica autoridad es la que es aceptada, la que provoca el reconocimiento del otro.

Una cuestión importante es que la autoridad de los padres debe ejercerse desde el inicio de la vida de los niños y no es una responsabilidad que se deba estrenar con el inicio de la adolescencia. Los estudiosos afirman que los años más importantes para la maduración y la educación de los niños y niñas son los primeros 6-8 años. Es ya en este momento de establecimiento de hábitos y de normas cuando se necesita el ejercicio de la autoridad de los padres y las madres. La actuación de los padres con los hijos durante los primeros años en situaciones de la vida cotidiana como el mantenimiento del orden en las cosas, la colaboración en las pequeñas tareas domésticas, el uso prudente de la televisión y del ordenador, la forma de jugar con los hermanos o amigos, aprender a comer de todo... es clave para establecer un marco de actuación.

3. CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES

En nuestra sociedad, la autoridad tiene mala prensa. A los mayores les recuerda un tiempo en el cual el ciudadano normal no tenía reconocidos sus derechos. La autoridad en la sociedad civil, militar y/o religiosa representaba el poder absoluto.

Es interesante indicar que la autoridad de los padres tiene poco que ver con la autoridad y el poder de la sociedad, puesto que se basa en el amor, el cariño y el cuidado mutuos. No es el resultado de unas votaciones y se concreta en el día a día, dando puntos de referencia, estableciendo un diálogo permanente. Ello no impide, como pasa en toda relación humana, que de vez en cuando puedan surgir conflictos que tienen que resolverse.

En el ámbito personal, que incluye el familiar, con demasiada frecuencia la autoridad se había vivido como un sufrimiento: ¡lo que tenían que hacer los niños era escuchar y hacer lo que decían los padres! No había espacio para la reflexión crítica ni para la adhesión voluntaria.

La democracia ha introducido cambios importantes en la relación entre los poderes públicos y los ciudadanos y ciudadanas, entre los miembros de la misma familia, en las relaciones educativas en el marco escolar... El principio de autoridad ha entrado en crisis como tantos otros valores y las relaciones interpersonales se producen en un marco más igualitario en el cual los razonamientos y, especialmente, las experiencias anteriores, la trayectoria de la relación..., otorgan o restan autoridad. Aunque no hay que pensar que todos los problemas entre padres e hijos pueden resolverse sólo hablando: en más de una ocasión será necesario que los padres digan la última palabra, precisamente basándose en el amor que sienten por sus hijos y en su bien.

En este sentido, un aspecto relevante del ejercicio de la autoridad de los padres es la necesidad de marcar límites que vienen determinados por los valores que pretendemos transmitir. Y esto significa que, en algunos momentos, el mantenimiento de los límites puede provocar un cierto sufrimiento tanto a los padres como a los hijos. Pueden producirse situaciones difíciles que impliquen falta de comunicación, malhumor...

Por otro lado, la incorporación de la madre al mercado laboral, la precariedad laboral, la necesidad de trabajar con horarios que dificultan la relación continuada con los hijos..., provocan una dinámica familiar que no favorece una relación natural y, por lo tanto, una percepción equilibrada de la autoridad:

• con demasiada frecuencia, los abuelos son los canguros oficiales y sobre ellos recae un exceso de responsabilidades educativas,

• se produce un movimiento de transferencia a la escuela de buena parte de las responsabilidades propias de los padres para con los hijos,

• los padres son conscientes dela falta de tiempo dedicado a los hijos y, desde una cierta mala conciencia, a veces toman la postura de no contrariar a los hijos, no ser críticos con sus comportamientos egoístas o poco solidarios, tienen miedo a ejercer su autoridad para no frustrarles...

• en poco tiempo, se ha pasado de un sistema autoritario de los padres a un cierto contrato tácito según el cual cada uno hace lo que quiere. A menudo, los padres, por miedo al conflicto, se rinden y dejan de asumir sus responsabilidades educativas.

Por último, cabe indicar que la sociedad en la que actualmente tenemos que educar se caracteriza por su heterogeneidad de modo que los mensajes de la TV, la prensa, los valores de las familias de los amigos de nuestros hijos... pueden ser muy diferentes a los nuestros. Esta realidad implica que los padres no tienen que improvisar permanentemente, sino todo lo contrario: tienen que tener muy claro cuáles son los referentes más importantes. Más de una vez toca decir a los hijos: "Lo sentimos, pero en casa es diferente."

4. POSIBLES RESPUESTAS DE LOS PADRES

En este nuevo escenario se tiene que volver a situar y a pensar el papel educativo de la autoridad en cada uno de los ámbitos educativos y en los diferentes estados madurativos de los hijos. La autoridad se manifiesta claramente educativa cuando va acompañada de una dosis importante de flexibilidad, de manera que con los diferentes hijos o en momentos distintos tiene que ejercerse de diferente manera.

Algunos componentes personales de los padres, la convicción profunda respecto de los propios valores, el tono de voz, el equilibrio en la exigencia..., son también factores a tener en cuenta.

Como consideración general, puede decirse que no se trata simplemente de dar órdenes e indicaciones y pasar a otra cosa. Las órdenes han de ir acompañadas de argumentos positivos, han de generar confianza, y ser en general, aceptadas de buen grado. Ante las dificultades, los padres no pueden eludir sus responsabilidades aunque pueda resultar doloroso el mantenimiento de una decisión. Saber decir que no a tiempo y mantenerlo puede entrañar un gran valor de cara al futuro.

La autoridad de los padres tiene que ser realista con las condiciones y los entornos de los hijos. Es importante el seguimiento continuado de su crecimiento, conocer los ambientes, las amistades, los intereses...para que la respuesta de los padres a los problemas sea fruto del conocimiento y no de la improvisación.

En una sociedad que invita constantemente al placer, al individualismo, a la comodidad..., la tarea de los padres se presenta como un reto para educar en el valor del esfuerzo, del trabajo bien hecho, de la solidaridad; y en este aprendizaje, la autoridad de los padres se revela como herramienta imprescindible.

La autoridad invita a crecer, aconseja y ayuda a dar pasos adelante: son los hijos los que avanzan, los auténticos protagonistas de su crecimiento como personas.

El objetivo final del ejercicio de la autoridad de los padres es la consecución de la plena autonomía de los hijos. En la misma medida que los hijos asumen sus responsabilidades, va desapareciendo la necesidad de la autoridad de los padres. La estrategia más eficaz, cuando son mayores, es una retirada gradual de la intervención de los padres para facilitar la asunción responsable de los hijos.

5. CÓMO PODEMOS AYUDAR

Parece oportuno indicar algunos ejes fundamentales para ejercer la autoridad de manera adecuada y para que resulte educativa:

Tiempo. La educación exige tiempo y, en la medida en que la autoridad se manifiesta en pequeñas decisiones cotidianas, es necesario que los padres se reserven tiempo para estar, hablar, comentar con los hijos. Esto se puede conseguir introduciendo cambios organizativos en ciertos hábitos:

• Trabajar menos horas aunque eso signifique ganar menos dinero.

• No utilizar a los abuelos o a personal externo en la atención a los hijos, a menos que sea necesario.

• No encender la TV durante las comidas para favorecer el diálogo.

• ...

Diálogo. La autoridad de los padres tiene que ir acompañada de diálogo. No se trata de conseguir la sumisión a un poder lejano que se impone sin más. El diálogo favorece el ejercicio de una autoridad con la suficiente flexibilidad como para que los padres reconozcan sus errores ("Perdona, pero ayer tenías razón") y aceptar con normalidad las excepciones a la regla general. Una autoridad dialogante por parte de los padres acepta que el hijo tenga razón cuando efectivamente la tiene.

Coherencia. Lo que hoy es negro no puede ser blanco mañana. Es fundamental que desde muy pequeños, los niños y niñas se den cuenta de cuáles son los mensajes, los valores importantes, los comportamientos positivos. Y, en este sentido, tiene que haber un acuerdo de principios básicos entre los padres. Es profundamente antieducativo manifestar discrepancias importantes delante de los hijos en temas de carácter educativo.

Perseverancia. La educación es un proceso que dura toda la vida y necesita que el esfuerzo educativo se produzca con continuidad. Con harta frecuencia los padres tienen la tentación de pensar que no hay nada que hacer, que es mejor dejar el hijo o la hija se lo encuentre...

Oportunidad. A nadie le gusta que le indiquen lo que tiene que hacer y menos cada día y a cada hora. La auténtica autoridad delos padres favorece la existencia de espacios de libertad en los que los hijos tienen que optar y comprobar el resultado de sus decisiones al margen de los padres...

Jerarquía de valores. El esfuerzo y la autoridad tienen que centrarse en las cuestiones realmente importantes. Con demasiada frecuencia los padres y las madres dan importancia desproporcionada a aspectos secundarios. Es fundamental seleccionar las cuestiones importantes y jugar fuerte.

 

Colaboración padres-escuela. Aunque la responsabilidad primera y principal de la educación de los hijos es de los padres, la escuela ejerce un papel muy importante en la educación sobre la autoridad, porque es el primer lugar donde se produce su socialización.

Tiene mucho interés educativo que los hijos perciban un clima de confianza mutua entre los padres y la escuela. En ningún momento pueden los padres desautorizar al profesorado delante de los hijos. En todo caso, las dificultades tienen que hablarse directamente con la escuela.

6. CUESTIONARIO

1. ¿Qué entendemos por autoridad? ¿La consideramos necesaria?

2. ¿Estamos convencidos de que es imprescindible para el equilibrio de nuestros hijos marcar unas pautas, unos límites?

3. ¿Recordamos alguna ocasión en la que hayamos vivido una falta de respeto, un trato demasiado "de colegas" de nuestros hijos hacia nosotros? ¿Cuál fue nuestra reacción?

4. Con frecuencia, pero sobre todo en la adolescencia, la autoridad comporta conflictos, ¿estamos dispuestos educar en el conflicto?

5. Si la autoridad de los padres es percibida por los hijos en el día a día a través del diálogo y la manera de pensar y de hacer en las situaciones domésticas cotidianas ¿dedicamos suficiente tiempo a "estar", a dialogar, a compartir ratos con nuestros hijos?

6. ¿Cómo valoramos en casa el papel del profesorado y de la escuela de nuestro hijo o hija? Si se ha elegido la escuela porque existe una profunda sintonía entre las aspiraciones de los padres respecto de los hijos y el tipo de centro ¿confiamos en la tarea del profesorado? En los momentos de conflicto, ¿cómo nos manifestamos delante de los hijos? ¿desautorizamos a la escuela?

3. CUANDO LOS HIJOS NOS PREGUNTAN SOBRE LA MUERTE

1. SITUACIONES DE VIDA

"Mamá, ¿tú puedes morirte? ¿Y papá? ¿Todos tenemos que morirnos? ¿Por qué?"

"¡Quería tanto al abuelo! Ya no podré verlo más. ¿Dónde está ahora?"

"Todavía no le hemos dicho nada a la niña. Hoy ha ido a la escuela como siempre. No vale la pena hacerla sufrir más de la cuenta. Lo quería tanto. No tiene por qué ir al entierro y todo eso. Ya se lo diremos dentro de unos días."

"La enfermedad de mi hermano duró unos meses. Yo era pequeño, tenía 9 años. Veía a todo el mundo preocupado, pero delante de mí disimulaban para que no sufriese. ¡Cuando murió fui muy fuerte! El mismo día fui a la escuela como si nada y no derramé ni una lágrima."

"Me dijeron que la abuela estaba en el hospital, porque no se encontraba muy bien y ya no volví a verla nunca más. Con el tiempo me di cuenta de que había muerto, pero no querían decírmelo. Nunca me había sentido tan sola, no podía confiar en nadie."

2. DE QUÉ HABLAMOS

Hablamos de la muerte. Y hablar de la muerte, significa hablar de separaciones y de pérdidas y nos resulta difícil y, a veces, nos da miedo.

Y si hablar de la muerte es difícil, hacerlo con los hijos lo es todavía más, sobre todo cuando se trata de la muerte de seres queridos.

Además, nuestro entorno social no nos facilita mucho las cosas. En nuestra sociedad occidental, en la que a través de la publicidad y del consumo se potencia el éxito, el poder, el placer inmediato, la eterna juventud..., la muerte no tiene cabida, es un tema tabú, al igual que el dolor, la enfermedad, las discapacidades, la pobreza..., y se intenta disimular y ocultar.

Disimular y ocultar y también desconectarla de los sentimientos, porque, paradójicamente, esta misma sociedad nos está inundando constantemente a través de la TV y el cine, de violencia y de muertes. Unas muertes frías, lejanas, poco reales, en las que parece que no cuenten las emociones y los sentimientos y que, de algún modo, nos hacen insensibles a otras realidades a menudo trágicas (guerras, hambre, violencia...) que vivimos como meros espectadores.

Nosotros, al abordar este tema, queremos referirnos a la muerte que nos implica emocionalmente, a la muerte de las personas que queremos, a nuestra propia muerte... Querríamos hacer una reflexión sobre cómo vivimos el hecho de la muerte en nuestras familias, cómo la tenemos asumida como padres, cómo la planteamos a los hijos.

3. CÓMO AFECTA LA CUESTIÓN A LOS PADRES

Creemos que la manera de plantearnos el tema de la muerte como individuos y como pareja, y la forma en que la cuestión de la muerte afecta a los padres, condicionará de una forma importante la forma de trabajarlo con los hijos.

Con frecuencia, los padres tienen más dificultades a la hora de pensar en la muerte, hablar de ella y aceptarla que los propios hijos. Nos inspira respeto y nos da miedo, y creemos que si no pensamos en ella ni hablamos de ella viviremos más tranquilos.

Pero para los hijos es un tema como tantos otros, un tema que les preocupa y les plantea preguntas que necesitan respuestas. Si empiezan a notar en nosotros actitudes evasivas, respuestas poco claras..., empezarán a captar que es un tema tabú del cual es mejor no hablar y se quedarán solos con sus angustias.

En cambio, si al preguntar encuentran a unos padres sinceros y serenos que procuran no eludir el tema y hablan de él honestamente, contestando lo que realmente piensan, los hijos podrán hablar de la muerte y aceptarla de otra forma cuando ésta sea algo más cercano.

En la vida cotidiana se dan diversas situaciones que nos sitúan frente al hecho de la muerte y que nos afectan de maneras también diferentes. No es lo mismo la muerte de personas lejanas, más o menos conocidas, que la de una persona de la familia, o la del esposo o la esposa o la de uno de los hijos. No es lo mismo si se trata de una muerte esperada por un largo proceso de enfermedad o por la edad avanzada de la persona en cuestión o si se trata de una muerte repentina... No cabe duda de que la tristeza y la aflicción no serán las mismas en cada situación y, por lo tanto, la forma de poder abordar el tema con los hijos también será distinta.

Probablemente, la situación más difícil es la que conlleva la muerte de un ser muy querido (uno de los padres, un abuelo o abuela, uno de los hijos...) A menudo, los padres se sienten demasiado abrumados como para poder explicarlo a los hijos. El dolor es muy intenso y querríamos evitar al hijo este sufrimiento. Se teme no poder aguantar el llanto delante del niño y se intenta disimular al máximo estos sentimientos, como un modo de impedir que también él se sienta invadido por la tristeza y el dolor. Las preguntas de los hijos ¿por qué se ha muerto?, ¿cómo ha muerto? ¿qué pasa después de la muerte?, se suelen contestar con evasivas o dando la callada por respuesta.

A los adultos nos cuesta soportar el sufrimiento del duelo, pero nos cuesta todavía más soportar el sufrimiento de los hijos y compartir con ellos el dolor (llorar con ellos, estar tristes con ellos).

4. POSIBLES RESPUESTAS DE LOS PADRES

Ante la muerte, los padres podemos adoptar diferentes posturas y actitudes.

Actitud de esperanza. Es la actitud de la persona consciente de que no hay vida sin muerte y que, precisamente porque sabe que ha de morir y lo acepta y lo comprende, puede asumir el sentido de la vida y enfocar la muerte y el duelo positivamente. Es también la actitud propia de los creyentes, que confían en Dios, el Dios que nos ama y nos acompaña en nuestra tristeza y dolor, y está siempre con nosotros, tanto en la vida como en la muerte.

Actitud de desesperación, que se da cuando la persona se desmoraliza y se hunde, le parece imposible asumir la pérdida del ser querido y puede caer en una actitud enfermiza, y a veces destructiva, que no permite avanzar. En esta situación es imposible hablar serenamente con los hijos y poder acompañarlos en su duelo.

 

Actitud tranquilizadora, que iría muy vinculada al miedo, miedo a compartir el dolor, la tristeza, los sentimientos... No puede hablarse del tema y se evita la realidad con evasivas, se ha ido de viaje, está en el hospital porque está enfermo..., o bien, está en el cielo (cosa que no es fácil de entender para los más pequeños), o bien se delega a Dios la responsabilidad, Dios se lo ha llevado, con el peligro de convertir a Dios en una figura cruel que se lleva a la persona que amamos.

Actitud de aceptación estoica, en la cual, ante la muerte no hay angustia ni esperanza. Se acepta que la vida lleva a la muerte y que este hecho se vive como una realidad dura y dolorosa que debemos aceptar tanto si nos gusta como si no, y así queremos transmitirlo a los hijos.

5. CÓMO PODEMOS AYUDAR

La muerte es una realidad que nos acompaña en nuestra vida. Desde que nacemos, todos sabemos que hemos de morir. Es un hecho natural, pero cuesta mucho tratarlo con naturalidad. Por eso hay que ir preparando el terreno para abordar y hablar de esta realidad con nuestros hijos, pues si esperamos a tratarlo cuando nos toque de cerca, además de todos los sentimientos que aflorarán y que tendremos que trabajar, el factor sorpresa complicará todavía más las cosas.

Antes de que los hijos se encuentren con la realidad de la muerte de personas cercanas y queridas, hay situaciones y actitudes de la vida cotidiana que ayudarán al niño, desde muy pequeño, a irse acercando al hecho de la muerte.

— Cuando muere un animal doméstico, podemos aprovechar para explicar que se ha muerto y que ya no volverá a vivir y que todos los seres vivos acabamos muriéndonos y que es normal sentir pena y tristeza. Esto es muy comprensible para los niños porque conecta con su experiencia y con sus sentimientos.

— También podemos ayudarnos de situaciones cotidianas que, sin ser situaciones de muerte, nos hablan de separaciones, de pérdidas y que, por analogía, pueden acercarnos a esta realidad.

— Es importante dejar claro, siempre que surja el tema, que todos tenemos que morir. Es fácil contestar a un hijo angustiado que dice "mamá, no quiero que te mueras nunca", "no sufras, mamá no se morirá, siempre estaré contigo", pero con esta actitud estamos diciendo algo que no es verdad y que, además de cuestionar nuestra credibilidad ante el hijo, no le ayudará a ir acercándose al tema de la muerte con naturalidad.

Cuando llega la muerte de personas muy cercanas y muy queridas por el niño, hay que:

• Explicárselo pronto. Es importante no utilizar subterfugios como se ha ido de viaje o lo han llevado al hospital..., pues por mucho que se intente disimular, el niño se da cuenta de que ocurre algo y que se le está ocultando; y esto puede resultar todavía más doloroso, pues genera desconfianza hacia los padres porque siente que le están engañando. Es muy duro para el niño sentir que no puede compartir con nadie sus sentimientos y su tristeza, y se puede sentir muy solo.

 

• Dejar muy claras dos ideas fundamentales: que la persona muerta no volverá, y que su cuerpo está enterrado o bien convertido en ceniza si se ha incinerado.

• Contestar honestamente y de la manera más real posible a todas sus preguntas. Cuando muere un ser querido, todos necesitamos consuelo y sentirnos rodeados de un ambiente de confianza y de seguridad y esto sólo puede darse cuando decimos la verdad.

• En el caso de familias creyentes, puede ser un buen momento para comentar el sentimiento profundo de que Dios no ama, está con nosotros y nos acompaña en estos momentos tan difíciles. Dios no nos deja nunca, ni en la vida ni en la muerte.

• No angustiarse porque nos vean tristes o llorando; al contrario, esto hará que el hijo se sienta más acompañado y que se de cuenta de que sus sentimientos también son compartidos por los seres que más quiere. Si ve que los adultos intentan esconder y disimular sus sentimientos, aprenderá pronto a no expresarlos y se sentirá solo con su dolor.

• Que los hijos participen en las ceremonias de los funerales y en el entierro. Son ceremonias de recuerdo y de despedida del ser querido que, sobre todo si se viven desde la fe, serán fuente de consuelo y de esperanza.

Una vez transcurridos los primeros días, cuando se vuelve a la cotidianidad, será conveniente continuar hablando de la persona que ha muerto, recordarla, hablar de lo bueno que nos ha dejado, de sus gustos, de sus ilusiones..., y así posibilitaremos que siga viviendo, si bien de otra manera, en la mente y en el corazón de nuestros hijos y ellos podrán ir elaborando el duelo por su pérdida.

5. CUESTIONARIO

1. ¿Tenemos algún recuerdo de nuestra infancia relacionado con el tema de la muerte? ¿Cómo vivimos aquella situación? ¿Cómo nos sentimos entonces?

2. ¿Hemos vivido en nuestra familia la muerte de algún familiar o de algún amigo muy cercano? ¿Qué señalaríamos de aquellos momentos?

3. ¿Recordamos alguna situación en la que nuestros hijos nos han planteado preguntas sobre la muerte? ¿Qué tipo de preguntas nos hacen? ¿Qué respondemos habitualmente? ¿Cómo aceptan los hijos nuestras respuestas? ¿Qué dificultades nos presentan?

4. ¿Qué creemos nosotros sobre la muerte? ¿Cómo la aceptamos?