Autor: Jorge Mújica
Fuente: Equipo Gama-Virtudes y Valores
Reflexión sobre la solidaridad
Ahora, “solidaridad significa que uno se hace responsable de los otros, el sano del enfermo, el rico del pobre, los países del norte de los países del sur.
El concepto de solidaridad
fue desarrollado inicialmente por P. Lerou en el ámbito del socialismo
originario. Fue concebido como un concepto laico opuesto a la idea cristiana
del amor. En ese contexto, la solidaridad fue pensada como una nueva
respuesta, efectiva y racional, a los problemas sociales.
Carlos Marx creyó que había llegado el momento de dar
una solución práctica a la pobreza en el mundo. Según él, el cristianismo
había tenido milenio y medio para mostrar su eficacia, y no la había logrado.
Era hora de recorrer otros caminos.
Así, el socialismo se presentó como solidaridad, como
una forma del todo original y a-religiosa por la que la igualdad entre todos
los hombres, la paz y el final de la pobreza, serían logradas. ¿Sucedió
efectivamente así? Hoy conocemos la tristeza y la desolación que una teoría
sin Dios y una praxis atea dejaron en los países que abrazaron o a l os que se
les impuso el socialismo.
¿Qué falló? ¿Efectivamente el cristianismo había
sucumbido y se había mostrado ineficaz? No cabe duda que la intención
socialista plasmada en el concepto de solidaridad era del todo justa. Sin
embargo, carecía de una base y de una visión más amplia del hombre mismo. Marx
“indicó cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se
debería proceder después. Suponía […] que […] con la socialización de los
medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En efecto, por fin
el hombre y el mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo
podría proceder por sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a
todos y todos querrían lo mejor unos para otros” (Spe Salvi n. 21).
El error del marxismo estribó en el olvido de que “el
hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha
olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que,
una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error
es el materialismo” (Spe Salvi n. 21)
Esa base que le faltaba al concepto de solidaridad
estaba ya en la idea cristiana de amor. Fue precisamente por este motivo que
la solidaridad pudo ser acogida dentro del catolicismo y mostrarse como una
consecuencia de esa caridad que es médula de toda la fe cristiana. Fue así que
la solidaridad fue bautizada.
El amor o caridad cristiana, más que ineficacia, había
puesto de manifiesto la necesidad y urgencia de ser comprendida correctamente
y asumir con responsabilidad sus implicaciones. La caridad ya llevaba
implícito el efecto de “dar” sobre el que giraba la solidaridad. Pero el “dar”
cristiano de la caridad no se vinculaba exclusivamente al aspecto material, lo
comprendía pero partía y tendía a otro más necesario y de acuerdo a la
naturaleza del hombre, el espiritual.
Desde el momento en que la solidaridad entró a formar
parte del patrimoni o cristiano, su significación se enriqueció al ampliarse.
Ahora, “solidaridad significa que uno se hace responsable de los otros, el
sano del enfermo, el rico del pobre, los países del norte de los países del
sur. Significa que se es consciente de la responsabilidad mutua y que somos
conscientes de que recibimos en tanto que damos, y que siempre podemos dar
sólo lo que nos ha sido dado y que por eso jamás nos pertenecemos solamente a
nosotros” (en J. Ratzinger, Caminos de Jesucristo, Cristiandad, p. 117).
La solidaridad cristiana es mucho más que un dar
materialista pero tampoco permanece en un acompañar pasivo sin hechos
concretos que influyan positivamente en alguien, de acuerdo a su dignidad de
ser humano. La solidaridad cristiana es acción porque parte de la
contemplación; es palabra pero también es obra. Es compañía, es presencia,
pero también es consecuencia hecha acción que repercute para bien.
La Eucaristía es el testimonio más grande de
solidaridad. Co mo consecuencia del amor, en ella se encuentran al unísono el
“dar” espiritual y material del único Dios que se hace presencia y se da como
alimento. La Eucaristía es el acto más grande de solidaridad. No podía ser de
otra manera: es Dios mismo quien acompaña y sacia.
El cristiano, como imagen y semejanza de Dios, está
llamado a vivir esa solidaridad. Es obvio que no podrá imitarse la actitud
divina mientras no hayamos interiorizado previamente el ejemplo de ese Dios
que se hace solidaridad en la Eucaristía. La meditación de su entrega generosa
será la fuente y el motor que nos lleven a asumir este compromiso y,
precisamente así, podremos vivir auténticamente la caridad-solidaridad
cristiana respecto a nuestros prójimos y a nuestros próximos