¿Quién es el Espíritu Santo, y qué labor desempeña en los creyentes en Dios?


   La recepción del don del Espíritu Santo por nuestra parte.

   El Espíritu Santo es un don, el don de Dios.

   "Pedro les contestó: -Convertíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo, a fin de obtener el perdón de vuestros pecados. Entonces recibiréis, como don de Dios, el Espíritu Santo" (HCH. 2, 38).

   "El Dios de nuestros antepasados ha resucitado a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo en un madero. Ha sido Dios quien le ha elevado a la máxima dignidad y le ha constituido jefe y salvador, para ofrecer a la nación israelita la ocasión de convertirse y de alcanzar el perdón de los pecados. Y nosotros somos testigos de ello junto con el Espíritu Santo, que Dios ha concedido a quienes le obedecen" (HCH. 5, 30-32).

   "Al ver Simón que cuando los apóstoles imponían las manos se impartía el Espíritu, les ofreció dinero, diciendo: -Concededme también a mí el poder de que, cuando imponga las manos a alguno, reciba el Espíritu Santo. -¡Al infierno tú y tu dinero!- le contestó Pedro-. ¿Cómo has podido imaginar que el don de Dios es un objeto de compraventa?" (HCH. 8, 18-20).

   "Todavía estaba Pedro exponiendo estas razones, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que oían el mensaje. Los creyentes judíos que habían llegado con Pedro estaban sorprendidos de que también sobre los no judíos se derramase el don del Espíritu Santo" (HCH. 10, 44-45).

   "Por consiguiente, si Dios les concedió el mismo don que a nosotros que hemos creído en Jesucristo el Señor, ¿quién era yo para oponerme a Dios?" (HCH. 11, 17).

"Después de un largo debate, tomó Pedro la palabra y les dijo: -Sabéis, hermanos, que hace tiempo me escogió Dios entre vosotros para que anuncie también la buena nueva a los no judíos, de modo que puedan abrazar la fe. Y Dios, que conoce el corazón humano, ha mostrado que le son adeptos al concederles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros" (HCH. 15, 7-8).

   Necesitamos tener fe en la Santísima Trinidad para poder recibir el Espíritu Santo.

   "El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, puesto en pie, proclamó en alta voz: -El que tenga sed, que venga a mí; el que crea en mí, que beba. La Escritura lo dice: De sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él. El Espíritu, en efecto, no se había hecho presente todavía, porque Jesús aún no había sido glorificado" (JN. 7, 37-39).

   "Y vosotros también, los que habéis oído el mens aje de la verdad y habéis acogido con fe el anuncio feliz de vuestra salvación, al ser injertados en Cristo, habéis sido sellados con el Espíritu Santo prometido" (EF. 1, 13).

   "Por todo ello me pongo de rodillas ante el Padre, origen de toda vida tanto en el cielo como en la tierra, y le pido que derrame sobre vosotros los tesoros de su bondad; que su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser; que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida; que el amor os sirva de cimiento y de raíz" (EF. 3, 14-17).

   "Decidme solamente una cosa: ¿en razón de qué recibisteis el Espíritu de Dios? ¿Por cumplir la Ley (de Moisés) o por haber aceptado la fe?" (GÁL. 3, 2).

   "Pero vamos a ver: cuando Dios sigue repartiéndoos su Espíritu y realizando prodigios entre vosotros, ¿lo hace porque sois cumplidores de la Ley o porque habéis aceptado el mensaje de la fe?" (GÁL. 3, 5).

   "La bendición de Abraham alcanzará así, por medio de Cristo Jesús, a todas las naciones, y nosotros recibiremos, mediante la fe, el Espíritu que Dios prometió" (GÁL. 3, 14).

   "Y prueba de que sois hijos (de Dios) es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones; y el Espíritu clama: "¡Padre!". Eres, pues, hijo y no esclavo. Y como hijo que eres, Dios te ha hecho también heredero" (GÁL. 4, 6-7).

   El don del Espíritu Santo les es prometido por Dios a todos los creyentes.

   Como nadie puede apreciar lo que desconoce, nos es necesario tener una buena formación en el campo de la fe, con el fin de que podamos vivir bajo los impulsos inspiradores del Espíritu Santo.

   Tal como vimos anteriormente en HCH. 2, 38, el Espíritu Santo puede ser recibido por todos los creyentes.

   El Espíritu Santo será recibido por todos los que le pidan el citado don a nu estro Padre común.

   "Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (LC. 11, 13).

   El Espíritu Santo será recibido por todos los que obedezcan a Dios, según recordamos anteriormente, al meditar HCH. 5, 30-32.

   Aunque los Apóstoles tuvieron que esperar la llegada del día de Pentecostés para recibir el Espíritu Santo, a nosotros no nos es necesario esperar la llegada de ningún día especial para recibir el don de Dios.

   "Con ocasión de una comida que (Jesús) tuvo con ellos (los Apóstoles), les ordenó: -No os marchéis de Jerusalén; esperad a que el Padre cumpla la promesa de que os hablé; porque Juan bautizaba con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de pocos días" (HCH. 1, 4-5).

   "En los últimos días (el periodo de tiempo que se inició cua ndo Jesús ascendió al cielo, y sus Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, y que concluirá cuando el mundo sea transformado definitivamente en el Reino de Dios), dice Dios, concederé mi Espíritu a todo mortal: vuestros hijos y vuestras hijas hablarán inspirados por mí; vuestros jóvenes tendrán revelaciones y vuestros ancianos soñarán cosas extraordinarias. A los que me sirven, tanto hombres como mujeres, otorgaré en aquellos días mi Espíritu, y hablarán inspirados por mí" (HCH. 2, 17-18).

   Existen diversos ritos en todas las iglesias o congregaciones cristianas que simbolizan la recepción del Espíritu Santo por parte de los creyentes. A pesar de ello, la Biblia nos enseña que el Espíritu Santo no necesita de la actuación de los ministros religiosos para penetrar las almas de los hijos de Dios. Veamos algunos ejemplos de cómo el Espíritu Santo fue recibido en los corazones de muchos creyentes.

   Los samaritanos necesitaron de la intercesión apostólica para recibir el Espíritu Santo.

   "Pero, cuando Felipe les anunció el mensaje acerca del reino de Dios y de la persona de Jesucristo, hombres y mujeres abrazaron la fe y se bautizaron... Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén supieron que Samaria había acogido favorablemente el mensaje de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan. Llegaron estos y oraron por los samaritanos para que recibieran el Espíritu Santo, pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús, el Señor. así que Pedro y Juan iban imponiéndoles las manos, y ellos iban recibiendo el Espíritu Santo" (HCH. 8, 12. 14-17).

   A pesar de que no habían sido bautizados ni se les había impuesto las manos por parte de los Apóstoles, Cornelio y sus allegados recibieron el Espíritu Santo.

   "Todavía estaba Pedro exponiendo estas razones, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que o ían el mensaje. Los creyentes judíos que habían llegado con Pedro estaban sorprendidos de que también sobre los no judíos se derramase el don del Espíritu Santo. Les oían, en efecto, hablar en idiomas desconocidos y alabar la grandeza de Dios. Pedro dijo entonces: -¿Puede negarse el bautismo a estas personas que han recibido, como nosotros, el Espíritu Santo?" (HCH. 10, 44-47).

   Doce discípulos de San Juan el Bautista de Éfeso, al creer en Jesús, recibieron el Espíritu Santo.

   "Durante la estancia de Apolo en Corinto, Pablo estuvo recorriendo las regiones interiores del Asia Menor. Cuando finalmente llegó a Efeso, encontró allí a un grupo de creyentes, a quienes preguntó: -¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe? -Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo - les respondieron. -Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido? -preguntó Pablo. -El de Juan -contestaron. Pablo les explicó: -Juan bautizaba como señal de conversió n, e invitaba a la gente a creer en el que había de venir después de él, es decir, en Jesús. Al oír esto, se bautizaron en el nombre de Jesús, el Señor, y, cuando Pablo les impuso las manos, descendió el Espíritu Santo sobre ellos, y comenzaron a hablar en lenguas y a profetizar. En total eran unas doce personas" (HCH. 19, 1-7).

   Quienes no tienen el Espíritu Santo, no forman parte de la familia de Dios.

   "Los que viven, pues, entregados a las desordenadas apetencias humanas, no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís entregados a tales apetencias, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios vive en nosotros. El que carece del Espíritu de Cristo, no pertenece a Cristo" (ROM. 8, 8-9).

   "Hijos de Dios son los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios. Y vosotros no habéis recibido un espíritu que os convierta en esclavos, de nuevo bajo el régimen del miedo. Habéis recibido un Espíritu que nos transforma en hij os y que nos permite exclamar: "¡Padre!". Ese mismo espíritu se une a nuestro propio espíritu para asegurarnos que somos hijos de dios" (ROM. 8, 14-16).

   Vivamos en plenitud ejercitando los dones del Espíritu Santo, y dispongámonos a recibir el Sacramento de la Penitencia cuando pequemos.

   No puede dejar de sorprendernos el hecho de que nuestro corazón es el templo o morada del Espíritu Santo.

   "Si me amáis de verdad, obedeceréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Abogado que os ayude y esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad. Los que son del mundo no pueden recibirle, porque ni le ven ni le conocen; vosotros, en cambio, le conocéis, porque vive en vosotros y está en medio de vosotros" (JN. 14, 15-17).

   "Judas, no el Iscariote, sino el otro, le preguntó: -Señor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros y no a los que son del mundo? Jesús le conte stó: -El que me ama de verdad, se mantendrá fiel a mi mensaje; mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él" (JN. 14, 22-23).

   "¿No sabéis, en fin, que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios y habita en vosotros? Ya no sois los dueños de vosotros mismos" (1 COR. 6, 19).

   "Los que viven, pues, entregados a las desordenadas apetencias humanas, no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís entregados a tales apetencias, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios vive en nosotros. El que carece del Espíritu de Cristo, no pertenece a Cristo. Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo sufra los mortíferos efectos del pecado, el espíritu vive a causa de la fuerza salvadora de Dios. Y si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús, vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús infundirá nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros" (ROM. 8, 8-11).

   "Toma como modelo la sana enseñanza que me oíste acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Y conserva este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros" (2 TIM. 1, 13-14).

   "Estamos seguros de que vivimos en Dios y Dios vive en nosotros, porque nos ha hecho partícipes de su Espíritu" (1 JN. 4, 13).

   "Pues no dice en vano la Escritura: Celosamente ama Dios el espíritu que puso en vosotros" (ST. 4, 5).

   El Espíritu Santo es recibido por nosotros, porque quiere comunicarnos la vida, los dones y el poder de nuestro Señor Jesucristo.

   "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que os capacitará para que deis testimonio de mí en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el último rincón de la tierra" (HCH. 1, 8).

   Dado que el Espíritu Santo desea hacernos semejantes a nuestro Salvado r, cuando pecamos, lo contristamos mucho.

   "No causéis tristeza al Espíritu Santo de dios, que es en vosotros como un sello que os distinguirá en el día de la liberación final" (EF. 4, 30).

   "No apaguéis la fuerza del Espíritu ni despreciéis los dones proféticos. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Evitad toda clase de mal" (1 TES. 5, 19-22).

   Dado que el Espíritu Santo tiene la misión de hacernos conscientes de que somos pecadores antes de santificarnos como ha quedado demostrado en este estudio bíblico, ¿qué hemos de hacer cuando, a pesar de que nunca nos abandonará, tengamos la sensación de que no sentimos su poder en nuestra vida?

   Acudamos al Sacramento de la Penitencia, manteniendo la creencia de que por su Pasión, muerte y Resurrección, Jesús nos ganó la vida eterna de la gracia.

   "Si vamos diciendo que estamos unidos a Dios pero vivimos en tinieblas,  me ntimos y no practicamos la verdad. Pero, si vivimos en la luz, como él vive en la luz, entonces todos participamos de la misma vida, y la muerte de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y unos mentirosos. Si, por el contrario, reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos purificará de toda iniquidad. Si alardeamos de no haber pecado, dejamos a Dios por mentiroso; además,   ponemos en evidencia que no hemos acogido su mensaje" (1 JN. 1, 6-10).

   Cuando confesemos nuestros pecados, debemos volver, -lentamente-, a buscar el hecho de vivir ejercitando los dones del Espíritu Santo plenamente. Obviamente, al ser humanos, vamos a fracasar muchas veces al buscar la perfección divina, pero no debemos olvidar que Dios nos ama, y que nuestro Padre común valora más nuestra buena intención que el resultado de nuestras obras de seres imperfectos.

   "Ate ntos, pues, a la manera que tenéis de comportaros, que no es cosa de necios, sino de inteligentes. Y aprovechad cualquier oportunidad, pues corren tiempos malos. No seáis irreflexivos; tratad, más bien, de descubrir cuál es la voluntad de Dios. Ni os emborrachéis, si no queréis dar en el libertinaje; llenaos, por el contrario, del Espíritu, y recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados. Cantad y tocad para el Señor desde lo hondo del corazón, dando gracias siempre y por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Guardaos mutuamente respeto en atención a Cristo" (EF. 5, 15-21).

   La experiencia característica de los cristianos, siempre ha consistido en adaptarse a Dios, después de haberse sentido perdonados y aceptos por nuestro Padre común.

   Veamos algunos ejemplos de cómo el Espíritu Santo se ha manifestado en la vida de algunos creyentes.

   "El Espíritu Santo los inundó a todos, y en seguida se pusieron a hablar en distintos idiomas con plena soltura, según les concedía el Espíritu" (HCH. 2, 4).

   "Pero muchos de los que habían escuchado el discurso de Pedro abrazaron la fe, por lo que el número de creyentes varones alcanzó la cifra de cinco mil aproximadamente" (HCH. 4, 4).

   "Apenas terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. así pudieron luego proclamar el mensaje de Dios con plena libertad" (HCH. 4, 31).

   "Por entonces, debido a que el número de los discípulos era muy grande, surgió un conflicto entre los creyentes de procedencia griega y los nativos de Palestina. aquéllos se quejaban de que estos últimos no atendían debidamente a las viudas de su grupo cuando distribuían el sustento diario. Los doce apóstoles reunieron entonces a todos los fieles y les dijeron: -No conviene que nosotros dejemos de proclamar el mensaje de Dios para o cuparnos en servir a las mesas. Por tanto, hermanos, escoged entre vosotros a siete hombres de buena reputación, que estén llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, y les encomendaremos esta misión. Así podremos nosotros dedicarnos a la oración y a la proclamación del mensaje" (HCH. 6, 1-4).

   "Pero él, (San Esteban), lleno del Espíritu Santo y con la mirada fija en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie al lado de Dios, en el lugar de honor" (HCH. 7, 55).

   "Ananías partió inmediatamente y tan pronto como entró en la casa, tocó con sus manos los ojos de Saulo y le dijo: -Hermano Saulo, Jesús el Señor, el mismo que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo" (HCH. 9, 17).

   "Por lo cual, Saulo, conocido también por Pablo, lleno del Espíritu Santo, le miró fijamente" (HCH. 13, 9).

   "Cuando los no judíos oyeron es to, se alegraron sobremanera y no cesaban de alabar el mensaje del Señor. Y todos los que estaban destinados a la vida eterna, abrazaron la fe. El mensaje del Señor se extendió por toda aquella región. Pero los judíos excitaron los ánimos de las damas piadosas y distinguidas, así como de los altos personajes de la ciudad, y organizaron una persecución hasta arrojar de su territorio a Pablo y Bernabé. Estos, a su vez, sacudieron contra ellos el polvo de sus zapatos en señal de protesta y emprendieron la marcha hacia Iconio, en tanto que los fieles quedaban muy gozosos y llenos del Espíritu Santo" (HCH. 13, 48-52).

   Es necesario que recordemos diariamente nuestra recepción del Espíritu Santo cuando fuimos bautizados, y que vivamos la experiencia del ejercicio de los dones de nuestro Abogado celestial, hasta que llegue el día en que seamos transformados definitivamente a imagen y semejanza espiritual de Cristo.

   "Por todo ello me pongo de ro dillas ante el Padre, origen de toda vida tanto en el cielo como en la tierra, y le pido que derrame sobre vosotros los tesoros de su bondad; que su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser; que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida; que el amor os sirva de cimiento y de raíz. Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios. A Dios, que, desplegando su poder sobre nosotros, es capaz de realizar todas las cosas incomparablemente mejor de cuanto pensamos o pedimos, a él la gloria en Cristo y en la Iglesia, de edad en edad y por generaciones sin término. Amén" (EF. 3, 16-21).

   Dado que aún no ha sido plenamente instaurado el Reino de Dios entre nosotros, en muchos creyentes se cumplen las siguientes palabras bíblicas:

   "Pero tengo una queja contra ti, y es que has dejado enfriar tu primer amor" (AP. 2, 4).

   ¿Cómo pueden recuperar la ilusión con la que se hicieron cristianos quienes han perdido la fe?

   "Jesús contestó: -Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna" (JN. 4, 13-14).

   "He aquí la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre:  asistir a los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontamido del mundo" (ST. 1, 27).

   Quienes quieran volver a vivir bajo la inspiración del Espíritu Santo después de haber perdido la fe, han de amoldarse a los criterios de Dios, y no a la mentalidad del mundo.

   "Os exhorto, pues, a que viváis de acuerdo con las exigencias del Espíritu; así no os dejaréis arrastrar por desordenadas apetencias humanas. Porque las desordenadas apetencias humanas están en contra del Espíritu de Dios, y el Espíritu está en contra de tales apetencias. El antagonismo es tan irreductible, que os impide hacer lo que querríais. Pero, si os guía el Espíritu, ya no estáis bajo el dominio de la Ley. Sabido es cómo se comportan los que viven sometidos a sus bajos instintos: son lujuriosos, libertinos, viciosos, idólatras, supersticiosos. Alimentan odios, promueven contiendas, se enzarzan en rivalidades, rebosan rencor. Son egoístas, partidistas, sectarios, envidiosos, borrachos, amigos de orgías, y otras cosas por el estilo. Os advertí en su día y ahora vuelvo a hacerlo: esos tales no heredarán el reino de Dios. En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo. Ninguna ley existe en contra de todas estas cosas. Y no en vano los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado lo que en ellos hay de bajos instintos, junto con sus pasiones y apetencias. Si, pues, vivimos gracias al Espíritu, actuemos conforme al Espíritu" (GÁL. 5, 16-25).

   Los creyentes hemos sido ungidos por el Espíritu Santo.

   Junto a Cristo, somos profetas, reyes y sacerdotes.

   "También vosotros, como piedras vivas, constituís un templo espiritual y  un sacerdocio consagrado, que por medio de Jesucristo ofrece sacrificios espirituales y agradables a Dios" (1 PE. 2, 5).

   Los sacrificios de los que nos habla San Pedro, son las obras características de nuestra vida cristiana.

   "Pero vosotros sois "raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su posesión", destinado a cantar las grandezas del Dios que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa" (1 PE. 2, 9).

   Al querer formar parte del pueblo de Dios, hemos sido ungidos por el Espíritu Santo.

   "Juan a las siete Iglesias de la provincia de Asia: Gracia y paz de parte  de Dios, que es, que era y que está para llegar; de parte de los siete espíritus que rodean su trono, y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de todos los resucitados y el dominador de todos los reyes de la tierra. Al que nos ama  y nos ha liberado con su muerte de nuestros pecados, al que nos ha hecho reyes y sacerdotes para su Dios y Padre, a él sea la  gloria y el poder por siempre. Amén" (AP. 1, 4-6).

   "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 COR. 1, 21-22).

   "En cuanto a vosotros, Cristo os ha dado el Espíritu de Dios, y lo sabéis  todo" (1 JN. 2, 20).

   San Juan no nos dice que somos omniscientes, sino que vamos sabiendo to do lo que Dios cree oportuno revelarnos, cuando cree oportuno que ello suceda.

   "¡Claro que vosotros vivís unidos al Espíritu que os dio Jesucristo, y no  necesitáis que nadie os instruya! Porque precisamente ese Espíritu, fuente   de verdad y no de mentira, es el que os instruye acerca de todas las cosas.  Atended, pues, a su enseñanza y vivid unidos a Cristo" (1 JN. 2, 27).

   Los "dones espirituales", son las cualidades que nos da el Espíritu Santo, con el fin de que podamos llevar a cabo el trabajo que nuestro Padre celestial nos ha encomendado, -es decir, para que podamos vivir en conformidad con nuestra vocación-.

   "Vosotros formáis el cuerpo de Cristo, y cada uno por separado constituye  un miembro" (1 COR. 12, 27).

   "Todo lo realiza el mismo y único Espíritu, repartiendo a cada uno sus   dones como él quiere" (1 COR. 12, 11).

   A m odo de ejemplos, San Pablo cita algunos de los dones que el Espíritu Santo les concede a los creyentes.

   "La presencia del Espíritu en cada uno se ordena al bien de todos. Así, a uno le capacita el Espíritu para hablar con sabiduría, mientras a otro le concede expresarse con profundo conocimiento de las cosas. El mismo Espíritu que otorga a uno el don de la fe, concede a otro el  poder de curar enfermedades, o el de hacer milagros, o el de comunicar mensajes en nombre de Dios, o el de distinguir entre falsos espíritus y el verdadero Espíritu, o el de   hablar en un lenguaje misterioso, o, en fin, el de interpretar este    lenguaje" (1 COR. 12, 7-10).

   "Es Dios quien ha asignado en la iglesia un puesto a cada uno: en primer lugar están los apóstoles; en segundo lugar, los que comunican mensajes en nombre de Dios; en tercer lugar, los encargados de enseñar; vienen después los que tienen el don de hacer milagros , de realizar curaciones, de asistir  a los necesitados, de presidir la asamblea, de hablar un lenguaje    misterioso" (1 COR. 12, 28).

   "Cada uno de nosotros hemos recibido nuestro don en la medida en que Cristo ha tenido a bien otorgárnoslo. Por eso dice la Escritura: Al subir a lo alto, llevó consigo prisioneros y repartió dones a los hombres. Si "subió" , como dice, ¿no supone que previamente había bajado a lo profundo de la tierra? El mismo que bajó es el que ha subido a lo más alto de los cielos con el fin de abarcar el universo entero. El es quien a unos ha hecho apóstoles; a otros, profetas; a otros, anunciadores del mensaje salvador; a otros, encargados de dirigir y enseñar a los creyentes. Capacita así a los fieles, para que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo hasta que todos alcancemos la unidad propia de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios; hasta que seamos hombres perfectos; hasta que alcance mos, en madurez y plenitud, la talla de Cristo" (EF. 4, 7-13).

   "Diferentes son, sin embargo, los dones que tenemos, conforme al reparto  que Dios ha hecho libremente entre nosotros. A quien haya concedido hablar  en su nombre, hágalo sin apartarse de la fe. Si de servir se trata, sirvamos con solicitud; si de enseñar, apliquémonos a enseñar. Exhorte quien posea el don de exhortar; reparta con generosidad quien tenga encomendada esa tarea. El que presida, hágalo con celo; el que ayude a los necesitados, con alegría" (ROM. 12, 6-8).

   Dios escoge los dones que nos concede, de manera que, en conformidad con nuestra capacidad de amar y ser amados y de hacer el bien, los mismos nos impulsen a desear la salvación.

   "Todo lo realiza el mismo y único Espíritu, repartiendo a cada uno sus   dones como él quiere... Por algo distribuyó Dios cada uno de los miembros en el cuerpo según le pareció conveniente" (1 COR. 12, 11. 18).

   Dios nos concede a cada uno de los creyentes el don más apropiado para que alcancemos la salvación.

   "Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de funciones, pero uno mismo es el Señor. Son distintas las actividades, pero el Dios que lo activa todo en todos  es siempre el mismo. La presencia del Espíritu en cada uno se ordena al bien de todos" (1 COR. 12, 4-7).

   Todos los cristianos no tenemos los mismos dones espirituales, lo cual se debe a que todos somos diferentes, y las dádivas celestiales sólo las recibimos en orden a nuestra salvación.

   "¿Son todos apóstoles? ¿Comunican todos mensajes en nombre de Dios? ¿Han recibido todos el encargo de enseñar? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos el poder de sanar enfermedades? ¿Hablan todos un lenguaje misterioso o son capaces de interpretarlo?" (1 COR. 12, 29-30).

   ¿Se man ifiesta el Espíritu Santo actualmente a los creyentes?

   Aunque actualmente no vemos manifestaciones divinas tal como sucedió en el tiempo de los Apóstoles, seguimos recibiendo particularmente los dones del Espíritu Santo. Quizá se me puede objetar diciéndoseme que necesitamos ver milagros para poder creer en Dios, así pues, mirad lo que sucedió en Corinto, una iglesia en la que se decía que abundaron todos los dones del Espíritu Santo.

   "Doy gracias sin cesar a mi Dios por lo generoso que ha sido con vosotros, porque mediante Jesucristo, os ha enriquecido sobremanera con toda clase de dones, tanto en lo que se refiere al conocer como al hablar. Y de tal manera se ha consolidado en vosotros el mensaje de Cristo, que de ningún don carecéis mientras estáis a la espera de que nuestro Señor Jesucristo se manifieste. El será quien os mantenga firmes hasta el fin, para que nadie pueda acusaros de nada el día de la venida de nuestro Señor Jesucri sto" (1 COR. 1, 4-8).

   A pesar de que los cristianos de Corinto estaban llenos de dones del Espíritu Santo, tenían el siguiente hecho en contra:

   "Aún estáis sujetos a las apetencias humanas. Pues mientras haya entre  vosotros envidias y rivalidades, es señal de que os dominan esas apetencias  y de que no habéis superado el nivel puramente humano" (1 COR. 3, 3).

   Para tener fe, más que ver milagros, necesitamos estarle sujetos al Señor, aunque en un principio no comprendamos su forma de actuar, intentar abarcar el mayor conocimiento posible de su Palabra, discernir cuales son los dones que nos han sido otorgados, y dejarnos utilizar por el Espíritu Santo, tanto para nuestro bien, como para el bien de nuestra Santa Madre la Iglesia.

   Símbolos del Espíritu Santo y obras llevadas a cabo por nuestro Abogado celestial.

   El soplo y el viento son símbolos del Espíritu Santo.

   "Pero en verdad, es un soplo en el hombre, es el espíritu de Sadday lo que hace inteligente" (JB. 32, 8).

   "El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu" (JN. 3, 8).

   El Espíritu Santo también es simbolizado por la paloma.

   "Y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: "Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado"" (LC. 3, 22).

   El aceite es otro símbolo del Espíritu Santo.

"El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor" (LC. 4, 18-19).

   "amas la justicia y odi as la maldad; por eso, oh Dios, tu Dios te ha ungido rey con óleo de alegría, por encima de tus compañeros" (HEB. 1, 9).

   El fuego también es un símbolo del Espíritu Santo.

   "Vieron luego una especie de lenguas de fuego que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. El Espíritu Santo los inundó a todos, y en seguida se pusieron a hablar en distintos idiomas con plena soltura, según les concedía el Espíritu" (HCH. 2, 3-4).

   El agua bautismal, -es decir, el "agua viva"-, es otro símbolo del Espíritu Santo.

   "En cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed. Porque el agua que yo quiero darle se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna" (JN. 4, 14).

   "-El que tenga sed, que venga a mí; el que crea en mí, que beba. La Escritura lo dice: De sus entrañas brotarán ríos de agua viva" (CF. JN. 7, 37-38).

   El Espíritu Santo también es simbolizado por el sello, la prenda y las arras.

   "Y vosotros también, los que habéis oído el mensaje de la verdad y habéis acogido con fe el anuncio feliz de vuestra salvación, al ser injertados en Cristo, habéis sido sellados con el Espíritu Santo prometido" (EF. 1, 13).

   "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (1 COR. 1, 21-22).

   El Espíritu recibe el nombre de Consolador o Paráclito (en griego, Paracleto).

   "Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre" (JN. 14, 16).

   El Espíritu Santo les enseña a los creyentes la verdad de Dios, y hace apta a la Iglesia para que viva en la presencia de Jesucristo.

   "Pero el Abogado, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis cuanto yo os he enseñado y os lo explicará todo" (JN. 14, 26).

   "Cuando venga el Abogado, el Espíritu de la verdad que yo os enviaré y que procede del Padre, El dará testimonio en favor de mí" (JN. 15, 26).

   "Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará para que podáis entender la verdad completa. No hablará por su propia cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído y os anunciará las cosas que han de suceder. El me honrará a mí, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí" (JN. 16, 13-14).

   "El Espíritu dijo a Felipe: -Adelántate y acércate a ese carro" (HCH. 8, 29).

   "Un día de ayuno, mientras celebraban el culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: -Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea que les he encomendado" (HCH. 13, 2).

   El Espíritu Santo les inspiró el contenido de la Biblia a los autores humanos de la misma.

   "Acerca de esta salvación indagaron e investigaron los profetas cuando anunciaban los bienes que Dios os tenía destinados. El Espíritu de Cristo, alentando ya en aquellos profetas, les hizo conocer de antemano, lo que Cristo había de sufrir y la gloria que después alcanzarían, y ellos se esforzaron en descifrar a quién se referían y para cuando lo anunciaba el Espíritu. Y se les reveló que para nosotros y no para ellos se transmitía lo que  ahora os anuncian los que proclaman el mensaje de salvación con la fuerza  del Espíritu Santo enviado del cielo. Anuncio éste que los mismos ángeles  están deseando contemplar" (1 PE. 1, 9-11).

   "Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que haréis  bien en atender como a lámpara que alumbra en la oscuridad hasta que  despunte el día y el astro matinal amanezca en vuestros corazones. Sobre este punto, tened muy presente que ningun a profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, ya que ninguna profecía ha tenido su origen en la sola voluntad humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, hubo hombres que hablaron de  parte de Dios" (2 PE. 1, 19-21).

   El Espíritu Santo es el origen de las oraciones que Dios escucha por causa de la humildad de las mismas.

   "Somos débiles, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos lo que nos conviene pedir, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inexpresables. Y Dios, que sondea lo más profundo del ser, conoce cuáles son las aspiraciones de ese Espíritu que intercede por los creyentes en plena armonía con la divina voluntad" (ROM. 8, 26-27).

   "Porque no estamos luchando contra hombres de carne y hueso, sino contra las potencias invisibles que dominan en este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal habitantes de un mundo supraterreno. Por eso e s preciso que empuñéis las armas que Dios os proporciona, a fin de que podáis manteneros firmes en el momento crítico y superar todas las dificultades sin ceder un palmo de terreno. Estad, pues, listos para el combate: ceñida con la verdad vuestra cintura, protegido vuestro pecho con la coraza de la rectitud y calzados vuestros pies con el celo por anunciar el mensaje de la paz. Tened siempre embrazado el escudo de la fe, para que en él se apaguen todas las flechas incendiarias del maligno. Como casco, usad el de la salvación, y como espada, la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios. Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los creyentes" (EF. 6, 12-18).

   El Espíritu Santo nos enseña a adorar a Dios tal como le agrada que lo hagamos a nuestro Padre común.

   "Está llegando el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que los hom bres que rinden verdadero culto al Padre se lo rindan en espíritu y en verdad. Estos son, en efecto, los adoradores que el Padre quiere. Dios es espíritu, y quienes le rinden culto deben hacerlo en espíritu y en verdad" (JN. 4, 23-24).

   Por nuestra fe, esperamos que, el Espíritu Santo, al final de los tiempos, nos resucite de entre los muertos, y nos haga vivir eternamente.

   "Y si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús, vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús infundirá nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros" (ROM. 8, 11).

   Cuando el mundo sea transformado en el Reino de Dios, el Espíritu Santo nos concederá la vivencia de la plenitud de nuestro Creador.

   "Y le pido que derrame sobre vosotros los tesoros de su bondad; que su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser; que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida; que el amor os sirva de cimiento y de raíz. Seréis así capaces de entender, en unión con todos los creyentes, cuán largo y ancho, cuán alto y profundo es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios. A Dios, que, desplegando su poder sobre nosotros, es capaz de realizar todas las cosas incomparablemente mejor de cuanto pensamos o pedimos, a él la gloria en Cristo y en la Iglesia, de edad en edad y por generaciones sin término. Amén" (EF. 3, 16-21).

   "Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu" (2 COR. 3, 17-18).

   "Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, Cristo mismo, que es el   ; Hijo, se someterá al Padre, que le sometió todo a él, y así Dios será todo en todos" (1 COR. 15, 28).