Qué significa ser cristiano

Diario de Navarra / Casiano Floristán, profesor emérito de Teología Práctica

 

En estas últimas décadas se han dado cambios vertiginosos en creencias, conductas y prácticas religiosas, consecuencia de la secularización de la sociedad y de nuestra mediocridad de pesonas creyentes. Muchos fieles se preguntan qué significa ser cristiano, al difuminarse las referencias de identificación heredadas. «No está en tela de juicio la dignidad del cristianismo, sino la indignidad de los cristianos», dijo hace tiempo el ortodoxo ruso Berdiaeff, en circunstancias parecidas. Hoy está en vilo el mismo cristianismo. Frente a los que se mantienen firmes en su fe -con tanta o más calidad que sus antepasados-, abundan los dubitativos y los que están a punto de abandonar todo vínculo religioso, si no lo han abandonado ya.

Acostumbrados los católicos a una visión única, nos enfrentamos a un pluralismo religioso, ético e ideológico, dada la oferta competitiva de cosmovisiones existentes. La secularización pone de relieve que la cosmovisión católica no es única, ni se la reconoce como obligatoria. Incluso la increencia aparece como algo natural. En cambio, en una sociedad globalmente cristiana y unitaria, era superflua la pregunta por la identidad cristiana o por la esencia del cristianismo.

Al mismo tiempo hay crisis de una Iglesia inamovible como una roca, en una sociedad al acecho de lo sagrado. La pertenencia a la Iglesia, sin fisuras, equivalía antes a una identificación total. Al aparecer ahora el pluralismo en las interpretaciones teológicas, al ser relativizado el peso de la jerarquía y al desentrañar con nuevas claves las adherencias culturales que posee la confesión de fe, es lógico que la identificación no sea tan simple y unitaria como antaño. La gama de cristianos diferentes en actitudes y pensamientos es ahora muy amplia.

La pregunta por la especificidad de la fe fue planteada por L. Feuerbach (1804-1872) en su libro La esencia del cristianismo de 1841. «Al considerar a Dios como pura proyección del hombre -dijo este filósofo alemán-, no hay otra esencia del cristianismo que el propio hombre». Sesenta años más tarde reflexionó serenamente sobre el mismo tema A. von Harnack, en unas llamativas conferencias pronunciadas en Leipzig en los albores de 1900. Desde entonces han sido muchos los teólogos católicos y protestantes que han terciado en el asunto.

Puede decirse que hay una cierta coincidencia entre todos. H. Küng, en su concienzuda obra El cristianismo, resume el parecer común de esta manera: «Según el testimonio de los orígenes y de toda la tradición, lo peculiar del cristianismo es ese mismo Jesús, al que en las lenguas antiguas y modernas se llama Cristo». Y añade que «lo particular, lo propio y primigenio del cristianismo es considerar a este Jesús como últimamente decisivo, determinante y normativo en todas sus distintas dimensiones». El cristianismo como religión no es meramente un valor(justicia o amor, por ejemplo), ni unos dogmas (trinitarios o cristológicos), ni una cosmovisión del mundo (frente a visiones agnósticas o ateas), sino la persona de Cristo Jesús. Sin Jesucristo no hay reunión de creyentes bautizados, ni vida cristiana. De ahí la creciente búsqueda exegética de Jesús de Nazaret, cómo es y qué significa. Estamos, según los entendidos, en un tercer intento.

Tres son la vías principales para indagar qué significa ser cristiano: la doctrinal, la ética y la litúrgica. No son antagónicas sino complementarias. Lo peculiar del cristianismo -según la primera vía- es la fe en Jesucristo. Derivado de Cristo es el nombre de cristiano, decisión que se produjo en Antioquía, en los comienzos de la Iglesia (Hch 11, 26). Este primer constitutivo se especifica, sobre todo, por la profesión personal de fe, no por la recitación musitada del credo. Creer no es tener por verdadero, sino reconocer a Jesucristo, crucificado y resucitado, como único Señor en la vida persona y como horizonte de esperanza para toda la humanidad.

La segunda vía viene dada por el compromiso, la ética o la autenticidad moral. Cristiano es el que acepta el servicio a Dios y al hermano, de tal modo unidos, que constituyen un único mandamiento. Creer en Jesús es seguirle. Discípulo de Jesús es quien hace lo que dice Jesús, no quien dice y no hace. Se especifica por el doble mandamiento y las bienaventuranzas.

La tercera vía reside en la liturgia. Cristiano es el bautizado que participa consciente, activa y asiduamente en la «fracción del pan». En la celebración dominical, los cristianos se reúnen, toman conciencia, dialogan con Dios, restauran su fe, recrean la esperanza y afianzan la caridad. Son cristianos no sólo porque quieren, sino porque se sienten llamados por Dios a ser sus hijos, a ser iniciados y reiniciados en la Iglesia, en la espera de un futuro pleno.

En suma, el cristianismo -centrado en Cristo y en la comunidad de los creyentes- tiene que ver con tres elementos esenciales: la palabra de Dios como norma de vida, la eucaristía como comunión del pueblo con Dios y de los cristianos entre sí, y el ministerio o servicio en la caridad de Cristo para la transformación del mundo, defendiendo a los indefensos. El centro es la comunidad viva cristiana, que se constituye por esos tres elementos en recíproca conexión.

Consecuentemente, el cristianismo se deforma por simplificación de esos tres aspectos. La palabra de Dios tiene el peligro de reducirse a un saber religioso inoperante, la vida litúrgica a unas costumbres rituales sin comunión con el Dios del reino y la ética evangélica a un moralismo edulcorado sin profetismo. No es fácil a los cristianos hoy «dar razón de la esperanza» (1 Pe 3, 15) con fe y testimonio. Ahí se descubre el ser cristiano.