Alfonso Aguiló
Fuente: Interrogantes.net
¿Qué hacer con el deseo sexual no legítimo?
No huye el que se retira; por que has de saber, amigo Sancho, que me he retirado, no huido; y en esto he imitado a muchos valientes, que se han guardado para tiempos mejores, y de esto están las historias llenas. Don Quijote de la Mancha
Siempre el mismo regate
—¿Y por qué el hombre parece especialmente débil ante la tentación del sexo
no legítimo?
El regate de la tentación es muy parecido en todos los ámbitos de la vida del
hombre.
Si una persona quiere abandonar el alcohol, pero tiene a mano la botella, y su
deseo es más fuerte que su razón, sucumbirá tarde o temprano. Y eso aunque
luego no tarde mucho en darse cuenta de que la tentación le ha vuelto a
engañar de nuevo. Y que además le ha engañado con el mismo quiebro de siempre.
Todo hombre tiene en su interior zonas más o menos extensas de oscuridad, de
confusión, de obcecación. Momentos de ofuscación que hacen posible que ejecute
una acción mala atraído por los aspectos engañosamente buenos que esa acción
presenta.
Quizá por eso, la mejor baza de la tentación siempre ha sido lograr que,
mientras dure, el resto del mundo parezca carente de interés. Su gran logro es
cortar cualquier discurso racional en contra del deseo.
Por eso, en muchos casos,
lo más inteligente,
la forma más segura de preservar
la lucidez de la mente,
es, simplemente, mantenerse
a cierta distancia de la tentación.
Conociendo la fuerza del instinto y la resistencia de la propia voluntad,
sabremos a qué podemos exponernos y a qué no.
Es lo que, según cuenta la Odisea, decidió hacer Ulises al pasar por delante
de aquel lugar en que todos los navegantes quedaban embaucados por el canto de
las sirenas y acababan perdiéndose contra los arrecifes. Ulises pidió a sus
hombres que todos se taparan con cera los oídos, y que a él le ataran con
cuerdas al mástil del barco, y ordenó que no le soltaran por mucho que luego
lo pidiera. Así lo hicieron, y gracias a eso logró superar aquel difícil
trance.
No debe olvidarse que es difícil
tomar contacto temerariamente con el vicio
y no dejarse luego
arr astrar por él.
Desarrollar buenas razones
Para hacer frente al viejo regate de la tentación, es preciso, en primer
lugar, hacer un serio esfuerzo por clarificar la inteligencia. Así se
consolidarán las propias convicciones morales y serán más firmes.
—¿Y cómo se consigue?
Por ejemplo, es importante desarrollar argumentos y razones interiores que
ayuden a hacer frente a esos deseos no legítimos.
Quizá a un chico o una chica joven le ayude pensar que si no aprende a dominar
su pasión sexual en la juventud, igual o más difícil le resultará después ser
fiel en el matrimonio, con la consiguiente amenaza para la estabilidad de su
futura familia.
A otros, les convendrá entender que la obsesión por el sexo desnaturaliza el
trato entre chicos y chicas, y lleva con facilidad a una relación insulsa y
zafia.
O considerar que el señorío sobre la sexualidad es básico para poder amar
limpiament e a quien en el futuro vaya a ser la madre o el padre de sus hijos.
O pensar quizá en que esa persona a la que está induciendo al sexo tiene una
familia –unos padres, o bien un marido o una mujer, o unos hijos–, que han
puesto en ella tantas ilusiones y esperanzas, y está poniendo en grave riesgo
su honestidad.
O darse cuenta de que aprender a tratar con mayor consideración a la mujer o
al varón aumenta la probabilidad de elegir pareja con acierto cuando llegue la
hora.
O comprender que abalanzarse sobre el placer es un acto de egoísmo que se
acaba pagando con el tiempo (a veces al poco tiempo).
Si se piensa serenamente, es poco sensato vivir tan pendientes del sexo.
Cuando una persona no se esfuerza en dominar sus impulsos sexuales, éstos
tienden a invadir el espacio natural de otros intereses y proyectos mucho más
decisivos en la construcción de la propia vida.
Dejar que el sexo
ocupe demasiado espacio
en la propia vida
conduce a la ansiedad y la decepción.
—De todas formas, no es fácil mantener a raya una pasión únicamente a base
de argumentos y de consideraciones de tipo intelectual.
Está claro que no basta con el mero conocimiento del bien para practicarlo.
Pero comprender con claridad que algo es malo ya es un paso, y un paso
importante.
Estas consideraciones sobre la castidad me recuerdan lo que me contaba no hace
mucho un viejo amigo mío, bien situado en la vida y con un cargo profesional
importante, al que habían intentado sobornar. Le ofrecieron dinero de forma
muy delicada e indirecta, como suele hacerse. No tenía que hacer nada, bastaba
con que no preguntara por determinado asunto. La cantidad que le ofrecían era
muy importante.
“Te puedo asegurar –me decía– que esa tentación del dinero no legítimo es muy
parecida a la del sexo no legítimo. ¡Es tan fácil, tan seguro, tan apremiante,
tan fascinante...! Creo que si lo superas es porque dices inmediatamente que
no y pones tierra por medio. Si no, acabas cayendo. Luego quizá te intentes
convencer de que es lo normal, que no pasa nada, que no hay que exagerar, que
va a ser sólo una vez, que lo hace todo el mundo, que no hace falta darle más
vueltas...”.
Empleamos la misma voluntad
para rechazar la lujuria que para
rechazar una comisión ilegal,
trabajar bien,
sacrificarnos por los demás
o decir la verdad cuando cuesta hacerlo.
Es obvio que no todo lo que nos apetece nos conviene. Me gusta tomar el sol,
pero debo tomarlo con moderación para no quemarme; me gusta comer bien, pero
tengo que cuidar de no engordar como una foca; no me apetece estudiar, pero si
no lo hago suspenderé; tengo a veces impulsos de irascibilidad, pero no debo
decir lo primero que me venga a la cabeza; siento impulsos sexuales, pero no
todos ellos deben satisfacerse. Son ejemplos de deseos personales que cuando
se sa tisfacen sin respetar lo que exige su naturaleza producen un deterioro,
que luego exigirá, según los casos, un tratamiento para las quemaduras, una
dieta más rigurosa, más horas de estudio, una petición de perdón y, en
general, un renovado esfuerzo por recuperar el terreno perdido en la virtud
correspondiente, cosa que no siempre será fácil.
Un hombre fortalecido en
la educación de sus impulsos
será capaz de hacer justicia
a la dignidad que como hombre merece.
Contar con otros factores
Hay otros factores que también desempeñan un papel importante en apoyo de la
razón. Por ejemplo:
Fortalecer la voluntad. No se debe tirar la toalla con la excusa de que tarde
o temprano se acabará por volver a caer en el vicio. Como decía C. S. Lewis,
“las personas hambrientas buscan alimento y las enfermas buscan salud, pese a
saber que, tras la comida o la curación, les siguen aguardando todavía los
comunes altibajos de la vida”.
Eludir situaciones de riesgo innecesario. El deseo sexual es un impulso muy
intenso, pero relativamente breve en el tiempo, y las más de las veces
inducido por un estímulo muy puntual. Lo más inteligente y menos costoso es
procurar no exponerse tontamente a esas situaciones que cada uno conoce bien.
Buscar el auxilio de sentimientos favorables. El correcto uso de la sexualidad
está asociado a toda una serie de sentimientos humanos nobles; en cambio, el
abuso del sexo conduce a muchos problemas sentimentales y afectivos.
Centrar la vida en los demás. En ocasiones, la razón se oscurece porque
estamos encerrados en un individualismo que lo distorsiona todo. Habrá
entonces que desarrollar acciones concretas de generosidad hacia las personas
que tratamos, descubrir sus necesidades y procurar atenderlas, pensar más en
ellos, visitar a compañeros enfermos, ayudar a los más desfavorecidos, prestar
servicios de utilidad social, etc.
Contar con la ayuda de Dios. Para clarificar su inteligencia, el hombre
creyente no debe desdeñar ni los argumentos que le aporta la razón ni los que
le aporta la fe. Para fortalecer su voluntad debe apoyarse en su propio
esfuerzo, pero también debe contar con la ayuda de Dios. Y para educar su
afectividad, puede ayudar mucho contar también con el deseo de agradar a Dios.
Lo mejor es no prescindir de ninguna de esas ayudas, pues cualquiera de ellas
puede ser decisiva en determinado momento. Contar con Dios es decisivo, pues
lo basado únicamente en la propia razón, el propio esfuerzo o las propias
motivaciones, puede un día resultar insuficiente en medio de la tempestad de
la tentación, en la que a veces se desploman, como un castillo de naipes,
muchas otras consideraciones.
A mí no me afecta
«Hace ya unos meses que nuestro matrimonio pasa una crisis –explicaba una
mujer de unos cuarenta años.
»Puede parecer una tontería, pero fue a raíz de la l ectura de un libro cuando
empecé a pensar que mi matrimonio no me satisfacía. Que no era feliz.
»El caso es que me encantaba esa escritora. Me he leído todas sus obras. Cada
vez me gustaban más. Me ayudaban a comprender que en la vida hay muchas cosas
que disfrutar, y que después de mis quince años de matrimonio y mis cuatro
hijos hasta ahora apenas había podido hacerlo.
»Además, tengo una amiga a la que le ha pasado algo parecido. La he conocido
hace poco, y supongo que ha influido mucho en mí. Me ha hecho ver que en la
vida hay algo más que la familia.»
Siguió hablando bastante tiempo. Explicó con detalle a la Madre Angélica toda
la situación de su familia. Apenas había nada objetivo en aquella crisis
matrimonial. Sin embargo, aquella mujer estaba a punto de alterar por completo
su vida. Anhelaba el romance. Quería vivir las emociones de su amiga recién
divorciada. Todo en su vida estaba ahora enfocado hacia la satisfacción, al
estilo de una novela rosa, y estaba dispuesta a pagar por ello el precio que
hiciera falta.
Si un año antes le hubieran preguntado a aquella misma mujer si creía que un
puñado de novelas rosas y una amiga un poco frívola podrían destrozar su
matrimonio, se habría reído de buena gana. Pero deslizarse por esa pendiente
es más fácil de lo que a veces uno imagina.
Hay momentos en la vida en que a duras penas se logran controlar esas
influencias, pero esos momentos son precisamente los importantes, y esa mujer
se encontraba en uno sumamente vulnerable.
Es difícil saber a priori cuáles serán los pequeños incidentes que a cada uno
puedan afectar, pero están ahí, normalmente incubándose detrás de las pequeñas
claudicaciones y pequeñas mentiras que jalonan la vida de una persona:
Cuando compras esas revistas y dices que puedes controlarlo, te engañas a ti
mismo.
Cuando ves esas películas para adultos y dices que no te afectan, es fácil que
estés mintiénd ote a ti mismo.
Cuando entras en determinado lugar y dices que sólo buscas un rato de
conversación, o distraerte un poco, es probable que hayas acabado por creerte
tus propias mentiras.
No conviene engañarse. Esos incidentes no son tan insignificantes. Cada uno de
ellos tiene importancia. Además, no es tan fácil controlarlos. No hay que ser
presuntuoso: es probable que tu autocontrol no sea tan fuerte, y estás
arriesgando con cuestiones importantes.
Hay situaciones a las que una persona sensata debe procurar no llegar nunca.
Para cada persona hay cierto tipo de circunstancias en las que es enormemente
vulnerable. Son momentos en que toda la lógica del mundo, todo el sentido
común del mundo, parecen quedar reducidos a unas flacas fuerzas incapaces de
competir con la avasallante zancada de la pasión sexual, que inflama al
hombre, invade sus sentidos, excita su cuerpo, envuelve sus sentimientos y se
adueña de su corazón.
El hombre sen sato debe saber
que necesita algo más que sentido común
para hacer frente a la lujuria:
es necesario alejar las ocasiones propicias.
Cada vez que resistas a la tentación frente a la pornografía, reforzarás tu
voluntad y estarás mejor preparado para cuando se presente de nuevo. Y
evitando esas ocasiones propicias, que conoces bien, te harás más fuerte
frente a la masturbación, y te darás más cuenta de que en realidad sí te hacía
daño. Y cuando dejes de ver a la persona con quien desearías tener una
relación adúltera, adquirirás mayor fuerza para alejar los sentimientos de
lujuria.
Reconocer los límites
de la propia debilidad
es siempre
un síntoma de sensatez.