Autor: José María
Permuy.
Fuente:
www.arbil.org
¿Puede ser católico el capitalismo liberal?
Análisis de las posturas de los católicos capitalistas y refutación de sus argumentos a la luz del Magisterio de la Iglesia.
No
pocos economistas, empresarios, banqueros e incluso clérigos católicos, llenan
las páginas de prestigiosas publicaciones católicas con alegatos a favor del
capitalismo liberal, que estiman ser un régimen económico acorde con los
postulados esenciales de la Doctrina Social de la Iglesia.
Aunque no todos coinciden en todos ellos, he aquí algunos de los presupuestos
y de los argumentos que tales pensadores esgrimen a favor de su tesis
católico-liberal:
- Los católico-liberales suelen definir el capitalismo compatible con el
cristianismo como un sistema que defiende la propiedad privada de los medios
de producción, la libre iniciativa individual y el libre mercado.
- Consideran que este modelo es el que responde al modelo actual de
capitalismo predominante en gran parte del planeta, y que está muy alejado del
llamado capitalismo manchesteriano o capitalismo salvaje de aquellos lejanos
tiempos en que los obreros, incluso niñ os y mujeres vivían hacinados en las
fábricas, trabajando largas horas en condiciones pésimas. Según muchos de
ellos, pues, hoy no se dan tales situaciones inhumanas.
- Por otro lado, y no obstante la crítica a ciertos excesos del capitalismo
decimonónico, suelen creer los católico-liberales que, en comparación con el
estado en que vivían las gentes antes de la aparición del capitalismo, el
sistema capitalista supuso una mejora para los trabajadores con respecto al
orden social preexistente.
- Algunos sostiene que, de los distintos tipos de liberalismo, sólo el
liberalismo filosófico -aquel que proclamarla autonomía de la libertad frente
a la verdad objetiva- sería el condenado por la Iglesia desde Pío IX en el
Syllabus hasta la Octogessima Adveniens de Pablo VI; mientras que el
liberalismo político de Locke, y el liberalismo económico de Adam Smith no
estarían incluidos en la condena eclesial.
- Los católico-liberales no parecen tomar en serio la posibilidad de una
alternativa real entre el capitalismo y el socialismo. Para ellos todo lo que
no sea capitalismo no puede ser otra cosa que socialismo, en mayor o menor
medida, desde el llamado Estado del Bienestar hasta los Estados colectivistas
marxistas.
- La principal diferencia entre los socialismos y el capitalismo, consiste,
para ellos, en que aquéllos, mediante el intervencionismo del Estado, ahoga la
libertad de iniciativa individual, desincentivando a los productores, que
aplican la ley del mínimo esfuerzo, con lo cual no se genera riqueza; mientras
que el capitalismo estimula la inversión, la producción y la creación de
riqueza de manera libre y espontánea
- Tratan de demostrar, basándose sobre todo en la Encíclica Centessimus Annus
de Juan Pablo II, que la Iglesia es partidaria de la economía capitalista.
Para ello aducen parte de unas frases -sacadas de contexto- de la mencionada
Encíclica, en las que el Papa parece justificar cierto capitalism o, si por
tal se entiende un modelo económico que defienda la propiedad dentro de un
contexto de libertad encuadrada dentro de un orden, modelo que, según los
liberal-católicos, coincide con el que ellos defienden.
- Los liberal-católicos aseguran que el capitalismo es consecuente los
principios fundamentales de la Doctrina Social: el principio de que la
propiedad privada es un derecho natural del hombre; el principio de la
hipoteca social o función social de toda propiedad; y el principio de
subsidiariedad.
· En cuanto al derecho a la propiedad, sostienen que la Iglesia la defiende
como un derecho natural. Ciertamente reconocen que la Iglesia nunca lo ha
considerado como un derecho absoluto, sino que sobre la propiedad grava una
hipoteca social, es decir, que debe cumplir una función social para estar
totalmente legitimada. Ahora bien, según ellos, la propiedad capitalista
cumple este requisito, pues consideran que no hay mayor beneficio social que
el de la c reación de empleo y la generación de riqueza, características -para
los católicos-liberales- del sistema capitalista.
· En cuanto al principio de subsidiariedad, también estiman que el capitalismo
es congruente con él, pues desde su punto de vista, tal principio consistiría
en que el Estado debe abstenerse de intervenir en la economía cuando la
iniciativa privada funcione eficazmente, y limitarse tan sólo a crear un marco
jurídico adecuado para que el mercado y la libre empresa funcionen, supliendo
a la iniciativa privada únicamente en los casos en los que ésta no quiera o
pueda meterse.
- Los católico-liberales no ven ninguna relación entre la actual crisis de
valores y el liberalismo económico.
Piensan que no existe una vinculación directa entre la génesis y desarrollo
del capitalismo y el nacimiento y difusión del protestantismo.
Y no creen que tengan por que ir unidos al liberalismo filosófico, el
liberalismo político y el liberalis mo económico.
- Por último, los católico-liberales admiten que el sistema capitalista
liberal puede tener fallos y dar lugar a abusos, pero no por un defecto
intrínseco del sistema sino por falta de educación y de asimilación de
principios morales en los individuos. La solución está, para ellos, en
inculcar a todos, empezando por empresarios y financieros, las virtudes
humanas y cristianas.
Vistos los razonamientos de los católico-liberales a favor de la conciliación
entre capitalismo y cristianismo, cabe hacer las siguientes objeciones y
puntualizaciones:
- Es cierto que la Iglesia propugna la propiedad privada, incluso de los
medios de producción, como un derecho natural de todos los hombres. Pero que
la Iglesia ha enseñado en distintas ocasiones que la propiedad tiene su origen
en el trabajo humano, pues como el trabajo, la propiedad es un atributo
humano. Los católico-liberales, por el contrario, dan por supuesto que sólo el
capital da derecho a la propiedad de los medios de producción.
Es verdad también que la Iglesia reconoce al capitalista ese derecho a la
propiedad, en tanto en cuanto considera al capital como acumulación de trabajo
(concepto, por cierto, difícilmente explicable en el caso del capital no
proveniente directamente el esfuerzo de su poseedor sino de la especulación).
Pero en todo caso, este reconocimiento no excluye el derecho de los que sólo
aportan su labor, sea física o intelectual, a la propiedad del fruto de su
trabajo. Este derecho, por cierto, viene recogido en la primera Encíclica
social, la Rerum Novarum de León XIII.
- Por otro lado, la Iglesia recomienda encarecidamente e insistentemente que
la propiedad se difunda entre el mayor número de personas. Pío XI enseñaba en
la Quadragessimo Anno , que era muy bueno sustituir el contrato de trabajo
propio del régimen de salariado por el contrato de sociedad. Juan Pablo II, en
la Laborem Exercens propone introducir en las empres as fórmulas de
participación de beneficios y de cogestión.
- Es paradójico que los partidarios del capitalismo insistan en defender el
derecho de los propietarios a conservar su propiedad privada y no hablen del
derecho de los desposeídos a participar en alguna forma de propiedad si lo
desean, incluyendo la de los medios de producción.
- Los católico-liberales olvidan decir que, históricamente, y hasta hoy mismo,
el sistema capitalista ha dado lugar a la concentración de la propiedad o el
dominio del dinero en manos de cada vez menos personas, a costa de
proletarizar a una enorme cantidad de pequeños artesanos, labriegos y
comerciantes, que no pudieron competir con el poderío económico de los grandes
capitalistas. Y en este sentido, el capitalismo no sólo no ha sido proclive a
la propiedad privada, sino que, por el contrario, ha sido uno de sus mayores
enemigos.
- La propiedad privada, incluso la de los medios de producción, se hallaba más
extendid a entre la sociedad antes de la aparición en escena del liberalismo
económico. Dos de los objetivos más codiciados por los liberales de los siglos
XVIII y XIX fueron la desarticulación del sistema gremial en las ciudades, y
la desamortización de los bienes de la Iglesia y de las tierras municipales
comunales.
El sistema gremial, aunque susceptible de perfeccionamiento, posibilitaba el
acceso a la propiedad y a los beneficios generados en los talleres a todos los
que intervenían en la producción, incluyendo al aprendiz, sin necesidad de
tener que disponer de una gran cantidad de capital. Las tierras comunales,
podían ser utilizadas como pastos o campos de cultivo por aquellos campesinos
que no eran poseedores de su propia tierra.
La expansión del capitalismo acabó con todo ello y fue dejando a su paso masas
sumidas en la pobreza y la miseria.
No es cierto, pues, que la situación económica y social que precedió al
capitalismo liberal fuera peor que l a de tiempos posteriores.
Evidentemente el desarrollo técnico no había llegado a lograr los avances que
conocemos hoy día. No existían los coches, los frigoríficos, las lavadoras,
las televisiones y tantos otros inventos que hoy hacen más cómoda y
confortable nuestras vidas. Pero todo esto es previsible que hubiéramos
llegado a crearlo igualmente con el tiempo, sin necesidad de implantar un
orden económico como el capitalista.
- Cuando los católico-liberales afirman que el capitalismo ha creado riqueza
como nunca se había creado, se están refiriendo a la situación de unas cuantas
personas en unos determinados países. Pueblos enteros viven en África y en
Asia, después de haber padecido en sus suelos la implantación del capitalismo,
en la más absoluta indigencia, pasando hambre como no la habían pasado antes
de la llegada del imperialismo económico capitalista.
- No es razonable que los empresarios capitalistas puedan justificar la
función social de sus propiedades por el solo hecho de crear puestos de
trabajo.
No lo es, primero, porque quien tiene que estimar si la propiedad cumple o no
la función social, no son los propietarios, sino la sociedad misma. De lo
contrario sería como si un presunto delincuente tuviera que juzgar por sí
mismo si es culpable o no.
Segundo, porque no basta con dar trabajo. Hay que tener en cuenta qué tipo de
trabajo y en qué condiciones se crea.
Si el sólo hecho de crear empleo fuera motivo suficiente para cumplir con la
sociedad, los antiguos propietarios de esclavos serían unos señores muy
benéficos, y la esclavitud, probablemente, la manera más eficaz de hacer
justicia social y acabar con el paro.
- Además ha de tenerse en cuenta que es doctrina pontificia que para que un
salario sea justo, no basta con que éste sea libremente pactado entre el
trabajador y el capitalista, ya que muchas veces el trabajador acepta las
condiciones que le impone el capita lista por temor a un mal mayor. La libre
contratación no es suficiente para que la retribución sea justa.
- Hay una idea reiteradamente expuesta en la Doctrina social de la Iglesia que
curiosamente los liberal-católicos no mencionan, y en la cual se encuentra la
clave de la ilicitud moral y la injusticia del capitalismo. Es la idea de la
primacía del trabajo sobre el capital. El trabajo, dice la Iglesia, no puede
ser comprado como una vulgar mercancía. El capital, que es un factor necesario
para el proceso productivo, no puede sin embargo erigirse hegemónicamente en
único protagonista del mismo, ni disponer arbitrariamente el fruto del
trabajo. El trabajo es un atributo humano, y por ello más merecedor de respeto
que el capital.
Siendo esto así cabe preguntarse: si el beneficio obtenido por una empresa,
que es la conjunción del trabajo y del capital que cooperan en el logro de un
objetivo lucrativo común, es el fruto de la concurrencia de ambos factores, ya
qu e el uno y el otro se necesitan mutuamente, ¿por qué la parte del beneficio
que corresponde a la aplicación del trabajo queda íntegramente en propiedad
del capitalista, que dispone de ella a su antojo? ¿Por qué a los trabajadores
no se les permite intervenir en la gestión de esa parte del beneficio que
ellos mismos han generado?
Esto no quiere decir que no se tenga en cuenta el riesgo que asume el
empresario cuando invierte su dinero en la empresa. Se ha de tener en cuenta,
y se le debe retribuir un interés en función de ese riesgo.
Tampoco quiere decir que no se tenga en cuenta que los trabajadores no podrían
acaso dar fruto si no fuera porque están disponiendo de unas instalaciones,
una maquinaria y unos medios materiales que el empresario ha puesto a su
disposición. Por eso también habría que remunerar al empresario una cantidad
por ese concepto. Lo mismo que si un señor quiere abrir una tienda, y no
dispone en principio de dinero y de un local, acude prime ro al Banco, el
Banco le concede un crédito, arriesgando un dinero. Luego, con ese dinero
alquila un bajo, monta el negocio, se pone a trabajar, obtiene unos
beneficios, y con esos beneficios va pagando el crédito, y va pagando el
alquiler. Lo que no parece justo y razonable es que el Banco o el propietario
del bajo, además de cobrar el uno su interés, y el otro su mensualidad,
quieran disponer también del beneficio de la actividad laboral de su cliente y
arrendatario.
En todo caso, parece lógico que no se puede obligar por fuerza al trabajador a
tomar parte, para bien o para mal, en los beneficios o en las pérdidas de su
empresa, y en la gestión de los mismos. Posiblemente haya muchos trabajadores
que prefieran seguir siendo asalariados, por comodidad o por lo que sea. Pero
lo que sí sería conveniente es que a todo trabajador se le diera la opción de
poder escoger entre uno u otro modelo de contrato. Actualmente no existe esa
posibilidad, con lo cual no hay tampoco verda dera libertad en ese sentido.
- Con respecto a la misión del Estado en lo concerniente a la economía, los
católico-liberales propugnan que el Estado no intervenga en el mercado, que
respete el principio de subsidiariedad, y que establezca un marco jurídico
adecuado para que el sistema funcione.
Todo eso son generalidades, que así, sin más explicaciones, podrían ser
perfectamente aceptadas desde una interpretación católica de la vida. Pero, en
la práctica, el inmenso poder económico acumulado por los grandes capitalistas
ha logrado imponer tal presión sobre los gobiernos que las legislaciones se
han hecho y se hacen a favor de sus intereses y no del bien común, y en contra
de los cuerpos intermedios; con lo cual, de hecho, consiguen que los Estados
no se abstengan, sino que intervengan en la economía, pero a su favor, impiden
la creación de marco jurídicos adecuados, y se cargan la subsidiariedad.
- Los católico-liberales ocultan que tanto Juan Pabl o II como sus
predecesores han condenado explícitamente el capitalismo moderno y
contemporáneo, así como el liberalismo económico y político (no sólo el
filosófico), y advertido que la injusticia y el fracaso del socialismo no hace
del capitalismo una alternativa válida para la construcción de un orden social
cristiano.